Por mis putas fantasías 2 (REDENCIÓN):Cap. 29

Finalmente se descubre si Rosalía ha sido infiel a Noé...

29

Favor de leer los capítulos 27 y 28, (en caso de que ya se encuentren publicados en la página), que son previos a éste capítulo. De lo contrario, les suplicaría esperar. Disculpen las molestias.

Llegar a casa con la celeridad con la que iba sin chocar contra ningún auto fue la proeza más grande que hice en mi vida. Sentía que mi pecho estaba a punto de reventar, la sangre me hervía por dentro.

Me aparqué sin medir el espacio, me bajé del auto y, de forma muy entorpecida, metí mis llaves en la cerradura del cancel y casi después en la puerta.

Entré a casa como si estuviera persiguiendo al asesino de algún ser querido y me puse a revisar en todos los cuartos de mi casa. Tenía que ser una broma, tenía que ser una puta y desafortunada broma.

Busqué en todas las habitaciones a Rosalía y a Fernandito, y lo hice como loco, muy loco y desesperado. ¿De verdad había un video de Rosalía follando con Heinrich?

¿Sería posible que Ross me hubiera engañado? ¿Rosalía se había dejado follar por ese asqueroso depravado…? ¿Me había engañado todo este tiempo?

Encontré el teléfono de mi mujer en el sofá, y eso me produjo un miedo terrible saberlo ahí estando ella ausente. ¿Dónde demonios estaba y por qué se había llevado a Fernando?

Desde mi ruptura con Lorna nunca me sentí más miserable y débil como esa tarde. Me sentía estar flotando en un espacio alternativo, donde todo parecía suceder sin calles ni colores; era un claroscuro que primaba en mis terribles emociones.

Lo siguiente que hice fue llamar a la madre de Rosalía, para preguntar por ella, pero no estaba allí.

Mi siguiente jugada fue comunicarme con Sebastian de nuevo, quien por cierto me contestó al primer timbrido. Mi voz tuvo que haberse oído quebrada y muy agitada para que mi amigo me hiciera jurar que no iba a cometer una locura. Le conté de forma atropellada mi actual situación, y le dije que tan pronto aclarara las cosas con Rosalía iba a tomar una decisión determinante.

Concluimos en que alguien me había hecho una encerrona… otra vez, sobre todo con el tema del hackeo de mi celular. Me informó que llegaría a casa en poco tiempo y que traería todo su equipo para contra-hackear mi equipo móvil y descubrir por localización GPS dónde estaba el autor del ataque.

Media hora después, tras decidir que llevaría la pistola conmigo esta noche en casa de Heinrich, me senté en el sofá, (pensando dónde estarían Rosalía y mi hijo), y Lorna se apareció, casi seguido por Sebastian. Como había dejado la puerta abierta al entrar, ella se introdujo de prisa, echándose a mis brazos y rompiendo a llorar en cuanto me vio.

—¡Creí… creí…! ¡Ay, Noé…! ¡Estaba tan asustada!

—¡Lorna… no… vete! —le supliqué, aunque en el fondo quería que se quedara.

Ella me abrazó más fuerte, sin hacerme caso, frotándome la espalda con sus manos.

—¡No, no me iré, —me advirtió—, te juro que no me iré, me quedaré contigo! Oféndeme si quieres, dime lo que quieras, pero no me iré. ¡No te dejaré solo, mi príncipe!

Cuando Sebastian se introdujo a mi casa me encontró con Lorna pegada a mí, gimoteando. Me dedicó un asentimiento con la cabeza y entendió que, en ese momento, la necesitaba a mi lado.

Mi ex mujer llevaba puesto un impermeable negro, por la tormenta veraniega que estaba cayendo sin tregua, su pelo rubio estaba atado en una cola de caballo y permanecía mojado.

—Perdóname por cómo te traté hace rato —le dije descorazonado—… es que… me estaba volviendo loco.

—No digas nada, mi cielo, todo está bien —respondió—. ¡A lo mejor al final tienes razón y yo tengo la culpa de todo! ¡Pero te juro, Noé, que esta misma noche, después de la celebración de Heinrich, recuperaré a mi hermanita y pondré punto final a todo, largándome de tu vida para siempre! —su afirmación me dejó peor que antes.

—¿Te irás con Leo?  —le pregunté, mirándola con pesar.

