Por mis putas fantasías: capítulos 10 y 11

Siempre llega un punto en que el sexo y el amor no es suficiente para soportar los cimientos de una pareja. Los celos y las insinuaciones de posibles infidelidades podrían desmoronar lo que Lorna y Noé han construido en siete años de relación.

10

Las piernas en el aire, con los talones apuntando al cielo; sus ojos desorbitados, como si estuviese recibiendo una descarga de electricidad, su boca entreabierta, como saboreando un dulce mango invisible, sus senos embarrados de un líquido aceitoso, fulgentes, la bañera sin agua; y ella gozando, con el ese gran trozo que penetraba sin piedad, una y otra vez, su abertura jugosa.

—¡Diooos! —sollozó gustosa.

En tanto mi corazón estallaba por la sorpresa.

Su carnosidad abierta, chorreante, invadida de vez en cuando por el juguete sexual que le obsequié, parecía estar palpitando al ritmo de las envestidas.

Con sus dos manos, echadas delante de sus piernas, taladraba su cavidad encarnada con una velocidad nunca antes vista, hasta que arrojó una jalea muy líquida y exquisita que la hizo bramar de placer. Las piernas le temblaron, y finalmente se desplomó sobre la bañera emitiendo sonidos que parecían estertores agónicos.

Yo, con mi boca seca, y colmado de impresión, sólo atiné a respirar muy hondo para evitar colapsar.

Cuando Lorna me observó, tras un par de minutos en que intentó recomponerse, se levantó con una sonrisa lujuriosa, todavía con sus deliciosas piernas estremeciéndose, caminó como pudo hasta la ducha y activó la regadera, donde agua tibia comenzó a mojar cada espacio de su blanquecina piel.

—¿Te quedarás allí mirándome, tontito? —me dijo en forma de invitación.

—¿Y Leo?

—Está escondido bajo la cama —se carcajeó.

Por fin mis labios reaccionaron y se convirtieron en una sonrisa. De inmediato me desnudé, casi con torpeza, y así descalzo me metí al baño. Mi diosa de plata me recibió con sus senos aplastados en el cristal templado de la cabina de la ducha.

—Chúpamelos  —alcancé a escuchar con voz morbosa entre el ruido del agua.

Intentaba a entrar a la cabina cuando me dijo con un gesto sensual que no.

—Chúpamelos a través del cristal —me dijo con una voz demasiado cachonda para desoírla.

Al principio me quedé cuadrado ante su petición; luego aspiré el vapor que manaba de la ducha y asentí con la cabeza como un esclavo que recibe la orden de su dueña, tras percibir su sonrisa malvada.

Allí, a través del cristal, vi sus pezones rositas comprimirse sobre el vidrio empañado por el vaho. El tamaño de su aureola rosácea era tan grande como una enorme moneda. Sus tetas aplastadas contra el cristal empapado de hálito consiguieron ponerme tan duro como no lo estuve ni siquiera la noche anterior.

—¡Me tienes a full, mi muñequita de porcelana! —le dije cuando advertí que mi sangre ascendía hasta mis genitales—. ¡Tan cachondo, me tienes tan cachondo!

Entonces, como un perro hambriento, comencé a lamer el cálido cristal imaginando que eran sus tetas las que chupaba y absorbía. Del otro lado mi hermosa y sensual Lorna gemía como si de verdad estuviera sintiendo el estímulo de mis lamidas. Sus tetas cambiaron de lugar, y yo, súbdito de sus fantasías, arrastré mi lengua y labios hasta donde ella las llevaba. Ora estuvieron a la izquierda, ora en la derecha; pronto subieron un poco más, y al final permanecieron más abajo.

Cuando menos acordé, ambos estábamos de rodillas, yo con mi boca incrustada sobre sus enormes senos. Y, aunque nos separara el cristal, yo los lamía con religiosidad, uno y otro, uno y otro… uno y otro.

De vez en cuando entrecerré mis ojos, y cuando los volví abrir, descubrí que sus nalgas estaban pegadas justo donde yo tenía mi lengua. Creí ver su vulva palpitante y continué chupando y chupando, intentando que sus torrentes vaginales traspasaran el cristal para beberlos completamente.

