Por mis putas fantasías 2 (REDENCIÓN):Cap. 25 y 26

Un reencuentro inesperado entre Noé y Leo, cuentas pendientes por saldar. Una amenaza tajante. Y varios descubrimientos respecto al pasado de Lorna. Las cartas parecen estar echadas.

25

Cuando hay cuentas pendientes por saldar, es inevitable que vivas tu vida en armonía y en paz. Los pecados siempre te cobran su factura, tarde o temprano, y la mía, luego de un tiempo de felicidad ininterrumpida, la tenía que pagar de alguna manera, a cualquier precio.

Si el asunto de Heinrich y Lorna ya me había horrorizado, tocado el alma, roto la cabeza y sembrado preocupación en mi consciencia, saber que Leonardo Carvajal estaba en mi hogar me terminó de despojar de toda clase de templanza, osadía y sensatez.

¿Hacía cuánto que ese hijo de puta estaba en mi casa?, ¿qué les estaba haciendo a Rosalía y a mi hijo?, ¿por eso ella me había estado llamando y llamando desde hacía horas atrás?

¡Dios mío!

Creí que nuestro encuentro personal con Leo se demoraría aún más. Que pasarían semanas, meses, incluso años antes de que ese bastardo se volviera a aparecer en mi camino, después de todo, por lo que Paula me había dicho, hacía semanas que había salido de la cárcel y no se había presentado en nuestras vidas, salvo por el evento de Babilonia, donde apenas si me había mirado y dirigido la palabra (solo para burlarse de mí).

Nunca conduje de forma tan veloz e irreflexiva como esa madrugada.

Mi primer impulso cuando llegué a mi casa y vi a Leo  sentado en la sala de estar, con mi hijo en sus brazos, fue lanzarme sobre sí, lo cual habría hecho de no ser por el aparatoso hormigueo que por poco me imposibilita la respiración y me hace colapsar en el suelo.

Rosalía estaba sentada en un sofá, frente a él, a su costado, aparentemente concluyendo alguna clase de conversación. ¿Qué significaba todo esto?, ¿por qué ese rastrero estaba allí… con mi hijo en su regazo?

Entendí que a la vida y a la muerte solo la separa una línea. Y de una condición a otra solo basta un segundo. Rosalía tenía los ojos hinchados, ¿habría estado llorando?, ¿qué le había hecho ese malnacido a mi mujer?

—Buenas noches, amigo —me dijo Leo con una sonrisa muy animada. Su voz gutural, como la había descrito Lorna en su relato, su mirada punzante, su gesto burlón. Mi corazón temblaba, allí, en la puerta—. Le decía a tu novia lo hermoso que es tu hijo.

Rosalía permanecía seria, sin mirarme, con las manos en las piernas, sus rizos sueltos, acariciando sus mejillas. Sus ojos chocolates mirando a mi hijo. Y el tronador de coños seguía allí, con mi Fernandito en brazos, “encantador”…

Bastaría que yo hiciera un movimiento en falso, algo que lo alarmara o lo hiciera enfadar, para que Leo le rompiera el cuello a mi hijo. ¿Qué me iba a obligar hacer?, ¿qué quería de mí o para qué había ido a mi casa? ¿Dónde putas estaban los hombres que había mandado Gustavo para vigilar nuestra casa?

Sabía que un tipo como él, resentido con la vida, sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de vengarse de mí, diente por diente, mujer por mujer… hijo por hijo. Leo me responsabilizaba de sus dos hijos no natos, y por cada padecimiento que había sufrido en prisión. Yo estaba pendiendo en sus manos. Después de mucho sopesarlo, concluí que matarme sería un castigo bastante mediocre para que él quedara satisfecho. Allí tenía lo que de verdad me causaría dolor, Rosalía y mi angelito, éste último en su poder. Las dos personas más importantes de mi vida.

Estaba dispuesto hacer cualquier cosa. Darle todo mi dinero, arrastrarme ante él, someterme a cualquier clase de vejación. Podría incluso follarse a Rosalía en mi delante. Y ella se dejaría hacerlo por mi hijo. Ambos haríamos cualquier cosa, por más humillante que fuera, con tal de salvar la integridad de Fernandito.

Tuve los peores escenarios en mi cabeza, y cada posibilidad me parecía peor que la otra.

Entonces Leo levantó al bebé por los aires y casi estuve a punto de gritar; casi estuve a punto de lanzarme contra él y arrancárselo de sus manos. Tuve que pensar en frío para detenerme. Cualquier cosa que hiciera podía llevar a la mierda todo. Lo podría lanzar contra cualquier muro, tirarlo al suelo, aplastarlo con sus pies. Imaginar lo que ese pendejo hijo de perra pudiera hacer contra mi hijo me desarmaba y me escalofriaba, claudicando mi valor.

—Mira que es sonriente este pequeño —dijo Leo de forma amistosa—. Me alegra que se le haya quitado la fiebre.

¿Que se le hubiera quitado la fiebre a quién?, ¿a mi bebé?, ¿a Rosalía?

—¿Me puedes dar a mi hijo, Leo? —le suplicó Rosalía en un instante de valentía—… creo… que tiene hambre.

El bebé, que no medía la frivolidad de las personas, era de esa clase de niños que aceptan todos los brazos. A todo el mundo sonreía y con Leo no fue la excepción. Me pregunté por qué Fernandito apenas tenía un pañal puesto, sin más ropita que cubriera su piel, ¿de verdad había tenido fiebre?, de ser así, ¿qué pintaba Leo en todo esto?, ¿ahora ejercía de médico?

El invasor tenía a mi hijo a la altura de sus ojos, y cuando el bebé le tomó las mejillas, los ojos de Leo brillaron.

—Pero mira que machito más educado y sonriente es, ¿has visto, Noé? Se le hacen tus hoyuelos cuando sonríe.

Cada segundo que él lo tenía consigo me consumía.

—¿Se llama Fernandito? —preguntó a Rosalía—. Tanto tiempo y ni siquiera te lo pregunté.

—Sí —contestó Rosalía, poniéndose de pie—, ya te lo había dicho.

—Eres un bebé muy abrazable, Fernandito, ¿lo sabes? —le habló Leo a mi pequeño.

¿En qué momento diría las palabras de amenaza?, ¿en qué instante me echaría en cara el aborto de su hijo por orden mía?, ¿en qué momento me diría que mataría a mi hijo como saldo por los suyos?

—Leo… dame a mi hijo, tiene hambre —insistió Rosalía.

—Ah, sí, sí —reaccionó el aludido—, aliméntalo, que debe de crecer y ponerse tan fuerte como el tío Leo.

¡Cabrón descarado!

