¿Por qué eres tan complicada?

Pasé por la excitación, el delirio y aterricé de bruces en la culpabilidad.

Abrí los ojos, ella no estaba. ¿Dónde se había metido? ¿La habría asustado? ¿Se habría arrepentido?. Me incorporé. Una sensación de vacío me invadió. Ni un nota, ni un mensaje, ni una llamada, ni rastro de ella.

Era tarde, tenía que ir a clase. Mi cuerpo se movía con parsimonia, me sentía débil. Quizás estaba sobre reaccionando, siempre he tendido a dramatizar, a enrrevesar las cosas. Me paré a pensar… si, efectivamente, estaba exagerando. ¡Basta!, me dije, sólo había sido una noche, no tenía ningún derecho. Joder, ¡Con lo qué me había costado atraparla!, lo que había sufrido viéndola en los brazos de ella. Impotente, sabiendo que no podía hacer nada, excepto causar dolor. Me tiré a la piscina y me ahogué. Una sensación me recorría el cuerpo: arrepentimiento. Mi cabeza era un caos. Pasé por la excitación, el delirio y aterricé de bruces en la culpabilidad. Todo lo malo que me pasase en los siguientes días, semanas, meses, me lo tendría bien merecido.

De la culpabilidad pasé a la tristeza.

Me vestí, cogí el móvil, me puse el ipod, que me regalaba una canción de Radiohead, “Creep”. Encima esa canción, me sentí el ser más patético del planeta.

Después de un trayecto insufrible en autobús, llegué a la universidad. Procuré no mostrarme en exceso, no quería que ella me viese. ¡Ah! Se me olvidaba, no os he dicho que “ella” era la ex novia,  “ella” era……. mi mejor AMIGA, “ella”… ¿se estaba acercando a mi en esos momentos?. Desvíe mi pasos lo más rápido que pude. No lo suficiente. Mi nombre retumbó en el pasillo;

¿Qué quieres Cris? – junté todas las fuerzas posibles para no parecer culpable, pero sinceramente…¿culpable? esa no era la palabra

¿Qué hacías con Elisabeth anoche? – su voz denotaba furia, celos, rencor, todo un cúmulo de sentimientos negativos hacia mi persona. Nunca la había visto tan tan

Aún no sufro de sordera, así que te pediría, por favor, que procures no hablarme en ese tono si no quieres que de por finalizado este diálogo – yo y mis salidas de tono, todo un clásico.

Se acercó a mi lo suficiente, sentía su respiración en mi labios. Me había cogido el brazo, lo apretaba, me estaba haciendo daño. Intenté retroceder, zafarme de esa garra. Fue imposible, de un movimiento me atrajo más a su cuerpo. Estábamos montando una escena. Noté miradas puestas en nosotras, cuchicheos, dedos que nos señalaban… ¡Por dios! ¡Cómo odio estas situaciones!

¿Qué te crees? ¿Qué soy imbécil?, conozco tus sentimientos hacia ella desde el día en que te invité a que la conocieses, eres demasiado transparente ¿lo sabías? Se que ayer estuviste con ella toda la noche. Al final lo has conseguido, y te ha dado igual a quien dejabas por el camino, eres una egoísta... Pero…, es que, lo peor de todo,… - Por un momento su mirada se perdió en sus propios ojos, una mueca de desesperación salió de su boca - … ni si quiera te soportaba

Dolor, impotencia, sufrimiento, malicia, no lograba adivinar de qué estaban llenas sus palabras.

Mi cara se contrajo reproduciendo una mueca de incomprensión. Ella lo percibió y una risa de satisfacción se pintó en sus labios.

No te asombres cielo, lo más bonito que dijo acerca de ti es que eras una “prepotente narcisista”. Y yo defendiéndote, ¿en qué estaría pensando?. Toda mi vida admirándote ¿para qué?...

El mito se cayó al suelo y se partió en mil trozos. Sus palabras tuvieron el efecto de un jarro de agua fría sobre mi. ¡Despierta Leticia!. Me empecé a agobiar, no me salían las palabras, notaba que todo se me escapaba, que estaba perdiendo un batalla que yo había instigado.

