Por sorprender a mi marido, me violaron
Por querer cumplir las fantasías sexuales de mi marido fui violada por desconocidos. Mi marido tiene un sinfín de fantasías sexuales, de las cuales hemos realizado varias, pero esa vez quise darle un regalo especial y terminé satisfaciendo a otros a la fuerza.
Hola, esto que voy a relatar me sucedió hace apenas seis meses y es la primera vez que lo cuento.
Tengo 28 años, soy una mujer casada desde hace dos años, sin hijos. Mido 1.67 mts, soy de piel clara y cabello largo y abundante, de color castaño claro, tengo ojos color miel y me gusta mucho hacer ejercicio, paso de dos a tres horas en el gym todos los días; por ello mi cuerpo está muy bien formado, mis tetas son grandes, redondas y firmes, nalgas duras y redondas también; mis piernas son torneadas y mi cintura estrecha; no soy musculosa, pero tengo un cuerpo muy firme.
A mi marido lo conocí precisamente en el gym, nos gustamos, empezamos a salir y dos años después nos casamos. Él y yo nos amamos y somos muy compatibles en casi todo; desde novios nos platicamos y hemos cumplido diversas fantasías sexuales que teníamos ambos, como hacerlo en el baño de un avión, en un parque a plena luz del día, en un balcón de un hotel que da a una de las avenidas más importantes de la ciudad en hora pico y algunas otras; pero aún nos faltan muchas por realizar; una de ellas que tiene mi marido y que a mí no me llamaba mucho la atención era que él quería hacerlo conmigo atada o esposada a la cama sin poder moverme. Esa sensación de ser sometida no me agrada mucho y por ello no se la había querido cumplir. Pero en una ocasión me desperté de madrugada y mi esposo no estaba en la cama, me levanté y salí descalza y en silencio de la recámara a ver dónde estaba; de su estudio salía una luz que al acerarme vi que era de la computadora; me asomé y él no me vio pues estaba de espaldas; lo vi sentado en su silla, con el pantalón puesto, pero con su pene en la mano masturbándose mientras veía en su computadora un video porno en el cual había una mujer esposada a la cama y el hombre le pegaba con una especie de fuete y la cogía. Se notaba que a mi marido le gustaba mucho ese tipo de escenas.
Regresé en silencio a mi recámara pensando en lo que había visto y me acosté; pocos minutos después llegó el a acostarse y me hice la dormida para que no se diera cuenta de que lo había descubierto.
Mi marido constantemente sale de viaje por cuestiones de trabajo y tarda dos, tres o cuatro días en regresar. Cuando él llega normalmente le hago una cena especial con velas, música erótica, masaje e invariablemente terminamos teniendo sexo salvaje en cualquier parte de la casa.
En uno de tantos viajes, mi esposo me dijo que regresaría el miércoles; así que decidí preparar algo diferente para ese día, me sentía excitada y con ganas de complacer a mi marido en su fantasía; por ello busqué en el historial de su computadora las páginas que visitaba y encontré varias de Bondage y pude ver varios videos que él tenía marcados como “favoritos”; ya con esa información fui a una sex shop a comprar lo necesario para hacerlo.
Con la asesoría de la chica que atiende en la sex shop compré unas esposas, unas correas, una especie de fuete parecido al de la película que mi marido veía, un látigo normal y otro que tenía varias puntas, un antifaz, unas bolas llamadas “chinas” que van unidas por un cordón y que se meten en el ano, unas pequeñas pinzas que van unidas por una cadena, que se utilizan colocándolas en los pezones y una especie de mordaza, que es como una correa tiene una bola roja que se coloca en la boca y se abrocha por atrás de la cabeza.
Mi esposo estaba en una ciudad que está aproximadamente a hora y media en avión de la ciudad en la que nosotros vivimos; así que calculé que si el vuelo de mi marido salía a las 5:30 p.m. como él me había dicho, llegaba al aeropuerto a las 7:00 p.m., más media hora que tardaba en llegar del aeropuerto a la casa, calculé que llegaría como a las 7:30 p.m.; así que a las 6:30 p.m. hice la cena, para dejarla lista, luego, a las 7:20 p.m. me fui a nuestra recámara para preparar la gran sorpresa: bajé la luz para que quedar en un tono muy tenue; después, en las orillas de nuestra cama coloqué los dos látigos y el fuete. Unas correas, un lubricante, las bolas chinas y la llave de las esposas las dejé sobre el buró de mi marido, como muestra de que estaba dispuesta a que él me hiciera lo que quisiera; después me desnudé totalmente, amarré unas cuerdas a los barrotes de la parte de debajo de la cama; me senté en la misma y me até los tobillos con esas cuerdas, de tal manera que mis piernas quedaron abiertas y no las podía cerrar, en seguida me coloqué la mordaza con la bola roja en mi boca y la abroché desde atrás; luego me acosté, levanté los brazos y me coloqué en una muñeca una de las esposas; pasé la cadena de las mismas por atrás del barrote de en medio de la cabecera y me coloqué la otra esposa en la otra muñeca, de tal manera que yo no podía soltarme sola, quedé inmovilizada y a merced de quien llegara. Mi idea era que él viera que estaba sometida y dispuesta a todo por amor y aunque sentía un poco de temor, estaba segura de que él no me lastimaría y que esto se iba a convertir en una nueva experiencia sexual excitante.