Cuando Rosalía recibió el bebé en sus brazos, solté todo el aire que había acumulado en mis pulmones, y mi pecho dejó de temblequear tan fuerte.

—¿Por qué no le das de comer aquí, Rosalía? —le sugirió Leo en un tono que no pude interpretar—, no te dará vergüenza que yo te vea las tetas, ¿o sí?

Rosalía me observó, como buscando mi aprobación.

—No te opondrás a que lo haga, ¿verdad, Noecito? Que le de comer a tu hijo allí, frente a mí, que no pasa nada.

Rosalía volvió a mirarme, pero no encontró respuesta de mi parte, pues seguía petrificado por el horror. Recordé la pistola que me había dado Gustavo, la que estaba debajo del buró de nuestra habitación. ¿Qué posibilidades había de ir por ella y matarlo sin que este se diera cuenta y me interceptara en el camino?

Para mi gran sorpresa, Rosalía se sentó en el sofá, cogió una sábana del niño que estaba en el asiento contiguo y se lo echó encima cuando se bajó la blusa negra holgada que llevaba puesta.

—No, no te cubras, mujer —le pidió Leo casi como una orden—, que el bebé podría asfixiarse, además el médico te dijo que no lo cubrieras.

«Asfixiarse» «¿Mi bebé puede asfixiarse?» «¿El médico qué?»

Fue el colmo que Rosalía me mirara de nuevo, sin decirme nada, y se quitara la sábana de encima, quedando con su teta derecha de fuera, en tanto la otra permanecía oculta por un sostén del mismo color de la blusa.

La imagen de su duro pezón oscuro, (ensanchado por la leche que almacenaba), siendo mamado por la diminuta boca de mi bebé fue brutal. Leo mirándola con una sonrisa cínica, al tiempo que le decía:

—¿Ves, bonita? No tenías por qué avergonzarte, estamos en confianza. Tienes unos pezones muy bonitos, ¿a que sí, Noé?

Fue en ese preciso momento en que, sintiéndome terriblemente humillado, reaccioné, diciéndole a Rosalía:

—Ve y dale de comer al niño en el dormitorio, Ross, yo atenderé a Leo, que seguro ya se tiene que ir.

Leo intentó intervenir, diciendo:

—No pasa nada, Noecito, ¿verdad que no te sientas incómoda por mi presencia, Rosalía?

—¡Rosalía, te vas! —grité con rabia.

Mi mujer se levantó de inmediato, se volvió a poner la sábana encima y, para mi horrífica sorpresa, le dijo a Leo:

—Nunca pensé que te lo diría, Leonardo, pero gracias por todo, en verdad.

—No hay nada que agradecer, bonita —le contestó él en un despliegue inaudito de caballerosidad, sin apartar sus ojos verdes de mí—, para eso estamos los amigos.

¿Qué putas estaba pasando en mi casa?, ¿de qué carajos le estaba agradeciendo Ross a Leo?

No pude ni preguntar. Me sentía en una conversación en la que era ajeno… donde estaba relegado.

Esta vez, Rosalía sin mirarme, con un deje de resentimiento hacia mí, se dirigió de prisa a nuestro dormitorio. Apelando a su sentido común, confié en que se encerraría con seguro, y que, ante cualquier disturbio que escuchara, llamaría a la policía.

Cuando estuve a solas con mi antiguo amigo, lejos de mi hijo y mi mujer, recuperé el aliento y la valentía.

—¿A qué has venido a mi casa? —le pregunté sin filtros, en tanto él persistía sentado a sus anchas en mi sofá.

—A verte, claro —contestó con su misma sonrisita hipócrita de siempre, calvando su pierna sobre la otra—. A decir verdad, eché de menos tus visitas en prisión, Noé, suponiendo que tú me encerraste. Pero entiendo que siendo tan feliz con tu nueva mujer y tu precioso bebé, te olvidaras de los viejos amigos.

—No hace falta tanta cortesía, Leonardo, ni mucho menos tus absurdas hipocresías. Dime lo que sea que quieras de mí, y vete.

—No pretendía molestar con mi visita, Noecito —volvió a emplear el mismo tono falso de voz amistosa que tanto me estaba castrando las bolas.

—¡Pues ya viniste, ya molestaste, ya te estoy tolerando, ahora dime qué carajos quieres!

Leo sonrió, insufrible, y se acomodó su camisa sobre su atlético cuerpo.

—¿Es así como tratas a tu mejor amigo? —me preguntó con ironía—, ¿o ya lo me consideras así?

Su desfachatez estaba carcomiendo mi paciencia.

—Un mejor amigo no se acuesta con la mujer de su otro mejor amigo—le recordé, diciéndoselo en voz baja para que no me oyera Rosalía.

Leo frunció el seño, y me contraatacó:

—Un mejor amigo tampoco te echa a la cárcel, y te imputa crímenes que no cometiste. Tampoco hace que el amor de su vida aborte y…

—Lo que hizo Catalina con tu hijo no fue mi culpa, ¡yo no la obligué como te hizo creer! —me defendí por enésima vez—… y lo de Lorna…—No quise perjudicarla—. Pasa página, Leo, que el pasado ya es un tema caduco —le recriminé.

Leo volvió a sonreír.

—No hace falta que grites, niñita —comentó sereno.

—¿Cómo has sabido dónde vivo y por qué has entrado a mi casa? —quise terminar de tajo—. Tú y yo no tenemos nada de qué hablar.

—Claro que tenemos un tema del cual hablar, y este temita se llama “Lorna” —increpó, enarcando una ceja.

Lorna y Heinrich.

¡Lorna y Heinrich!

¡¡Lorna y Heinrich!!

¿Leo sabía sobre es…? No, no, por lo que el afroamericano había dicho a Lorna, era evidente que este imbécil era ajeno a los planes del que creía su amigo.

—¿Estás celoso porque me encontré con ella, Leoncito? —me atreví a decírselo en tono de burla, acercándome a él—, ¿temes que tu Lornita y yo acordemos temas laborales donde yo la pueda contratar para que me haga un par de esculturas de resina para mi despacho y me la termine follando como hiciste tú? Yo no me fiaría de una mujer que ya ha sido infiel en el pasado. Por cierto, de quien deberías cuidarla es de Heinrich, que no dejó de follársela con los ojos en Babilonia.