—Es… la única forma de protegerte, Noé.

—¿De protegerme de qué? ¿No te has enterado que fue Leo quien elaboró todo este perverso plan para que Rosalía…? ¡Él ya me había advertido… que me haría cornudo otra vez, con Ross y con todas las mujeres que…!

—¡Leo no ha sido, Noé! —refutó la rubia—. ¡Yo lo sé… él no ha sido… menos ahora que sabe lo de Catalina!

—¿Lo de Catalina?

—¡No me preguntes de qué medios me valí para averiguarlo, pero Leo ya está enterado de que Catalina abortó a su bebé un mes antes de que… pues tú… ya sabes!

Resoplé impactado y escuché lo que Lorna me tenía qué decir:

—¡Yo misma llevé hace dos días a Leo al Hospital General de Linares, donde se encuentra el expediente real de Catalina! Ella se presentó allí un ocho de enero, un mes antes de cuando ella afirmó que tú la habías llevado a una clínica clandestina, donde presuntamente abortó. La realidad de las cosas es que el feto no se logró, según se puede leer en la partida médica. Fue un aborto involuntario. Y claro, ella se calló por miedo a que Leo la abandonara, sin saber que él la habría comprendido y habrían vivido juntos el duelo. Leo la amaba con intensidad. Pero mira cómo fue que la muy maldita justificó su aborto… haciendo creer a Leo que tú… pues ya sabes… encontrando el momento ideal.

En ese instante me tumbé en el sofá y me eché a llorar con amargura… ardiéndome las entrañas.

—¡¿Tú sabes… Lorna… tú… tienes idea… de todo… lo que padecí… creyendo que por mi culpa ese niño…?! ¿Tú sabes todo lo que esa maldita mentirosa de mierda provocó… diciéndole a Leo que yo…? ¡Me siento… fatal… terrible!

Lorna se sentó junto a mí, y yo me puse de rodillas y situé mi cabeza en sus piernas. Cuando ella me acarició la cabeza con dulzura me sentí regocijado. Esa era nuestra forma de remediar el dolor. Mi cabeza sobre sus piernas y ella acariciándome.

Apenas podía escuchar que Sebastian continuaba vinculando mi celular y su portátil, en silencio, dándome la privacidad con mi ex esposa pese a estar escuchando todo. Sebastian era un buen amigo. No entendí cómo pude haber minimizado mi cariño y amistad hacia él mientras se la entregaba a otros que sólo me vieron la cara.

—¿Y Leo…? —dije al cabo de unos minutos de resuellos—. ¿Qué… ha dicho Leo sobre esto? ¿Cómo ha reaccionado?

—No sé —dijo ella quebrándosele la voz—. Salió como loco esa tarde de la clínica y no lo he vuelto a ver. No me responde las llamadas y…

—¿Estás preocupada? —quise saber, por cómo había respondido a mi pregunta.

—Pues sí —dijo con vergüenza y pesar, sabiendo que eso me lastimaba.

—Al final… te enamoraste de él, ¿verdad?

Allí de rodillas, miré sus ojos azules, aguados, que me miraban con pena.

—Me siento… no sé cómo decirte, Noé —me explicó abatida—. Me ha dicho Sebastian… que saben algo sobre las razones que me hicieron volver a Linares, así que ya sabes que la principal causa fue encontrar a mi hermana, a quien sólo he podido ver cuatro veces en dos meses, siempre bajo códigos de seguridad de Heinrich, quien me está manipulando para convertirme en alguien de su propiedad (incluso a espaldas de Leo, a quien hace creer que es su amigo). Pero también vine por ti: cuando me enteré que Leo saldría de la cárcel tuve miedo por las consecuencias que su liberación pudieran traerte; así que, para aminorar cualquier rabia que tuviera por ti… empleé como recurso la mentira de Aleska.

”Se creyó la historia que le conté respecto a ella. Le hice creer que por el momento la niña no podía estar en México con nosotros por asuntos legales y de visado.

”No obstante, también quería destruirlo de forma lenta y dolorosa, sin que él se enterara de forma directa. ¡Mi intensión era que me amara aún más de lo que decía amarme, aun si entre mis… condiciones estaba la de no acostarnos otra vez hasta que yo estuviera completamente segura de que él también me amaba lo suficiente como para no atentar contra ti ni contra tu hijo! ¡Quería volverlo loco de celos…! ¡Soy perversa, lo sé, soy cruel y perversa! ¿Sabes cuál era mi intención? ¡Hacer… que él mismo se hiciera pedazos… hasta que no quedara nada!

