Por mis Putas fantasías 2 (REDENCIÓN) cap. 27 y 28

Continúa la historia

27​

Cuando llegué esa noche a casa, todavía mi cabeza estaba totalmente desbocada. ¿Lorna haciendo pasar a su hermana de apenas c..in…co años… por su hija?, ¿Heinrich había privado a Aleska de su libertad para que mi ex esposa estuviera en sus manos?

¿Y lo de Catalina?, ¿para qué carajos se había reunido Lorna con Catalina? Todo se estaba desmadrando. Lo único que quería era que Sebastian y yo tuviéramos las pruebas necesarias (o el consejo de su amigo) para joder la dichosa fiestecita de Heinrich en su mansión el viernes.

—¿Cómo te fue en tu comida? —le pregunté a Rosalía que ya estaba vestida con el pijama, recién bañada.

—Espléndido, flaquito, espléndido.

Esa noche cené cereal con leche de soya y con bastantes dificultades lo tragué. Respiré hondo y lo solté:

—¿Jessica les contó que se está divorciando?

Rosalía se quedó un momento en silencio, cavilando una respuesta: se sentó del otro lado del desayunador y después me sonrió:

—Jessica no pudo llegar, pero qué mal si se está divorciando. Digo mal por ella, pero bien por Sebastian, ¿no?, que ya sabemos de la calaña con que está hecha esa pelirroja.

Vaya… vaya…

—Pues sí —murmuré—, por eso me extrañó que la invitaran a comer con ustedes.

Rosalía se sirvió un plato con frutas y una infusión de té verde y ya no contestó nada. Sin menospreciarla, Jessica es de… una intelectualidad más inferior. Suponiendo que te tengo a ti y a Noelia por personas mejores.

La vi nerviosa y sólo pudo asentir con la cabeza.

En los siguientes días Fernandito no volvió a presentar altas temperaturas. Lo que sí es que Margarita consiguió concertarme el alquiler de una cabaña en las montañas de Arteaga, en el estado limítrofe de Coahuila, (a poco más de dos horas de distancia de Linares), que si bien no era la Riviera Maya, la verdad que sí sería un lugar fabuloso para visitar y reencontrarnos como pareja.

Lorna continuó desaparecida del mapa y me contenté con saber que el viernes la tendría que ver sí o sí. El problema ahora sería bajo qué circunstancia podría persuadir a Rosalía para que pasara la noche del viernes en casa de Jessica y Sebastian (sí, la pelirroja no daba su brazo a torcer y, pese al trámite de divorcio, se negó rotundamente a marcharse de allí).

No obstante, Rosalía continuó saliendo todas las tardes con Noelia, cosa que no me gustaba para nada. La madrina de mi hijo ya no me inspiraba confianza, y cada noche que Rosalía se aparecía en mi cuarto con un conjunto sexy, sonriente, diablilla, seductora, con ganas de sexo (aunque no la podía penetrar porque, al parecer, la regla no quería dar tregua) y queriéndomela chupar hasta los huevos, (cosa que meses atrás habría sido inimaginable), sabía que Noelia estaba detrás de todo esto. No es que me disgustara la nueva cachondería de Ross ¿a quién le dan pan que llore?, lo que sí me parecía raro es que su empeño por parecerse a Lorna (según me lo dejó claro aquella ocasión en que se comportó como tal) se hubiera vuelto a meter a su cabeza, cosa que no me agradaba.

Sería por su reciente trastorno nervioso (o sus hormonas) que en ocasiones estaba feliz y de pronto la encontraba recaída, seria y con la mente en Plutón. Algunas noches despertó gritando, y me horrorizó pensar que la noche en Babilonia le hubiera afectado de verdad, aunque ella decía lo contrario. Encima Ross no podía tomar nada para los nervios, por aquello de que estaba amamantando, así que me tuve que contentar con ofrecerle tranquilidad y paz.

Todas las mañanas Rosalía despertaba misteriosa, pensativa, absorta, y cuando volvía de estar con Noelia la encontraba más efusiva y sonriente.

Sus consejos, sus putos consejos, ¿qué le habría dicho la mujer de Gustavo para que mi mujer, en apenas un par de semanas, se estuviera volviendo un poco más salida que antes?... Y que a la vez estuviera tan misteriosa.

Recordé las últimas semanas con Lorna y, con terror, concluí que había pasado con ella algo parecido. Rosalía estaba replicando los mismos patrones. Y eso me asustaba. Lo único que necesitaba era que Gustavo me enseñara los videos de ala noche en Babilonia, y después de eso podría actuar consecuentemente.

En mi afán de ofrecer a Fernandito una familia funcional, donde primara el amor y la confianza (basados en una relación donde estuviera presente mamá y papá) había intentando hacerme de la vista gorda y pasar por alto ciertas actitudes y actividades sospechosas de Rosalía que no me gustaban. También pretendí disolver de mi cabeza los errores de su pasado: desde el hecho de haberme ocultado que Lorna había estado viviendo con ella durante la semana en que la creí desaparecida (reproduciéndole recados horribles que yo nunca le había mandado), hasta su posible intervención en las decisiones de su aborto.

Lo último que quería era desconfiar de Rosalía; sobre todo porque ella no era Lorna… ni Paula, ni mucho menos Noelia, por mucho que ésta última la quisiera hacer igual a ella.

