¿Por qué me quieres?

Puede un accidente terminar con el amor?

Si la vida fuera como una película de adolescentes americana, Isabel sería la jefa de animadoras y Juan, su novio, el quarterback del equipo de futbol americano. Los dos eran guapos, populares. La pareja perfecta. Pero no vivían en Estados Unidos, sino en una gran ciudad española, de cuyo nombre no puedo acordarme ( ¿Es esto plagio? jeje). Tenían 20 años  un gran grupo de amigos. La pandilla. Salían siempre juntos.

La pandilla estaba formada por varias parejas. Algunas más recientes, otra más antiguas. Sólo un miembro de la panda no tenía novia. Víctor era el más callado, el más tímido, y no era el más apuesto. Por eso solía ser el blanco de las bromas de los demás. Pero no se lo tenía en cuenta. En el fondo era uno más de la pandilla. Siempre contaban con él.

Cada fin de semana se reunían para hacer lo que los jóvenes de hoy en día hacen. Divertirse. Irse de copas. A la disco. Y luego cada parejita se perdía para hacerse cariñitos. Todos menos Víctor, claro. Él simplemente se iba a casa.

El día que la vida de Isabel cambió para siempre comenzó como otro sábado cualquiera. Por la tarde se arregló para salir con la panda, como siempre. Fueron a cenar. Bebieron. Luego de copas. Volvieron a beber. Y al final, a bailar. Más bebida.

A las cuatro de la mañana se empezaron a ir. Juan estaba un poco más bebido de lo normal, pero parecía que controlaba. Desgraciadamente, no controló. Se saltó un semáforo y su coche fue embestido por un camión. La peor parte se la llevó la parte del pasajero, la parte de Isabel.

Las ambulancias se los llevaron a los dos al hospital. Juan tenía heridas leves, rasguños. Isabel perdió el conocimiento. Los médicos la examinaron. La cosa tenía mala pinta. Cuando sus padres llegaron, asustados, los llevaron a una habitación aparte.

-Su hija ha sufrido un fuerte golpe en la cabeza. Pero parece que no es grave. Lo que me preocupa es su columna.

-¿Qué quiere decir, doctor?

-No tiene reflejos en los pies. Aún es pronto para saberlo, pero puede que..que haya quedado parapléjica.

Los padres se derrumbaron. La madre tuvo que ser atendida.

Al día siguiente, toda la pandilla estaba en el hospital, esperando que Isabel despertara. Juan ya había sido dado de alta y también estaba allí. Ninguno sabía aún las malas noticias.

Cuando Isabel despertó, a su lado estaban sus padres y Juan, su querido Juan.

-Ho...hola. ¿Qué ha pasado?

-Habéis tenido un accidente. Estás en el hospital.

Trató de levantarse. Su madre se lo impidió.

-No debes moverte. Tienes que descansar. Te tienen que hacer más pruebas.

-Sólo me duele la cabeza.

-Hazle caso a tu madre - le dijo Juan.

-¿Tú estás bien?

-Sí, sólo tengo rasguños. La peor parte te la llevaste tú.

Al mirar hacia afuera, a través la puerta vio al resto de la panda fuera. Estaban todos. Los saludó con la mano. Les sonrió. Ellos le devolvieron el saludo.

Su madre le había dicho que no se moviera, pero sólo quería cambiar de postura. Trató de mover las piernas..pero no le respondían.

Se puso nerviosa. Trató otra vez de moverlas. Nada. No las sentía. Las veía bajo la sábana, pero no las sentía.

-Mami..mis piernas..

-¿Qué pasa cariño? - le preguntó Juan.

-No siento las piernas..¿Qué pasa?¿Qué me pasa?

Su madre, con lágrimas en los ojos, le dijo que se había golpeado la columna, y que quizás....

Los gritos de desesperación de Isabel alarmaron a sus amigos. No entendían que pasaba. Juan se quedó petrificado. En seguida aparecieron las enfermeras que sacaron a todos de allí. Luego vino el médico. Se quedó sólo con ella y le hizo unas pruebas. Cuando volvió a salir, miró a los padres.

-Lo siento. Me temo que se confirman mis peores temores.

La noticia cayó como un jarro de agua fría a la pandilla. No se lo podían creer. Una chica tan joven, tan guapa, y su vida se truncaba de repente. Nadie sintió más la noticia que Víctor. Isabel era su amor secreto. Estaba enamorado de ella desde siempre. Sabía que no podría ser suya, pero se conformaba con poder mirarla. Y ahora..Y ahora esto.

