Por mis putas fantasías:capítulos 25, 26 y Epílogo

¿Vivir con Lorna o sin ella? ENTREGA FINAL

25

—Buenos días, Leo —lo saludé mientras él me observaba detrás de las rejas. Había tardado en aparecer delante de mí al menos veinte minutos. Por suerte, siempre fui más paciente que bondadoso—. Linda suite.

Habían pasado cuatro meses desde que Lorna se hubiera presentado en mi casa diciéndome que estaba embarazada. Cuatro meses en que había prolongado mi visita al reclusorio donde mi antiguo amigo pagaba una condena cuyos cargos no eran precisamente los que se le imputaban.

Leo me observó con la sonrisa más falsa que pudiera haber proferido en su vida. Me fue sencillo percibir que por dentro se estaba muriendo del coraje. Por primera vez, Leo era fácil de leer. La gente enclaustrada se vuelve más endeble y predecible, y es difícil que puedan engañar a los de afuera.

Por eso entiendo que trató de ser lo más burlesco posible, intentando hacerme creer que no le importaba estar tras las rejas. No quería sentirse humillado ante mí. No lo toleraba. No él. No frente a uno de los responsables de que él estuviera en ese sitio.

Con aquella sonrisita de idiota, Leo pretendía dejarme con una sensación agridulce en el paladar. Pero es que vamos, nadie podría creer que un hombre puede ser feliz estando en la cárcel por una condena de entre ocho a quince años, según lo consiguiera su defensoría y su conducta, por fraude fiscal y por posible lavado de dinero (la primera fue una acusación que propicié yo, y la segunda sentencia la provocó Paula, aunque todavía se estaban deslindando responsabilidades).

—¿De qué te ríes «Leoncito»? —quise saber.

Quería conocer la justificación de sus falsedades.

—De ti, por supuesto —me contestó con una ronca voz.

—No me queda claro bien de qué te burlas —contesté con serenidad, cruzándome de brazos—, si de haberte vengado de mí tirándote a mi mujer, o de haberla embarazado.

Ante mis últimas palabras Leo se llevó las manos a la frente y prorrumpió en carcajadas amargas. Si hubiera estado solo estoy seguro que habría gritado. La amargura la tenía incluso en sus ojos hundidos, quizá por falta de sueño.

Estaba vestido con ropa color caqui, sus cabellos negros habían sido rapados y su mirada denotaba tribulación y pesadumbre. No había perdido el porte chulesco ni sus músculos. Sabía que en ese sitio había un lugar destinado para ejercitarse. Y allí era donde Leo desenterraba su rabia.

—Todo cae bajo su propio peso, Noecito, y cada persona en este mundo tiene siempre tiene el final que merece —Su voz también había cambiado. Ahora estaba vacía, como si un interlocutor hablara por él.

—Sí —le respondí con otra sonrisa—. Ya lo veo. Tú eres el mejor ejemplo de lo que dices.

Leo carraspeó.

—Cometiste muchos errores en tu vida, Noé, conmigo, con Catalina y con Lorna, y ahora esos errores te han cobrado factura. Sí, todos tienen el final que se merecen, yo aquí metido en este puto sitio, y tú como un pobre cornudo. Confieso que dudé que mi mujer, es decir, tu mujer, ¿o se dice tu exmujer?, te lo confesara, eso de que estaba embarazada. Tenía miedo. En el fondo creo que, a pesar de todo, no quería lastimarte. Pero insistí en que tenía que hacértelo saber, por el bien de ambos. No, no, cuando digo ambos me refiero a ella y a mí. Tú no estabas contemplado en el paquete.

—Qué ridículo te escuchas hablando en pasado, Leoncito. Y también es una pena que ni siquiera por tu «vergotota tronadora de coños» ella se enamorara de ti.

—¿Eso fue lo que te dijo? —me preguntó con ironía, enarcando una de sus cejas—. Porque no era lo que a mí me decía cuando la tenía bombeando sobre mi cama.

—¿En serio? —me reí con ganas—. Porque mientras tú te la chingabas, preguntándole si te amaba, yo creí escuchar un determinante «¡No! ¡Nunca! ¡Jamás!» —E imité una voz femenina que de inmediato deformó su rostro.

—Ay, Noecito, hasta tú, que eres un reverendo imbécil, sabe bien que Lorna al final se enamoró de mí. Si no lo creyeras, tu orgullo de cornudo pendejo no te habría aconsejado meterme en este sitio. ¿Te parece que debías castigarme así por algo de lo que ni Lorna ni yo tuvimos culpa alguna? No jugaste limpio. Mi castigo no es proporcional a lo que tú me hiciste a mí. Así que ya estuvo bueno, Noé, si eres inteligente te retractarás de todo lo que has hecho. Te juro que cada minuto que paso en esta putrefacta pocilga, es una gota de sangre de sufrimiento que te haré padecer cuando salga de aquí, que será pronto, porque he contratado a los mejores abogados de Nuevo León. Esta es la primera y última advertencia que te hago. Déjate de mamadas y sácame de aquí.

Como respuesta empuñé mi mano y le enseñé el dedo de en medio. Leo sonrió. Las cartas estaban echadas.

—El que la cagó con Lorna fuiste tú desde el principio —me dijo—. Yo, como buen amigo, al principio le dije que te escuchara (cuando se enteró que te habías acostado con Paulita) que te diera una nueva oportunidad. Y aunque ella intentó hacerlo, tú la seguiste cagando.  ¿Te acuerdas de aquél día en que me encontraste con las bragas de tu mujer, Noé?, pues ese tarde, dos horas antes de que llegaras, encontré a Lorna muy triste. Ya me conoces, la persuadí para que me contara lo que le pasaba. Y se echó a llorar, confesándome sus pesares. Estábamos sentados en el mismo sofá donde nos encontraste. Ella estaba sufriendo y con razón, porque no me vas a negar que Lorna tenía indicios muy verídicos de que tú le eras infiel con Paulita: tú espiando a la mujer de Gustavo, Paula misma confesándole que se había acostado contigo. Y luego el evento de la madrugada anterior donde te descubrió llamándola. No sé, Noé, pero en serio que la pobre mujer se encontraba destrozada.