Finalmente me senté, junto a ella, y la miré de soslayo, serio.

—No fue eso lo que te pregunté, Lorna… sino… si lo amas. Te lo he preguntado diversas veces, mas tú sólo me has respondido con evasivas. No obstante, esas evasivas me responden con claridad a mi pregunta. Querías vengarte de él y al final… te enamoraste.

—¡No, no! —se apresuró a responder, tomándome de las mejillas—. ¡Es sólo que me causa lástima… me causa compasión! Leonardo es un despojo humano que ha sufrido de forma permanente desde que Catalina abortó a su hijo: desde entonces se volvió un ser inhumano, lleno de rabia y rencor: pero, entonces, aparecí otra vez en su vida yo… y su supuesta hija… y es como si, al menos un poco, se hubiera contenido e iluminado de luz.

—Sólo dime si lo amas, Lorna… quiero saberlo.

—Ya te dije que me causa compasión… y… tengo un poco de afecto por él. Pero no. No lo amo. ¿No lo entiendes? El vacío que me dejó nuestro divorcio me ha imposibilitado abrir mi corazón a nadie. Lo tienes tú… para siempre. El caso es que Leo ha enloquecido, y por eso me preocupa que esté desaparecido. Ay, Noé… me estoy volviendo loca. ¡Perdóname otra vez, mi príncipe, por todo el daño que te he hecho! ¡Te juro que si pudiera dar mi vida para que tú fueras feliz… te juro que lo haría!

—No lo vuelvas a repetir, Lorna. Yo no quiero que des mi vida por mí. Si a ti te pasara algo malo… yo me volvería loco de la tristeza. Por eso, a estas alturas de la vida, sólo quiero que encuentres a tu hermana y te vayas lejos de aquí. Pero sin Leo…

Fue Sebastian el que interrumpió nuestra conversación, cuando me dijo:

—Fernando, ven, por favor.

Lorna y yo nos separamos y fuimos hasta mi amigo, ya más serenados, y nos sentamos en la alfombra, ella junto a mí. En silencio esperamos a que Sebastian instalara su equipo justo en la mesita del centro de la sala de estar mientras yo ocultaba mi rostro sobre las manos. De pronto el ordenador hizo unos pitidos y me volví  hasta la pantalla, donde apareció una leyenda que decía:

Nombre del evento: Aniversario de Noecito y su Putita.

Contraseña: mujer-infiel-agujereada-por-un-negro

Nombre de usuario destinado para este enlace: Cornudo de Linares.

Administrador del evento : tronador de coños

Entrar al evento

Leer aquellas inscripciones me sepultó el poco valor que me quedaba en lo más hondo de mis entrañas y me privó del aire. Oí que Sebastian resoplaba y le lanzaba una mirada de estupefacción a Lorna, que continuaba sentada en el sofá.

¡Esto no podía estarme pasando, esto no podía estarme pasando! ¡Al final Leo lo estaba consiguiendo y me estaba volviendo loco!

Mi ex rubia, que se había quitado el impermeable (vestía una blusa blanca pegada a su cuerpo y unos vaqueros casuales) puso sus manos otra vez en mis mejillas, me obligó a mirarla a los ojos y me suplicó:

—Por favor, Noé, no veas esto. Creo que con ese título es suficiente para… saber lo que verás. Por favor, hazme caso, y no lo veas, te hará daño.

Tragué saliva, suspiré hondo y le dije:

—Quiero mirarlo… por mil razones… pero… sobre todo me interesa poder descubrir algo que me está llenando de dudas.

—¿Qué es lo que quieres descubrir, Noé?

—Algo… —musité—…. sólo déjenme… comprobarlo.

—¿Comprobar qué? —intervino Sebastian—. Ya deja de autolastimarte, Noé, que no obtienes ningún beneficio más que despedazarte poco a poco. Esto es humillante, ¡Leo es un cabrón que…!

—¡Leo no ha sido el responsable de esto! —lo defendió Lorna, haciéndome molestar.

—¡Allí pone tronador de coños! —le señalé donde ponía «administrador del evento.»

