Por mis putas decisiones (4 de 4)

¿Felices para siempre?

CAPÍTULO 4

Me fue muy fácil amar a Noé. Él era un hombre muy culto, cariñoso, detallista, trabajador y responsable. Dominaba a la perfección el francés y el italiano, por motivos de su antiguo trabajo antes de montar su propio despacho contable. Con el tiempo yo me propuse a ayudarlo a perfeccionar el inglés americano y él accedió con humildad.

Se sorprendió de que yo no fuera la típica rubia idiota, como me lo había hecho saber la mujer de Gustavo antes. También se maravilló de mi gran intelecto, de la cantidad de libros que leía al mes, de mis altísimas notas en la facultad, de mis dotes para las artes plásticas, sobre todo para la resina, así como mi gusto para la medicina alternativa, la herbaria, así como mi talento para elaborar productos para la piel que yo misma hacía a base de recetas caceras cuyos ingredientes siempre eran naturales, una educación que había recibido por parte de mamá desde que yo era niña (sí, sí, cuando mi mamá era mujer amorosa).

No obstante, lo que más adoró de mí fue mi sueño por ser madre y mi visión hogareña, sobre todo en una época donde el rol de la mujer había cambiado y se había vuelto mucho más independiente. Él también sentía mucha ilusión de ser papá, y convenimos que después de unos años en que disfrutáramos de nuestra vida matrimonial en pareja, ya pensaríamos en procrear.

El día de mi cumpleaños, el 17 de noviembre de ese mismo año de conocernos, le pedí a Noé que como regalo accediera a acostarse conmigo por primera vez. Era lo que nos faltaba para consumar nuestro amor. Ya no me era suficiente ni placentero pasar mis noches en mi casa masturbándome pensando en él, ni esperar hasta febrero a que nos casáramos.

Para mí, que era una mujer extremadamente cachonda y lujuriosa, era un padecimiento vivir en semejante abstinencia sexual. ¿Por qué me rechazaba?, ¿por qué cuando estábamos a punto de dar un paso más allá de los besos y las caricias por arriba de la ropa, él se echaba para atrás y me decía, con tristeza, que no estaba preparado?

Lo que más me extrañaba es que él mismo me había dicho que no era virgen, ¿quién podía ser virgen con 26 años de edad?, ¿entonces?, ¿por qué procrastinaba ese momento tan crucial para los dos?, si podía ver cuánto me deseaba y la forma en que se calentaba cada vez que le hacía ciertas insinuaciones, ¿por qué me rechazaba?

Pues esa noche que nos desvestimos para hacer el amor por primera vez lo descubrí.

Mi amado no estaba tan dotado como él mismo habría querido. Y eso lo mantenía con gran complejo de inferioridad.

¿Que si me decepcioné? Pues no sabría decirlo. Fue extraño. En verdad que me quedé como piedra mirando lo que colgaba en su entrepierna, al tiempo que experimentaba una horrible sensación de que caía sobre mi cabeza una barra de hielo muy pesada.

Y pues sí, en el fondo comprendí que casi era válido que un tipo tan perfecto y guapo como él tuviera que tener una pega, no un defecto como tal.

Y allí, acostada sobre la cama de su apartamento en Linares, comprendí por qué el pobre de mi novio me había hecho retrasar tanto tiempo el momento de nuestro primer encuentro. Ya se me había hecho raro que incluso no me dejara sobarle su entrepierna. Incluso me había planteado (una vez más) que fuera gay, y que se hubiera noviado conmigo solamente para taparle el ojo al macho.

Cuando la miré por primera vez, depilada, sonrosada, brillante, pero con ese tamaño, mi primer impulso fue levantar las cejas con sorpresa y quedarme callada. Noé tragó saliva, las mejillas se le pusieron coloradas, y casi de inmediato se cubrió su miembro con una sábana.

Que vamos, tampoco es que fuera tan pequeño. De hecho, ese es el tamaño estándar den el mundo.

—Por eso no quería que me tocaras ni que hiciéramos el amor tan pronto —me dijo en un tono casi suplicante. Estaba muy avergonzado, la voz le temblaba—. Primero quería enamorarte. Pero… entiendo si... después de esto… pues tú ya no…

Con el pecho temblequeándome y mis ojos parpadeando, me exigí decirle algo, arreglar esta situación y ensayar una sonrisa.

