Por ser una alumna problemática
Me llamo Carolina y vengo a contar algo que me pasó de joven por ser una alumna problemática y conflictiva. Este relato se ha escrito a petición de Carolina.
**ADVERTENCIA:
El siguiente relato se ha escrito a petición de una lectora para dar escenario a sus fantasías y todo lo que se describe en él forma parte de una fantasía donde cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Nada de lo descrito en el relato apoya los actos de sexo violento ni actos donde una de las partes no dé su consentimiento en la vida real. El fin de este relato es plasmar una historia erótica fantástica y no refleja en ningún momento deseos de forzar o humillar a nadie en la realidad.**
Siendo más joven, en mi época de estudiante, pasé por un período… complicado. Era una alumna problemática y en casa tampoco es que me portase demasiado bien. La cosa llegó a tal punto que mis padres resolvieron mandarme a un estricto colegio en un régimen de internamiento medio abierto, lo que quiere decir que los alumnos pueden volver a casa los fines de semana como premio por su buena conducta si los padres lo autorizan. Aquello no es que me ayudase demasiado y lejos de corregir mis problemas de conducta los agravó. No pasaba un solo día sin que recibiese al menos una amonestación de los profesores que llegaron a odiarme con toda su alma ya que me las ingeniaba para convertir las clases en un verdadero caos y su enseñanza en un infierno. Puestos un poco en situación comenzaré mi historia describiendo el que sería mi hogar durante los años siguientes, donde consiguieron finalmente enderezarme, aunque con métodos… poco ortodoxos.
Mi internado era un edificio de ladrillo gris en mitad del campo. Antiguamente había sido un convento, pero se había cedido a un importante magnate unos cuantos siglos atrás que lo convirtió en colegio. El pueblo más cercano se encontraba al menos a media hora en coche y contaba con unos establos (aunque normalmente solo las alumnas de más edad y mejor comportamiento podían recibir clases de equitación), enfermería propia, gimnasio, aulas y dormitorios para las alumnas, los profesores y el director y un patio con jardín que en primavera se llenaba de flores. En conjunto el lugar era realmente bonito y acogedor, un lugar donde realmente se podía disfrutar siempre que una se portase adecuadamente. Nada más llegar mis padres se despidieron de mi y entregaron mi maleta al enfermero del centro. Me condujeron a la que sería mi celda durante los próximos cursos y me dijeron que vendrían a entregarme mi horario y mis uniformes para el curso.
Cuando hablo de celda lo digo en sentido literal. Las habitaciones eran las antiguas celdas del convento a las que habían añadido una alfombra, un escritorio con ordenador, pero sin internet, una impresora, una cama bastante cómoda, una lámpara y un armario. No se nos permitía tener ningún otro libro que no fuesen los de texto o los de consulta y el colegio tenía fama de que todas las alumnas alcanzaban las notas máximas en las pruebas de acceso universitario todos los años. Las puertas eran macizas y los muros gruesos nos impedían tener comunicación con las alumnas de las celdas contiguas o incluso escuchar lo que hacían, además, las puertas se cerraban por la noche para evitar las fugas. Si necesitábamos algo o nos poníamos enfermas teníamos un telefonillo para llamar al enfermero.
Tampoco podíamos tener ropa propia. Al inicio del curso se nos entregaba nuestro uniforme y debíamos cuidarlo todo el año porque no recibiríamos repuesto. Para mi aquello era inconcebible, estaba demasiado acostumbrada a vestir como quería y cuando vi el uniforme me quedé horrorizada. Constaba de una camisa blanca impecable, de manga larga y no demasiado ceñida que, según instrucciones, debíamos llevar por dentro de una falda tableada de cuadros escoceses de color marrón rojizo. La falda debía llegar justo sobre las rodillas y ni un centímetro más arriba. También teníamos medias blancas, de lana gruesa en invierno y de algodón fino en verano. Toda nuestra ropa interior era blanca y sin ningún adorno y zuecos náuticos marrones de cordones. Si hacía frío teníamos un abrigo de lana marrón a juego con la falda y los zapatos y si hacía calor íbamos sin abrigo. Teníamos que llevar el pelo recogido en una coleta alta con un lazo de terciopelo y no se nos permitía tener flequillo o teñirnos el pelo. Para hacer gimnasia teníamos una camiseta blanca y un pantalón de chándal rojo, largo en invierno y corto en verano, con calcetines blancos y deportivas blancas. Un código de vestimenta tan estricto me parecía opresivo desde ese momento, así que desde el inicio resolví saltármelo siempre que pudiera.
