Por mis putas fantasías: capítulos 23 y 24

Las crudas y terribles revelaciones de Paula serán el artífice para que Noé decida entre salvar su matrimonio o mandarlo todo a la mierda. Entrega semifinal

23

Cuando los rayos de sol inundaron mi habitación, me vi tendido en la comodidad que me prodigaba mi cama. El simple aroma herbario que tanto gustaba a Lorna, y del que estaba penetrado cada rincón de nuestro apartamento, me confirmó que estaba allí, en nuestro lecho matrimonial.

Mis ojos estaban renuentes a clarificar mi vista, varados en una pérfida imagen que pretendía olvidar; y mis sentidos, dueños de mi sosiego y esperanza, todavía permanecían escondidos debajo del fango del dolor y la decepción. Entonces, los devotos labios de mi muñequita de porcelana lamieron los míos,  robándome el aliento con su aroma a bosque infinito, diciéndome con voz de terciopelo:

—Eres tan lindo cuando duermes, Bichi . Tu piel es tan suave y tan fina…

Pese al dolor agudo que se trazaba en mi cabeza, mientras intentaba incorporarme, no pude dejar de pensar en lo bien que se sentía que su lengua suave y delicada se desplazara de mi boca hasta mi cuello, empapándome con una humedad incandescente que supuse era su saliva. El dolor continuó raspándome las sienes, pero la satisfacción que me provocaban sus delicadas manos cuando llegó a mis muslos, erizando mi piel al estímulo de sus uñas eruptivas, me mantuvo al borde de la locura.

A fuerza de insistir, puse dos almohadones detrás de mi cabeza. En efecto, mi vista se inclinó y así pude contemplar, cada vez con mayor nitidez, las circunstancias en las que estaba.  Me vi tumbado sobre sábanas blancas, completamente desnudo, mis piernas separadas, con mi piel pálida e imberbe expuesta ante la luz cadavéricas de un mediodía que avecinaba una tormenta, y una mujer felina de labios rojos, de melena negra, larga, brillante, y una mirada salvaje y voraz, posicionada a cuatro patas, con sus nalgas levantadas en pompa, su espalda curvada eróticamente hacia adentro, su pecho casi aplastado contra las sábanas, y su mentón rozándome los huevos.

—Paula —susurré sin estridencias, mirándola a gatas entre mis piernas, oscilando su gran culo, que sobresalía detrás de su cabeza, de izquierda a derecha, de izquierda a derecha, como esperando la intrusión de un falo exasperado.

La encontré muy sexy y perfecta, ¡morena de fuego!, revestida con la más fina lencería hecha de encajes negros que intentaban contener con trabajos sus ardientes voluptuosidades, las cuales se desbordaban como las olas de un gran lago.

—Buen día, jefecito —me saludó con una mueca perversa.

Con sus dedos encerró mi polla, que se había puesto dura al contacto con nuestras miradas y sus caricias, y apartando con cuidado el prepucio que recubría mi sensible glande (que ya estaba lubricado) con su lengua remojada le ofreció un delicado lengüetazo.

—¡Ahhh! —me estremecí.

Ella entrecerró sus ojos, cuyos párpados estaban inmejorablemente maquillados en tonos oscuros y morados, y volvió a lamerme la punta de mi glande, ocasionándome otro estremecedor quejido. Apretó con más fuerza el tronco de mi pene, inclinó su boca más cerca de su superficie, y volvió a chupar por encimita de mi cabecita esponjosa y sonrojada.

Casi me pareció una falta de respeto que su lengua retornara a su boca, dejando a mi falo en la completa orfandad, sólo para decirme lo siguiente:

—Por fin solitos, Noé, por fin podremos revolcarnos juntos sobre tu cama.

—¡Gustavo! —bufé en un chispazo de congruencia.

Paula me miró a los ojos, dispuesta a todo, soltó sus dedos de mi polla y, sin dejar de observarme por un segundo, se la metió completa en su boca hasta que mi glande tocó su garganta y sus labios gruesos y rojos besaron mi pelvis.

La sensación fue tan fascinante que tuve miedo de dejarla continuar y terminar siendo otro Leo, traicionando a Gustavo.

—¡Carajooo! —bramé excitado.

Paula mantuvo secuestrada mi polla entre su jugosa boca por cinco segundos, ocho segundos, quince segundos, veinte segundos, treinta segundos, hasta que mis temblores y berridos, aunados a sus arcadas, la obligaron a escupirla, de modo que borbotones de babaza, saliva y mis propios líquidos lubricantes escurrieron por la comisura de sus henchidos labios.

Ambos respiramos con gusto.

—Ufff, Paulita, mi encantadora Paulita —suspiré.

Fue un relámpago muy intenso lo que se vino a mi mente. Una idea casi espectral. Una prueba de fuego. Una oportunidad histórica para comprender de una vez por todas todo lo que había pasado a mi alrededor durante las últimas semanas. Sabía que lo que estaba a punto de hacer implicaba un enorme riesgo. Pero debía intentarlo. Total, ya todo estaba perdido. Lo único que me faltaba perder era mi dignidad para afrontar el adulterio de mi esposa, y eso… Eso jamás lo iba a consentir.

Por eso concluí en que si Paula estaba entre las piernas del mejor amigo de su marido (haciendo las veces de Lorna con Leonardo), sin remordimientos, sin rastro de clemencia y mostrándome esa sonrisa de satisfacción, significaba que su frivolidad y manipulación era igual o más fuerte que la de mi mujer. De ser cierta mi suposición, significaba que Paula también era perversa, y que había estado involucrada en la infidelidad entre mi esposa y mi antiguo mejor amigo, y que su aparición repentina en el apartamento de Leo (¿por qué tenía ella el celular de Gustavo?) no era ninguna casualidad. Así que, haciendo una maniobra con mi celular, el cual escondí debajo de la sábana, comencé con mi juego:

—¿Sabes las ganas que tuve de abrirte tus preciosas piernas aquella noche en que te vi?