—A ver, Noé, que tampoco es para tanto —dije, asimilando un hecho tan evidente y nada prometedor. Tampoco quería lastimarlo. No lo merecía. Y sí, sobre todo, porque estaba enamorada de él.

Mi respuesta no lo dejó satisfecho. Continuaba de rodillas en la cama, junto a mi cuerpo desnudo, el que no había tenido tiempo ni siquiera de tocar.

—Es que… creo que lo tengo más pequeño que un Bichi…

—¿Un Bichi? —dije sonriendo, como si la escena diera para eso.

—Quiero decir, que un Bicho.

Me eché a reír como una histérica. Su nerviosismo lo estaba abatiendo. Pobrecito de mi Noé.

—Seguro soy el peor Bicho que te has comido —insistió.

—Por el contrario, cielo. Eres el mejor “Bichi” que he conocido. Anda, la quiero en mi boca.

—Pero…

Sus ojos se habían encharcado de lágrimas. ¡Por Dios! ¡Por Dios! ¡¡Por Dios!! Esto no podía acabar así. No podía permitir que terminara así.

—Noé, te lo quiero chupar —le dije, aunque no estaba muy segura de lo que estaba diciéndole.

—Me da vergüenza —volvió a dudar. Sus ojos seguían encharcados, sus mejillas rojas, y sus labios temblaban de terror—. Seguro estás acostumbrada a...

—¡No, no, no! —le dije, poniéndome de rodillas, junto a él, mientras pensaba cómo hacer para que aquél frustrante evento quedara en el pasado. Pero no sabía muy bien cómo manejar una situación así. Nunca me había pasado—. Eres perfecto para mí, Bichi, ¿puedo llamarte Bichi? Además no necesitas un pene tan largo y de proporciones monstruosas, porque imagino que me dolería el acto sexual en lugar de disfrutarlo. —Lo tuve que engañar un poco. Lo cierto es que ya me habían introducido trancas largas como la de Javi y gruesas como la de su amigo Gustavo, (y una escalofriante anaconda, como la del asqueroso de Heinrich) y nunca tuve mayor problema de dolor. Pero insisto en que algo tenía que hacer para salvar la situación—. Supongo que el tamaño del pene es algo que muchos ven como estética, pero a mí me gusta el tuyo, Bichi, además, el tamaño de la vagina donde se produce el placer solo tiene 14 centímetros de profundidad, así que estamos complementados, cariño.

Su pene se había puesto más flácido y, por ende, se descubría más pequeño que antes. Noé se lo miró, tragó saliva, y sus mejillas me dieron cuenta de lo muy avergonzado y dolido que se encontraba. «¿Qué hago, qué hago, qué hago?» tampoco es como si yo, una bomba de fuego sexual, pudiera asimilar algo así.

—Lorna… mejor paramos —me dijo entristecido, casi sintiéndose humillado por palabras que ni siquiera le había dicho en voz alta.

—No, no, no, bebé, no —le dije, antes de dejar que se levantara de la cama y se marchara. Me acerqué más a él, y le aplasté mis tetas sobre su pecho—. Venga, Bichi, acuéstate boca arriba, y déjame a mí.

—Me da vergüenza —insistió con la voz quebrada, temblando de pudor y afrenta, casi dándose por vencido—. No me siento cómodo. Por favor, Lorna, mejor paramos.

No podía dejar que esto terminara así. No me perdonaría nunca si por mi causa mi prometido acababa traumatizado para siempre.

—Acuéstate, te lo suplico, bebé —traté de nuevo. Puse mis labios en su abdomen y comencé a darle besitos.

Él continuaba con la sábana cubriendo su pene.

—Por favor, bebé —le dije, recorriendo cada línea de su piel con mi lengua.

—¿Me dices bebé por el tamañ…?

¡Por Dios!

Me separé de él, lo miré a los ojos y le supliqué:

—Acuéstate, papi…

Yo también me sentía incómoda, demasiado expuesta ante un escenario que nunca antes había vivido.

—Tú… tan diosa, tan extraordinariamente bella y voluptuosa… y yo con esta miserable mierda. Perdóname, Lorna, por favor, perdóname.

Sus palabras me atragantaron y la garganta se me secó. ¿Cómo decirle que lo amaba de todas las formas posibles, sin importar… nada?