En ese momento Leo cerró la boca, se puso de pie y se acercó a  mí, dando largas zancadas. Ese tipo era enorme, y con un poder en su cuerpo que estuve seguro que me aplastaría con un dedo si se lo propusiera. Desde luego, no iba poner en riesgo a Lorna por hablar de más. Ella estaba asustada. Me había hecho prometer que no diría nada. Evidentemente Heinrich la tenía amenazada, y cualquier cosa que yo pudiera decir a Leo la pondría en peligro si este baboso no sabía cómo reaccionar. Y no, tampoco lo quería de aliado. Leo y yo no pintábamos más en esta vida. Ni como amigos ni como aliados. Además yo no sabía la clase de relación que él tenía con Lorna: lo que era cierto es que no vivían juntos. Y no habían tenido sexo, por lo que escuché, al menos recientemente.

No iba a cagarla, yo no sabía qué era lo que vinculaba a Lorna con Heinrich, y tampoco el papel que jugaba Leo en todo esto. Lo que sí era verdad, es que éste último estaba fuera de los planes que estaba maquinando el mafioso.

—No te hagas pendejo, Noé, que aquí el único papel que sí te queda bien es el de cornudo —me contestó con frialdad. Sus ojos llameaban mientras me miraba—, pero ya que quieres saber a qué vine a tu casita, pues te lo digo: quiero que sepas que mientras yo viva, tú nunca podrás vivir tranquilo. Poco a poco iré destruyendo tu hombría, tu orgullo y tu dignidad. Te aniquilaré poco a poco, de forma pausada pero muy dolorosa, hasta hacerte perder la razón. Te volveré loco, querido hermano del alma, y no, no te preocupes por la integridad de tu hijito, si es lo que te preocupa, que yo no soy tan cerdo como tú para atentar contra la vida de un inocente. Más  bien cuida a tu querida Rosalía, que tal vez un día la encuentres rebotando sobre mi verga o sobre la de otros tipos gritando de placer, así como encontraste a nuestra Lornita la última vez… A no ser que tu casta y pura Rosalía ya te haya puesto los cuernos y tú ni enterado, solamente batiéndole el relleno como el imbécil que eres.

—¡Te mato, hijo de puta, te juro que te mato como un perro si le tocas un pelo a Rosalía! —grité, empujándolo, al tiempo que su poderoso puño colisionaba contra mi abdomen, a modo de defensa, doblándome por el dolor.

Caí de rodillas, sofocado, con un intenso tormento que me dejó sin habla momentáneamente.

—Voy a hacerte cornudo otra vez, hijo de puta —me amenazó, inclinando su cabeza a la altura de mi cuerpo, que se estremecía de dolor—, ¡primero fue Lorna, luego será Rosalía, y después será cualquier otra puta con la que decidas formalizar! ¡Ese será tu castigo, cabrón de mierda, ser el mayor cornudo de Linares!

Yo no pude responder, continuaba sin aire, con el vientre contraído, sudando por el dolor. Leo me tomó del mentón y me obligó a mirarlo a los ojos:

—Veo que ni siquiera la paternidad te ha hecho cambiar, Noecito. Sigues siendo igual de patético, mequetrefe y simplón de siempre, tomando malas decisiones y desenvolviéndote por el mundo con hipocresías, haciéndote pasar por buenito cuando eres un psicópata de mierda. ¡Te sobran huevos para tirarme mierda a mis espaldas, pero te faltan huevos para hacerme frente en mi delante! ¡Me metiste preso, cabrón, me difamaste ante todo el puto mundo, dejándome como si yo fuera el peor rastrero del planeta y tú un benigno santo! Serás hipócrita, malagradecido y traidor, ¡después de todo lo que yo hice por ti!

Su rostro era el de un demonio resentido, y sus dedos apretándome el mentón comenzaban a dolerme:

—No has cambiado nada, Noecito, pero al final creo que eso me conviene. Será más fácil joderte. Si ya te quité a una mujer extraordinaria con una facilidad que hasta me parece ridícula, ¿qué trabajo crees que me costará quitarte a Rosalía también? Ya lo ves, Lorna ha vuelto, y está a mi lado. ¿Ves cómo si me amaba? Es por ella por la que no te he jodido como el perro que eres, Noecito, pero no será así siempre. Te tengo preparada una sorpresita. Y hablando de ella, de mi Lorny, de tu ex mujer; te advierto que estoy al tanto del encuentro que tuvieron hoy, así que no sé cómo le vas hacer, querido amigo, pero no te quiero cerca de ella otra vez, ¿has entendido?, sí, por tu ridícula cara veo que sí me has entendido.

Y dicho esto, se levantó, me miró con desprecio y se dirigió a la puerta y sólo entonces pude aspirar aire para decirle:

—A ver quién hace cornudo a quién…

Él me observó desafiante, con los labios fruncidos y con el orgullo herido, y sólo pudo atinar a decirme:

—Vales verga, cabrón, porque yo siempre gano, Bichito … así que no me desafíes: no me desafíes, porque te irás a la mierda.

Y el que se fue a la mierda, por el momento, muy lejos de mi casa fue él.

26

No me iba a presentar ante Rosalía con la vergüenza de que Leo me había propinado un puñetazo en el abdomen, así que esperé alrededor de 15 minutos hasta que el dolor se me pasara, me dirigí al baño de invitados, me quité el saco, metiéndolo en el cesto, y del botiquín saqué una botella de alcohol y me di una refriega en el golpe.

Puesto que mi piel era demasiado blanca y delgada, advertí con horror que un gran hematoma cubría buena parte del lugar del puñetazo.

—Maldito cabrón —maldije.

Y pensé de nuevo en Lorna, en la forma de Heinrich al dirigirse a ella. «¿En qué te metiste, Lorna, en qué te metiste?»

Finalmente volví abotonar mi camisa y fui hasta donde Rosalía, que ya estaba sentada en el borde de la cama mientras el bebé dormía en la cuna.

—¿En qué chingados estabas pensando cuando permitiste que este cabrón hijo de su perra madre entrara a nuestra casa, Rosalía? —le pregunté enfadado—. ¿Tienes una jodida idea del susto que me llevé sabiéndolo aquí, contigo y el bebé desprotegidos?

—¡Tú no tienes vergüenza, Noé! —exclamó, meneando la cabeza. Se puso de pie y salió de la habitación, dirigiéndose a la cocina—. ¡Tu hijo por poco se muere de una convulsión por la alta temperatura que le dio de repente!, ¿y tú me vienes a reclamar el por qué permití entrar a Leo a nuestra casa?

—¿Cómo que el niño…?, ¿qué estás diciendo?

—¡Por eso te llamé, carajo! —me reprochó—, ¡pero tú preferiste estar con tu guarra esa en lugar de atender a mi llamada!

—¡Yo no sabía que el niño…!