—Pues no, estoy segura que todo lo ha hecho Heinrich.

—¡Lorna, carajo! ¡Me lastima y me ofende que lo defiendas… después de todo lo que ha hecho contra mí!

—¡Lo importante, Noé, es que no veas esto… te hará daño!

—¡Si no me mató verte a ti ensartada en la polla de ese pendejo, que te amaba con toda el alma… dudo mucho que ver a Rosalía con Heinrich lo vaya hacer!

Solté las palabras de forma tan cruda, que no me detuve a pensar que lastimaría a Lorna de forma cruel. La vi esconderme su rostro y ya no habló.

—Lo siento —dije en un soplido.

Ella asintió, cabizbaja, justo al tiempo en que respiré hondo y, con todo mi cuerpo temblando de hito a hito, le di a

“Entrar al evento”

Cuando me pidió la contraseña del evento, con mis dedos temblando puse, sintiéndome denigrado; mujer-infiel-agujereada-por-un-negro , y automáticamente la pantalla se puso blanca. En la parte superior derecha de la imagen aparecía en letras rojas muy pequeñas el título de “Aniversario de Noecito y su Putita”, y en la parte inferior, con las letras más pequeñas decía;

Usuario: “Cornudo de Linares”

Conectando…

Conectando…

Espere por favor…

Conectando…

Hurgué en mi saco y encontré mis cascos inalámbricos, los cuales me puse en las orejas para escuchar perfectamente.

Conectando…

Conectando…

Espere por favor…

Conectando…

Temblando como estaba, aunado a la desesperación que yacía consumiéndome por dentro, la espera se me hizo eterna.

De repente Sebastian se levantó del sofá y obligó a Lorna hacer lo mismo de la alfombra, diciéndome:

—Por respeto a ti, Noé… ni Lorna ni yo vamos a mirar contigo esas imágenes vomitivas. Nosotros sí tenemos la cordura que a ti te falta. Aún así, iremos a la otra sala, y si nos necesitas, pues nos hablas.

Lorna me miró con tristeza, como si se compadeciera de mí.

—Si quieres me quedo contigo —me dijo, acariciando de nuevo mis mejillas.

—No. No. Me dará menos vergüenza si lo veo solo —me sinceré.

Ella y mi amigo asintieron con la cabeza y se marcharon a la segunda sala.

Yo volví mi rostro a la pantalla del ordenador y… entonces… de pronto, apareció un escenario semi oscuro, tétrico, una habitación semejante a donde yo había estado con Paula aquella noche, con una atmósfera fetichista.

La cámara mostraba un primer plano de uno de los laterales de la cama con dosel, de frente. La escena en sí se veía semioscura, con los destellos rojizos de las luces led que caracterizaban esas habitaciones. Por la distancia, apenas se podían apreciar a dos personas sobre el colchón.

Los pelos enmarañados de Rosalía le cubrían la cara, pero su delgado cuerpo, los pechos aplastados contra una almohada, a cuatro patas, con el culo en pompa como lo había puesto conmigo la noche anterior mientras tenía el plug anal, confirmaban que esa mujer era Rosalía.

Heinrich (con los brazos gruesos, espalda ancha y cabeza rapada) le estaba comiendo el coño a mi mujer, según pude apreciar su monumental figura negra postrada detrás de ella, con sus grandes manos separando sus nalgas y su boca enterrada entre su chocho.

Rosalía, a quien podía ver de lado, tenía pegada su cabeza  contra el colchón, con sus mechones rizados y enmarañados cubriéndole su rostro, sus manos empuñando las sábanas y pudiéndose escuchar una serie de sollozos de gozo que se sepultaban en la cama.

El audio del video era intermitente, pero se podían escuchar los chasquidos de la lengua del afroamericano mientras chupeteaba sobre los pliegues mojados de Ross, al tiempo que ella removía el culo de un lado a otro como si quisiese que la lengua de aquél cabrón le pudiera acariciar rincones inexplorados.

Después, Heinrich se incorporó, miró a la cámara con una gran sonrisa de satisfacción y en seguida me enseñó una tremenda anaconda negra que sacudió sobre la entrada de la conchita de mi mujer, quien reaccionó estremeciéndose:

—¡Ya sabrás ahora sí lo que es una verga de verdad, putita, y no la mierdita que tiene tu cabrón! Te voy a agujerar tanto, preciosidad, que cuando el pitocorto de tu Noecito te la meta sentirá que ha introducido su pollita a un bebedero de patos.

