Por mis putas decisiones (3 de 4)

"Restregué mis tetas sobre su pecho para que sintiera la enormidad de su tamaño. Me habría gustado que me acariciara las nalgas, que enterrara sus uñas en ambas y me las abriera, que metiera su rodilla en mi entrepierna y frotara mi braguita, mojada ya por el contacto"

CAPÍTULO 3

Esa noche en, Cancún, volví encontrar en la barra de uno de los cuatro bares que tenía el hotel, al chico con cara de ángel del bautizo de la hija de Gustavo. Vange y Tamara se habían ido de juerga con un par de chicos bronceados que habían conocido en la playa por la tarde. Así que yo me encontraba sola, un poco embriagada, deambulando entre la arena blanca y los diferentes bares buscando a un macho empotrador con el que pudiera descargar esas ganas contenidas que tenía de follar.

El sexo era un buen remedio para relajar mis penas, y quería hacerlo.

Pero en lugar de ir por el prototipo de macho viril, seductor, cara de badboy, velludo, musculoso, con huevos de toro y polla de bazuca que tanto me excitaban, (y que los había por montones por todos lados, de distintas nacionalidades) terminé acercándome al chico que era totalmente el antítesis de lo que buscaba.

Me senté en un banco junto a él, y durante cinco minutos el muchacho se la pasó mirándome los ojos de soslayo. No las tetas, no las piernas. Mis ojos, mi nariz, mi boca. Así, en ese orden. Y lo hizo varias veces. No me miraba con lascivia, sino con admiración, y eso me preocupaba, ¿sería gay?

Era un muchacho menudo, ojos color miel, hoyuelos al sonreír, cabello cobrizo, algunos 1:73 de estatura, (después supe que era apenas tres años mayor que yo), con facciones bastante finas, nada varoniles, pero muy guapo. Parecía uno de esos modelos italianos de pasarelas de ropa interior, cuyos rostros andróginos son los favoritos de las cámaras. Era probable que estuviera intentando seducir a un homosexual. Por Dios. Si Noé tenía toda la pinta.

Ningún chico heterosexual podría tener esa voz tan suave, esos labios tan rosados y esa piel tan tersa como si se sometiera a tratamientos faciales.

El joven, que no estaba segura si era amigo o pariente de Gustavo o de Paula, permanecía solitario tomando un mojito. Vestía una guayabera blanca y unos pantalones cortos y holgados que lo hacían lucir muy guapo. Sus preciosos hoyuelos y su mirada dulce aparecieron desconcertantes cuando me miró llegar, arrobado de forma instantánea por mi sensual bikini dorado que resaltaba el color de mi pelo (atado en una trenza) y el redondo de mis senos que lucían turgentes y exultantes como dos melones que están por partirse, solamente cubiertos por un chal transparente que llevaba encima.

—Hola —le dije sin sopesarlo más, atreviéndome a darle un par de besos en sus lampiñas mejillas. Así de cerca pude ver que su iris era de un color dorado semejante a la miel—. ¿Te han dicho que tienes el rostro más lindo y fino que vi en mi vida?

Sus mejillas se enrojecieron tanto que creí que saldría corriendo en cualquier momento. En lugar de eso sonrió, y sus hoyuelos volvieron a nacer.

—Sí. Digo no… digo…, perdón. —Estaba nervioso. Su voz era tan suave y dulce que hacía juego con su rostro—. Noé. Quiero decir que me llamo Fernando Noé Guillén....

Extendió una mano temblorosa con torpeza y yo la recogí con las mías solo para corroborar que eran tan tersas como me lo parecían. Su textura era como acariciar un fresco durazno.

—Un placer conocerte, Noé. Yo me llamo Lorna Patricia Beckmann, y me preguntaba si me podrías invitar una bebida.

Sí, ya lo sé. Empleé con Noé la misma frase de seducción con la que había iniciado mi relación con Gustavo. Pero Noé, a diferencia del primero, me respondió de otra forma:

—¿Sería muy osado de mi parte si le invito una limonada, señorita? Creo que las bebidas con alcohol están un poco fuertes, y la verdad es que no me apetecería que la pasara mal.

Accedí, con sorpresa, ante su invitación.

