Por mis putas fantasías: capítulos 15 y 16

Lorna y Noé experimentan un cambio radical en su vida sexual a partir de los últimos acontecimientos de Leo en su apartamento. Para bien o para mal, todo está a punto de cambiar.

15

—¡Así, así, Bichi!

—¿Te gusta, mi reina?

—¡Sí! ¡Oh, Dios! ¿Q-ué… me haces? ¡Dios, Dios, Diooos!

La religiosidad orante de Lorna cuando estaba caliente me ponía como loco.

—Dime cuánto te gusta, cielo.

—¡Muchooo, ay, ay, mucho, Bichi, mucho!

—Te la voy a meter, se me puso dura.

—No, no, Bichi, mejor tu lengüita, me gusta tu lengüita. ¡Me gusta lo que me estás haciendo!

—Pero la tengo dura, muñequita, ¿no la quieres sentir?

—¡No pares, no pares, mi amor, no pares!

—¿Me dejas metértela?

—¡No hables, no hables, Bichi, sígueme comiendo mi chochito, aaahhh!

Un concierto de onomatopeyas protagonizado por mi rubia cachonda retumbó en la habitación. Ella tenía las piernas separadas, pendidas en el aire (como si un cable las sostuviera desde el techo) en forma de compás, temblando como una moto-sierra, entregándome una vista tan erótica de la que ningún hombre heterosexual sería capaz de resistirse. Por eso continué succionando su clítoris y matándola de placer a lengüetazos profundos, al tiempo que dos de mis dedos agujeraban su cavernita de carne sin detenerse, chapoteando y chapoteando entre sus viscosos flujos vaginales.

—¡Me matas, me matas, ay, Bichi, que me matas!

—¡Te la quiero meter, mi amor, la tengo muy dura!

—¡Ay, tus deditos, mi cielo, tu lengüita, cómo me vuelve loca! ¡Aaahhh!

Su voz había perdido la dulzura intrínseca que la caracterizaba. Ahora berreaba de forma gutural, casi con chillidos, como si estuviera siendo quemada viva en un poste de la inquisición.

Lorna, completamente desnuda, se daba placer ensalivándose los pezones, amasando sus redondos senos, y jadeando y jadeando cada vez que mis dedos y mi lengua la satanizaban.

Cuando almacené en mi boca un buen trago de sus propios jugos procedentes de su conchita, me alargué hasta su boca y me dispuse a besarla. Ella abrió sus carnosos labios y, estupefacta, probó los flujos que escaparon de mi boca. Lorna se asustó, escupió de inmediato y me preguntó, asombrada:

—¿Qué haces?

—¿Nunca probaste tus propios fluidos vaginales? —le sonreí con un gesto perverso, y luego me volví hasta mi lugar favorito, su enrojecido e hinchado coño, sin darle tiempo a protestar.

—¡Ay, por Dios! ¡Qué delicia, papi, chúpame más!

—Déjame metértela, mi amor —le supliqué—, quiero probar, me tienes muy caliente.

Ella respondió tomándome de la cabeza y empujándola con furia sobre su rajita, como si deseara que mi cabeza hiciera las veces de polla y la penetrara hasta que mis ojos se encontraran con su útero.

—¡No hables, no hables, Bichi, tu boquita hace mejor trabajo allí dentro! ¡Oh, sí, mi amor, síii!

Casi me ahogo en su lago de lava ardiente, por fortuna dejó de presionar mi nuca y pude exhalar.

—¡Ufff, diosa mía, estás cachondísima, mi boca está escurriendo!

Antes tan pudorosa, y ahora tan gritona. Pfff.

Entonces, mientras le volvía a chupar su vulva, le dije:

—¡Quiero que no veas a Leo nunca más!

—¡Ahhh, Ahhh, Leo!

—¿Me oyes?

—¡Ah, sí, Leo, Leooo!

Lorna movía su pelvis en círculos y la empujaba gustosa contra mi cara.

—¡Jamás quiero que lo vuelvas a meter a nuestra casa, diosa!

—¡Dios santo! ¿A quién?

—¡A Leo!

—¡No te entiendo!

—¡Ni quiero que vuelvas a comunicarte con Leo, es peligroso!

—¡Ah, sí, Leo, Leooo!