Cuando se cansó de estar inclinada, se volvió a incorporar y ahora puso sus labios y su lengua sobre el vidrio, y así estuvimos un buen rato, lamiéndonos mutuamente a través del cristal.

No sé cuánto tiempo pasó antes de que me levantara el castigo de no tenerla, y abriera la puerta del cubículo. Y cuando ingresé, nos besamos, nos acariciamos, nos magreamos y chupeteamos como si la vida se nos fuera en ello. Sus inhalaciones no cesaban, y sus deseos de continuar agasajándonos tampoco. El agua caliente nos bañaba como si fuera una invitación para adecuarnos al infierno. Mis dedos la volvieron a masturbar, un dedo, dos dedos, tres dedos, mientras ella acariciaba mi polla con la fiereza de una gatita de con deseo.

Estaba seguro que podría penetrarla, estaba muy caliente, hechizado, loco de deseo por invadirla, pero ella me negó con la cabeza, y hasta cierto punto lo entendí: en cualquier momento iba a dar el gatillazo y todo se acabaría. No, no quería más traumas. Que me siguiera masturbando si quería. Era su deseo, «sexo sin penetración» hasta que estuviera aliviado. Ella me comprendía, y por eso yo también la comprendí.

Terminamos en caricias más sedosas cuando volvimos a la cama. Las sábanas nos estorbaban, la luz nos estorbaban, todo nos estorbaba. En ese momento sólo nos necesitamos ella y yo, piel con piel, cuerpo con cuerpo, aliento con aliento. Caricia tras caricia.

El sábado por la mañana amanecimos cansados y hambrientos, pues por la noche gracias a la calentura ni siquiera nos había dado tiempo de comer. Parecía que estábamos de nuevo de luna de miel, o al menos yo sentía esa misma sensación de plenitud.

Yo solo trabajaba de lunes a viernes, así que el sábado estaría en casa con ella, para continuar amándonos hasta las horas nos consumieran.

En un entrecerrar de ojos me di cuenta que Lorna me había abandonado en la cama. Eran las doce del día y estaba haciendo el desayuno (sí, apenas). Repetimos los panqueques que sobraron del día anterior acompañado con un omelette du fromage , el cual saboreamos después de tantos electrolitos y energías descargadas.

—Ah, mira, a tu amigo se le olvidó su cazadora —oí que decía Lorna mientras recogíamos la sala de estar.

Sí, claro que la había olvidado, yo mismo la había descubierto la noche anterior y me había hecho el ciego durante esa mañana. Preferí que fuera ella quien sacara el tema.

—Por cierto, muñequita ¿cómo te fue con Leo?

Me dediqué a ver su expresión a fondo, como si intentara encontrar algo en él. Más bien quería descubrir cómo reaccionaba, cuál había sido su impresión de él.

—Es un tipo muy cautivador. Es un tipo mejor de lo que parece detrás de ese gesto de pedantería.

Con una sonrisa nerviosa estrujé mis sesos para interpretar el núcleo de sus palabras:

«Un tipo muy cautivador», «mejor de lo que parece» «pedantería.»

—A eso me refería ayer cuando te dije que quería acompañarlos para que no te sintieras incómoda —intenté justificar mi patética actitud de la mañana anterior—, ¿te acuerdas cuando te enseñé esa foto de instragram donde Leo aparecía con un bañador que apenas si le tapaba el rabo? —Evité mencionar que ese rabo parecía una anaconda, por su tamaño—. Pues eso, cielo, que vi cómo te enfadaste por lo que tú misma consideraste como las acciones de un tipo fanfarrón sin autoestima, (aunque obviamente es todo lo contrario). Luego, en la fiesta de Gustavo, cuando te lo presenté, después de lo que parecía una charla animosa, volví a notar tu aversión hacia su actitud, sobre todo cuando nos pidió besarnos en su delante para corroborar que éramos esposos.

Lorna sonrió mientras pasaba la espiradora por la alfombra de la sala y yo sacudía los muebles.