Nos daban tres camisas, tres faldas, seis pares de medias y siete pares de la combinación de braguita y sujetador junto con dos camisetas y dos pantalones para la gimnasia. Nuestro neceser nos era devuelto sin perfume, sin cosméticos y solos nos permitían crema hidratante sin perfume. Cuando acabé de colocar toda mi ropa en el armario leí las normas. Eran muy estrictas y cualquier infracción se penalizaba con tiempo a solas en la celda, sin comunicación con las demás. Me pareció un castigo ridículo en el momento, aunque luego pude ver que no era un castigo tan suave como parecía. Ordené mis escasas pertenencias en las estanterías y el armario y me quedé sentada. Al cabo de un rato el aburrimiento era tan intenso que me puse a estudiar y a maquinar un plan para que me expulsasen cuanto antes. Huelga decir que en cualquier otro colegio la mayoría de las situaciones en que me metí me hubiesen costado la expulsión, aunque hubiera sido de forma temporal, pero entre un par de profesores y el director tenían otras ideas para mí.
La travesura que desencadenó toda la situación que vengo a contar aquí involucró un montón de larvas que encontré en el establo mientras limpiaba (limpiar era una de nuestras tareas, según decían inculcaba disciplina) y que acabaron infestando la cocina. Si ninguna confesaba todas éramos castigadas, así que yo siempre admitía mi culpa con la esperanza de volver a casa a mi antigua vida. Recuerdo que era víspera de vacaciones de Semana Santa y que automáticamente llamaron a mis padres. Yo esperaba que pronto viniesen a buscarme debido a mi expulsión, pero en cuanto me hicieron pasar al despacho del director pude ver en su cara que no iba a ser el caso.
El director era un hombre de unos buenos cincuenta años, con un bigote bien cuidado, bastantes canas en el pelo y no especialmente alto, pero sí tenía muchísima fuerza. Le gustaba montar a caballo y se mantenía ágil y en forma. También era el profesor de filosofía del centro. El despacho estaba cubierto de estanterías cargadas de gruesos tomos, pero tenía un sofá bastante cómodo, dos sillas frente a un escritorio de caoba muy amplio lleno de plumas, un par de reglas, un calendario y el ordenador y una mullida alfombra en el suelo. El director solía sentarse de espaldas a la ventana que daba a los jardines donde solíamos relajarnos en los días cálidos tras las clases y el estudio. En el despacho estaba también Aureliano, el profesor de física, de unos cuarenta y pocos años y bastante alto, con una calvicie incipiente y gafas cuadradas; Augusto, el de historia, de casi sesenta años, cojeaba un poco debido a que se había partido mal la pierna de joven en un accidente de coche; y Ponce el de literatura, de cuarenta y cinco años, con una barba larga y canosa y ligeramente gordo, con una barriga redonda que solía colgarle por encima de la cintura del pantalón. Aquellos tres profesores me odiaban con todas sus ganas y no me esperaba verlos. Por lo general el director imponía él solo los castigos. Me hizo sentar frente a su escritorio y los demás se acomodaron de pie detrás de él.
—Carolina… Cada vez que vienes aquí traes la falda más corta. —En ese momento estiré la falda sobre mis rodillas, había algo extraño en su forma de hablar, de mirarme. No sabía que pasaba, pero desde luego tenía claro que no era nada bueno. —¿Sabes por qué te he mandado llamar?
—Sí, señor. Por mi mala conducta.
