¿Por qué? (Cuando 192 no es sólo un número)

Seis meses después de los cruentos atentados del 11 de marzo, Madrid y sus ciudadanos siguen preguntándose, ¿POR QUÉ? Una breve reflexión en voz alta en memoria de las 192 víctimas mortales

Madrid. 16 de septiembre de 2004

¿POR QUÉ? (Cuando 192 no es sólo un número)

He preferido tardar en escribir estas líneas. Sabía que tenía que redactarlas, pero opté por esperar, por reposar las ideas, pero sabía que tenía que llenar este folio en blanco.

Desde el pasado 11 de marzo, somos más huérfanos. Alguien quiso decidir sobre el futuro y la vida de 192 inocentes. ¿Por qué? Aún hoy, más de seis meses después del atentado más salvaje y cruento cometido en territorio del continente europeo, todos nos seguimos formulando esta misma pregunta. No me sirve, no nos sirve a ninguno, el argumento de apoyos a guerras ni a causas imperialistas para justificar esta acción genocida. En esos trenes iban amas de casa, estudiantes, trabajadores, hijos, madres, padres, novios, novias, .........., buena gente al fin y al cabo.

No acierto a comprender, ni quiero jamás llegar a saberlo nunca, qué es lo que puede pasar por la cabeza de una persona para decidir la comisión de tan bárbara tragedia. No sé qué debe de albergar el pensamiento de uno para ordenar la colocación de mochilas con bombas en trenes cuando los que en ellos viajan son inocentes que nada tienen que ver con decisiones de sus gobernantes. No lo entiendo. ¿Por qué? Sólo sé que me alegro de no pensar ni como el que o los que ordenaron el atentado ni como los que depositaron aquellas trampas mortales contenidas en mochilas en los vagones.

Curioso, además, el detalle de meter las bombas en mochilas. En mochilas donde muchos, cuando estábamos en época de estudios y los que ahora se hayan en esas edades, guardábamos, como ahora, libros. Libros que nos enseñaron y que enseñan actualmente a ser personas. A ser tolerantes, a ser respetuosos, a creer en la paz y en la justicia y a repudiar el terrorismo, en todas sus vertientes y manifestaciones.

Españoles, rumanos, colombianos, peruanos, marroquies, ecuatorianos, franceses, polacos, búlgaros, de Guinea Bisau, fueron la víctimas. Han atentado en Madrid, porque Madrid, por su especial idiosincrasia y por su carácter cosmopolita, como gran ciudad que es, fue la patria chica de todos ellos. De los 192 seres humanos asesinados, aparte de la larga lista de heridos muy graves, críticos, graves, leves, etcétera, hasta alcanzar la fatídica cifra de 1.463, que han quedado mutilados, o señalados en distintos grados y formas o que simplemente, sufrieron pequeñas heridas físicas (las psicológicas son más hondas y más graves). Atentando en Madrid, lo hacían contra toda España y hacían daño de manera simultánea en muchas partes del mundo. Han matado a 192 madrileños e hirieron a 1.463, unos de nacimiento, otros de adopción. ¿Por qué?

¿Tenía Patricia, una niña polaca de tan solo 7 meses, tanta culpa que merecía morir? No. ¿Y Eva Belén, María Josefa, José Luis, Francisco Javier, Oswaldo Manuel, Wiesllaw, Sam, Óscar, Alberto, Teresa, María del Pilar, ........, y así hasta sumar 192 muertos? Tampoco. Entonces, ¿por qué?

A veces hay que aprender a enjugarse las lágrimas y a derivar el lagrimal hacia la vejiga. En este caso, me fue sido imposible y ahora seis meses después no logré contener mi lagrimal y lloré.

Los ruines y cobardes mudaiyines que aún quedan y que se atrevieron a colocar esas mochilas-bomba en el interior de los vagones saben de sobre que han hecho mucho daño, que han causado mucho dolor y que han provocado una gran desgracia en Madrid, y en toda España. Saben que nos han arrebatado a 192 hermanos y que han dejado una honda secuela. Saben de nuestras lágrimas y saben de toda la rabia, la indignación, de todo el mal que han hecho. Nos vieron, y lo mismo hasta nos oyeron, aquel histórico viernes día 12 de marzo gritar en las calles de toda España en contra del terrorismo y de la barbarie de la sinrazón.

Todo el país y Madrid, si cabe, un poco más, está aún triste. Madrid ya no llora, pero todos aquí estamos tristes. Tal vez una gotita más triste que el resto de ciudades. Nos repondremos en todos los rincones de este país de este tremendo zarpazo y en especial Madrid, donde casi siempre, se han producido las mayores masacres terroristas de todo el país. Claro que lo haremos, claro que conseguiremos superar los planes y las ilusiones truncadas aquel jueves negro. Pero no olvidaremos. Es más, no debemos de olvidar. Y debemos de recordar el 11 de marzo todos los años a partir de ya y debemos de enseñar a nuestros descendientes que un 11 de marzo de un año 2004, alguien, en defensa de no se sabe qué causa, segó la vida de 192 personas y dejó mutiladas y heridas a otras 1.463.

Aun ahora, en el justo momento en que estoy redactando estas líneas (algo más de seis meses después de la mayor insensatez jamás cometida en España), la piel se me eriza y mi lagrimal puede a mi vejiga y se me inundan los ojos de lágrimas de rabia, de dolor, de indignación, de malaleche, por los 192 asesinados y los 1.463 mutilados y heridos, madrileños, y españoles en definitiva, de adopción.

No quiero olvidar. No voy a olvidar. Tampoco puedo olvidar. Y aun hoy, seis meses después de una de las mayores demostraciones de incultura, de masacre, de intolerancia, de desprecio a la naturaleza humana, a la que me he enfrentado y a la que, ojalá, nunca más me tenga que enfrentar, me sigo preguntando: ¿Por qué?

No creo en dioses. En ninguno. Pero no sé, sólo pido que alguien, quien sea, si es que hay alguien ahí arriba, se apiade del alma de todos los inocentes muertos en este terrible acto terrorista.

En memoria de todas las víctimas de los atentados del 11 de marzo del 2004