Apenas un par de minutos después de que me até, sonó el teléfono de la casa, el cual lógicamente no pude contestar; entró la contestadora, pero solo se oyó que colgaron; no me importó. Segundos después sonó mi celular, el cual por supuesto tampoco pude contestar, pero identifiqué que era el tono especial que tengo para cuando llama mi esposo; supuse que me avisaría que estaba por llegar como había hecho en ocasiones anteriores y esperé emocionada; pero unos segundos después volvió a sonar el teléfono de la casa y como no pude contestar, otra vez entró la contestadora, entonces se escuchó la voz de mi esposo que decía: “Amor, estoy varado en el aeropuerto, entró un huracán y todos los vuelos están retrasados, no te pude llamara antes porque había la esperanza de irme en alguno de los vuelos siguientes, pero hasta ahorita no se puede, el aeropuerto está cerrado; voy a seguir esperando para ver a qué hora me puedo ir; te llamé a tu celular, pero no atendiste, te dejé este mismo mensaje, espero que escuches alguno de los dos; llámame cuando lo oigas, te amo, adiós”. Y de inmediato se escuchó el clic de que terminaba la llamada. Desesperada yo gritaba mientras el dejaba el mensaje: “¡MMMMGGGGHHH, MMMMMGGGGHHH!”, pero lógicamente no me iba a oír. Pensé: “¡maldita sea! ojalá pueda volar pronto, porque esta posición no es muy cómoda” y me arrepentí de no haber confirmado antes que ya venía y no enterarme de las noticias del clima. Era la primera vez que eso ocurría. Volteé a ver el reloj despertador y me di cuenta de que estaba volteado hacia otro lado, por lo que ni siquiera sabía que hora era. Me enojé conmigo misma por mi descuido
Lamentando mi suerte, me puse a hacer cálculos; pensé que si ya eran las 7:30 p.m. aproximadamente y él aun tardaría en abordar algún vuelo, tal vez sería como a las 8:00 p.m.; más hora y media que tardaba en llegar a nuestra ciudad, más media hora del aeropuerto a nuestra casa, iría llegando como a las 10:00 p.m… ¡Más de dos horas con mi hermoso cuerpo ahí amarrada sola! ¡Y eso si abordaba a las ocho de la noche, pero si abordaba más tarde, ¿cuánto tiempo estaría yo ahí sola, esposada, amordazada y atada de las piernas?! Me entró una desesperación terrible y empecé a mover las piernas y los brazos tratando de soltarme; pero había hecho las cosas tan bien, que era imposible; la llave de las esposas estaba fuera de mi alcance y las ajusté muy bien, por lo que mi mano no salía por más que la cerraba. Lo primero que dejé de mover fueron las piernas, porque me di cuenta de que mientras más me movía, la cuerda se iba apretando cada vez más; me dediqué a tratar de quitarme las esposas; las jalé, torcí mis manos, intenté sentarme o empujarme contra la cabecera, pero las ataduras de mis tobillos me impedían subir más.
Después no sé cuánto tiempo de muchos intentos fracasados, me agoté y me di cuenta de que no podría soltarme sin ayuda; así que me resigné a aburrirme ahí y esperar que mi esposo llegara lo más pronto posible; poco a poco me quedé dormida.
Unos ruidos provenientes de afuera de la recámara me despertaron; vi que ya era de noche y quise moverme pero al intentarlo recordé la posición en la que estaba; me quedé quieta y en silencio, pero ya no se oía nada; agudicé mi oído y noté ruido como de pisadas; supuse que era mi marido y me alegré y emocioné al saber que pronto estaríamos haciendo el amor y después me liberaría, pues ya empezaba a sentir entumecimiento en los brazos y las piernas. No hice ruido, tratando de no arruinar la sorpresa y esperando que él entrara a la recámara para que me viera lista a todo.
Pero pasaba el tiempo y él no aparecía en la puerta; pensé hacer ruido, pero aguanté, pensé: “solo un poco más, tiene que venir a la recámara cuando menos a dormir en algún momento”; unos segundos después la puerta de la recámara se abrió… pero… ¡NO ERA MI MARIDO!
