Por necesidad

Lo que hace hacer la puta droga...

POR NECESIDAD

El culo le ardía, notaba como las heces mezcladas con las glicerina la vaciaban el vientre y hacía que el ano se le enrojeciera. Sentada en el inodoro sentía como los retortijones hacían que sus intestinos se retorcieran, pero no podía quejarse, pues a pesar del pestilente olor que empezaba a reinar en el baño, aquel cabrón le metía la polla hasta la campanilla provocándole arcadas y haciendo que le faltara el aire. Además no debía quejarse, si lo hacía no le pagaría y necesitaba el dinero para su dosis. Debía aguantar, este dolor no era nada comparado con el que sabía que padecería dentro de una media hora, cuando los efectos del último chute desaparecieran y empezaran los temblores, los escalofríos y los espasmos.

—Vamos puta chupa, —le gritaba él mientras le empujaba la cabeza hasta que su nariz tocaba su bajo vientre..

No sabía su nombre, ni falta que le hacía, solo sabía que no le quedaba otro remedio. Esto lo había hecho más veces, y sabía que los clientes hacían con ella lo que quisieran. La pegaban, la sodomizaban, la meaban o cagaban encima, o como en este caso, le ponían enemas y Dios sabía lo que vendría después.

Por fortuna no comía mucho y en poco tiempo tenía el cuerpo vacío, notaba como ya solo salía el líquido que le había sido introducido con una jeringa gigante por su ano, y en poco tiempo ni eso. Solo quedaba aquel nauseabundo olor que lo invadía todo. Pero debía aguantar, no debía quejarse a pesar de todo el dolor y sufrimiento que estaba padeciendo y sabía que iba a padecer.

Era una polla enorme, más de veinte centímetros, y muy ancha que hacía que tuviera que tener muy abierta la boca. Apenas podía mover la lengua y el tío prácticamente se la estaba follando.

—Ojalá se corra y me deje en paz y puede ir a por mi dosis, —pensaba ella.

Pero no iba tener tanta suerte.

—Vamos puta, a la habitación, —le espetó sacando la polla de su boca, y golpeándole con ella su demacrado rostro.

Ella sonrió, mostrando los estragos de la heroína en sus escasos dientes. No tenía ganas de sonreír pero debía ser sumisa con su amo de alquiler, sabía que eso les gustaba. No dijo nada del dolor que sentía en el culo, y se dirigió sin dilación a la cama, allí se la follaría.

Se quedó de pie delante de la cama esperando instrucciones

—Qué esperas, puta, una invitación. Ponte como una perra en el suelo que te voy a romper ese culo de zorra que gastas.

Mientras ella obedecía, su dueño temporal, se ponía un condón. No todos lo hacían, y por eso padecía hepatitis y SIDA, pero le daba lo mismo lo único que quería era su dosis.

Sin ningún preámbulo, ni una dilatación o lubricación, él se introdujo en el sucio culo de su puta

—Ahhhhhhhhh, —gritó al notar como aquella barra de carne, dura como el acero le desgarraba el ano. Podía notar como las heridas de otras enculadas se reabrían. Hacía ya mucho tiempo que cada vez que la follaban por el culo sangraba, a pesar de los años de sodomizaciones forzadas, su culo no se había dado de sí y continuaba doliéndole y sangrando. Pero le daba lo mismo, cada vez estaba más cerca de su objetivo, su dosis.

—Tienes el culo sucio, puta, no te enseño tu madre a limpiarte después de cagar, guarra, —se burlaba de ella mientras la embestía como un animal.

Ella no dijo nada, se limitó a girar la cabeza hacia aquel que la montaba como si no tuviera sentimientos, y a mostrarle nuevamente aquella sonrisa de necesidad. Sin embargo en sus ojos se podía ver el abismo de pena que la embargaba, ya no le quedaban lágrimas que derramar, había llorado mucho en sus escasos treinta años de vida, y ya no podía hacerlo, pero sus ojos reflejaban el sufrimiento de varias vidas. Casi podía verse como con trece años su padrastro la violó, como al contárselo a su madre esta la echó de casa. Como aquel camello, de la calle de la Luz, le dio su primer chute, —para que no tengas frío—, le había dicho. Como cuando fue a por otro, este le pidió dinero, y ella le dio lo poco que le quedaba. Los siguientes chutes los pagó con su cuerpo, su coño, su culo y su boca empezaron a comprar sus dosis.

—Vamos muévete, zorra.

Ella movió hacia delante y hacía atrás su escuálido cuerpo, enterrando aquella polla, una de las miles que había hollado sus entrañas, en su dolorido culo. Pero el dolor pasaría en cuanto la aguja atravesara su piel e introdujera en su riego sanguíneo su dosis de calmante.

—Ahhhhhh, así zorra, así, ¡ahhhhhhhh!, sigue no pares, puta.

Ella empezaba a notar los primeros efectos del mono, le quedaba poco tiempo sabía que pronto, el dolor que sentía ahora no sería nada, temía ese momento más que lo que su cliente pudiera hacerle para satisfacer sus más bajos instintos.