¿Me había utilizado Elisabeth?, si por supuesto, para darle celos a Cristina. Había caído en su trampa. No me lo podía creer. No entendía nada. Necesitaba estar sola, no quería derrumbarme delante de ella. Mi mecanismo de autodefensa surgió de nuevo;

¿Ah…? ¿si? ¿narcisista y prepotente? Mmmmm, una combinación muy muy sexy  - ¡Toma ya!, estuve a punto de golpearme en la boca, ¿Cómo podía ser así? ¿En qué clase de persona me había convertido?

No te hagas la dura conmigo, te conozco muy bien Leticia. La solución no está en adoptar esa actitud chulesca y menos hacia mi. Eres una puta, – esta última palabra retumbó en mis oídos como un eco insoportable que rasgaba mis tímpanos - has conseguido hacerme daño de verdad. Esto no te lo voy a perdonar en mi vida – Soltó mi brazo con hastío, retrocedió y se dispuso a marcharse.

La vista se me nubló, sentí arcadas y un calor asfixiante me poseyó. Caí al suelo. Me había desmayado.

Me levanté en la cama de un hospital. ¿Por un bajón de azúcar me traen hasta aquí?, pensé malhumorada. Llamé a la enfermera;

Perdone, ¿Qué hago aquí?

Ahhh, ¡qué bien!, por fin te levantaste bella durmiente. No te preocupes ha sido un bajón, no tienes nada grave, un poco de anemia. Con una dieta más alta en hierro estos desmayos pasarán a la historia

Entonces, me puedo ir ¿cierto?

Si, pero, ¿no tienes a nadie que te pueda venir a buscar?, así vas acompañada, que aún estas un poco pálida. Seguro que tienes algún novio que te cuide esta noche y te de mimitos.

¡Lo que me faltaba por oír! Esa enfermera me estaba irritando hasta un extremo inigualable;

Me valgo conmigo misma, Gracias – sonreí con desgana.

Me levanté, al apoyarme sobre el suelo noté mis piernas temblar. La enfermera lo advirtió e hizo un amago de ayudarme. Lo cual anticipé parándola con la mano. Cogí mi ropa, me cambié, completé todo el papeleo burocrático, firme el alta y me marché.

Pasé el resto del día en casa, tirada en el sofá pensando, estrujando mi cabeza, buscando alguna explicación a mis actos. No la encontré. Me rendí ante esa incapacidad, y decidí salir a despejarme, no quería estar sola, pero tampoco quería llamar a nadie. Quería únicamente olvidar. Me duche, y elegí un traje muy sensual para la ocasión, negro, que marcaba todas mi curvas haciéndolas más apetecibles ante las miradas ajenas. De repente mi móvil se puso a sonar. Rezaba para que no fuese Cristina. Lo cogí y prolongué unos segundos la espera de saber quién llamaba. Menos mal, era María.

¿Qué te ha pasado Leti? – su voz denotaba preocupación

¿Qué me ha pasado de qué? No te pillo, explícate

Me ha llamado Cristina y me ha dicho que estabas en el hospital, que te habías desmayado o no se qué - ¿Cristina? ¿La había llamado?, aún no salía de mi asombro cuando atiné a contestar,

No ha sido nada, solo un bajón, y un desmayo estúpido ¡Cosas de la vida!. Ya estoy como una rosa – mi tono reflejaba todo lo contrario a pesar del esfuerzo que hice por hablar normalmente.

Oye, ¿Te encuentras bien?

Una lágrima traidora surco mi cara. Realmente necesitaba hablar con alguien. No era tan fuerte como creía después de todo. Quien mejor para escucharme que ella. María era una de esas amigas que están pero no están (menudo lío), que puedes contar con ellas en cualquier momento y por mucho que no las veas nada cambia.

Sinceramente no, he hecho algo horrible, y no soy capaz de enfrentarme. He discutido con Cris, creo que la he perdido para siempre – mi voz sonaba apagada y temblorosa. Me costaba vocalizar.

