Por mis putas fantasías 2 (REDENCIÓN):Cap. 30

Noé conoce nuevos detalles sobre Rosalía, y ambos toman una decisión.

30

—¡Mentirosa! —gritó Rosalía—. ¡Eres una puta mentirosa! ¡Quieres manchar mi nombre ante Noé para que él pueda justificar las revolcadas que se ha dado contigo!

—¡Déjate de hacerte la estúpida y respóndeme lo que te pregunto! Cuando me vaya podrás o no hablar con Noé respecto a tu repentina devoción por ser una espléndida «mamona», ¡lo que sí quiero que reconozcas delante de él, es que fuiste tú la que me llevó a Monterrey a practicarme el aborto! —le gritoneó Lorna, sacudiéndola de los hombros.

—¡Yo no te obligué! —exclamó Rosalía, que había puesto un gesto de horror.

—¡Tú me manipulaste!

Rosalía se sacudió, se echó a reír como una desquiciada y empujó a Lorna hacia atrás.

—¿Tú, Lorna Patricia Beckmann, la matrona de las manipuladoras, la gran puta de Babilonia, la infiel y sin vergüenza, me acusa a mí de manipularla? ¡No me hagas reír!

—¡Te aprovechaste de mí porque me viste en un estado vulnerable! —esta vez la voz de Lorna se había quebrado—. ¡Me hiciste creer que abortando a mi hijo Noé se compadecería de mí y regresaría conmigo!

—¡Yo no te hice creer nada! —se defendió la madre de mi hijo—. Te di una posibilidad para reparar el daño que le habías hecho y lo aceptaste. Eras mi amiga, Lorna, ¿cómo puedes pensar que yo iba a manipularte de esta manera?

—¿Era tu amiga, dices, hipócrita de porquería? —le gritoneó la rubia—. ¡¿Entonces dime por qué mierdas le pediste al doctor que me hiciera una ligadura tubárica?!

El impacto de escuchar nuevamente semejante verdad fue tal que me desplomé sobre el sofá.

—¡Está mintiendo, Noé, te dije que mentiría para separarnos!

Pero las lágrimas de Lorna eran reales, desgarradoras, gritaba con frustración y pesar, no parecía estarme engañando.

—¡Tú firmaste los documentos de consentimiento, Rosalía —la acusó mi ex esposa—, donde autorizas, con mi supuesto beneplácito, esta cirugía que, por negligencia médica, me ha dejado impedida! ¡Nunca entendí cuando me dijiste que el procedimiento había salido mal y que probablemente ya no podría ser madre nunca! Me traté en Texas y descubrí que mi matriz estaba incapacitada. Hace poco que me enteré de eso, fui a aquella clínica que, sorprendentemente, seguía operando hasta que la demandé; ahí me dieron mi expediente, ¡donde tú firmaste! ¡Fuiste tú, maldita perra! ¡Tú me has hecho este daño irreparable!

Las tres bofetadas que Lorna propinó a Rosalía fueron tales que la segunda cayó de espaldas. Ante mi nulidad en mi cuerpo, fue Sebastian quien intervino y apartó a Lorna de la que todavía estaba en el suelo.

—¡Estás loca, maldita esquizofrénica! —la acusó Lorna—. ¡Estás desquiciada! ¡Así me has pagado mi amistad sincera, mi apoyo cuando te acompañaba a superar tus crisis al psiquiatra! ¡Mis cuidados y preocupaciones cuando te auto-flagelabas por tus putas ansiedades!

—¡Una mujer como tú no tiene derecho a procrear! —la sentenció Rosalía, llorando en el suelo—. ¡Además… yo no sabía… no sabía lo que hacía! ¡No lo hice para hacerte un mal… te juro que yo! ¡Los nervios… me cegaron!

Lorna estaba inconsolable, llorando a mares.

—¡Ahí la tienes, Noé, ahí tienes a tu mujercita! —me restregó mi ex esposa con amargura—. ¡Ahí tienes a la inmaculada Santa Rosalía, que me castigó por ti de la forma más ruin que una mujer puede castigar a otra, volviéndome estéril! ¡Tuvo el descaro de contactarme por medio de Miranda, para enseñarme las fotografías de Fernandito, burlándose de mí, diciéndome cosas terribles por el placer de joderme! ¡Ahí tienes a esta hija de puta! ¿Y sabes qué, Rosalía? ¡Fui yo la que te hizo llegar ese video de Paula follándose a Noé! ¡Yo se lo pedí a Gustavo cuando me explicó que había cámaras de circuito cerrado! ¡Quería que sufrieras, pinche loca limerente, pero ahora veo que ni siquiera eso te sirvió para abandonarlo, estás obsesionada con él… no lo amas como yo lo amo! ¡Simplemente me envidiabas, y quisiste ocupar un lugar que, francamente, jamás pudiste llenar!¡Yo quiero que Noé sea feliz aunque no sea conmigo, pero con una mujer de verdad… que valga la pena, no con un remedo de dama como tú! ¡Es evidente que ni tú ni yo lo merecemos!