—Sí. Tus padres están furiosos. No saben qué más hacer contigo. De hecho, están tan hartos que me han autorizado a emplear formas de disciplina más contundentes que las empleadas hasta ahora. — Los demás profesores empezaron a frotarse las manos, satisfechos. Amplias sonrisas cruzaban su cara mientras yo me iba poniendo más y más nerviosa. —A partir de ahora cualquier infracción que cometas será castigada de forma física. Augusto, Aureliano, Ponce y yo seremos los encargados de mantenerte disciplinada y bajo control. Esperarás aquí mientras nosotros registramos tu dormitorio, a partir de ahora las cosas van a cambiar para ti.
—Ya era hora Ramón, esa chica es la peor que hemos tenido en años— dijo Aureliano al director mientras salían.
Escuché la puerta cerrarse detrás de mi con llave y ni siquiera pude reaccionar. ¿Qué esos cuatro me iban a castigar? ¿Qué esos cuatro me iban a castigar FÍSICAMENTE? No me cabía en la cabeza, de ninguna manera. Estaba tan centrada en lo que podría pasarme que ni siquiera fui consciente del tiempo que pasaba hasta que escuché la puerta abrirse y volver a cerrarse a mis espaldas. Ramón, el director, entró nuevamente a su despacho. En una bolsa traía lo que supuse que eran mis cosas confiscadas, pero no me atreví a preguntar nada. Él se colocó detrás de su escritorio y le vi sopesar una larga regla de madera, un reglón, una reliquia de cuando se abrió aquel internado. Aquello me puso los pelos de punta y más cuando vino caminando con ella en la mano hasta ponerse detrás de mí.
—Siempre me han gustado las chicas malas como tú, Carolina. Y las rubias tienen un punto extra. —Hasta entrar al internado mi pelo había pasado por diversos tintes y colores, pero ahora volvía a tener mi rubio natural y lo llevaba largo casi hasta la cintura, normalmente recogido como pedían. — Vas a ponerte de pie y a apoyar las manos en mi mesa, desde hoy vas a dejar de ser tan problemática.
Algo reticente me puse de pie, apoyando las manos en la mesa. La situación me parecía surrealista y me aferré a la idea de que solo iban a darme un susto. Más tranquila con ese pensamiento me apoyé en el escritorio. En cuanto lo hice sentí como sus manos recorrían mi estrecha cintura hasta mis caderas. Siempre he tenido buen culo y estaba claro que se estaba recreando en él por cómo me tocaba las nalgas. Noté que levantaba mi falda y la hacía un rollo en mi cintura, dejando mis nalgas al aire y cubiertas solo por las braguitas. Con sus manos me hizo separarme más de la mesa sin levantar las manos de ella, quedando con mi culo ofrecido y las piernas abiertas. Aquello comenzaba a gustarme menos, pero a la vez me excitaba. Me sentía expuesta y podía sentir su mirada clavada en mí, destilando lujuria. Resolví, pues, dejar avanzar la situación mientras no pasase de mirarme y sobarme un poco, sin pensar en que sus planes no se limitarían a eso.
Metió un dedo entre las braguitas y mi coñito, desde hacía un tiempo me depilaba y pareció gustarle no encontrar vello porque se dedicó a acariciarme unos cuantos minutos, solo tocando el pubis y los labios, sin meter más el dedo. Enganchó las braguitas y las hizo deslizarse hasta que quedaron atascadas en mis rodillas donde las dejó. Me había dejado medio desnuda y aquello me excitaba, empezaba a estar mojada. Pegándose a mi comenzó a soltar los botones de mi blusa uno a uno hasta que mis pechos estuvieron al aire. Podía notar su erección frotándose contra mis nalgas y como le temblaban las manos al soltar mi sacar mis pechitos firmes del sujetador. Acarició un momento los pezones y escuché como tragaba saliva y se apartaba.
