Por tu amor (4)

Capítulo IV – Nace un imperio (Segunda parte)

Capítulo IV – Nace un imperio (Segunda parte)

Gracias a las diferentes acciones que tomé, las cosas parecían tomar otra dirección. Thais estaba complacida, cumplí con mi palabra dentro del plazo establecido, y el mes siguiente a eso, el efecto fue tangible. Esa tarde, me invitó a almorzar en un lujoso restaurante cerca de la zona.

Una conversación algo coqueta se dio durante el almuerzo. Si bien, todo este tiempo estuvo comportándose coqueta, cuando se trata de trabajo, soy muy centrada. Ya con la primera fase en marcha, podía relajarme un poco, y dejarme llevar por ese coqueteo.

  • De verdad, estoy impresionada con lo que has logrado, mi mejor decisión has sido tú, definitivamente.

  • Aún no llegamos a donde quiero, es pronto para cantar victoria. Es hora de considerar otras variables, e incorporarlas al...

  • Sofía, eres maravillosa en lo que haces, no tengo dudas, pero, quiero que este almuerzo esté libre de esas conversaciones. Háblame de ti. - Mientras decía esto, acercó tímidamente su mano a la mía.

  • ¿Qué quisieras saber? - Sonreí con picardía.

  • Además de lo obvio, qué cosas llaman tu atención, qué te gusta, qué disfrutas. Ese lado humano de Sofía, es lo que quisiera conocer.

  • No puedo negarme a responder algo así, es “interesante”. Soy un poco hedonista, me considero un alma libre. Eso y el helado de pistacho.

  • Vaya, tienes las cosas claras... hedonista. Eso me tienta a pensar en...

  • Sí, amo el sexo. - Dije, llevando aquel trozo de cordero a mi boca de forma provocativa.

La expresión en el rostro de Thais, era tan graciosa, se ruborizaba con cualquier tontería, estaba sudando y se notaba nerviosa. “Si es así de patética en el sexo, me quita el apetito”. - Pensé.

Supuse que ella necesitaba un empujoncito, así que le seguí la corriente.

  • ¿Qué cosas disfruta Thais? - Tomé su mano, y comencé a jugar con los nudillos de su dedo medio, sin dejar de mirarla.

Sus ojos se entornaron, y tomó con firmeza mi mano. Su mirada cambió, definitivamente necesitaba ese aliciente “extra”.

  • No me considero hedonista, pero, amo los placeres de la carne, un buen vino, las pequeñas cosas de la vida... - Al decir esto, cerró sus ojos y suspiró.

  • ¿Conocedora de vinos?

  • Puedo responder a eso con un seguro y modesto “sí”. - Ella sonrió. Me di cuenta de lo peculiar de su sonrisa y lo mucho que me gustaba en ese momento.

  • Ahórrate la modestia conmigo. Anda, pide un vino, dame con todo lo que tengas. - Sí, lo dije con doble intención.

En el momento en el cual el mesero se acercó a retirar los platos, ella pidió al joven acercarse un poco y le susurró algo al oído. Él sonrió y se retiró de inmediato.

Mientras esperábamos, comencé a deslizar la punta de mi tacón por toda la extensión de sus piernas, y  miraba sus labios con deseos de besarlos. Mientras jugueteaba por debajo de la mesa, mordía mis labios, y sonreía coqueta. Ella fue más allá, con su mano derecha, acarició la cara interna de mi muslo, haciendo palpitar mi intimidad.

“Esto se lo llevó quien lo trajo”. - Pensé.

  • Aquí viene nuestro “Pinot-Noir”, en mi opinión, el de esta casa es excelente. - Thais sonreía.

El joven quiso hacer el descorche, pero, Thais se negó. Esto resultó gracioso a mis ojos, ella juraba que estaba conquistándome con esos actos de “galantería”.

Luego del descorche, sirvió las copas, yo solo la observaba, realmente parecía disfrutar del vino.

  • Buen acierto, debo decir. Heerlijk. - Era realmente delicioso su sabor.

  • Tengo varias botellas sin abrir en mi apartamento, cada cierto tiempo viajo a Chile, tienen buenas cosechas.

  • ¿Y has viajado al viejo continente?