Y dicho esto Lorna se dirigió al sofá, recogió su impermeable y se marchó, no sin antes decirme:

—¡Tú jamás me habrías creído, Noé, si Rosalía misma no hubiera aceptado lo que me hizo! ¡Pues ya está…! ¡Haré lo que me falta y ninguno de ustedes me volverá a ver en toda su vida!

La cabeza me daba vueltas, vueltas y vueltas. Veía imágenes delante de mí pero a la vez no veía nada.

—Hermano…  —me dijo Sebastian—, creo que tienes que hablar a solas… con ella —señaló a Ross—. Me voy… después vengo por mi computadora. Y tranquilízate, por favor, sabes que cuentas conmigo para lo que necesites. No hagas cosas imprudentes.

Asentí con la cabeza, sin poder decir nada y miré a Rosalía, que se estaba incorporando del suelo, para sentarse en el sofá que estaba frente a mí. Como pude cerré la pantalla del ordenador y en automático desapareció la de la tele.

—Ahora lo sabes, Noé —me dijo Rosalía llorando, escondiendo su rostro en sus manos—. ¡Acúsame de haber sido una cabrona con Lorna… pero toma en cuenta que yo creí que ella lo merecía… por haberte hecho lo que te hizo… y sí, me arrepiento, estoy arrepentida… además estaba enferma de los nervios! Pero…, con lo otro, soy inocente. Ya lo has oído, esa mujer del video es Lucía, la hija de Noelia.

Yo estaba en shock, mirando hacia la nada, desplomado sobre el sofá, sin poder hablar.

—Un día en Valencia, Noelia descubrió una carta de su hija Lucía diciéndole que se iba de viaje, siguiendo a un hombre del cual estaba enamorada —me explicó Rosalía con la voz entrecortada—. Las investigaciones de Noelia la hicieron comprender que Lucía, contrario a lo que decía su carta, había sido traía con engaños a México por un afroamericano al que había conocido en un club. Noelia emprendió un viaje buscándola, siguiendo su rastro, hasta que sus indagaciones la trajeron hasta aquí, a Linares. Cinco años siguió el rastro de Lucía, Noé, sin encontrarla. ¡Ni la policía española ni la mexicana le hicieron aprecio porque no había indicios de secuestro! Por eso ingresó a los club swinger de la región, buscando a ese proxeneta, con la corazonada de que a Lucía la habían vendido a algún burdel: allí fue donde conoció a Gustavo y pues ya sabes, se enamoraron y se casaron.

”Pero entonces apareció Heinrich, y Noelia supo que se trataba del secuestrador de su hija. Todo este tiempo yo me he ofrecido para ayudarla, Noé, me he acercado a Heinrich para obtener información de Lucía, pues el maldito negro descubrió hace poco que Noelia es la madre de aquella chica a la que él secuestró: ¡durante estas semanas casi pudimos jurar que estábamos más cerca de encontrar a Lucía de lo que nunca pudimos estarlo! ¡Por eso su insistencia de que me acercara al afroamericano, por eso nuestras salidas por las tardes!

Yo tenía los ojos cerrados. La cabeza me dolía a madres y Rosalía continuó:

—Esa noche estuve con Samír, haciendo un masaje como te dije, pero sólo un rato, después de que se lo pedí se fue, y al parecer pasó la noche con Jessica. ¿Sabes a qué se refería Noelia cuando me dijo eso de «tú tampoco has sido sincera con él respecto a lo de Samír»? Pues que se la agarré, Noé… le agarré la polla y se la chupé… ¡es lo único que hice!

”Me extraña que Lorna haya preferido mandarme ese video a mi teléfono de ti con Paula (cosa que ésta última me confirmó cuando la confronté, añadiendo que te había drogado y que tú no tenías culpa de nada) en lugar de enviarte a ti el video donde salgo yo chupándosela a Samír. Y lo del lunes… no sé, Noé, caí en la trampa. Samír me habló, me dijo que tenía información de Lucía (él sabe sobre esto porque Noelia se lo contó) y pues nada… Lo que te dije de la comida con Noelia y Jessica fue una mentira. Noelia me acercó a la casa de Samír y me esperó afuera. Y pues nada… que sí, que soy una guarra por habérsela chupado… pero es que fue el momento, la seducción del tipo… sus manipulaciones, y pues ya está. Ahora entiendo que Leo y Samír lo planearon para que Lorna llegara y me viera. Yo vi que una mujer entraba a la casa, pero no alcancé a verle la cara. ¡Lo hicieron para… perjudicarme…! Pero no pasó más, ¡no me folló bajo ninguna circunstancia, y eso no es infidelidad! Y de información pues sólo pude descubrir que esta noche Heinrich va a vender a… algunas mujeres a algunos de sus socios. ¡Las van a vender, Noé!