¿Por qué no te vienes con Lucía (su novia) y conmigo a cenar? Así me lo cuentas todo tranquilamente, y no estás sola. Andaaaa, di que si

Vale, si, creo que va a ser lo mejor. Además me disponía a salir de marcha por mi cuenta para ahogar mis penas en cuantas copas fuese necesario.

Estupendo, pues entonces quedamos en media hora en el japonés de al lado de mi casa

Ok

Colgué, no se por qué  pero me sentía mejor. Fui a comprar tabaco, necesitaba un poco de nicotina. Me senté en un banco para hacer tiempo. Encendí un pitillo, y me lo fume despacio, disfrutando de cada calada. Ya era la hora, me tenía que poner en marcha.

No tardé más de 15 minutos en llegar al restaurante. Ahí estaba María, radiante con un traje gris ceñido a su escultural cuerpo. A su lado, Lucía tan atractiva como siempre, con esa mirada felina de ojos verdes. Las dos me recibieron como mucho cariño, en el típico ritual de abrazos y besos. Pasamos la cena hablando de mi, de lo que había hecho, se lo conté todo, me desahogué como nunca antes (las copas de vino me ayudaron, para que mentir). Me sentía relajada ante la presencia de aquellas dos mujeres, estaba segura y muy a gusto. Me sacaban unos cuatro años, lo que me daba la sensación de estar aún más protegida. María intentó que olvidase lo ocurrido relatándome sus aventuras. Tengo que admitir que me robó bastantes sonrisas y un par de carcajadas.

Ya habíamos terminado de cenar cuando Lucía propuso continuar la noche, María y yo nos miramos. Le guiñé un ojo traviesamente,

Me parece la elección más acertada de la noche. La primera copa corre de mi cuenta – me levanté y las invité a imitarme.

Entramos en la discoteca muertas de risa, después de haberle tomado el pelo a un taxista (bastante salido) diciéndole que éramos todas pareja mientras nos tocábamos provocando su mirada por el retrovisor.

No se cuántas nos bebimos, no se cuánto tiempo estuvimos bailando, no se en qué momento dejé de pensar y empecé a llevarme por mi cuerpo, dejando abandonada mi cabeza.

Me apoyé en la barra, pedí una copa, y me quedé mirando como bailaban María y Lucía. Notaron mi mirada furtiva, se miraron con deseo y comenzaron a moverse de una manera sensual, pegadas, regalándose caricias. Me moría de ganas por unirme a ellas, tenía la libido a unos niveles insospechados… Lucía se separó y orientó sus pasos hacía mi. Tomó mi mano, y me colocó entre medias de las dos. Empecé a sentir calor, notaba sus manos en mi cuerpo. La cabeza me daba vueltas. No escuchaba, no veía, sólo percibía esos dedos rozándome, tentándome. Tenía a María delante, necesitaba apagar el fuego que me invadía, la tome de la cintura y la atraje hacia mi. La estaba desafiando, quería saber hasta dónde pretendían llegar, qué límites estaban dispuestas a sobrepasar. No tardó más de dos segundos en besarme. Nuestras lenguas jugaban rítmicamente. Mis labios atrapaban los suyos, me gustaba su textura. Me di la vuelta, me encontré con esos ojos verdes acechándome. Escudriñó toda mi anatomía, y cuando nuestros ojos se toparon de nuevo, paseo su lengua por sus labios de una manera muy provocativa, incitándome, lo percibía. Volvió a apoderarse de mi mano guiándome a la salida. María venía detrás.

Llegamos a su apartamento. María fue a la cocina y volvió con una botella de un licor que no había visto en mi vida. La abrió y un olor intenso impregno toda la estancia. Tomó un trago, arrastró la lengua por sus labios. Yo me había sentado en el sofá, estudiaba todos sus movimientos. Se aproximó hacia mi, y se subió encima mío, sobre mis rodillas. Sus brazos se aferraron a mi cuello. Buscó mis labios que se abrieron para encontrarse con su lengua. Fue un beso amargo, con sabor a aquel alcohol que había ingerido. Noté como un resto de líquido se colaba en mi garganta. Me encantó. Empecé a chupar y saborear su lengua, sus labios, sus dientes, su paladar.