—¿Y cómo es que un chico tan lindo como tú anda solito en un lugar como este? —quise saber, acomodándome las tetas entre mis sostén.

Noé miró mi gesta con mis senos y se puso colorado, respondiendo temeroso:

—Pues… a mí no se me acercan ni las moscas, por eso me extraña que… pues usted… digo… es que… —parecía inquieto, angustiado.

—¿Te molestó que me acercara a ti? —le pregunté.

—¡No, no! —se apresuró a decir en automático—. ¡De ninguna manera, es sólo que yo… no creo ser la clase de chicos que usted frecuenta!

Así que por ahí iban los tiros.

—A ver —dije suspirando—, ¿me puedes explicar por qué carajos me hablas de «usted»? ¿Tan vieja te parezco? ¡Soy una chica universitaria, nene!

Noé se puso tenso y me dijo, avergonzado:

—Perdone, de verdad, no quería molestarla.

—¡Me sigues hablando de usted!

Casi me echo a reír cuando el chico tosió abochornado.

—Yo, sí… lo siendo, perdóneme… digo… perdóname, no lo vuelvo hacer.

—A ver, tranquilo, tranquilo, bonito, que no te lo dije en mal plan —cuando le expliqué esto, él se relajó—. Sólo no me hables de usted y ya. Lo que sí quiero que me expliques es ¿por qué piensas eso de que tú crees no ser la clase de chico que yo frecuento? —quise saber, enarcando una ceja.

Noé lo sopesó un momento, con sus ojos entornados.

—Porque usted es… quiero decir; tú eres… muy… —no pudo completar la palabra.

—¿Muy…?

El muchacho lindo de los hoyuelos lindos y mirada linda estaba como atragantado, resollando, como si no encontrara la palabra apropiada para decirme lo que yo era para él:

—¿Yo soy muy qué…? —insistí de nuevo, recibiendo del mesero la bebida que mi nuevo ligue había pedido para mí.

—Muy… primorosa —dijo al fin, soltando todo el aire. De nuevo se le pusieron las mejillas rojas.

—¿Primorosa? —le pregunté riéndome, desconcertada, tras un trago a mi limonada—, ¿en serio te parezco… primorosa ?

—¿Te sientes ofendida? —me preguntó asustado.

—No, no —volví a reírme—, es que, ¿cómo te explico?, me han dicho que soy hermosa,  que estoy buena, tetona, que parezco un ángel y hasta una puta, pero… ¿«primorosa»?

El muchacho se moría de la vergüenza, pensando, quizás, que me estaba burlando de él, así que intenté reparar mi actitud.

—Pero tranquilo, nene, que te has puesto lívido. No te lo digo en son de burla.

—Perdona —me dijo entristecido—, es que… digo puras burradas, la verdad yo no estoy acostumbrado… a tener mujeres tan bonitas… y… así… como tú.

¿Un tipo tan apuesto como él, por muy tímido que fuera, en serio no estaba acostumbrado a tener mujeres tan bonitas como yo? ¡Dios santo! Lo único que me faltaba para terminar la noche era estar intentando ligar a un homosexual.

Allí se encendió mi primer anuncio de alarma, por lo que no me corté al preguntarle:

—A ver, Noé, ¿te puedo hacer una pregunta… un tanto indiscreta?

—Ah, sí, sí, claro que sí —me dijo volviendo a sonreírme.

—¿Eres gay? —se lo solté de tajo.

Noé abrió de nuevo sus ojos color miel con sorpresa. Movió sus cejas de un lado a otro y después sonrió. El chico lindo suspiró hondo, depositó con cuidado en la barra la copa que tenía entre sus manos y, de forma casi espectral, se acercó a mí, me tomó con lentitud de mi nuca, y me atrajo hacia su boca.

Me besó con la parsimonia con la que surgen las olas del mar antes de colisionar sobre la costa. Fue pausado, profundo, dulce, fresco, húmedo. Sentir su esponjosa lengua combatiendo con la mía fue el acabose para que mi vagina comenzara a remojarse. Me sentí tan estimulada por aquella soltura en su delicioso beso que me bajé del banco y me paré frente a él, lo rodeé del cuello con mis brazos y respondí a sus lamidas con arrojo, sin retorno. Con mis labios atrapé los suyos, que eran mucho más delgados que los míos, y los lameteé una y otra vez.