”Noelia y yo sabíamos que era probable que en el catálogo de mujeres de esta noche estaría Lucía, y ahora que sabe que su hija está con él… no sé lo que hará. Esa es toda la verdad. No te he sido infiel… sólo han sido… chupadas, nada sin importancia.

Cuando levanté la vista, Rosalía me estaba mirando.

—Nada sin importancia, claro —susurré dolido—, vas y le chupas dos veces el rabo de Samír y es «nada sin importancia». No obstante, te ha estado rompiendo la vagina desde la noche de Babilonia, metiéndotela por todos los orificios: y claro, es tan cabrón que incluso te regaló un plug anal, para que pudieras ir dilatando el culo para cuando él te lo tuviera que reventar. ¡Tienes razón, Rosalía! ¡Todo ha sido nada sin importancia!

—¿Pero es que estás sordo, Noé? ¿No has entendido lo que te he dicho?

—¡Me has contado una versión descafeinada de los hechos! Si no eres la del video que acabo de ver, estoy seguro que de todos modos sí te has dejado coger por el negro de mierda. ¡Tú misma me has dicho que te has acercado a él para obtener información de Lucía! ¡Y claro, entre tus sacrificios has sido capaz de dejarte agujerar por ese hijo de sus cien mil putas, pobrecita de ti! ¡Eres una mentirosa, Rosalía, una vil mentirosa!

—¡Lo que pasa es que tú quieres encontrarme culpable para justificar tus revolcadas con esa ramera! ¿Verdad «Bichito»? —me gritoneó—. ¡Encontré la tanga de tu querida puta en tu saco, Noé! ¡Hace días hallé las fotografías donde aparece esa misma zorra desnuda, en tu memoria USB que olvidaste quitar de tu computadora! ¡Incluso había una mancha de semen en la pantalla! ¡Te masturbabas pensando en ella! ¡Eres cruel y perverso!¡Juro que intenté todo contigo, Noé, amarte todo lo que pude, perdonar tus inseguridades, justificar tus engaños! Pero ya no puedo más.

—Mucho menos ahora que ya has encontrado por las vergas rubias, ¿no?

—¡No me fastidies más!

Entonces Rosalía se levantó del sofá, agarró al niño y se fue a la habitación, donde volvió a colocarlo en la cuna. Sólo así fue como pude reaccionar, y la seguí:

—Yo… estoy tan confundido, que no sé qué pensar, Ross.

—No tienes que pensar nada —dijo, cuando vi que comenzaba a sacar ropa de ella y del niño del armario—. Me largo definitivamente de tu lado.

—¿Otra vez amenazas con irte? —la reté—, ¿sin que hayamos aclarado lo que nos ha ocurrido en realidad?, ¿huirás como una cobarde?

—¡Al final es lo que querías, ¿no?! —me recalcó, poniendo en la cama las dos maletas con las que nos iríamos de viaje al día siguiente: después sacó con furia nuestro equipaje y lo reemplazó por su ropa y la de Fernandito—. ¡Que nuestra relación se terminara! ¡Pues aquí la dejamos, entonces! ¿Sabes qué es lo que más me duele, Noé? ¡Que hayas sido tan poco hombre para propiciar que yo me hartara de ti en lugar de tener los huevos y el valor suficiente para terminar tú mismo nuestra relación! ¡Por eso dejaste conectada esa puta USB en tu computadora, ¿verdad?, para que yo viera cómo te seguías masturbando pensando en esa zorra! ¡Por eso entre tú y Lorna idearon dejar esa maldita tanga en tu saco! ¡Me lo hubieras dicho y ya, cabrón, que me querías dejar por esa zorra! ¡Me hubieras dicho que tú prefieres a las putas en lugar de la estabilidad que yo te daba!

—¿Qué estabilidad, Rosalía?, ¡si durante las últimas semanas lo único que hemos hecho es pelear, pelear y ocultarnos cosas! ¡Dices que no eres la del video, y te creo, pero no tuviste ni siquiera la confianza para decirme lo que estaba pasando con Heinrich y Noelia! ¿Por qué no me lo contaste?

—¿Para qué, Noé? ¡Si tú ni siquiera puedes arreglar tus propios problemas con la cabecita hueca que tienes! Para ti siempre todo fue Lorna, Lorna y Lorna, y al mundo lo dejaste relegado. En esta relación la única que siempre se mostró serena, luchando por nosotros, en perfecta fidelidad fui yo.

—¿Perfecta fidelidad, dices? ¡No seas cínica! ¿Por eso le has estado comiendo el rabo a Samír?

—¡No se compara con lo que Lorna te hizo!