”Para distraerla, usé con ella toda mi artillería de amigo comprensivo, le di consejos y luego intenté hacerla reír, con éxito. Para consolidar su mejoría fui a tu cocina y le preparé con coctel de cara de ángel (sí, lo hice con ensañamiento, pues cuando tú llegaras sabía que te iba a trastrocar), pero no, querido amigo, no te asustes, porque no le puse mi «receta secreta». Lorna me imponía respeto. Ella no era como las otras mujeres que me había tirado. Así que viéndola tan vulnerable, tan frágil y tan hermosa, tan cerca de mí, (porque la tuve que abrazar, Noé, para calmar esa angustia que no la dejaba tranquila), me dejé seducir por su necesidad de cariño. Por eso no sé cómo lo permití, te lo juro que no sé cómo pasó, no lo tenía planeado siquiera, pero por instinto la levanté del sofá, la tomé de sus mejillas angelicales y, una vez que me hipnotizó con sus preciosos ojitos azules, la atraje hacia mis labios y la besé.

”Fue un beso extraño, ¿sabes?, porque yo siempre busco partir labios, morderlos, ahogarlas con mi lengua. Pero con ella, esa tarde, en la situación en la que estaba, solo pude besarla con un cuidado tal que parecía pretender no desmoronar sus labios de azúcar.

”Fue un beso lento, jugoso, húmedo, sensual, delicioso, de esos besos que sólo ella sabe dar, ¡pero qué te cuento, si tú mismo ya los has probado!, ¿no es así? Y pues nada, que sentirla tan pequeña ante mí, tan ligera, tan frágil y quebradiza me provocó deseos de abrazarla aún más, protegerla, ayudarla, y seguirla oprimiendo, toda, completamente. Y entre más nos besábamos, más fuerte la estrechaba, porque te juro que sentía que en cualquier momento se me desbarataría entre mis brazos. Y es que sentir sus enormes senos aplastándose contra mi pecho, ¡ufff, Noé! Fue como morder un pedazo de luna. Y si a esos estímulos añadimos su olor, Noé, ¡Dios!, ese olor a hembra dulce y delicada que tanto prende a los hombres, ya te imaginarás cómo de duro me puse; una dureza que apropósito restregué a tu mujer con todos los deseos contenidos del mundo.

”No sé cuánto tiempo estuvimos besándonos, como un par de novios enamorados aún si apenas nos conocíamos, pero un mensaje tuyo de que ya estabas llegando, (siempre tan inoportuno), nos previno de que ya venías. Y ella se separó de mí, me observó desconcertada por un momento y se retiró al baño de tu habitación. No hubo tiempo de nada, Noecito, no hubo tiempo de disculpas ni de arrepentimientos. Simplemente había pasado y no había nada que pudiéramos hacer al respecto. Entonces llegaste tú y todo continuó tal y como lo recuerdas. Y de las bragas rojas en mi puño, ay, Noecito, si hubieras visto la cara que pusiste, eso compensó todo el trabajo que hice días previos para, en una distracción de Lorny, escabullirme a tu habitación y robarme las primeras bragas que encontré. Pobre de nuestra mujer, Noé, cómo se debió de asustar; de hecho nunca le pregunté qué pensó cuando me vio con sus bragas en mi mano.

”Desde nuestra primera cita de trabajo comenzó en nosotros una relación muy divertida por redes sociales  y whatsapp. Nos acoplamos muy rápido. Nos gustaban las mismas cosas, compartíamos bastantes ideas. ¿Te gustó la película de zombies asesinos que fueron a ver aquél sábado? Pues yo se la recomendé. Cuando me contó que por poco te vomitas de la impresión nos morimos de risa. Pero claro, esto que te cuento fue antes del beso.

”Por eso te digo que nuestra amistad (porque sí, mi relación con Lorny comenzó con una amistad) fue muy intensa y progresiva. En verdad que estaba emocionado por saber cómo iba a evolucionar nuestro vínculo amistoso posterior a nuestros besos, pero entonces ese fin de semana me mandaste a la cárcel por lo ocurrido con Miranda y el imbécil del hamburguesero, y creí que todo lo que había logrado con tu mujer se iría a la mierda.

”«Así que ese es tu jueguito, Leo» recuerdo que me dijo Lorny el lunes cuando ya me encontraba en mi apartamento, decidiendo el día y la hora en que iba a romperte los huevos por lo que me habías hecho (¿o de veras piensas que nunca supe que tú pagaste para que me mantuvieran encerrado más de la cuenta? «¿me besas y luego te desapareces todo un fin de semana con Miranda?», me reclamó.

”Allí supe que yo le atraía, aunque tampoco es como si yo lo hubiera dudado. Reclamarme sobre aquél hecho me hizo comprender que para ella nuestro beso había significado algo.  Entendí que nuestra atracción era mutua, y que tenía qué aprovechar la oportunidad para obrar con sabiduría. Así que un viernes por la tarde la invité a comer a uno de mis locales de nutrición para pedirle que me perdonara por mi huida con Miranda, y como prueba de mi arrepentimiento le obsequié un consolador que, estoy seguro que no tardó en deducirlo, no era otra cosa que la réplica de mi verga. —Leo comenzó a reírse como loco—. ¡Debiste ver la cara de viciosa que puso tu mujer cuando la contempló! Y es que claro, con el tamaño de tu «pollita» era evidente que cualquier otro pene que mirara le iba a parecer enorme. ¿Sabes lo caliente que me puse cuando destapó la caja y tomó entre sus pequeños dedos aquella polla de cera? Después de todo era mi rabo, y mientras ella la tenía en sus manitas, pude imaginar, con morbo, cómo iba a verse cuando estuviera sosteniendo mi verdadero trozo de carne.

”Pero no pongas esa cara, Noecito, que tampoco es como si no hubiera pensando en ti. Cada vez que veía a Lorny, pensaba en los futuros cuernos que te íbamos a poner, (que, por cierto, los luces muy bien). Y sí, también de vez en cuando me sentí un poco mal. ¿Sabes? Después de todo, siempre te tuve cariño, a pesar de todo lo que me hiciste. Pero te hablaba de Lorny y la evolución que hubo en nuestra relación.