Carajo. Sus labios eran suaves, y su lengua bastante diestra y juguetona. Fantaseé sobre lo que sería que esos mismos hábiles labios lametearan mis pezones, o mi coño, chupándolo, saboreándolo, introduciendo esa sagaz lengua dentro de mis cavidades.

Entre las fricciones de mi abdomen sobre su bragueta, sentí un ligero endurecimiento de su parte que se restregó sobre mi piel. Gemí. Sus dedos me atraparon de inmediato y también me rodearon. Mis tetas, cuyos pezones se habían puesto hinchados y duros, combatieron contra la tela de mi sostén, y se las restregué con gusto.

Cuánto habría querido desnudarme allí mismo para que mis senos se aplastaran contra su pecho, contra su cara, y que me mordiera los pezones hasta hacerme gritar. Estaba cachonda, claro que sí, y sólo con un beso, ¡un maldito beso! De los  mejores que había recibido en mi vida.

Restregué mis tetas, (con el sostén puesto, claro), sobre su pecho para que sintiera la enormidad de su tamaño. Me habría gustado que me acariciara las nalgas, que enterrara sus uñas en ambas y me las abriera, que metiera su rodilla en mi entrepierna y frotara mi braguita, mojada ya por el contacto libidinoso.

No obstante, nuestras lenguas salivosas y fibrosas continuaron frotándose una y otra hasta que me humedecí aún más.

No. Claro que no era gay. Y vaya forma tan… exquisita tenía de besar.

Aún así, me pregunté el por qué no me acariciaba la espalda, ¿por qué no frotaba sus manos hasta atrapar mis nalgas y estrujarlas con fuerza?, ¿por qué no me arrastraba a su habitación y me follaba como Dios manda?

Cuando tuve mi enésimo gemido nos separamos. Más bien él se separó, que si por mí hubiera sido me lo habría comido allí mismo. Carajo. Qué bien besaba ese angelito.

Separé mis brazos de su cuello y retrocedí. Dios mío, su aliento eran tan apabullante que me ahogué en un suspiro.

—¿Y ahora qué opinas?, ¿te parece que soy gay?

Me relamí los labios como una viciosa, suspiré de nuevo y le respondí con una riquísima lamida que le estampé en su pálido cuello. Noé reaccionó con un jadeo y una sonrisa.

—No, no eres gay… es terriblemente evidente —respondí, sintiéndome avergonzada por primera vez desde que lo conociera—… es que… no sé, ¿cómo te explico? A ver. Eres un niño bastante lindo, o sea, con esa carita que tienes podrías tener a cualquier chica a tu lado, ¿no tienes novia, esposa, o amante?

Noé bebió un poco a su copa y respondió:

—Ninguna de las tres cosas. Ni siquiera tengo gato o perro que me ladre.

—Es que… se me hace ilógico —reconocí—. Algún defecto debes de tener para no tener una relación con nadie. Insisto, es ilógico.

—Lo que es ilógico es que tú… tan rubia; quiero decir, tan hermosa… estés aquí, a mi lado, y que yo… te haya besado —dijo, incrédulo, sintiéndose orgulloso de sí mismo.

Al parecer, desde el beso, Noé había roto su burbuja retraída y ahora se abría un poco más ante mí.

—Me parece que eres un tipo un poco tímido, ¿verdad, Noé?

—Sólo… en cuestión de chicas bonitas —reconoció—. A decir verdad, por mi profesión (acabo de montar un despacho contable) debo de ser un tipo seguro de mí mismo, con facilidad de palabra y espabilado, y te juro que lo soy, pero, como te repito, en casos extremos como este… pues sí me pongo nervioso y digo puras tonterías. Seguro estarás pensando lo ridículo que soy.

—No, no, de ridículo nada, señor contador. La verdad es que… esto es un poco nuevo para mí. Mira, no quiero que me vayas a tomar por una cualquiera pero… en estos casos… pues yo… aquí, en Cancún… conversando con un chico desconocido… esperaría que tú me dijeras lo buena que estoy, preguntarme si vengo con alguien y, ante mi respuesta negativa, invitarme a ir a tu cuarto a … ya sabes.