Grande fue mi asombro al ver que a mi recámara entraba un sujeto vestido totalmente de negro y con la cabeza y la cara cubiertas por un pasamontañas. Abrí los ojos muy grandes e intenté gritar, pero de mi boca salían sonidos inteligibles: “¡GGGGGAAAAHHHHAAGGGGG!”
Fue notorio que él también se sorprendió al verme; caí en la cuenta que era un ladrón que se había metido a robar a la casa suponiendo que no había nadie y al verme acostada se asombró.
Fueron un par de segundos que el tipo tardó en reaccionar, se dio cuenta de mi situación y de que no podía moverme; se salió de la recámara mientras yo reanudaba mis intentos por soltarme de mi propia trampa sin conseguirlo.
Un minuto después el tipo regresó, pero no venía solo, lo acompañaban otros tres tipos vestidos igual que el primero, incluso no pude distinguir cuál de ellos era el que había entrado antes; sin decir palabra tres de ellos se distribuyeron por la recámara y otro se metió al baño como buscando algo o a alguien. Su revisión terminó pronto y entonces uno de ellos habló: “No hay nadie más”; “¿seguros?” preguntó otro y los demás movieron la cabeza afirmativamente.
Entonces subieron la intensidad de la luz y rodearon mi cama, parados dos de cada lado sin dejar de verme morbosamente y con sonrisas burlonas; empecé a temblar de miedo y me irrité por haberme puesto yo sola en esa situación. Me moría de la vergüenza de verme totalmente expuesta ante esos desconocidos, mi cuerpo bien formado estaba a la vista de ellos y no podía cubrirme de ninguna manera. Empezaron a desvestirse mientras yo me retorcía en la cama tratando de soltarme; mientras lo hacían uno de ellos que estaba de mi lado derecho, cerca de mi cara tomó el fuete y blandiéndolo habló: “A ver muñeca, no entendemos que pasa aquí; así que vas a tener que explicarnos, dime: ¿Hay alguien más en la casa? No me mientas porque te puede doler”. Pensé en mentir, pero ellos ya habían revisado todo y se veía muy amenazante el fuete en las manos del sujeto, así que decidí decir la verdad y moví la cabeza hacia los lados negativamente.
“Muy bien preciosa”, continuó el individuo, “pero no te habrás amarrado y esposado tu sola, ¿o sí?”; tragando saliva y con lágrimas en los ojos moví la cabeza afirmativamente.
“¡Ah mira nada más!, ¿Y por qué hiciste eso, esperas a alguien para que te descubra y te coja así?”, de nuevo tuve que mover la cabeza afirmativamente. Mientras, los otros tres tipos, ya totalmente desnudos, sólo con los pasamontañas cubriéndoles las caras habían agarrado los látigos, las correas y las bolas chinas; uno de ellos me tomaba fotos con un celular y me veían sonriendo burlonamente; sentí pánico y de nuevo empecé a retorcerme intentando soltarme. El tipo que me hablaba me puso una mano en medio de los senos y empujándome contra la cama impidiéndome levantarme me dijo: “¡Hey, hey, quieta mamacita, quieta si no quieres que empecemos a enojarnos contigo!”. Ya los cuatro tenían los penes parados y empezaban a masturbarse admirando mi cuerpo.
Él prosiguió: “Entonces me imagino que pronto va a llegar ese alguien para cogerte así como estás, ¿no?”. Entonces vi que en ese momento tenía la oportunidad de escapar ilesa de la situación en la que estaba y decidí mentir, al cabo que ellos no sabían lo del vuelo de mi marido y moví la cabeza con fuerza afirmativamente para que ellos creyeran que alguien llegaría y se fueran dejándome sola.
Por un momento mi mentira surtió efecto, pues ellos se quedaron viendo entre sí como pensando en que harían; luego soltaron las cosas y uno de ellos, el que me había hablado les hizo una seña moviendo la cabeza como indicándoles que salieran; dentro de mí sonreí, pues creí que se irían; pero él señaló a los dos más fuertes y les dijo: “Ustedes vigilen la puerta y si entra alguien se lo madrean y lo traen”; ellos movieron la cabeza afirmativamente, se vistieron y se encaminaron a la salida de la recámara. Los hombres no terminaban de salir cuando sonó el teléfono de la casa; no sé por qué los cuatro se quedaron inmóviles; entonces, para mi mala suerte entró la contestadora y se escuchó la voz de mi marido: “amor, me vine a un hotel porque no hay vuelos por el huracán; no podré regresar hasta mañana o tal vez hasta pasado mañana, no lo sé; no sé donde estés, pero por favor cuídate y enciérrate bien en la casa; no olvides conectar la alarma. Llámame cuando escuches este mensaje por favor; te llamaré a tu celular a ver si me contestas”. Y enseguida se escuchó como colgaba el teléfono. Lamenté no haber puesto la alarma, pero no lo hice porque se suponía que el que iba a llegar era mi marido, no estos vándalos. Enseguida se escuchó el timbre de mi celular varias veces, supe que era mi esposo.