Pero tampoco podía blanquear su conducta y era consciente de que Rosalía no era un frijol limpio.

Por otro lado, desde nuestra última discusión, por mi salida con Lorna y la visita de Leo, Rosalía se había mostrado más cariñosa y receptiva hacia mí. Me complacía en todo (excepto en la comida, allí sí que seguía siendo intransigente) y, para mi gran sorpresa, incluso el jueves por la noche llegó a casa con un plug anal con cola de zorra que, dijo: «Noelia me obsequió para jugar.»

Me quedé de cuatros cuando quitó la envoltura de la caja y me lo enseñó. Era de color plomo, en forma redondeada, cuya utilidad consistía en insertarse en el recto para fines sexuales. Me escalofrió el hecho de que me mostrara ese juguetito con una sonrisa, puesto que nunca de los nuncas habíamos hecho cosa semejante, ni siquiera como broma. El anal estaba prohibido mencionarlo en casa.

—Me ha dicho que este plug es para prepararme el chiquito… —dijo, refiriéndose a su ano. Acababa de salir desnuda del baño, contoneando su esbelta figura, tras ducharse.

Saltó a la cama y me besó, lanzando al suelo el libro de Milan Kundera que estaba leyendo.

—¿Prepararte el chiquito… para quién? —intenté hacerme el gracioso, quitándome los lentes de lectura.

—Pues para ti, tontito —me sonrió, atando sus rizos húmedos en una trenza. Sus senos rellenos por la leche materna, sus pezones oscuros y sus aureolas inflamadas por lo mismo, quedaron delante de mi boca cuando se sentó a horcadas sobre mis piernas, tras quitarme el pijama.

Rosalía estaba húmeda, y sus vellos finamente recortados en su zona púbica despertaron a mi polla, que todo el día había estado en reposo (cuando no pensaba en el beso que Lorna me había dado y que, a su vez, había un asqueroso negro queriéndola convertir en su puta personal).

—¿En serio te piensas… meter eso? —le pregunté levantando las cejas, mirando con desconfianza su «juguetito.»

Acarició mi pecho con la cola de zorra del plug y me hizo cosquillas.

—No sé, la verdad que me da miedo. Aunque no es tan grande, creo que me dolerá, ¿o tú qué crees?

—Pues no sé, la verdad —me encogí de hombros—. Yo nunca me he metido y uno, ni lo volvería hacer —le dije como broma a fin de liberarnos de tensiones—. Lo que sí es que nunca pensé que… pues eso, que te sentirías atraída por algo así. Nunca me dijiste sobre tu fantasía de que la metiera por el ano.

Rosalía se echó a reír y se puso colorada.

—Es que… pues no, no, la verdad es que no creo que me gustara. De todos modos recibí este juguetito para no contrariar a Rosalía. Ya ves cómo es de bromista.

—Pues mira sus bromas, que quiere que te estrenes por el culo —me carcajeé.

—Qué vulgarcito —me regañó con fingida indignación. Me dio un beso en la boca y me volvió a acariciar el pecho con la cola de zorra del plug—. ¿Entonces?

—¿Entonces qué? —le pregunté mientras besaba sus pezones—, ¿quieres que te lo meta… allá atrás?

—¡No! ¡No! —se echó a reír—, digo que si no te molesta que lo tenga.

—¿Por qué me va a molestar? Si tú quieres experimentar… pues…, ¿qué te digo? Mientras yo sea el beneficiado.

—Serás guarro —se carcajeó—. Bueno, igual y te lo digo por un si un día, mientras hacemos el amor, notas que mi… pues… eso está abierto, no vayas a creer que me la ha metido un burro, será por el plug.

Quise reírme, pero cierto deje de desconfianza me lo impidió.

—Bueno, bueno —quise cambiar la conversación pero encaminado a lo mismo—. ¿Ahora sí me vas a dejar penetrarte?

—Aún no —sonrió haciendo un puchero—, la regla aún no cede.

Volví a levantar las cejas.

—Pero ya no traes protector desde hace días —le comenté, palpando su raja—: ni se te siente nada raro, ¿es normal que estés menstruando desde hace dos semanas?

—Ya sabes que siempre soy muy irregular con mi periodo —me recordó, besándome los labios—. Tres meses sin reglar y ahora me llega a borbotones. Es cierto que ya no tengo sangrado, pero, por las dudas, prefiero esperar un poco: me daría una vergüenza horrible... si me salieran grumos.

Suspiré decepcionado.

—¿Entonces?, ¿quieres que me contente solo con tus mamadas?

—¿No te gustan?

—Sí, pero…

—A no ser que me la quieras meter por atrás… pero primero el plug —se volvió a sonreír.

Me eché a reír nervioso. Usar un plug anal con Lorna, incluso con la loca de Paula habría sido normal, pero con Rosalía, que desde que la conocí había sido la réplica de la Virgen María, pues sí que, incluso, me incomodaba.

—Anda, cochinillo, mejor vete a duchar —me dijo mi mujer, descabalgándome, para mi pesar, y dándome un cachetón en una de mis nalgas—. A ver si te cuidas esa piel que tienes, cielo, que esa mancha en el abdomen te queda horrible. Otro golpe de esos y me quedo sin hombre.