—Vamos, cielo, acuéstate y déjame a mí ayudarte —insistí.

Con los ojos cristalinos, la piel tensa, y su pequeño pene en reposo, se quitó la sábana, me hizo caso y se recostó. Un par de lágrimas brotaron de sus ojos. Se sentía humillado ante mi presencia, ante lo que él esperaba de mí. Ante su propios temores. Estaba asustado. No dejaba de mirar los gestos de mi cara, buscando, seguramente, una mueca de burla, de lástima o de decepción hacia sí.

Tener que manejar mis propias emociones para evitar herirlo me lo estaba poniendo todo aún más difícil. Mi novio estaba sufriendo. Habíamos llegado a un punto de inflexión que podría echar todo por la borda si ninguno de los dos hacía algo para permanecer serenos.

Yo misma sentía un nudo en la garganta, y no sabía por qué. Pero también lo amaba, y me dije que esto no podía arruinar una relación tan linda y mágica como la que habíamos construido en esos meses.

—Cierra los ojos, Noé.

—No tienes que hacerlo si no estás… excitada, Lorna…

—Cierra los ojos, mi amor.

—Lorna….

—Por favor —le supliqué con una sonrisa que me salió del alma.

Luchó consigo mismo para hacerlo, pero al final los cerró.

Suspiré hondo, todavía con una sensación de vacío en mi pecho. Con mis manos comencé a masajear sus testículos, y a acariciarlo con mis uñas, así como su entre pierna, el contorno de sus muslos, hasta conseguir que se le erizara la piel. Así jugué con él durante cinco minutos más hasta que lo noté relajado, hasta que involuntariamente arrancó de su garganta un par de jadeos y su pene comenzó a renacer.

Entonces decidí inclinar mi cabeza hacia su pelvis y meter su miembro sobre mi boca, la cual ya almacenaba una buena cantidad de saliva para que el contacto con su glande fuera potente.

—Ah… —suspiró, estremeciéndose.

Con mis uñas continué acariciando sus bolsas testiculares y con mi boca succioné su polla hasta que conseguí que su hinchado glande tocara mi garganta. Noé volvió a jadear de placer y esta vez tembló, seña particular que me demostraba que estaba volviéndose a poner a tono. Entre cada chupada la sacaba y le decía cositas sensuales, mimos, cariños eróticos que lo hicieron vibrar. Sentí que su hombría se hinchaba y crecía lentamente en mi boca, y cuando estuve segura que estaba totalmente erecto le pedí que abriera los ojos.

Tuvo que ser brutal para él observar su sonrosado glande (embarrado de fluidos preseminales y mi propia saliva) en la punta de mis carnosos labios, lo supe porque su miembro palpitó sobre mi boca cuando lo volví a mojar con mi saliva. Y allí no pude más y le di una mamada de campeonato. Empleé mis mejores tácticas para los orales. Lo que más me sorprendió fue que no se corriera, tenía aguante, y eso ya era un nuevo punto a su favor.  Además, así de dura como la tenía justo en ese momento, ya no me parecía tan pequeña como al principio: en realidad era un tamaño estándar que ya había visto antes: lo que pasó al principio es que la había visto demasiado pequeña porque estaba semierecta, producto de su miedo… y ahora ya estaba muy dura.

Sonreí.

—Me encanta lo que me estoy comiendo, mi amor —le dije—, la tienes deliciosa.

—Y a mí… me… en…canta lo que me es…tás haciendo… ohhh, por Diooos… Lorna…

Noé había vuelto a la vida. Sus ojos de lujuria volvieron a encenderse, y su gesto libidinoso me indicó que estaba más caliente que antes.

—¿Me quieres coger, mi amor? —le pregunté, emitiendo la voz más sensual que pude evocar—, ¿me la quieres meter en mi coñito mojadito?

—Sí, sí… quiero… —me respondió casi como una súplica.

En aquél momento yo tenía un depilado brasileño para la ocasión, cuya sexy y fina raya de vello rubio en la zona púbica invitaba a que cualquier hombre por más frígido que fuese, se pusiera como un tren. Noé al deleitarse las pupilas se lo saboreó relamiéndose los labios.