Y para mi gran sorpresa, Lorna estalló en el segundo orgasmo de la noche al ritmo de un bramido de satisfacción que se ahogó en sus propias entrañas.

¡Madre mía! El rocío de su empapado bizcocho agonizante me chorreó toda la cara como si de un chorro de orina se tratara. Mis habilidades para el cunnilingus eran inmejorables, y tras terminar con el rostro mojado, lo comprobé.

Mi muñequita rubia quedó rendida sobre la cama, satisfecha, con los ojos entrecerrados, exhalando sus últimos alientos. Orgulloso de mi trabajo, me coloqué de rodillas junto a ella, a la altura de su pecho; y así, desnudo, comencé a masturbarme con tanto brío y entrega que muy pronto un par de chisguetes de semen salpicó sus tetas, cuello y un poco su barbilla.

Lorna me sonrió con diabólica complicidad, sin abrir los ojos. Con sus pequeñas manos de ángel embadurnó aquél blancuzco y pegajoso líquido, que antes había estado almacenado en mis testículos, en el resto de sus senos, cuello y mejillas.

Finalmente me tumbé junto a ella, y la abracé, echándole una de mis piernas encima. Del prepucio aún goteaban minúsculos chorritos. Me acerqué a su oído y le susurré:

—Por favor, Lorna, prométeme que no volverás a comunicarte con Leo.

Ella sonrió, con los párpados pegados a los ojos, como si estuviera siendo arrastrada por los brazos de los sueños, y me respondió:

—Despide a Paula del despacho, y si quieres le dejo de hablar a medio mundo. De lo contrario, Bichi, no me vuelvas a pedir algo así.

Sus palabras me dejaron helado e inoculado de dudas. Pero el sueño nos venció a ambos y ya no quise darle más vueltas al asunto.

Gracias a los burdos eventos experimentados en la noche anterior, dormí muy poco, para colmo, tuve que madrugar para ir a los separos del Ministerio Público de la Ciudad de Linares.

Llegué a ventanillas, conversé con uno de los encargados e hice los trámites correspondientes. Me hizo firmar un par de hojas de responsiva y, tras pagar la fianza, me dijo:

—Todo en orden, caballero, ese policía que está en la mesa del fondo lo llevará a la celda de su amigo. En 10 minutos le damos su pase de salida, para que se pueda ir de aquí.

—Gracias —respondí con sequedad.

El redondo policía con cara de perro buldog me condujo por un pasillo pestilente rodeado de celdas pestilentes, con gente pestilente que aún dormía, hasta que nos detuvimos en la que cueva pestilente que yo buscaba.

—Leo —le hablé fuerte a mi amigo «de conducta pestilente» para que despertara.

El mastodonte «tronador de coños», modorro, estaba recargado en el fondo de la celda sobre lo que parecía una incómoda cama de cemento, solo cubierta por una sábana envejecida.

Tan solo verme, Leo se levantó con impaciencia y chocó contra las rejas de hierro, como si de pronto hubiera visto la aparición de la virgen María.

—¡¿Que mierda hiciste, Noé? —me gritoneó—. ¡¿Qué mierda hiciste?! ¡Sácame de aquí!

—¿Cómo que qué hice? —contesté haciendo como que no sabía de lo que me hablaba—. Pues madrugar para venir a sacarte de  este sitio, ¿no fue eso lo que me pediste anoche cuando me llamaste a la casa? Agradecido deberías de estar de que vine.

—¡No te hagas pendejo, cabrón! —estalló, sacudiendo las barandillas como un Hulk que pretende destruir un montón de barricadas—. ¿Por qué pinches putas madres le hablaste a la policía?

Juro que intenté contener las risotadas, pero algo en el rostro de Leo me advirtió que no estaba siendo convincente con mi fingido rostro de angustia.

—Pensé que estaban violando a Miranda —contesté, mordiéndome la lengua para evitar soltar una carcajada.

—¿Yo, violando a Miranda? —Leo entornó sus ojos verdes con coraje y me detonó cinco bombas cargadas de odio.

—Yo no sabía que eras tú.

—¡No digas mamadas, Noé, que sabes bien que yo era el que se la estaba cogiendo!

Simulé un rostro compungido y continué:

—Perdona, Leo, pero me asusté. Vi a Benja allí tirado, y a una mujer gritando de dolor.

—De placer, dirás.