Se refería al moretón que me había propinado Leo, y que ella creía que me lo había provocado con la puerta del armario.

Torcí un gesto (aunque intenté sonreír) y me metí a la ducha.

Dentro del baño, minutos después escuché ciertos pujidos procedentes de Rosalía que me preocuparon:

—¿Todo bien? —pregunté desde el baño.

—S…í… to…do… bi…en —contestó ella como si estuviera con dolores de parto.

No le di importancia y continué duchándome (y sus gemidos entre dolor y otra cosa me siguieron angustiando). A los diez minutos terminé, me afeité el poco vello que tenía en el mentón, me sequé, me enrollé una toalla en la cintura y volví a mi cuarto.

Cuál sería mi sorpresa al encontrar a Rosalía en cuatro, con su culito en pompa en dirección de la puerta del baño y con el plug anal insertado en su ano, bamboleándose de un lado a otro para que la cola de zorra se moviera de izquierda a derecha…

—Rosalí… —ni siquiera pude terminar de decir su nombre.

Pelé los ojos como tecolote y la garganta se me secó.

—Costó trabajo, —me dijo, meneando el culo como una perrita cuando tiene hambre—, pero con la vaselina con que limpio a Fernandito lo conseguí.

Me acerqué, todavía con un gesto de sorpresa, y ella se giró lentamente, hasta que su boca estuvo en el borde de la cama y me sonrió.

—Acércate, mi amor, que no muerdo —dijo seductora—, pero sí chupo.

Tragué saliva y di un paso más.

Rosalía miró hacia la cuna y corroboró que el niño estuviera dormido, luego me sonrió pícara y, finalmente, me arrancó la toalla de encima y se ensalivó la boca para chuparme la polla, que ya estaba tan tiesa como un mástil de bandera. Es que verla con ese plug insertado en su ano fue brutal para mí.

—Ahhh —me sorprendió la habilidad con que se la comió toda de tajo, esta vez sin arruinar la mamada con los dientes.

Se la metió hasta la base, succionándola y dándole lametazos a mi glande, hasta atragantarse. Los plash plash aguanosos me excitaron sobre manera. Le agarré los senos y ella prosiguió con la faena, gimiendo como si su boca fuera su vagina. Si bien yo no tenía una polla kilométrica sí que era muy aguantador. Eso siempre me lo había aplaudido Lorna y la misma Rosalía.

Por desgracia, cuando mi mujer continuó chupándomela (intercalando su mojada lengua con mis testículos) mientras me acariciaba las piernas con sus dedos, gimiendo y gimiendo candorosamente, mirándome a los ojos, al tiempo que seguía con la cola de zorra encajada en su ano, la vista me pareció bastante lasciva y me corrí en su boca, retorciéndome allí de pie como una lombriz aplastada.

La madre de mi hijo se echó a reír, incorporándose, escurriendo mi abundante semen por sus comisuras, que cayó en pegostes sobre sus tetas. Suspiré hondo, cerré los ojos y ella se fue a limpiar. Apenas con aliento, me tumbé boca arriba sobre la cama, suspirando una y otra vez. La polla todavía me palpitaba.

Cuando Rosalía volvió, (ya sin el plug de zorra) se posicionó a mi lado y me besó, sintiéndose victoriosa, tenía un sabor a menta por la pasta de dientes que me recordó a Lorna y el aliento que me describió de Leo cuando la besaba. Será por eso que mi calentura cesó de repente y me incorporé, diciéndole:

—Oye, Rosalía, una cosa.

Ella se recostó sobre mi pecho, todavía desnuda, y comenzó alisarse las puntas de sus rizos.

—Dime.

—No hagas caso a todo lo que te diga Noelia. Tú no eres como ella. Una mujer no es mujer por su sexualización, sino por su honestidad y respeto.

—¿Entonces… no te gusto así como soy ahora? —me preguntó haciendo un puchero y reincorporándose.

Intenté reparar mi comentario para no hacerla sentir mal.

—Claro que me encantas, me excitas, ¿no has visto cómo me he corrido mientras me la chupabas? Lo que digo es que vayas a tu ritmo. No es la primera vez que piensas que a mí me van las mujeres… guarronas y así, o sea… sí, pero no. Es decir, no tú. Tú eres diferente, y lo último que quiero es que cambies tu personalidad para agradarme. Tú ya me agradas. Yo ya te quiero y te respeto por tu personalidad y por autenticidad, así, tal cual eres. Si yo quisiera una prostituta, me la hubiera ido a conseguir a un burdel en lugar de formalizar contigo. Por eso, una vez más te lo digo, no hagas caso a los consejos de Noelia. Eso que te recomienda y dice no es de una buena amiga. Pero es tu bronca si la quieres seguir frecuentando o no. Lo que digo es que ella es así y pues ya está. Tú no, Rosalía.

Me sonrió y se quedó seria, reflexiva. Luego me metí a bañar otra vez para limpiarme de nuevo.

Cuando salí, con la toalla enredada a la cintura, mi mujer me informó algo que me angustió:

—Por cierto, flaco, ya tengo la ropa que usarás para mañana.

—Cielo, pero nos iremos a las montañas de Arteaga hasta el sábado, no mañana viernes, no lo olvides.