—Ya, ya —contestó tras un suspiro culposo—, es que a veces peco de prejuiciosa, bichi. No te lo niego, cuando se iban a dar las cinco, estuve a punto de cancelarle la cita por medio whatsapp —Ahí estaba, al menos me estaba confirmando que se habían intercambiado números—. Pero luego dije, ¿por qué habría de intimidarme conversar de negocios con un volcán de músculos como él?

«Volcán de músculos», «volcán de músculos…»

—¿Así que pensaste que te iba a intimidar? —pregunté con un tono que no evidenciara mi conducta de desconfianza.

—Pues claro, bichi, semejante ejemplar de hombrezote intimida a cualquiera.

«Semejante ejemplar de hombrezote», «hombrezote», «hombrezote que intimida a cualquiera», «a cualquiera.»

Incluso a ella.

Cogí el trapo sacudidor y comencé a golpear más fuerte de lo necesario el sofá donde había encontrado la chamarra de Leo.

—Sí, supongo, muñequita. Es muy grande, ¿no? Y musculoso.

—Imagínate tú —dijo sonriendo, pero a la vez mostrando indiferencia a sus propias palabras. Estaba concentrada en sacar un montón de polvo en la esquina del sofá de tres piezas—. Cuando me ayudó a colgar en su lugar e cuadro ese que se cayó con el viento hace quince días, lo levantó sus brazos y pensé que su camisa se iba a rasgar.

«Brazos», «rasgar», «colgó el cuadro que se cayó», «de tan puto musculoso, ella creyó que su camisa se iba a rasgar.»

Miré hacia el fondo de la sala de estar y noté que el enorme cuadro de una pintura rupestre estaba colocado en su lugar. Yo tenía la culpa, por haber procrastinado el momento para hacerlo yo mismo.

Me imaginé la escena: Leo tan galante como siempre, preguntando por qué el cuadro estaba recostado en el suelo y no en la pared. Lorna diciéndole que al abrir el ventanal, la pintura se había caído. Leo sonriendo, comedido, galante, ofreciéndose a colocarlo en su lugar.

Deduje que ese podría haber sido el instante en que se había quitado la cazadora de cuero para poder manipular el movimiento de sus grandes brazos a fin de hacer el favor a Lorna. Su propósito habían sido dos; quedar como un tipo caballeroso ante una mujer en apuros, y que Lorna sabroseara su trabajado cuerpo aunque fuera por arriba de su ropa. Casi pude imaginar que el cabrón de mi amigo se había llevado esas usuales camisas de licra que insinúan sus cuadros, brazos, antebrazos y pecho, así como esa clase de pantalones que probablemente se traslucía el paquete delantero, y su culo respingado por detrás.

«Maldito oportunista.»

La aspiradora de Lorna había llegado a la parte donde estaba el enorme ventanal que daba hacia la calle.

—Y es guapo, ¿no? —seguí picando cresta.

—Seguro lo es para muchas —dijo con desgano.

—Sí, y a ti también, ¿no?, también a ti te lo parece. Es que es obvio. Casi natural. Así les gustan a las chicas; altos, musculosos, velludos, ojiverdes. No sé, seguro te gustó.

—Es buen mozo, supongo.

—Sí, supongo.

Sentía la bilis gargareando en mi garganta.

—Bichi, bichi —me dijo Lorna sorprendida—, ¿qué te hizo nuestro sofá para que lo estás martirizando con el trapo?

Tragué saliva y le mostré con vergüenza todos los dientes. Dejé que continuáramos con el aseo del apartamento un par de minutos en silencio, solo con la música electrónica que había puesto Lorna en una bocina, y cuando estuve más tranquilo continué con mi interrogatorio.

—¿Le ofreciste de beber, muñequita? Leo es muy sediento. Todo el tiempo se está hidratando, será por el ejercicio o los anabólicos que se mete, porque no me vas a decir que esos musculitos son naturales, ¿verdad?

—No lo sé, podrías preguntárselo a Paula —me soltó re repente.

—¿Cómo? ¿Preguntarle qué?