—¡Yo ya la he perdonado, y la he podido entender! Además, esto no se trata de competencias, ¡Paula me drogó y por eso pasó lo que pasó! En cambio tú, en tus cinco sentidos, te devoraste la verga de Samír plenamente consciente de que teníamos un acuerdo que era inquebrantable… ¡y se la has seguido comiendo y hasta sentándote en ella!

—¡Tú tuviste la culpa, Noé! ¡Decidiste que fuéramos a Babilonia casi de forma unilateral!

—¡Te recuerdo que lo acordamos entre los dos, yo no decidí solo! ¡Teníamos un acuerdo que tú rompiste!

—¡Qué huevos los tuyos, Noé, si casi me prostituiste con Heinrich con tal de obtener su puto trabajo que mira en el lío que nos metió! ¡Me agarró el culo en tu presencia y tú, de forma cobarde, no hiciste nada!

—¡Pudiste haberle dado un bofetón, que también tienes manitas y boca!

—¡El que pudo habérselo dado fuiste tú, Noé, y te quedaste callado como un cobarde! ¿Qué pasa?, ¿que en el fondo Leo tiene razón y eres un cornudo consentidor y yo no me he enterado?

—¡Como vuelvas a mencionar a ese cabrón yo no respondo! ¿Es que lo has seguido frecuentando pese a que yo te advertí lo contrario? ¿Lo ves, Rosalía? ¡Al final te convertiste en lo mismo que tanto criticaste de Lorna! Y ahora resultará que en fondo Paula tiene razón, y el padre de Fernandito no soy yo.

Justo en ese momento Rosalía se volvió hasta mí y me propinó dos bofetadas.

—¡Eres un cabrón! —gritó histérica—¡Un poco hombre! ¿Cómo…? ¿cómo puedes…? ¿Cómo…?

—¡Oye, Rosalía, perdóname, no quise decir…! Pero es que me sacas de quicio. ¡Leo me saca de quicio!

—¡Él no es como tú piensas, Noé, Leo ha actuado simplemente víctima de tus estupideces!

Me parecía inaudito que Rosalía me estuviera desacreditando en defensa de ese bastardo.

—¿Ya te folló?, ¿ese cabrón también ya te folló? —la cuestioné, mirándola con desdén—. Es la única justificación que encuentro para que defiendas a un parásito como él que ha tenido los huevos para mandarme ese puto video haciéndome creer que eras tú. ¡Mira que cuando estuvo aquí me dijo que te iba convertir en su puta, y a lo mejor ya lo consiguió!

Rosalía rugió, se encerró en el baño y se puso a gritar como loca, quebrando lo que había a su alrededor. Por fortuna pude abrir la puerta con varios golpes y sacarla de allí, forcejeando porque ella estaba desquiciada. De nuevo los nervios la estaban acometiendo. Le pedí que se tranquilizara, pero ella no cedía. El niño despertó llorando por los gritos de su madre, pero yo no pude atenderlo pues la estaba intentando contener, ya que no paraba de gritar.

—¡Me estás lastimando, Noé! ¡Déjame en paz!

—¡Pues compórtate, Ross, compórtate!

—¡Te encabronas porque te digo que Leo no es como piensas, ¿y me dices que si ya me lo follé?! ¡Te la haré efectiva, cabrón, juro que te la haré efectiva! ¡Tantas faltas de respeto hacia mi persona no te las puedo perdonar! ¡Te daré motivos, ahora sí que te daré motivos!

—¡Sólo una desquiciada como tú podría defender a ese gusano después de todo lo que ha hecho! ¿No te has enterado que eso es lo que ha pretendido?, ¿cagarme la vida?, ¿primero con Lorna y ahora contigo? ¡No permitas darle ese gusto, Rosalía! ¡Quiere destruirnos!¡Es un gusano, un miserable!

—¡Un miserable que estuvo conmigo y me llevó al hospital cuando Fernandito necesitaba a su padre!, ¿y dónde estabas tú? ¡Comiéndole el coño a la ramera esa! Aquí el único que ha destruido nuestra relación has sido tú, por deshonesto, mentiroso y manipulador. Y como sigas así, te quedarás solo, completamente solo. Yo creyéndote un santo con aureola y resultas un demonio adúltero, ¡al final Samír y Leo resultaron dos angelitos a tu lado!

Cinco minutos después la vi levantarse, aunque seguía alterada. Suspiré hondo y la vi dirigirse hacia el baño cuando de pronto escuché que llamaba a alguien por teléfono.

—Sí, Samír… por favor, ven por mí, sí, sí… pues nada, al final ha resultado cierto todo… sí, no me lo pudo negar… lo del video… pues nada… sí, también ella estuvo aquí, pobre de Leo… esa zorra no lo merece: sí, sí, dile que ya se ha ido… no sé. Anda, ven por mí, que esto es asfixiante… por favor, sí, sí, ya luego vemos eso…. Anda… te espero.