“Después de eso ella me continuó mandando memes muy divertidos, y yo le respondía con otros. Incluso una vez, para comenzar a tentarla, le mandé «por error» la imagen de mi trozo, completamente erecto, en todo su esplendor. Quise que descubriera que la polla de cera que le regalé tenía la misma forma que la mía. Estoy seguro que cuando intuyó todo, sus pajas fueron mucho máaaas cachondas, imaginando que era yo el que la penetraba. Me gustaba pensar que cada vez que usaba esa polla de cera, su coñito rosadito se iba a estar preparando para recibir el rabo de su macho. Era parte mi estrategia, calentarla, sentirla deseosa, encaminarla hasta mí. Así que me pareció un buen inicio que en lugar de que me mandara a la mierda por sus vulgaridades me hubiera contestado con un «¡dios mío! ¿y esa cosota cabe en tu pantalón?»

Leo se echó a reír seguramente imaginándose la cara que habría puesto la «santita y fiel» de mi mujer.

—Y pues sí, Noé, incluso a mí me decepciona decírtelo, pero al final Lorna resultó ser más… (inserta la palabra, Noé) que Paulita. A esa perra tardé más tiempo de convencerla para que nos revolcáramos por primera vez. Y luego le siguió Jessica, y después Miranda (menudas amiguitas tan cortitas de moral tiene nuestra Lorny). La única que me faltó romperle el chocho fue a la estúpida chef de mierda que se siente bordada por Dios: Rosalía. ¡La primera y única mujer en toda mi puta vida que me rechazó! ¿Sabes cómo me sentí? Peor que tú cuando descubriste que tu semen era una mierda para procrear hijos. Hirió mi orgullo, la maldita zorra, y justo cuando me estaba consumiendo en el fracaso por no haber podido empotrarla… Lornita poco a poco fue cediendo ante mí, ¿sabes la satisfacción que obtuve cuando descubrí lo fácil que iba hacer llevarme a la cama a tu mujer?

”Estuve sorprendido durante muchos días de semejante suceso, pues te juro que pensé que sería al revés. Te juro que pensé que Lorna sería la última persona en el mundo a la que me lograría coger, ¿cómo iba a acceder a hacerlo conmigo siendo yo un viejo amigo de la infancia de su marido?

”Pero es que, si te pones a pensar, tú también tuviste la culpa, ¿qué coño es eso de andar de detective con Paula y Jessica en lugar de preferir estar al tanto de tu mujer, que era la que más te necesitaba? Tú solito cavaste la tumba de tu matrimonio. Porque sí, no me vas a negar que se terminó. Y no, a mí no me culpes, que cuando un matrimonio está fortalecido desde sus cimientos, ningún tercero en discordia lo puede ni siquiera hacer cimbrar.

No me sorprendía que se ensañara tanto en sus descripciones. Si tardé cuatro meses en visitarlo, fue precisamente porque quería estar preparado para que me dijera la verdad. Nuca me creí ese cuento de Lorna cuando me dijo «sólo fue una vez, Noé, y no sabes cuánto me arrepiento.»

—Desde que pasó lo de Catalina, yo siempre vi a las mujeres como hembras a las cuales tronarles el coño, «Bichito», tú mejor que nadie lo sabes. Mas, por desgracia, con Lorna, desde la primera vez que la vi, me inspiró un instinto de protección incluso antes que deseo, raro en mí. Y no es que no la deseara, (pues desde que me la presentaste en la fiesta de Gustavo y la vi elegantemente luciendo su vestidito color perla, fantaseé con tenerla de rodillas, comiéndome la verga), pero su carita inocente, sus ojitos celestes, su boquita tan apetecible, me hicieron endiosarla más que a ninguna otra mujer.

”Por eso, cuando comencé a encariñarme con ella, les pedí a Miranda, Jessica y Paulita, que dejaran sus artimañas de darle celos respecto a ti y respecto a que se convenciera de que si yo la preñaba tu matrimonio se compondría. No. No. Yo no quería llevármela a la cama pensando que lo hacía por despecho o por ti, para darte un hijo. No, yo quería que su entrega total fuera por mí, solo para mí, y nada más que para mí. Porque me deseaba, porque quería hacerlo. No quería que influyera nada de su entorno.

”Quiero pensar que esa fue la razón por la que un martes por la tarde, en la sala de tu casa, cuando nos besamos por segunda ocasión justo cuando Lorny terminó de recitarme un poema de Octavio Paz titulado «cuerpo a la vista» (quería introducirme al mundo de la literatura) lo que hicimos fue más por deseo que por lujuria. ¿Y sabes con lo que me quedo, Noé? Que fue ella, y no yo, la que tomó la iniciativa. Es que Lorny es una mujer tan erótica, tan malditamente sensual, erótica y apasionada, que te juro que me costó trabajo asimilar que la tenía arriba de mis piernas, sentada sobre mi bragueta, rodeándome el cuello con sus brazos mientras se desvivía metiéndome su jugosa lengua en mi boca. Sus gemidos fueron los que me hicieron perder la consciencia y nos dejamos llevar a un infinito sin boleto de regreso.

”En esa ocasión no hubo nada salvaje ni perverso, sino que más bien nos dedicamos a adorar nuestros cuerpos. Ninguna mujer me había acariciado con la religiosidad con que lo hizo tu mujer esa tarde. Aunque te parezca absurdo, ninguna mujer me había lamido algo que no fuera mi cuello y mis labios, (además de las felaciones, claro) así que para mí fue una novedad que me recorriera cada centímetro de la piel hasta el grado de estremecerme. Ella solita me desabrochó el pantalón, con una carita de gatita hambrienta, y muy rápido se comió esa polla con la que tanto había fantaseado.

”Lorna lo hizo como si ella fuera una diosa y mi verga su Dios. No recuerdo haberme estremecido tanto en toda mi vida al experimentar esa sensación de acuosidad, ternura y deseo, como en esa ocasión. Esa fue la primera vez que me derramé en su boquita. Cuando me tocó devolverle el favor, Noé, te juro que por poco me corro (sí, nunca antes estuve más caliente que esa tarde con ninguna otra mujer), ¡es que su cuerpo, ah, maravillosa rubia!, ¡sus magníficas y redondas tetotas!, ¡sus preciosos pezoncitos!, ¡sus maravillosas nalgas y esa increíble raja acuosa que tiene… Dios…! ¡Me faltaron mil horas para terminar de acariciarla! Y como era lógico, esa tarde terminamos entregados en la alfombra de esa cómplice sala, ejecutando algo que ella llamó «hacer el amor.» ¡No nos protegimos, Noé! (hacía mucho tiempo que no lo hacía a pelo con nadie) Y en serio que no me di cuenta hasta que ella me dijo que le había chorreado las entrañas con mi abundante leche caliente.

