Por mis putas fantasías 2 (REDENCIÓN):Cap. 11 y 12

La formación de parejas en el intercambio del juego de las llaves está lista. ¿Quién follará con quién? Hagan sus apuestas, que nada es lo que parece.

11

Me pregunté si yo era el único que no parecía compartir la experiencia con tanta efusión como los demás caballeros. Principalmente, porque no me creí que el juego fuera equitativo, honesto ni proporcional, ya que algunos teníamos parejas con quienes vivíamos juntos, y no era lo mismo tenerlas que compartir con otros que apenas eran novios (no había el mismo afecto entre ambos, ni la misma relación), como por ejemplo el caso de Heinrich y la brasileña, y Paula y Samír, que no vivían juntos aunque estaban en pareja. ¿Lorna y Leo qué cosa eran?, ¿amigos sexuales?, ¿novios?, ¿pareja?

En realidad nada de eso me preocupaba en ese momento, sino descubrir a quién diablos le pertenecían las llaves de Rosalía. La miré de soslayo y la advertí inquieta, pálida, si se puede decir. Entonces, Heinrich tomó la palabra, y dijo:

—Y bien, queridos amigos, comencemos ahora por este lado —Se posicionó del lado de Paula, a quien se acercó y preguntó—, ¿a quién pertenece este llavero de plata, en forma de cerradura?

La cara por poco se me cae por mitad cuando, horrorizado, descubrí que esas eran mis llaves.

Rosalía las reconoció de inmediato, y no sé por qué, pero casi pareció aliviada cuando la escuché soltar el aire. Deduje que mi flaquita prefería que yo estuviera esa noche con cualquier mujer, menos con Lorna.

—Mí-a-s —dije tartamudeando.

Todos aplaudieron, menos Lorna y Rosalía.

Paula puso una sonrisa de oreja a oreja, como si se hubiera ganado una polla de oro, y en vez de lanzar una mirada burlona a Ross, se la dedicó a mi ex esposa Lorna.

—Ven aquí, Joel, amigo mío —me invitó Heinrich a pasar, entusiasmado—, que te llevas el mejor culazo de la noche.

—Noé, me llamo Noé —refunfuñé, aunque lo que en realidad quería era salir corriendo de allí, llevándome conmigo a Rosalía.

Tragué saliva, miré a Ross (como pidiéndole permiso) y ella, descolorida como una vela, asintió con la cabeza. Casi de inmediato eché mis ojos hacia Gustavo, me sentí con la responsabilidad de hacerlo, después de todo Paula había sido su esposa por casi diez años. Mi compadre se limitó a hacer lo mismo que Rosalía y solo así, conteniendo el aliento, avancé hasta donde estaba la monumental pelinegra, cuya sonrisa perversa penetró dentro de mis pupilas hasta que me situé a su lado. De forma automática me cogió del brazo y me entrelazó, al tiempo que Samír, su rubito estúpido, me dedicó una mueca de desprecio.

Estando cerca de Paula me dio la oportunidad de estar a solo dos metros de distancia de Lorna y Leo, que estaban frente a nosotros, mas me limité a ignorarlos, aunque sentía la mirada ardiente de mi ex amigo.

Paula se acercó a mi oído y me susurró de forma burlona y victoriosa a la vez:

—Te están sudando las manos, «Bichito» pero ya verás cómo me encargaré de mojarte tu boquita también, para que esté a tono con tus manos, cuando ponga mi raja húmeda sobre tu cara.

Nadie la oyó, además de mí, pero eso me bastó para que me estremeciera y se me volviera a helar la sangre.

Para entonces, sentía mis emociones encontradas. Por un lado, aun si sabía que de algún modo no iba a tener sexo con ninguna mujer con la que me tocara compartir habitación, (como habíamos acordado con Ross), había albergado la esperanza de que hubiese sido Lorna la que cogiera mi llavero. Habría sido una oportunidad perfecta para estar juntos de nuevo… al menos para hablar.

«Puto destino de mierda, puto destino de mierda…»

La necesitaba… al menos un momento, necesitaba tocar sus manos, aunque fuera un instante. Ansiaba que me mirara a los ojos, oler su fragancia, sentir sus respiraciones… hablar con ella… escuchar su voz dirigiéndose a mí al menos por un par de segundos.

«Te necesito… Lorna… aunque sea para decirte lo mucho que te odio, aunque sea mentira… Aunque nunca podamos estar juntos como antes… necesito hablarte… un momento, una palabra.»

¿Por qué añoraba la compañía de alguien que me había reventado mi corazón y mi dignidad en millones de fragmentos?

«Eres mala, Lorna, eres mala, cínica y egoísta… y aún así, te pienso. Aún así… eres la mujer más hermosa y extravagante que justo ahora existe en esta porquería de lugar.»

Suspiré, y apenas me di cuenta que Jessica había agarrado las llaves de Heinrich, cosa que me alegró bastante, porque así el afroamericano estaría más lejos de mi Ross de lo que yo quería. Mi tranquilidad duró poco, sobre todo cuando Heinrich se acercó a mi solitaria Rosalía, a fin de descubrir con qué hombre pasaría la noche en Babilonia.

