Por ti sí pagaría

Luis castigado sin vacaciones, pero solo en casa, acaricia la idea de pagar a una prostituta, pero desconoce el precio...

1

De un salto bajé de la plataforma del autobús, mis zapatillas se adhirieron al alquitrán reblandecido por el intenso calor. Al levantar la vista, un brillo cegador me deslumbró obligándome a entornar los ojos. Agosto empezaba, mi castigo comenzaba. ¡Qué horror de verano!

Por las calles desiertas andaba cabreado por el castigo mi padre: "si has suspendido dos te quedas solo aquí para ir a la academia" y a más calor más cabreo.

Pero bien pensado era libre, sin control ni nadie en casa, podía hacer lo que quisiera, incluso eso que tanto lo deseaba. Pronto el sudor empezó a corretear por mi frente y un cerco húmedo se dibujó en el borde de mi camiseta, pero ya no me molestaba, avisé el McDonals y pensé en mi cocacola helada.

La vi acercarse pero yo entré primero. Una agradable bocanada de aire frío me dio la bienvenida. Retuve la puerta para verla pasar, oculta bajo unas grandes gafas de concha negra me miró y esbozó una breve sonrisa.

Sin quitarla la vista aspiré su fragancia a lilas y mi ánimo mejoró. Erguida, sobre unas sandalias sintéticas de punta metálica andaba con un trote juguetón. De su muñeca izquierda colgaba una pulsera de abalorios rojos y verdes que se enredaban con las asas blancas de una bolsa de papel negro de unos grandes almacenes. La bolsa se balanceaba al compás del movimiento de sus desnudas piernas y como si un director de filarmónica fuera, su culito algo respingón marcaba la partitura con sus alegres oscilaciones. Un breve pantaloncito crema se arrebujaba por esa rajita entre esas dos dulces mitades. Por desgracia tal visión se esfumó cuando giró a los servicios y yo a la barra donde divisé dos taburetes libres.

Soñando con una así, aparté mi bloc de apuntes al traerme la comida; desenvolví el papel rojo de mi hamburguesa, levanté el pan para rociarla de tomate y, ¡Joder!, otra vez me habían puesto la maldita cebolla.

Concentrado en la eliminación de los blancuzcos redondeles, a un femenino "por favor" contesté inmediatamente con un "perdón" estirando la mano para recoger el bloc. Sorprendido, de reojo trataba de escudriñar a mi vecina pero lo único visible fue una bolsa de papel negro comercial que se posaba sobre la barra a modo de barrera. Al ver la bolsa me sentí feliz.

Es el destino, me dije. Por fin desperdigada la odiosa cebolla me incliné para hincar el diente a mi sabroso festín con cuidado de no mancharme del tomate. Aproximé mi boca al exquisito mangar, pero de hay no pasó, el espejo de enfrente reflejaba a una mujer conocida: Irene, la del bikini rojo que bajaba a la piscina con sus otras dos amigas siempre hablando y cuchicheando.

Me la conocía de memoria: morena de unos treinta y pocos años, de cara resultona con unos negrazos ojos. Algo delgada para mi gusto. Al contemplarla confirmé que bajo su camiseta malva con tirantes, sus tetas sólo pasaban del aprobado, pero una así valía para mis propósitos.

Al dar un ligero suspiro que me pareció un lamento, alejé mi mirada del aliado espejo. Esperé un poco antes de recostarme hacia atrás. Confiado en el parapeto de la bolsa, admiraba sus bronceados muslos, cuando los separó y la tela cremosa se tensó marcando una ligera protuberancia. Mi respuesta a tal visión fue un repentino repunte en la entrepierna. Pero ella como si se sintiera acosada, rápidamente volvió a cruzarse las piernas.

Azaroso noté que mi tronquito se despertaba, lo apretujé con la mano para recolocarlo, levanté la vista y mi cara pasó del rosa al granate intenso manteniéndose en tal sofocante estado. El aliado espejo ahora era un espía, Irene me observaba fijamente. Su mirada adquirió una tonalidad de compasión antes de desviarla a su copa de helado y lamer indiferente la cucharilla con un trocito de helado.