Y dicho esto, comenzó a encajársela lentamente, y mis ojos con terror atestiguaron cómo aquella verga negra, de dimensiones horríficas, venosa e hiniesta, iba desapareciendo lentamente (entre los gritos y convulsiones de Rosalía, que parecía estar chillando de dolor y placer) hasta que los huevos del afroamericano llegaron a tope.

Heinrich volvió a ver a la cámara y me dedicó una sonrisa bastante cruel, al tiempo que levantaba el dedo medio como diciéndome «métetelo donde te quepa, cornudo.»

Las manos me temblaban cuando me las llevé a las mejillas, preguntándome qué putas le había hecho yo a ese tipo vomitivo y ruin para que me tratara con semejante saña. Ah, no sí. Lo hacía porque, de alguna manera, incautaron las inversiones que había hecho con Leo (mi culpa), cuando éste último estuvo en prisión; y porque yo había sido el marido de Lorna, la extraordinaria mujer de la que se había obsesionado en el pasado, al grado de secuestrarle a la hermana con tal de hacerla volver a Linares para reencontrarse con Leo. Y claro. También lo hacía porque era un rastrero, que sentía placer humillando a quienes no fueran «machitos» como él.

¿Rosalía estaba drogada?, ¿le habían dado a injerir alguna droga de estimulación sexual? Era la única razón para que estuviera actuando así. ¡Es que… ese comportamiento me parecía inaudito! ¡Irracional! ¡Imposible!

Era como si fuese una puta profesional.

No obstante, no nada menos el día anterior, ya se había metido un plug de zorra en el ano sin rastros de vergüenza.

Con un nudo en la garganta, vi cómo el negro sacaba despaciosamente su tranca y luego nuevamente le rellenaba el coño hasta la base. Repitió las secuencias con maestría tantas veces fueron necesarias para que la vulva de mi mujer se amoldara impecablemente al rabonón que la penetraba. Los gemidos de Rosalía eran más bien chillidos, jadeos, gruñidos. Vi sus brazos tensados alargarse, su espalda arqueada temblorosa curvarse más… y sus piernas vibrantes sacudirse como si tuviera hormigas en la piel.

Heinrich la agarró de las caderas y comenzó a acelerar su mete y saca, mete y saca, en tanto los chillidos de aquella mujer se volvían casi animalados.

Allí ocurrió la primera nalgada en su culo, tras un grito de Rosalía que la sacudió por completo. Luego otra nalgada, y otro alarido de mi “fiel” mujer. Y después de eso, las perforadas de coño se volvieron brutales.

—Fuck, Fuck, Fuck —gruñó Heinrich, taladrando a su hembra con bestial celeridad.

Una orquesta de gritos sacudían la bocina del ordenador. Luego, la imagen fue cortada y cambió de secuencia. Rosalía estaba de espaldas a la cámara, con sus cabellos cubriéndole la espalda. Heinrich sentado en el borde de la cama, con las piernas separadas y sus pies aplastando la alfombra.

La escena era brutal: Rosalía rebotando bestialmente sobre la verga del negro que, en esa secuencia, se veía enorme cada vez que el coño empapado de mi mujer ascendía hasta la punta del glande para luego volvérsela a comer. Cada vez que el rabo tocaba sus entrañas, ella bramaba con estridentes sonidos. Apenas podía reconocer la voz de la madre de mi hijo: incluso por un momento hasta dudé que fuera ella. Rosalía jamás había movido el culo con la maestría con que lo hacía esa mujer que salía en el video porno, y, en sus cinco sentidos, estuve seguro que tampoco se habría dejado nalguear con la fuerza con que Heinrich la estaba cacheteando el culo.

Pero, aunque no le viera el rostro, era su pelo, las dimensiones de su cuerpo y sus caderas. Era ella. No importaba que su piel pareciera más clara de lo que era (las condiciones visuales del entorno no favorecían a una iluminación natural) era ella, ¡era mi mujer! ¡Por Dios!

Ya no sabía qué hacer con mi corazón, que palpitaba como loco. Me había cansando de morderme los labios de desesperación, ya hasta me habían sangrado.