Suspiré hondo. No bajé la mirada. No permití que en mi expresión cambiara. Era necesario escuchar. Tenía qué saber por lo que estaba a punto de luchar o abandonar.

—Y ahí confirmé la mayor pendejaba que me podría haber pasado en toda mi vida, Noecito: me había vuelto a enamorar. Cuando ella me pidió que me marchara, llorando, entendí que estaba arrepentida, y tuve miedo de perder tan pronto algo que no había esperado. Pero entonces, sin ninguna llamada o mensaje que me dijera qué era lo que estaba pasando con ella, al pasar dos días, me pidió que fuera a tu apartamento para aclarar lo que habíamos hecho.

”Tan solo llegar a tu casa (nervioso, sí, yo, Leonardo Carvajal “el macho semental”, nervioso, ¿puedes creerlo?) y ver que me recibía con una sonrisa diciéndome «quiero enseñarte a fundir la resina», supuse que el tema de nuestro último encuentro pasaría de largo igual que como ocurrió con nuestro primer beso. Sin hablar sobre ello, simplemente continuar.

”Me sentía como un adolecente con la chica que le gusta, haciendo bromas para hacerla feliz. Me gusta el sonido de su risa, ¿a ti también? Es tan parsimoniosa. Y pues nada, la hice reír como una loca cuando descubrió que la resina que me había puesto a fundir había quedado demasiado líquida para forjar el dragón, así que, fingiendo estar enfadada, me pintó el pecho con esa resina cuando se tibió. Luego yo hice lo mismo en su nariz, y ella contraatacó pintándome la frente. No sé cómo pasó exactamente, Noé, pero cuando menos acordamos ya estábamos follando como perros en celo sobre la mesa donde hace las artesanías. Aquella vez fusionamos hacer el amor con follar con lujuria. Me da risa porque recuerdo que estábamos embarrados de resina; yo en el pecho, los brazos y el abdomen, y ella en su cuello, en sus hermosas tetas y hasta en su pelo rubio. Debiste de haber escuchado el escándalo que hicimos sobre la mesa. Si hubieras sido más observador, Noecito, habrías notado que sobre la mesa había quedado plasmado el contorno del culo de tu esposa, y esto gracias a los restos de resina líquida que arruiné.

”Lo mismo pasó con el día que Lorna intentó hornear un pan, ¿te acuerdas? Sí, sí, seguro que tienes buena memoria, ¿sabes quién intentó hacer las veces de su ayudante de cocina? Atinaste, yo. Nunca imaginé que la cocina fuera un arte tan excitante, Noé. Te juro que ese día, sin pensarlo, mientras Lorna batía los huevos (me refiero a los míos, los huevos del pan hacía rato que los habíamos echado al sartén), otra vez nos calentamos y no nos pudimos contener. Terminamos follando encima del desayunador, ambos embarrados de harina y Lorna bañada en leche, (tanto mía como la del galón que sobró del supermercado). Debiste de ver cuán sexy era verle escurrirle la leche sobre sus tetotas. Por desgracia no pudimos hornear el pan, pero quiero pensar que durante las dos corridas que le dejé en su hermoso coñito, lo que ya se estaba horneando era nuestro bebé.

Recordé el episodio del famoso ataque de histeria de Lorna, en el que, según, había convertido la cocina en un desastre. Harina, huevos quebrados, leche en el suelo, en el desayunador, en todos lados. Desastre que yo levanté.

¿Era verdad todo lo que Leo me estaba contando o sólo lo hacía para hacerme daño? ¿En serio tenía por esposa a una inmunda zorra que había tenido la frialdad y el descaro de dormir todas esas noches en mi cama, diciéndome que me amaba, mientras horas antes había follado con Leonardo?

—Y desde allí nos desatamos, Noé. Desde esa tarde le saqué a tu mujer los mejores orgasmos de su vida. Y viceversa. Lo hicimos en tu cocina, en la alfombra, en el baño de invitados, en el ascensor, en el aparcadero de tu edificio, en mi propio apartamento, incluso en mis locales.

”Todas las tardes gritaba como perra en brama, donde quiera que fuera el lugar donde la follara, con charcos de sus fluidos orgásmicos y mi semen. La vista era maravillosa, ella a cuatro patas, con su redondo y blanco culo en dirección de mi verga y sus exorbitantes tetas balanceándose en círculos. Repasamos las posturas del kamasutra como si fuera nuestra propia biblia.

”Pero quita esa cara, Noecito, que tampoco es que tu mujer fuera tan frívola. Siempre que cogimos, ella tuvo el respeto de quitarse su alianza matrimonial. Incluso, nunca quiso dejarme romperle el culo. Tampoco accedió a mi fantasía, aquella que tanto me excitaba, de permitirme follarla sobre la cama donde dormías con ella. Pero bueno, una fantasía menos, mil que cumplían.

”Es obvio que tú no pudiste notar el escozor de su rajita como resultado de nuestras revolcadas, porque Lorny me informó que hacía semanas que ya no la tocabas. Confieso que aquello me convenía, porque a diario encontraba a nuestra mujercita mucho más caliente que antes. ¿Te acuerdas la vez que me dijiste haber cogido a Lorny en el corredor de tu despacho? (una noche antes le ordenaste que no me volviera a ver, incluso la insultaste y le diste a entender que tenía que sacar sus artesanías del taller de tu apartamento).

”Pues nada, campeón, veinte minutos atrás yo le acababa de tirar cien litros de espermatozoides en el interior de su linda panochita en la lavandería de tu apartamento. ¿Eres tan tontito, Noé, para no haberlo notado?, mínimo tu pollita tuvo que haber nadado en un mar de leche en las entrañas de tu mujer.

”Y no es por presumir, pero esa misma tarde, con todo y el asco que me dio retacársela de nuevo sabiendo que la habías penetrado, la volví a follar en el local al que la llevé.

”Y así fue como durante en esas semanas, Noé, la follé cinco veces más de lo que tú te la follaste en siete años. Así que nada, campeón, yo de aquí voy a salir en unas semanas y me llevaré a mi mujer conmigo. Tú puedes quedarte con la satisfacción de haberme destrozado una vez, quitándome a mi primer amor y haciendo padecer el dolor de mi… bebé. Pero  yo me quedaré con la satisfacción de que me quedé con tu esposa y que, después de todo, me dará al hijo que por tu culpa la vida me quitó.

