Por qué dí el paso

Un hombre feliz decide entrar en el mundo del sexo de pago y explica sus motivos.

Hola de nuevo, soy Alex. Hoy quisiera explicarles el motivo por el que, en un momento de mi vida, tomé la decisión de introducirme en el mundo de las profesionales del sexo. No fue un acto puramente ocasional e irreflexivo, fue la consecuencia de un debate interno entre mis necesidades y mis obligaciones personales y familiares. Tenía entonces unos treinta y tantos, llevaba una década de matrimonio digamos razonablemente feliz, sobre todo si tenemos en cuenta que a esas edades surgen las primeras crisis serias de pareja. La rutina, el cansancio y el aburrimiento unidos a las dificultades económicas, laborales o de cualquier otra índole personal, como la dedicación a los hijos, son el cóctel detonante de muchos divorcios. En mi caso nada de ello ocurrió, tenía una vida ordenada, me gustaba mi trabajo en la universidad y amaba a mi mujer, a la que intencionadamente mantengo dentro de mis relatos en un segundo plano. Ella tenía también una vida ajetreada por sus obligaciones laborales, criamos a nuestros hijos con las lógicas dificultades de conciliación laboral de una pareja activa y moderna, pero siempre solidariamente y en armonía. Esa parte de mi vida era importante para mí, me daba la seguridad y las certezas imprescindibles para el equilibrio personal, el saber que alguien te espera al final del día o el tener un lugar donde relajarte con los que te quieren incondicionalmente es fundamental cuando te mueves en un mundo hostil de obligaciones y tensiones. Toda esa esfera de confort afectivo estaba en permanente lucha con mi lado oculto, con ese universo privado e inconfesable que me atormentaba como hombre que no podía evitar sentirse arrastrado por sus obsesiones y fantasías sexuales. Quizá pueda sorprenderles, pero la estabilidad de mi matrimonio dependía de que mantuviese permanentemente abierta la puerta hacia lo tabú. El haberme sincerado ante mi esposa, el haberle dicho que aún amándola necesitaba el contacto con otras mujeres, el haber hecho lo que muchos de ustedes considerarían “lo correcto, lo honesto”, tengan la completa seguridad que hubiese derrumbado mi vida, y lo que es peor, la de mi mujer y la de mis hijos. No podía permitírmelo, hubiese sigo un egoísta imposible de redimir, lo reconozco, preferí ser un crápula con buen fondo antes que un dignísimo exponente de cómo se destroza una familia.

Lo cierto es que mis aventuras, ya sea con alumnas de la universidad (escasas) o con otras mujeres que compartían mis inquietudes por lo prohibido, me exigían un gran esfuerzo en los planos logístico y emocional. Contactar con la persona adecuada no era fácil, las redes sociales me ayudaron un poco allanando esa fase inicial de selección, otras veces fue el puro azar, siempre mantenía mi radar alerta intentando detectar algún signo inequívoco de que una mujer era receptiva. Ciertamente me ayudó el físico, gustaba a las mujeres y eso me abrió muchas puertas, lo hacía todo más fácil, pero aún así me costaba encajar las piezas. Mi vida formal me impedía salir a discotecas buscando una compañera ocasional, salvo excepcionalmente algún fin de semana que mi mujer se ausentaba para visitar a sus padres, o alguna escapada profesional para asistir a un congreso en otra ciudad. Vivía esos momentos al límite con la ansiedad de quien busca hacerse invisible con la mayor discreción. Aquello no era fácil, y llegado un momento me fue insoportable, hasta en lo económico, era inevitable incurrir en gastos de difícil justificación, y lo peor, en ocasiones con resultado nulo. No siempre pescas algo al lanzar la caña.

Procedí entonces a analizar fríamente mi situación y concebir alternativas usando esa mente  racional y lógica con la que Dios me bendijo. El sexo de pago estaba ahí, era consciente de que existía un submundo sórdido de puteros y lumis ante el que mantenía muchas reservas de orden ético, incluso de seguridad e higiene personal, no era un terreno que me inspirase confianza. Comencé, ya sea por curiosidad o por íntima necesidad, a informarme al respecto a través de prensa, blogs, y foros de internet. Inmediatamente me di cuenta de que dentro de esa actividad pseudo legal, además de un estrato marginal vinculado al mundo de las drogas, mafias, trata de seres humanos, clubes y antros de baja estofa (donde se sumerge lo peor de la condición humana), existe un mundo más “civilizado” de chicas independientes y agencias de escorts en el que caben el lujo y la sofisticación. Profundicé en el tema, comprendí que no era oro todo lo que relucía, que los anuncios publicitarios esconden en su mayoría fotos fake, picaresca y argucias para aligerarle la cartera a hombres desesperados, incluso racionalicé estrategias para saber distinguir entre anuncios creíbles y fraudulentos usando las muchas herramientas que ofrecía internet y mi perspicacia natural. Me registré en algunos foros especializados y seguí la pista durante un tiempo a las interacciones entre clientes y profesionales, el suficiente hasta interiorizar como funcionaba ese universo a caballo entre el deseo básico e instintivo de unos y los intereses pecuniarios de otras.