¿Jessica le había contado a Leo lo de haberme encontrado espiando a Paula y, a su vez, Leo se lo había platicado a Lorna? No, no, no.

—Algo me dijo Leo sobre que Paula llevaba sus contabilidades, y que le estaba preparando un tratamiento para definir sus músculos. No lo sé, si son anabólicos lo que Leo se mete, estoy segura que Paula te lo va a decir.

¿Habían hablado de Paula durante la reunión de «negocios» que habían tenido?

—A ver no, yo no lo sabía, que Paula estaba en tratamiento con Leo —mentí a medias.

—Raro, ¿no, bichi?

—¿Raro qué?

—Pues que Paula no te lo contara.

—No tendría por qué. Es su vida. Paula es solo mi empleada, y las pocas veces que hemos conversado de asuntos más amistosos han sido en las reuniones de Gustavo, en las que TÚ has estado presente.

—Ah… claro, sí.

—Pero yo te preguntaba si le habías ofrecido de beber, Paula no tiene páginas en este cuento, niña celosita.

—Pues sí, él mismo se sirvió un poco de agua de fresa. No quiso tequila. Al parecer se cuida mucho. Dice que bebe ocasionalmente.

—Ah, claro. Entró a la cocina y se sirvió.

Así que el muy cansino había tomado posesión ¡de mi cocina!

—¿Y, querida?

—¿Y qué?

—¿Llegaron a algún acuerdo?

—Claro. Quiere seis artesanías —dijo volviendo a la realidad. Estaba radiante—. Lo llevé al taller y le enseñé los bocetos, así como figuras que están por allí. Quiere dragones, ¿sabes? De diversos colores. Los diseñaremos juntos.

«Los diseñaremos juntos», «los diseñaremos juntos», «los diseñaremos juntos…»

11

Por la noche fuimos al cine a ver una película sobre zombies que se comían a la gente. Hubo destasamientos, violencia explícita y demasiada sangre. En realidad tenía pensado ver una película romántica para nuestra noche romántica. Pero no, no había salido nada como esperaba.

¿Ya dije que Lorna es fiel admiradora las películas gore, terror, ciencia ficción y épicas?

—Ay, bichi —se burló la muy maléfica esa noche mientras volvíamos al apartamento—, ¿no se supone que fueras tú el que tuviera gusto por estos géneros y no yo? Las películas románticas no lo son todo en la vida. Al menos yo encuentro más entretenidas las tramas donde la gente que se mata entre sí, que aquellas donde aparecen personajes hipócritas que dicen amarse con frases ridículas e idealistas que deforman las relaciones habituales. Yo no creo en esa clase de romances. No todo es blanco y negro. No todo es malo y bueno.

—Pues a mí me marean esas películas que te gustan ver. Hasta ganas me dieron de vomitar cuando el zombi descarnado le sacó las tripas al novio de la protagonista.

—No le sacó las tripas, bichi, le sacó el corazón. Y qué gusto me dio, la verdad. El muy mezquino estaba de amante con la amiga de la prota. No, no, eso no se hace.

Y me miró con un gesto inquisidor en cuya mirada aparecía el nombre de «Paula». ¿De veras sentía tantos celos de ella?

—Pues la próxima vez quiero que veamos una película donde haya más sexo que muertes —le advertí—. Ten un poco de compasión de mi estómago.

—Pues si quieres mirar una buena película de sexo desenfrenado, bichi, habría que plantearnos grabarnos nosotros mismos mientras hacemos el amor como locos. ¿Te imaginas? Eternizaríamos nuestras caricias, nuestros orgasmos, nuestros gemidos. Nuestro todo.

Me puse caliente nomás de pensarlo.

—Ay, mi diosa loquita —me reí—. ¿Quién pensaría que detrás de esa carita de angelita rubia que tienes se esconde una mujer perversa y de alma negra? —bromeé.

Me contestó con un beso de lengua cuando llegamos al aparcadero.