—Anda, Bichi hermoso —lo insté, abriéndome de piernas de forma obscena, estando a cuclillas, a fin de frotar el tronco de su pene con la superficie de mis mojados pliegues de los labios vaginales—. Dime que me la quieres meter.

—Sí, mi amor… por favor.

—¿Sí qué?

—Quiero entrar en ti.

Me seguí restregando sobre su cuero hasta que en otro movimiento, mis carnosos labios vaginales rozaron su envanecido glande.

—Sé más sucio conmigo, cielo. Di que me la quieres meter.

—¿No te sientes agredida?

—¡Dímelo!

—¡Te la quiero meter!

—¿Cuánto deseas metérmela, Bichi?

—¡Mucho, mucho, por favor!

—¿Me quieres hacer bramar como una perrita?

—¡Sí, sí, te quiero hacer gritar… por favor, déjame entrar en ti!

—No, mi vida, esa no es la palabra que te pedí emplear.

—¡Quiero metértela, muñequita!

—¿Estás caliente, Bichi?

—¡Demasiado!

—¿Te pongo cachondo?

—En extremo.

—¿Me quieres chupar mis ricas tetas, mi amor, hasta que se aplasten contra tu cara?

—¡No me atormentes más, mi amor, por favor… déjame entrar en t… metértela, quiero metértela!

—¿Quieres follarme como una guarra?

—¡Como una diosa, mi amor, quiero hacerte el amor como una diosa!

Y así fue como, de un sentón, sabiendo que estaba tan duro como un mástil, clavé mi coño sobre su polla.

La sorpresa que me llevé cuando me penetró me dejó descolocada. Percibí su pene dentro, ardiendo, y claro que la sentí, me sentí invadida, aun si pensaba que pasaría desapercibida su hombría dentro de mí. El mito se borró de mi cabeza cuando su caliente miembro se adecuó perfectamente a mi caverna de carne y comenzó bombearme como si la vida se le fuera en ello.

Cuando pensé que el tamaño de su pene sería insuficiente para satisfacerme, mi cuerpo entero comenzó a temblar. Es cierto. No era enorme. Me sentía un tanto vacía por dentro. Es que mi vagina estaba acostumbrada a otra clase de longitudes y grosores. Y la hombría de Noé no fue capaz de rellenarme. ¿Entonces?, ¿que por qué lo estaba disfrutando como una perra?, ¿por qué estaba gimiendo y chillando de placer?, ¿estaba fingiendo? No, no.

Es que cuando a él le tocó estar encima de mí, sus penetraciones fueron intensas, cargadas de erotismo, lamidas en mi cuello, besos y muchos te amos. Nunca nadie me había acariciado tanto como Noé en medio de un acto sexual. Había estado acostumbrada a fuertes penetraciones, a chupadas intensas, a sacudidas extraordinarias, mas nunca me imaginé que el sexo se podía disfrutar de forma mucho más apasionada cuando entraban a juego los roces de carne. Cuando se cohabitaba y se introducía en el acto sexual el amor.

Nadie se había preocupado nunca de besarme cada centímetro de mi piel. Y me sentí amada. Por primera vez me sentí amada y deseada de verdad. Noé me hizo erizar, de pies a cabeza. Grité al compás de mi primer orgasmo. Y mi amante sonrió complacido, ¡por Dios!, Noé estaba aguantando como un campeón. ¡No se corría!

Mi novio tenía una piel bastante suave para compararla con las asperezas y masculinidades de otros amantes. Y, para mi sorpresa, lo estaba disfrutando. Me besó la clavícula, el cuello, los hombros, uno a uno, y mis senos: los lameteó, amasó y mordisqueó con cariño mis erectos pezones, hasta que un intenso hormigueo presagió la explosión de un segundo orgasmo. Nos enrollamos con las piernas y nos abrazamos, de modo que mis grandes senos se aplastaron contra su pecho.

Las fibras de mi piel, las células y mis hormonas estallaron en llamas. Mis sensaciones fueron un conjunto del roce de su pene friccionando mi interior, aunado a sus caricias. Sus dedos no paraban de desplazarse por mi espalda, de arriba abajo, y su boca no se cansaba de lamerme, de besarme, de soplarme, de susurrarme palabras que se compaginaban con mis gemidos.