Lo cierto es que en pocos meses me convertí en un teórico del sexo de pago sin todavía haber contratado ninguno de esos servicios, sabía cómo dar el primer paso sin caer en una trampa. A modo de guía logística establecí un protocolo básico de actuación: evitar trato con chicas que no fuesen independientes y no realizasen esta actividad libremente por elección personal, contrastar cuanta información disponible hubiese sobre la chica previamente seleccionada (hay auténticas diosas de la belleza) para garantizar seguridad y evitar fraudes, tomar conciencia de la importancia de la higiene y el uso de protección en las relaciones sexuales (mal asunto si una profesional no te pide que te laves “antes de”), llevar a las citas siempre un paquete de pañuelos (por si acaso), portar solo la documentación esencial (nada de tarjetas de crédito) y el dinero justo en efectivo, usar por discreción un teléfono y tarjeta SIM distintos a los habituales… En fin, toda una letanía de precauciones a modo de botiquín estratégico que culminaban en consejos para  eliminar rastros: carmín, pelo, todo tipo de olores (perfumes, tabaco,…), tan importante era la higiene “antes de” como “después de”.

Pero la conclusión más sorprendente fue que, si me mantenía dentro de la moderación y no caía en la adicción, el sexo con escorts era más llevadero en lo económico que todo el lío monumental que formaba para conseguir amantes ocasionales, follabas seguro con auténticas chicas de calendario, ya fuesen jóvenes o maduras, y por mucho menos que unas cuantas copas en cualquier discoteca de moda. Aparte de ese apunte estrictamente material o económico, desprovisto de alma me podría argumentar alguno de ustedes, el tiempo y la experiencia me enseñaron que hacerle el amor a chicas de diversa procedencia (españolas, rusas, polacas, rumanas, francesas, italianas, chinas, japonesas, dominicanas, venezolanas, colombianas, paraguayas, argentinas, brasileñas… o hasta diosas de ébano), me enriqueció como ser humano dándome otra perspectiva,  abriendo los ojos de mi curiosidad hacia otras mentalidades, culturas, visiones del mundo, inquietudes. Me hizo un ser mucho más empático, supongo que por mi actitud y si quieren por mi cultura. Siempre me mostré educado, respetuoso, hasta prudente y sensible ante estas chicas, y ellas inmediatamente lo captaban, se sentían seguras conmigo y me ofrecían no sólo su cuerpo, sino también su mente y su corazón. Pude comprobar que a través del sexo, aparte de dar rienda suelta a un instinto básico, se puede establecer otra forma de comunicación sincera entre seres humanos. La comunicación al final es compartir ideas, sentimientos, mensajes, es en definitiva una transacción de cosas tangibles o simplemente emocionales. Visto así,  ¿qué de innoble tiene que un ser humano a cambio de dinero reciba, no sólo placer de un semejante, sino un recuerdo imborrable que compartir con él para el resto de sus vidas? Así he procesado interiormente mi vivencia con estas chicas, no quiero con esto justificarme, sólo explicarles mis motivos, y quizá con ello ayudarles a que huyan de prejuicios y juicios de valor genéricos sobre la conducta de los seres humanos. No sería sincero si no les reconociese que hay hombres que con estas chicas actúan como bestias en celo, insensibles y hasta obscenos en demostrar su propia inseguridad envuelta en machismo y chulería. Yo nunca pertenecí a esa clase, con el dinero no se compran ni sumisión ni humillación, solo un tiempo mágico que de su vida te entrega otro ser humano. Que otro tesoro poseemos sino el tiempo que se nos ha dado.