—No, tontito, me refiero a la recepción que está organizando Heinrich mañana.

Vi cómo se me descomponía el gesto en el espejo mientras me untaba crema hidratante en la cara.

—¿Perdona? —me volví hasta ella.

Rosalía estaba echada de perfil, todavía desnuda, mirando su móvil y jugando con la cola de zorra del plug con su mano libre.

—Noelia me trajo la invitación. Gustavo y ella también irán.

—A ver, a ver, a ver, mi querida y extraordinaria Rosalía —me senté en el borde de la cama, ensayando una sonrisa—, ni tú ni yo iremos a absolutamente a ningún lado. Tenemos que aprovechar todo el viernes para hacer nuestro equipaje.

—Tranquilo, flaquito, que del equipaje ya me encargo yo. Además nos iremos a Arteaga sólo un fin de semana, es fácil guardar nuestras provisiones.

—Pues no iremos a ninguna recepción —fui tajante, volviéndome al espejo.

—¿En verdad no quieres ir, Noé? —escuché su tono decepcionado—. Me dijo Heinrich que ya te había invitado.

—¿Te lo dijo quién? —la miré por el reflejo, sintiendo un nudo en el vientre.

—Noelia —corrigió, todavía mirando el móvil.

—Dijiste Heinrich.

—Quise decir que Heinrich se lo dijo a Noelia, que habías aceptado.

—¿Heinrich ahora es íntimo de la mujer de su socio? —la cuestioné con sospecha.

—¡Pues no me acuerdo bien, Noé! Será más bien que Heinrich se lo dijo a Gustavo y Gustavo se lo dijo a Noelia, y Noelia me lo dijo a mí, ¡ya está, loquito! El caso es que pensé que iríamos a su recepción.

—A ver, a ver, Ross, para con tu trabalenguas —retorné a la cama, mortificado—; no vamos a ir a ninguna recepción, mucho menos si el organizador es ese negro pervertido.

—¿Por qué no? —me dijo, todavía sin mirarme.

—¿Tú sabes quién es Heinrich Miller, Rosalía, el proxeneta número uno no solo de Linares, sino de todo Nuevo León? ¿Sabes que el cabrón pervertido tenía a una de sus guarras mamándosela debajo del escritorio mientras yo estaba allí, firmando el contrato? ¡Ese tipo no tiene escrúpulos ni respeto por nadie, igualito o peor que el ignorante de Leo, que seguro sigue creyendo que México está en Centroamérica y no en el norte!

Rosalía se incorporó abruptamente, se cubrió el cuerpo como si le hubiera entrado un frío y me miró con los ojos entornados.

—Pues así como lo oyes, querida. Ese tipo entre más lejos esté de nosotros mejor. Es una escoria, de lo peor. Yo no sé ni por qué jodidos acepté el trabajo, mismo que voy a mandar a la mierda en la primera oportunidad.

Mi oportunidad sería precisamente durante la recepción de Heinrich, a la cual tenía que ir yo solo y, si era posible, sin el conocimiento de Rosalía.

Rosalía no dijo nada, tragó saliva y, una vez recomponiéndose, volvió a mirar su facebook.

—Bueno, entonces será como tú quieras —contestó muy seria.

Antes de quedarnos dormidos, recibí un mensaje de whatsapp de parte de Sebastian Ballesteros, que decía:

Sebas:

Hermano, ya tengo los videos que me pediste

Noé:

¿Qué encontraste?

Sebas:

Ya lo verás con tus propios ojos

Noé:

¿Todo bien con Rosalía y Samír?

Sebas:

Ya lo verás con tus propios ojos

Noé:

No seas cabrón, Sebas, que no podré dormir sino me dices nada.

Sebas:

Es que todo es muy raro, Noé, prefiero que lo valores tú mismo. Por cierto, ya programé el video de la confesión de Paula en el email de Lorna, como acordamos. Se enviará en automático el domingo si no cancelamos la programación…

Noé:

No quiero destruirla, Sebas, te juro que no quiero. Sería incapaz de hacerle daño. No a mi Lorna. Todo dependerá de lo que pase mañana. Si no te digo nada, es que lo dejarás programado para que le aparezca en el correo el domingo. Pero lo más probable es que te pida que lo borres mañana en la noche para que nunca lo vea. Mientras tanto, gordito bello, por favor, dime algo sobre Ross y Samír

Sebas:

Mañana

Noé

Por favor, cabrón que tendré insomnio

Sebastián ya no me respondió.

Noé

Sebastián, al menos dime si Rosalía folló con Samír o no

Noé

¡Contesta cabrón!

Noé:

¿Descubriste algo sobre Gustavo y Heinrich?

Sebas:

Sobre Gustavo no tengas pendiente, es evidente que, por lo que he analizado, apenas si se saluda con Heinrich a regañadientes. A tu compadre lo tienen fuera de jugada.

Noé:

¿Por qué sí me contestas lo que te pregunté de Gustavo y lo de Ross no? ¿La viste follando con Samír: sí o no?

Sebas:

Tú tienes que ver los videos personalmente. La verdad es que no sé muy bien lo que vi.

Noé:

Mándamelos por correo, por favor.