—¡Toda la tarde estuvo con fiebre, pero se puso peor como a eso de las ocho! —lloriqueó—, ¡pasaban de las nueve cuando el bebé convulsionó, justo cuando Leo apareció en la puerta buscándote! ¡Te juro que en otras circunstancias, y dado sus antecedentes, me habría vuelto loca del terror al verlo parado allí, detrás de la puerta, sin embargo, y por mucho que te cueste creerlo, su presencia fue una bendición! Me vio desesperada y llorando, y se portó como todo un caballero al ofrecerse a llevar al niño a la clínica San Vicente. Mira, mira —me mostró una bolsa con medicinas—, ¡aquí está la prueba! Y te volví a llamar y tú… y tú…

Rosalía se echó a llorar justo cuando la abracé, suspirando y atacándome los remordimientos terribles. Cerré los ojos, apreté los dientes y me tragué las mil palabras que tenía para decirle. Todo lo que me estaba contando me parecía tan irreal… que hasta la cabeza me dolió. Ni siquiera me sentí capaz de pedirle perdón. Era evidente que Leo se había aprovechado de la situación y, de momento, no creí conveniente informarla sobre su pérfida amenaza sobre hacerla una más de sus putas… Así como Heinrich estaba intentando convertir a Lorna, en una fina, había dicho.

—No lo quiero aquí… Rosalía… nunca, jamás lo quiero ver aquí otra vez… por favor, mujer, no quiero volver a saber que Leonardo Carvajal pisando las losetas de esta casa.

Rosalía no respondió, será porque seguía gimoteando o por orgullo.

Esa noche no pude dormir. El sábado, muy temprano, antes de ir a la oficina fui a buscar a Lorna a su apartamento. Pero no me abrió. O no estaba o no me quiso recibir. Estar afuera de la puerta del que había sido nuestro nidito de amor me dejó con los sentimientos encontrados, así que me largué de allí antes de que mi cabeza se volviera a averiar. Buena parte de la mañana intenté contactarla a través del número con que se había comunicado conmigo, pero no tuve éxito.

A las 12:25 del día Sebastian apareció en mi oficina. Margarita nos ofreció dos cafés y le pedí que nos dejara a solas. Lo había mandado llamar porque era el único en quien podía confiar. Le conté todo lo que había descubierto: desde las cámaras en Babilonia hasta el hecho de que Lorna estuviera metida en algo grave con Heinrich. También le comenté las advertencias de mi ex mujer respecto a que debía de poner tierra de por medio con el afroamericano y la insistencia de éste para que yo me presentara el viernes en la recepción que ofrecería en su mansión, donde, inferimos, me obligaría a firmar documentos en mi nombre para representar ilícitamente negocios turbios.

Concluimos entre los dos varias cosas: lo más obvio, que Heinrich tenía amenazada a Lorna con hacerle daño a «sus tres amores», ¿sus tres amores?, ¿quiénes eran sus tres amores?, ¿era yo uno y… Leo otro? ¿Leo era uno de sus amores? ¿Qué mierda…? Sobre todo, ¿a quién se había referido cuando dijo «ella»? ¿Por qué Lorna había preguntado por una «¿ella?» ¿Heinrich había secuestrado a una «ella» que, a su vez, era una de sus tres amores?

—Leo y tú son dos de sus «tres amores» está claro —determinó Sebastian. Que hiciera énfasis en que Leo era uno de sus «tres amores» me pegó duro, porque entonces, si esto era así, Lorna me había vuelto a engañar. Ella sí amaba a Leo y su relato no tendría congruencia tras lo mucho que decía estar arrepentida. Por el momento, me obligué a que mis suposiciones anteriores no me afectaran—. Y «ella»… no sé, no sé, será… ¿su madre?

—Pero Patricia lleva años en México —recordé.

—¡Estamos en México, Noé!

—Me refiero a la capital. Desde que Patricia se divorciara del señor Beckmann doña Patricia primero se mudó a Texas y luego supe que se había ido a vivir a la Ciudad de México. Además Lorna y su madre nunca tuvieron una relación tan cercana. Sus caracteres son tan parecidos que chocaban. No, no, yo no creo que sea la madre de Lorna.

—Bueno, bueno —se encogió de hombros mi amigo—: eso no significa que ella no sea importante para Lorna. La madre siempre será la madre.

—¡Es que no jodas, Sebastian! —razoné—. ¡Estamos hablando de un secuestro, de un puto secuestro! ¿Sabes la gravedad del asunto? Y me da que ni siquiera el estúpido de Leo sabe en la que anda metida «su Lorny». Para él su principal objetivo es chingarme la vida.

Y le conté su visita en mi casa.

—Pero entonces quedamos en las mismas, Fernando, ¿quién es «ella»?  —volvió a preguntarse Sebastian—. A no ser que…

—¿Que «ella» sea su hija? —contesté yo mismo la pregunta, escalofriándome todo el cuerpo—. No creas que no me lo he planteado, Sebas. Toda la puta noche me he carcomido la cabeza pensando en todo esto. Pensando si Leo es «su amor» si de verdad está enamorada de él. Pero, sobre todo, pensando en quién diablos es «ella».

—¿En serio piensas que Lorna tiene una hija?

—¡No sé, no sé! ¡Ayer ya no le pude preguntar! Me apendejó el hecho de saber que Leo estaba en mi casa y me fui de inmediato. Pero esta duda me está matando, Sebas, ¿te imaginas?, ¡Lorna tiene una hija! O sea… por un lado me alegra, y no sabes cuánto. Ella… mi querida Lorna habría cumplido por fin su sueño de ser mamá, ¡y eso me pone feliz! Pero… por otro lado, me cuestiono sobre cuándo la tuvo. Se supone que cuando nos divorciamos se marchó a Texas, no sé, se me ocurre que intentó la inseminación artificial. O ya lo más natural es que… esa niña tenga un padre, aunque no encajaría su versión de que no pudo rehacer su vida, porque… ¿cómo podría haber vuelto a Linares sola con su hija… sin el padre?

—¿Y si el padre fuera Leo?  —me preguntó Sebas con seriedad.

La simple sospecha me escandalizó.

—¿Crees que… a pesar de todo, Lorna vino a escondidas a Linares durante estos cuatro años para… hacerle visitas conyugales? —le pregunté horrorizado—. ¿Crees que al final sí se enamoró de él… y son pareja desde entonces?, ¿crees que en sus encuentros ella quedó embarazada y…?

—No, no. Lo que me cuentas que hizo Lorna con su vida me da a pensar a que desde que se fue a Texas, y luego a Monterrey, ella no volvió a Linares hasta hace poco, cuando Leo salió de la cárcel (habrá qué ver por qué se apareció justo en ese momento). Así que no, no me refería a eso.

—¿Entonces por qué has supuesto que Leo sea el padre de «ella»?