Lamenté mi mala suerte y más al ver que los sujetos me veían burlonamente y los dos que estaban por salir de la recámara regresaban desvistiéndose de nuevo: de nuevo traté de soltarme y les supliqué que se fueran, pero de nuevo nada logré y solo se escuchaba algo así: “¡Aaaaagggghhhaaaaggghhhaaaa!”. El que me había hablado dijo: “cállate putita, no te vamos a soltar y bueno, ya que tu ‘amor’ no podrá llegar, nosotros te vamos a dar lo que esperabas”, en lo que decía eso se encaramó en la cama, colocándose entre mis piernas abiertas, puso una almohada debajo de mis nalgas, obligándome a levantar la cadera; luego con una mano me tomó de la cadera y con la otra se agarró el pene erecto y lo colocó en la entrada de mi vagina; yo me movía desesperada tratando de evitar la eminente violación, pero nada pude hacer; sentí como el miembro del sujeto empezaba a penetrar en mi pobre vagina seca y grité, pero la misma mordaza que yo me puse me impedía hacerlo muy fuerte, así que mientras el duro miembro del infeliz entraba con fuerza salvaje hasta el fondo de mi panochita seca, provocándome un intenso dolor, yo solo podía decir: “¡AAAAAGGGGHHHH GGGGOOOOOGGGG!”
Él estaba hincado en medio de mis piernas y comenzó a moverse, metiendo y sacando su miembro con fuerza, provocándome mucho dolor, mientras me decía: “anda puta, muévete que bien que te gusta coger y ser maltratada, no te quejes ni llores que era lo que esperabas”. ¿Cómo decirle que era la primera vez que yo experimentaba eso y que si quería hacerlo era por complacer a mi marido, no a una bola de estúpidos como ellos? Lógicamente a ellos eso no les importaba, encontraron una fabulosa oportunidad y no la desaprovecharon.
Mientras este tipo me violaba, otro de ellos tomó el fuete y sin ningún aviso previo descargó un fuerte golpe en una de mis tetas; el dolor fue tan agudo que grité como nunca: “¡AAAAAAAAAGGGGGGHHHH!” y de inmediato brotaron lágrimas de mis ojos.
“¡No llores puta, que sabemos que esto te gusta y apenas empezamos, tenemos toda la noche para disfrutarte y hacerte gozar!” dijo alguien mientras otro golpe caía con fuerza en mi otro seno. En ese momento supe que me esperaba una larga noche de sufrimiento y dolor.
Afortunadamente el que me violaba en ese momento, que parecía ser el líder les dijo: “esperen, no me la maltraten, primero vamos a cogérnosla bien y luego ya vemos que más hacemos, ¿va?, no quiero que me toque un madrazo de esos en la verga”. Eso calmó un poco las ganas de los otros de seguir golpeándome, porque ya estaban listos para ello; pero solo era cuestión de tiempo.
Los otros se alejaron dejándome con el tipo y él siguió metiéndome con fuerza su largo pene erecto; noté que sus secuaces empezaban a hurgar entre los cajones de mi recámara, buscando cosas de valor para robar, es decir, no se conformarían con violarme, sino que llevarían a cabo su primer objetivo que era robar la casa.
El que me violaba se empinó para quedar con todo su cuerpo encima de mí, aplastándome; colocó sus manos debajo de mis nalgas, apretándomelas con fuerza y me dijo al oído: “Que rica estás mamacita, gracias por esperarnos así; te vamos a dar todo el placer y el dolor que pides”. Traté de responderle, pero no se me entendía: “¡gooooohhhhgggg!”. “¡Ya cállate, parece que te quejaras y solo quiero escuchar tus gritos de placer porque esto te gusta perra, no lo niegues!”. Entendí que era inútil seguirme quejando, pero no podía aguantar las embestidas del sujeto y aunque trataba de no hacer ruido, los quejidos salían involuntariamente de mi boca, algo que él interpretó mal, pues me dijo: “Ya veo cómo te está gustando putita, hasta gimes. Sigue así, pero muévete más zorra”.
Sin dejar el mete-saca se enderezó un poco, poniendo sus brazos a los lados de mi cuerpo y colocando su cara cubierta frente a la mía; pude ver sus ojos verdes profundos, no parecían los ojos de un ladrón violador; incluso me parecieron conocidos.