Sebastian:

Están cifrados, no los podrás abrir. Mañana al medio día voy a tu oficina.

Noé:

¿No puedes ir más temprano?

Sebastian

A las ocho tengo que reunirme con mi amigo para tener información sobre cómo proceder esta noche

Ya no contesté nada. Tuve miedo de lo que pudiera encontrar en el video. Algo me decía que todo se iría a la mierda: de no ser así, ¿por qué simplemente no me había dicho Sebas que no tenía que preocuparme por nada? Algo había encontrado, y me supo mal. Como lo había vaticinado, no pude dormir en toda la noche.

El viernes por la mañana me presenté en la oficina sintiéndome fatal, todavía pensando en la conversación que habíamos tenido Rosalía y yo. También en los videos. En el audio pre-programado para llegar al correo de Lorna si algo ocurría esa noche en la mansión de Heinrich y... en todo lo que podría salir mal si no actuaba con cautela.

Además, quería dejar todos los pendientes cerrados en el despacho contable para irme sin pendientes a mi viaje con Rosalía a las montañas de Arteaga al día siguiente.

Eran aproximadamente las once de la mañana cuando recibí una llamada de Gustavo.

—Mira, Gustavo —comencé, pudiendo imaginar para lo que me hablaba—: si Noelia ya te fue con el chisme de que Rosalía y yo no iremos esta noche con el depravado de tu socio, yo…

—¿Tú lo sabías, cabrón?, ¿tú lo sabías? —me gritoneó con la voz del mismo diablo.

—¡Hey, hey, hey! —dije sin saber de lo que me hablaba—. ¿Por qué gritas?, ¿yo sabía qué?

—¡Daniela no es mi hija! —retumbó un nuevo grito—. ¡Lorna me acaba de entregar el certificado médico! ¡No mames, cabrón! ¡Paula es una hija de puta! ¡Daniela no es mi hija!

Sentí que la sangre descendía hasta mis talones.

—¿Qué estás diciendo?

—¿Tú lo sabías, cabrón, tú lo sabías?

—¿Cómo iba a saberlo…? ¿Tú…? ¿Estás… seguro?, ¿Lorna?, ¿ella cómo…?

—¡Ya me lo había dado entender cuando estuvimos esa noche en Babilonia, y me animó para que fuera a hacerme una prueba de ADN, y lo hice! ¡Y acabo de descubrirlo, Noé! ¡Yo no soy el padre de Daniela! ¡No mames, cabrón, no mames!

—¿Dónde estás?, voy para allá.

—¡No! ¡No! No quiero ver a nadie, ¡sólo quería que supieras lo hija de puta que es tu querida Paulita, que ya en algún momento me dijo que tú la ayudarías a recuperar a Daniela de alguna forma y mira de lo que me vengo a enterar! —Gustavo se escuchaba alterado y con las palabras atropelladas.

—Oye, no, Gustavo, que yo no tengo nada que ver en esto. Yo con Paula jamás he…

—¡Ha tenido que aparecerse Lorna en mi vida para abrirme los ojos! —volvió a decir. Así que lo había cumplido… Lorna lo había cumplido: la primera en caer en su venganza había sido Paula, aun si se había llevado a Gustavo de corbata. ¿En verdad Daniela no era hija de Gustavo?, ¿entonces por qué Paula no había utilizado antes ese recurso para recuperarla?—. ¡Y Paula me lo acaba de confesar, aun si la he tenido que agarrar de los pelos para obligarla a decirme la verdad!

—¡Por favor, Gustavo, cómo has podido…!

—¡Asegura que nunca me lo dijo porque creyó que yo sería un buen padre para la niña, y cuando pasaron los años se negó a revelarme la verdad porque no quería causarle un trauma a Daniela! ¡Por eso calló! ¡No sé cómo fue que Lorna lo descubrió, pero esa noche me hizo prometer que me haría una prueba de ADN y… yo me hice esa prueba! ¡No lo puedo… no lo puedo…!¡Pero mira, cabrón, si tú y Paula piensan que por esta revelación Daniela volverá con ella, están muy equivocados! —Le oí gimotear y gruñir de forma gutural—. ¡Lo que no puedo creer es que tú te hayas liado con Paula contra mí después de todo lo que yo he hecho por ti!

—¡De la misma puta forma que yo no puedo creer que hayas sido capaz de intentar follarte a Lorna cuando todavía era mi esposa!

—¿Qué mierdas… estás…?

—¡Al carajo con eso!, lo que sí te quiero dejar claro, Gustavo, es que si Paula te dijo que yo la ayudaría poniéndome de parte suya para perjudicarte, pues ella te mintió! ¿A caso no sabes el nivel de frivolidad que tiene para manipular todo a su beneficio cuando se lo propone? ¡No mames, que yo no he hecho nada!

—¡Ella no me ha dicho que la hayas ayudado, de hecho te defiende, yo saco mis conclusiones porque antes sí que me previno que buscaría tu ayuda! Y ahora… con lo que me estás diciendo sobre… Lorna y yo… en el pasado, ¿por eso te querías vengar de mí?

—¡De eso me acabo de enterar la semana pasada, no inventes estupideces, Gustavo!

—¡Yo no soy imbécil, Noé… todo tiene sentido!