Mi pecho comenzó a latir exasperado y, en un santiamén, se activaron mis sentidos de alerta en todas mis células al máximo nivel, sembrándose en mi pecho de forma instantánea el terror…

Me volví hasta Leo, que miraba interesado las llaves de mi mujer, y con gesto horrífico por poco me atraganto. ¿Y si eran las llaves de Leo?, ¡¿Y si Rosalía había tomado al azar las llaves de Leo?!

—Y estas preciosas llaves que están sostenidas por una torre eiffel de bronce, ¿a qué caballero pertenecen? —preguntó el hombre de color.

¡No! ¡No! ¡NO!

—¡A mí! —se oyó una voz masculina que percibí muy cerca de donde yo estaba.

Clavé mis ojos llenos de rabia en el rostro del dueño de las llaves, mismo que se desplazó con toda la parsimonia del mundo hasta llegar a Rosalía, a quien dio un par de besos en sus mejillas, y luego, sin mediar palabra, me dedicó una cáustica sonrisa.

—Samír —susurré, aunque no supe si aliviado o con el mismo terror de antes.

Leo y Samír eran lo mismo, estaban cortados por las mismas tijeras, y se sonrieron mutuamente. Mi antiguo mejor amigo le hizo señal con el dedo pulgar, como diciéndole «Muy bien, campeón… tal y como lo planeamos» y esa complicidad entre ellos me desarmó por un momento.

No, no podía estar tranquilo.

La buena noticia es que no era Leo el que se fuera a encerrar con Rosalía en una habitación toda la noche. La mala noticia es que sí era Samír, otro hijo de puta mujeriego que, aun si no era tan musculoso como Leo, sí que era muy atractivo, libertino, seductor y nunca pasaba un fin de semana sin follar con una o con dos mujeres. El tipo era irresistible por naturaleza, o al menos para las chicas que gustaran de los tipos rubios como él. Por eso no me sentí mejor ahora que ya sabía quién era el que, de algún modo, tenía acorralada a mi mujer.

Rosalía evitó mirarme, pero se la notaba incómoda, contrariada, nerviosa y enfadada. Samír le dijo algo al oído, y ella le medio sonrió.

—¿Coincidencia? —me preguntó Paula muy divertida con el espectáculo de repartición de parejas—, tu nueva mujer será penetrada esta noche por mi nuevo hombre. Ufff, Noé, ahora sí tu mujercita sabrá lo que es tener entre las piernas una buena tranca, y no como tu pollita —terminó su comentario con una ligera risita.

Sus palabras se clavaron en mi pecho «ahora sí tu mujercita sabrá lo que es tener entre las piernas una buena tranca»,  «y no como tu pollita», «y no como tu pollita.»

Quince palabras dichas por su boquita de serpiente me bastaron para que mi autoestima cayera por los suelos. Me sentí un tanto humillado, y por eso jadee. ¿Por qué si a Paula, tan insignificante le parecía mi polla, a su vez estaba tan obsesiona con que yo me la tirara? No lo entendía, juro de verdad que no lo entendía, ¿qué placer le causaba irritarme, si a la vez quería acostarse conmigo?

Para mi ver, la peor parte se la llevó Gustavo, lo digo porque resulta que las llaves que pendían de los dedos de Noelia, su mujer, pertenecían a Leonardo Carvajal. No quise ni siquiera mirar a Gustavo a los ojos; no me apetecía saber si sacaría una pistola en ese rato y mataría a Leo en presencia de todos. Gustavo lo había advertido «que no me toque las pelotas este cabrón porque lo trueno», y ahora, aunque de forma indirecta, de alguna forma Leo le estaba tocando las pelotas.

—Mierda  —susurré.

Cuando el tronador de coños, con su galante y poderosa presencia sardónica, se acercó a una Noelia que no pudo ocultar el gozo que tenía de haber agarrado al «mejor» macho de la noche, al menos seguro que para ella lo era, la atmósfera de la noche se volvió más tóxica e irrespirable.

Levanté la vista y me atreví a observar a Gustavo, pero, contra todo pronóstico, él estaba sonriente, o al menos estaba interpretando un papel mucho más comprensivo del que creí que adoptaría, y lo agradecí, en serio que lo agradecí; «está fingiendo entereza, está fingiendo resignación.»

Lo que sí me pareció una falta de respeto fue que, no bien Leo se había acercado a Noelia, pasando de largo la presencia de Gustavo a quien ni siquiera miró, la rodeó con fuerza de la cintura, con las dos manos, la atrajo hacia su poderoso pecho y le plantó un beso con lengua y todo por al menos quince segundos… los más eternos e incómodos que habíamos padecido todos en una misma noche.

Mis ojos casi se desdibujaron y se secaron al ver atrevimiento semejante, y sólo atinaron a intercalar miradas de Lorna a Gustavo, y de Gustavo a Lorna. Me sorprendió que la reacción de Lorna fuera casi indiferente, más bien estaba entretenida mirándose en su espejo de mano, retocándose sus gruesos labios con un barniz rojo que la hizo lucir muy besable.

En cambio Gustavo perdió la sonrisa, sus mejillas se pusieron más rojas de lo que en verdad eran, y así, humillado, se tuvo que aguantar con escuchar los chapoteos de las lenguas de su mujer y su peor enemigo, al tiempo que Paula, Samír y Heinrich aplaudían y se echaban a reír con sonoras carcajadas.

La que mejor la pasó en ese momento sin duda fue Paula, que estaba disfrutando la deshonra y vergüenza que estaba padeciendo justo en ese momento su ex marido, a quien odiaba con todas sus fuerzas por haberle quitado la patria potestad de su hija.