Allí entendí que por primera vez no estaba follando. Por primera vez me estaban haciendo el amor, y cuánto lo estaba disfrutando. Nuestros cuerpos sudorosos tan pegados uno con el otro.

—Lorna, mi diosa rubia, mi hermosa, eres extraordinaria. Te amo, te adoro. ¡Me fascinas!

Y así continuamos con movimientos sicalípticos hasta que finalmente ambos nos corrimos como locos. Yo me tumbé encima de su pecho, sintiéndome pletórica, y le sonreí. Él también lucía radiante, sudoroso, satisfecho.

—¿Te gustó? —me preguntó, estudiando cada uno de mis gestos. Descubrí que ese era su mayor talento, estudiar los gestos de las personas para mirar sus reacciones. Para él las muecas eran más sinceras que las palabras.

—Me encantó, mi príncipe, mi hermoso hombre.

También advertí que cuando lo llamaba «mi hombre», su autoestima se acrecentaba. Y yo quería complacerlo. Lo amaba demasiado.

—¿De veras te gustó? —dudó un momento—. Puedo aprender, muñequita, si no te gusta cómo te lo hago puedo ser mejor. Puedo hacerte cosas que te gustan y que yo no sé. Pero, por favor, quiero que me lo digas.

—Esta noche me has hecho sentir mujer, Bichi.

—Te amo, te amo, te amo, te amo —me repitió mil veces mientras me besaba, acariciándome la espalda.

—¿Y tú, Bichi?, ¿tú disfrutas lo que te hice?, ¿a ti te gustó?

—Me hiciste explotar en miles de pedazos de placer, mi pequeña rubia hermosa. Eres una diosa en el arte amatorio. Toda tú eres una perfecta obra de orfebrería. Y ahora no sé qué haré para concentrarme en mi trabajo sin pensar en tus besos, en tu piel desnuda, en tu aroma, en lo mucho que me gusta sentirme dentro de ti. ¡Te pensaré siempre!

Besé su pecho, y por poco me suelto a llorar. Nunca, nadie, jamás me había dicho cosas tan bellas al término de un acto sexual. Con Noé me sentí amada, no utilizada.

—Quiero hacerte feliz, Noé, quiero entregarme completamente a ti. Lo mereces. Soy muy dichosa de tenerte a mi lado. Hoy he comprobado que te amo de verdad, y que quiero estar contigo para siempre.

Y a partir de entonces nuestra relación se afianzó. Nos hicimos cómplices, amigos, novios, amantes… y sólo faltaban un par de meses para hacernos esposos.

Noé nunca me faltó al respeto. Nunca me llamó zorra, guarra ni puta en la cama, pues aunque sí fue algo que eché de menos como parte del juego sexual, a la vez me gustaba, porque era muy tierno entregarme a él. Una experiencia inédita que disfrutaba cada vez que hacíamos el amor. Noé me cuidaba. Trataba de no lastimarme. Siempre me preguntaba si me gustaba lo que me hacía o si necesitaba cambiar de postura. Siempre fui yo antes que él. Noé siempre priorizó mi placer por encima del suyo. Aunque también entiendo que él me disfrutaba. Procuré bajar el ritmo de perversión y cachondería. Tampoco quería que pensara que se había casado con una puta… aunque probablemente sí que lo era.

Así que, ante él, siempre me comporté como una mujer decente en la cama, y me adecué a su forma de tener sexo, aunque con el tiempo poco a poco me fui desinhibiendo, mostrándole cosas nuevas y diversas posturas que (algunas veces por el tamaño de su pene, no podíamos hacer) innovaran nuestros apareamientos.

Mi propósito siempre fue enseñarle mi verdadera morbosidad en la cama, de forma progresiva, (para evitar que se asustara) hasta el día en que pudiera redescubrirme ante él como la perra caliente que era en realidad: la mujer cachonda a la que le encantaba el sexo rudo, la que amaba mirar películas pornográficas a escondidas y fantasear con que yo era la protagonista de la escena en cuestión, la que adoraba que la ataran a la cama y le hicieran mil obscenidades y guarradas, (penetrándola a tope por todos los agujeros), la que amaba tragarse la lefa de sus machos (tras chuparle con devoción hasta los huevos) de modo que todos los espermas terminaran almacenados en mis entrañas: la que se chorreaba de placer cuando le llamaban «zorra, puta, perra», mientras le mordían los pezones inhiestos y le azotaban el culo con las palmas o con una fusta.