La tiré al suelo, y me puse encima de ella. Me quité el traje, le quité el suyo. Me tumbé sobre su cuerpo, sintiendo toda su anatomía debajo de la mía. Mi muslo se clavó en su entrepierna haciendo una fuerte presión en su sexo. María movía sus caderas para incrementar esa fricción que tanto placer le estaba provocando. Le quité el sujetador, y sin mover el muslo de su entrepierna, bajé la cabeza para degustar esos pechos que me estaban llamando con desesperación e impaciencia. Los besé con devoción, los lamí, los devoré. María gemía, suspiraba. Apoyó sus manos en mis hombros y los impulsó hacia abajo. No quería hacerla esperar, así que después de terminar con sus pechos fui ensalivando su vientre. Le quité las bragas.

Lucía estaba siendo testigo único del espectáculo erótico que le estábamos proporcionando. Sus ojos resplandecían revelando una nota de excitación y deseo. La miré buscando su consentimiento, no hicieron falta palabras, sabía que lo estaba ansiando. Agarré las rodillas de mi presa y las separé con ímpetu. Un gemido se escapó de sus labios. Su excitación crecía, sus caderas se movían con frenesí y exasperación. Bajé mi boca, a la vez que descansé mi mano en su humedad. Mis labios buscaron su clítoris. Mientras mi lengua se abría camino entre sus pliegues dos de mis dedos se deslizaron en su interior tímidamente. Inicié un juego que combinaba el movimiento de mi boca en su clítoris con el meneo de mis dedos en su interior. Mi ritmo era cada vez más rápido. Sus gemidos eran el preludio de que un orgasmo se acercaba. A medida que su respiración se aceleraba mi juego se hacía más enérgico. Hasta que noté como mis dedos eran presos de sus palpitaciones. Sus gritos colmaron la habitación, cayó rendida.

Habían pasado unos cinco minutos cuando Lucía se levantó, despojándose de su ropa, quedándose únicamente con la ropa interior. Yo estaba de rodillas, entre las piernas de María. Percibí como Lucía se puso detrás de mi, y con sus manos comenzó a acariciar mis pechos por encima del sujetador. Me incitó a levantarme. Sus labios buscaron los míos. Nos fundimos en un beso acelerado, lleno de pasión. María se había acomodado en el sofá con las piernas abiertas. Lucía me colocó entre las piernas de María, apoyándome en su torso. María me quitó el sujetador para poder jugar con mis pezones. Lucía mientras tanto, me quitó las bragas. Elevó mis piernas de tal manera que quedaron apoyadas encima de las de María. Mi sexo estaba a su merced, lo besó; lamió mi entrepierna. Yo echaba la cabeza hacia atrás encontrándome con la boca de María. Percibí la lengua de Lucía dentro de mí, me penetraba. María me besaba el cuello, me susurraba al oído. Mi sudor se entremezclaba con el suyo. Todo ese cúmulo de sensaciones tuvieron su efecto sobre mi dándome un orgasmo que hizo temblar hasta el último músculo de mi cuerpo, que sucumbió sobre el de María.

Después de recuperar el aliento tomé a Lucía de la mano. Ahora era yo la que tomaba la iniciativa. La llevé hasta su cuarto y la tumbé en la cama. La besé con amor. Mi boca sabía aún a los flujos de María. Mi cuerpo se encajó con el suyo a la perfección. No podía parar de besarla, tenía una forma de hacerlo fascinante. Sentí que María nos inspeccionaba, tenía algo en las manos, un consolador doble. Lucia se lo arrebató. Nos incorporamos, y con mucha ternura introdujo uno de los extremos dentro de mi, sin mucha dificultad ya que me encontraba muy húmeda y mi vagina estaba bastante dilatada. Se fue arrimando a mi. Entrelazó sus piernas con las mías y se metió el otro extremo dentro de ella. Me abrazó y beso mientras nuestros cuerpos bailaban al son de nuestra excitación. Mis gritos se ahogaban en su boca. El orgasmo no tardó en llegar para ninguna de las dos. Noté que me desvanecía, había alcanzado tanto placer que no pude soportarlo, mi vista se volvió a nublar y mi cuerpo cayó hacia atrás. Era la segunda vez que me desmayaba en ese día.