Noé puso los ojos como platos y, asombrado, respondió:

—¿Cómo…? ¡No! ¡No! Yo… te juro que no soy de esos. Es más, sería incapaz de… pedirte algo así.

Sonreí con gran placer.

—Sí, yo sé que serías incapaz, ya me queda claro: por eso te digo que me resulta… un poco raro, pero raro en el sentido de que me agrada.

—Pero seguro te aburro —se lamentó.

—Eso es exactamente lo que vamos averiguar —lo desafié, preguntándole—, ¿te gusta la pintura?

Un día me juré que me casaría con un hombre profesionista que, aun si estuviera feo, supiera sobre arte. Puesto que Noé, por sus modales refinados y elocuentes al desenvolverse, parecía ser muy culto, lo puse aprueba.

—Sí, por supuesto.

—¿Me puedes decir en menos de cinco segundos, uno de tus pintores favoritos, no mexicanos ni del continente americano?

Por supuesto, no es que cuando saliera a follar con chicos les hiciera un examen de cultura (con que se hubieran leído el kamasutra me bastaba), pero sí que me lograba interesar en ello con los que me interesaban… de más. Con tal de romperme el coño todos se decían amantes de la cultura pero, cuando les preguntaba sobre un pintor y alguna obra reconocida del mismo… allí los machitos mentirosos tronaban como petardos.

En cambio, Noé respondió con la naturalidad de cualquier erudito, diciéndome:

—Me gustan bastante las pinturas de Rembrandt Harmenszoon van Rijn.

Su respuesta me dejó perpleja. Respiré hondo y, sólo para corroborar que su supuesto gusto por la pintura y el nombre de aquél pintor neerlandés no fuese una mera casualidad, le hice la pregunta final:

—¿Me podrías explicar por qué Rembrandt pintó su obra más famosa llamada «La ronda de la noche», con un escenario de noche?

—En realidad la pintura de Rembrandt no representa una escena nocturna —acertó Noé—, sino que, originalmente, la escena fue pintada con un fondo de día. Pero ya sabes, el paso del tiempo oscureció el fondo y parece de noche. De hecho, el verdadero nombre de la pintura no es «La ronda de la noche» sino «La compañía militar del capitán Frans Banninck Cocq y el teniente Willem van Ruytenburgh.»

Por poco se la chupo allí mismo del gusto, ¡extraordinario! ¡Fantástico! ¡Maravilloso! Un hombre guapo que, además, era culto.

Y esa noche, en lugar de hablar de posturas sexuales, fetiches y cualquier tema de fornicio, conversamos de arte, de mi talento para las artes plásticas y mi amor por los libros.

Con Noé no hubo sexo ni esa noche, ni al día siguiente ni hasta un par de meses después de que nos hicimos novios, (cosa que al principio me fastidió). Porque sí… nos pasamos los teléfonos y, primero, quedamos como grandes amigos, antes de oficializar nuestro noviazgo.

Noé me dijo ser amigo de Gustavo y de Paula (a quienes fingí no conocer de nada por cuestiones evidentes; ya que no quería espantarlo, que pensara que yo era una puta cualquiera y que decidiera ya no hablarme más), y aunque él, al paso de las semanas, quería presentarme con ellos, yo lo persuadí diciéndole que primero debíamos conocernos más.

Lo último que quería era que Gustavo le revelara… ¡que durante meses habíamos follado como fieras en todos los moteles de San Pedro Garza García y Monterrey! ¡No! ¡No lo podía permitir!

Noé no era de esa clase de chicos que va por la vida levantando chicas para empotrarlas, sino todo lo contrario: era un hombre de una sola mujer y yo… tuve el maravilloso honor de ser esa mujer.

Nunca pensé que la cursilería se me daba, hasta que Noé (que me visitaba desde Linares cada fin de semana) comenzó a escribirme poemas, cartas, regalarme osos de peluche, flores, llevarme a cenar, al cine, al parque, y yo feliz, feliz, feliz. La verdad es que nadie había hecho estas cosas por mí, ¡todo era nuevo!

Yo retribuía sus atenciones con cariño, con obsequios también: con obras de arcilla o de resina que yo misma elaboraba para él.