Dios. Si Noé hubiera sabido la clase de mujer que era en realidad. Pero yo no llevaba prisa. Cuando dijera que «sí» en el registro civil y ante el cura,  estuve de acuerdo en que tendría qué renunciar a toda clase de placer hasta que él estuviera preparado para sobrellevarlo. De todos modos disfrutaba demasiado el sexo con mi novio.

Lo mejor de él siempre fue su irreprochable habilidad para el cunnilingus.

Mi personalidad sui generis , lo sedujo tanto que terminó locamente enamorado de mí. Por fin era mío. Lo tenía en mis manos, y no lo iba a soltar jamás.

Nos casamos un 8 de julio frente un templado mar. Fue la única ocasión en que pude reunir a todas las personas que quería; mis padres, cada cual por su lado, mis amigas y hasta mi querido Emiliano, el que hizo las veces desde niña de mi cuidador, amigo y el guarura de la familia.

—No te hagas muchas ilusiones con tu matrimonio, Lorna —me dijo mi madre, con sus ojos llenos de lágrimas y de amargura—; los hombres siempre engañan. Noé parece bueno, pero esos son los peores.

—Mamá, por favor, ahora no.

—Sólo quiero prevenirte, querida. Quiero que seas fuerte cuando pase el tiempo y el muchacho se enfade de ti y se vaya con otra.

—Mamá —volví a insistir, tragándome las tempestivas palabras que mi progenitora me refería. Y es que no son esas las palabras que una hija espera de su madre el día de su boda. Pero bueno.

—Mi preciosa niña consentida —me dijo, en cambio, mi padre con aquél divertido inglés propio de los sureños, enorgullecido, abrazándome, alto, rubio, con esos ojos azules tan bonitos donde podía mirar los míos—. Si pudiera darte al mundo para que siempre fueras feliz, te lo daría, mi querida hija.

—No, no, papi, ni siquiera lo digas —le respondí nostálgica—, que mira cómo me has malcriado por tenerme tan consentida, y mira cuánta falta me has hecho desde que te fuiste.

Y al rato me entregó a Noé mientras la marcha nupcial hacía eco en los confines durante la puesta de sol.

La ceremonia se efectuó sin contratiempos, salvo por la presencia de Paula y de Gustavo, quienes me incomodaron aun si estaban hasta el otro extremo de las hileras de sillas.

Noé, por su parte, también reunió a sus seres queridos, aunque siempre anhelando la presencia de un amigo que nunca se apareció.

Me casé vestida de blanco, como si pudiese ocultar debajo del vestido de novia la oscuridad que ceñía un pasado que bien podría ser equiparable al de una prostituta. Pero una prostituta regenerada y enamorada de su marido.

—Cumpliste tu cometido —me dijo Gustavo durante la fiesta, la cual se prolongó hasta las 4:00 a.m., aunque Noé y yo nos fuimos al hotel antes—, te casaste con mi mejor amigo.

—Mi cometido siempre ha sido amarlo —le dije—, y en temas de amor, ese es un cometido que nunca se llega a su fin. Ah, por cierto, Gustavo. Noé me ha dicho que estás insistiendo para que Paula entre como una de sus contadoras en su despacho. Por el bien de todos, querido… desiste de ello, o no respondo de lo que pueda pasar después.

A mitad de la madrugada nos despedimos de los invitados y nos dirigimos a la habitación de nuestro hotel. Noé hizo acopio de toda su fuerza para poder cárgame en la entrada hasta que caímos en la mitad de la alfombra. Estábamos un poco briagos y, por fortuna, no pasó a mayores.

Ahí en el suelo rompimos en carcajadas y nos comenzamos a besar.

—Yo te amo, Noé, en cada detalle, en cada suspiro, en cada caricia; en todos mis días, en todas mis noches, en todas mis vidas.

Después nos levantamos y fui al aseo para estar dispuesta para él.

Al volver, dejé que Noé me quitara el vestido blanco, quedando ante él sólo con mi sostén, un par de medias de seda blanca que cubrían pantorrillas, piernas y muslos; una tanga cuyo hilo estaba clavado entre mis dos nalgas, y un par de ligeros que sostenían los bordes de los encajes.

