¿Por qué lo haces? II
Quiero dedicar la continuación de este relato a Jorut, autor de TR, él leyó mis trabajos, creyó en mí, y me animó a continuar con esto como una serie. Espero que les guste.
Han pasado algunos días desde aquella mañana en la tina, decir que su humor ha mejorado sería mucho. Sin embargo ya no muestra su agresividad de siempre, más bien ha estado más callado que de costumbre, pensativo, se diría que incluso tímido. La observa con disumulo cuando entra a su habitación y le evade la mirada cuando ella lo mira.
A estas horas, ya le ayudó a bañarse como siempre, auque no ha vuelto a entrar con él en la tina, lo que de hecho le desconcierta un poco ¿No le gustó quizás? Tampoco han hablado del asunto, ni una sola palabra, ella simplemente lo antiende con la misma paciencia de siempre ¿Es que acaso pasó de verdad o fue producto de algún sueño disparatado? ¿Es que ahora también alucina cosas?
La observa pensativo, mientras ella se sienta frente a él con la carpeta de la correspondencia. Todas las mañanas luego de desayunar se repite el mismo ritual, ella abre uno por uno los sobres con la correspondencia, lee en voz alta el nombre del remitente y el asunto, entonces él le dice que hacer. Si le interesa le pide que la deje sobre la mesa, sino le indica que la deseche, casi todo termina en el basurero.
Román Arrieta, le invita a asistir a la inauguración de la escuela de música comunitaria que se construyó con sus donaciones.
Deséchalo.
Bien... Laura Amenabar, le envía un catálogo de...
¿Por qué no volviste a entrar en la tina conmigo?
Le pregunta con un tono de ansiedad y nerviosismo, mientras ella baja la hoja de papel hasta su regazo y le mira a los ojos.
- Pensé que usted me pediría que lo hiciera... si deseaba que entrara de nuevo.
El la mira contrariado, sin saber qué responder exactamente.
- ¿No te gustó estar conmigo?
Le pregunta con tristeza y algo de ansiedad.
Amé cada segundo en que estuve con usted.
Deja las cartas sobre la mesa, ya las revisaré yo, quiero estar solo ahora por favor.
Ella se levanta y sale de la habitación, ni un reproche en su mirada, ni la más mínima intención de insistir, mientras él se queda mirando la puerta porque la acaba de salir totalmente confundido.
- ¿Qué es lo que no estoy entiendiendo? -Se pregunta a sí mismo repetidamente-.
Ella es tan hermosa, lo notó desde el primer día en que la vio. Hasta ahora todas le habían sido indiferentes, mujeres maduras sobre todo, con la cabeza llena de canas y actitud de reprobación bajo las infaltables gafas de media luna. Cuánto le irritó verla tan hermosa, rubia como leche y miel, con sus divinos ojos grises y sus formas prefectas, pensó con amargura que la belleza en una mujer es como un veneno maldito que sabe bien. No le cabe duda de que podría tener a quién quisiera ¿Entonces por qué a él?
Y lo peor, lo que más le desconcierta, es la sensación que tuvo con ella. Hacía mucho que no estaba con una mujer, pero en el pasado hubo más que suficientes como para no distinguir esa sensación única de la virginidad que se rompe. Abrumado en el instante no lo pensó, aunque se diría que pudo notar una suave mueca de dolor en su rostro cuando lentamente bajó su sexo sobre el suyo. Le ha estado dando muchas vueltas y la conclusión siempre es la misma ¿Por qué se lo dió precisamente a él? ¿Y ahora espera a que él la busque? Dijo que lo amó ¿A él? ¿A lo que ocurrió? Tenía tantas dudas en su cabeza que ahora mismo estaba viviendo en agonía.
Además estaba esa loca necesidad de sentirla de nuevo, se maldijo a sí mismo por su debilidad. "Si esa mañana hubiese dicho que no", se repetía constantemente. Pero no lo hizo, y ahora mismo, una sed de piel que había olvidado por completo le mortificaba tenazmente. En más de una ocasión creyó tocarla de nuevo, sintiendo como se despertaba el deseo en cada músculo de su cuerpo, para luego despertar atormentado y solo.
Esa tarde cuando ella regresa con sus medicinas, puede notar un save rubor en sus mejillas, seguramente producto de sus preguntas matutinas. Quiso evitar el tema, pero la ansiedad supera su juicio e insiste de nuevo.
- ¿Por qué lo hiciste conmigo?
Le preguntó, esta vez con dulzura, tratando de animarla a hablar, necesitaba saber lo que estaba pensando.
- Porque yo también he estado muy sola.
Le responde con timidez.
¿Sola? Tú puedes tener a quién quieras ¿No lo sabes?
No siempre, para eso él también tendría que desearlo...
El frunce el ceño molesto y confundido ¿Es que hay otro que le interesa? Y entonces ¿Por qué no va con él? Quiere pedirle que se vaya, pero antes de que llegue a decirlo, ella se acerca y posa sus labios sobre los suyos con suavidad. El se maldice por dentro, quiere pedirle que se detenga, pero también quiere aferrarse a ella como un hambriento que logra al fin un trozo de pan.
Siente sus besos bajando por su cuello, mientras sus dedos desabrochan su camisa, acarician su pecho y sus brazos con suavidad, trazando el camino que luego sigue su boca. El cierra los ojos y lanza un hondo suspiro, sabe que ese contacto es su perdición y ahora mismo adora sentirse perdido.
La atrae con fuerza hasta que la sienta sobre su regazo, palpa sus piernas subiendo desde las rodillas, se detiene nervioso en el borde de su falda, pero enseguida ella apoya una mano contra la suya invitándole a seguir, haciendo que la aguda sensación que crece bajo su vientre tome el control de sus pensamientos para desnudarla con ansiedad.
- La cama -Le dice con la voz entrecortada- Ayúdame a llegar a la cama....
Por un momento no puede evitar una sonrisa, viéndose a sí mismo erecto y semi desnudo como un adolescente, luchando por llegar a la cama mientras ella le ayuda a incorporarse, casí le parece una travesura. Ya en la cama ella no tarda en desvestirlo del todo, luego ella hace lo mismo y se sube sobre él, aplastando suavemente su miembro contra su piel, mientras enrosca sus dedos entre su cabello y hunde su lengua entre sus labios.
El no para de tocarla, su espalda, su cintura breve, sus nalgas firmes que se balancean con mimo, sus hermosos muslos ahora abiertos a cada lado de sus piernas, ella también le toca por todo el cuerpo haciéndolo temblar por su contacto.
Enseguida ella se yergue sobre él y con esa mirada tan dulce y llena de timidez abre su sexo con los dedos para encerrar el suyo, abriéndole hacia la dulce agonía de su humedad. El la toma con firmeza de por las caderas, balanceándola sobre su miembro; ahora mismo ya no piensa, sólo la siente y la posee, escuchando sus suaves gemidos como un mantra que dicta su destino, perderse en ella, tocar las estrellas y descender del cielo escalando por su piel.
Ella cae rendida sobre su pecho, él la sostiene con suavidad recorriendo con sus dedos la piel de su espalda, dejando que su respiración y su juicio regresen de ese viaje dulce e intenso más allá de las paredes de su grande y fría mansión. La envuelve con sus brazos sin decir una palabra.
Afuera el sol comienza a descender pintando las nubes a su antojo, pero él comienza a sentir por dentro un pequeño amanecer.