Sus labios, que habían estado besando mis muslos, se curvaron. Noté que sus mejillas se encendieron y que su mirada había mutado a la de una mujer casi cruel.

—¿Por qué no lo hiciste? —me preguntó seductoramente—, ¿por qué no viniste hasta mi cama y enterraste tu linda carita en mi coño mojado, bebé? Hacía mucho tiempo que no había estado tan caliente como esa noche en que te sorprendí mirándome.

—Sí, sí, lo sé, Paulita —emplee el diminutivo que solía emplear Leo para referirse a ella—. Me quedé empalmado toda la semana pensando en el espectáculo que me diste, preciosa. —Paula respondió a mi halago con una deliciosa mamada que por poco me quiebra en mil pedazos—. ¡Oh, por Dios, preciosa! No me chupes tan fuerte, que todavía no me quiero correr. —Lo mismo y me llegaba un gatillazo de repente—. Siempre supe que me habías visto cuando te espiaba, y que Jessica y Leo lo habían planeado todo para que yo subiera y te sorprendiera así, encueradita para mí. Porque lo planearon entre los tres, ¿verdad?

—Eres muy listo, jefecito.

—¿Y sabes qué me excita más, Paulita? Que no te habría importado que te cogiera allí mismo, en tu cama matrimonial, (sabiendo que Gustavo estaba celebrando su fiesta allí abajo) justo como lo haremos este día sobre la mía.

Paula dejó de chupármela para mirarme con devoción:

—¿Me vas a follar, Noé? ¿En serio me vas a follar?

—Estoy muy caliente, Paulita, a mí me excitan las mujeres perversas como tú y como Lorna, ¡tengo una filia por las mujeres fatales, y me hacen que me ponga como toro en brama! Pero seguro que tú ya lo estás sintiendo en mi boca, ¿verdad?

—¡Que si lo siento, Noé! ¡Tu verga está palpitando en mi boca!

Me sorprendió que Paula empleara palabras tan vulgares con aquella misma boquita con la que siempre la había escuchado hablar con propiedad.

—Pues sígueme contando, preciosa, ¿desde cuándo te follas a Leo? ¡Cuéntamelo todo, quiero imaginar tus perversidades!

—Ay, jefecito, no sabía que fueras tan pervertido —me dijo ella con alegría—. Y tiene algo de tiempo. Desde la primera vez que vi a Leo me propuse que debía de tenerlo en medio de mis piernas —me confesó, dando lametazos en mi obligo con parsimonia inusitada—. Me pareció un hombrezote digno de admirar. Seductor, con clase, culto, inteligente, y muy atractivo, por supuesto, capaz de mojar las bragas de la monja más devota del mundo.  Sus ojos verdes fueron los que más me cautivaron; bueno, hasta que conocí su hermosa polla. —No puedo negar que su pícara sonrisa me tenía embobado—. La primera vez que nos citamos en un restaurante fue porque yo misma lo propicié, diciéndole que tenía que asesorarlo sobre unos cambios de régimen (inexistentes) en su giro que él nunca  terminó por comprender. Aunque también pudo influir que mi atrevido escote lo hubiera distraído durante toda la comida. Me aseguré de quitarme mi saco para que quedara al descubierta mi blusa blanca, a la cual desabotoné el primer botón superior, a fin de que mi cliente pudiera apreciar el color de mi sujetador y la raya que dividía un seno del otro.

”El caso es que yo no me anduve por medias tintas, y aunque aquél hombre dominante estaba acostumbrado a llevar el control de todas sus conquistas, ese día le enseñé que conmigo su dominio y su virilidad iban a quedar debajo de mis tacones, siempre, y que iba ser yo la que condujera las riendas de nuestros encuentros. Esa misma noche, cuando me llevó por mi auto al aparcadero del edificio del despacho, lo obligué a que se echara en los asientos traseros de su camioneta y lo monté como una perra en celo. Me encontraba saltando sobre su enorme polla, (la más grande que me he comido en mi vida) que me hacía gritar de placer como una desquiciada, mientras te mirábamos desplazándote hacia tu vehículo, sin percatarte de que una silverado se sacudía detrás de ti (tú siempre tan distraído). Entonces, en medio de susurros, se me escapó una de mis fantasías en voz alta «te quiero coger, Noé.»

Me sentía totalmente confundido, pretendiendo unir piezas que hasta hace unos minutos permanecían revueltas en el limbo.

—Te juro que la cara de Leo fue todo un poema, sobre todo cuando tuve un orgasmo pensando en ti (y mira que las envestidas de ese hombre son las mejores que he recibido en toda mi experiencia sexual). Cuando se corrió en el condón, (porque no le quedaba de otra que correrse aunque estuviera desmoralizado) se levantó con enfado e indignación, se subió los pantalones, me hizo acomodarme mi falda, medias, ligas y mis bragas (que no me las había quitado), y casi arrastras me sacó de su camioneta, diciéndome algo como «esta es la última puta vez que te retaco la verga, cabrona, conmigo no te vas a correr pensando en otros pendejos, mucho menos en un pelele como ese cabrón.»

”Más que indignada, esa noche entendí que detrás de tu amistad con Leo había una historia que yo tenía que desentrañar. Es que, ¿sabes Noé?, el problema fue que me encapriché contigo. ¿Tienes idea de cuántas veces me masturbé pensando en ti? Eres un hombre muy hermoso (muy diferente a Leo en todo el físico, lógico es, empezando por el tamaño de tu polla) —dijo esto último echándose a reír, cosa que me hirió un poco. Pero ella continuó—: Siempre me pareciste bastante guapo. Desde tu pelo cobrizo, hasta tus hoyuelos cuando sonríes, ¡de hecho amo cuando sonríes! Tu rostro desprende nobleza, ternura, gallardía, y tus labios tan finos, tan pequeños, tan sonrosados; y tu nariz tan perfecta, delgada, pequeña. Y tus ojos color miel, ¡tu piel tersa, mucho más tersa de lo que pensaba, ahora que la toco! Tu aroma, tu forma de ser, la manera en que siempre me diste mi lugar cuando la estúpida de tu esposa me trataba con desprecio. Y encima eso, la forma en cómo tratabas a Lorna, tan caballero, tan respetuoso, tan devoto a ella y sin la ordinarez con la que Gustavo suele, a veces, dirigirse a mí.