  • Sí que lo he hecho, conozco varios lugares. También he traído vinos de allá. Pero, lo de Chile es especial.

No sé por qué presentí que hablaría de una mujer. Traté de evitarlo, pues, nada más incómodo que alguien te hable de otra mujer en medio de un coqueteo.

  • Debo reconocer tu buen gusto. Tengo varias botellas en mi apartamento, pero, pregúntame, solo están ahí. Han sido obsequios, en cenas que he organizado, algunas las ha traído mi papá cuando regresa de sus congresos médicos, y otras tantas están ahí por accidente. Nunca entendí muy bien este tema del maridaje, así que se fueron acumulando por no abrirlas en el momento, por resultar inadecuadas.

  • ¿Tu papá es médico? - Ella mostró particular interés en esto.

“Dios. Acabo de decir que es médico y vas a preguntar si es médico” - Era lo que pensaba, odio esta clase de preguntas “de relleno”.

  • Sí, al igual que mi abuelo, mi bisabuelo, mi tatarabuelo, mis tíos, primos...

  • Hablando del maridaje. No solo tienes un vino para acompañar la comida, muchas veces, puedes beberlo por el mero placer de hacerlo, en una noche fría, o durante un momento especial, un brindis, un postre de piel.

“Al fin, música para mis oídos” - Pensé.

  • Postre de piel... interesante. ¿Qué vinos te gusta usar para esas ocasiones?

  • Depende del color de la piel, pues, su sabor es diferente.

  • Te creo, aunque no he probado tanta variedad de color, tengo mis límites en cuanto a la “cocción de la piel” - No pude evitar reír.

  • Una piel como la tuya, la acompañaría con un vino rosado, iría a la perfección. - La conversación estaba subiendo de tono tan rápido como la espuma.

  • Si mal no recuerdo, una de esas tantas botellas que guardo en mi apartamento es de vino rosado. - Sonreí con picardía.

  • Tengo tiempo que no me topo con un buen vino rosado, y no sabes cuánto ansío probarlo.

  • Pide el postre para llevar. - Me levanté y fui al baño.

Rápidamente, le marqué a Salomé, su teléfono apenas repicó un par de veces y ya estaba para mí.

  • Dime, ¿cómo va el almuerzo con Thais?

  • ¿Adivina quién va a coger? - Dije, entre risitas.

  • !Eres mi heroína!, no sabes cuánto tiempo estuve tras esa bastarda, al parecer, lo suyo son las rubias.

  • No, sabes que eso no es verdad, simplemente, es que soy irresistible. - Reí descaradamente. - En fin, quería preguntarte, de todas las botellas que están en el apartamento, ¿cuál es la de vino rosado?

  • Tienes dos, la que yo te regalé y la que llevó Micaela cuando terminamos en aquella orgía loca con su prima y su ex. Esa tiene un lazo rojo, no uses la que yo te regalé, esa está en una caja. Esa te la vas a tomar conmigo en mi cumpleaños, lo prometiste.

  • Descuida, mi amor, usaré la que llevó Micaela.

  • Quiero detalles sórdidos. ¿Pasará la noche?

  • No creo, tiene toda la pinta de que se duerme en la tercera. Igual te llamo apenas termine.

  • Te adoro, disfruta.

  • Te adoro más.

Cuando terminé de hablar con Salomé y salí del baño, pude ver que Thais hablaba por teléfono mientras pagaba la cuenta, su expresión no era “alegre”, pero, me hice la ciega en ese momento, me había propuesto llevarla a la cama, y eso haría. Al verme, terminó la llamada de manera abrupta.

  • ¿Lista? - Pregunté.

  • Después de ti.- Sonrió, mientras se levantaba de la mesa.

Decidimos que cada una iría en su carro, para no tener que volver por el de la otra. Ella me seguía de camino a mi apartamento. Una vez que llegamos, las cosas se tornaron calientes. Al entrar en el apartamento, la estreché contra mí y comencé a besarla. Me aferré a sus caderas, magreaba sus nalgas y deslizaba mis manos en forma ascendente, hasta encontrarme con sus pechos. Los tomé entre mis manos por encima de su blusa y los palpé con malicia. Ella no dejaba de tomarme del trasero y me atraía hacia ella. Pude sentir que su sexo era de un volumen apetecible, eso me excitó mucho, me gustan las “cositas grandes”.