Mi encantador novio era un hombre bastante decente, agradable, ¡tierno!, inteligente, adorable. Y yo lo comencé a amar, con locura, hasta derretirme. Sus besos y caricias cada vez me dejaban más cachonda y él, criado a la vieja usanza, se rehusaba terminantemente a hacerme el amor conmigo (aunque yo supiera lo caliente que lo ponía con mis atuendos que vestía para él).

Cuando Noé volvía a casa, yo me la pasaba fantaseando lo que sería follar como una loca con él. Imaginé su boca y lengua lamiéndome el coñito, luego acariciándome toda la piel, la cintura, los senos, los pezones, los labios, para finalmente concluir la noche a base de penetradas, hasta que sus testículos rebotaran contra mis muslos. No recordaba haber fantaseado tanto (y masturbado) pensando en un hombre hasta que conocí a Noé.

Sería nuestra abstinencia sexual lo que me hacía desearlo tanto, o el enorme amor que le profesaba.

Aunque vivíamos en dos ciudades distintas (de alguna hora y media de distancia) habíamos convenido que, si a caso lo nuestro se seguía fortaleciendo, en cuando me graduara me iría a vivir a Linares con él (aun si eso implicaba perder las oportunidades que me daban quedarme en San Pedro, por mucho, una de las localidades con mayores posibilidades que tenía para encontrar trabajo en todo el continente americano).

Entonces, un día, sin preverlo siquiera, Noé me llevó a su fiesta de cumpleaños donde… sí, sí… aparecieron Gustavo y Paula. El horror que sentí de verlos frente a frente, yo del brazo de Noé, y ellos como dos bestias a punto de atacarme, me aterrorizó.

Como ya dije, mi temor durante esos meses previos había sido ese, un encuentro con ese par de imbéciles, aun si era consciente de que tarde o temprano se iba a dar. Me aterrorizaba que alguno de esos dos ladinos le fuera a contar a Noé que yo había sido prácticamente la puta de Gustavo, y que nuestra relación sufriera una fractura irreversible. A esas alturas de la vida yo ya estaba total y locamente enamorada de Noé, y no habría podido alejarme de su lado.

De hecho nunca entendí por qué ese matrimonio fastuoso cerró la boca ese día y los demás, pero lo agradecí. No obstante, en otra de nuestras reuniones, Gustavo me encontró en el baño a solas, me estampó contra la puerta y me advirtió, ardiendo en cólera:

—Sé muy bien que te acercaste a Noé para estar cerca de mí, loca, tóxica y psicópata. ¿En verdad todavía piensas que entre tú y yo puede haber algo, Lorna? ¡Estás muy, pero muy equivocada! Y dale gracias a mis huevos que no he abierto la boca con mi amigo para contarle la clase de tipeja que eres.

¿Qué? Pero ¿quién se creía este reverendo idiota egocéntrico de mierda para pensar que yo me había hecho novia de Noé para estar cerca de él? ¡Para nada! Yo ni en el mundo lo hacía.

—Bájale dos rayitas a tu volumen de voz y a tu ego, estúpido —le susurré, espiando al fondo de la sala para corroborar que nadie nos oía. Lo cierto es que su esposa Paula, durante toda la noche, no había dejado de mirarnos a Gustavo y a mí, como intentando encontrar alguna actitud sospechosa que la supusieran una cornuda—. ¡Y deja de hacerte el interesante, que no te queda! Conocí a Noé en Cancún, en la barra del lugar donde bautizaste a tu hija, es cierto, pero estás tontito si piensas que me acerqué a él para asediarte. ¡Hace mucho que tus huevos dejaron de chocar contra mis muslos, y desde entonces tú ya no me importas más! ¡Eres un cero al izquierda para mí! ¡Un pobre ridículo poco hombre que, si no fuera porque Noé es tu amigo, no querría ver en toda mi puta vida!

—¡Eso ni tú te lo crees, rubita guarra! —me acusó, cercándome con sus brazos en la pared. El tufo del alcohol de la noche chocó contra mi nariz—. ¿Una puta calentona que siempre anda con el chocho caliente fingiendo ahora ser una dama culta delante de Noé? ¡No mames, Lorna, en serio no mames!

—¡Soy una dama culta, imbécil!

—¡Una dama culta y refinada no le da el culo a un hombre casado ni se deja agujerar el chocho para terminar con su novio!