”A diferencia de ti, Noecito, yo sí la he podido preñar. De todos modos, Noecito, como ya habrás podido notar en estos meses en que las has tenido contigo, tú ya no podrás satisfacerla nunca más aunque quisieras; no ahora que ya ha probado lo que es una verga de verdad. Su coño ya se adecuó al tamaño de mi polla, la que dice que es tres veces más grande que tu mierdita; la que ama incluso más que a mí; la que ha llegado a rincones nunca antes explorados dentro de su vagina. La que la hizo gritar de placer desde el día uno en que la sintió dentro y se corrió sobre ella.

”La diferencia entre tú y yo, Noé, es que yo tengo la posibilidad de preñar mujeres cuantas veces se me dé mi puta gana. No como tú, que aparte de ser un pitocorto, no tienes la capacidad de formar un solo espermatozoide. ¡Una puta piedra es más fértil que tus huevos! Así que nada, campeón, perdiste. Ahora yo tengo mujer y un hijo que pronto iluminará nuestras vidas. Seamos sinceros, Noé, tú me quitaste lo que yo más quería, y ahora yo he hecho lo mismo. La ley del talión. Desquite entre machos.

26

Probablemente Leo creyó que yo iba a terminar llorando tras sus perversas y crudas confesiones. Qué equivocado estaba. Me había mentalizado tanto para recibir aquellas palabras, que incluso me había imaginado horrores más de los aquí descritos. Así que sólo pude echarme a reír.

—¿Eso es todo lo que tienes, Leoncito? Me defraudas. Eres tan ridículamente predecible, Leo, tan estúpidamente simple y superfluo, que hasta me dan ganas de sobarte el lomo. En realidad, yo sólo venía a darte un par de noticias:

”Primera, con la venta de tu apartamento y tus vehículos (por fortuna me firmaste una documentación de transferencia de bienes el día en que le «tiraste litros de espermatozoides» a mi mujercita) costeé el pago de los abogados que Paula te consiguió para tu caso (¿de dónde crees que se le pagan sus honorarios?, ¿dinero de Paula?, ¿tuyo?, no papi, tú ya estás en la ruina).

—¿Qu…é? ¡¿Qué estás diciendo, pendejo?!

—Sí, sí. Paula está pagando muy caro lo que nos hizo a Gustavo y a mí. Ella piensa que poniéndose de mi lado convenceré a Gustavo de que detenga el trámite del divorcio, (incluso hizo una serie de movimientos para que parezca que tú también lavabas dinero). Lo que la muy golfa no sabe, es que Gustavo no sólo se divorciará de ella, sino que también ha reunido todas las pruebas para incapacitarla como madre. Sí, Leoncito. Le quitará la patria potestad de su hija.

”Segundo: Olvídate de que vayas a salir de esta puta pocilga por al menos ocho o quince años. Te juro, hijo de puta, que voy a ser hasta lo imposible para que te quedes refundido en esta cárcel hasta que el ojete se te blanquee.

”Tercero: la golpiza que vas a recibir en un par de horas fue idea de Benja, no mía. Y no, tranquilo, que no te van a matar. Que lo que nos has hecho tampoco es que merite tu muerte. Te preferimos así, vivito y coleando. Y te aseguro que no te podrás parar en un mes. (Lo de que te metan un palo de escoba en el culo fue idea de Gustavo, lo siento, pero él también se quería desquitar.

La mirada de horror de Leonardo Carvajal era la de un delincuente que está a punto de ser ejecutado.

—Cuarto: no hagas planes para comprar un traje para el bautizo de tu bebé, porque engañé a «Lorny» haciéndole creer que mi condición para que yo volviera con ella era que tenía que abortar a tu hijo.

”Quinto: ella, al final, me ama tanto, que sí, que abortó.

Al parecer eso fue lo que más atacó su inquebrantable actuar. Se levantó de la silla y comenzó a gritar, golpeándose la cabeza contra las rejas, con las venas de sus sienes brotadas, sus ojos enrojecidos y su boca hinchada de tantos golpes:

—¡NO! ¡NOOO! ¡NOÉEE!

—Cállate, por Dios, Leo, llamarás la atención de los celadores.

—¡DIME QUE ME ESTÁS MINTIENDO, CABRÓN DE MIERDA! ¡CON MI HIJO NOOO! ¡CON MI HIJO NOOO! ¡ES MÍO Y DE LORNA!

—Era…

—¡NOEEÉ! ¡ESTÁ BIEN, ME RINDO, ME RINDO, HARÉ LO QUE ME PIDAS, TE LO JURO, QUE ME GOLPEEN, QUE ME HAGAN MIERDA, PERO CON MI HIJO NO… ÉL … ÉL NO TIENE LA CUL… NOÉ! ¡NOEEÉ!

—Ya no hay nada que puedas hacer, Leo. Lo hecho hecho está. Ah, ¿sabes qué es lo más extraño? Que Catalina se deshizo de tu hijo a los cuatro meses de gestación. Y con Lorna ha pasado igual, cuatro meses de gestación. ¿Qué tendrá que ver el cuatro para que se relacione con tus desgracias?

—¡NOEEÉ! ¡YO TE QUERÍA, CABRÓN, YO TE QUERÍA COMO UN HERMANO! ¡Y… ME DESTRUISTE… Y ME ESTÁS VOLVIENDO A MATAR EN VIDA OTRA VEZ! ¡DIME QUE NO LO HICISTE, CAMPEÓN… DIME QUE ELLA… QUE ELLA NO…! ¡NO TE CREO, NO TE CREO, TÚ NO ERES ASÍ! ¡DALO EN ADOPCIÓN SI NO LO QUIERES… DÁSELO A ALGUIEN QUE LO QUIERA, PERO NO LE HAGA DAÑO!

—¡Está muerto, perro inmundo! —le grité—. ¡El feto está muerto, y no sabes lo feliz que me hace!

Juro por Dios que aquellas palabras frívolas y colmadas de saña me salieron con un dolor muy grande en el pecho. Cuando vi a Leo lastimarse contra las rejas, y gritar de angustia, dolor y desesperación, un temblor horrible me sacudió la conciencia.