—Pues lo que sea. Lo siento, Leo, de verdad, te juro que me bloqueé y pedí auxilio a la policía.

—¡No sabes en el lío que me metiste, hijo de la gran mierda!

—Perdona, ya te dije que me asusté, ¿yo que sabía?

Estaba disfrutando cada gesto de descompostura en el antiguo rostro chulesco de mi querido amigo.

—¿De qué te asustaste? ¡Si no es la primera vez que me has visto follar!

—Pues eso, de que pensé que Benja estaba muerto y que alguien estaba violando a Miranda. ¿Cómo iba a saber yo que eras tú?

—¿Quién iba a ser sino, pendejo? ¿No fui yo quien te marcó para que fueras al callejón?

—Pues sí, pero me dijiste que fuera a ayudarte. Y lo que vi no fue precisamente una escena donde un desdichado necesitara ayuda. Por eso llamé al 911. No lo hice con intención de perjudicarte —mentí.

—¿No lo hiciste con intención, despojo de piojos?

—Tampoco me hables así, pedazo de petimetre barato. Si hubiera pretendido hacerte daño no habría venido a sacarte de aquí.

Leo bufó, dándome la razón.

—¡Llevo casi 8 horas encerrado en esta pocilga, Noé! Me han hecho cagar en esa cosa asquerosa que está ahí en la esquina, ¿puedes oler la putrefacción que desprenden los muros? ¡No mames, Noé, si un día yo acabara en la cárcel te juro que prefiero darme un balazo!

—Ya, ya, pues —lo regañé—. Tampoco seas tan llorón. La buena noticia es que Benja ya fue dado de alta. Sí, sí, no le pasó nada salvo el golpe.

—¿Y a mí qué me importa cómo esté ese hijo de re mil putas?

—Pues deberías de estar contento, «Leoncito», porque si el hamburguesero hubiera colgado los tenis, ya te habrían acondicionado una pocilga más podrida que esta, en alguno de los reclusorios del país.

—¿Sabes la vergüenza que pasé cuando esos putos oficiales llegaron a apresarnos? ¡Miranda y yo estábamos encuerados!

—Pues con lo que te gusta eso del exhibicionismo, seguro que para ti fue chingón.

—¡Como te acerques más, cabrón, te juro que te voy a quitar con un putazo esa sonrisita burlona que tienes en la cara! ¿No me estás entendiendo que la estoy pasando mal? ¡La de explicaciones que tuve que dar para justificar lo que estaba sucediendo! Por cierto, ¿dónde está Miranda?

—No sé, supongo que ella también estará en alguna celda.

—¿A ella no la sacaste?

Negué con la cabeza.

—Perdón, pero ella no es mi amiga.

—¡Hijo de p...!

—Ya, ya, tranquilito, que bien merecido tenías este escarmiento. Lo que hiciste no se le hace ni a tu peor enemigo. Tu omisión para llamar a la ambulancia pudo haber acabado en tragedia.

—¡El pulso de ese idiota estaba perfecto, te aseguro que tampoco soy tan borde para haberlo dejado morir! No soy un asesino, simplemente… lo que pasó me dio morbo, y ya…

—¿Tu nuevo fetiche es follar como loco junto a los moribundos? Pues a ver si empiezas a llevar a tus «putitas» a las salas de urgencias de los hospitales. Lo mismo te dejan follar sobre el cuerpo de un paciente en estado terminal.

—¡Ya déjate de chingaderas, Noé, y dime a qué horas voy a salir de aquí!

—Primero dime si esto te sirvió de escarmiento, Leo, ¿o será que necesitas otro par de horitas?

—¿O sea que me estás confesando que sí me mandaste a la policía a propósito?

—Digamos que sí.

—¡Hijo de la chingada, mírame la frente, animal, y mira cómo me la dejó el cornudo ese! Me pudo haber matado.

—No seas exagerado, Leo. Sólo fue un rozón —Lo cierto es que su frente sí que lucía un chinchón del tamaño de una pelota de golf—. Además, tú también tuviste la culpa por andar de pasado de listo con él. Unas de cal por las que son de arena. Como te digo, alégrate de que el flaco está bien.

—¡Me importan cien camiones llenos de verga lo que le pase a ese palo de gallinero! Ahora, por favor dime que no le contaste a Lorny nada de esto.

Su pregunta me descolocó y me hizo apagar al instante la risita que llevaba pintada en la cara.