Pillado infraganti, se me ocurrió una justificación que la aborrecí nada más pronunciarla.- Perdona, pero tu cara me sonaba de algo, y he preferido hacer un chequeo superficial para confirmar que eras tú.

No me contestó, continuó tranquilamente saboreando su helado, pero debió de recordar mis palabras y empezó a desternillarse. ¿Superficial? la oí decir y se le escapó una carcajada. Las manos empezaron a sudarme y no era por el calor reinante, se estaba riendo descaradamente de mí en mi propia cara.

  • Pues no veo el chiste por parte alguna –protesté indignado y mosqueado.

Sus ojos se iluminaron y su boca se ensanchó mordisqueándose el labio inferior con sus blancos dientes tratando de contener otro ataque de risa. Se me habían quitado las ganas de terminar mi hamburguesa.

Apuró su copa y se giró hacia mí, embelesado miré esos ojos tan profundos que rezumaban un tenue matiz de tristeza haciéndolos maravillosamente cálidos. Se debió compadecer de mi estado, porque con una tierna expresión me habló por primera vez.- Anda Luis, porque así te llamas, verdad; tomate la hamburguesa que se te estará enfriando.

La seguí con la vista mientras se alejaba y justo cuando abría la puerta de la calle miró hacia mí, sentí un vuelco en mi corazón, ¡por ti sí pagaría!

2

Me caí sobre el tresillo del salón y pase la mirada por la moqueta verde, calcetines sudados, chancletas desperdigadas, camisetas arrugadas, ¡qué desastre! y sólo llevaba cuatro días aquí encerrado con un único premio: una academia aburrida y la piscina de la urbanización… y ella.

Mientras me quitaba la ropa, me martilleaba sus palabras "Anda Luis tomate la hamburguesa que se te estará enfriando". ¿Qué significaba, qué la dejara de mirar o que era mayor para mí para tratar de ligar? Pero, ¿qué sentido tiene entonces esa mirada suya al salir?

Con mis lucubraciones me dirigí al lavadero y arrojé la ropa sucia en el cesto, de vuelta me miré desnudo en el espejo del pasillo. Veía mi pequeña cicatriz en la frente que tiempo atrás me acomplejó hasta que una amiga vino a socorrerme cuando dijo que me hacía más varonil. Sí, sé que era del montón: pelo castaño, algo alto y desgarbado aunque fibroso por los años en el club de natación que mis padres me llevaron el día que casi me ahogo.

Me volvía a tumbar sobre el tresillo y busqué en los anuncios de un periódico atrasado, ¡demasiado caras!. Empezaba a sudar del calor reinante, apoyé mis manos sobre la nuca, miraba la lámpara del techo. Recordé sus ojos, y sus labios cuando se movían mientras me hablaba; bajé la mirada y mi mano, arqueé las piernas y empecé a acariciármela.

Obsesivo, contemplaba como mi glande se hinchaba redondo y morado, y sobre la piel se marcaba una vena que recorría mi falo, pero mi mente estaban con ella con esos labios que ahora eran rojos pasión, esa sonrisa complaciente que se aproximaba a mí con pícara mirada. Con esa deliciosa visión me dejaba llevar, ceñía mi dedos con más decisión, el ritmo se aceleraba y me empezaba a agitar e inhalar cada vez más aire, mas fuerte. Se me enturbió algo la mirada y una sacudida de mi semen saltó seguido de otro y otro hasta que una placida calma se apoderó de mi.

Me despertó el calor sofocante, el pene se había pegado a mi vello por el semen seco. Me levanté de un salto, necesitaba acercarme a Irene, me puse el bañador y con los bártulos me baje a la piscina.