—¡NOÉEE!

Ya no pude más. Hui del cerezo corriendo como si me estuviera persiguiendo el diablo mismo. Por fortuna Rosalía (que había accedido a acompañarme a un encuentro que sabía que iba a ser difícil) me estaba esperando en mi auto, en el aparcadero, porque yo no me sentía capaz de conducir.

Tan solo entrar a casa y mirar a Lorna sentada sobre el sofá, como si nada hubiera pasado, no pude evitar reclamarle:

—¡Nunca te voy a perdonar que hayas abortado a tu hijo! ¡Te quiero fuera de mi vida, Lorna Patricia, fuera de mi vida!

Ella se levantó con un gesto descompuesto y me observó con seriedad:

—Sabía que cuando fueras a verlo todo esto se terminaría. ¿Le crees más a él que a mí, Noé?, ¿no soy yo, a caso, el amor de tu vida?

—¡Eres frívola! ¡Eres… eres una…!

—¡Ya te he pedido perdón mil veces, Noé! ¡Me he arrastrado ante te ti! ¡He perdido a mi hijo por ti!

—¡No! ¡No! ¡Yo nunca te pedí que lo perdieras! ¡Jamás me vuelvas a acusar de eso!

Las palabras de Lorna me dolían porque yo mismo le había hecho creer a Leo que aquello había sido idea mía, así como cuando Catalina me culpó de lo mismo.

—¡Lo hice por ti, mi amor, mi cielo!

—¡Lo hiciste por ti, Lorna! ¡Porque eres egoísta y ruin! ¿No era tu sueño ser madre? ¿No fue por ese puto deseo por el que destruiste nuestro matrimonio haciéndote preñar por Leo?, ¿y entonces te vas de casa una semana y regresas anunciándome que has abortado?, ¿qué clase de víbora eres?

—¡Quería demostrarte que lo de Leo fue una simple calentura! ¡Yo te amo a ti por encima de mis propios sueños!

—¡¿Una calentura que te duró semanas de culeadas?! ¡No seas hipócrita!

—¡No sé qué te habrá contado ese imbécil, Noé, pero te juro que sólo me metí con él tres veces! ¡Ya estábamos bien, Noé! ¿Por qué tenías que ir con ese cretino para que te ha lavado la cabeza? Por Dios, Noé, yo merezco una segunda oportunidad.

—¡Y te la di, Lorna, y no fue sólo una oportunidad ni dos, te di decenas de oportunidades para que te reivindicaras y nunca lo hiciste! ¡Quiero que nunca olvides que cada vez que follaste con Leo fue una oportunidad que perdiste!

Y en ese momento, aquella hermosa diosa rubia por la que yo habría dado la vida y ofrecido mi alma a Lucifer mil veces, se tiró sobre mis pies y comenzó a llorar:

—¡No me puedes abandonar, Noé, no me puedes hacer esto! ¡Yo lo di todo por ti, perdí mi orgullo y mi respeto como mujer el día que decidí abortar a mi hijo para que no vivieras con la carga de tener que mantenerlo; me sometí a ese procedimiento incluso si sabía de los riesgos que padecería, como el de que quizás ya no pueda ser madre otra vez!

—¡El orgullo y el respeto como mujer lo perdiste el día que le diste el primer beso a ese hijo de puta, y tú degradación comenzó cuando le diste el culo! —le respondí, retrocediendo. No me gustaba verla en el suelo suplicándome—. Lo siento Lorna, lo intenté, te juro que lo intenté, pero ahora me doy cuenta que quedarme contigo sería arruinar mi vida para siempre.

—¡Pues por más que me eches, yo no me iré de este apartamento! ¡Me quedaré aquí, contigo! ¡No me iré!

—Por supuesto que no. El que se va soy yo.

Sólo tomé mi abrigo y me dirigí a la puerta:

—¡Noé! ¡Te juro que me mato! ¡Si me dejas me mato! —me repitió las mismas palabras que el día en que amenacé con abandonarla cuando me reveló que estaba embarazada. Por miedo me había quedado con ella—. ¡Te lo juro, Noé, si te vas te juro que me mato!

Antes de cerrar la puerta, le dije:

—Nada más te encargo que no dejes en el suelo tantas manchas de sangre, que me dará impresión cuando vuelva por mis cosas.

Lo último que recibí de Lorna fue una fuerte bofetada y la estampida de gritos que me dejó sordo por minutos.

Luego de mucho pensarlo me di cuenta de que Lorna solo había sido un error en mi camino antes de encontrar mi verdadero destino. Ella fue un amor que idealicé a través de una pasión y deseo desmedido por su cuerpo que no fue suficiente para vivir feliz.

Por mis putas fantasías perdí a la mujer que amaba, pero también encontré una posibilidad de ser más fuerte y valorar mi propia vida. Haberme quedado con Lorna sólo para no sentirme perdedor habría significado un retroceso en mi existencia. Una pérdida de voluntad total y una afrenta para mis fuertes principios.

Abandoné llorando el que había sido mi palacio de amor, recordando las palabras que Rosalía me había dicho tres días atrás, cuando le conté, destrozado, lo que Lorna había hecho con su hijo:

—Noé, mi querido Noé. Nadie puede permitirse el lujo de amar a otra persona más de lo que se ama así mismo, de lo contrario nunca será capaz de amar a nadie.

Y eso hice yo.

Amarme.

F I N

EPÍLOGO

Mi cariño por Rosalía fue creciendo más y más a medida que me acompañó en mi duelo de transición durante mi largo y fatigante proceso de divorcio. Sin sus palabras de aliento y sus exquisitos manjares caribeños (ella era una espléndida chef) mi proceso de recuperación probablemente habría terminado en tragedia.

La primera vez que me encontré a solas con ella fue en un restaurante a las afueras de Linares, tres meses antes de decidir abandonar a Lorna, pues quería agradecerle con sinceridad que se hubiera apartado del proceso de emputecimiento de mi mujer. Aunque también le reclamé el que no me hubiera advertido:

—Lo siento, Noé, pero yo como los culos, cada quién tiene que hacerse cargo del suyo.

Rosalía tenía la misma edad de Lorna, 34 años, y aunque yo le ganaba por dos, nunca hubo impedimento para que progresara con el tiempo nuestra amistad.