”Ay, Noé, me enamoré de ti desde hace mucho tiempo. De hecho, en una borrachera hace años en que celebramos tu cumpleaños, delante de Lorna, que también estaba más peda que viva, les confesé a ella, Jessica, Miranda y Rosalía, que tú me gustabas. Esa noche Lorna se carcajeó, pero a partir del día siguiente, cuando digirió lo que mi confesión había significado, comenzó a odiarme. Pero eso tú ya lo sabes. Y entonces, tras lo que Leo me había dicho esa noche, comencé a atar cabos hasta que comprendí que ustedes tenían una especie de amor odio que los estaba destruyendo, y me dije que tenía que sacar ventaja de ese asunto para conseguir mis propósitos.

—¿Cuáles eran tus propósitos?

—Quedarme contigo y abrirte los ojos respecto a ella. Vamos, Noé, es que Lorna nunca te convino. Ella siempre tan superficial, tan… egoísta, tan fría contigo.

Es evidente que desde el exterior de un matrimonio, las personas no logran ver cómo vive uno en realidad. Paula tenía una percepción muy errada de mi esposa porque, en cierto modo, la veía como una rival.

—¿Tienes idea de cuánto me excitas, Paulita?, ¿tienes idea de lo mucho que me pone saber las mil perversidades que hiciste para llegar hasta este punto? Yo a tus pies, sin Lorna, y tú entre mis piernas, comiéndote mi polla como toda una viciosa.

Paula parecía ponerse más cachonda ante mis comentarios, como si no cupiera en sí misma.

—Todo lo hice pensando en tu felicidad, Noé, lejos de la toxicidad de una mujer que no te amaba, y para prueba lo que viste ayer.

Paula, ante mi pasividad, volvió a meterse mis bolas en su boca, hasta provocarme otro gemido. Lo cierto es que sentía un nudo en la garganta, y por primera vez desconocí la mirada de Paula. No era la misma que yo tanto había admirado durante todos estos años. No era la esposa amorosa y abnegada que siempre vi amando a Gustavo. Aquella era otra. Una que, astutamente, supo guardarse en secreto su verdadera personalidad hasta ese momento que ella se consideraba triunfadora.

—¿Cómo fue que concluiste en que Leo me odiaba, Paulita, y que, a través de ello, tú podías aprovechar la situación para «cumplir tus propósitos»?

—Aunque Leo prometió que no me iba a follar nunca más, (por aquello de su orgullo herido) dos días después me tenía en su apartamento (en la misma cama donde encontraste a Lorna fornicando con él). —Odiaba que me recordara algo que yo estaba intentando olvidar. Pero bueno. A ella le excitaba refregármelo en la cara y, por el momento, tenía que aguantar vara—. A cuatro patas, semidesnuda, bramando como una golfa mientras me empotraba como sólo él es capaz de hacerlo. Y como la mayoría de los hombres son seres previsibles, ordinarios e irracionales (que siempre pierden la cabeza con el alcohol y una buena puta en su cama), me bastó embriagar un poco al machito y dejarme coger como a él le gustaba, para que me soltara con odio y amargura lo que tú le habías hecho en el pasado. Una confesión que, por cierto, Noé, nunca creí. Yo te tengo por un santo, así que era imposible que sus palabras hubieran podido empañar tu imagen. Yo te conozco más de lo que te conoce tu esposa misma, y deduje que Catalina le había mentido. Y bueno, Leo en ese aspecto es muy corto de entendederas.

Paula aprovechó la pausa que hizo para comerse mis testículos durante un par de segundos, primero uno, luego el otro, haciéndome sacudir de placer, y prosiguió:

—Y lo que le siguió fue un guión de película hollywoodense que yo enriquecí para que el resultado fuera mucho más certero y rápido. «Mataremos dos pájaros de un tiro, machito: tú te follas a Lorna, y yo me follo a Noé.» Ah, sí, Noé, porque como ya habrás podido deducir, yo lo alenté en su perverso plan, (uno que ya había maquinado desde su estancia en Miami, pues conocía todo de ti, tu profesión, tus amistades, tu esposa, tus horarios, incluso tu domicilio)  y perdóname, Noé, pero cuando me contó todo lo que sabía de ti, tuve miedo de que te fuera hacer más daño del que conseguiría hacerte cuando se follara a tu Lornita. Así que mi temor fue un aliciente más para unirme a su perversa maquinación. Me sentí confiada de que un ataque físico contra ti, yo podría detenerlo. Lo cierto es que Leo quería humillarte, quebrantar tu matrimonio y continuar burlándose de ti hasta destruirte psicológicamente para que padecieras el dolor que él sintió cuando vio perdida a la mujer que amaba y esa criatura que él ya había visualizado como suya, un trauma que le llevó años sobrellevar. Y mira, Noé, la verdad es que no sé hasta qué punto Leo ya haya conseguido su propósito, pero ten la seguridad de si no ha quedado conforme, va a continuar ensañándose contigo, sino es que sus represalias se endurecerán después de la descalabrada que le pusiste ayer (le suturaron doce puntos en la cabeza y todavía sigue bajo observación, lo sé porque tenía que asegurarme de que no lo habías matado).

Ante sus confesiones, mi polla comenzó a decrecer. Paula notó el problema y se lo metió de nuevo en la boca para reavivarlo. Yo no puse objeción porque quería continuar escuchando («perdóname Gustavo, te prometo que la pararé a tiempo»), y probablemente esa era la única forma en que me lo podía contar.