Si alguien me hubiera lanzado desde las montañas de Arteaga, rodando contra las piedras, habría sentido menos el impacto de los golpes en el cuerpo de como me sentí tras esa maldita llamada.

¿Samír? ¿Rosalía le estaba pidiendo a Samír que fuera por ella? ¿Era posible semejante desfachatez? ¿Le hablaba a Samír, al que le había chupado la polla aquella noche en Babilonia, el lunes pasado y no sé cuántos días más?, ¿le hablaba a ese rubito descolorido como si fuera su íntimo amigo?, ¿ahora yo era el villano y Leo y Samír los santos patrones de los desdichados? El corazón me siguió temblando del coraje.

Cuando Rosalía salió del baño me encontró con mi hijo en brazos, apretándolo contra mi pecho, y yo… empapado en llanto, temblando de rabia, miedo e impotencia.

—Eso es lo que haces siempre, Noé… llorar, llorar y llorar. ¡Siempre haciéndote la víctima! ¡Siempre actuando con tan poca valía! ¡Y llorar, y llorar!

No fui capaz de decirle a Rosalía que llorando era la única forma en que podía evitar cometer locuras. Una vez, por no llorar tras enterarme que mi novia sólo me había utilizado para estar cerca del que era mi mujer amigo, dije a la mujer de Leo que él la estaba engañando con otra. Una vez, por no llorar, propicié que Carvajal fuera a prisión y que, sin negarme, recibiera una golpiza organizada por Benja y Gustavo. Una vez, por no llorar, me divorcié del amor de mi vida, por no ser capaz de perdonar que abortara a su hijo, con la posibilidad de que quedara infértil como yo.

Cada quien asume como puede sus problemas. Cada quien contiene como puede a los demonios que lo atormentan. Yo lo hacía llorando, porque… sino lo hacía, estuve seguro que sacaría la pistola y tronaría a tiros a Leo, Samír y a Heinrich.

Y claro, probablemente es lo que iba hacer esa noche.

—Vete si quieres a seguir comiéndole el rabo a ese pendejo, que parece que te dejó ganosa —gimoteé, besando la cabecita de mi angelito—, pero mi hijo se queda conmigo.

Rosalía estaba cerrando la valija donde había guardado sus cosas y las del niño cuando me lanzó una mirada penetrante, meneando la cabeza:

—Acabas de decir que no es tuyo —me recordó, clavándome sus palabras en mi pecho—. ¿Para qué lo quieres si no es tuyo?

—¡Es mío! —lo abracé con más fuerza, como si de pronto fuera a entrar la policía y me lo fuera a quitar—. ¡El niño es mío! ¡Lo sé! ¡Mi sangre me lo dice! ¡Fernando es mío!

—¿Entonces por qué…?

—¡Es mío, ya te he pedido perdón por haberte dicho lo contrario! ¡Pero es que tú... Rosalía… lo que estás haciendo…! ¿Te acuerdas cómo ofendías a Lorna diciendo lo cortita que era?, ¿cómo crees que estás actuando ahora?

—¡No me compares con esa zorra! —se ofendió, pegándole a la valija—. ¡Jamás me vuelvas a comparar con esa zorra!

—¡No, tú eres peor! ¡Al menos ella me pedía perdón… lloraba por arrepentimiento… y tú… mira, hasta pides a tu amante que venga por ti! ¡Serás cínica! Encima te admiras de Lorna sabiendo lo que le hiciste, que es algo monstruoso! ¡Le desgraciaste la vida! Y eso no te lo voy a perdonar.

—¿Y no es monstruoso meter a tu mejor amigo a prisión imputándole fraudes que no cometió? Aquí el monstruoso eres tú, Noé, y yo que no lo quise ver nunca.

—¡Claro que los cometió, lo único que hice fue sacarlos a relucir, con ayuda de Paula!

—¡Pues entonces somos monstruos todos, Noé, la diferencia es que yo sí estoy arrepentida de lo que hice con Lorna!

—¡Tú no eres como yo creía, Rosalía! —la acusé, y decirlo en voz alta me decepcionaba aún más.

—¡Pues a mí me pasa igual: al final tú tampoco eres como yo creía! Idealicé a un hombre que no existía, un hombre que se portó como todo un caballero conmigo y jugó a quererme hasta que volvió a aparecer su antiguo amor, ¡menuda decepción!

—¡Pues anda, pues, ve a comerle el rabo a Leo, a Heinrich o a Samír, pero a mí me dejas a mi hijo, que es lo que en verdad me importa!

Rosalía meneó la cabeza y me dijo:

—¡Te dejo la vía libre para que te revuelques con ella sin remordimientos, par de adúlteros!

—¡No te he sido infiel, Rosalía, en cambio, parece que tú sí… ¿en verdad un rabo enorme es suficiente para emputecer a las mujeres?