—¿Te preocupa mucho que lo sepa?

—¡Estamos trabajando juntos, Noé! La vergüenza que me dará si sabe que está conviviendo con un psicópata.

—Bueno, al menos ya te has autodefinido, eres un puto psicópata.

—¿Le dijiste a Lorna, sí o no?

—No —confesé—. La verdad que ni tiempo tuve. La pasamos follando como locos toda la noche.

Los ojos de Leo se encresparon tanto que parecía que le habían perforado los huevos.

—¿Tuviste la tranquilidad de ponerte a follar mientras yo pasaba la noche retacado en esta puta cloaca? ¡Menudo amigo frívolo estás hecho!

—El burro hablando de orejas —me quejé—. Bueno, Leo, me tengo que ir. En un rato van a venir a sacarte.

—Ey, no, no, no te vayas. Asegúrame si de verdad me van a dejar salir de aquí. De lo contrario quiero que me busques un abogado.

—Que sí, te dejarán salir en un par de minutos; mira, aquí están los papeles.

Leo los leyó con impaciencia, el costo de su fianza, así como los cargos leves por los que lo habían detenido «Faltas a la moral en la vía pública.» Si lo hubieran imputado por «Tentativa de omisión» otro gallo hubiera cantado. Pero al parecer el diablo lo protegía.

—En cuanto salga te pago lo de la fianza. No quiero deberte ningún solo favor, «Bichito.»

Lo miré de arriba abajo y entendí que él no iba a cambiar nunca, ni aunque lo violaran diez burros a la vez.

—Me retiro, Leo, porque tengo mucho trabajo. Además tengo que idear una forma de quitarme a Jessica de encima. Me sigue chantajeando, ahora con contarle a Gustavo lo que ya sabes.

Leo entrecerró los ojos, más sereno, sabiendo que pronto abandonaría ese asqueroso lugar. Y de verdad que era asqueroso.

—Pues gracias —me dijo.

—Vaya. Pensé que nunca me lo dirías.

—¡Está bien, está bien, la cagué! —reconoció, aunque no me quedó muy claro si su arrepentimiento era sincero.

Aproveché su terrible estado de vulnerabilidad para tirarle una última pedrada.

—Te aprecio, Leo, aunque tú no me lo creas. —Hice un esfuerzo enorme para formar un rostro doliente como el de una monja enclaustrada—. Y espero que valores mi amistad, porque ahora te estás dando cuenta que yo soy el único que está aquí, ayudándote. Es feo decírtelo, pero ahora mismo puedes corroborar que no tienes a nadie. Ni siquiera a una sola de esas miles de hembras que te has follado. Valórame, y tratemos de recomenzar.

No pude interpretar si esos ojos inyectados de sangre eran de odio hacia mí o simples indicios de que quería llorar. Palmeé su cabeza como si fuera un perro regañado y comencé a retroceder. Apenas había dado un par de pasos de su celda, cuando lo rematé:

—Por cierto, Leo, parece que una pandilla de malvivientes desmanteló tu silverado. Y es lógico, la zona en la que quedó estacionada la camioneta es de muy mala reputación. Pero no te preocupes, que ya llamé a la aseguradora.

Sin que me viera abandoné el apestoso pasillo riendo como un loco, mientras escuchaba desde la distancia

—¡NOEEEE!

Me acerqué de nuevo con el tipo con quien había hecho el trámite de salida de mi amigo y, hablando en voz baja, le dije:

—Tres mil pesos más para que lo dejes encerrado otras 72 horas, amigo. Haz algún traspapeleo o alguna jugada para que la resolución del juez se demore.

El tipo me observó como si le acabara de confesar que había matado a su madre.

—¿Qué me está diciendo? Eso es imposible, caballero, los procesos burocráticos son…

—Y otros tres mil más para que cierres el pico.

Con dinero baila el perro. ¡Bendito México Mágico!, donde la corrupción, que está a la orden del día, a veces te saca de apuros cuando te toca estar del otro lado del cristal.

[Marcador de la primera contienda: Noé 1 —Leo 1 ]

Empates.

16

Táctica número uno; muéstrate dócil y pusilánime, y ataca de repente, en silencio, como perro bravío, para que sorprendas a tu contrincante con la guardia baja. Lo mejor es que si actúas con sigilo, tu adverso nunca sabrá que tú diste la mordida y lo podrás continuar atacando.