Empezaba a atardecer cuando llegué, La vi de píe con un bañador azulón de tejido elástico que se ceñía como si fuera una segunda piel. Me parecía una diosa recién salida del mar. Mientras hablaba con sus amigas se agitaba el pelo con la mano para airearlo. Sus amigas se despidieron y no lo dude puso la toalla cerca de ella que de refilón me observó

  • Hola –fue lo único que me atreví a decir.

  • Mucho has tardado en comerte la hamburguesa. –me dijo mientras seguía indiferente aireando su pelo. No esperaba que me hablara pero que podía contestarla que me había masturbado pensando en ella.

  • Eso tan bonito es lo que escondía la bolsa negra –le pregunte señalando con la cabeza su bañador sin preocuparme de su chistosa observación.

  • A ti qué te importa – objeto con sequedad, pero no me engañaba, le había gustado mi cumplido.

Animado, di unos pasos acercándome a ella, mi corazón parecía salirse de la caja torácica. Irene dejó de airearse el pelo, esperando mi reacción.- Sólo era un cumplido –sentencié, algo acelerado.

Con serena mirada me contempló, no me hablo, se fijo en mi cicatriz y suspiró como si su mente buceara en turbios recuerdos. Se movió mirando al fondo.

  • Hay viene mi marido –Mis facciones se endurecieron más de lo que quise, recogí las manos a mi espalda retorciéndome los dedos.- Tranquilo no has hecho nada -susurró, adelantándose a la llegada de su marido.

Acongojado vi la pileta salvadora que me socorría entre sus clorosas aguas. A protectora distancia, los veía hablar y ella a veces negaba con la cabeza.

No sé el tiempo que estuve nadando pero los brazos me empezaron a pesar, y ellos continuaban allí. Cuando el dolor punzante empezó supero a mi angustia me aproximé a ellos en busca de mi toalla.

  • Buen baño te has dado…, veo que estas hecho un cachalote – Con burlona expresión me hablo el marido.

  • Bueno –dije, esforzando una sonrisa sin mirar- , en invierno entreno y a esta hora no hay nadie, así no molesto –por qué coño tengo que dar una explicación, pensé maldiciéndome por dentro.

Partí hacia el ascensor y ellos me siguieron, cuando entramos pulse el botón del octavo piso, y él el duodécimo.

  • A que tengo una mujer hermosa –me preguntó, mientras la apretujaba hacia él con el brazo sobre su cintura.

Libido como el mármol, sin atreverme a pestañear contesté.– Si usted lo dice.

Cuando salí y se cerraba el ascensor oí el comentario: – A ese le gustas.- ¡No! -grito ella,- déjalo por favor.

3

Día a día de los monosílabos de cortesía, pasamos a intercambiar frases, incluso la distancia de las toallas se había reducido a escasos dos metros, por supuesto tuve que satisfacer la curiosidad de las mujeres y decirlas que estaba solo castigado por haber suspendido dos asignaturas de primero. Pero es mi primer año en la carrera remarqué para tratar de justificarme.

Cuando estaba sola, a veces se quitaba el sujetador y sus senos redondos se veían debajo de sus brazos cuando leía debajo del sol. En una de esas lecturas se volvió y me preguntó a sopetón:

  • Cómo te hiciste esa cicatriz.

  • Bah, con una botella en una pelea en un bareto –Incrédula, levantó las cejas.- Bueno, esta bien, me resbale y di con la frente en el suelo –Ahora se rió y yo también. Dios, como me ponía.

Había estado la noche anterior en un nightclub pero me parecían demasiado descaradas y golfonas, no encontraba lo que buscaba, soñaba con Irene, ahora parecía más simpática conmigo e incluso me parecía que le caía bien. No había noche que no me hiciera un pajón pensando en ella. Estaba desesperado por lo menos de intentarlo pero me daba un miedo atroz que se volviera a burlar de mí.

Pero el destino vino en mi ayuda la oí que decía a sus amigas que "estaba aburrida", y añadía después, "no sé pero a lo mejor esta tarde me voy al cine".