—Pero sin duda la más ganona de esta noche será Noelia, ¿no lo crees, Bichito? —me preguntó Paula en voz baja, sin parar de burlarse de Gustavo—. Esa españolita le saldrá el rabo de Leoncito por la boca. Lo que lo va a disfrutar la muy guarra.

—Cierra la puta boca, Paula, por favor —le exigí, oprimiendo con fuerza su brazo, a fin de lastimarla.

Ella se quejó de dolor, pero luego me dijo;

—¿Sabes cuándo mi boquita dejará de hablar, Noé? Cuando me metas tu pollita en mi boca.

—Te vas a quedar con las ganas —le informé.

Torcí un gesto y seguí rezando para que Gustavo guardara la compostura y no le metiera un balazo a Leo por el culo. El muy rastrero del tronador de coños lo estaba provocando. Confié en que Gustavo fuera inteligente y lo dejara pasar, y le dediqué la misma mirada que el pelirrojo me había dedicado cuando Heinrich tocó el culo a mi Ross.

Estoy seguro que Gustavo Leal la estaba pasando mal. A Noelia pudo haberle tocado cualquier otro hombre, pero el diablo había querido que fuera Leo, ese perverso cabrón sin códigos, que ahora lideraba la lista de Gustavo como el peor de sus adversarios. Me sabía mal que mi compadre estuviera sufriendo, pero, a decir verdad, si me hubieran dado a elegir entre que Leo se quedara con Noelia o con Rosalía, obviamente habría elegido a la primera.

A estas alturas de mi vida no habría soportado que ni siquiera por simulación Leo estuviera cerca de mi nueva mujer. Ya no. Nunca más. Lo habría mandado todo a la mierda y me habría largado de allí, sin importar todo, sin importar nada. Leo y Rosalía jamás estarían juntos, ni un solo centímetro. No lo permitiría. Lo importante es que el tronador de coños se follaría esta noche a Noelia y, como digo, pese a todo, me sabía mal por mi mejor amigo.

La diferencia entre Gustavo y Noelia y Rosalía y yo, es que ellos sí tenían la intención de consumar sus encuentros sexuales con otras parejas, como lo venían haciendo desde hacía tiempo. O sea que era un hecho que Gustavo se tiraría a quien sea que le tocara esa noche, y del mismo modo Noelia se dejaría empotrar por el rabo que a ella le concerniera, en este caso, ya se sabía, el de Leo.

Gustavo estaba acostumbrado a ver a su mujer siendo perforada por otros, y viceversa (quizá por eso, para Noelia había sido muy normal que su nuevo amante en turno llamado Leo la hubiera besado en delante de su marido y todos los presentes). Lo que ella no sabía es que Leonardo Carvajal lo había hecho para demostrar su pedantería y superioridad delante de Gustavo, delante de mí… delante de todos.

«Ay, Noelia, no sabes el alacrán que te echarás encima.»

De algún modo yo confiaba en que el pacto que teníamos Rosalía y yo se iba a cumplir, ese donde habíamos prometido uno y otro que no haríamos nada en el tema sexual con las parejas que nos tocaran (ella con Samír y yo con Paula). Esa promesa entre los dos me mantenía a flote (si se puede decir de alguna forma), me mantenía emergido en el océano en medio de un desastre marítimo en donde todos nos estábamos ahogando.

Pese a ello, confieso que mis miedos seguían allí (mi pasado tormentoso era el culpable de mis temores presentes), aún así confiaba plenamente en Rosalía, del mismo modo en que, estaba seguro, ella confiaba en mí. Lo único que me preocupaba era desconocer si ella seguía enfadada conmigo por el cómo me había comportado antes, y mis temores se hacían cada vez más severos porque ni siquiera me dirigía una mirada para dejarme tranquilo. Seguía de pie, del brazo de un Samír que no perdía la sonrisa mientras miraba a Leo, que ahora estaba muy cerca de él.

Y a la vez me daba rabia pensar que por mi culpa ahora mi mujer estaría debatiéndose entre miles de ideas para elegir una que respondiera al conflicto de no saber cómo chingados convencer a Samír para que no se la tirara, sin que éste lo hiciera público y Heinrich se enterara que no habían consumado su parte del juego. Rosalía tenía que ser muy lista y persuasiva para cumplir su propósito, aun si yo era consciente de  que Samír era un empotrador empedernido, follador por naturaleza, que no se la pondría fácil. Por mi parte ya vería cómo zafarme de la loca de Paula. Por ahora me preocupaba más Ross que mi propio devenir.

«No debimos de haber venido, Rosalía; no debí de traerte ni exponerte a estos problemas. Ay, mi inocente flaquita, cuánto lo siento.»

Pero lo cierto es que nuestra economía cada vez estaba más en picada (por culpa de Paula, la ladrona de mis clientes), y llegaría el día en que mi economía me estrangularía del cogote si no conseguía que ese cabrón negro pervertido me diera el trabajo por el cual yo estaba tolerando cada opresivo segundo que pasaba esa noche.

—Pfff —resoplé.

El siguiente golpe bajo que el destino me ofreció esa noche fue cuando se descubrió que Jandiara, pareja de Heinrich, tenía en su poder las llaves de Sebastian, lo que presuponía que Lorna quedaría de pareja con Gustavo, mi mejor amigo.