Heinrich la siguió follando con tal fuerza que sólo los golpes de sus huevos de toro pegando sobre los muslos de mi mujer se oían, aunque sepultados por los berridos de aquella hembra en celo que jamás había sentido una tranca de semejantes magnitudes.

Y Rosalía lo montaba con furia, como una puta experta. Cada vez que Heinrich miraba a la cámara, con una sonrisa demoniaca, me carcomía el pecho.

—¡No, puta! —gruñó Heinrich, levantándose y tumbando a Rosalía boca arriba (aunque el cuerpo del afroamericano me impedía mirar ahora incluso sus senos)—. Las pirujas como tú no besan a sus machos, eso déjalo para tu cornudo, que seguro le encantará el sabor de mis espermas. Ahora levanta esas patas y pónmelas en los hombros, que aún no he terminado de demolerte el chocho.

Apenas pude darme cuenta que Heinrich no estaba usando forro salté sobre la alfombra y vi cómo éste se la volvía a meter, poniéndola en el filo del colchón en tanto él apoyaba sus rodillas de los extremos.

—¡Te rellenaré el coño con litros de mi leche, putita! —rugió el negro—, ¡te escupiré mis espermas tan fuerte que te saldrán por la boca! —se carcajeó—. ¡Lo mismo le das un hermanito a tu bastardito pero ahora de color obsidiana!

Me parecía inaudito que aquella hija de puta fuera Rosalía, ¡no me lo creía! ¡No podía ser verdad!

Heinrich agujeró con saña su vulva, y esta emitía chillidos histéricos como si una barra de hierro al rojo vivo estuviese quemando sus entrañas. El culo respigón de Heinrich quedó a mi vista, sus huevos rebotando contra los muslos de mi mujer mientras los pies de ésta apuntaban al cielo, (temblando sobre los hombros de Heinrich como si fueran de goma) me estremecieron todo el cuerpo.

Di un grito en el aire, con mis ojos enceguecidos por mis lágrimas de rabia, me arranqué los audífonos de las orejas y casi de inmediato escuché que una camioneta aparcaba a las afueras de mi casa, delante del auto de Lorna y del de Sebastian. Me asomé, con torpeza, por la ventana y me di cuenta que allí estaban Noelia y Rosalía. La rabia me volvió a rellenar de sangre hirviente las venas y gruñí otra vez, provocando que Lorna y Sebastian volvieran a la sala de prisa. Me preguntaron lo que pasaba pero yo no respondí.

El video de la brutal follada todavía no había concluido, de todos modos me desplacé hacia el televisor, lo encendí y, a través bluetooth, enlacé el video a la megapantalla del televisor.

Lorna se llevó las manos a la cara cuando observó la imagen, (aunque estuve seguro que ella ya la había visto antes) Sebastian, en su lugar, se giró hacia otro lado, incomodísimo (aún si también ya la había visto en su oficina). Y yo me puse al costado de la pantalla, como un florero que está de adorno junto a ella, esperando la triunfal llegada de mi nueva zorra y su zorra madre.

Por eso, cuando la puerta se abrió, con un grito estremecedor le dije a Rosalía:

—¡Qué extraordinaria te ves de puta, dejándote perforar por ese cabrón de mierda! —Fernandito estaba despierto, en brazos de su madre, y Noelia apenas pudo suspirar cuando clavó los ojos en la imagen de Heinrich perforando a mi mujer—. ¡Pero tu mejor papel sin duda fue el de mujer fiel, Rosalía! ¡El de la madre ejemplar y novia abnegada y recta!¡Es-pec-tá-cu-lar! Y tú, Noelia, supongo que ya estás satisfecha con el resultado de tu creación, ¿no?, ¡al final has conseguido que mi amada Rosalía sea tan guarra como tú! ¡Pues aplausos para las dos, par de zorras!

Las recién llegadas se acercaron a la pantalla y se miraron entre sí. Noelia continuó observando el video mientras Rosalía se acercaba a la cuna que teníamos en la sala y colocaba al niño dentro, para después, furiosa volverse frente a mí, mirando con odio a Lorna de soslayo, sólo para decirme:

—¡Si me conocieras sólo un poco, Noé, te habrías dado cuenta que esa mujer que sale en el video no soy yo! No obstante —carraspeó con los ojos llorosos, sacando unas bragas negras de su bolso—, ¡esta tanga que encontré esta mañana en el saco que dejaste hace una semana en el cesto de la ropa sí que es de esta maldita ramera que has tenido el valor de meter a mi casa!