Esa tarde era un lobo hambriento al acecho de su presa. Aseado y perfumado con una chaqueta liviana azulona y unos vaqueros, escudriñaba la acera de enfrente donde los carteles del cine ya me los sabía de memoria.

Con las manos en los bolsillos, apoyado en un soportal me ocultaba del pegajoso sol. Empezaba a pensar, ¡qué hacia allí!, cuando la vi bajar la calle con una falda corta azulona a juego con sus sandalias de tacón metálico que ensalzaban sus piernas tostadas, una chaqueta de hilo granate que le caía hasta el culo y debajo llevaba una especie de top marfil sin hombreras. Un torbellino de deseos y necesidades me lleno de excitación, crucé y me acerque ella.

Irene se paró ante el cartel de Brand Pitt, aunque de reojo miraba a uno y otro lado.

  • Este tío es un mal actor –Susurre detrás de ella.

Se volvió y con sus azabaches ojos me miró, con sus tacones parecía más alta y su mirada cristalina y placentera parecía como si también le gustara la sorpresa.- Tú qué sabrás –me contestó sin el menor ánimo de reproche, para continuar.- Pero qué haces aquí, no debes estar estudiando

Miré al suelo.- Veo que desde la ultima vez has crecido –los dos nos reímos de la ocurrencia.- Bueno.., te invito a verle para demostrarte lo malo que es.

Durante dos segundos dudo, pero rechazó mi oferta.- No gracias Luis, eres muy generoso pero tengo cosas que hacer.

  • Venga ya, la rutina de siempre: ver la tele, preparar la cena y esperar a tu marido, – y para ser más convincente, agregué.- Además, compraré un cartón de palomitas por si nos aburrimos.

Se volvió a sonreír ahora algo más nerviosa, pero no espere su reacción me fui a la ventanilla y pague las entradas. – Luis no -pero ya era tarde, le enseñe las entradas en la mano y sólo faltaban cinco minutos para el inicio.

  • No querrás hacer esperar a ese actorcillo, verdad –burlonamente la animé mientras la empujaba hacia la puerta del vestíbulo del cine.

Por fin, su tensión se relajó y entró en el cine conmigo. Estaba insultante, me parecí un sueño tenerla a mi lado sin miradas indiscretas.

Con una bolsa acartonada de palomitas descomunal entramos en la sala, era pequeña y solo había dos parejas y tres o cuatro tíos desperdigados por la sala. "Aquí", me dijo señalando una fila en el medio de la platea, "soy algo daltónico" argumenté "prefiero verlo de lejos" y con suavidad la empuje con la mano hacia las últimas filas

Se sentó a mi izquierda apoyando su cuerpo lo más alejada de mí, cruzó las piernas pero no me atrevía a bajar la vista, con mi mano izquierda sostenía el cartón de palomitas, y ella las picaba indiferente a mi presencia, miraba la platea y yo a ella.

Las luces se apagaron y dos chicas vinieron en mi ayuda al ponerse delante de nosotros, Irene acerco su cara a mi lado, la dí el cartón de palomitas para que lo sujetara, me quita la chaqueta pero no se lo recogí en su lugar pase la mano por el respaldo de su asiente y me aproxime a ella cogiendo alguna palomita con mi mano derecha. Olía su fragancia lilas incluso sentía su respiración confiando que ella no oliera mi traspiración, Se acomodó su cabeza sobre el respaldo notando mi brazo, pero no dijo nada, seguía comiendo palomitas.

  • ¿Tienes novia? Luis

  • No, soy homo –Se revolvió incrédula, pero al verme la guasa soltó una breve pero dulce risotada.

"Vamos Luis", me decía en un intento de animarme, pero si ella no me ayudaba en algo mis recursos eran muy pobres. Las dos chicas de delante se dieron un beso en la boca, ambos nos miramos y apretándola por los hombros las imité.

Suavemente me rechazó alejándose de mis labios.- No Luis estoy casada - pero se recostó sobre mi brazo y sentí como cogió mi mano y la apretaba.