¡Mi ex esposa y mi mejor amigo!

Conocer esta última selección de pareja nos dejó a Paula, Leo, Gustavo y a mí boquiabiertos.

Por diferentes motivos, cada uno de nosotros teníamos nuestras razones para que esta nueva parejita que se había formado nos supusiera un desagrado, incomodidad y sorpresa indecibles. A los cuatro nos supuso un mal sabor de boca…y cuando digo a nosotros cuatro, es porque era solamente a nosotros cuatro.

Tras conocerse la selección, Lorna observó a Paula (por primera vez desde que llegara a Babilonia) con una terrible mueca perversa que yo tanto le conocía, y esperó sonriente a que Gustavo la cogiera de la mano sin mostrar el menor de los inconvenientes. Se saludaron con un par de besos en las mejillas y mi compadre no dudó en observarme entre con pena, vergüenza y  fascinación. Su seriedad y gesto fue el mismo con el que yo lo miré cuando tuve que hacerme a la idea de que Paula estaría conmigo en una habitación a solas.

Por otro lado, Gustavo sabía que yo no había podido olvidar a Lorna, y que tener que encerrarse con la que había sido mi esposa, mi todo, mi gran amor, lo ponía en un escenario muy fuerte, perturbador y crítico.

De tanto que mi compadre y yo nos miramos sin decirnos nada, sentí que mi rostro se me ponía duro y pesado.

—¡Portentoso, queridos amigos! —continuó Heinrich interpretando su papel de presentador televisivo—, ahora sí ya estamos cada cual con su cada quién. Así que no me queda más que decirles a todos que disfruten de esta noche con sus respectivas parejas, porque será una noche única e irrepetible. ¡A follar, a follar como si el mundo se fuera acabar!

Las cartas estaban echadas.

Ahora tocaba actuar con prudencia y sabiduría. Sobre todo tocaba hacer frente a una situación que, si Rosalía y yo no sabíamos dominar, se nos iría completamente de las manos.

12

En resumidas cuentas, las parejas quedaron de la siguiente manera:

Samír con Rosalía

Jessica con Heinrich

Noelia con Leo

La brasileña con Sebastian

Lorna con Gustavo

Y yo con Paula

—Ahora sí, pequeño listillo —me susurró Paula cual alicante venenoso—, esta noche consumaremos lo que dejamos pendiente la última vez. Pero antes… necesito ir por provisiones para la noche. Espérame un momento, Noé, que tengo que ir por algo.

Vi desaparecer el culazo de Paula debajo de ese vestidito blanco con transparencias entre la oscuridad del ámbito.

Intenté acompasar el pulso y relajarme, pero ver a Rosalía temerosa conversando con Noelia (¿en qué momento se reunieron?), mientras Samír y Leo se susurran cosas entre risitas y palmeadas, al tiempo que alternan miradas hacia mí, me descompusieron y casi me dieron ganas de gritar. Me contuve porque Heinrich estaba hablando por última vez con su mujer, antes de marcharse con Jessica, quien de pronto entrelazó su brazo con el mío inesperadamente y me susurró;

—¿Te digo algo y no te enfadas, Noé?

Resoplé. No me gustaba para nada tener que hablar con la mujer de Sebastian. Esa pelirroja me causaba vasca.

—¿También te vas a burlar tú de mí, Jessica?

—No, nada de eso. Lo quiero decirte es que por mucho que lo intentes, tú no eres compatible con Rosalía.

—¿Qué? —elevé mi voz al escuchar su extraño comentario.

—Tú y Lorna desprendían chispas juntos, Noé.

¿A qué carajos venía eso ahora?

—A ver, Jessica, yo…

—Sé que fui muy mala contigo antes, Noé, pero en serio, alguien te lo tiene que decir. No veo entre ti y Rosalía esa complicidad, diversión, cariño, deseo que desprendías tú y Lorna. Con Ross… no sé… se ven tan raros. Como si estuviesen interpretando papeles de un matrimonio que no… pues eso, que no parece real.

Sus palabras continuaron turbándome.

—A ver, Jessica, Ross y yo nos queremos…

—Puede ser, lo que digo es que ya no provocan envidia.

—¿Envidia? ¿Qué no provocamos envidia?

—Por eso los separaron… —me confesó un secreto a voces—, no sé… tal vez en el fondo los envidiábamos. Tú y Lorna eran perfectos, Noé.

Sentí un nudo en la garganta y no pude mandarla la mierda porque la voz se me fue.

—Y te juro que me sabe mal haber contribuido en su ruptura —concluyó la sinvergüenza.

¿Ahora le sabía mal? Maldita vieja de plástico hipócrita.

—No pasa nada —le dije al fin, pensando que faltaba muy poco para que Sebastian le diera su merecido.

Jessica se alejó y fue ahora Gustavo el que se me acercó, diciéndome:

—A la hora que quieras paramos todo esto, Noé. —Parecía sincero, y asombrado también por lo que estaba pasando—. Una cosa es que te haga falta el dinero, y otra que tengas que pasar por todo esto. Ya te dije que si necesitas, yo te puedo…

—No, Gustavo, no —me negué, firme en mis convicciones y mi palabra—, Rosalía y yo ya lo hablamos antes y acordamos persuadir a nuestras respectivas parejas si a caso nos encontrábamos en una situación como esta. No tendremos sexo ni yo con Paula ni ella con Samír.