—¡Pues si crees estupidez semejante por supuesto que lo eres, un imbécil, Gustavo! ¡Búscate a otro culpable porque yo no he hecho nada!

—¡Pues lo voy averiguar, cabrón, y por tu bien espero que me digas la verdad! ¡Yo no tolero la traición, y menos de alguien a quien he considerado como mi hermano: lo último que esperaría es que el perro de Leo tenga razón y tú seas un hijo de puta!

—¡No digas chingaderas, Gustavo, que me conoces, me conoces bien! —me defendí, horrorizado por lo que me decía—. ¡Aquí el que tendría que estar pidiéndote cuentas es a ti!

—¡Pues ya me entró la espinita, cabrón, ya me entró la espinita, y te lo vuelvo a repetir, si averiguo que tú estás confabulado con Paula para chingarme, no te la vas acabar! —me amenazó con otro grito ensordecedor—. ¡Y, para que lo sepas cabroncito, también me acabo de enterar, por unos videos de circuito cerrado que acabo de ver en mi oficia, que durante el juego de las llaves en Babilonia fue Heinrich el que agujeró hasta saciarse a tu santificada Rosalía, no Samír! ¡Ahora sí, vete a la chingada, cabrón!

28​

—¡Sebastian… Gustavo me ha llamado y…! —exclamé cuando mi amigo el hacker me respondió el teléfono—. ¡Rosalía! ¡Rosalía! ¡La noche de Babilonia estuvo con Heinrich, se la folló… no fue Samír, fue… el negro… tú… ¿tú lo sabías?! ¿Tú viste los videos?

—Fernando, oye, tranquilo, hermano.

—Tú viste los putos videos, dime si es verdad o no.

—¡Es que yo no sé muy bien lo que vi, por eso quiero que los mires tú mismo! Mira, acabo de estar con mi amigo y ya hemos hecho un plan para que esta noche la policía federal haga un operativo en la mansión de Heinrich.

—¡Pregunta a Jessica! —continué bastante alterado, valiéndome mierda lo anterior—. ¿Está contigo, Sebastian?, ¿Jessica está contigo? ¡Pregunta…!

—¡Noé, Noé…! ¡Entre tú y Gustavo me van a reventar la cabeza! ¡Me acaba de llamar alteradísimo para decirme que su hija no es su hija… es decir… que Paula lo engañó y que Lorna le dijo que…! ¡Y ahora tú…!

—¡No fue con Samír! ¡Rosalía se acostó con Hein…! ¡A ver, Sebastian, ¿está Jessica contigo?! ¡Se supone que esa noche Heinrich estuvo con… tu mujer… ¿entonces cómo fue que Rosalía…?! Sebastian, ¿está Jessica contigo…?

—A ver, respira, hermano, respira —me encomendó, pero a mí las manos me temblaban y el pecho me latía desesperado. Escuché que mi amigo el hacker hablaba a Jessica, cuya voz chillante se escuchaba por allí. Cinco segundos, quince segundos, veinticinco segundos—. Aguanta, Noé, ya viene Jessica.

—¡Pregunta, pregunta, por favor!

—¿Te la comunico?

—¡NO! ¡Pregúntale tú!

—No, mejor te la comunico.

Entrecerré los ojos y esperé suspirando. Los nervios los sentía de punta en mi cuerpo. Entonces Jessica se puso al teléfono y me dijo:

—¿Noé?, ¿ya te enteraste lo que hizo tu Lornita?, ¡ahora anda diciendo que Danielita no es hija de…!

—¿Tú pasaste la noche con Heinrich? —no la dejé que terminara de chismorrearme algo que ya sabía—. ¡Por favor, Jessica, me dijiste que estabas arrepentida por… lo de Lorna y… lo que nos hicieron antes! ¡Dime… por favor, dime si pasaste la noche con Heinrich…! ¡Gustavo dice que ha visto unos videos… de Rosalía, con ese negro! ¡Pero es que no puedo creerlo, me lo diría porque estaba enfadado conmigo, o no sé! ¡Dime, se supone que esa noche Heinrich estuvo contigo! ¿Verdad que estuvo contigo?, ¿verdad que Heinrich estuvo contigo?

Escuché que Jessica resoplaba por el teléfono, pero se quedó en silencio.

—¡Jessica, habla, carajo! ¿Volvieron a conspirar contra mí para que ese negro de mierda se follara a Rosalía?, ¿la drogaron?, ¿estuviste de acuerdo?, ¿Leo, Heinrich y Samír estuvieron de acuerdo?

—Ay, Noé… es que… yo no sé, te juro que yo no sé. Como dices, a lo mejor Gustavo está enfadado contigo (aunque no sé por qué), y te engañó.

—¡Dice que tiene un video de ellos follando, de Heinrich y Rosalía follando!

—¿Y por qué no le preguntas a ella, Noé?

—¡Porque si es verdad me va a mentir, como ya lo hizo antes! ¡Se ha inventado una historia donde esa noche le dio un masaje a Samír para persuadirlo de que… no se la cogiera… pero he escuchado conversaciones raras entre ella y Noelia… y yo me he hecho imbécil para no pensar mal, para no volver… a lo mismo de antes! ¡Es que Rosalía no pudo hacerme esto, no ella! ¡Por favor, Jessica, sólo dime si Heinrich estuvo esa noche contigo y ya, por favor…!