¿Quién que termina con una relación tan vertiginosa y cruda como la mía quiere volver entrar a otra? Nadie. De hecho yo tampoco lo quería. Pero el interés que fui sintiendo por aquella mujer tan natural, tan relajada y siempre con una sonrisa para la vida pasó por alto mi reticencia para volver a enamorarme.

No fue fácil reconocerlo, porque pensé que yo solo buscaba el clavo que saca otro clavo, o tal vez era que no sabía vivir solo. Lo cierto es que me costó más de un año conquistarla, porque ella sentía que era monstruoso comenzar una relación amorosa con el ex marido de quien había sido una de sus mejores amigas. De hecho, cuando le di a entender que me gustaba más lo que se gustan los amigos, ella me rechazó de inmediato y puso distancia entre los dos. Sufrí por eso, pero insistí.

—Al final seremos igual a ellos, Noé —me decía entre lágrimas cuando me confesó que también me quería—. Y yo no quiero ser parte de un duelo de egos en el que todos salieron perdiendo. Yo soy una mujer con dignidad, Noé, y no quiero ni puedo estar con el hombre que estuvo casado con una de mis mejores amigas, ¡un hombre que probablemente la sigue amando y que a mí me quiere solo para el desquite!

Rosalía siempre pensó (y con justa razón) que mi necedad (como ella lo llamaba) para querer estar con ella y formalizar una relación era parte de mi venganza para Lorna.

—A ver, Rosita —le dije—, lo de Lorna ya fue. Te juro que no necesito vengarme más de ella: Lorna ya ha tenido suficiente para muchas vidas. Además, desde el día del divorcio… ella desapareció. Yo no sé si vive o si muerta está.

—Pero es que no… tiene sentido que me quieras, Noé —se había puesto a llorar a las afueras de su casa—. Sería más fácil que me amara una salchicha a que tú —Su analogía me causó gracia y me reí besándole la frente—. No te rías, Noé, es la verdad. Pasar de un cuerpo de diosa como el de Lorna, al mío, que tengo pelos de perejil y piernas de cilantro, es una locura. Lo que quiero decir es que eres demasiado guapo para mí. Estás a un nivel muy alto de lo que yo al una vez habría podido imaginar. Tú eres algo así como un caviar y a lo mucho yo aspiro solamente a un jitomate podrido.

—¿Cómo puedes quererte tan poco, Rosita?, si tú fuiste la que me enseñaste a amarme a mí mismo, ¿tú que sabes si a este caviar le gusta el perejil y los cilantros (aunque no los pueda diferenciar el uno del otro)?

Esa noche nos dimos el primer beso. Y a partir de esa vez, todas las noches cenábamos juntos: la contraté para que me hiciera el menú nocturno con la condición de que cenara conmigo. A ella le faltaba el dinero para pagar el tratamiento de su abuelo y yo se lo podía dar.

Su madre siempre se encargó de que Rosalía tuviera un autoestima baja (en su aspecto físico, porque en carácter y decisiones ella era un fuego ardiente), ya que era muy delgada.

Nadie le dijo nunca que sus ojos cafés parecían de chocolate, que el color de sus labios sabían a fresa, que su voz cuando cantaba en el coro del municipio con voz soprano se escuchaba a lluvia veraniega, y que su cabello corto y rizado (a lo afroamericano aunque ella fuese de tez clara) le daba a su aspecto un toque de escultura romana.

El día que le propuse que fuera mi novia, vestido de salchicha, (el traje me lo consiguió Gustavo con un conocido suyo que vendía carnes frías en el mercado) me gané su corazón. Ella lloró a mares mientras yo hacía un ridículo espectáculo circense para fascinarla.

—¿Quién iba a pensar que el recto, inteligente, caballeroso y siempre serio Licenciado Guillén, terminaría vestido de salchicha sólo para conquistarme? —se burló ella después de decirme que sí.

Esa noche hicimos el amor por primera vez en mi nuevo apartamento, entre los ingredientes de un pan de elote que había hecho para mí y los restos de mantequilla que terminaron untados en sus pequeños senos, abdomen y piernas.

—¿Te molesta que el tamaño de mi… pene? —le pregunté.

—¡Por Dios, Noé… eres… eres… el mejor… hombr…e qu..e me … ha hecho… el am…or! —me respondió gritando mientras me cabalgaba.

Nadie nunca en su vida le había sacado un orgasmo con la intensidad con que yo conseguí hacerlo: ni si quiera le habían hecho un oral tan bueno como los míos, (con mi ya conocida habilidad) así que por primera vez en mucho tiempo, me sentí hombre otra vez. Ella estaba satisfecha y sus jadeos de placer siempre me lo recordaban.

No hubo rincón alguno de mi apartamento donde no lo hubiéramos hecho. Nuestros gemidos estremecían los cristales y nuestras caricias traspasaban nuestras pieles. Con el tiempo comencé a tomarle el gusto a nuestros baños de chocolate fundido, mantequilla, crema de postres y frutas en rodajas.

Siempre me sentí en desventaja en mi primer matrimonio en las artes amatorias, como un pelele que no sabía nada sobre el sexo pues ella siempre quería más, y más, experimentando rituales nuevos, posturas diversas, juegos bastante extraños y situaciones de los más morbosas.

Por eso, cuando comencé a proponer aquellas cosas que ya sabía con mi nueva novia, me sentí el maestro del erotismo y del porno, a juzgar por cómo la hacía estremecer con simples roces de mi lengua y mis habilidosos dedos. Ya fuera por la inexperiencia de Rosalía o su pudor, el caso es que conseguí dejarla más satisfecha que ninguna otra pareja sexual que hubiera tenido en su vida.

En siete semanas de que fuéramos novios la llevé a vivir conmigo, previa pedida de mano con su abuelo y la odiosa de su madre, y a los 9 meses ya estábamos en el consultorio del doctor Manríquez (tras decenas de noches sopesándolo) buscando alternativas para tratamiento de fertilidad.

—¿En serio nunca intentaron estas alternativas, señor salchicha? —Ah, sí, señor salchicha era el cariño con el que Rosalía me llamaba cuando estábamos a solas—. Me parece inaudito.

—Te recuerdo que ella siempre fue muy renuente a tratamientos fuera de lo natural.

—Mmm.

Tras hacerme análisis cromosómicos, de hormonas, de conteo de espermatozoides y confirmar que padecía el síndrome de Klinefelter, me vi inmerso en prolongados procedimientos de reproducción asistida.