Eché la mirada hacia el fondo y vi a Noelia que le susurraba algo a Rosalía, mientras, a dos metros de distancia, Heinrich, Samír y Leo conversaban en voz baja. Sentí un nudo en el vientre.

—No mames, cabrón, ¿sabes quién es ese puto rubito de mierda llamado Samír? —me recalcó furioso (supuse que su rabia se debía más por Noelia y Leo que por mi decisión de continuar con el juego)—. Ese pedazo de ojete rubio es un hijo de las mil chingadas igual que el piltrafa de Leo, ¿has visto cómo se han secreteado antes de que se reuniera con ellos Heinrich, Noé? Se están burlando de nosotros, están tramando cómo profanar y perforar a nuestras mujeres de todas las formas posibles, vejándolas y utilizándolas, imprimiendo en ellas todo el odio que nos tienen.

—Me odia más a mí que a ti —le recordé.

—No desde que se enteró que yo fui quien le mandó en la cárcel esa golpiza y desculada que seguro no lo dejaron pararse en un mes.

—¿A caso no conoces a Rosalía? —le pregunté ofendido—. Ella sería incapaz de faltarme al respeto, sobre todo luego de vivir de cerca cómo se destruyó mi anterior relación. Ella me ayudó a resurgir de las cenizas, por lo que sería incongruente que, de la misma forma en que me ayudó a salir del fango, ahora ella me volviera a sepultar.

—Sí, buey, sí —discrepó Gustavo, llevándose una mano a la cabeza, como si pensara que yo era un ingenuo—, no dudo que ella sea la Virgen María personificada, pero ¿tú sabes a caso quién es Samír? No mames, Noé, deja de ser tan iluso, que tú y yo conocemos la clase de fichita que es ese estúpido. A Samír le valdrá cien kilómetros de vergas que tú tengas un pacto con Rosalía, con tal de chingarte, ya verás de lo que es capaz.

—¿Y si mejor me das ánimos, compadre? —le pedí sintiéndome desmoralizado—, que me estás poniendo más angustiado y nervioso de como estaba.

—Yo sé que te afecta, Noé, pero hay que ser realistas. Además bien sabes que yo no voy por medias tintas, digo las cosas al son que me las toquen. Angustiado yo, con el temita del musculitos y mi esposa.

—A ver, Gustavo, lo que me sabe mal es que cometimos un error garrafal al no contarle a Noelia quién carajos era en realidad el demonio de Leo. Ahora tu mujer está a su merced.

—Me preocupa que se deje deslumbrar por el pollón de ese pendejo, Noé. Tú no estás para saberlo ni yo para contarlo, pero mi pito está de buen tamaño tanto en longitud como en grosor, pero también es cierto que los rumores dicen que ese cabrón tiene un rabo como para destornillar cañerías.

«Ay, amigo, si supieras cómo la tengo yo, verías por qué mi muñequita rubia me mandó a la mierda.»

—Lo único cierto, Noé —continuó mi compadre, que no tenía pelos en la lengua para decir las cosas—, es que si el amor se tratara de pollones gigantes y no de sentimientos, hace mucho que los matrimonios se habrían extinguido.  El sexo es sexo y los sentimientos no tienen por qué involucrarse, es lo único que me tiene tranquilo. Pero es que bueno, Leo es Leo, y es mañoso.

—Ya lo sé —repuse—, pero lo que sí es cierto es que ninguno de los implicados habríamos imaginado que ese tlacuache con pito fuera a salir de la cárcel tan pronto. A ver, Gustavo, ¿y si hablas con Noelia antes de que se encierre con Leo y la… bueno, ya sabes?

Mi compadre bufó.

—¿Y que ella me la haga de pedo después por haberle ocultado los antecedentes del musculitos? No, gracias. Ya veré cómo asumo esto mañana. Aquí el asunto es que… bueno, tú ya dijiste que no te acostarás con Paula, que a mí de todos modos me vale una mierda lo que hagas con ella, pero el caso es que Lorna…

Entendía a dónde iba, y permití que terminara la idea.

—Tampoco me importa lo que hagas con ella —le dije casi en automático, aunque en la última frase la voz se me quebró.

Gustavo torció un gesto y me observó, escéptico:

—No hace falta que me mientas, Noé. Yo sé bien cómo están tus sentimientos respecto a ella, justo ahora. Vi cómo pusiste la cara de sapo aplastado cuando apareció Lorna en la sala. El problema es que yo no sé cómo persuadirla para que…

—En serio —volví a mentir—, por mi no te preocupes, a mí no… pues eso, yo estaré bien. Tú, pues… tú verás si… eso, o no, o sí, como tú quieras, no sé… A mí la que me importa ahora es Rosalía, que es mi pareja.

Gustavo se quedó en silencio, escuchando mis incoherencias.

—Gustavo, no me veas así, es que la verdad no sé qué decirte. Me encabrona no poder asumir esto… de forma más o menos madura. ¿Te digo la verdad? Viendo cómo van las cosas, habría preferido que me tocara con ella, con Lorna, en lugar de con Paula. No para coger ni nada, pero sí para hablar. Tengo unas terribles ganas de hablar con ella. Es una necesidad, pero no para volver con ella, creo que jamás lo haría, y menos con lo de ahora que está con Leo. Lo que sí es que quiero cerrar el círculo de una vez por todas.