—Eres una chica demasiado mala, Carolina. Además, eres una provocadora que vas calentando a todos los profesores. Mereces un buen castigo. — Antes de darme cuenta escuché que algo silbaba en el aire y golpeaba mi culo pillándome desprevenida. Di un grito agarrándome más fuerte al escritorio mientras sentía como se me mojaba el coñito al saberme azotada. En ese momento tocó el tatuaje que me hice antes de entrar, unas rosas en el costado de mi cadera. —¿Y esto? Solo las chicas realmente traviesas y necesitadas de disciplina se hacen tatuajes.
A partir de ese momento no dejó de azotarme con el reglón. Jamás me habían castigado físicamente, pero la idea siempre había rondado mi cabeza como fantasía, aunque jamás pensé que sería así. Enredó la mano en mi coleta y tirando de ella azotó sin pausa mi culito, cada golpe me arrancaba un gemido y me mojaba más y más, hasta que mi rajita estuvo tan empapada que mis fluidos escurrían libremente por mis muslos. Soltó el reglón y me dio azotes con su mano, la tenía caliente y algo áspera y la descargaba sin piedad, primero en mis nalgas y después en mi coñito, que estaba completamente encharcado.
—Eres una putita, mira como estás de caliente. Tendremos que ser más severos contigo si queremos convertirte en alguien decente.
—Sí señor, lo que usted quiera. —Estaba tan cachonda que si me hubiera dicho que saltase por la ventana lo habría hecho.
—Estas vacaciones vas a ver, vamos a follarte entre los cuatro, vas a ser nuestra putita el resto del curso.
Esas palabras me hicieron reaccionar y levantarme, pero debía estar esperando una reacción similar porque un azote con el reglón en la parte alta de las nalgas me volvió a doblar contra el escritorio. Descargó la gruesa regla contra mi carne varias veces con mano diestra y mientras volvía a hacerme gemir me amenazó seriamente con lo que me pasaría si me volvía a mover sin su permiso. Aquella brutalidad sumada a los azotes me calentó tantísimo que pensé que me correría. En ese momento sacó su polla del pantalón, dieciocho centímetros de largo como poco y más gruesa que mi muñeca. Sin dejar de castigarme comenzó a masturbarse mirándome, con la punta enrojecida y soltando líquido preseminal. Empezó a enumerar todas mis maldades cometidas dentro del centro mientras me azotaba, pasando después a las que me habían llevado a estar allí encerrada. Cada vez me daba más fuerte y cada vez gemía yo con más fuerza hasta acabar casi suplicando por más. Sentía todo mi culo arder por los azotes y ver como se tocaba me estaba llevando al límite.
Dejó caer el reglón al suelo y antes de que me diese cuenta me había agarrado por el pecho. Se colocó en mi entrada y dando un empujón comenzó a follarme sin tregua, entrando duro desde el principio. Era mucho más grueso de lo que pensaba y aunque no era virgen tampoco había tenido muchas experiencias. Según se movía podía sentir cómo se me abría la vagina. En ese momento caí en que no tenía condón puesto y me entró el pánico. No tomaba anticonceptivos.
—Por favor señor, salga. No tomo nada, salga por favor, he aprendido la lección.
—Silencio guarra, has sido mala y este es tu castigo. Todo lo que has hecho te llevaba a acabar como la putita de cualquiera, ahora serás la nuestra.
En ese momento sus embestidas se aceleraron, iba a más velocidad y me hacía gemir. Me sentía completamente llena y muy muy cachonda. No me escuchaba ni siquiera cuando le suplicaba entre lloros que parase. Me azotaba de cuando en cuando y pellizcaba mis pezones con furia, tirando de mis pechitos y apretándolos después. Totalmente cachonda solo acertaba a gemir y gemir, tan perdida en lo que me hacía que ni siquiera escuché cuándo entraron los otros tres ni cómo me grababan mientras me follaba el director. Sus grandes huevos me golpeaban al ritmo de su frenética follada y rozaban mi clítoris haciéndome estremecer de placer. Pude notar como aceleraba jadeando y bramando como un toro, aquello me devolvió bruscamente a la realidad y traté de suplicar de nuevo para que la sacase.