El problema era que Leo no era precisamente un adversario imbécil, y estuve seguro que su contraataque podría llegar en cualquier momento cuando saliera de los separos. Por lo pronto, tenía la exquisita seguridad de que tendría 72 horas de tranquilidad con mi amada Lorna.

Suspiré, satisfecho, y me estacioné en el edificio de mi despacho contable.

Todos los sucesos que habían ocurrido en las últimas 12 horas me parecían tan ridículamente inverosímiles, incongruentes, y hasta estúpidos, que quizá por eso no pude parar de reír hasta que llegué a la oficina.

Paula me saludó con una sonrisa mucho más animada que la del día anterior, mientras sostenía ese bendito lápiz entre sus coquetos labios rojos que no me podía sacar de la cabeza, imaginando lo que serían estar presionando la base de mi pene en una noche desenfrenada.

Pero las fantasías son eso, simples fantasías que, casi nunca, se llegaban a cumplir, tal y como ocurría con mis putas fantasías de que Lorna pudiera ser madre alguna vez.

Apenas me senté detrás de mi escritorio cuando recibí una llamada de Benja:

—Buen día, señor Guillén, ¿cómo va todo?

—A ver, flaco, como me vuelvas a decir «señor» te juro que voy y saco a Miranda de los separos antes de las 72 horas que te prometí.

—Chale, Noé. Solo te llamaba para saber qué haremos con las cosas que desmantelamos de la camioneta del putón de tu amigo.

—¿A mí qué me preguntas, mijo?

—No quiero que pienses que soy un aprovechado.

—Pues véndelas o algo. Reparte el botín con esos malandros que te ayudaron con el trabajito y cómprate una moto nueva, que la tuya ya está perfecta para descansar en paz en el deshuesadero. Cada centímetro de esa silverado vale una fortuna, así que ponte listo.

—¿Estás seguro que no hay cámaras que puedan descubrir a mis colegas?

—No, no, Benja. Ese callejón está más abandonado que la vagina de una monja.

Puse atención en mis respuestas y me di cuenta, con horror, que estaba hablando como Leo. Su influencia ¿o admiración? Me estaban llenando la cabeza de gusanos.

—¿Cómo sigues del golpe? ¿No te moriste?

El tipo respondió con una risotada.

—Creo que no, pero todavía me duele.

—Bueno, pues mantenme informado de lo que pase con Miranda cuando salga de la cárcel.

—Por lo pronto ya saqué sus cosas a la calle. Yo no vuelvo con esa puta ni aunque me paguen.

Admiré esa valentía para sostenerse de los huevos y tomar una decisión tan seria y fuerte como esa. Yo no sabía si podría ser capaz de hacer algo así. Aunque también es cierto que el amor que Lorna y yo nos profesábamos no era tan superfluo como el de Miranda y el pobre de Benja.

—Por cierto, Benja —le advertí—, como sepa que le volviste a pegar a Miranda, por muy cortita de moral que sea, te juro que…

—No, no, no. Está bien. Descuida, Noé, que por eso la estoy dejando. Si me volviera a poner los cuernos la mataría. Y no quiero degradar mi vida por una vieja así. Y gracias por todo, aunque no me quieras decir por qué estás haciendo esto por mí.

«En realidad lo estoy haciendo por mí, flaco» pensé en mis adentros.

—Va. Nos vemos pronto.

Esa mañana me sentía competente, victorioso, capaz de todo; incluso de partir un edificio a mordidas. De hecho siempre que estaba lejos de Leo me sentía pleno, infalible, casi poderoso. Ahora que lo pienso con calma concluyo en que, en el pasado, mi seguridad y alegrías siempre dependieron de él, de ese machito semental de casi dos metros de estatura y falo de anaconda que me defendía cuando el club anitNoé se reunía para pegarme y decirme «cara de barbie» por mis rasgos asexuados con los que siempre tuve que lidiar.

Lo admiraba, sí, ya lo creo, porque ¿quién no puede admirar a un tipo de tu edad, que, al ser más musculoso y apuesto que tú, puede permitirse follar con todas las chicas (incluso profesoras) que él apuntara en su lista titulada «prospectos de yeguas»? Encima le celebraba sus victorias, cuando tachaba uno de esos nombres del listado como si fueran productos del supermercado que acabas de comprar, poniendo una anotación que decía «perforada.»