—Pues si quieres cerrarlo de forma brusca, anda, que Lorna fue al tocador, me dijo que necesitaba retocarse en el espejo de los baños antes… de subir a la habitación que Heinrich nos asignó.

—¿Cómo? —me descolocó su comentario.

—Allá, al fondo, Noé. Ve con ella antes de que se venga conmigo. Habla con Lorna si es lo que quieres, ve ahora que Rosalía está entretenida con Noelia. Ve con Lorna pero evita que te vea Paula o Heinrich. No la cagues.

—Pero Gustavo.

—¡No seas pendejo y ve! ¿No es lo que querías? Pues anda, pero no la entretengas mucho… que pues bueno…

—Sí, que te la tienes que coger.

No fue mi intensión soltarle mis últimas palabras con tanta rabia, pero me salió así. Ninguna de las parejas se había ido aún, así que era mi oportunidad. Paula dijo que tenía que ir por unas cosas para la noche, a saber a qué se refería, así que aproveché su ausencia para hacerle caso a Gustavo e ir al tocador y encontrarme con mi ex mujer.

El pecho se me calentó y la polla se me puso dura de solo pensar que podría tener la posibilidad de hablar con ella. Así que nada, me eché andar al fondo al área de servicio de mujeres y me escondí detrás de una cortina fluorescente roja que dividía el pasillo del tocador.

«¿Qué estás haciendo, Bichito?, ¿qué putas estás haciendo?»  me reprochó mi parte racional «si te descubre Rosalía todo se irá a la mierda.»

«Es tu oportunidad para encontrarte a solas con ella. Un encuentro casual. Al menos dile hola y ya» me aconsejó mi parte pendeja. Y vaya si era pendeja, porque, ¿qué le iba a decir?, ¿bajo qué argumento le iba a hablar?

Mi intención no era regresar con ella, pues había muchas sombras del pasado que ennegrecería nuestra relación, eso lo tenía claro. Además Rosalía era mi mujer, y teníamos un hijo en común. No, claro que no. Jamás dejaría lo mucho por lo poco. No obstante, había cuentas pendientes por saldar. Palabras que nunca nos dijimos. Sentimientos por reparar. Almas por construir. Aromas por recordar. Lo más importante, necesitaba saber por qué con él… ¿por qué con él?

«¿Y a ti qué carajos te importa?» me cuestionó otra vez mi parte racional.

Afortunadamente la luz por esa parte del salón era casi nula, por lo que tuve ocasión de asomar la cabeza al baño de mujeres sin ser descubierto, y de ese modo advertí que Lorna estaba mirándose en un gran espejo que cubría toda la parte frontal del interior. El corazón se me aceleró a mil por hora, y casi estuve a punto de entrar y hablarle, pero de pronto una voz femenina se oyó en la distancia;

—Así que aquí te viniste a esconder, muñequita rubia de plástico. —Era Paula, que acaba de entrar al baño, y se dirigía a Lorna como la peor de sus enemigas—. ¿Cómo dices que estás?

Paula caminó entre tacones hasta donde Lorna estaba y se puso a su costado, cruzándose de brazos, mientras la rubia continuaba retocándose el maquillaje, sin mirarla.

—¿Qué cómo estoy, preguntas? —la cuestionó Lorna con tranquilidad—. ¿No me ves? Estoy brillando más que el sol, y más que tú, como siempre, muñequita de trapo.

Paula se echó a reír y la continuó mirando con desprecio.

—Admiro tu valor para tener la desfachatez de plantarte ante nosotros esta noche, Lornita, después de todo lo que hiciste en el pasado. ¡Qué huevos de cabrona! ¿No te diste cuenta que tu presencia incomodó a todos?

Esta vez fue la despampanante rubia de vestidito tinto y tetas gigantes la que se echó a reír sardónicamente. Se inclinó más hacia el espejo y sus carnosos muslos brillaron.

—Sobre todo a ti, ¿no, Paulita? Pues perdón, pero ese efecto tengo, fíjate; gobernar en donde piso e incomodar a quien me propongo. Disculpa si mi presencia te encandiló, pero yo no tengo la culpa de ser extraordinariamente fascinante. Para la próxima vez tápate los ojos si te molesta mi fulgor, porque la que es sol, hasta de noche brilla.

—Al final te saliste con la tuya, ¿no, Lornita? Te quedaste con Leo, el señor pollón que tantas perforadas te regaló. Veo que, después de años, sigues siendo cortita… cortita… cortita…

Lorna se quedó en silencio un momento, la miró a través del espejo y la sonrió. Contestó a Paula de forma parsimoniosa, con calma, diciéndole;

—El comal le dijo a la olla… ¿no? Veo en cambio que los años a ti te secaron la materia gris de la cabeza, así que permíteme reírme, sobre todo porque, la que al parecer no se salió con la suya fuiste tú, ¿no, Paulita? Es una pena que no merecieras las migajas que te dejé.

¿Con lo de «migajas que te dejé» se refería a mí?