—Por favor, por favor, sáquela. Haré lo que quiera, haré lo que me pida, pero sáquemela por favor.
—Dije que silencio Carolina, no voy a sacarla hasta vaciar mis cojones dentro de ti.
—Nooo, por favor, por favor haga lo que quiera menos eso, por favor.
No me dejó seguir insistiendo. Me tapó la boca con la mano y me inmovilizó con su cuerpo contra el escritorio. Jadeaba contra mi cuello y con la mano libre me acariciaba el clítoris, hasta que todas mis protestas quedaron ahogadas por los gemidos que volvieron a salir de mi en cascada. Seguro de que no iba a volver a chistarle me azotó con su mano ahora libre, haciéndome gritar de gusto. Sentía cómo palpitaba su polla dentro de mi vagina y como se hinchó cuando vació sus pelotas dentro de mí. Largos chorros de semen espeso y caliente bañaron toda mi vagina mientras su punta alcanzaba el fondo. Sus manos se clavaron en mis caderas mientras gemía y bramaba como un animal y yo también tuve un orgasmo brutal como nunca hasta ese momento. Justo entonces me percaté de los demás y sobre todo de la cámara de vídeo que sostenía Aureliano. Lo habían grabado todo y estaba claro por cómo sonreían que mi cara debía ser reconocible. Intenté cubrirme rápidamente para conservar algo de dignidad, pero Ramón me agarró las manos dejando de nuevo mis pechitos al aire ante la cámara.
—Vamos, vamos, no seas así. Te dije que íbamos a castigarte y ahora tenemos un vídeo tuyo follando hasta correrte. Si no quieres que ese vídeo se difunda “misteriosamente” entre todos tus conocidos ya puedes portarte bien con nosotros.
La idea me aterraba y al mismo tiempo me ponía muy cachonda. Guardaron la cámara de vídeo y Ponce me agarró del codo, sacándome del despacho con las bragas por las rodillas, la falda aún recogida y la camisa abierta. Por fortuna las otras internas se habían ido ya pero no sabía a dónde me llevaba ahora. Iba casi a rastras y mientras tiraba de mi no dejaba de llamarme puta y de increparme que estaba en un sitio decente. No comprendí por qué decía eso hasta que me metió de un empujón en la enfermería.
—Esta alumna ha sido sorprendida manteniendo relaciones sexuales con un chico mayor que ella en el descampado de detrás del centro. No han usado condón.
El enfermero me miró con absoluta repugnancia mientras intentaba cubrirme. Estaba muerta de la vergüenza, pero a la vez totalmente cachonda. Sin plantearse si el profesor mentía o no me hizo tumbar en la camilla ginecológica de la consulta y tras limpiarme aplicó espermicida y me dio una pastilla para el día después.
—Voy a colocarla un implante hormonal, de esta forma, si la muy puta vuelve a conseguir que vengan y se la follen, no se quedará preñada de algún imbécil como ella.
Sus palabras me asustaron, al parecer tenían intención de hacer que me colocasen algo para evitar los embarazos. Si antes no me había quedado claro que me iban a follar durante todo el curso ahora ya lo tenía absolutamente claro. Recordando el vídeo mantuve la boca cerrada durante el pinchazo y cuando después introdujo un espéculo para poder mirarme la vagina. El aparato estaba frío y lo abrió con poca delicadeza. Pude ver a Ponce que miraba excitado como el enfermero se aseguraba de que yo estaba bien tras ese supuesto acto con otro chico. Finalmente lo sacó y le hizo una seña al profesor que me agarró del codo y me sacó fuera a rastras, en dirección a los establos. Allí estaban los otros tres ya reunidos, desnudos y empalmados. En una cuadra vacía habían colocado sogas, fustas, un soporte para sillas de montar, uno de los cajones donde se guardaba (o eso creíamos) material de repuesto para cuidar de los animales y más herramientas que no supe decir para qué eran.