—¡Deja de ofenderme de esa manera y dame a mi hijo, que me lo llevo!

—¡Si te vas, te vas tú sola, a que Noelia te siga enseñando cómo ser una puta empoderada! ¡Fernando se queda conmigo, y no te atrevas a intentar llevártelo, porque te juro que por mi hijo soy capaz de todo! ¡Para defender a Fernandito te juro que no me temblará la mano para hacer mierda a quienes se atrevan a hacerle daño, y eso incluye a todos aquellos que me lo quieran quitar, incluida tú!

—¡No hagas esto más difícil Noé!

—¡Entonces no te vayas hasta que hayamos aclarado todo esto!

—¿Para qué me quieres a tu lado si no me amas? —me preguntó enfadada—. ¡Noelia tiene razón, si seguimos juntos terminaremos odiándonos, y yo no quiero esto, Noé! ¡No quiero odiarte! ¡No quiero pensar que me has utilizado todo este tiempo para olvidar a esa mujer que ahora ha vuelto y mira… cómo ha puesto todo patas arriba! Te advertí que ella nos iba a destruir, y mira cómo lo consiguió.

—¡Esta relación la hemos destruido tú y yo… no culpes a terceros! Pero está bien… está bien, vete si quieres, pero luego tendremos que hablar. ¡Pero a mi hijo me lo quedo yo!

Rosalía por fin terminó de hacer el equipaje y se dirigió a la puerta del cuarto, diciéndome:

—Noé… me voy, te dejo al niño porque no quiero hacerte daño, pero toma en cuenta que si después de unos días no resolvemos lo nuestro, terminaremos nuestra relación para siempre, iremos con un juez a que determine sobre la patria potestad de Fernandito y pues ya está.

—¿Después de unos días? —sonreí, limpiándome las mejillas—. No, Rosalía, aquí tu pendejo se murió. Tú cruzas esa puta puerta para irme con ese imbécil de Samír, y no vuelves entrar a esta casa.

Puse al niño en la cuna y seguí a Rosalía hasta el umbral, donde ella permaneció esperando a su señor rabo. No habían pasado ni diez minutos cuando un auto blanco del año se aparcó detrás de mi coche, según pude ver por la ventana, y el conductor bajó en un despliegue de chulería y proyección de testosterona, trayendo consigo un sobre amarillo tamaño carta en la mano.

Samír vestía impecable, con unos Ray-Ban de sol (aunque todavía estaba lloviznando) que ocultaban sus ojos azules. Ridículo. Sus cabellos rubios apenas destellaron cuando tocó el timbre de la casa y un relámpago iluminó el cielo, que había oscurecido la ciudad.

Rosalía abrió la puerta justo cuando yo me acerqué a ella, al tiempo que del otro lado Samír aparecía con una sonrisa que mostraba todos los dientes mientras se quitaba los lentes para observarme a profundidad.

Rosalía vaciló en el umbral de la puerta, mientras Samír recibía la única maleta que al final la madre de mi hijo había arrastrado hasta allí.

—Tú te vas con Samír, Rosalía, y lo nuestro se termina.

La sonrisa de Samír se hizo mucho más extensa mientras mi (todavía) mujer se volvía hasta mí, confundida, suspirando muy nerviosa y determinando sobre lo que debía hacer.

—Lo siento, Noé… —se decidió al fin, con un par de lágrimas en los ojos—, pero tú no eres lo que yo esperaba, y si me quedo nos vamos a destruir.

—¿Sabes Rosalía? —le dije de forma serena antes de que se diera la media vuelta y se marchara—. ¿Sabes por qué mi empeño en ver esos videos destructivos donde supuestamente salías follando con Heinrich? Quería saber qué tanto me iban a afectar. Y sí… me siento descorazonado, no te lo niego, decepcionado, herido de mi orgullo, humillado y traicionado, ¿pero sabes algo?, ver esos videos también me han hecho darme cuenta de una verdad. Tienes razón, yo no te amo, nunca te amé y… es evidente, jamás te amaré.

Los ojos de aquella mujer (que ahora era una desconocida para mí) por poco revientan de sus cuencos. Iba a decir algo, quizá gritarme… pegarme… cualquier cosa. Pero no pudo. Llorando se fue al auto del señor rabo, en tanto yo comenzaba a vislumbrar una nueva vida sin ella, incluso sin Lorna, que había dicho apenas una ahora atrás que al amanecer se marcharía de Linares con Leo y Aleska, confiando en que esta noche la recuperaría tras el operativo policiaco.

Samír continuó recargado en el marco de la puerta, mirándome sin parpadear, y me dijo:

—¿Qué tal Noecito?, tú tranquilo, man, y sin resentimientos.

Lo miré con una sonrisa y le pregunté:

—¿Me puedes decir tú qué putas pintas en todo esto, pedazo de energúmeno descolorido? O sea, a ti ni quién te pele, mequetrefe, y estás metido en este rollo, que recuerde, yo no te hice nada para que tomaras partida contra mí.