—¡El sexo no tiene nada que ver con la idiosincrasia de las personas! —me defendí—. ¡Además te recuerdo que yo no sabía que tú estabas casado!

—¿ Idiosin qué…?

—¡Idiosincrasia, animal! —lo corregí—. ¿Lo ves, Gustavo? Aquí el único idiota, ignorante, ordinario y naco guarro eres tú. ¡Y te advierto que si me vuelves a llamar zorra, puta o algo por el estilo, te tumbo los dientes de un puñetazo! Ahora, si me permites, me voy con Noé, que me está esperando. Y, por el bien de ambos, para evitar lastimarlo, queda prohibido decirle nunca lo que hubo entre tú y yo. A lo pasado pisado.

A Gustavo, pese que me miraba con resentimiento, le vi un deje de lascivia en sus ojos mientras repasaba mi vestido negro con escote, que llevaba puesto muy ajustado a mi cuerpo, y eso me incomodó.

—Sí —carraspeó—, lo mismo acordamos con Paula, pero no lo hacemos por ti, Lorna, sino por él. Por eso te advierto, que si lo lastimas, yo mismo me encargaré de hacerte mierda. Él no es ni como tú ni como yo. Noé es un tipo de ley, una buena persona, y por eso lo quiero, y no voy a permitir que lo hagas sufrir. Así que mide cada uno de tus pasos, que te estaré vigilando. Quedas advertida, rubita cachonda.

Por un lado me gustó que lo defendiera. Era un buen amigo. Por otro, me incomodó a madres que me llamara «rubita cachonda.» Esas confianzas para conmigo debían de desaparecer.

Claro. Era lógico que Gustavo pensara que mi repentino enamoramiento hacia mi príncipe fuera por él, nada más lejos de la realidad. Cretino orgulloso. Pero el tiempo pasó, y la relación de novios se hizo cada vez más intensa.

Sólo faltaba el sexo, pero, a estas alturas de mi vida, mis dedos al masturbarme lo compensaban, y aunque no era lo mismo, estaba dispuesta a esperar.

Noé para mí era como un anhelo materializado.

El día de mi graduación universitaria, Noé fue el único que estuvo presente. Mi padre tenía compromisos en Texas, y mi madre continuaba perdida en el hoyo de su depresión. Vange y Tamara estaban fuera de la ciudad realizando sus prácticas profesionales… Pero él estuvo allí para recoger cada uno de mis pedazos.

Me llevó a cenar a monterrey a un restaurante que tenía vistas hacia las montañas de la ciudad y el paseo Santa Lucía, un  bonito canal cuya agua estaba iluminada con colores neón.

Allí, justo en el barandal que daba hacia la ciudad, Noé se acercó a mi oreja y me recitó un poema que había escrito para mí:

Tus ojos son azules como el mar.

A veces parecen esmeraldas.

A veces parecen mar

Lo importante no es el color, querida Lorna,

ni si son de tonos esmeraldas o pigmentos de mar.

Lo importante es que, sean del color que sean,

siempre brillan ante el sol,

en mis silencios, en mis tragedias

y en el piélago del mar…

—Noé… —dije con lágrimas en los ojos.

Pero él me mandó callar con un gesto romántico. Después, se puso delante de mí, se colocó de rodillas, extrajo de su saco una cajita de cristal, la cual abrió, enseñándome un precioso anillo cuyo diamante refulgió sobre mis ojos, en tanto, con la voz entre cortada, me decía:

—Lorna, mi querida Lorna, ¿querrías hacerme el honor de casarte conmigo? Dime que sí, amor, antes de que el tiempo nos haga viejos y tus ojos y corazón decidan que ya no soy el amor de tu vida.

—Acepto —dije a Noé abalanzándome con él sobre el suelo, llorando de felicidad—, ¡y no, no! ¡Nunca, jamás… Jamás amaré a nadie como te amo a ti!

Probablemente quizás… esas últimas palabras que le dije a mi ahora prometido tras su propuesta de matrimonio, fueron las más sinceras que he dicho en toda mi vida.

Tal vez mis malas acciones en el futuro resultan contradictorias, pero el amor es un sentimiento paradójico, artífice de las peores estupideces y desolaciones del mundo. Y así como te permite hacer feliz a quien  más amas en la vida, también te permite destruirlo.