A pesar de sus esfuerzos, él no cesaba de embestirla, no terminaba de correrse, ella se movía, contraía los músculos de su maltratado esfínter, tratando de adelantar el desenlace y evitar el dolor, que ella sabía que la acechaba.

Tal y como entró en ella salió, arrancando gemidos de dolor de aquella garganta de la que tantas muestras de dolor habían surgido a lo largo de su vida, casi nunca consolado.

—Abre la boca, guarra.

No se lo pensó, se dio la vuelta y encaró aquel mástil inhiesto de carne forrado de plástico, ni siquiera le importaron los restos de heces y sangre que ensuciaban el condón, solo deseaba que aquello acabara e irse a por su dosis.

Abrió la boca y cual si fuera el mejor de los manjares comenzó a engullir toda aquella miseria.

—Vamos puta, que me voy a correr, ahhhhhh, ahhhhh, así, así.

Aquellas palabras sonaron a gloria en sus oídos, ya quedaba poco, notaba como las polla le crecía y se hinchaba más aún en su boca, y como los huevos se contraían, eran las señales que tantas veces le habían anunciado el final.

—Ahhhhhhhhhhhhhh!, me corro, zorra, me corro ¡ahhhhhhhhhhhhhhh!, ahhhhhhhhhhhhhhhh.

Ella notó como aquel fluido, que tantas veces había tragado, se estrellaba contra la goma que separaba la polla de su boca. Fue una corrida abundante, lo notaba porque fueron varios los espasmos que sufrió aquella polla en su boca.

Él le sostenía la cabeza empujándola contra el final de su polla, que le tocaba la garganta y le producía arcadas. Pero debía aguantar ya no quedaba mucho para que el dolor, los temblores y el frío, que empezaba a notar, desapareciesen.

Extrajo su polla cubierta con el condón reluciente de la saliva de su esclava, y limpio de toda la suciedad. Esta se la había tragado ella. Sin decir una palabra se lo quitó y se lo arrojó a la cara, de la pobre que notó como su contenido se vertía por su cara y escurría por su escaso pecho. Ella continuaba de rodillas, con aquella sonrisa desdentada, cual perrillo, esperando que su amo le diera una golosina, y con una mano retiró el condón, semivacío que había caído en su regazo, y lo arrojó a la papelera que había al lado de la cama, que tenía otros como ese. De la papelera extrajo un pañuelo usado, pasándolo por su pecho y cara reconociendo el inconfundible olor a lefa, lefa de alguien, que como su cliente, había alquilado un cuerpo para dar salida a sus bajos instintos.

El silencio se adueño de la habitación, se oían los gemidos de otros como ellos en otras habitaciones de la pensión. Se podía percibir el olor a mierda que procedía del aseo, y a ahora que no tenían otra distracción lo apreciaban más claramente. Además ella podía apreciar claramente el olor de la corrida en el pañuelo que aún sostenía en su mano temblorosa.

—Anda puta, ve a limpiar un poco el baño, que no quiero que digan que soy un guarro.

Ella se dirigió tambaleándose hacia el water, notaba ya como el mono la estaba invadiendo, debía darse prisa. Allí en el retrete estaba la inmundicia que había expulsado de su interior, era un olor horrible, pero de tripas hizo corazón. Con el pañuelo que había cogido de la papelera y se había limpiado la cara y el pecho, se limpió como pudo su sucio y sangrante ano y lo arrojo al inodoro, donde fue engullido por la inmundicia que allí flotaba. Tiró de la cadena, viendo como todo era arrastrado.

Cuando salió, él ya estaba vestido, peinándose delante del espejo que había en una de las paredes dándole la espalda. Ella no dijo nada, pero se notaba que el mono ya la había alcanzado, temblaba, y los escalofríos hacían que se tambaleara cuando, torpemente, comenzó a vestirse. Sus bragas y sujetador primero, y su minifalda y blusa de putón después. Se calzó las botas y esperó a que él se diera la vuelta.

—¿Ya has acabado, puta?.

—Si —dijo escuetamente, con la voz temblorosa y mirando las manchas de la moqueta que cubría el suelo.

—Ahí tienes lo tuyo, —le dijo señalándole un billete de diez euros encima de mesilla del lado derecho de la cama.

—Pero....—dijo temblorosa ella al ve el billete, —esto no es lo que acordamos.

—No tengo más, —respondió él secamente mirándola reflejada en el espejo, cada vez más temblorosa. —La próxima vez, tal vez.

El dolor que empezaba a sentir, no la dejaba pensar, ya no oía lo que le decía, solo sabía que debía ir a por su medicina.

—Cabrón, —dijo en un arrebato de dignidad, el primero que tenía desde que entro en aquella habitación. Pero se acercó a la mesilla y cogió el billete guardándolo rápidamente en el pequeño bolso que colgaba de su hombro izquierdo.

Sin decir una sola palabra más abandonó la habitación, dejando la puerta abierta a su salida. Él sonrió, y continuó peinándose.

A los cinco minutos de que ella hubiera abandonado la habitación, él se dirigió hacia la puerta. Sacó su teléfono móvil e hizo una llamada.

—Hola cariño, ya estoy de camino a casa...—y cerró la habitación a su espalda.

Aquilexx.