Pasaron varios días hasta que Isabel aceptó lo que le pasaba. Era parapléjica. El resto de su vida iba a estar atada a una silla de ruedas. Lo aceptó, pero no por eso dejaba de llorar.

Sus amigos venían todos los día a verla, para animarla. Juan no se separaba de ella. Pero ella lo empezó a notarlo raro.

La rehabilitación fue larga. Sus amigos empezaron a venir a verla cada vez menos. Todos menos Víctor, que iba todos los días. Hasta Juan empezó a ir menos. Un día, sólo vino Víctor.

-Parece que todos tenían otras cosas que hacer.

-Te mandan un beso.

-Ya!

-Cuando te dan el alta?

-En dos semanas.

-Al fin podrás volver a casa.

-¿Sabes dónde está Juan?

-No lo he visto.

Casi no hablaron. Pero Víctor estuvo a su lado.

Esto se repitió varios días. Sólo aparecía Víctor a verla. Juan venía a veces. Pero era frío y distante. El día en que le dieron el alta, nuevamente, sólo vino Víctor. Fue Víctor quien empujó su silla. Fue Víctor quien ayudó a sus padres a subirla al coche.

Un día, Juan dejó de ir a verla. Se enteró de que salía con otra chica. Ninguno de la panda fue a su casa más. Excepto Víctor.

-Los demás han pasado de mí. Han pasado de la paralítica.

-No es eso..tienen..cosas que hacer.

-Víctor, no trates de defenderlos. Los creí mis amigos...ya veo que no lo eran. ¿Y tú? ¿No tienes cosas mejores que hacer que visitar a la paralítica?¿Cuándo dejarás de venir a verme?

Aquella pregunta fue como si le hubiese clavado un puñal en el corazón. El jamás dejaría de ir a verla.

-Yo..no dejaré de venir a verte.

Ella miró para otro lado. Víctor puso mano sobre la mano de ella. Ella la apartó. El retiró la suya.

-Lo siento, Isabel.

Cuando Víctor se marchó, su madre entró a verla.

-Vendrá mañana Víctor?

-Supongo. Qué más da.

-Isabel, ese chico es el único amigo de verdad que has tenido. No ha dejado ni un día de venir a verte. He visto como lo tratas a veces. No se lo merece.

-Tienes razón, mami. He sido una borde con Víctor. Él sólo me ha dado cariño, y yo....Seré...seré amable con él.

-Más te vale, jovencita. Más te vale.

Al día siguiente, puntual, apareció él.

-¿Cómo estás hoy, Isabel?

-Bastante mejor. Me alegro de verte.

El corazón de Víctor se aceleró. Se alegraba de verlo. Nunca se lo había dicho. Si le pinchan en ese momento, no sangra.

-Oye, Víctor. Siempre estamos aquí encerrados. ¿Por qué no vamos a dar un paseo?

-Claro!!

No cabía en sí de gozo. Iba a salir con la chica de sus sueños. Sólo un paseo, pero era maravilloso. Empujó la silla con alegría. La llevó al parque. Miraron los patos del estanque. Les tiraron miguitas de pan.

Y por primera vez en mucho tiempo, Isabel volvió a reír. Ese día se lo pasaron muy bien los dos. Y a partir de ese día, las cosas mejoraron. Salían a pasear. La llevaba al cine, al teatro.

Isabel empezó a ver a su amigo de otra manera. Antes era uno más del grupo. Callado, tímido. Casi no le hacía caso. Pero ahora resultaba que era un chico muy tierno, que la trataba como a una reina. La hacía sentir muy bien. Cada día esperaba que él llegara.

Y para Víctor la vida no podía ser mejor. Su gran amor, su amada, estaba con él. Como amigo, sí, pero con él. No necesitaba más. Era feliz.

Los padres de Isabel estaban encantados con Víctor. Ese chico que cuidaba de su niña. La veían otra vez contenta.

Durante meses las cosas fueron perfectas. Isabel cada vez más apreciaba a Víctor. Empezó a sentir cariño por él. Ahora, cuando él le cogía la mano no la apartaba. La apretaba. Cuando se encontraban se daban dos besos, en las mejillas. Cuando se despedían, se daban otros dos besos. Esos besos hacían estremecer a Víctor. La piel de ella era tan suave, y desprendía un fresco aroma.

Un sábado paseaban por el parque y había un grupo de chicos. Se dieron cuenta de que era su antigua pandilla. Juan estaba abrazado a una rubia. Ellos los vieron, pero miraron para otra parte.

-Víctor, llévame a casa, por favor.

Se fueron en silencio. Cuando la dejó en su cuarto, le preguntó.

-¿Estás bien?

-No, no estoy nada bien.