Este relato ha sido intencionadamente distinto, he pretendido que me conozcan un poco más. No obstante les defraudaría un poco las expectativas si no les relatase, sólo brevemente, como fue mi primera experiencia con una escort. Fue durante un congreso en Madrid, desde luego un lugar excepcional para encontrar chicas impresionantes de este mundillo. Y fue con una chica brasileña de unos veinticuatro años, no recuerdo su nombre (en general las profesionales no se publicitan con su nombre real, sino que lo hacen con otro “artístico”), por lo que tampoco tiene importancia. Qué decirles, imaginen una chica de cualquier calendario de Pirelli, o de aquellos que se solían encontrar en los talleres de motos, e imaginen a una chica perfecta, rubia, de piel blanca aunque muy bronceada, guapísima hasta decir basta, con una curvas impresionantes, con unos pechos (no sé si operados, en este mundillo es muy común) redondeados y erguidos maravillosos, con la marca blanca del tanga sobre la piel, con unos glúteos y piernas perfectos, duros y tonificados, con unos labios sugerentes, en definitiva, idealicen la máxima perfección concebible en la anatomía femenina. Eso encarnaba aquella brasileña, que ejercía como independiente el mas antiguo de los oficios por una calle próxima a la estación de Atocha de Madrid. Yo la había seleccionado previamente siguiendo varios anuncios que publicaba en internet, en páginas especializadas de escorts, había muchos comentarios de clientes que no sólo atestiguaban la realidad de sus fotos, sino que la describían como una auténtica diosa del sexo. Recuerdo que era un mes de agosto, hacía calor en Madrid, dejé las maletas en la habitación del hotel y lo primero que hice fue llamarla. No me lo cogió a la primera, intenté llamar a otras chicas que llevaba en una lista de preferencias sin éxito, pero de pronto recibí una llamada al móvil, fue un segundo, colgó de inmediato, era ella y de esa forma sutil y prudente me avisaba de que estaba disponible, de que la volviese a llamar (es la forma discreta de hacerlo, siempre puede pasar por una llamada perdida ocasional de alguien que quizá haya equivocado el número, una buena profesional conoce ardides para hacerse presente respetando la intimidad de sus clientes). Llamé y hablé con ella, escuché su voz sensual con acento brasileño inconfundible, concretamos hora, tiempo, tarifas, servicios, dirección… todo con una naturalidad que sorprendía, desprovista de eufemismos.

-Cariño hago francés natural, experiencia GFE (besos y trato de novia), penetración, no hago griego, todas las posturas que desees, me gusta que me coman, ven y nos conocemos…

En esos términos, tal cual. Allí me planté raudo y veloz, no eran ni las cinco de la tarde un día de un mes de agosto. Aunque iba recién duchado llegué empapado de sudor a su piso, recuerdo que era en un edificio antiguo con una especie de patio interior, planta baja. Llamo, mi corazón a cien, me abre y se me presenta en tanga aquella diosa de la naturaleza, alta, impresionante, estaba buenísima de arriba abajo, era demasiado hasta para un hombre como yo que ya había toreado en muchas plazas, era otro nivel de mujer. Paso, me planta dos besos, y tras sutilmente esperar a que le pagase lo convenido (a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César),  viéndome sofocado por  el calor (no sólo por eso…) me invitó a que me duchase.

-Yo ya me he duchado cariño, estoy preparada, aquí te dejo esta toalla, aquí tienes el gel de baño…

Al verla con aquel tanga mini delante de mí, casi desnuda porque se le veía todo, perdí el pudor, me desnudé y observé como se fijaba en mi anatomía, en especial en mi miembro. Con disposición y naturalidad me ayudó con la ducha, en especial comenzó a acariciar mi miembro con su mano impregnada de gel, lo limpió de arriba a abajo prestando atención a mi glande y al escalón o surco que lo rodeaba, luego lavó mis testículos. A veces cuesta entender algunas cosas, la chica estaba observando si había señales extrañas en mi pene que no aconsejasen el francés natural, puede resultar un poco frío pero una buena profesional cuida al máximo las cuestiones higiénicas. Ese celo da seguridad también a los clientes, lo aprendí con el tiempo. Tras secarme me preparó un colutorio, un enjuague bucal, y me pidió que lo usase

-Pero no te lo tragues, que ya me ha pasado con algunos… Es sólo por higiene bucal.

Joder qué brutos -pensé- supongo que se podrían nerviosos al verla, perderían el control de la situación, normal con semejante hembra. Me acompañó a un dormitorio con una cama de matrimonio, con meticulosidad sacó una sábana limpia y la extendió sobre el colchón hasta ajustarla a sus dimensiones. Una vez lo hizo se acercó hacia a mí y me dijo

-¿Te gusto? Aún no me has tocado nada (se dio cuenta de que era novato en ese tipo de experiencias, no tenía claro cuando “se podía” hacer según que cosas)

-Claro que me gustas, le dije posando mis manos sobre su trasero divino, durísimo, increíble.