—Mira, Noé, por mi trabajo y profesionalismo, sabes bien que yo soy una mujer determinante, responsable, sí, pero determinante, y que siempre lucho por obtener todo lo que me propongo (para ejemplo estás tú, a quien siempre desee, a quien siempre quise, y a quien ahora le estoy chupando la polla y sus bolas), por eso, como no quería seguir quebrantando los pactos que tenía con mi marido siéndole infiel, (y tampoco pretendía quedarme con las ganas de seguir follando con aquél macho seductor), orquesté una jugada con Leo para propiciar un encuentro casual en Babilonia una casa de encuentro swinger donde solíamos ir con Gustavo una vez al mes.

¿Paula y Gustavo eran liberales? ¡Santo Dios! Lo que sí era cierto es que aquella fichita de mujer ya lo había corneado desde antes.

—Yo ya no quería seguir haciéndolo a espaldas de Gustavo. Además, a Leo le ponía conocerlo y follarme delante de él. La verdad es que el encuentro fue tal y como lo habíamos planeado. Leo se presentó ante nosotros (con una amiga rubia a la que hizo pasar por su pareja), y ante mi reiterada insistencia, (tras una larga noche de copas y conversación) convencí a Gustavo de que debíamos alquilar una de esas habitaciones para hacer el intercambio con ese par de modelitos.

”Y así paso, querido mío. En común acuerdo cogimos como locos hasta el amanecer. Ay, Noé, si supieras lo pervertido que es Leo, no sé, yo creo que más que por su cuerpo o por su polla, (que son admirables) es su morbosidad la que me atrae. Gustavo y yo solemos competir por cuál mujer grita más durante el sexo, si la que él se folla, o yo, según la potencia de mi macho en turno. Pues sí, Noé, con Leo empotrándome, no hubo manera de que pudiera perder.

—¿Simulaste un encuentro fortuito con Leo (y una supuesta pareja) para que pudieras cogerlo sin culpa alguna y con la autorización de tu marido?

Esta mujer no tenía moral. ¿Cómo me había logrado engañar con su carita de mosca muerta durante tanto tiempo? «Pendejo, pendejo, pendejo, mil veces pendejo.»

—Ya te digo. Gustavo a veces es tan ingenuo, que ni siquiera reparó en que Leo era nuestro cliente en el despacho, así que continuamos quedando para follar en Babilonia, él con aquella rubia destetada amiga de Leo, y yo con ese machote rompe coños, como suele autonombrarse, que en cada encuentro me hizo ver las estrellas.

—¿El día de la fiesta…? ¿El día de la fiesta de Leo te lo planeabas coger?

—De hecho lo hicimos —me reveló.

«Pendejo, pendejo, pendejo, mil veces pendejo.» Yo intentando proteger su reputación de las garras del malnacido de Leo, y ella ¡ya se lo había follado un montón de veces!

—¿A qué… hora pasó? —quise saber—, ¿fue después de la fiesta?, ¿volvieron hacer un intercambio?, ¿Gustavo se enteró? Pero, si hubo intercambio, ¿cómo lo hizo tu marido, si Leo no llevaba una pareja qué compartir? Y, además, a mí Leo me dijo que después de la fiesta se había follado a Miranda mientras la llevaba a su casa.

Lorna dejó de lamerme la polla para soltar en carcajadas.

—¡Ay, ternurita! —se burló de mí—. Adoro tu inocencia. Es lógico que ocurrió después de que llevara a Miranda a su casa. De hecho Gustavo y yo ya estábamos dormidos, cuando recibí un mensaje de Leo que me despertó «estoy en el aparcadero, baja, porque quiero follarte. Le prometí a Noecito que te follaría antes de que cantara el gallo y no quiero incumplir mi promesa.»

Quise hacerme el cachondo, el que me ponía toda aquella situación, pero a esas alturas, juro que me estaba costando trabajo. Suspiré e intenté sonreír, aunque estaba asqueado por todo lo que Paula me estaba describiendo. Pobre de Gustavo. ¿A caso el propósito de una pareja liberal no es precisamente la de compartir juntos su sexualidad, en complicidad?, ¿qué caso tenía, entonces, que ellos fueran swinger si Paula hacía detrás de Gustavo lo que se le hinchaba?

—¿Samír y Rolando lo sabían? —quise saber—, ¿sabían que Leo te estaba follando?

—Mi vida —volvió a sonreír—, si hasta un cuarteto hicimos una vez.

Tragué saliva, y me dije que después de eso tenía que poner un punto final con aquellos dos. ¿Qué putas pinches clases de seres humanos eran esos, para follarse a la mujer de nuestro amigo? ¿Qué clase de golfa era Paula, que había sabido jugar muy bien su papel de mujer modosita? Lo peor es que era muy buena como contadora, ¡dios mío!

—Ahí la justificación de su aparición en la cena de Gustavo.

—Así es, Noecito.

Para este punto, Paula se había quitado el sostén, saltando dos redondos melones bien formaditos, morenos y con un par de pezones brotados y oscuros, que comenzó refregar sobre mi polla.

«No te vayas a correr, Noé, no te vayas a correr.»

—¿Y esa noche pactaron envolver a Lorna, cuando la convencieron de que trabajara para Leo en unas esculturas que, vamos a ser francos, a Leo le valían una mierda?

—Así es, querido —en ese momento aplastó mi falo con sus senos y comenzó hacerme una cubana que, estuve seguro, me iba a derretir en cualquier momento.

—Al paso de los días, Leo le encontró el gusto por humillar a mi marido durante nuestros últimos encuentros en Babilonia (mi amorcito siempre fue renuente a que follásemos en nuestra casa con extraños. Para él ese era una línea que no podíamos romper. Y esa sí que la respeté. Nunca follé con Leo en mi casa, por más que me insistió).

—¿Y cómo es eso de que… le encontró el gusto por humillar… a Gus, a tu marido?