Ponce me arrojó sobre la paja y en seguida me sujetaron entre Augusto y Aureliano mientras el director ataba cada una de mis manos a las barras de los laterales del box con una soga. Quedé inmóvil entre los cuatro que ahora me miraban como una manada de lobos, todos desnudos y con erecciones considerables, más de lo que había pensado. Ramón cogió una fusta de equitación y me estremecí de excitación, había visto cómo las manejaba y la idea de que me azotase con ella me ponía a mil. Apuntó a mis pechos y sin vacilar comenzó a darme azotes con ella sobre los pezones, dejándolos duros y muy irritados. Comencé a gritar de placer y de dolor a la vez y vi como Augusto se ponía detrás de mí. Podía sentir como se iba frotando contra mi rajita, aprovechando mis nalgas para masturbarse. Me agarró las nalgas y separándolas comenzó a pasar su polla, más larga que la de Ramón, pero menos gruesa, por la entrada de mi ano. Justo cuando Ramón descargó un fustazo sobre mi coñito empujó y consiguió meter de golpe la cabeza.
—¡Ay! ¡Sáquela por favor, sáquela!
—No seas llorona, aguanta un poco y verás como te la meto enterita en este culo que tienes.
Sus risas se sumaron a las de los demás que parecían encontrar divertido que no estuviera casi preparada para recibir nada por el culo. Ramón me azotó más fuerte y me empujó a base de golpes de fusta contra Augusto que me la empezó a meter más y más hasta que noté que su barriga tocaba contra mi espalda. La tenía toda dentro, no me lo podía creer. Notaba el culo completamente abierto y dolorido y aquel pedazo de carne dentro no mejoraba para nada la sensación. Sin dejar que me acostumbrase a ello empezó a moverse descontrolado, abriendo mi culo sin piedad mientras yo gritaba y gritaba. Debieron de cansarse de escucharme pedir que la sacasen porque Aureliano se subió a una escalera de las que usábamos para alcanzar los caballos más altos y agarrándome de la coleta me metió la polla en mi boca, dándola un mejor uso según él.
Agarrando mi pelo con fuerza comenzó a follarme la boca dándome bofetadas en ambas mejillas. Me la metía tan deprisa y con tanta brusquedad que me hacía dar arcadas a cada rato y me impedía respirar casi. Sentía que me asfixiaba y el que la tuviese bastante gorda no ayudaba demasiado. Ramón siguió dándome azotes, marcando mis pechitos con la fusta y diciéndome lo mala que había sido y que esto lo hacían por castigarme mientras Augusto azotaba mi ya maltratado culo sin dejar de entrar y salir de mi ano, que, aunque dolorido ya aceptaba su polla de mil amores. En ese momento Ponce sacó del cajón unas pinzas con unos pesos y las enganchó a mis pezones. Las pinzas se clavaron en mis sensibles pezones y tiraron de mis pechos hacia abajo, además, con cada embestida de Augusto se movían y saltaban dando fuertes tirones a mis pechitos. Ramón sacó una cuerda áspera y agarrando mis pechos por la base los ató juntos, de forma que quedaron apretados y empezaron a enrojecer. Les tenía totalmente sensibles y no paraban de castigarlos con la fusta mientras Ponce los mordía enloquecido. Separó mis piernas y antes de que pudiera negarme o suplicar que parasen metió su larga polla en mi vagina, mientras me seguían rompiendo el culo.
Estaba completamente llena, jamás me había visto en otra así. Me humillaban, me castigaban y me enseñaban que mi lugar a partir de ese momento era a sus pies y chupándoles la polla. Sentía mi vagina tan llena que casi reventaba y la presión de la polla de Augusto en mi culito empeoraba la sensación de estar siendo rellenada como un pavo de Navidad. Las lágrimas caían por mis mejillas y ni siquiera podía pedir que parasen porque Aureliano no había sacado su polla de mi boca y no paraba de follarme la boca hasta llegar a tocarme la campanilla, dándome brutales arcadas. Ramón cedió la fusta a Ponce que comenzó a azotar de nuevo mis nalgas y mis pechos mientras Ramón sacaba una cámara de vídeo con la que iba grabando como me follaban entre los tres, no dejando un solo agujerito sin profanar. Estaba tan empapada que sentía que me correría de un momento a otro y efectivamente. Un largo orgasmo estremeció mi cuerpo mientras seguían follándome, entrando en mi tan deprisa y con tanta fuerza que encadené otro, justo seguido. Nunca me había corrido dos veces seguidas y jamás había sentido tres orgasmos en un único día y con tan poco tiempo entre ambos. No cabía duda de que era una puta y aquello les encantaba.