Para el amanecer del domingo tuve una nueva pesadilla. Lorna me arrancaba la polla a mordidas mientras Leo la penetraba por atrás. Leo me observaba con esa maldita cara de triunfador, mientras Lorna gritaba de placer a cada bombeo proveído por su semental, al tiempo que me gritaba:

«Si la polla ya no te sirve ni para follarme ni para darme hijos, entonces me la comeré. Así tampoco la estúpida de Paula podrá chupártela otra vez.»

Desperté con un grito seco.

Lorna se estaba humectando la piel en el tocador.

—¿Pesadillas? —me preguntó mirándome a través del espejo, asustada.

—Bueno, no importan, todo tranquilo —contesté agitado.

—¿Qué soñaste?

—No… nada. Yo. Ya. Olvidémoslo.

—Tienes que contármelo, bichi, dicen que cuando se cuentan los sueños ya no se cumplen.

Tragué saliva y me tumbé de nuevo en la cama.

Al medio día vi que en nuestro grupo de whatsapp que teníamos Gustavo, Sebastian, Rolando, Samír y yo, había aparecido un meme donde aparecían dos imágenes: en el lado lateral izquierdo había una leyenda que decía, “Lo que los hombres creemos que quieren las mujeres” seguido de la ilustración de un hombre con un ramo de flores y chocolates. En la derecha había otra leyenda que apuntaba: “Lo que las mujeres realmente quieren”, y debajo había un pene que de tan grande y grueso rallaba en lo ridículo.

Rolando y Samír fueron los primeros que pusieron emojis riéndose, seguido de algunos mensajes:

Samír

Es que el rabo es rabo, y las mujeres lo saben

Gustavo

Las mujeres superficiales sí. Las mujeres normales, que son un 99.9%, prefieren detalles y el cariño auténtico que un hombre leal le puede proporcionar.

Rolando

¿Tú qué opinas, Sebastian? Jajajajajaja

Samír

Jajajajajajaja

Me pareció humillante que hicieran intervenir a Sebastián en una conversación así. Es lógico que le echaban en cara, sin decirlo explícitamente, que su mujer era como la de la imagen derecha, la que prefería un rabo de una hectárea de larga en lugar del hombre detallista.

Tras unos minutos sin que nadie pusiera nada, Samír, el rubio, mandó una selfie donde aparecía el culo de una chica de tez blanca, a la que no se le veía la cara porque estaba de perrito, con un charco de semen sobre la raja, después apareció su polla blanca, en cuya punta colgaba unas bragas de color azul marino, seguido del siguiente mensaje:

Samír

Aquí las bragas de la zorrita que me comí este fin. Por fortuna este finde Rolando estuvo ausente. Así que yo le llevo ventaja jajajajaja

Me deprimí por un momento cuando visualicé la imagen. ¿Por qué todos los penes que veía eran más largos y gruesos que el mío? Maldije a la naturaleza y tragué saliva.

Rolando

Jajajajajajaja. Que buen culo tiene esa bitch, espero luego me la prestes para jugar con ella un ratito.

Samír

Por mí fóllatela. Lo malo es que no le gusta mamar.

Rolando

Jajajajajaja. Algo podremos hacer.

Leo

Vaya dúo de sinvergüenzas.

Samír

Mira quién habla, «el tronador de coños» en persona.

Dejé de seguir la conversación, poniéndola en silencio por ocho horas, por considerarla bastante vulgar, ridícula y menguada. Aunque lo que en ese momento importaba no eran esos mensaje tan pedestres, sino saber ¿quién, cómo, por qué y con permiso de quién habían añadido a nuestro grupo a Leo?

El lunes todo transcurrió normal. El martes, cuando fui a comer al apartamento con Lorna, me llevé la sorpresa de que Leo la visitaría esa misma tarde.

Volver a describir todo lo que padecí esas horas en la oficina mientras me imaginaba lo que estaría pasando entre Lorna y Leo resultaría aburrido, así que solo añadiré que cuando llegué a casa me encontré con que mi querido amigo ahora había olvidado sus gafas de sol sobre la mesa de cristal.

—¿Y este pendejo espera que le destinemos un armario para guardarle cada cosa que se le ocurra olvidar cada vez que venga a esta casa?