Como si hubiera adivinado lo que yo pensaba, él desvió la mirada, para luego bajar la cabeza hasta mis tetas y comenzar a lamerlas; las chupaba y las mordisqueaba mientras seguía entrando y saliendo de mí, haciéndome daño.
Fueron minutos de sufrimiento total, en el cual no pude defenderme de ninguna manera debido a la forma en que yo misma me había sometido; todo ese tiempo me lamenté y me reproché ser tan estúpida.
Después de mucho tiempo, que me parecieron horas, el tipo terminó viniéndose dentro de mí, soltándome todo su semen dentro de mi pobre vagina violada.
Él se salió y se alejó; entonces dos de ellos se acercaron a la cama; uno era el más alto de todos y estaba muy musculoso; el otro era de estatura mediana y un poco pasado de peso; me revolví tratando de soltarme, moví la cabeza negativamente, me quejé y supliqué con la vista; pero ellos me miraron burlonamente y mientras se subía a la cama y se colocaba entre mi piernas abiertas, el musculoso me dijo: “Quieta puta, ya te vamos a coger, no te desesperes” y se rió de mí. El otro se hincó junto a mi cara y mientras el primero me penetraba de un solo empujón, provocándome un intenso dolor, este otro me hizo voltear la cabeza y sosteniéndomela con una mano, con la otra me desabrochó la correa con la que se sostenía la mordaza con la bola roja, que ya me causaba dolor al tener tanto tiempo la boca en la misma posición; pensé que por fin podría hablar y gritar; pero en cuanto el sujeto me la quitó, me volteó la cara hacia él y cuando abrí la boca para gritar, él aprovechó para meter su gordo pene hasta el fondo de mi garganta, casi ahogándome. Una vez que lo tuvo hasta adentro me tomó del cabello y me dijo: “mámalo” y comenzó a meterlo y sacarlo de mi boca, moviendo la mano con la que me sostenía el cabello para obligarme a mamárselo.
Ambos metían y sacaban sus penes con furia, haciéndome sentir mucho dolor y humillación; además de que se burlaban de mí e insistían en que me gustaba lo que me hacían.
El que me obligaba a mamarlo me soltó el cabello, dejando mi cabeza en posición normal, entonces se colocó horizontalmente, sosteniéndose con brazos y piernas y clavando verticalmente su pene en mi boca, comenzó a moverse en esa posición y a decir: “¡Aaaahhhh siiii, trágatelo todo puta, trágatelo, aaaaahhhh ssssssiiiii!”, en cambio de mi boca solo salía el sonido gutural de mamar el pene del tipo: “¡glob, glob, Glob, glob!”.
Ya me dolían las muñecas y los tobillos porque se generaba mucho movimiento de ellos al violarme y eso hacía que mis manos y pies rozaran con las esposas y las cuerdas respectivamente.
No supe cuánto tiempo pasó, pero se me hizo mucho, hasta que el que me obligaba a mamárselo se vino dentro de mi boca y jalándome del cabello me ordenó: “¡Trágalo puta, trágalo, trágalo todo, aaaaahhhhh, aaaaaahhhhhh!”. No pude hacer otra cosa, no había forma de que yo sacara el pene de mi boca y por ello tuve que tragarme su asqueroso semen; salía tanto que sentí que me ahogaba, sobre todo porque él no se salía y con su abdomen me tapaba la nariz. Ya estaba a punto de ahogarme cuando él sacó su miembro aún chorreante de mi boca, llenándome la cara también y por fin pude tomar bocanadas de aire, aunque tuve que toser y casi vomito porque tenía mucho semen en la boca; afortunadamente no sucedió.
Fue entonces que pude pronunciar unas palabras: “¡No, ya por favor, ya no, déjenme; llévense lo que quieran, pero ya déjenme, no me hagan más daño!”. Esto hizo que el tipo musculoso que me cogía se encimara en mí y sin dejar de violarme, me tapó la boca con una mano y me dijo al oído: “¡Cállate puta, te estamos dando lo que te gusta y aun así te quejas; sigue cogiendo y cierra el hocico!” No pude suplicar más, su gran mano me impidió seguirlo haciendo.
Él siguió violándome mientras escuchaba como los otros se dedicaban a sacar todo lo que encontraban de valor. Fue un buen rato el que me tuvo así, hasta que también se vino sin sacar su miembro de mi panocha, llenándome de semen por dentro.
Se quedó unos segundos encima de mí, aplastándome con su enorme cuerpo y sin quitar su manaza de mi boca, me dijo: “aunque no te moviste, estuviste deliciosa, a ver si al rato nos echamos otro”. No dije nada, pero pensé: “ojalá que no”.