Cuando Sebastian se quedaba callado, sin parpadear, mirándome, era porque quería decirme algo bastante terrible.

—Noé… ¿y  si Lorna nunca abortó? ¿Y si Lorna sí estaba embarazada y nunca se hizo ningún procedimiento? ¡Es que vamos, Noé, que la mujer tenía cuatro meses! Además… no sé, te juro que no se me hace lógico que una mujer cuyo sueño ha sido el de ser madre aborte así como así, cuando por fin puede quedar en estado: por más que te dijera que abortó por amor a ti… a mí se me hace que te engañó, y que pena sería pensarlo así porque, aunque no lo creas, yo aún apuesto por ella.

—¡No! ¡No! —respondí saltando de la silla—. ¡Si de algo estoy seguro es que ella abortó! Vamos, Sebastian, que a Lorna le había comenzado a creer el vientre, y cuando volvió ya no tenía nada. ¡Nos vimos pocas veces durante el proceso del divorcio y ella vestía ropa ajustada! ¡Lo habría visto! Estoy seguro de que abortó. Vi los papeles, su duelo… su todo. Por eso no pude continuar mi relación con ella. Fue muy duro para ambos, Sebas. Y soy idiota, pero no tanto: no  como para no haberme dado cuenta de eso. Esa niña la tuvo después (en el supuesto caso que de verdad tenga una hija). Lo raro es que… supuestamente ella tenía pocas probabilidades para gestar. Algo salió mal en el procedimiento de legrado. ¡Pfff, Sebas, te juro que me está reventando la cabeza de tantas dudas! Si tan solo pudiera hablar con ella, pero no, no, se me esconderá. ¡Así como se desapareció una vez, lo volverá hacer!

—No lo hará, Noé. Si el cabeza de rodilla tiene secuestrada a esa «ella» por la que Lorna está accediendo a sus chantajes, ella permanecerá aquí. Solo es cuestión de tiempo para descubras la verdad.

En eso le di la razón.

—. Me la he pasado preguntándome cómo es que Lorna logró caer en las redes de Heinrich —me sinceré—.  ¿Por qué la amenaza?, ¿por qué la quiere convertir en la «puta fina» de sus negocios? ¿En verdad la piensa prostituir, Sebastian?

—O la quiere para él. Es que vamos, Noé, que, con todo respeto, Lorna es una dama de primera categoría. Su presencia, físico e intelectualidad no pasa desapercibido por nadie.

—Ni siquiera pudo pasar desapercibida ante Gustavo —dije dolido. Y le conté cómo es que Lorna me había contado que él también, en alguna ocasión, había intentado propasarse con ella, aunque su justificante fuera que estuviera ebrio—. Por eso no lo quiero inmiscuido en esto, Sebastian, y estoy confiando en que cumplirás mi voluntad.

—Sí, sí, Noé, pero tampoco puedes ser tan injusto con Gustavo. Es un cabrón, pero él no te haría daño.

—¿Estás diciéndome que Lorna me mintió?

—A lo mejor no, pero es que…

—Sebastian, por favor. Entiéndeme, me siento traicionado. Sólo me quedas tú. Al final ya no podré ni confiar en mi propia sombra. Por eso quiero que… pues… me ayudes con esto.

—Sí, ya sabes que yo estoy aquí para ti siempre. Lo que sí, Noé, es que nosotros solos no vamos a poder contra Heinrich. Y no me pongas esa cara, hermano. Te tengo por listo, así que no me vengas con el cuento de que tú y yo vamos a desmantelar una red de ¿trata de blancas?, ¿tráfico de drogas?, ¿lavado de dinero? Cabrón, que también me asusto. ¿Tú crees que el negro cabeza de rodilla está solo? Esas cosas se manejan de otra forma. Es una red de influencias, donde hay mucha gente involucrada y  donde se manejan bastantes dólares. ¡Las mismas autoridades están coludidas con ellos! Así que no, tenemos que pensar bien cómo actuar, o los primeros en terminar desbaratados, cortados en pedazos en bolsas negras en algún barranco vamos a ser nosotros dos y nuestras familias.

Tuve un ataque de pánico y reflexioné. Claro, claro. Yo no había dimensionado la peligrosidad de lo que nos estábamos enfrentando. Sebastian y yo no éramos los protagonistas de ningún thriller erótico o de alguna serie gringa donde saldríamos airosos con la bendición de Dios y la facilidad de una suma simple.

—¿Entonces en quién demonios vamos a confiar, Sebas, teniendo a unos políticos de mierda?, ¿de verdad podremos fiarnos de alguna instancia de los Estados Unidos Mexicanos?

Encontramos en internet algunos organismos del estado como:

Comité Operativo Anti-Trata

Oficina de la DEA en México.

Secretaría de Seguridad Pública del Estado de Nuevo León

Policía Federal

Etcétera… etcétera

—¿Y si denunciamos a Heinrich de forma anónima al 911 y ya? —simplifiqué el resolutivo.

Sebastian puso los ojos en blanco.

—¿O mejor pedimos ayuda al chapulín colorado? —negó con la cabeza, como dándome a entender que yo era un idiota—. Mira, Noé, yo puedo averiguar cómo hacer una denuncia anónima, siguiendo el consejo de un amigo que trabaja en la red secreta de seguridad de Monterrey. A lo mejor me puede orientar en esto. Lo importante ahora es que no vayas a la recepción de Heinrich.

—¡Lorna le aseguró que me había convencido, Sebastian! ¿Te das cuenta de cómo reaccionará el cabrón mafioso si no me presento?

—¿Y ahora harás del salvador del mundo, Noé? Tú ahora tienes que velar por la seguridad de Rosalía y Fernandito. Por desgracia Lorna se metió en saco de once varas y…

—¡Lorna es muy importante para mí!

—¡Ya no es tu esposa!

—¡Pero la amo! —confesé un secreto a voces. Sebastián me observó con los ojos como plato y suspiró—. Ya sé, que soy un reverendo pendejo, pero ¿dime qué hago con lo que siento? Y no, tampoco me veas así, que una cosa es… amarla en secreto y otra es que vaya a regresar con ella. Para nosotros no hay un mañana. ¡Y aunque ya no podamos estar juntos de nuevo, quiero protegerla!

—¿Y cómo la vas a proteger, atarantado?, ¿poniéndote en riesgo?, ¿dime cómo vas a protegerla cuando estés enterrado diez metro bajo tierra o disuelto en ácido? Esos mafiosos son crueles con sus enemigos.

—Es que… si lo que creemos es cierto, Sebas, ella está haciendo todo esto para protegerme. ¡Mi Lorna me quiere proteger!