—Mientras nunca olvide los bóxers, creo que todo irá bien —bromeó Lorna a carcajadas.

—¡Muy graciosa! —me quejé, sintiéndome ofendido de veras.

Esa noche volvimos a follar, sin penetración, hasta que el cansancio nos venció.

El miércoles recibí un mensaje de Leo proponiéndome que, ya que al día siguiente sería jueves de quincena y de copas, nuestro encuentro se llevara a cabo en mi apartamento, para aprovechar tratar asuntos de trabajo con Lorna.

«Además quiero enseñarle unas ideas a tu guapa…» me había dicho.

«A tu guapa.» «A tu guapa.» «A tu guapa…»

¿Desde cuándo tantas confianzas para con ella? Bufé.

Yo:

Magnífica idea. Te espero a las 9, que es a la hora en que llego del despacho.

Leo:

Preferiría llegar un par de horas antes, si no te molesta, para cuando tú llegues no nos encuentres hablando de trabajo. Seguro te aburrirías.

Yo:

Ok.

—¡Cabrón! —exclamé.

No obstante, no vi con desagrado encontrarme con él ese jueves por la noche. Quería ver el desenvolvimiento de Leo para con Lorna, ¿cómo la miraba?, ¿cómo la trataba?, ¿cómo la hacía sentir?

Esa noche encontré a Lorna recostada, ¿tan temprano?

—Te dejé la cena en la mesa, bichi —me dijo entre bostezos.

Así que cené solo. Luego me bañé y me eché a la cama junto a ella. Quise besarle su cuello, pues su aroma a flores me volvía loco, pero ella no se encontraba en condiciones para nada:

—Hoy no, bichi, me siento cansada.

Tragué saliva y, mirando hacia otro lado, me dispuse a dormir.

A la mitad de la madrugada mi celular vibró. Se trataba de un mensaje de Gustavo que me había sobresaltado:

Gustavo:

Noé, ¿estás despierto?

Lorna seguía durmiendo.

Me incorporé de inmediato. Preocupado, fui al baño y lo llamé. Es que la última vez que me había mandado un mensaje semejante en la madrugada me había informado que su niña había convulsionado y me suplicaba que lo acompañara al hospital, porque no tenía fuerzas para ningún hacer ningún trámite, y Paula en ese momento estaba en urgencias con su hija.

—¿Gustavo? ¿Qué pasa, hermano? —le pregunté esa nueva madrugada.

—Perdona si te he despertado —se disculpó con pesar.

—No pasa nada. Tampoco es como si estuviera tan dormido.

—Igual y no sé si debía llamarte, Noé.

—¿Qué pasa?

—Paula.

—¿Qué le ocurre a Paula?

—Creo que me está engañando.

—¿Qué?

Me esperaba escuchar cualquier otra cosa, menos esa confesión.

—Noé, Noé —dijo muy inquieto—. ¿Has visto algo raro con ella? Necesito saberlo, por favor. Mientras trabaja, ¿sabes si recibe regalos?, ¿si algún hombre la frecuente o está interesado en ella?, ¿has visto algo raro? Dímelo, por favor, me siento frustrado.

Me quedé helado ante sus suposiciones. ¿Qué iba a decirle?, ¿que probablemente sí que conocía a un tipo que podría estarse acostando con su mujer? No, no. Eso sería meter a Paula en un problema sin causa. Yo mismo no estaba convencido de nada.

Leo me había dicho que se la había follado. Luego que no. Luego que se la iba a follar en la fiesta de Gustavo antes de que cantara el callo. Luego que no.

Y luego estaba Paula, siempre tan seria, tan íntegra, tan responsable en su trabajo. Tan todo. No, yo no me lo podía creer.

—Gustavo, tienes que calmarte y dejar de hacerte películas en la cabeza. ¿Tienes motivos para pensar eso de ella? Yo diría que reflexiones sobre si vale la pena fracturar tu matrimonio por una sospecha sin fundamentos.  Yo tengo a Paula como una mujer decente. Y aquí no he notado nada raro.

—Es que… si tú la vieras. Anda tan diferente.