-¿Es por ellos?

-¿Eres estúpido? Pues claro que es por ellos. Ni siquiera se dignaron saludarnos.

-Olvídate de ellos.

-¿Que me olvide? Pero quien te has creído que eres? ¿Quién te ha dado derecho para aconsejarme a mí en nada?

-Isabel..yo.

-Ni Isabel ni nada. Déjame en paz. No eres más que..más que un perro faldero. Siempre a mi lado. Olvídate de mí y déjame en paz. No quiero verte más. Vete!

Víctor estaba destrozado. No entendía por qué lo trataba así. Él..él sólo quería que ella fuese feliz. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Cayeron por sus mejillas. Cuando Isabel las vio, fue demasiado tarde. Víctor se dio la vuelta y se marchó, corriendo. Cuando la madre de Isabel lo vio y trató de despedirse, el no dijo nada. La apartó se fue de la casa. Alarmada, fue a ver qué había pasado. Cuando entró en la habitación de Isabel, esta estaba llorando.

-¿Qué ha  pasado?

-Mami!! ¿Qué he hecho? Estaba enfadada y le he dicho cosas horribles a Víctor. ¿Cómo he podido haber sido así con él? Sólo me ha dado cariño y yo...oh, dios mío! Que he hecho!!

Su madre la abrazó.

-No te preocupes. Él...él volverá. Siempre lo hace.

-Mami...es lo único que tengo...no puedo...no puedo perderlo a él también.

-¿No te has dado cuenta?

-¿De qué?

-Víctor te ama, Isabel. Creo que te quiere desde siempre.

-Oh...mamá....Y lo he echado de mi lado.

-Tranquila. Volverá

Pero Víctor no volvió. Por primera vez no vino a verla. Isabel esperó y esperó, pero no apareció.

Ni al día siguiente. Ni al otro. Isabel lo esperaba en vano. Lo esperaba y lloraba. Tenía clavada en su mente la imagen de las lágrimas corriendo por las mejillas de Víctor.

La tristeza volvió a Isabel. Y a su madre. Las cosas no podían seguir así. Se decidió y lo llamó por teléfono.

-¿Víctor?

-Sí.

-Hola. Soy la madre de Isabel.

-¿Ella está bien? - preguntó, alarmado.

-Sí, sí. Esté bien. Bueno, no. Te echa de menos.

Silencio.

-¿Estás ahí?

-Sí.

-Me has oído.

-Me..me echó. Me dijo que no quería volver a verme.

-Lo sé. Pero no lo sentía. No quiso decirlo. Estaba enfadada, no contigo, pero lo pagó contigo. Está muy arrepentida. No para de llorar.

A Víctor se le encogió el corazón. A pesar del daño que ella le hizo, no soportaba que llorara.

-¿Vendrás a verla? Por favor.

  • Iré.

-Gracias, Víctor.

Por la tarde, Isabel estaba en su cuarto. Ya no salía. No tenía ganas. Su madre entró.

-Isabel, tienes visita.

Detrás de ella, estaba Víctor.

-Víctor!! Has venido.

Se abrazaron. La madre los dejó solos.

-Por favor, perdóname. Fui una tonta. Te dije cosas horribles que no sentía.

Las lágrimas bañaban sus ojos. El se las secó, con ternura.

-No llores, Isabel. Ya pasó.

-¿Podrás perdonarme?

-Ya te he perdonado.

-¿Por qué eres tan bueno conmigo? Nunca me dejaste, ni cuando era fría contigo. Ni cuando nos reíamos de ti con la panda.

El la miró a los ojos.

-Porque..porque te amo, Isabel. Siempre te he querido, desde el primer momento que te vi. Sólo deseaba estar a tu lado, cuidar de ti.

  • Pero, Víctor...yo soy...soy una carga. ¿Por qué me quieres?

-El amor no se elije. El amor pasa.

Acercó su cara a la de ella y la besó. En los labios. Isabel cerró los ojos. Aquel beso la hizo temblar. Aquel hombre tan tierno, aquel hombre que la amaba la hacía estremecer con sus labios... Y entonces supo por qué.

-Víctor..yo...también te quiero.

Se fundieron en un beso. Víctor le acarició la cara, la suave cara, mientras se besaban. Aquellos besos los hacían estremecer a los dos.

Cuando Víctor se fue, eran pareja. Parecía que Víctor flotara en vez de caminar. Era inmensamente feliz.

-¿Todo arreglado, hija?

-Mami, me ha dicho que me quiere. Y...yo le quiero a él. Mami, le quiero.

-Me alegro por los dos. Víctor es un gran chico.