—¿Qué no me hiciste nada, cínico? ¡Neta que eres inmamable, cabrón! —sonrió con una mueca amarga—. Al día siguiente de la noche en Babilonia, Paulita me mandó al carajo, siguiendo unas putas recomendaciones que le diste para que se alejara de mí. Yo la quería, ¿sabes?, a pesar de como me puedas juzgar, llevaba con ella dos años de relación, aunque de forma discreta por el asunto del juicio de la tutela de su hija. Pero eso ya no importa, si algo sobran en el mundo son culos y, para mi buena fortuna, yo me he encaprichado precisamente con el que tú te comías en tu casa, que si bien no es el culote de Paula, sí que es el que tú te tragabas, y no sabes el morbo que me da.

Rosalía estaba dentro del vehículo, lloriqueando, sin escuchar nuestra conversación.

—¿Sabes cómo me enteré que tu vida marital con Rosalía era sumamente patética, y tú un pusilánime de mierda, Noecito?, ¡porque esa noche en Babilonia me di cuenta que ni mamar un rabo sabía tu mujercita! —se carcajeó—. A no ser que su inexperiencia se debiera a que estaba acostumbrada a chupar… pues… esa mierdita que te cuelga entre las piernas. Pero no te preocupes, cabrón, que esa putita que ahora está en mi auto te la voy a devolver un día de estos (que no, que no es mi tipo y no me la pienso quedar), y te prometo que cuando vuelva estará tan emputecida y con el coño relleno de mi leche, que tu pitillo va a nadar… por cierto, Noé, si tu problema es tu polla estándar, ¿por qué putas tienes detrás de ti a las tres viejas más buenas de Linares?

—¡Ahorita te voy a decir por qué, hijo de tu puta madre! —respondí.

Si hubiera podido, le habría partido la cabeza con una piedra. Como lo único que tenía a la mano eran mis puños y mis pies, pues me conformé con eso.

Samír era musculoso, pero no era tan grande ni potente como Leo para que pudiera intimidarme; será por eso que, agarrándolo desprevenido, le pateé los huevos al menos cuatro veces, hasta que cayó al suelo de bruces y se golpeó la nuca. Luego, acercándome a su cabeza, le pateé la cara hasta saciarme, mientras se retorcía de dolor, o más bien hasta que le rompí la nariz y le trocé el entrecejo.

Y allí lo dejé, empapado de sangre, mientras Rosalía bajaba del auto gritando del horror.

Me valió un carajo saber si se desangraba o no. Me volví a la habitación con mi hijo y permanecí acostado con él el resto de la tarde. A las nueve de la noche aparecieron Susana y Sebastian casi al mismo tiempo. Yo ya estaba listo.

Mi intención era que la niñera y mi angelito se fueran esa noche a casa de mi amigo… por si algo salía mal.

Sebastian condujo a Susana a su camioneta y luego volvió conmigo, y en pocos minutos le resumí la charla que tuve con Rosalía, sus justificaciones y la aparición de Samír así como la paliza que le había dado. Luego él me dijo:

—Noé… un poco antes de la medianoche comienza el operativo. Y mira, hermano, a mí me sigue pareciendo una reverenda pendejada que te vayas a presentar en casa de Heinrich sabiendo que…

—Ya lo hablamos antes, Sebas. Si no voy, Heinrich la agarrará contra Lorna. Además, no quiero que ese criminal de mierda sospeche que mi ausencia se debe… a una emboscada de mi parte. Mira, si es verdad lo que dijo Noelia y esa mujer que el negro está agujerando en el video es su hija Lucia, a estas horas ya la habrá liado y el tipo estará prevenido. Encima Lorna estará allí, y la verdad es que no tengo la intención de dejarla sola. Por favor, Sebas, pase lo que pase, cuida a Fernando, porque en este momento es lo único que tengo en mi vida. Aunque no fuera mi hijo de sangre, como lo hizo suponer Paula, yo ya lo amo de verdad, y será mío para siempre. A estas alturas ya fui reventado en mil pedazos, ¿y sabes qué?, ya toqué fondo. Nada de lo que pase a partir de ahora me puede afectar.

Sebastian me dio un abrazo fuerte, y casi pude ver el terror en sus expresiones.

—Noé… si te dejo ir solo esta noche es porque no estás tan solo como piensas. Hay gente que, por diferentes motivos, ya han estado confabulando contra Heinrich.

—¿Cómo dices…? —me sorprendí.

—El operativo de esta noche, Noé, ha sido una suma de varios factores. Pero, para que salga bien, Fernando, necesito que no hagas pendejadas.

Sus palabras me dieron una luz de esperanza y sonreí:

—Pero las pendejadas son las únicas cosas que me salen bien. No me pidas eso.