La intención era lograr la reproducción de espermas y después someterme a un procedimiento de inyección intracitoplasmática de espermatozoides, el cual consistía en extraer los espermatozoides de mis testículos con una aguja de biopsia, y después inyectar los extractos directamente en el óvulo de Rosalía.

Una vez fecundado, el preembrión debería de ser trasladado al útero de mi novia para que lograra continuar su desarrollo.

En los próximos dos años de relación, lo intentamos tres veces, sin éxito. Para la cuarta vez ya estaba resignado, y ante el silencio de mi mujer, vi mi caso por perdido. Además, el procedimiento era bastante fatigante y un poco doloroso. Por si fuera poco, cada vez que nuestros intentos fracasaban yo caía en una depresión que me recordaban los tiempos de oscuridad vividos en mi anterior relación.

No merecíamos sufrir así, ni Rosalía ni yo. Así que una mañana le dije que estaba dispuesto a que adoptásemos un niño. Rosalía recibió la noticia con alegría, será por eso que esa noche, mientras tenía enterrada mi cabeza sobre su coñito, tuvo su primer squirt.

Para el día de mi cumpleaños número 39, Rosalía me organizó una fiesta en un amplio local con jardines y flores. Reunió a mis tíos (yo no tenía ya ni hermanos ni padres) y amigos, y después de una deliciosa comida mexicana que preparó especialmente para mí, sin atarme los ojos me hicieron quebrar una piñata en forma de salchicha. Reí ante la broma de los convidados.

Y entonces llegó la sorpresa. Cuando conseguí reventar la piñata a fuerza de insistir, vi caer, con estupefacto, decenas de artículos para bebés: Ropita, mamilas, pañales y diversas papeletas que decían “feliz cumpleaños papá”.

Todos los que me vieron caer de rodillas en el suelo, gritando y llorando de felicidad, comenzaron a aplaudir. Rosalía se encontró conmigo entre las cosas de bebé y seguimos llorando juntos, abrazados.

—Tres meses, señor salchicha —me dijo entre lágrimas—. ¡Tenemos tres meses de estar embarazados!

—Pero... pero...

—No quería darte falsas esperanzas, mi amor, hasta que pasaran las primeras semanas de peligro —me confesó—. No habría soportado verte sufrir otra vez. ¡Dio resultado, Noé, seremos papás!

Con la noticia me convertí en el hombre más feliz del mundo, aunque, a su vez, todo el embarazo sufrimos. Una gestación asistida como esa era peligrosa y cada día que pasábamos teníamos bastantes riesgos de perder al bebé.

Yo no pude dormir en los siguientes seis meses por temor a lastimarla. Pero sabía que el sacrificio valdría la pena.

El día del alumbramiento terminé internado en una de las salas de espera por niveles altos de estrés, mientras Rosalía estaba en labor de parto, y cuando por fin abrí los ojos, un niño de aspecto glorioso apareció en mi regazo.

—¡Ohhh! —exclamé llorando al ver materializado entre mis brazos lo que alguna vez dudé que fuera a pasar—. ¡Tú… eres… mi bebé!

Si les digo que me desviví mirando a aquella pequeña criatura de algodón durante las primeras semanas, sin cansarme, no me lo creerían. Pero entendí que eso era tener la certeza de que tenía una vida plena, por fin; ir al trabajo y saber que al volver a casa te encontrarías con un hogar donde dos personitas te esperaban y les hacía feliz tu compañía, eso era vida plena.

Por eso siempre digo que si tuviera que volver a vivir el dolor, decepciones y venganzas que pasé en mi primer matrimonio, juro por lo que sea que lo viviría mil veces otra vez. Me parece mentira que ahora me encuentre celebrando el bautizo de Fernandito en compañía de las personas que más amo en la vida y, lo mejor, con Rosalía a mi lado.

Y es por eso que a estas alturas de mi vida estoy completamente convencido de que uno mismo propicia sus desgracias, sus fortunas y hasta sus coincidencias. Siempre esperas algo mejor o peor para tu vida, e inconscientemente en la mayoría de las veces sueles terminar atrayendo aquello que más te perjudica.

O lo que más te hace feliz.

Ahora mismo no sé si lo que pasó me perjudicó o me benefició, el caso es que ahora sé que muchos de los sueños, siempre llegan a cumplirse. Aunque quizá no de la forma en que esperas.

—Señor salchicha, ¿podría darme su salchicha esta noche? —me dice Rosalía un tanto descarada, mientras me soba la polla por arriba de mi pantalón.

—Te he convertido en un monstruo —me burlo, dándole un beso de lengüita y un apretón en el culo.

—No, amorcito, me convertiste en mamá.

Nuestro beso se vuelve más profundo.

—Ven, cariño, que es hora de repartir los postres.

—Te alcanzo, mi Rosita preciosa.

La veo desplazarse hasta Gustavo, su hija (que está dormida sobre el pasto) y su nueva esposa (los padrinos de mi hijo), que están conversando animadamente con Jessica y Sebastian sobre un show que habrá próximamente en Babilonia.

Cierro los ojos y veo el mundo pasar sobre mí. Los abro, y veo a mi pequeño bebé siendo cargado por unos brazos y luego por otros. Todo el mundo lo quiere cargar. Es un bebé tan hermoso. Rosalía dice que tiene el color de mis ojos, pero yo opino que tiene su tierna mirada.

—Noé —me grita Gustavo—, ven acá, cabrón, que quiero brindar por tu heredero.

Con una carcajada intento acercarme a él, cuando de pronto recibo un extraño mensaje que no dudo en abrir.

Se trata de una canción de Café Tacvba titulada QUE NO, la misma que escuché mil veces antes de terminar mi relación anterior. Luego, un segundo mensaje aparece en mi whassap, y ese sí que tiene el don de dejarme sin aliento:

Número desconocido.

Felicidades, Bichi. Hace mucho que te merecías todo esto que te está pasando. Al final has cumplido tu fantasía de ser padre, (esa que parecía imposible y que por eso era una fantasía y no solo deseo). Te felicito de nuevo y me alegra muchísimo saber que al menos tú sí que eres feliz.

Con cariño alguien que te ama y que es tuya para siempre,

Lorna,

Tu diosa rubia, a la que nunca podrás olvidar.