—¿Tan diferente?

—Es que no sé cómo decirlo, Noé. O sea, ella sigue igual de cariñosa conmigo. Me cumple como mujer y todo eso. Pero la noto rara, un poco diferente. Más distraída. A veces llega un poco más seria de lo habitual. Como si algo la molestara.

—Será por trabajo —contesté de inmediato—. Tal vez se está estresando por mi culpa. Mañana mismo hablaré con ella y le quitaré responsabilidades. Lo último que quiero es que por mi culpa …

—¡Ella me engaña con otro, Noé! Ayer me dijo que hoy miércoles se quedaría en casa de Jessica para acompañarla, pues ya vez que Sebastian se fue el lunes a una convención en Monterrey  y no vuelve hasta el domingo. Según me contó, Jessica padece nervios, y le pidió que la acompañara a quedarse hoy en su casa. Yo, con sorpresa, le pedí que mejor invitara a Jessica a la nuestra, pero la inmunda pelirroja se negó. Entonces esta noche cuando volvió de tu despacho se duchó, se cambio de ropa y se fue.

¿Con la zorra de Jessica? ¿Ella padeciendo de los nervios?

—¡Pues entonces allí estará, Gustavo, con Jessica! —intenté tranquilizarlo.

—¡Es Jessica, Noé, ¿entiendes? La cortesana de Linares!

—Ya, ya. Entiendo que Jessica es una mala influencia para nuestras mujeres, pero tienes que entender que…

—Jessica está sirviendo de tapadera. Estoy seguro que Paula se fue con alguien más, y que no está en su casa. No tengo el valor de ir a corroborarlo yo mismo porque no sé qué haría. Mi corazón lo siente, Noé. Dicen que los hombres no tenemos ese sexto sentido de las mujeres, pero yo sí lo siento. Algo me dice que mi Paula se fue con otro hombre a pasar esta noche.

Me sentí fatal cuando escuché que se le quebraba la voz.

Lo convencí de que debía dormir, y esperar a que amaneciera y Paula volviera para que pudieran hablar sobre sus sospechas. Ella, como mujer inteligente, sabría tranquilizar a Gustavo de cualquier preocupación. Paula no sería capaz de hacer una cosa así. Pero tampoco me creía que Jessica sufriera de los nervios y que necesitara de Paula para controlarse.

De ser así, la pelirroja le podría haber hablado a uno de sus machos en turno. Aquí había gato encerrado, pero de lo que sí podía estar seguro era de que Paula no le ponía los cuernos a Gustavo con nadie; y ese nadie incluía a Leo.

No sé si fue la adrenalina de la noche lo que me hizo llamarle por teléfono a Paula: sí, a esas horas de la madrugada. Ni siquiera sabía qué le iba a decir cuando me contestara, pero necesitaba corroborar que estaba bien, y trasmitirle el pesar que estaba sintiendo Gustavo justo ahora.

El timbre sonó. Si estaba durmiendo, que era lo más probable, la despertaría, con todo y pena. Sino… estoy seguro que la interrumpiría de cualquier cosa que estuviera haciendo.

—¿Hola? —escuché su voz.

—¿Paula? —pregunté justo al tiempo en que Lorna aparecía en la puerta del baño, estática, con su bata de dormir.

Mi primera reacción fue colgar la llamada, en tanto los ojos azules de mi esposa se abrían con sorpresa.

—¿Paula? —exclamó—. ¿Estabas hablando con Paula, Noé? ¿A esta hora estabas hablando con Paula?

—No, no, mi amor, no, no. Yo ¿cómo voy hablar con Paula a esta hora? No, nada que ver.

—Enséñame el historial de llamadas —me dijo con la voz temblorosa. Pese a que era una mujer muy blanca, pude notar que palidecía aún más—. ¡Noé, por favor, desbloquea tu teléfono y enséñame el historial de llamadas!

No me podía creer lo que me estaba pidiendo. Una actitud tan atípica de ella.

—Eso es un atentado contra mi privacidad, Lorna. ¿Alguna vez yo te pedí revisar tu teléfono?