—Mirad a esta cerda, se ha corrido. Es una auténtica puta.
Estallaron en carcajadas al escuchar como mi coño chapoteaba con las embestidas que le pegaba Ponce. A mi ya me daba igual y chupaba la polla de Aureliano con auténtica devoción, pasando mi lengua por todos los rincones a donde podía llegar y gimiendo con ganas mientras Ramón grababa y se tocaba mirando el espectáculo. Noté como las pollas de Ponce y de Aureliano comenzaban a hincharse más y más y sin más aviso comenzaron a largar su corrida en mi boca y en mi coñito, la segunda del día. Aureliano me agarraba la cabeza con tantísima fuerza que ni siquiera me dejaba retirarme para tomar aire por lo que tuve que tragarlo todo si quería respirar. Augusto se agarró a mis tetas y mordiéndome el cuello también largó su leche dentro de mí. Al día siguiente tendría que usar maquillaje para tapar el chupetón que me dejó. Se retiraron y Ramón me grabó completamente abierta y con el semen escurriendo de mi boca, mi vagina y mi ano. Me dejó caer al suelo y cuando ya pensaba que se había terminado me metió su boca en mi polla. Sin resistirme comencé a comérsela acariciando esos huevos tan gordos que le colgaban. Ponce eligió una fusta larga y con ella azotó mi espalda y mis nalgas. Cada azote arrancaba un grito que quedaba ahogado por la polla de Ramón, pero bastaba para excitarles.
Augusto se tiró al suelo detrás de mi y eligiendo un grueso consolador de vidrio de la caja abrió mi culito con él mientras Ponce le pasaba otro para mi vagina. Les movía dentro de mi mientras yo le comía la polla a Ramón que ahora grababa un primer plano de mi cara mientras se la comía con verdadera pasión. Notaba mis pechos castigados, doloridos e hinchados y saber que me había ganado todo ese castigo me ponía más cerda aún, volviendo a mojarme y acariciando mi clítoris como una desesperada. En un momento dado Ramón sacó su polla de mi boca y azotándome con ella la cara comenzó a humillarme.
—Vamos Carolina, confiesa: ¿eres la más cerda de este internado?
—Soy la más cerda de este internado, señor.
—¿Y la más puta?
—Soy la más cerda y la más puta de este internado. — Estaba desesperada por recibir más polla, nuevos azotes me volvieron a hacer gritar, pero hasta yo sabía que sonaban más como gemidos que como gritos.
—A partir de ahora eres nuestra puta y nuestra zorra, jamás volverás a usar esas bragas que os hacemos usar, tú solo te pondrás la lencería más fina. Acudirás a diario a limpiarnos la polla y todos tus agujeros estarán siempre a nuestra disposición.
—Sí señor.
—Además serás castigada a diario, todos los días. Eres una alumna mala, traviesa y cerda y por eso necesitas disciplina.
Oír aquello me provocó una nueva oleada de placer y sin dejarle decir más volví a meterme su polla en mi boca, lo que provocó las carcajadas de los demás que se masturbaban en corro a mi alrededor. Ramón me tomó de la coleta y sin decir más comenzó a correrse de nuevo en mi boca, dejándome más espacio para saborear su corrida antes de tragarla. Apuntó mi cara hacia Ponce que me metió su polla en la boca. Sabía a mis fluidos mezclados con su corrida y ese sabor me puso cerdísima. La mamaba con verdadero ardor, deseando ordeñarla. Agarré con mis manos las pollas de Augusto y de Aureliano y les masturbaba siempre cerca de mi cara, deseando que me bañasen en leche. Ponce sacó su verga de mi boca y mirándome y apuntando directamente a mi boca abierta comenzó a correrse con sus amigos mientras Ramón grababa mi boca llena de la corrida de aquellos tres hombres. La retuve en mi boca hasta que me dieron permiso para tragarla y cuando lo hice liberaron mis pechos de las pinzas. La sangre volvió a mis pezones provocándome un cosquilleo doloroso, pero también placentero.