—Pues eso, cuando Gustavo se corría sobre el pecho de la rubia (pareja de Leo) cayendo aletargado en la cama continua, mi macho comenzaba a bombearme con frenesí, sabiendo que justo en ese momento mi marido no estaría distraído con la rubia y su atención se centraría en nuestras envestidas, en el sonido de choque de sus bolas contra mis paredes vaginales. Leo guardaba toda su energía para proyectarse sobre mí justo en ese momento de letargo. Quería demostrarle a mi marido que él era mejor macho que él (y mira que Gustavo siempre fue un gran amante, potente y aguantador) penetrándome en las posiciones más inverosímiles que pudieras imaginar, haciéndome bramar de placer. Hasta que un día Gustavo se cansó y me dijo que no quería que volviésemos a quedar con él. Y eso fue gracias a que la última noche de intercambios, cuando Gustavo se quedó dormido con la rubia, a Leo se le hizo gracioso ponerme en cuatro patas sobre él. Lo despertamos cuando mi cuerpo cayó encima suyo, ante su mirada atónita, mientras yo gritaba, bramaba y gemía casi escupiéndole la cara. La gota que derramó el vaso fue cuando Leo se quitó el condón y me echó su corrida en la espalda, provocando que varios chorros terminaran salpicando la frente de Gustavo.

La risotada de Paula me dejó descolocado. ¡Estaba loca! ¡Esa mujer estaba loca! Y en verdad que estaba comenzando a darme miedo.

—Leo se mostró complacido ante el rechazo de mi marido a volver hacer intercambio con él, pues había conseguido hacerlo ver como un perdedor. Y ahora que lo pienso, creo que su ensañamiento para con mi marido siempre fue por ti, Noé, porque descubrió el cariño que Gustavo te tiene y lo mucho que te respeta. ¿Qué mejor momento para proyectar la frustración y resentimiento que tenía hacia contigo que degradando la hombría de tu mejor amigo? Lo sé, Noé, Leo está enfermo de resentimiento, porque, ¿sabes algo?, en su vida diaria, cuando no está pensando en cómo joderte, él es una buena persona. Y creo que eso incluso tú lo sabes. Es un hombre respetuoso, dadivoso, comprensivo, consejero (y a veces hasta cursi).

—Y por eso se llevó a la cama a mi mujer, ¿no? —escupí con rabia.

—Después de lo que pasó con Leo, Gustavo comenzó a dudar de mí. Mis salidas a horas infrecuentes comenzaron a ser extrañas para él. Ya ves, incluso te habló a ti esa noche para preguntarte sobre mi adulterio —se rió—. Yo lo supe. Al día siguiente, haciéndome la mustia, te abordé sobre el tema de que me habías visto desnuda el día de la fiesta, cuando lo que en realidad quería era que me confesaras lo que Gustavo te había preguntado sobre mí, ¿y sabes qué? Esa noche sí estuve con Leo. Esa foto que mandó enseñando su verga sobre mi culo, como puedes corroborarlo ahora mismo, sí que era yo. Me pareció muy fuerte que Leo se atreviera, que la mandara a tu grupo de amigos sabiendo que pondría a dudar a Gustavo y a ti mismo, preguntándose si aquella era yo u otra chica.

”Estoy segura que Rolando y Samír sí que lo descubrieron, porque llevaba puesta esa misma ropa interior el día que hicimos el cuarteto.

De tan seca que tenía la boca, apenas si podía proferir una palabra:

—Dímelo, Paula, ¿cómo fue que convencieron a Lorna para que cayera en las redes de Leo?, o más bien, ¿cuál de los dos la empujó a ello?, ¿tú, o él?

24

—Esa es mi parte favorita, Noé, lo confieso.

Y comenzó a incrementar el ritmo de sus tetas sobre mi falo mientras me masturban con furor una y otra vez.

Creo que mi aguante se debió más a que estaba helado con sus confesiones, antes que con sus espléndidas frotadas de senos.

—¿Entonces, Paula?, no me has contestado, ¿quién la empujó a hacerme infiel?

—Nadie la empujó a nada, Noé, no pretendas encontrar algo que merite justificarla. Simplemente resultó cortita, cortita de moral, como Jessica, como Miranda, como yo (al final las mujeres tenemos el mismo derecho de disfrutar la sexualidad que ustedes los hombres, solo que cuando ustedes hacen follan a una y otra se llaman “garañones” entre sí, pero cuando lo hacemos nosotras, nos titulan “putas”). Pero el caso es que ella solita subió al precipicio, Noé, y solita se tiró. Nadie la empujó, fueron sus ganas y su calentura por tirarse a Leo. Y no la culpa, a pesar de que tú eres más guapo que él… Leo es un…

—Lo sé, no tienes por qué repetírmelo —me quejé, pidiéndole al diablo orinarle la cara.

Lo cierto es que Paula en algo tenía razón, yo estaba buscando una justificación para exculpar a mi mujer, ¡quería encontrar un algo que me hiciera pensar que Lorna era libre de pecado! Pero yo mismo la había encontrado follando con Leo, a conciencia, disfrutando, ¿qué más pruebas quería?

Triste, me recosté de nuevo sobre la cama, para que Paula volviera a su labor masturbadora.

—Un día los escuché hablar, Noé, a ti y a Gustavo, en mi casa. Tú le contaste, atribulado, que eras estéril, y que desde entonces te habías planteado abandonar a Lorna para que rehiciera su vida con alguien que sí pudiera hacerla madre.

Me quedé pensando en ese día y fijé mi vista en Paula.

—Entonces… si tú lo sabías, ¿Leo también?

Ella asintió con la cabeza, y mi pecho explotó.

—Sí —murmuré atribulado—. Supongo que ese día fornicaron y se corrieron pensando en mi desgracia. Leo, sobre todo.

—No, corazón —me dijo ella, por primera vez tratándome con cariño—. Yo no lo habría permitido.