Lorna extendió los ojos con horror al mirar la tanga negra que Rosalía pendía a la altura de sus ojos, en tanto yo me sorprendía de lo increíblemente cínica que estaba siendo esa mujer a la que ahora mismo estaba desconociendo.

—¡Pero tienes el valor de negarlo, Rosalía! ¡Ahí está el video, estás bramando como una perra!

Allí recibí la primera bofetada, en tanto Sebastian sostenía de los hombros a Lorna para evitar que fuera en contra de la madre de mi hijo.

—¡Ni siquiera se le ve la cara a esa furcia del video, cabrón! —razonó Rosalía con seguridad, mirándome con rabia—. ¡Mírala bien… será una peluca ese pelo o yo qué sé! ¡Es evidente que buscaron una doble para hacerse pasar por mí! ¡Pero eso qué me importa, Noé! ¡Con lo que me has hecho no sabes lo que habría dado por ser yo esa puta del video!

—¡Déjate de hacerte la buenita, Rosalía! —le gritó Lorna—. ¡Quítate es cara de mosca muerta y enseña tu verdadera cara, maldita traidora!

—¡Tú te largas de mi casa, rata prostituta destruye hogares, que seguro tú eres la responsable de haberle comido la cabeza a tu Bichito! ¡Así que te largas o te saco yo misma de los pelos!

—¡La que te va a dar una arrastrada por toda la casa voy a ser yo si no te sinceras con Noé! —respondió Lorna, que se le habían puesto coloradas las mejillas.

—¡Zorra, eres una inmunda zorra! —explotó Rosalía, volvió acercarse a mí y me tiró la tanga en la cara—. ¡Ahí la tienes, cabrón degenerado! ¡Ahí la tienes, anda, mastúrbate con ella y vuélvele a comer el chocho!

Iba a responderle cuando Noelia, la mujer de Gustavo, dio un sollozo.

—¡Es Lucía…! —gritó alterada, estremeciéndose de arriba abajo—. ¡Rosalía, ella es mi hija, es mi hija, es Lucía… yo tenía razón, joder! ¡La tiene ese hijo de puta!

Dicho esto, Noelia salió corriendo de casa, llorando de forma convulsa, en tanto Rosalía volvía a mirar al video y se llevaba las manos a la cara, diciendo:

—¡Dios mío!

—¿Qué… qué es todo esto Rosalía? —quise saber, con la cabeza echa pelotas—. ¿Ahora qué chingados estás tramando para salir airosa de esto?, ¿entre Noelia y tú idearon un plan «B» para cuando yo descubriera lo guarra que eres? ¡Dime qué es todo esto!

—¿Sabes lo que es? —pegó un grito estremecedor—. ¡Que te han visto la cara, Noé, como el pusilánime e imbécil que eres! ¡Tú no sabes nada de mí! ¡Eres egoísta, eres un pobre infeliz! ¡Pero yo te la haré efectiva, Bichito, antes de mandarte al carajo, te pondré los cuernos como ni siquiera esta hija de puta que tienes por amante fue capaz de hacerlo en su momento! Y tú… —se volvió mi todavía mujer a la rubia—, ¡te largas a ahora mismo de mi casa, sinvergüenza!

Lorna se soltó de Sebastian y se plantó frente a Rosalía, altiva, con las cejas enarcadas, diciéndole:

—¡Me largo, Rosalía, claro que me largo, pero primero quiero que le digas a Noé toda la verdad de una vez por todas! A lo mejor no eres la mujer de ese video que sale teniendo sexo con Heinrich, como tú dices: pero ahora mismo me vas a explicar en delante de Noé, qué carajos hacías el lunes por la tarde en casa de Samír mamándole la polla (que es lo único que pude ver cuando fui a buscar a Leo) y, ya de paso, ¿por qué putas, aprovechándote de mi vulnerabilidad, firmaste hace cuatro años un documento para que hicieran una ligadura tubárica, procedimiento que me ha dejado estéril para siempre?

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Buen día. He determinado subir en esta entrega un solo capítulo, ante la incertidumbre de no saber si las actualizaciones de TR se llevarán a cabo con normalidad, evitando así que los capítulos se desfasen.