Yo también lo desnudé a él, y me puse de rodillas, para llevarme su polla a mi boca, teniendo aún el velo puesto. La sensación de la tela de tul cubriendo el pene de mi hombre, dentro de mí, hizo berrear de placer a Noé.

Y esa noche hicimos el amor al ritmo de “Kumbala”, un delicioso danzón interpretado por un grupo de rock alternativo llamado “Maldita Vencindad”.

«Mar…Todo el ambiente huele a mar»

Mis senos en su boca, mis manos en su polla, acariciándole hasta sus testículos. Jadeos, fricciones y humedad.

«Mucho calor… Sudores en la piel»

Nuestras pieles exudando placer, su pene penetrándome, mis tetas saltando sobre su cara. Gemidos ahogados entre besos.

«Sudor sabor a sal»

Besos sabor a sal; sabor a mis flujos vaginales, a su semen, a nuestros fluidos sexuales.

«Y en la pista una pareja… Se vuelve a enamorar…»

Orgasmos benditos; uno detrás de otro. Yo bramando como una loba en celo; él vaciando sus espermas dentro de mi coño. Yo estallando en potentes chorros calientes que nos inundaron a ambos. Mojándonos. Homogenizándonos. Haciéndonos uno.

Y seguimos cogiendo como dos enamorados, por toda la habitación, en todas las posturas que pudimos probar. Seguimos bebiendo, dormitábamos, y continuábamos follando sin parar.

Esa fue una noche que nunca acabó… hasta que decidimos volver al mundo con “Caifanes” y su tema “La Célula que explota”.

«Hay veces que no dejo de soñarte

de acariciarte hasta que ya no pueda

hay veces que quisiera morir contigo

y olvidarme de toda materia

pero no me atrevo…»

Nos fuimos durante una corta temporada de luna de miel por todas playas paradisiacas de México; sus pueblos mágicos y aquellas ciudades prehispánicas. Después mi padre nos sorprendió con billetes de avión cuyos destinos estaban en el Sur de América y Europa:

Y así fue como follamos en inglés, francés, alemán e italiano; y sí, hasta en las lenguas indígenas de las civilizaciones mayas y aztecas.

Aunque prometimos alguna vez follar en castellano, pues siempre nos quedó pendiente un viaje a España, donde nuestra primera parada sería en Madrid.

Cuando volvimos a Linares, lo hicimos con la convicción de comenzar una vida juntos teniendo como base el amor, la comunicación y la comprensión.

Como llegamos muy cansados y sudados, lo primero que hice fue meterme a la ducha. Salí desnuda a la sala pues escuché que Noé estaba riéndose a carcajadas.

—Mira lo que nos mandaron —me dijo, enseñándome un mameluco amarillo de bebé—, parece que nos quieren hacer padres pronto, aun si nuestra decisión de procrear es la de esperar algunos años.

Ver el mameluco amarillo me visualizó como madre, mi mayor ilusión, y no pude evitar emocionarme.

—Pero si es precioso, Noé —dije con los ojos aguados, recibiendo el mameluco en mis manos—, ¿quién nos lo mandó?

—No lo conoces —dijo mi marido—, pero te he hablado mucho de él.

—¿Quién? —quise saber.

—Léelo tú misma —me dijo sin parar de reír.

Recibí la nota que veía adjunta a la caja de regalo y la leí:

Siento mucho no haber podido llegar a tiempo a tu boda, mi hermano del alma, pero mis días en Miami no han terminado, y de hecho no creo que terminen hasta después de algunos años.

Me estoy reconstruyendo, mi hermano, estoy fabricando armas para poder defenderme a mi regreso a México. Tú ya sabes por qué. Pero quiero decirte que estoy feliz por ti, de que hayas cumplido tu sueño de encontrar a una buena mujer con la cual compartir tu vida. Hazlo tú, ya que no pude.

Así que no me queda más que desearte que vivas tus días con tu esposa lo mejor que puedas, Noecito, porque a mi regreso, tu vida será un infierno a mi lado.

Jajajaja. Sabes que bromeo, campeón.

Hasta pronto, amigo.

Te quiere, tu hermano del alma:

Leonardo Carvajal.

FIN DE LOS CUATRO CAPÍTULOS ESPECIALES DE LORNA.

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Los quiere;

Carlos Velarde.