La campanilla del ascensor sonó, habíamos llegado, me separé de ella por un instante, y caminé hacia la entrada del apartamento.

Nada más entrar, se abalanzó sobre mí y comenzó a quitarme con desesperación la ropa, no puedo negar que estaba disfrutando esto, parecía ser más hábil para hacer que para proponer, pues, me manoseaba sin pudor, no había timidez en sus caricias, admito, me estaba enloqueciendo.

Olvidamos todo, la botella, el postre (presumo que lo olvidó en el carro, no vi que lo llevara en las manos cuando estábamos en el ascensor)... cuando la vi desnuda, mi sexo se humedeció tremendamente, su cuerpo era demasiado sexual, carnoso, firme, su piel era tersa y suave. Ella se subió sobre mí, levantó una de mis piernas y comenzó a frotar su sexo contra el mío, era algo duro al contacto, y esto era tremendamente placentero. Su movimiento de caderas era salvaje, me hacía gemir intensamente; mientras sostenía con una mano mi pierna, con la otra me acariciaba, no tardó en contraerse, ya lo sospechaba, pero, siguió dándome placer. Comenzó a comer con ansias mis pechos, y bajó una de sus manos hacia mi sexo, mordí su hombro al sentir sus caricias, la manera en la que trabajaba con sus dedos me hizo tocar el cielo.

Buscó una posición cómoda y hundió su cabeza en mi sexo, no me daba respiro, me sentía agitada, mis piernas temblaban. Entró en mí y combinó de manera perfecta sus lamidas y sus embestidas. Lo que me estaba haciendo sentir, me incitó a tocar mis pechos, pellizcaba mis pezones, y acariciaba mi abdomen. Mi interior se contrajo de forma intensa, y mi descarga salpicó su rostro. Ella sonrió con esto, pues no es común. Cuando traté de tocarla ella desviaba mis manos y las entrelazaba con las suyas, me subí sobre ella y suspiró, estaba muy excitada pero no me dejaba tocarla... en ese momento, comprendí su naturaleza.

Me solté de su agarre y engullí sin avisar su apetitoso sexo. Dejó escapar un alarido intenso. Pude ver cómo se aferraba a las sábanas. Su clítoris estaba extremadamente hinchado, y tenía un gran tamaño.

Comencé la laboriosa tarea de succionarlo rítmicamente, sus caderas se movían al compás, y una de sus manos se aferró a mi cabello, aparentemente, sentir que me dominaba, la excitaba más. Alternaba espontáneamente con lamidas pausadas, y en esos momentos, podía escucharla balbucear.

  • ¡Qué rico!. - Decía la cerda, entre jadeos.

Eso me subía el ego, bueno, tratándose de mí, todo me sube el ego...

Ella comenzó a moverse con más intensidad, y yo me preparé para recibir mi recompensa. Cuando la tuve en mi boca, fue agradable, era dulce, probablemente cuidaba su alimentación, eso me complacía.

Sin mucho preámbulo, me levanté y la dejé ahí tirada, fui a la cocina a buscar la botella y un par de copas. Cuando regresé, sus manos estaban sobre su rostro, la vi sonreír, al parecer, había disfrutado el momento.

  • Ten, descorcha esto. - Le arrojé el sacacorchos, y me recosté a su lado, colocando la fría botella en su abdomen.

  • ¡Vaya!, la tenías lista. - Se sorprendió un poco.

  • Podría decir que sí, tengo una vinoteca, solo descorchar y servir, sin perder tiempo.

  • Excelente. - Ella se sentó, tomó el sacacorchos y, con mucha habilidad, destapó la botella.

Media botella después, yo estaba sobre ella, lamiendo su sexo, mientras ella hacía lo propio con el mío. Era muy caliente, y me encantaba lo que me hacía sentir con su boca, no podía evitar mover mis caderas mientras mi sexo estaba a su merced, ella me daba nalgadas, y esto incrementaba mi excitación. Era una mujer dominante en todo sentido, pero, que conste, llegó a mi cama porque así lo quise, por mucho que ella estuviera jurando que fue al revés.

La tarde cayó, la botella se acabó, y ella se durmió. Pude haber seguido, pero, los años pesan en algunos...

Continúa...