—Claro —musité con sarcasmo—. Con esos simples datos ya entendí por dónde tiraron los caballos. Lorna fue bombardeada por ustedes dos con tanta insistencia y manipulación, aprovechándose de su vulnerabilidad, que la hicieron creer que un embarazo con la ayuda de mi mejor amigo (pues ella no sabía que nos odiábamos a muerte) era la mejor solución para ¿rescatar nuestro matrimonio? No obstante, pese a convencerla de que tal gracia iba a ser beneficioso para ella y para mí, tú y Leo en el fondo sabían que, por mis antecedentes con éste último, lo que pasaría en realidad era que nuestra relación terminaría hasta la mierda. La verdad, Paula, es que fuiste muy lista, y Lorna muy tonta, ¿dejarse convencer por ti, a la que parece odiar con todas su fuerzas?

—Digamos que yo no la convencí directamente (ya ves que no me quiere ver ni en pintura), pero Jessica y Miranda hicieron bien su trabajo. Jessica tenía miedo de que Leo colgara sus fotos en la red (donde aparecía vestid de cerdita) —Claro que recordaba esas imágenes—. Y Miranda lo hizo por el placer de complacer a su macho. La única que siempre se opuso fue Rosalía. De hecho, al ver cómo avanzaban las cosas, ella prefirió alejarse de nosotras.

—Miranda y Jessica —gruñí con rabia—, par de fichitas. Yo sólo puedo decirte, Paula, que una mujer con dos dedos frente habría preferido una inseminación artificial antes que verse envuelta en todo este chistesito, que ha salido más caro que lo que el hospital nos pudo haber cobrado.

—Tú mismo ya sabías, Noé, que ella quería que todo el procedimiento fuera natural. Lorna es más espiritual, ¡mira cómo huele tu casa, a bosque!, por Dios, Noé. Al final Lorna no sólo encontró en Leo una semilla que pudiera germinarla, (ve tú a saber si lo ha conseguido o no) sino que halló en él a un hombre viril que la hizo sentir mujer de nuevo. Porque seamos sinceros, Noé, Leonardo Carvajal es un semental en toda la expresión de la palabra, con una verga descomunal y con un desempeño sexual digno de un actor porno. Además, tú la abandonaste desde el día en que pretendiste cuidar a las mujeres de tus amigos de las garras de Leo, antes que centrarte en ella, que, supongo, era la que más te necesitaba.

«Paula, eres una hija de las mil putas.»

—Leo las folló a ti y a Jessica desde un principio. Y cuando me confesó que lo había hecho contigo en el aparcadero, no era una mentira, aunque luego se retractara. Quería mantenerme confundido, y sin pruebas que pudieran descubrirlos. Así  yo estaría pensando en protegerlas a ustedes mientras yo le daba a él, el paso libre para conquistar a Lorna.

—Algo así. Pero no la compadezcas, Noé. No la vuelvas a compadecer. A como acabaron las cosas ayer, Lorna nunca te amó. Digamos que Leo utilizó toda su artillería para tirársela, y Miranda y Jessica sólo le hicieron ver que quedando preñada de su mejor amigo (en quien supuestamente tú tenías toda tu confianza) era la única manera en que podía fortalecer su matrimonio. Pero ella, al final de cuentas, fue la que dio el paso. Insistir a que lo hiciera no fue obligarla. Y al final, lo que comenzó como un deseo para engendrar un hijo, terminó en una pasión que ni Leo y ni ella pudieron contener.

—¿Qué quieres decir?

—Cuando Leo comenzó a rehusarse a acostarse conmigo, cuando comenzó a agredirme verbalmente por mis comentarios despectivos hacia Lorna; cuando comenzó a amenazarme con hacerme daño si a caso  yo atentaba contra la integridad de tu esposa… supe que se había enamorado de ella. ¡El muy pendejo se terminó enamorando de Lorna! ¿Qué diablos le ven a esa ramera? —Se quejó—. Para Leo, tu querida esposita dejó de ser «la mujer tetotas», «la putona de mi futuro prospecto de cornudo», «mi futura zorrita», «mi preciosa mamapollas», «mi rubita putita», para convertirse simplemente en «Lorny», «mi mujer», «mi hembra», «mi bonita.»

Las palabras de Paula detonaron en mi pecho como una estampida de cohetes. ¿Leo enamorado de Lorna, de mí Lorna? Pero… ¿y ella?, no, ella no, ella le había respondido que no cuando él le había preguntado si lo amaba. Ella sólo quería un hijo… ¡un hijo para mí y para ella! Tenía que ser así, ¡Lorna no podía amarlo!

—¿O seo que Leo quedó atrapado en su propio juego?

—Y Lorna también —me atajó—, porque vamos, Noé, no hay que ser ilusos. Es evidente que ayer no fue la primera vez que cogieron. Entre los dos nació un vínculo y una complicidad que tú no lograste advertir. Está claro que Lorna y Leo fornicaron en todas partes. Se convirtieron en amantes en forma. Follaron a más no poder, en el apartamento de Leo, en sus locales, incluso aquí en tu casa, Noé, y no dudo que hasta en esta cama donde estamos ahora. Pero esos detalles ya les toca confesártelos a ellos. Yo no lo sé, con certeza. Solo entendí que la consumación del adulterio se llevó a cabo el día que Lorna se enteró por mi propia voz, (me presenté aquí un miércoles a la hora de la comida) que tú te habías acostado conmigo. Me arriesgué a perderlo todo de tajo, Noé, pero por ti me arriesgué. Nunca entendí por qué no te lo reclamó directamente, mas supongo que no me creyó del todo y quiso tener pruebas y averiguarlo por sus propios medios. Y su silencio me benefició. (Debo añadir que ese día me dio una paliza en el ascensor que me dejó con las tetas moretadas y con mi abdomen dolorido).

El aire se me había ido, ¡la taquicardia me volvió! Ahora sí que mi polla se había desinflado, y mi odio se acrecentó.