Tras quitarse de un plumazo el mini sujetador que llevaba y enseñarme esos pechos perfectos, redondos, duros, erguidos, superlativos, comenzó a besarme al principio suavemente, pero inmediatamente me metió la lengua hasta la campanilla, con dulzura pero con maestría. Estaba besando a una miss universo -eso pensé-, quería disfrutarlo. Me entregué a fondo, cuando miré hacia abajo ya no llevaba el tanga, se lo había quitado y ni me había dado cuenta, tenía el sexo depilado al estilo brasileño, solo una pequeña línea de vello ascendía desde su clítoris. Tenía ya mi polla como el mástil de una bandera, dura para partir almendras, que erección más salvaje, ella la acariciaba mientras me besaba, era una maestra de la excitación, el contacto con su cuerpo era continuo, mientras la besaba me estimulaba el pene, lo acariciaba, lo estrujaba, rítmicamente, era muy lista, muchos clientes eyaculan por la vía rápida lo que suponía acortarle la faena, y ella exploraba mi aguante mientras yo acariciaba sin cesar su trasero. Me miró sonriendo y se echó su melena rubia hacia atrás mientras con un gesto rápido se puso de rodillas. Cuando quise acordar mi pene ya estaba dentro de su boca, recuerdo su manejo de los tiempos, suave…rápido…su lengua acariciando mi miembro con continuidad, no me daba descanso, el contacto con sus labios, lengua, boca era continuo, demostraba una habilidad insuperable mientras fijaba su mirada en la mía despertando en mí un deseo incontrolable.

La calidez y humedad que envolvían mi pene me iban a hacer estallar, iba a acabar conmigo, ese francés era insuperable. Con dulzura la levanté y le pedí que se recostase en la cama, ahí le practiqué un cunnilingus intenso, poniendo en el envite toda mi sabiduría, ella gemía sin grandes alardes -gustoso, sí, gustoso- eso decía, nunca sabré donde empezaba el placer y acababa el fingimiento. Su sexo era sencillamente precioso, olía muy bien nunca lo olvidaré, su clítoris no era muy grande pero sí sugerente, al abrirle la vulva aprecié su color natural sonrosado, casi el de una adolescente, que hermosa era aquella criatura, era la viva expresión de la perfección en la creación humana. Lamí, succioné, todo ello mientras con mis manos le acariciaba los glúteos, me la comí literalmente. Ella con la sonrisa en los labios cambió el tercio, creí que de nuevo empezaba otro francés cuando realmente lo que hizo al introducirse mi pena en su boca es colocarme un preservativo que tenía anclado entre sus labios con una facilidad asombrosa. En décimas de segundo me había enfundado y me invitó, como decirlo, no muy eufemísticamente a que le hiciese el amor -ven y fóllame cariño-. Eso hice, entré dentro de ella como un toro que sale de chiqueros, embestí con ansia, su sexo era tan cálido… la besé con pasión, pero qué guapa era la chavala, qué linda, no sabía que coger, sus glúteos, sus piernas, empujaba y empujaba, le comía sus pechos duros como una piedra, la volvía a besar…Era gemía no sé si con mucho convencimiento, noté como movía su pelvis con movimientos circulares, no sabría descifrar, el hecho es que la presión que las paredes de su vagina ejercían sobre mi pene aumentó rítmicamente, era una auténtica maestra del sexo, me estaba exprimiendo literalmente, quería liquidarme de nuevo y me tenía a su merced. Yo no podía más, ya no podía más, recuerdo que me separé de ella y le pedí que se diese la vuelta, jamás me hubiese perdonado no acabar aquella aventura sin poseerla por detrás en la postura del perrito, sin disfrutar del mejor culo que he visto en toda mi vida, y eso hice. No aguanté más que unas pocas embestidas, pude ver desde atrás como su carne vibraba al unísono a cada uno de mis empujones, la forma de su trasero era divina, la justa curvatura del canon de la perfección, estaba esculpida de puro músculo siendo extremadamente femenina, todo en ella era irresistible.

Exploté como nunca rugiendo como un semental mientras caía sobre ella bañado en sudor. Así transcurrió mi interacción con aquella brasileña, no sé si de origen italiano o alemán, de esas rubias que vemos en las playas de Río de Janeiro que parecen venir de otro planeta. El tiempo contratado se esfumó, una vez que te corres todo acaba, parece algo frío pero es así, haces el amor con una chica que probablemente esa misma noche ya ni se acuerde de ti. No obstante tuve un par de minutos para preguntarle sobre su vida, me comentó que mantener su físico le costaba muchísimo dinero: gimnasio, masajista, peluquería, esteticién, manicura (recuerdo sus uñas super alargadas adornadas de forma multicolor)…, su aspecto físico era fruto de un tremendo esfuerzo, era su vida, vivía simplemente para ser perfecta. Y cobraba de forma directamente proporcional a ese esfuerzo, de eso os doy fe.  Acabo aquí mi relato, espero que haya sido de vuestro agrado.