—Será porque yo jamás te he dado indicios de que ande hablando en la madrugada con ningún otro hombre.

—¡Yo estaba hablando con Gustavo!

—¿Y ahora Gustavo se llama Paula? Porque yo te escuché, Noé, no me pintes por estúpida.

—Que era Gustavo, cielo, te lo digo de verdad.

—Pues por eso, Noé, si estabas hablando con Gustavo no te importará que lo corrobore.

—¡Lorna, podemos hablar!

—¡Pues estamos hablando! ¿Por qué no me enseñas el maldito celular, Noé? El que nada debe nada teme.

—¡Yo no temo nada, Lorna!

—¿Entonces por qué estás tan nervioso?

—¡No estoy nervioso, solo te digo que estaba hablando con Gustavo, y sí… y sí, también luego con Paula, pero es que…!

Cuando le confirmé que también estaba hablando con Paula, Lorna se llevó las manos a la cara, como si le hubiera tirando encima aceite caliente.

—¿Qué….? ¡Pero…! ¡Vete al carajo, Noé! —gritó con lágrimas en los ojos, y desapareció del umbral del baño.

—¡Lorna! —exclamé intentando alcanzarla.

Pero ella fue más rápida cuando se encerró en su taller.

—¡Lorna, mi amor, Gustavo cree que Paula la está engañando con otro, y me pidió un consejo…!

Nada. No me respondió.

Seguí golpeando la puerta.

—¡Lorna, por favor, ábreme, que tenemos que hablar!

Sollozos. Estaba llorando. No contestó.

—¡Lorna, tú no eres así! ¡Tú siempre has creído en mí! ¡Maldita sea, Lorna! Si no te puedo follar a ti, que eres mi esposa, la mujer más sensual del universo, y la que me tiene loco, ¿crees que tendría la fuerza para irme a follar a otra? Sabes que yo no soy así, sabes que de pasar algo te lo diría, yo siempre te cuento todo, absolutamente todo.

—¿Sí? —contestó por primera vez ahogada en lágrimas—. ¡¿Así como me contaste que mientras estuviste en la segunda planta del apartamento de Gustavo te la pasaste masturbándote mientras mirabas a la zorra de Paula estando ella desnuda?!

—¡¿QUÉ?!

La sangre me descendió hasta los talones.

—¡BASTA, NOÉ!

—¡NO ES VERDAD! —grité con impotencia—. ¡TE JURO QUE NO ES VERDAD! ¿QUIÉN TE LO DIJO?

Jessica se lo había contado. La maldita hija de puta se lo había contado. Pero yo lo negaría todo, siempre, a cada momento; sería mi palabra contra la suya. ¡Yo lo negaría y Lorna tendría qué creerme!

—Mi amor, escúchame…

—¡Déjame en paz, Noé!

Una lágrima escapó por mi ojo, justo cuando me di por vencido. ¿Desde cuándo lo sabía mi esposa? Había pasado casi una semana desde que sucediera aquello, ¿por qué no me lo había dicho antes?

«Porque tuviste que habérselo dicho tú, pedazo de mierda, porque tal vez esperaba que de un momento a otro tendrías la confianza para decírselo» me dijo mi yo interno.

Al volver a nuestra habitación sentí que mi respiración me faltaba.

Entonces, por si fuera poco, en nuestro grupo de amigos, que ahora era de seis, Leo hizo alarde nuevamente de su pendantería, cuando mandó una foto que me dejó descolocado.

Se trataba de una imagen donde había una tanga negra enrollada en un mega mástil tieso, curvo, moreno y venoso, ¡La polla de Leonardo Carvajal!, seguido de un mensaje que decía:

«Ya sé que yo no estoy en sus contiendas, colegas, pero no podía contener mis ganas de contarles que esta noche me acabo de follar el culito hermoso de una puta de lo más bramadora.»

—¡Paula! —exclamé horrorizado.

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Continuará

¡Gracias por quienes me leen, comentan y me envían mensaje a mi correo! Se los agradezco un montón. Nos vemos con nuevos capítulos hasta el lunes.