En aquél entonces es obvio que yo entendía que esa conducta de fuckboy estaba mal. Lo peor es que yo me sentía orgulloso de ser su amigo por las ventajas que me suponía relacionarme con chicas guapas.

Leo, incluso, dispuso el día, el lugar y la hora en que yo tendría que perder mi virginidad a los 16, «es que si tú nunca das el paso, Noé, nunca sabrás lo que son los placeres de la vida» con una chica que, luego me enteré, fue chantajeada por él para que se acostara conmigo (para hacerme un favor), prometiéndole que después de eso la dejaría chupársela. O al menos eso fue lo que esa estúpida chiquilla me dijo cuando terminamos de coger (la peor experiencia de mi vida) y que, desde luego, Leo siempre me negó.

Y luego estaba mi madre… que lo quería tanto «Por Dios, Noé, a ver si le aprendes algo a Leo para que seas más espabilado. Haz deporte con él para que te crezcan esos músculos, que pareces pollo desnutrido.»

Pasmado, me di cuenta muy tarde de que Leo siempre fue el monigote que ensombreció mi vida. Y sí, aunque ahora cualquiera lo pueda dudar, el cariño que Carvajal me tenía era real. Vio en mí al hermano menor (aunque teníamos la misma edad) que tuvo y que murió atropellado, accidentalmente, por un camión que conducía su propio padre.

Y así compartimos miles de experiencias juntos, hasta que pasó lo de Catalina, un hecho inédito que produjo una violenta ruptura que estremeció nuestras vidas. Él se marchó, y entonces yo, con casi 25 años, comencé a vivir por mi propio pie, redescubriendo mi destino sin él a través de un camino sinuoso que había estado obstruido por su figura. Dos años de romances pasajeros, cogidas ocasionales, y aventuras de lo más extrañas me bastaron para poseer la seguridad que no había tenido en casi dos décadas. Y entonces, en una de esas noches de verano en una barra de Cancún, me encontré con una diosa, ella rubia y despampanante, que en poco tiempo me hizo sentir que, pese a mi no tan vistoso aspecto, yo era el mejor hombre del mundo.

«¿Te han dicho que tienes el rostro más lindo y fino que vi en mi vida?», me dijo ella. Ah, sí, porque fue mi diosa la que dio el primer paso.

Ahora, con el corazón en la mano, puedo aseverar una verdad que durante mucho tiempo me negué a aceptar: odiaba a Leo con todas mis putas fuerzas, porque, involuntariamente, me había robado el cariño de mi madre, se había cogido a las chicas que a mí me gustaban (yo tuve la culpa por nunca atreverme a decirle nada) y por ser una sombra siniestra en mi persona. Pese a la perversidad que había conocido en Leo la noche anterior, entre Caín y Abel, yo me identificaba más con Caín, y me daba miedo que un día de veras pudiera llegar a matarlo.

Lorna:

Bichi, ¿tienes idea de dónde puede estar metido Leo? Le he mandado mensajes desde temprano y no me contesta. Quedó de traerme hoy en la tarde el quinto diseño de dragón pero no hay modo de localizarlo.

Lo que dije antes, nomás pronunciar o leer el nombre de «Leo» era suficiente para que mis emociones me castraran. Pero, que la que dijera ese nombre fuera el amor de mi vida, me castraba aún más.

Noé:

¿No te lo dijo Miranda, preciosa? Desde anoche se fueron a pasar el finde a Cuernavaca.

Lorna:

¿Perdona?

Noé:

¿Qué perdono?

Lorna

¿A cuál Miranda te refieres?

Noé:

A Miranda, tu amiga “íntima”. La novia de Benja. Esa que se desmayó en la fiesta de Gustavo porque no podía con la pena de haberse peleado con su amorcito. ¿No te contó ella o Leo que se están acostando a espaldas del hamburguesero?

Dos minutos, cinco minutos, diez minutos. Respuesta de mi diosa.

Lorna:

Déjate de bromas, Noé, en serio que necesito el diseño. Si tienes otra forma de contactarlo dile que lo espero a las cinco. Tengo que encargar los materiales de la escultura y para eso preciso conocer las dimensiones del proyecto.