—Y también lo está haciendo para proteger a Leo —me recordó don dureza. Quería devolverme a la realidad—. Perdona que te lo diga, Fernando, pero, al parecer, Leo también es uno de sus «tres amores», según se lo ha dicho el propio cabeza de rodilla. Además, tú la proteges, ella te protege, ¿y quién chingados los protege a ustedes? A ver, Noé, por mucho que la ames y la idolatres, Lorna se ha buscado su propio destino.

—¡No voy a dejar que ese negro de mierda la lastime!

—¡Sonso! ¡Eres un sonso!

—Sebastian, tú jamás me has tratado así —me quejé.

—¡Es porque a veces eres irremediablemente tonto, Noé! Y no, el problema es que tú y yo somos bastante ingenuos, pensamos con el corazón y no con la cabeza, por eso nos va como nos va. Tenemos que ser más racionales. Es que vamos, que dos tontos como nosotros intentando desmantelar una red de criminales, ¡pues mira qué bien vamos! Por eso te decía que teníamos que incluir a Gustavo en el plan. Es el más racional y frívolo de los tres.

—¡Yo no puedo confiar en alguien que quería tirarse en mi esposa, Sebastian!

—¡Pero no se la tiró! Además es tu amigo: nunca te ha hecho daño. Es el padrino de tu hijo, a quien adora un chingo.

Nos quedamos en silencio y luego razoné:

—Hagamos una cosa, Sebastian. Tú eres nuestro gordito estrella —Sebastian rió a mis adulaciones que pretendían aminorar la atmósfera de tensión—. Y sé que puedes tener acceso a los videos de Babilonia.

—¡A ver, Noé, Noé!

—¡Tú puedes hacerlo sin que te descubran! Tú eres bueno para esas cosas.

—¡Fernando Noé!

—¡Por favor, por favor, por favor! —insistí, uniendo mis manos en señal de  súplica—. Mira, revisa algunos cuantos videos, no sé, conversaciones de Gustavo con Heinrich y así. No sé si haya cámaras en la oficina del cabeza de rodilla, como tú lo llamas, pero sería más fácil descubrir conversaciones o no sé. Tal vez es ingenuo pensar que en la oficina tenga cámaras o hable sobre sus negocios. Alguien con una red tan grande como la suya, empleará su casa para estas cosas. Lo importante es que investigues a Gustavo. Por favor, Sebastian, no me hagas esa mueca. Yo sé que lo quieres mucho. Después de todo yo también lo quiero y lo respeto. Mira que hasta me puso guardaespaldas (que no sé dónde se metieron ayer) para cuidarme a mí y a mí familia. Pero una cosa no tiene que ver con la otra y yo tengo que saber a qué atenerme. Si descubres que podemos confiar en Gustavo te juro que le contamos todo.

Sebastian, a regañadientes, aceptó. Entre otras cosas porque temía por Jessica, que, aunque ya habían tramitado el divorcio, le tenía un especial cariño. Y claro, también aceptó por mí.

—Pero también, necesito otro favor especial —continué—. Perdóname que sea tan encajoso, pero en serio necesito un favor especial.

—¿Otro? —palideció mi pobre hacker.

—Sí, otro. Es que. Mira, Sebas… Esa noche, en Babilonia… Tengo dudas. Dudas sobre… Rosalía y Samír. Tú sabes lo que te estoy pidiendo, ¿verdad?

Sebastian asintió con la cabeza, comprensivo.

—¿Estás seguro, Noé, que quieres…?

—Sí. Estoy seguro —me adelanté a responder—.  Sé que es muy egoísta de mi parte andar hurgando en la vida privada de Rosalía pero… te juro que necesito saber qué pasó esa noche.

—¿Y eso…?, ¿eso cambiará algo en tu relación con Rosalía?

—Espero que no, Sebas. Después de todo es la madre de mi hijo. Y quiero que Fernandito tenga una familia funcional, y no como la mía. Te juro que espero que… nada altere nuestra relación, ni siquiera Lorna. Pero es que… siento que me oculta algo, algo muy grave. Incluso Lorna me lo dio a entender.

—Está bien, está bien —me sonrió amistosamente—. Me la juego. Yo no sé en qué nos estamos metiendo, Noé, pero espero que todo salga bien.

Antes de que Sebastian se marchara acordamos que me presentaría en la mansión de Heinrich el viernes, en la fiesta que organizaba. A su vez, determinamos que convencería a Rosalía para que ella y el niño esa noche estuvieran en casa de Sebastian, bajo algún pretexto, por si acaso algo salía mal esa noche en la fiesta estuvieran protegidos.

Lo que sí tuvimos claro es que para el viernes (y sólo después de los consejos que pudiera darnos el amigo de Sebastian) habríamos denunciado a las autoridades correspondientes las actividades ilícitas de Heinrich, pensando incluso en que esa misma noche la policía los sorprendiera con las manos en la masa para aprenderlo. Ese viernes sería el determinante de nuestras vidas, y teníamos que actuar con cautela.

Todo el fin de semana me la pasé trabajando en mi oficina desde casa, bloqueando y restringiendo mis cuentas fiscales y bancarias a modo de prevención. Revisé cuidadosamente que en mis últimos movimientos no hubiera nada raro, y lo mismo hice con las cuentas de Rosalía, quien hacía días que no compraba nada con su tarjea, raro, raro, raro… a no ser que estuviera haciendo gastos ilícitos en efectivo y no quisiera que yo me enterara. ¿Pagos de moteles de paso?, ¿hoteles de lujo?, ¿estaba follándose al gigoló de Samír?

O a lo mejor yo tenía espermatozoides en la cabeza en lugar de neuronas y estaba viendo moros con tranchetes, al tiempo que sufría delirios de persecución.

Entre otras cosas, también intenté comunicarme con Lorna, pero no había manera. Rosalía continuaba con la regla, o al menos eso decía, y por tal motivo nuestros encuentros sexuales eran casi nulos.

El lunes por la mañana volví al apartamento de Lorna, pero de nuevo rechazó abrirme. Le dejé mil mensajes de voz pidiéndole que me respondiera, que quería ayudarla en lo que fuera que estuviera metida, pero ella nunca respondió.

La pasé el resto de la mañana en los bancos y en hacienda, confirmando mi autorización para restringir mis firmas y transacciones electrónicas y congelando mis activos.  Tenía que prevenirme antes de que me hicieran una jugarreta.

Al final Heinrich no era tan amigo de Leo como yo pensaba, (suponiendo que quería emputecer a «Lorny» a sus espaldas) pero eso no significaba que no lo estuviera ayudando para destruirme.