Él se sentó sobre mi vientre, tomó la mordaza con la bola roja e intentó colocármela de nuevo; yo movía la cabeza tratando de evitarlo, hasta que me dio una cachetada y me dijo enojado: “¡Estate quieta perra, esto es lo que quieres, ¿no? y quieras o no quieras me vale madre, te lo voy a poner, así que o te aquietas o te aquieto a madrazos!” Con semejante advertencia tuve que quedarme queta para dejar que me colocara la mordaza y entendí que al estar tan indefensa no podía más que obedecer y esperar que se compadecieran de mí y no me maltrataran mucho o, en su caso, que ocurriera un milagro para que alguien me rescatara de estos infelices.
Pero mientras tanto, tenía que seguir aguantando sus humillaciones, pude ver que ya se habían llevado la pantalla de mi recámara, el Blue Ray, mi joyero y otras cosas. En eso, vino el cuarto; al igual que los otros, estaba totalmente desnudo y solo el pasamontañas le cubría la cabeza; se detuvo junto a la cama, viendo todos los instrumentos que yo había dejado ahí y tomó las pinzas que van unidas por la cadena, me las mostró y me preguntó: “¿Sabes cómo se usan estas?”; yo moví la cabeza negativamente, entonces él las abrió y me colocó una en cada pezón, lo cual me provocó intenso dolor, cerré los ojos y me quejé; luego, sonriendo maliciosamente me dijo: “¿A poco te dolió eso?, si eso no es nada, espera y verás”; entonces tomó la cadena que unía a las pinzas con una mano y le dio un fuerte tirón, arrancándolas de mis pezones, lo que me causó un dolor tan fuerte que me retorcí, grité y lloré mientras él se reía; todavía me dijo: “¡vaya contigo!, ¿pues qué esperabas de esto?” mientras hablaba se subió a la cama y se colocó como hicieron antes sus compañeros, hincado entre mis piernas, aún sin penetrarme, colocó de nuevo las pinzas en mis pezones; yo moví la cabeza negativamente y con los ojos le suplicaba que no lo hiciera, pero él solo sonreía; luego me penetró con fuerza salvaje, metiendo sus largo pene hasta el fondo de mi vagina adolorida; me hizo arquear la espalda por el dolor y empezó su mete-saca con fuerza desmedida.
Llevaba unos segundos de haber empezado a violarme cuando tomó de nuevo la cadenita, me miró a los ojos y sonrió; abriendo mucho los ojos le supliqué que no lo hiciera, de mi boca solo salían otra vez sonidos inteligibles: “¡NNNNAAAAAAGGGGHHH!”; pero eso parecía que le gustaba más, supongo que era porque sabía que tenía el control de la situación; me tenía sometida; así que después de unos segundos y sin dejar de meterme y sacarme su pene, tiró de nuevo de la cadenita, haciéndome sentir como si me arrancaran los pezones. Él siguió sonriendo y cogiéndome, colocó las pinzas a un lado, lo que me hizo pensar que se había apiadado de mí.
Los otros tres al parecer ya habían terminado de sacar las cosas de valor de mi recámara, pues se acercaron a la cama, aún desnudos, a ver lo que su compañero me hacía. Uno de ellos tomó las pinzas y lo vi con miedo. Su amigo le dijo: “pónselas, ya le enseñé y le gustó”; yo movía la cabeza desesperada diciendo que no, pero el otro tipo me las colocó de la misma forma que su compañero.
“¡AAAAAAAAGGGGGGGGGHHHHH!” fue mi grito de dolor cuando otra vez jalaron de la cadena con fuerza, arrancando las pinzas de mis pezones y haciéndome sentir que me desgarraban los pechos. Ellos reían cínicamente.
No conformes con eso, uno de ellos tomó el látigo de varias puntas y empezó a pegarme con él en el abdomen y las tetas y otro tomó el fuete y comenzó a pegarme en las plantas de los pies, causándome un dolor inaudito; yo me retorcía, lloraba y suplicaba, pero ellos no me hacían ningún caso; se reían y me decían: “disfruta puta, que esto te encanta, no te hagas la santa”.
Continuaron así por un buen rato, mientras uno me cogía, los otros seguían golpeándome con las cosas que yo había comprado; lamenté haber comprado todo eso.
Unos minutos después, el que me violaba sacó su pene de mí y soltó varios chorros de semen sobre mi vello púbico y sobre mi vientre; un poco llegó hasta mis tetas.
Ingenuamente creí que al terminar él, terminaría también mi humillación y sufrimiento; pensé que tomarían los objetos robados y por fin se irían; pero no fue así, por el contrario, él se bajó de la cama y tomó el látigo de una sola punta y comenzó a azotarme con él. En la posición en que estaba, solo me movía para un lado y para otro para tratar de evitar los golpes, sin lograrlo, ya que me caían de todos lados.