Noé:

No estoy bromeando, “Lorny”. Tú misma corroborarás que lo que te digo es cierto porque ninguno de los dos aparecerá en todo el fin de semana, ni en redes sociales ni en ningún lado.

Lorna ya no me respondió más.

[Marcador de la segunda contienda: Noé 2 — Leo 1 ]

Gol a favor de Noé

No sabía con qué clase de humor me encontraría a Lorna esa noche, así que llegué al apartamento sin ninguna expectativa.

Para mi gran sorpresa, mi amada Diosa de plata me esperaba en nuestra habitación, recostada provocativamente luciendo un sexy conjunto de lencería que me dejó sin aliento. Un cosquilleo muy caliente ascendió hasta mis muslos cuando la recorrí con la mirada desde la coronilla de su cabeza y hasta la punta de sus pies:

—Hoy quiero que mi hombre disfrute plenamente de su mujer —me dijo relamiéndose sus labios pintados de rojo, como Paula—, entregándose a su más gustoso fetiche, la lencería.

Mi diosa rubia cachonda llevaba puestas un par de preciosas y eróticas medias de encaje, perfectamente adheridas a sus piernas como si fuesen una segunda piel. Sus tacones de plataforma eran negros, también, y combinaban con sus diminutas bragas (que apenas cubrían su rajita) y ligero y el sostén delgado desde donde brotaban sus pezones.

—¿Te parezco una guarra, mi amor? —me preguntó mientras sus rubios cabellos ensortijados caían como cascada por sus mejillas

—Estás preciosa —contesté estático en el marco de la puerta.

—¿Cómo una guarra?

—¡Como una diosa!

—No, no, no te puedes tocar —me advirtió cuando ya me había quitado la ropa y tenía mi polla entre los dedos.

—¿Por qué?

—Porque estás castigado.

—¿Por qué?

—Por espiar a la estúpida de Paula en su habitación —sentenció, resolviendo introducir uno de sus dejos dentro de su rajita, haciendo a un ladito la tela de sus calzones.

—Pero muñequita, ¿vamos a volver a…?

—¿Por qué no me quitas los tacones, Bichi, y después me chupas mis piecitos con las medias puestas? —me invitó, flexionando sus rodillas y abriendo sus piernas de modo que su coño quedara de frente a mí.

—¡Sí, sí, sí! —fue lo único que pude proferir, sintiendo que mi miembro se me endurecía.

—¿Te gusto, mi amor? —me preguntó con una voz seductora.

Volvió a relamerse los labios.

—¡Me fascinas! —admití, acercándome a ella.

Le saqué un tacón y luego el otro. La tela delgada de sus medias quedó incrustada en mi lengua y paladar cuando comencé a recorrer cada espacio de sus pies, metidos en mi boca.

—¿Cuánto te fascino?

—¡Me vuelves loco!

—¿Te excito y te gusto mucho?

—Sí, sí.

—¿Más de lo que te excita y te gusta Paula?

—Ella… no, no.

De nuevo mi pecho se sacudió. Ufff. En serio que ver a Lorna vestida de esa forma me tenía salido.

—¿Soy más guapa y sexy que Paula?

—¡Más que todas, mi amor, eres más guapa que ninguna otra mujer en el universo!

—¿Eres mi esclavo?

—Siempre, siempre.

—¿Por qué no me quitas mis braguitas y me comes el coñito, angelito mío?

Y se repitió la misma escena de ayer, mi lengua en medio de sus piernas, chapoteando sobre su vagina, y ella empujando mi cabeza hacia el fondo de su carnosa cavidad.

—¿Eres mi esclavo?

—¡Sí, mi cielo, totalmente!

De pronto Lorna sacó de debajo de una almohada una fotografía de Paula, misma imagen que, según recordé, tenía en su perfil de Facebook: Paula sonriente, con su cabello negro repartido en sus costados, sus pestañas largas enmarcando su mirada y sus labios rojos formando una sonrisa.

—¿Y… esa foto? —me sorprendí cuando la puso frente a mí.

—¿Te gusta esta estúpida más que yo? Respóndeme en monosílabos sin que me dejes de chupar ahí abajo, corazón.

Las palpitaciones se me aceleraron. El dominio que Lorna estaba teniendo sobre mí me condujo al éxtasis de mis sensaciones. Estaba completamente empalmado, como en mis buenos tiempos.