—Leo no estuvo de acuerdo en que le hubiera dicho nada a Lorna.  Él, que ya se había encariñado con tu mujercita, me insistió en que si ella se acostaba con él quería que fuera por deseo, no por despecho. Ya lo sabes, Noé, nuevamente el orgullo de hombre. ¿O será que ya desde entonces la quería de verdad? ¿Será que, lo que al principio comenzó con una venganza terminó siendo una pasión? Es evidente que a Leo las cosas se le salieron de las manos, Noé. Por un lado quería humillarte preñando a tu esposa para recuperar el hijo que él cree que tu hiciste abortar a Catalina, pero, por otro lado, pienso que Leo se visualizó con Lorna en una familia, ellos juntos, felices, con un bebé en brazos. No lo sé, Noé, pero aquí parece que todo se salió de control.

—¿Se salió de control como ayer?

—Aunque tú no lo creas, Noé, el plan falló. En realidad en el plan de Leo nunca estuvo contemplado que vieras a Lorna empotrada por él. El plan era más bien dejarte con la duda cuando despertaras, y que Leo dispusiera todos los indicios a tu alrededor para que pensaras que se había follado a tu mujercita, indicios que había dejado desde hacía tiempo en tus narices. —Recordé el tema de las bragas rojas (que aún no me quedaba claro qué había ocurrido ese día) y los objetos que dejaba «olvidados» en el sofá—. ¿El propósito?, pues eso, Noé, que las dudas te carcomieran el cerebro hasta que tú mismo terminaras destruyendo tu matrimonio, así como lo hiciste con la relación de Leo y Catalina.  Te estuvo atacando psicológicamente y tú ni cuenta te dabas. Incluso ahora todavía tienes dudas, porque no sabes cuándo, ni dónde, ni a qué horas follaban. Al final, Leo decidió que no quería exponer a Lorna ante la vergüenza de que tú la descubrieras. No se sintió capaz de permitir que ella sufriera la vejación que, estoy segura, le hiciste padecer ayer.

Para mí, aquello era suficiente. Paula no iba a poder decirme más de lo que quería saber, porque ella misma no lo sabía. O tal vez todo fuera mentira (aunque había cosas que coincidían) por eso decidí que ya no quería escucharla más. Fue lo último que pude soportar decirme.

Así que me levanté, la miré con deseo y le dije de forma suplicante, casi en susurro:

—Quiero hacerte el amor, Paula. Aquí, en mi cama.

Ella aceptó con una mirada demoniaca.

Y así fue como la até sobre la cama de muñecas y tobillos, con pedazos de sábanas que rompí y que antes habían cubierto el colchón.

Antes de hacer nada más, me subí a la cama con ella, de pie, y me masturbé hasta que mi semen cubrió su emputecida cara.

Paula recibió mi corrida cachondísima, sabiéndose ganadora.

Entonces me bajé a la alfombra y distribuí mi semen en su cuello y hasta donde alcanzó de sus tetas.

—¿No te enseñaron, bebecito lindo, que las tetas de las hembras sirven para amamantar a los machos? —me preguntó echa una fiera.

En ese momento me carcajeé, aunque lo que realmente quería era gritar.

—¿Y a ti no te enseñaron, Paulita hija de puta, que las mujeres de los amigos son prohibidas?

—¿Qué? —exclamó en un alarido.

Como lo había deducido, el consolador de cera que replicaba la polla de Leo estaba escondido en un baúl de objetos preciados que Lorna guardaba en su taller de esculturas, y cuando se lo enseñé a Paula, su cara de horror fue digno de retrato.

—¡Noé, Noé, ¿qué vas hacer? —me preguntó cuando, a su vez, me hice con el consolador de silicona que había comprado a mi esposa a través de aquella tienda erótica—. ¡Noé, ¿qué te pasa?¿Qué estás haciendo?!

Lo primero que hice fue meter las famosas bragas rojas de Lorna en la boca de Paulita, a fin de que dejara de gritar. No toleraba su voz. No concebía escucharla más. Lo segundo que realicé fue encajar el enorme consolador de cera por su putrefacto ojete, sin lubrigante, con fuerza, hasta que la desgarró. Y así la violé por un montón de tiempo mientras ella se retorcía de dolor ¿o también de placer?

—¡Nunca podría estar con una puta como tú, Paula! ¡Nunca! ¡Me das asco! ¡Siento repulsión por ti, maldita cerda!

Paula continuó retorciéndose como una serpiente, temblando de horror y de tormento. Y después le encajé el segundo consolador por el coño, todo, hasta el fondo.

—¡Ahora sí estás servida, golfa! —le dije con rencor—, ¡a ti que tanto te gusta la verga, ahora tienes dos, aunque ninguna es la mía! ¡¿Por qué gritas de dolor con la que tienes retacada en el culo, cerda?, ¿no decías que la polla de Leo ya se había adecuado a tus formas?

Y la dejé allí durante tres horas, gritando, tratando de liberarse, mientras yo escuchaba una y otra ves las conversaciones que había grabado donde me confesaba la de idioteces que habían orquestado en su maquiavélico plan contra Lorna y contra mí.

Cuando llegó Gustavo a mi apartamento, tras haberle hablado directamente a su casa (pues su móvil lo tenía su mujer en el bolso) y vio a Paula atada a mi cama, con unas bragas en la boca, con una costra de semen sobre su cara y pecho, vestida como una vil puta, con las tetas al aire, y con dos pollas de cera y goma encajadas en sus dos agujeros inferiores, su rostro se quedó congelado. El horror de su expresión me obligó a entregarle mi teléfono justo en la grabación, al tiempo que le decía:

—Antes de que me mates, Gustavo, cosa que te voy agradecer, escucha todo lo que me ha dicho la zorra de tu mujercita.

Lo dejé en la habitación con Paula y me dirigí al taller de Lorna.

No sé cuánto tiempo pasó, si horas, minutos o segundos, pero Gustavo me encontró llorando en el suelo, junto a las esculturas rotas que había hecho mi esposa para Leo.