En ese punto ya estaba completamente agotada, sobrepasada por todas las experiencias que había vivido y la sesión de intenso sexo, pero ellos no habían acabado conmigo y me hicieron colocarme sobre el soporte para sillas de montar. Separaron mis piernas y las ataron a las maderas mientras mis manos quedaban apoyadas en el suelo y también atadas a las patas de madera del soporte. No podía moverme y en esa posición encima estaba completamente ofrecida. Colocaron la cámara en un trípode detrás de mi y mientras Ramón, Augusto y Aureliano se colocaban delante de mí, armados esta vez con finas varas, Ponce se situó detrás.
Comenzaron a golpear mis pechitos con las varas, donde no llegaba el uno llegaba el otro y entre los tres me estaban calentando muchísimo mientras no dejaban de decir lo cerda que era y cómo merecía ser castigada como ellos lo estaban haciendo. Sentía que me iban a explotar los pezones porque los azotes impactaban sobre la zona más sensible de donde habían retirado las pinzas y los hacían saltar y moverse como locos, además las sogas de mis pechos hacían que, aunque estuviese casi boca abajo y colgasen, se mantuvieran firmes. Ponce retiró el consolador y comenzó en ese momento a meterme dedos en la vagina, empezando por dos dedos y pasando rápidamente a tres dedos al ver que podía con ellos. No paraba de gemir y sentía toda mi vagina empapada y chorreando de nuevo. De seguir así me correría otra vez y seguro que volvían a mofarse de mí. En ese momento Ponce metió también su meñique en mi vagina, dejando cuatro dedos dentro y metiendo también la palma, faltando solo el pulgar para tener su mano entera dentro. Por un lado, deseaba que la metiese, que usase mi vagina de una forma tan salvaje. Por otra no estaba segura de si me gustaría que me la metiese o de si podría con ella siquiera. Finalmente, no la metió entera, se limitó a los cuatro dedos y a abrirme para poder ver dentro de ella mientras sus compañeros me seguían castigando.
Alcancé el cuarto orgasmo entre los azotes y la masturbación a la que me sometieron, mientras ellos se reían de mi y planeaban en alto los siguientes castigos que me proporcionarían. Me desataron los pechos por fin masajeándolos bruscamente y retirando de un tirón el consolador de mi ano. Me ducharon allí mismo con la manguera riéndose al ver cómo temblaba por el agua fría y me subieron desnuda hasta mi dormitorio donde finalmente me dejaron descansar y me subieron la cena. Habían retirado toda mi ropa interior y solo me habían dejado un cepillo de dientes y uno de pelo por lo que ni siquiera podía depilarme sin su permiso. A la noche acudieron uno por uno y volvieron a acostarse conmigo. Al parecer la idea de tener a su putita siempre disponible les daba fuerzas para follarme sin tregua.
Después de aquel primer día y aquel primer castigo, los años restantes que pasé como interna los viví entre estudiar y ser castigada y follada como una perra cualquiera. Pronto se unieron otros profesores e incluso un par de alumnas a nuestras pequeñas sesiones e incluso me sacaron del centro para llevarme a locales en la ciudad donde podían hacerme muchísimas más cosas y donde participé por primera vez en una orgía. Si pudiera volver a mis años de estudiante, sin ninguna duda volvería. Al fin y al cabo, solo corrigieron a una alumna traviesa y eso no tiene nada de malo.
Este relato se ha escrito a petición de una lectora llamada Carolina y en base a su fantasía de ser una alumna mala.