  • Tan pecado es darte un beso -le susurre pegando mis labios a su oreja y besándola con suavidad, se volvió para protestar pero volví a atrapar sus labios. Esta vez los succione y deslice mi lengua por sus dientes en busca de una apertura, que se resistía. La apreté junto a mí, y un calido aliento se le escapó por su boca cuando la abrió y mi lengua penetro en su cavidad.

Volvió a protestar pero su protesta era más débil, más incierta, más palabrería.

Excitado, me acerque a su cuello y la dí dos besos con mis labios húmedos de lujuria. Ella suspiro. Mordisqueando y lamiendo con suavidad el pabellón de su oreja le susurraba.– No sabes lo que he soñado en quererte – sentí su mano que se aferraba a mi cintura.

Esta vez las bocas se abrieron y las lenguas se encontraron y enroscadas se deslizaban una sobre la otra. En ese vaivén de sensaciones placenteras acaricié su seno, pero ella trataba de impedírmelo agarrando mi mano invasora.

Mi falo asfixiado por mi encorsetado vaquero, presionaba para salir, y le deje salir erguido, duro y necesitado, y como un cura guía a sus feligreses, así mi mano guió a la suya.

Lo atrapó y empezó a acariciarme y enloquecerme. Sus tizones ojos, brillantes y excitados me contemplaban disfrutando del placer que me daba. Alocado la atraje a mi, el cartón de palomitas, se cayo desperdigándose los granos, pero nos daba igual; baje su blusa y desprendí su sostén sin miramientos, mi boca atrapó un pequeño pezón que al contacto de mi lasciva lengua se endurecía. Irene gozosa metía sus dedos sobre mi cabello atrayéndome a ella y me besaba en la mejilla. Su boca suplicaba placer.

Se desprendió de mi falo quedándose huérfano de su goce y desabrochándome la camisa, me empujó sobre mi respaldo. Con viciosa mirada me contempló y agachando su cabeza me lamió un pezón y deslizo su experta lengua hasta mi ardiente polla. Tiró del pantalón liberándolo totalmente y abriendo su cavernosa boca se lo trago. Un suspiro hondo, profundo se me escapo al contacto de esos labios que se ceñían sobre mi nervudo falo. Retiré su cabello para verla pero mi vista se empezaba a enturbiarse.

Con movimientos pausados y profundos, sentía la campañilla de su garganta, la lengua como rozaba, la mano acariciando mis testículos endurecidos y cada vez tragaba más, cada vez se ceñía más, cada vez se moví más y, gimiendo de placer, mi lava calida y cremosa salto dentro de ella hasta inundar esa boca voraz.

Satisfecha me miró con unos hilillos que se deslizaban por la comisura de su boca, y fui a por ella, y la atrape con mis labios, y me dio mi propia mangar. Agradecido del placer recibido, mi mano se deslizó por su muslo que suavemente penetraba hasta acariciar su peluda caverna.

El borde elástico de su braga me impedía satisfacerla como sólo ella se merecía, los agarré con mis dedos que ahora era garfios y tire de ellos hasta que lo desgarré liberando a su conejito de esa mazmorra sedosa.

Ahora era yo la que la recostaba sobre su butaca y levantando su falda tire de ella hasta el borde de su asiento, arqueo sus piernas y ambos mirábamos como mis dedos con mimo se sumergían en esa lechosa cavidad rojiza y en círculos movimientos mimaban su erguido clítoris. Su cara se desfiguraba en suplicios, sus ojos se dilataban, su boca se secaba lamiéndose convulsivamente sus labios.

Me incline como poseso y atrape con mis dientes un pezón y lo succione con fuerza dio un alarido no se si placentero o de dolor, pero ambos necesitábamos más, mi falo había resucitado con más brío y me exigía ser satisfecho. La abarque por la cintura metí mi pierna por debajo de la suya y tiré de ella, que se levantó cayendo sobre mí.