A las 2:30 llegué a casa y encontré a Rosalía preparándose para salir con Noelia. ¡Noelia! ¡NOELIA! Se supone que irían a comer juntas y que, incluso, Jessica las acompañaría, ¿desde cuándo Noelia y Rosalía se rebajaban tanto para tener algún tema de conversación con la pelirroja de plástico?

Eso sí, Rosalía estaba muy guapa, vistiendo un vestido corto vaporoso de flores que le enseñaban los muslos, con sus rizos definidos cayéndole por la espalda y con un maquillaje prudente propio del verano.

Me dijo que había hablado por teléfono a Susana la enfermera, que ejercía de niñera, para que se quedara con Fernandito cuando yo volviera al despacho.

—¿Usas vestido corto con la regla, Ross? —le pregunté con una mueca desconfiada.

Ella no se perturbó. Por el contrario, mientras me servía la comida me contestó de forma muy natural:

—Hace días que está cediendo el sangrado, flaquito. Bien sabes que soy irregular, y que mi problema viene de años.

—Sí, sí, pero qué vergüenza si te escurra la sangre… por los muslos en un descuido —me hice el ingenuo, esperando que desistiera de salir así o me respondiera por ella misma de cuándo acá vestía tan… ligera para salir a la calle.

—No te preocupes, mi amor, que estaré precavida. Por cierto, espero que esta noche no llegues tan cansado, porque las hormonas me tienen bastante cachonda, y si no podemos hacer el amor, al menos me contentaría con chuparte la verga hasta el tope.

Me quedé de cuadros, ¿desde cuándo Rosalía empleaba la palabra «verga» para referirse a mi verga, es decir, a mi pene, dado que siempre le pareció una palabra vulgar? No, no. Yo no era estúpido. La mano de Noelia estaba metida cada vez más en el comportamiento de mi mujer. La estaba influenciado para mal, según lo podía percibir, y no me gustaba nada. Miré con repugnancia mi plato de verduras hervidas sobre la mesa y recordé el parrillado delicioso que me había comido en la cena con Lorna...

Después escuché a Rosalía preguntando por teléfono a Noelia sobre cuánto faltaba para pasara por ella:

—Ah, perfecto, Noelia, sí, sí, claro, en cinco minutos, entonces. De acuerdo. Te quiero.

Noelia ni siquiera entró para saludarme: aparcó su camioneta a las afueras de nuestra casa y Rosalía fue hasta ella, al principio con entereza, y después con un aspecto bastante nervioso.

«No pienses mal, no pienses mal, no te hagas películas en la cabeza…»

Estuve dos horas en la cama con Fernandito. Nos quedamos dormidos por un buen rato hasta que Susana se apareció para quedarse con él.

A las cuatro de la tarde volví a la oficina, tenso de nuca a pies, y Margarita me recibió con una infusión de tila y manzanilla, diciéndome:

—Señor, justo acaba de llegar el ingeniero Ballesteros. Como es costumbre me tomé la libertad de dejarlo pasar a su oficina.

—Gracias, Margarita, Sebastian es de mi entera confianza. Al que voy a pedirte que no dejes pasar más a mi despacho mientras yo me encuentre ausente, es al señor Gustavo Leal.

Lo bueno de Margarita, que fungía de mi mano derecha, es que nunca hacía preguntas ni cuestionaba mis decisiones.

—¿Qué tal, Sebas? —lo saludé, ofreciéndole un whisky—, ¿has podido averiguar algo de las cámaras?

—En eso estoy, Noé —me contestó con un gesto preocupado—. Ya he logrado tener acceso a algunas cosas, pero no a todo. Dame hasta el jueves.

—Pero eso es un día antes de la recepción de Heinrich —me lamenté, dando un trago a la taza.

—Es que son un montón de horas, Noé, pero te prometo que te tendré algo certero, incluido lo del video de… lo que ocurrió en la habitación de Ross y Samír.

—Pues gracias de nuevo, Sebastian. Perdona si te estoy presionando demasiado, pero te juro que me siento muy desesperado. Encima no hay modo de contactar a Lorna, y tampoco quiero ir mucho a buscarla, porque no quiero darle motivos a Leo o a Heinrich de que me jodan más.

—Bueno, el caso es que durante el fin de semana he encontrado información que podría responder algunas preguntas sobre Lorna.

—¡Va, va! ¡Suelta!

Puso una memoria USB en mi ordenador y abrió una serie de archivos donde había toda clase de documentos.

—Mira, Noé, he podido acceder al correo electrónico de Lorna (valiéndome de los datos que se registraron en el sistema de Babilonia que yo mismo creé para el club, que ella misma nos proporcionó) y he encontrado información muy importante.

Eran tantos los archivos, extractos de correos electrónicos (sobre todo cuando no se usaba todavía el facebook) fotos, y documentos que aparecían en las carpetas que decidí desviar mis ojos del ordenador a las pupilas negras de Sebas, que me observaba fijamente, y decirle de frente:

—Es que yo… Sebas… no puedo con tanto, me están temblando las manos de la intriga. Por favor, sintetízame lo que sea que hayas podido descubrir.

Sebastian sacó una pequeña libretita con anotaciones y me dijo:

—Esperaba decirte detalle a detalle (con las pruebas que están en los archivos) lo que he descubierto, pero si quieres que te sintetice pues aquí va —suspiró hondo antes de continuar—: Luego de mis análisis y conclusiones, he podido determinar lo siguiente: según por las fechas que tengo, Lorna conoció a Heinrich en una fiesta en una discoteca de Monterrey (propiedad del mismo Heinrich) cuando ella tenía 21 años y él 30; el cabeza de rodilla es mayor que Lorna por 9 años, o sea que actualmente él tiene 44 o 45. Por diversas circunstancias terminaron mal. Al parecer Heinrich quería tener una relación de dominante-sumisa, pero ésta se negó.

”Encontré bastantes mensajes amenazantes y ofensivos hacia ella de parte del afroamericano. He podido concluir que el negro es un misógino de mierda, cuya filosofía es que las mujeres son simples agujeros de carne que sólo sirven para ser «perforados» (palabras textuales de Heinrich) por «machos» como él. Para Heinrich, no hay mujer del que él se encapriche «que no termine ensartada en su puto rabo», de nuevo, palabras textuales del cerdo ese.

”Al parecer en aquella época… Lorna tenía diversos amigos sexuales, según he podido constatar en sus conversaciones, y estos cesaron de tajo cuando te conoció (por cierto, muy buenos poemas y mensajes de cortejo le enviabas, garañón) —sonrió Sebas, aunque yo permanecía serio escuchando sus conclusiones—. Heinrich apareció de nuevo en la vida de Lorna cuando ustedes ya llevaban dos años de relación. El tipo usó un correo nuevo para contactarla y citarla en repetidas ocasiones en un motel de Monterrey, citas a las que, según el hilo de las conversaciones, ella nunca acudió.