Los besos pasaron de las mejillas a los labios. Eran novios. Eran felices. Proclamaban su amor a los cuatro vientos. Se besan en donde estuvieran. En el parque, en la calle. No les importaba que los miraran. El mundo eran ellos dos.

Un día, la madre de Isabel le dijo que iba con su marido a la boda de unos amigos, y que si no le importaba cuidar de Isabel hasta que ellos volvieran. Por supuesto, Víctor estuvo encantado.

Después de comer, ayudó a Isabel a acostarse en el sofá. El se puso a su lado. Se disponían a ver una película. Le acariciaba suavemente el cabello.

Se empezaron a besar. Primero tiernamente. Dulces besos en los labios. Isabel los abrió y sus lenguas se encontraron. Se miraban a los ojos y se volvían a besar. Sus respiraciones se aceleraron.

-Te quiero, Isabel.

-Y yo a ti, Víctor..Acaríciame.

Él llevó sus manos a su linda cara, y la acarició con ternura. Ella cogió la mano y la llevó a sus pechos. La apretó contra ellos.

-Acaríciame.

El siguió besándola y empezó a acariciar aquellos soñados pechos. Los sentía en sus manos. Eran turgentes. Notó los pezones..estaban duros. Isabel gemía. Se sentía excitada.

-¿Me deseas, Víctor?

-Con todo mi ser, mi vida.

-Hazme el amor.

-¿Estás segura?

-Sí.

Empezó a desabrochar los botones de su blusa. Luego la abrió. La contemplo.

-Eres preciosa, Isabel.

Le quitó el sujetador. Sus pechos eran la cosa más bonita que había visto. Llevó sus manos a ellos y los acarició. Ella gemía, con los ojos cerrados. Cuando sintió los labios de él en sus pezones, gimió más fuerte.

-Agggggg, Víctor..que placer...creí que nunca volvería a sentir placer...

Había lágrimas en sus ojos. Amaba a aquel hombre que la estaba haciendo estremecer con sus labios, con sus caricias. No podía ser, era imposible, pero sentía placer...en su sexo.

Víctor fue bajando lentamente, besando y lamiendo cada centímetro de piel. Besó su barriguita, su ombliguito. Le hacía agradables cosquillas.

Isabel le quitó la camisa. Su pecho era musculoso. Lo acarició. Él la miraba. Le besó las manos.

Con cuidado, Víctor la desnudó del todo. En verdad que era preciosa. Luego se desnudó él. Ella miró su cuerpo. Era un cuerpo de hombre, bonito. Y su sexo...erecto, desafiante. Llevó una de sus manos hacia aquel y lo acarició. Tocó su piel caliente. Pasó la mano a lo largo. Él gemía de placer. Su niña amada le estaba tocando.

-Mi vida..penétrame.

Con cuidado, Víctor abrió las piernas de Isabel. Las apoyó en unos cojines. El sexo de ella quedó expuesto, Era precioso..y parecía...húmedo.

Acercó su pene a la entrada y lentamente se dejó caer. Lo que sintió al penetrarla era indescriptible. Lo envolvió el calor de aquella vagina. Estaba mojada. Las paredes se separaban para darle paso. Cuando la penetración se completó, la miró a los ojos. Los tenía cerrados. En su cara se dibujaba placer.

-Agggggg, mi amor...Te..te puedo sentir dentro de mí...que...placer...

La besó en el cuello y empezó a moverse lentamente, entrando y saliendo de ella. Lo hacía con dulzura. Sus manos acariciaban sus pechos, sus duros pezones. Sus bocas se encontraron y sus lenguas se entrelazaron.

-Ahh que rico....más...más rápido, mi vida.

Víctor se movió más rápido. La penetración se hizo más profunda. Entraba hasta el fondo y volvía a salir. El placer que ambos sentían era maravilloso. Víctor no podría aguantar mucho. Eran muchos años de deseo los que se estaban consumando. Empezó a gemir más fuerte. Su cuerpo empezó a tensarse hasta que no pudo más y la inundó con su amor.

Y cuando aquel líquido ardiente fue expulsado contra el fondo de la vagina de Isabel, ella lo sintió. Sintió aquella lava que la quemó por dentro y la hizo estallar en un fuerte orgasmo. Casi todo su cuerpo se tensó. Cerró los ojos con fuerza. Apretó las manos. Víctor, sobre ella, seguía moviéndose, besándola, gimiendo.

Cuando todo terminó, quedaron relajados. El seguía dentro de ella. Sus labios unidos en un tierno beso.

-Te quiero, Isabel.

-Te quiero, Víctor.

-¿Te casarás conmigo?

-Sí.

FIN