¿Por qué no?
Era un desconocido y ni siquiera ahora conozco su nombre o el sonido de su voz.
La noche era oscura y sin estrellas. Yo estaba sola, ¿porqué no?. Era sábado por la noche y mi tercera copa estaba casi acabada, el cenicero lleno de colillas a medio fumar y un desconocido en la mesa de la lado con la mirada más penetrante que había visto nunca.
Notaba sus ojos recorriéndome de arriba a abajo sin dejarse ningún detalle.
Llevaba por lo menos dos copas más que yo y el doble de tiempo allí pero era atractivo y me dije ¿porqué no?
Me levante de la mesa y me acerque a él. Señaló la silla que estaba a su lado y me senté de cara a él con el cruce de piernas más sexy que soy capaz de hacer. Sus ojos volvieron a recorrerme y por primera vez en toda la noche me di cuenta de lo excitada que estaba. Me pidió una copa que agradecí con un gesto de cabeza y se quedo allí, sin dejar de observarme y sonriendo con los labios apretados como si tuviera un secreto que yo no conocía. Me permití un momento para fijar en lo más hondo de mi cerebro todos los detalles de aquel desconocido.
Su mandíbula ancha y bien afeitada, sus hombros fuertes y sus brazos musculosos, el abdomen liso que se adivinaba bajo su camisa ajustada...
Y de repente solo pude verme a mi desabrochando uno por uno todos los botones, acariciando su cuerpo desnudo y lamiendo cada centímetro de su piel.
De pronto una de sus manos se deslizó entre mis piernas y un relámpago de placer me recorrió desde la cadera hasta cada fibra de mi ser. Los dos sabíamos lo que queríamos y ninguno dudó un segundo. Me apreté contra su mano y un ligero gemido brotó de mis labios. Acercó sus labios a los míos y me besó despacio, saboreando mis labios y permitiéndome a mi saborear los suyos. Fue descendiendo por mi cuello, tranquilo, dejando un rastro húmedo sobre mi piel. Mi corazón latía desbocado y lo que más deseaba en ese momento era que aquello no terminase jamás. La sangre me hervía como fuego liquido y un deseo abrasador palpitaba entre mis piernas donde curiosamente seguía alojada su mano.
Deslicé mi palma entre los botones de su camisa, a la altura del corazón y allí pude sentir reflejado mi propio ansia, mi deseo... Sin decir ni una palabra se levanto, me cogió de la mano y pagó. Salimos del local y nos montamos en su coche. El camino hasta su casa fue igual de silenciosos que el resto de la noche y al atravesar su puerta me agarró firmemente de la cintura y me besó con la pasión contenida de ambos. Fue un beso largo, rudo hasta el punto de que la sangre broto de mis labios. Me alzó en brazos y me lanzó sobre su cama. Le pasé las manos por el pelo deteniéndome en su nuca y le atraje hacia mí, desabroché uno por uno los botones de su ceñida camisa, le tumbé boca arriba y me dispuse a lamer cada centímetro de su piel tal y como había soñado. Ahora era él el que gemía y ese simple detalle me excito asta el punto de querer hacérselo en ese preciso instante pero como se suele decir, lo bueno se hace esperar. Cuando en mi recorrido topé con la cintura de sus vaqueros le bajé la cremallera con los dientes, desabroche el último botón de la noche y poco a poco se los fui quitando. Estaba más excitado de lo que yo habría pensado. Le desnudé por completo y me maravillé ante la dureza de lo que hasta entonces solo había imaginado. Recorrí su cintura con mis besos y despacio, haciéndole sufrir, le fui lamiendo las caderas, la cara interna de los muslos hasta que tal y como los dos deseábamos planté el primer beso en la punta de su sexo. Noté como se estremecía bajo mis besos y mis caricias, su respiración se aceleró convirtiéndose en un jadeo entrecortado. sus gemidos me inundaron, su sabor colmaba mi boca...
En el punto de mayor excitación, paré, y dejándole con ganas de mas fui haciendo el camino a la inversa hasta que llegué de nuevo a su cuello. Su piel estaba perlada de sudor y una llama del placer brillaba en sus ojos. Me giró y ahora era yo la que estaba boca arriba. Sentía sus manos acariciándome los hombros y los brazos mientras que su lengua se entretenía en mis senos, fue bajando con paciencia, jugando como yo había jugado con él y el ansia de que llegara a mis piernas era cada vez más acuciante. Jadeos débiles y ahogados se escapaban de mis labios, tenía las uñas clavadas en la almohada y me temblaba todo el cuerpo. Estaba decidido a vengarse y evitó rozar mi entrepierna con una deliberación que no me pasó desapercibida. Sentía su lengua rozar mis muslos, y casi le rogué que no me hiciera esperar más. Y por fin metió la lengua entre mis piernas. Ese primer lametazo me hizo morir y los restantes fueron una agonía de placer. Mordí la almohada para no gritar de placer cuando el primer orgasmo me recorrió. Se me contrajeron todos los músculos del cuerpo y la espalda se me arqueó. No contento con eso decidió seguir, ayudándose de las manos. Mientras una me recorría el pecho y el abdomen la otra se movía dentro de mí al ritmo de su lengua. Yo gemía desesperada mientras todo mi ser pedía tenerle sobre mí y tan repentino como intenso, llegó el segundo orgasmo.
Todo el vecindario debió de oír los gritos que salieron de mi garganta pero a él solo parecieron darle confianza. Subió por mi cuerpo hasta que estuvimos cara a cara y en mitad de un salvaje beso noté como su sexo entraba en mi. Apreté mis caderas contra las suyas y ,despacio al principio, nos fuimos moviendo como si solo fuéramos uno. Abracé su cintura con mis piernas y le susurré al oído que no parara, que siguiera, que le deseaba y que me encantaba sentirle en mi interior.
El sudor perlaba nuestros cuerpos y yo había perdido la noción del tiempo entre gemidos y orgasmos, cuando el más intenso de todos ellos nos llegó a los dos a la vez. Mis uñas surcaron su espalda y mis dientes se clavaron en su cuello. Nuestra respiración se fue normalizando y él me dejó libre de su peso.
Compartimos un cigarro y una copa de champagne.
Nos duchamos, nos vestimos y me llevó a casa, todo ello sin cruzar una sola palabra.
Su nombre, no lo conozco.
Su voz, un misterio salvo por los gemidos de placer que se le escaparon.
Para mí, el mejor amante que he tenido y la mejor noche de sexo de toda mi vida.
No sabíamos nada el uno del otro ni lo sabemos ahora, no le he vuelto a ver ni tampoco he hecho por volver a aquel club y el único sentimiento que albergo de aquella noche es el intenso placer que sentí.