Casi desnuda enviciada por mis placeres, con la falda levantada sobre su cintura y su blusa agurruñada me contempló entregada. Sí alguien miraba nos daba igual sólo existíamos ella y yo, ansiosa se puso a horcajadas agarro el respaldo de mi butaca con sus manos, "métemela hasta dentro", me suplicó o me ordenó, me dio lo mismo, agarré sus glúteos y apuntando mi mandril no tuve miramientos, como una perforadora entró, ella se arqueo abriendo su boca por donde se le escapó un tenue alarido.

Como si bailara la danza de los velos, su cintura se cimbreaba acompasada a cada envestida mía. Notaba que toda la fila se movía al unísono pero no nos importaba, hasta que dio un gemido lastimoso, largo y lloricoso que a duras penas ahogo contra mi cuello. Sentirla mía me enloquecía y por segunda vez mi semen a borbotones salía de mi.

Descamisado, ojeroso y sudoroso me recuperaba, ella revestida y acicalada, me cogió mi cara entre sus manos y con diabólica sonrisa me dijo: - ahora déjame, toro mío, mejor que vuelva sola a la urbanización.

Viendo las últimas escenas de la película saque de mi bolsillo sus braguitas rasgadas y aspire el suave hedor que desprendía. ¡Qué verano me esperaba!

y 4

A Manolo, el marido de Irene, le gustaba tomarse un vaso de leche después de cenar y junto por una cucharadita de azúcar, Irene, le acompañaba con un inofensivo valium 10, así que pronto los parpados le pesaban demasiado. Cada noche, con el móvil en la mano ansioso esperaba el mensaje "ya voy cariño" y corría a entreabrir la puerta en espera de mi amada vecina.

Llegaba sin ruidos, la veía entrar a través del reflejo de la luz de la escalera, desnuda con una sola batita de estar por casa o con un vestido que dibujaba sus contornos ansiosos del deseo. Era un ninfómano de su sexo.

La sentía mía, aprisiona sus labios contra los míos, se los mordisqueaba y los lamía con un impulso locuaz. Se divertía dificultando mi ansiedad por desnudarla. Casi desesperado de poseerla, levantaba su vestido, pero en un lujurioso y excitante juego me empujaba y escapaba de mis fauces correteando por la casa hasta saltar sobre la cama de mis padres, ya desnuda, ya jadeante, con sus ojos brillantes y ansiosos me esperaba mojadita; y yo, me sentía el más afortunado cavernícola que volvía a su cueva para usarla a su antojo.

Sudoroso y agotado de mi pasión desenfrenada, permanecía extasiado boca abajo, cuando Irene encima de mi, surcando mi espalda con sus uñas y acariciando mi piel con sus húmedos besos, me dijo:

-Mi marido se ha enterado de lo nuestro –fue una frase lapidaria que sentí a bocajarro. Se me cortó el aliento quise incorporarse pero no me dejo.– Pero es muy liberal aunque raro –Soltó una cáustica carcajada antes de apretujarse contra mi espalda.- Cree que es un capricho de verano… y quiere participar - Me revolví de sopetón y la mire, no entendía.- Quiere que hagamos un trío: tú, yo y él. Y, cariño no hay opción o accedemos, o tengo que renunciar a ti y por favor no me digas que no porque te deseo tanto que los días se me hacen interminables sin estar en tus brazos.

No comprendía o no quería entender, pero mis objeciones eran diluidas por la contumaz de sus argumentos: Que no soportaría perderme, que al fin a la postre era su marido, que si en lugar de ser ella fuera yo con dos mujeres, no pondría tanto impedimento. Finalmente asentí.

La siguiente noche cené en su casa, todo fue atenciones por parte de Manolo para desinhibirme de mi cohibido estado, tras la cena entre chiste y anécdota recargábamos el vaso con un buen Chivas. Fue precisamente cuando contaba una historia que tuvo con una viuda cuando Irene, se sentó sobre mí, Más rígido que el acero, notaba como Irene me desabrocha la camisa y me besaba en el cuello, De refilón comprobaba como Manolo complaciente se sacaba su ennegrecida y peluda polla y se la empezaba a acariciar. Se levantó y detrás de ella, la arrancó su vestido dejándola con sus tetas al aire "apretuja sus senos es una viciosa y la vamos a castigar".