—No —respondí con fuerza de voluntad.

—¿Entonces por qué te gusta espiarla? ¿Por qué la llamas por las noches?

Si no hubiera estado tan caliente (y con mi cabeza metida en su rajita) probablemente me habría indignado de que otra vez estuviera desconfiando de mí, suponiendo que yo pensaba que ese tema había quedado zanjado. Pero como ahora estaba pensando con la cabeza de abajo, pues…

—No —respondí otra vez.

—¿Me amas, bichi? —me preguntaba azotando su pelvis contra mi cara—. ¿Me amas como un esclavo que ama a su diosa?

—Sí.

—¿Echarías a Paula del despacho si te lo pido?

—No.

—¿Aunque me ames tanto como dices?

—Sí.

—¿No la echarás aunque me amas más a mí?

—No.

De pronto escuché un carraspeo de odio proveniente de su garganta. Cuando levanté la vista, vi que Lorna había despedazado la fotografía en decenas de pedacitos.

—¡Métemelos dentro de mi vagina y chupa! —me exigió. Noté, no sin sorpresa, que mi diosa estaba lagrimando.

—¡Lorna, qué haces!

—¡Ahí es donde debe estar esta maldita roba maridos, dentro de mi coño!

Me sentía mosqueado ante aquella inédita actitud y, pese a ello, mi dureza no claudicaba.

—¡Lorna, qué estás haciendo!

Cuando menos acordé, los restos de fotografía se los metió con violencia en su carnosa abertura y con sus manos volvió a clavar mi lengua sobre su rajita.

—¡Hazme correr, hazme correr, hazme correr sobre esta zorra!

Lorna parecía poseída por el diablo. Chillaba entre lágrimas, gemía entre resentimientos, gritaba en medio de la indignación. Quise parar con todo aquello para abrazarla y decirle que la amaba de verdad y que no tenía por qué meter a Paula en esto, pero la calentura también me había poseído y no paraba de lengüetearla. Entre movimientos y más movimientos, cuando menos acordé estábamos haciendo un 69, yo encima de ella, a gatas, mientras mi boca seguía sambutiendo los restos de la fotografía de Paula en su interior.

La magistral boquita de Lorna me hizo explotar enseguida, y sería por el morbo de tener mi leche en su lengua y paladar que ella también detonó grandes cantidades de fluidos al instante.

Terriblemente extenuado me desplomé al costado de ella y de repente metió su lengua en mi boca, hasta que un sabor a fierro mohoso invadió hasta las células más minúsculas de mi cuerpo.

Escupí asqueado y le pregunté, escandalizado:

—¿Qué fue eso, Lorna?

Ella, todavía con restos de mi semen escurriendo por las comisuras, me sonrió:

—¿Nunca probaste tus propios fluidos testiculares?

Y luego cayó rendida junto a mí. Observé a mi angelita inocente, sorprendida, pretendiendo encontrar en ella esa ternura que tanto la había caracterizado en sus orígenes. No la hallé en ninguna parte de su perfecta simetría. Sus bellísimos ojos azules me observaran como si quisieran revelarme o reprocharme algo. Pero pronto se cerraron.

Algo estaba cambiando en Lorna, y si bien lo disfrutaba en las sesiones de sexo, al mismo tiempo me asustaba. Nadie cambia tan de repente.

De todos modos el fin de semana la pasamos cogiendo como conejos, (sin penetración) por todos los rincones de la casa. Por suerte (y eso era raro), no recibimos noticias de Leo (al menos yo), pese a que, teóricamente, el domingo tenía que salir de los separos.

El lunes, martes, miércoles y jueves todo transcurrió con monotonía, aunque habíamos bajado el ritmo sexual a fin de rendir al 100% con nuestros trabajos. Pero el viernes, cuando llegué a mi nidito de amor, la quijada por poco se me parte por mitad cuando encontré a Lorna masturbándose con un consolador de cera…

—Leonardo hijo de puta —susurré.

[Marcador de la tercera contienda: Noé 2 — Leo 2 ]

Gol a favor de Leo. Empates otra vez.

Continuará:

Restan aproximadamente cinco entregas más para concluir con la historia, (según como termine dividiendo los capítulos, que ya tengo escritos) prometo, eso sí, que cada una será más intensa. Gracias por leerme y por sus comentarios.