Sebastián se echó a reír, aunque la tensión seguía allí.

—Una última cosa, Noé —me dijo, cuando ya iba para la puerta—. Creo que no te he podido aclarar que ese video que viste esta tarde en mi computadora no es el mismo que yo vi.

—¿C…ómo?

—El video de Heinrich follando a la “supuesta” Rosalía que se supone que en realidad es Lucía, fue el que vio Gustavo, el que te hizo mención, según pude constatar cuando hablé con él. Y no fue tomado esa noche. He analizado la codificación y es evidente que fue posterior a la noche en Babilonia.

—No… entiendo, Sebas… sé más concreto.

—El video que yo vi (y que no tuve el valor de decirte su contenido hasta que tú lo miraras personalmente), ese que sí corresponde a la noche en Babilonia… confirma que… pues, confirma que…

—¿Qué?, ¿qué confirma?

—Rosalía y Samír follaron como descosidos.

Sebastián me observó fijamente, esperando una reacción convulsa de mi parte. Yo permanecí sereno. Después de todo aquella sólo era una confirmación de algo que yo mismo ya había imaginado… aunque me hubiese mantenido en la negación.

—Fueron a la habitación, al parecer conversaron un buen rato y después ella… pues eso… que se la chupó —continuó narrándome Sebastian, nervioso, como si intentara no hacerme daño—, luego me da que hubo una tregua y Samír salió, supongo que con Jessica, pero a las dos horas regresó y pues… pasó lo que tenía que pasar. Y pues ya está.

—Sí —murmuré, meneando la cabeza—. Pues ya está.

—Lo siento, de verdad —dijo mi amigo el hacker como si él tuviera la culpa de lo que había pasado—. A mí esto se me hizo un poco fuerte y pues, no sabía cómo poder decírtelo. Por eso preferí que tú mismo vieras el video. De hecho, la verdad que yo sí creí que el video que te mostrarían en la tarde era ese. Pero no. Al parecer la escena de Ross y Samír no les pareció que fuera tan impactante como para enseñártelo, y decidieron montar ese otro… el de Heinrich.

Suspiré y le di una palmada a mi amigo Sebastian.

—Descuida, Sebas, valoro mucho lo que has hecho por mí. Y pues ya eso no me importa. Como dice Lorna, lo pasado pisado.

Sebastian se despidió de mí con otro abrazo y luego yo volví sin aspavientos al buró de mi habitación. Me puse una cazadora negra de cuero (como las que usaba Leo) y allí guardé en una bolsa interior la pistola que Gustavo me había prestado.

A las 9:40 de la noche llegué a mansión de Heinrich, que estaba situada en una urbanización bastante exclusiva en la zona norte de Linares. Era una casa enorme, con jardín en el frente y justo a las afueras había una hilera de al menos siete vehículos oscuros y blindados, supuse que pertenecían a sus socios. Me extrañó no ver ninguno de los autos de Gustavo, por lo que supuse que o no había sido invitado (cosa que me parecía ilógica) o no se presentaría. A saber si estaba al tanto de la actuación  de Noelia respecto a su hija Lucía.

Me presenté en la gran verja de hierro, donde había tres hombres oscuros custodiando la entrada, diciéndoles quién era yo y quién me había invitado, y uno de ellos se acercó de a mí para decirme:

—Bienvenido, contador. Míster Heinrich lo estaba esperando.

Sentí una colilla muy fría flotando en mis entrañas y asentí.

Apenas iba a entrar a la mansión cuando ese mismo tipo palpó mis bolsillos y los costados de mi cazadora y me dijo:

—Veo que trae con usted una pistola, caballero. Se la recibo, por favor, que aquí no la va a necesitar.

Con el corazón desbocado fui desarmado (solo a un imbécil como yo se le habría ocurrido que entraría a la casa de un mafioso con una pistola, sin que esta fuera interceptada).

Atravesé el amplio jardín bordeado por palmas hasta llegar al vestíbulo de la mansión (donde había una mesa con bocadillos y bebidas) que era amplio y con decoraciones de muy mal gusto, por cierto. Después, fui conducido por el tipo a través de un pasillo semioscuro de la primera planta, en cuyo fondo parecía haber una puerta de donde prevenían sobras y una luz refulgente. Sintiendo los pasos del guarura detrás de mí, caminé nervioso hasta que comencé a escuchar gemidos ligeros, que más bien eran como lengüetazos, muchos lengüetazos. Y advertí berridos apenas audibles, secos, de varones… ¿dos, tres?, y más lengüetazos y sutiles jadeos… ¿femeninos?

Apenas pude resoplar cuando llegué al umbral de aquella habitación y me encontré con una escena que me dejó boquiabierto.

—Al fin llegó, el doblemente cornudo —dijo Heinrich, justo cuando todas las mujeres se volvieron hasta mí.