Sus últimas frases fueron petardos que se clavaron en el orgullo de Paula, quien contestó intentando contenerse;

—Si lo dices por Noé, creo que es mucho más feliz con la que fuera tu mejor amiga, ¿Rosalía se llama la estúpida insípida esa? Ya lo ves. Hasta un hijo le dio, y vamos a ver si de veras es suyo, porque hasta donde yo sabía, Noé era infértil, ¿no? Pero igual, qué divinos se ven juntos los tres, ¿verdad? Es una lástima que tú ni siquiera hayas servido para engendrarle un hijo…

Esta vez la que recibió los petardos fue Lorna, quien pareció herida por el comentario. Pero no se quedó callada y recompuso pronto su postura de mujer digna, respondiendo;

—No sé que es peor, Paulita, saber que mi ex marido ha tenido un hijo con la que fuera mi mejor amiga... (que después de todo era su sueño) o que mi propia hija, es decir, la tuya, esté siendo criada por la nueva esposa de su ex marido y tú ni siquiera tengas derecho a verla.

El rostro de Paula se contrajo, y sus ojos lanzaron llamas, según pude apreciar entre las aberturas de su antifaz.

—¿Te digo lo que es peor, Lorna?, que tú, pedazo de zorra culo suelto ahora estés de pareja con el tipo que te utilizó como una perra sólo para joder al cornudo e imbécil de tu marido…

Apenas di un parpadeo nervioso cuando escuché un fuertísimo ¡Plas! que hizo eco en todos los recovecos del baño. Lorna le había volteado la cara a Paula tras pegarle una bofetada que hasta mí me dolió. No conforme con esto, Lorna le gritó:

—¡Tú vuelves a insultar a Noé de esta forma y te juro que te tumbo todos los dientes, ¿escuchaste, perra hija de puta?!

Paula intentó manotear, todavía sintiéndose aturdida por el golpe, pero no lo hizo, ya sea porque el cachetazo la había tomado desprevenida o porque no sabía cuál iba hacer la reacción de la rubia si ella se la devolvía;

—¿Cómo te atreves a…?

—¡Ya no soy la misma estúpida de antes, Paula Miranda, y ahora que he vuelto lo entenderás con creces! ¿Sabes algo? Por lo menos a mí me reconforta saber que tú no te lo quedaste. Mira que conformarte con ese pobre diablo de Samír. Ufff. Me das pena.

—¿Pena yo? Pena me das tú, Lornita, que aparte de zorra eres una cínica. No sabes el asco que me da que hayas vuelto, mosquita muerta.

—De muerta nada, Paulita, que vengo más viva que nunca y dispuesta a todo.

—¿Dispuesta a seguir siendo la mayor puta de Linares, Lornita?

—No, querida, ese trono lo seguirás conservando tú. Sería incapaz de relegarte.

Las divas se observaban con tanto odio que temí que se fueran a tirar de los pelos de un momento a otro. Y yo allí escondido como un vil cobarde.

—¿A qué has venido a Linares en realidad, Lorna?

—¿Ahora me tienes miedo?

—¡El miedo lo debes de tener tú, rata rubia asquerosa, que ya supiste de lo que soy capaz! Eres una zorra de lo peor, ¿lo sabes? ¡De lo peor!

—Pues deberías de sentirte feliz, Paulita, ¿no era eso en lo que querías convertirme?, ¿en una réplica perfecta de ti al tiempo que te quedabas con mi marido? Pues ya lo tienes. La diferencia es que yo soy mucho más mujer que tú, y si no me crees, ve cuidando a tu noviecito el rubio idiota ese, no vaya ser que un día lo encuentres agujerándome el culo en tu propia cama.

—¡No te metas conmigo, Lorna —gruñó Paula, apretando los dientes—, y no me vuelvas a poner una mano encima, naca ordinaria, que yo también soy una perra!

—De perras está atestado el mundo, Paulita, y no les tengo miedo. Muchas me han ladrado durante toda mi vida, pero hasta ahora ninguna se ha atrevido a tirarme una mordida.

Nunca pensé que presenciar un desencuentro entre divas, dícese de Lorna y Paula, me iba a resultar un tanto alucinante. Las mujeres más bellas de Babilonia, una culona y la otra tetona, una rubia y la otra morena, y las dos perras por igual, debatiéndose en un duelo de reproches.

Vaya lío.

—Recuerda que yo ya te mordí, Lornita, ¿o ya se te olvidó por qué te divorciaste?

Lorna se volvió a quedar callada. Como estaba de perfil, no supe cuál fue su reacción, pero supongo que se mostró ofendida, porque le dijo;

—No se me ha olvidado, Paula, y no sabes cuánto me alegra que tú también tengas buena memoria, así no te va a parecer extraño cuando comience hacer mierda tu vida.

—¿Me estás amenazando?

—A diferencia de ti, yo no amenazo. ¿De verdad piensas que vine a Linares solo a ver tu linda cara de puta que tienes, Paulita? No, grandísima zorra. Mis propósitos son otros. Pero de algo sí quiero que no te quepan dudas; te juro, muñequita de trapo, que uno a uno van a pagar muy caro lo que nos hicieron…

Cuando dijo «nos hicieron» sentí un nudo en la garganta.

—Eso quiero verlo, estúpida.

—Y no sólo lo verás, querida Paula, también lo sentirás.

—No intentes conmigo ejercer tu papel de heroína vengadora que vuelve después de años a recuperar lo que perdiste, porque Noé… nunca, escúchalo bien, nunca volverá a ser tuyo.