Fui yo la primera en amanecer. María y Lucía dormían abrazadas, María se aferraba a su espalda de forma que sus cuerpos se asemejaban a dos piezas de un puzzle perfectamente unidas. Sentí anhelo y ternura. Se me escapó una lágrima que aterrizó en la comisura de mis labios. María entreabrió un ojo, me miró comprensiva, sonrió y volvió a caer en un sueño profundo.

Partí hacia mi casa aliviada pero disgustada, feliz pero triste. “Caótica Leticia”, era perfecto para mi. Echaba de menos a Cristina. Solíamos hablar a estas horas para contarnos todo lo sucedido los días en que salíamos y reírnos de nuestras hazañas nocturnas. La quería demasiado para que se me escapase. Tenía que hacer todo lo posible para encontrar su perdón, si no me consumiría.

Mi día transcurrió sin más, aferrada al teléfono, esperando con agonía escuchar su voz. Decidí llamarla;

Cristina, no me cuelgues por favor.

Te dije que no quería saber nada en absoluto acerca de ti. Iba en serio. Ni se te ocurra volver a llamarme. Has perdido todo mi respeto.

Déjame que te… - no me dio tiempo a terminar la frase, me colgó sin ningún reparo. ¡Qué estúpida soy!, pensé. ¿Cómo iba a tener ningún tipo de reparo sobre mi?, después del mazazo que le había dado.

Los días pasaban. El verano llegaba, los exámenes se acercaban. A medida que mejoraba el tiempo, que la gente se preparaba con entusiasmo para disfrutar de las vacaciones; mi estado de ánimo desmejorado me había convertido en una personita triste y taciturna. Adelgacé unos 5 kilos. Me estaba consumiendo anímica y psicológicamente.

María me llamaba con frecuencia, insistiéndome para que nos volviésemos a ver. Yo no quería, no tenía fuerzas para ello. Mis pensamientos estaban enfocados única y exclusivamente en Cristina.

Me encontré con Cristina un par de veces más por la universidad. Todas ellas me evitó con violencia y desprecio. Su expresión me destrozaba. Sus ojos antes alegres y compresivos, ahora fríos e inexpresivos me hacían pedazos.

Conseguí aprobar todas las asignaturas. Terminé la carrera por fin. Empezaba otra etapa para mi. Se supone que la gente ante estas circunstancias no desprende otra cosa que no sea energía y entusiasmo por su futuro. Estaba claro que yo no era como ellos, el mío se veía incierto y sin expectativas. Mi madre me aconsejó que me fuese fuera del país a trabajar durante una temporada, así me despejaría un poco del ambiente de Madrid.

Opté por hacerla caso, apliqué a unas cuantas empresas y al final me determiné por una en Londres. Era la mejor opción, estaba fuera pero cerca.

El día que abandoné mi apartamento decidí hacer una parada antes de ir al aeropuerto. Pararía en casa de Cristina.

El trayecto se me hizo eterno, me temblaban las manos. Los nervios quebraban mi voz hasta el punto que me costó “dios y ayuda” darle las señas al taxista.

Ya hemos llegado – masculló el taxista, impaciente por mi indecisión acerca de si bajarme o no.

Mi falta de valor impidió que llamase a la puerta. En vez de eso, saqué un trozo de papel de mi bolso y conseguí garabatear  un simple “TE ECHARÉ DE MENOS”. Lo colé por debajo de la puerta y me fui.

El taxi me dejó en el aeropuerto. Facturé mi maleta y esperé una media hora hasta que fui embarcada. Cogí el móvil para apagarlo y vi como un mensaje se colaba en el buzón de entrada. Una frase lo resumía todo: ¿Por qué eres tan complicada?