Atontado y excitado veía como Manola la sodomizaba, mientras Irene se tragaba mi pene que sin descanso lamia, tragaba y agitaba en un frenesí.

Con un gemido, mezcla de placer y dolor se levantó, me tumbó sobre el suelo dándose la vuelta y encima de mí me enseñaba su peludo conejito con húmedas motitas brillantes. Metí mi insaciable lengua por entre esos labios al tiempo que sentía los suyos sobre mi erguido falo, pero esta vez sentía su mano más prieta que otras veces y su garganta más profunda, notaba ese lengüetazos largos dentro de su boca y una sacudida delirante y placentera descargo mi cálida leche.

Pero la noche era larga y sus besos y caricias reconstituyentes volvieron alzar mi rojizo pene.

Manolo empezó a cachearla y ella gemía, risueño la oí decir, "ahora te toca a ti" y levantándose, tumbo a su marido a cuatro patas. Solté una carcajada por la delirante escena, "ahora veras" y cogiéndome la polla me la posición en el ano de él. No daba crédito, "métesela", entusiasmada gritaba, "hazle sufrir, cariño mío" mientras se apretujaba y metía un pezón en mi boca para que los lamiera, chupara y mordisqueaba. Apuntó mi glande dentro de su culo, y me empujó o yo me deje, pero sin pensarlo, por el place de complacerla. Se la metí un poco, luego más, hasta que toda ella se lo metí hasta corredme dentro de él.

El alcohol, el cansancio me empezaba hacer estragos los veía algo borrosos, me sentía feliz, la basaba a ella con la boca, nuestras lenguas luchaban y se retorcía, Manolo se unió y Irene alteraba con uno y con otro cada vez más cerca hasta que sentí los labios de Manolo, pero ya me daba igual.

Irene, sentada en el suelo con los codos apoyados, me abría y cerraba las piernas enseñándome su insaciable vagina. "Lo quieres, ven a por él" me decía con jolgoria algarabía. Con deseo desbocado fui a por ella, pero escurridiza retrocedía arrastrándose por el suelo. A cuatro patas la seguía hasta que agarré sus muslos y me tumbe sobre ella que me sujetó y me abrazó con piernas y brazos. No se como ocurrió, oí un agudo "no" de Irene, pero sentí un puntazo en mi ojete, seguido de otro más doloroso que abría mis carnes, quise zafarme pero cogido por delante y por detrás era penetrado una y otra vez por Manolo con salvajadas envestidas mientras daba alaridos placenteros.

No recuerdo nada más, me desperté en la cama al día siguiente, dolorido, con grumos blancuzcos alrededor de mi boca y con un punzante dolor anal, tenía moratones e incluso algunas gotas de sangre en mis pantorrilas. No recuerdo el tiempo que estuve debajo de la ducha tratando de recordar.

Cogí el móvil y llame a Irene, tardó en cogerlo, pero al final contesto. Como un hachazo sobre mi cabeza sentí cuando me dijo que mejor que lo dejáramos, era lo más conveniente para todos.

  • pero no me querías? – con azarosa voz le pregunté.

  • Cariño –la oía con un timbre seco-, todavía no te has dado cuenta, era él quien te deseaba desde que te vio en la piscina, a mí…, a mi… solamente me gustan los hombres.

Pasaron unos segundos pero no podía contestar fue ella la que terminó la llamada, casi sollozando y gritándome:

  • Luis, por favor, si no lo entiendes algún día lo comprenderás.

El tono agudo de fin de la llamada repiqueteaba una y otra vez, pero era imposible de cortarlo, en mi mente resonaban con machacona insistencia sus últimas palabras.

Todos sufrimos, lo que nunca supe si más ella o yo.

FIN