—Y yo no lo pretendo, Paula, si eso te preocupa. Yo no volví a Linares por él, sino para reivindicarme.

Sus últimas palabras fueron como si ahora a mí me hubiese abofeteado. ¿Que no venía por mí, había dicho?

—¿Pretendes reivindicarte abriéndole las piernas a Leo, el tipo que, literalmente, hizo mierda tu matrimonio? Si serás imbécil.

—Es evidente que en lugar de neuronas tienes espermatozoides en la cabeza, Paulita. Tú no lo entenderías, y tampoco pretendo explicarte nada, burra. Pero te repito, yo no volví por Noé, pues para mí quedó muy claro que su odio por mí al final fue más grande que el amor que decía tenerme. Si él no luchó por lo nuestro… pues no hay nada que yo deba hacer.

Sus palabras me golpearon el pecho otra vez. Perdí el aliento.

—La que rompió tu matrimonio fuiste tú, Lornita, no se te olvide nunca…

—Claro que sí, la culpable fui yo, pero también fuiste tú… y Leo… y Jessica, y Samír, Rolando, Miranda, Rosalía y Noé mismo. Pero eso ya no importa. Lo pasado pisado, y ahora a mí me toca pisarte a ti. Pero eso sí, aunque sea desde la sombras… no voy a permitir que nadie vuelva hacer daño a Noé… ¡No lo permitiré!

—Ahora no vengas de heroína redentora, Lorna Patricia, porque eso no te lo cree ni tu culo. ¿Dices que no quieres que le hagan daño a tu ex maridito, pero te alías con su peor enemigo? JA JA y JA. No me hagas reír. ¡Rompes un matrimonio consolidado que tenías con Noé por andar de caliente, te largas quién sabe a dónde a prostituirte seguramente, y ahora, cuando sabes que tu amorcito tiene un hijo y ha vuelto a rehacer su vida vuelves de digna a volverlo a romper, ¡el título de golfa te queda corta!

—Tal vez puedo ser una golfa, María Paula, pero eso no quita que yo sea una mujer más culta, inteligente (aunque es obvio en que mis relaciones amorosas no), fina y trabajadora que tú. Lo importante es que he regresado, y no estoy jugando al decirte que uno a uno de los que nos hicieron daño van a rodar al mismo fango del que yo acabo de salir. Por el momento, Paulita, y haciendo gala del título de «golfa» con el que te refieres a mí, me voy… que tengo que ir a follarme a tu ex maridito como seguramente tú nunca lo pudiste hacer.

Dicho esto, Lorna suspiró, repasó con la mirada a Paula de arriba abajo y se dio la media vuelta hacia la entrada del baño.

—Pues disfrútalo, Lornita, mientras yo me follo a tu querido ex Bichito como seguramente tú tampoco lo pudiste hacer.

Pero Lorna no respondió.

La rubia despampanante se marchó. Pasó junto a mí, clamando con sus tacones, y sólo me conformé con aspirar su exquisito perfume. El que tantas veces quedó plasmado en mi piel. Y en mi pecho se volvió a clavar esa daga del pasado, sumiéndome en miles de dudas y emociones torcidas, diciéndome una y otra vez;

«Ella… no volvió por mí.»

«Ella… no volvió por mí.»

Cuando volví a la subsala Leo, Noelia, Sebastian, la brasileña, Gustavo y Lorna habían desaparecido. Solo estaban Samír y Rosalía, y esta última se acercó a mí cuando me vio llegar.

—¿Dónde estabas, Noé?

Miré hacia a dirección de los baños, pero no pude responder.

—Vi a esa venir de tu misma dirección…

—No estaba con ella, si eso te preocupa —le dije, besándole la frente—. Rosalía… abrázame fuerte, por favor.

Cerré los ojos y sentí que sus brazos me oprimían. Luego escuché su voz, diciéndome entre susurros:

—¿En qué nos metimos, Noé?

—Todo saldrá bien, tal y como lo acordamos, ¿va? —Ni siquiera yo estaba seguro de lo que decía, pero al menos quería trasmitirle seguridad a Ross—. No vamos a tener sexo con ellos, Rosalía, ni tú con Samír ni yo con Paula.

Abrí los ojos y la vi asentir con la cabeza.

—Confío en ti, amor —me animó, pero su voz fue oscura, sin matices.

—Y yo en ti, flaquita.

Iba a darle un beso en la boca cuando Samír me la arrebató, plantándome una cara punzante y mordaz.

—¿Nos vamos, mami? —le dijo el cabrón a mi Rosalía.

Ella se separó de mí, me observó con un mohín y se dirigió sola al umbral de la sala, dejando a Samír conmigo.

No pude evitar sentir ganas de llorar. Algo pasó con mis sentimientos que se me volcaron en el pecho. De pronto un impulso de ir tras ella y soltarle un puñetazo al rubielas me dominó el entendimiento, y probablemente por instinto de supervivencia y de dignidad lo hubiera hecho de no ser porque Samír me dijo, en un tono tan sardónico que me estremeció:

—Aprovecha esta noche a mi novia Paulita todo lo que puedas, Noecito, con potencia y sin consideración; porque yo a la tuya… te la voy a reventar…

Rosalía estaba esperando al rubito en la puerta de la sala, y allí él la entrelazó del brazo y juntos desaparecieron por el umbral.

Ahora sí, el perverso juego de las llaves estaba a punto de comenzar.