Lo peor fue cuando empezaron a azotar también mi vagina y el clítoris; el dolor era insoportable, tanto que creí que me iba a desmayar; desafortunadamente para mí no fue así, tuve que seguir soportando su crueldad hasta que dejaron de pegarme y azotarme; dejándome muy lastimada y adolorida. Sentía que me ardía todo el cuerpo.
Descansé, creyendo que esta vez sí habían terminado y que se irían dejándome en paz; pero ellos tenían otra idea.
Aún desnudos, sudorosos y jadeantes, los vi reunirse y comentar algo que no alcancé a escuchar; de repente me señalaban o volteaban a verme. Me asusté cuando de nuevo se acercaron a mí. Uno de ellos traía el antifaz que yo había comprado, era una prenda que te tapaba totalmente los ojos, impidiéndote ver y aunque luché por evitarlo, me lo pusieron; me imagino que entonces se quitaron sus pasamontañas.
Sentí que aflojaban las amarras de mis tobillos y abrían una de las esposas; quería preguntarles que pensaban hacer, pero seguía sin poder hablar; pronto lo comprendí.
Fácilmente me voltearon boca abajo y me volvieron a atar los tobillos con las piernas abiertas; de igual forma me volvieron a colocar las esposas, pero de tal manera que quedaron invertidas a la posición original; entonces me di cuenta de sus intenciones: ¡Iban a violarme por el culo! Empecé a retorcerme tratando de soltarme y a suplicar, pero ellos solo reían, podía escucharlos y luego confirmaron mi sospecha cuando uno dijo: “muy bien, puta, tenemos mucho tiempo aun para estar a solas contigo, así que ahora te vamos a romper el culo y tú lo vas a gozar”.
“¡NNNNNGGGGHHH, NNNNNGGGHHHH!” fue mi grito desesperado cuando sentí que algo intentaba penetrar mi pequeño y cerrado ano; siempre he sido estrecha de ahí y además en ese momento lo apreté tratando de evitar la salvaje penetración; soy tan estrecha que mi marido casi siempre se rendía al intentar el sexo anal.
El tipejo que intentaba metérmelo me abría las nalgas lo más que podía, lo que también me dolía mucho; pero aun así no lograba meter su miembro, por lo que maldijo: “chingada madre, lo tiene muy chico, no entra, ¿entonces cómo te metes las pinches bolas esas puta?”; luego le dijo a otro: “a ver, pásame eso” y algo le dieron, cuando empezó a untármelo con un dedo supe que era el lubricante en gel que yo había dejado en el buró de mi esposo; también metió el dedo y empezó a moverlo en círculos mientras me decía: “ahorita te hago grande el agujero puta, verás que mi verga entra porque entra, como chingados no!”
Después de un rato de estarme metiendo el dedo, metió dos y luego tres creo y fue entonces cuando dijo: “ya está lista, ahí te voy” y de nuevo comenzó su intento de penetrarme con el pene por el ano. No sé si fue el lubricante, pero su pene comenzó a entrar con mayor facilidad, aunque de cualquier manera a mí seguía causándome mucho dolor y así lo expresé al quejarme: “¡MMMMMNNNNNGGGGGGHHHHH!”, mientras él se burlaba diciéndome: “¿no que no?, ya ves que si te entró putita y ni te quejes que bien que te gusta cabrona”.
Metió su miembro hasta el fondo, sosteniéndose de mis nalgas; las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas y él empezó un bombeo cruel en mi pobre culo. Yo había escuchado que al sufrir una violación, lo mejor era aflojar el cuerpo para no sentir dolor; pero por más que lo intenté fue imposible, pues yo sentía como si me metieran un hierro caliente ahí y no pude hacer nada, solo quejarme.
El infeliz continuó con la salvaje violación durante mucho tiempo, hasta que terminó dentro de mí y sentí como me llenaba las entrañas con su asqueroso y viscoso líquido.
Supe que seguiría otro y no me equivoqué; apenas el primero se salió, ya un segundo tomaba su lugar; me penetró de un solo golpe, haciéndome gritar y llorar de dolor; todavía se dio el lujo de decirme que me callara, pues “le molestaban mis quejidos”.
Empezó su mete-saca salvaje, tomándome del cabello, lo que hacía que yo arqueara la espalda y él con eso se daba impulso para entrar y salir de mi adolorido ano.
Él siguió y siguió igual que su primer compañero, violándome salvajemente y sin soltarme el cabello, hasta que, después de lo que me parecieron horas, terminó llenándome también de semen el interior de mis entrañas.
No tuve descanso, el siguiente antes de montarse me colocó las pinzas en los pezones, pero en lugar de dejar la cadenita enfrente de mí, la pasó por mi espalda; luego se encaramó y al tiempo que me penetraba por detrás, jaló de la cadena como si cabalgara; esto hizo que mis senos se separaran hacia cada lado, provocándome un dolor adicional al que me provocaba la salvaje penetración anal.