Jessica volvió a suspirar, y, con un tono bastante tembloroso me contestó:

—Esa noche… Samír pasó la noche conmigo.

Era todo lo que necesitaba saber. Era todo lo que necesitaba saber para que me quedaran las cosas claras.

—¡Pero eso no significa que Rosalía y Heinrich…!

No la dejé que terminara. Salté del escritorio y la sangre me subió hasta las orejas. Yo me encontraba en shock, buscando justificantes, excusas… esto no podía ser cierto. Rememoré lo que había ocurrido esa noche y esa mañana, y entonces traje a mi memoria ciertos pasajes: Leo y Samír habían llegado primero, cuchicheando, burlándose de mí. Luego, mucho tiempo después, aparecieron Rosalía y Noelia, ¡y sí!, ¡detrás de ellas también entraba Heinrich!

—¡NO! ¡NO! —chillé.

Tiré el teléfono al suelo y comencé a gritar y a tirar todos los papeles y objetos que había sobre mi escritorio. La impresora y computadora salieron disparadas en la alfombra, hasta que Margarita y dos más de mis empleadas entraron de prisa para saber lo que estaba ocurriendo.

—¡Ave María Purísima… licenciado Guillén! —exclamó Margarita al ver todo el desastre—. ¿Qué le pasa…?

—¡Levante mi teléfono, Margarita, y comuníqueme con Rosalía de inmediato! —le exigí, temblando de rabia y decepción.

—¡Pero señor!

—¡Que levante mi puto celular y comuníqueme con Rosalía! —volví a gritar descortésmente—. ¡Y ustedes lárguense de mi vista, que no las quiero ver, váyanse ya! —demandé a mis otras empleadas.

Éstas salieron disparadas de la oficina, en tanto Margarita, horrorizada, como pudo, pues era una mujer de edad, levantó mi teléfono y lo puso sobre mi escritorio.

—Contador… —me dijo Margarita atemorizada, con los ojos llorosos. Lo cierto es que la pobre mujer nunca me había visto reaccionar de forma tan violenta y tan grosera—. Le marcaré a su señora por el teléfono fijo, porque no le entiendo mucho a estos aparatos.

—¡Donde sea, como sea, pero comuníqueme ahora mismo con Rosalía, con una chingada! ¡YA! ¡YA! ¡AHORA!

El cuerpo me temblaba, sentía que mis emociones se consumían por dentro. Quería tirarme por la ventana o romper todo lo que me encontrara. Mientras Margarita maniobraba el teléfono fijo, vi que mi celular timbraba: era Sebastian, estaría preocupado por cómo lo había cortado de tajo.

—Señor… aquí tiene —me dijo la temerosa Margarita, entregándome el teléfono inalámbrico con su mano temblorosa—, está timbrando…

—¡Salga! ¡Salga! —le ordené a la mujer que ejercía, a su vez, de mi mano derecha.

Margarita escapó de mi oficina como alma que lleva el diablo y cerró la puerta. Por mi parte, esperé a que los timbridos cesaran y Rosalía me respondiera. Pero no ocurrió nada.

Se suponía que a estas horas estaría arreglando el equipaje para nuestro viaje a las montañas de Arteaga, así que ahora fui yo quien la llamó con mi propio teléfono móvil, pero ocurrió lo mismo; nada. No obstante, en lugar de ella respondió la contestadora, diciendo que dejara un mensaje de voz.

—¡ROSALÍAAA! —le grité a la contestadora con rabia—. ¡MENTIROSA! ¡ERES UNA MENTIROSA!

Pronto fue Lorna la que apareció en la pantalla de mi móvil, y por impulso le respondí.

—¡Noé! ¡Noé! ¿Qué pasa? —me preguntó con angustia—. Me acaba de marcar Sebastian para decirme que ibas a cometer una locura, ¿qué pasa?, ¿dónde estás?

—¡Ya estarás contenta, reverenda zorra! —le gritoneé, fuera de mi propia órbita—. ¡Ya estarás contenta de que Rosalía resultara igual de puta que tú!

—¡Por Dios, Noé! —exclamó ella estupefacta por mis palabras—. ¿Por qué me hablas así?

—¡Son iguales, las dos, pedazo de zorras, iguales! —No me di cuenta de que estaba llorando de desesperación y de amargura hasta que mis lágrimas nublaron mi vista—. ¡Cortadas con la misma tijera, las dos, iguales, hipócritas, mentirosas, sin escrúpulos!

—¡Si me culpas por lo que le he hecho a Paula, pues me parece una estupidez! ¡Tenía que cobrármelas de alguna manera y mira si encontré cómo! ¡No es ninguna mentira, Danielita no es hija de Gustavo!

—¡Complotaste con Leo, Samír y Noelia para que Heinrich se cogiera a Rosalía! —la acusé—. ¡Todo lo que me dijiste de que me amabas era una vil mentira! ¡Te querías vengar de mí, Lorna, por no haber vuelto contigo! ¡Complotaste con ellos para…! ¡Ya me he enterado que has hecho pasar a tu hermana por tu hija, y que a Leo le has dicho que nunca abordaste y que…! ¡Carajo, Lorna, todo este tiempo has sido su cómplice! Tú lo amas a él, y no a mí. ¡La cabeza me está reventando! ¿Por qué, si dices amarme, me has vuelto a traicionar… peor, con Rosalía?, ¡yo iba a ayudarte con lo de tu hermana, hija, lo que sea! Y mira cómo me pagas.