”Pasaron dos años más y Heinrich apareció de nuevo. Pero esta vez a través de redes sociales. Y Lorna lo volvió a mandar a la mierda. Entonces nuestro insistente negro, que parecía tener negocios más importantes en qué enfocarse antes de andar persiguiendo a tu entonces mujer, la dejó en paz durante algún tiempo, volviéndola a contactar hace un año, cuando ella trabajaba en una instancia infantil en Monterrey.

”Ahora viene lo importante, Noé… todavía hace un par de meses atrás Lorna tenía una red social muy privada con el nombre de Aleska Beckmann , que ella administrada, donde aparece Lorna misma en diversas fotografías con una niña cuyo nombre es precisamente Aleska. Y no, no hagas esa cara de sapo atropellado, Noé, ya que he confirmado que esa niña no es su hija, sino su hermana de 19 años, es decir, la pequeña Aleska es hija de su difunto padre, producto de la nueva relación con una mujer mucho más joven que él.

”El señor Beckmann y su nueva esposa murieron en un trágico accidente en Houston Texas un mes después de que te divorciaras de Lorna. Por fortuna Aleska estaba en la guardería y no con sus padres. Fue por eso que Lorna viajó a Texas (te lo digo como lo estoy intuyendo, tampoco es muy clara cierta información) pero lo que entiendo es que tu ex mujer obtuvo desde entonces la patria potestad de su hermana, a la que ha hecho pasar por su hija ante la sociedad, dado que el señor Beckmann heredó a Lorna todos sus bienes.

Me quedé con la boca cuadriculada. Sentía que el aire me faltaba y que cada vez que intentaba respirar los pulmones se me helaban. Ya podría ir pensando Sebastian en pedir trabajo en la CIA.

—Me da que Leo pidió ayuda a Heinrich cuando se enteró que éste último había vuelto a Linares para comprar la mayoría de las acciones de Babilonia—continuó Sebastian con sus pesquisas—, Al parecer ellos tenían algunos negocios juntos, Noé, habían invertido una buena cantidad de dinero en un proyecto, misma inversión que se perdió cuando se incautaron los bienes de Leo tras el juicio donde lo perdió casi todo. Esa puede ser una de las razones por la que Heinrich quiere vengarse de ti. Lo que significa que el cabeza de rodilla ha sabido desde el principio que tú eres el contador que hizo que Leo chingara a su madre. Por sugerencia de Leo, Heinrich se ha  valido de Gustavo para llegar hasta a ti. Y me cuelgo de los huevos, Noé, si el mismo Leo cometió la estupidez de pedirle de favor buscar a Lorna.

—Y… claro… —al fin pude emitir palabra, y dije mis propias deducciones—, Heinrich la encontró, y como el destino es una mierda descubrió que la Lorna que buscaba Leo era la misma Lorna que buscaba él para concluir su capricho de que ella…

—«Termine ensartada» en su rabo —completé la teoría—. Por eso la tiene a pan y agua con Leo… y si él mismo no se la ha tirado es porque primero quiere… «emputecerla» ¡Mierda de mente maquiavélica!

—Heinrich es una mala persona, Noé.

—¿No me digas? —ironicé, mordiéndome los labios.

—Me refiero a que es mala persona por hijo de puta y por el puro placer de humillar y joder a la gente —corrigió—: de algún modo (y sin que parezca un justificante) Leo ha actuado contra ti por una estúpida venganza donde te responsabiliza de hechos que nunca hiciste. Pero lo de Heinrich ya es de psicópatas.

—¿Entonces, Sebastian, estamos concluyendo que para que el cerdo de «Míster Miller» pudiera obligar a Lorna regresar a Linares, raptó a su hermanita?

—Es allí donde no entiendo, Noé. Porque hay algo más.

—¿Más?

—Por algunos mensajes que Lorna ha enviado a su madre (que tenías razón y está en México) resulta que ha hecho creer a Leo que Aleska es hija suya, y que nunca abortó.

—¿Que Lorna qué? —me atraganté— ¡Pero a ver, Sebas: según me dices, Aleska tiene 18 años, Sebastian! Por muy descerebrado que sea Leo no le cuadrarían las cuentas.

—Sí, Noé, pero te olvidas que Lorna es Lorna, y, con todo respeto, si hay alguien lista y manipuladora es ella. Le ha hecho creer que es hija suya. Tal vez tu ex mujer le habrá enseñado fotografías de la niña con ella durante su proceso de desarrollo y él se lo ha creído. Y ya en el registro de nacimiento pues ¿qué te digo?, con dinero baila el perro.

—Pero… algo que no me cierra —ahondé—. Si Heinrich tiene secuestrada a la niña, ¿qué excusa pone Lorna a Leo para que no esté con ellos?

—Pues es que faltan cosas por desenredar.

—Entonces… —La voz se me secó—. Lorna… debe de… amar mucho a Leo, ¿verdad? Para haber hecho pasar a Aleska por su hija… ¿verdad?

Pensarlo así me quemaba el vientre.

—¡O al que ama demasiado es a ti, Noé! ¿No te das cuenta que si «Lorna no abortó» hora Leo tiene un motivo menos para joderte?

Lo sopesé un momento.

—Es que… no sé si creer tus teorías, Sebas. ¿No entiendes que si Leo se hubiera tragado el cuento de la hija me lo habría echado en cara? ¡Ahora sí, para él, yo sería un cornudo más que consumado! El corneador que tiene una hija tras cogerse a la mujer del que había sido su mejor amigo.

Justo en ese momento Sebas recibió un mensaje, al parecer de Jessica. Puso una cara de fastidio y luego bufó..

—¿Todo bien, Sebas?

—Jessica me pondrá difícil lo del divorcio —me comentó con tristeza—. ¿Creerás que desde el viernes se largó a Monterrey para buscar un abogado que, por lo menos, me quite más del 80% de mis bienes cuando nos divorciemos?

¿Jessica en Monterrey?

¿Y la comida que tenía con Noelia y Rosalía?

Ya no pudimos ahondar en más detalles, porque Sebas se tenía que ir. No obstante, cuando llegó a la puerta, me dijo:

—Por cierto, Noé, ¿tú sabías que Lorna se reunió con una tal «Catalina Ugarte» la semana pasada en Monterrey?

—Catalina —Tragué saliva sintiendo que el alma se me iba del cuerpo—… Catalina…

Las cartas estaban puestas boca arriba, pero el diablo estaba a punto de echar la carta maestra.

Maldito viernes, maldito viernes.

Desde entonces, ya nada volvió a ser igual.