No conforme con eso, también me jaló del cabello como el anterior, parecía que su objetivo era provocarme el mayor dolor posible y de verdad lo estaba logrando.
Y el tipo de verdad disfrutaba humillándome; me decía: “¿Qué tal puta? De seguro así te gusta que te traten; voy a gozarte hasta dejarte muerta mamacita, ¡ni tu marido te va a reconocer cuando te vea, jajajaja!”. Aunado al dolor físico, el desgraciado me infligía dolor psicológico, pues me hizo recordar a mi esposo que estaba lejos y nos sabía nada de lo que me estaba pasando y pensé: “qué pasará cuando llegue y me encuentre atada, violada y humillada… y tal vez muerta”, no quise seguir pensando, el dolor era demasiado para continuar.
El infeliz era más cruel que los anteriores, pues para durar más, lo que hacía era que después de un buen rato de estarme violando, se detenía por casi un minuto, me imaginé que lo hacía para no venirse y aguantar más tiempo, lo que no soltaba era mi cabello y la cadena de las pinzas. Así lo hizo una y otra y otra vez, haciéndome sufrir por más tiempo hasta que ya no aguantó más y sacó su pene y se vino llenándome de semen las nalgas, las piernas y la espalda; todavía antes de bajarse, de dos tirones me arrancó las pinzas de los pezones, provocándome aún más dolor.
Adolorida en lo más profundo, esperé a que me penetrara el último, pero para mi sorpresa no lo hizo; no sabía que pasaba hasta que sentí que trataban de meter algo en mi culo, hasta que lo lograron y fue cuando supe que me estaban metiendo las bolas chinas; como estas van subiendo de tamaño, es decir, la primera es chica, la segunda más grande y así hasta la quinta, y como mi ano estaba muy adolorido, sentí un ardor tremendo; los escuchaba reír y burlarse de mí, incluso me parecía que estaban apostando para ver hasta que bola entraría en mi culo.
Poco a poco fueron metiéndolas, una por una, hasta que lograron meterlas todas. Uno de ellos festejó diciéndole a los otros: “¡ajá!, ¡les gané cabrones, les dije que entrarían todas, páguenme jajaja!”. No podía sentirme más humillada, pero eso se me olvidó cuando alguien jaló el cordón que unía a las bolas y de un tirón las sacó de mi adolorido ano. No puede hacer más que gritar de nuevo: “¡NNNNNNNNGGGGGGGHHHHHH!”.
Luego los infelices repitieron la operación varias veces ya sin apostar, pero aunado a eso, comenzaron a azotarme con los látigos y el fuete en la espalda, las piernas, los brazos y las nalgas, aumentando mi dolor y humillación. Llegó el momento en que deseaba morir para no sentir tanto dolor.
Mucho tiempo duraron los azotes, las burlas, las humillaciones y las risas de los degenerados hasta que se cansaron y pararon. Uno de ellos metió por última vez las bolas chinas en mi culo y dejándolas ahí me dijo: “ahí te quedas putita, ya nos vamos; gracias por amarrarte para nosotros, jajaja”.
Los escuché irse y cerrar la puerta, aun quedé un rato tratando de escuchar si no regresaban. Estuve mucho tiempo tratando de soltarme, aunque el dolor en todo mi cuerpo era increíble; nunca me había sentido tan mal. No supe cuánto tiempo pasó; pero me dormí o me desmayé. Desperté cuando escuché la angustiada voz de mi marido decirme: “¡AMOR!, ¿QUÉ PASÓ?, ¿QUÉ TE HICIERON? ¿QUIÉN TE HIZO ESTO?”. Lo demás lo viví como en sueños; la ambulancia, el traslado a urgencias, las preguntas de los investigadores, las curaciones, etcétera. Milagrosamente, aunque mis heridas han tardado en sanar, ningún golpe puso en peligro nada vital, no tuvieron que operarme de nada y afortunadamente no quedé embarazada de ninguno de esos infelices. Con terapia poco a poco he ido superando los traumas, sobre todo el de estar sola nunca, ni siquiera en mi casa.
A insistencia de mi marido, levanté una denuncia, lógicamente no dije que yo me até, amordacé y esposé sola; dije que ellos me lo hicieron cuando me encontraron sola en la casa, pero no puedo identificarlos, hasta la fecha no sé quiénes fueron y creo que nunca lo sabré y por lo tanto nunca los atraparán. Tengo que vivir con eso, pero afortunadamente mi marido me apoya mucho, ha estado conmigo todo este tiempo y está buscando un trabajo en el cual no tenga que viajar tanto y dejarme sola.