—¡Yo no he hecho nada contra ti, Noé, por Dios santo!

—¿Al menos puedes decirme si la drogaron?, ¡Rosalía nunca habría sido capaz de ponerme los cuernos en sus cinco sentidos! ¡Si ella folló con el negro de mierda ese fue porque tú, pedazo de zorra, estuviste con ellos contra mía!

—¡Basta, Noé, no te consiento que me hables ni me trates así! —me respondió con la voz quebrada—. ¡Te juro por lo que más amo que eres tú y mi Aleska que no sé nada de lo que me estás diciendo! ¡Yo he regresado para defenderme, para ajustar cuentas con quienes nos hicieron daño, para evitar que Leo te haga daño… y para recuperar a mi pequeña que está desde hace dos meses en las garras de ese degenerado! ¡Te juro que yo no he complotado contra ti, mi príncipe, te lo juro, mil veces te lo juro!

—¡Lorna! —gimoteé—. ¡Ya no puedo más, te lo juro que ya no puedo más! ¡Quisiera matarlos a todo y luego darme un tiro en la sien!

—¡Noé me estás asustando! —me dijo ella—. ¡Por la hora seguro estás en tu oficina. Escúchame, cielo, escúchame, no vayas a cometer una locura, por favor!

—¡Estoy harto de todos! ¡Estoy harto de ti y de ella!

—¡Quédate donde estás, mi príncipe, escúchame, por favor, mi cielo… quédate donde estás! —insistió con la voz quebrada, con miedo, mortificada.

—¡Hipócrita! —la insulté, con la voz rota—. ¡Estás contenta ahora que sabes que me han vuelto a engañar! ¡Estarás feliz!

—¡Ya voy para allá…! —se escuchaba horrorizada, con un tono accidentado y sin importarle que la estuviera ofendiendo de forma tan cruel.

—¡Ni se te ocurra venir!¡No te quiero ver! —gruñí—. ¡De mí no se vuelve a burlar nadie, nadie!

—¡Piensa en tu hijo, mi amor, por favor, no hagas nada! ¡No te hagas daño ni hagas daño a nadie! Ya voy para allá, espérame, mi príncipe, por favor…

—¡Lorna…! ¡Lorna! —grité, levantándome de la silla.

—¡Por Fernandito, por tu bebé, que es el amor de tu vida, no te vayas a comprometer!

Colgué su llamada, cerré los ojos y estuve sentado al menos cinco minutos, sin decir nada, salvo gimotear. Después, cuando tomé la decisión, guardé el teléfono en mi saco, y salí disparado de la oficina.

—¡Señor! —vociferó Margarita, sentada desde el escritorio. Ni siquiera la miré—. La señora Beckmann está en el teléfono… le urge comunicarse con usted.

—¡Que se vaya a la chingada, dile…! —exclamé.

—¡Doña Lorna… —escuché que Margarita le decía a mi ex esposa—, el contador está como loco, me da miedo que vaya a cometer una locura, ¿cómo?... no sé… sí… tal vez vaya a su casa… sí, claro…. Avenida de las Flores #214. Por supuesto, ajá, pero haga algo pronto que se está marchando de la oficina como un león endemoniado!

No respondí más. La impaciencia me obligó a bajar hasta el aparcadero saltando por las escaleras, no me sentía capaz de tener la paciencia de esperar a que el ascensor apareciera.

Me subí a mi auto y lo encendí de prisa, justo al tiempo en que un sonido diferente con el que entraban mis llamadas habituales sonó en mi teléfono. Vi la pantalla, al tiempo que aparecía un mensaje con letras negras que decía:

No es matándote como iba a cobrarme mi venganza contra ti, cabrón hijo de puta, sino haciéndote reventar la cabeza en mil fragmentos, hasta volverte loco. ¿Y qué mejor día para consumar mi revancha que el día previo a tu aniversario, Joel? Espero tengas suficiente pila en tu teléfono, que está por comenzar un video que seguro te afilará los cuernos de tu frente.

Releí el mensaje al menos quince veces, hasta que la pantalla quedó negra, y concluí, recobrando de golpe la cordura que había perdido tras enterarme de aquello tan horrible, que mi teléfono había sido hackeado, eso justificaría que estuviesen apareciendo símbolos y leyendas a voluntad a son y son.

Esas palabras debían de ser de Leo... ¡pero él no me llamaba "joel"! ¿Heinrich? ¿El mensaje me lo había enviado ese maldito negro?

Tuve una convulsión de rabia en todo el cuerpo, y recordé la pistola que tenía bajo llave en mi buró.

—¡Los voy a reventar, cabrones, los voy a reventar! —exclamé.

Trastornado, encendí el auto, puse mi teléfono en el soporte de celular que estaba junto al estéreo, y me eché andar.

Tenía que terminar con todo de una vez por todas. Y sí... también, mientras conducía, esperé a que el video de Rosalía montando al afroamericano de mierda apareciera en la pantalla.