—¡Perdóname, Gustavo! —le dije entre balbuceos—. ¡Perdón…!

Gustavo se arrodilló junto a mí y me abrazó con cariño paternal. Después de todo él era mucho mayor que yo y, quiero pensar que, dado que su mente liberal era mucho más amplia que la mía, había entendido con serenidad todo lo que decía la grabación.

—Tranquilo, cabrón, tranquilo —me consoló—, nada de perdón. Arriba, arriba, y no te dejes vencer. Tú eres más grande que todo esto.

—Gustavo, ya sé que no debí de hacerle eso a tu esposa, ¡la vi desnuda… me chupó el pene… se los eché en la cara…! ¡Le metí esos dildos en…!

—Ya, ya, ya, que no pasa nada, mi estimado —me dijo con una sonrisa que intentaba reanimarme. De todos modos se le veía terrible. Se acababa de enterar que su esposa era la puta más grande de Linares, y aunque le estaba doliendo en el alma, prefirió consolarme a mí, que estaba destrozado—. Lo que le hiciste fue una travesura de niño de dos años, Noé, en comparación a lo que la he visto hacer yo —Su voz se estaba quebrando, aunque quería sonar bromista y decidida—; Se la han montado hasta cuatro negros al mismo tiempo, y yo lo he visto con mis propios ojos mientras otro par de mulatas se revuelcan conmigo.

Le limpié las lágrimas y observé a Gustavo una vez más, ¡cómo podía sostenerse así… tan fuerte!

—Entonces…¿no me vas a matar?

Mi amigo sonrió, mientras una lágrima se vencía por sus cuencos.

—Qué va.

—¿Estás seguro?, ¿o te harás como Leo y dentro de un par de años volverás para vengarte de mí?

Gustavo, quien después de todo sí que estaba afectado por las acciones que había, se echó a reír mientras lloraba.

—Te perdonaré sinceramente si me recomiendas un buen abogado para divorciarme —me dijo con un nudo en la garganta—. Al final Jessica resultó ser más santa que nuestras viejas. Al menos ella siempre lo hizo por placer, y ante todo, nunca frivolizó sus acostones con ideas tan perversas como estas.

—Sí —murmuré, levantándome del suelo, viendo el desastre que había hecho en el taller—. Jessica me advirtió de Leo y no le hice caso (aunque yo ya sabía lo que este cabrón se traía entre manos). Jessica es la virgen María en comparación de… Ay, Gustavo, ¿vamos por unas copas?

—Vamos —comentó él, acomodándose el saco—. Conozco un bar donde hacen unos cocteles de puta madre.

—¿Y Paula? —pregunté casi con inocencia, pues seguía atada a mi cama en la misma posición en que la había dejado.

—¿Paula qué, Noé? Una vez me dijo que de tan caliente que era podría pasársela todo el día con dos pollas encajadas en su ano y panocha. Pues nada. Le cumpliremos su fantasía. Vámonos.

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Y el lunes nació negro, el martes gris, el miércoles rojo y le jueves fue abril. Ya no había vuelvo a llorar, aunque tampoco me sentía pleno. La extrañaba mucho. Su mirada, sus labios, su piel, todo en ella me faltaba. Mi dormitorio se sentía tan vacío. Mi cama se mostraba tan fría y silenciosa. Sin sus risas y sus bromas, me vi perdido en un laberinto donde no podía encontrar la salida. Por eso le mandé un mensaje. Quería verla, pero no para hablar. No me sentía capaz. Quería mirar sus ojos azules por última vez. Quería cerrar un círculo que todavía permanecía abierto. No sabía cómo iba a reaccionar al mirarla después de tantos días (que para muchos fueron pocos, pero para mí fueron casi siglos). Lorna no me había buscado, no sé si porque hizo caso a mi demanda esa noche en casa de Leo, o era porque, en verdad, ya no me quería.

Ambas posibilidades de dolían.

Y entonces, cuando el timbre sonó, mi corazón comenzó a palpitar. Era viernes por la tarde cuando Lorna se apareció en el apartamento. Confieso que su presencia atacó todos mis flancos y me removieron mi dolor.

¿Estaría viviendo con Leo? ¿Estarían follando todos los días? ¿Se quedaría con él?

—Lorna —le dije casi con un soplido.

Estaba lloviendo, por eso ella estaba tan abrigada. Sus cabellos rubios estaban peinados en una cola de caballo, húmedos, y  su rostro sin maquillaje se descubrió palidecido. Aún así, se veía preciosa. Toda ella era hermosa. Aunque fuera malvada y cruel. Aunque fuera la peor de las mujeres.

«Ya no la ames, Noé, ya no la ames, nunca más.»,

—Tardaste en llegar —admití, sintiendo enormes deseos de correr y abrazarla y pedirle que no se fuera—, pero igual me tomé la libertad de empacar tus cosas.

—Noé… —me dijo entre lágrimas—, cielo, yo…

Me dijo «cielo» con la misma boquita con la que seguramente habría mamado el falo de su amante infinidad de veces. Con la misma garganta con la que se habría tragado las corridas de Leo. Con la misma voz con que había proferido los berridos el día que la descubrí follando con aquél hijo de puta.

—No es necesario que te lleves tus cosas en un solo viaje —le expliqué haciendo acopio de toda la serenidad del mundo.

Había decidido no ofenderla más. Después de todo ya le había dicho todos los insultos que le tenía que decir.

—¡Noé, escúchame, mi cielooo!

Por un lado me alegró que Lorna estuviera allí, aun si de todos modos se marcharía. Por otro lado, me pregunté si de verdad había merecido la pena tenerla de frente, a fin de evitarle el susto de presenciar la irrupción de la fiscalía del estado en el apartamento de su amante, proceso de captura que se estaría llevando a cabo justo en ese momento.

—Te puedes llevar mi auto, si quieres. Es más grand…

—¡Estoy embarazada, mi amor!

Continuará