Por mis putas decisiones (1 de 4)

"En aquél entonces era más joven que ahora, y por lo mismo la mujer más inmadura y cínica del mundo. No tenía del todo las cosas claras. Actuaba por impulso, sin pensar. Dañaba involuntariamente, y dudaba que hubiera algo más importante que el sexo...

Capitulo 1

LORNA

No quisiera demorarme tanto en describir mis antecedentes. Pero es necesario que se entienda cómo fue que la aparición de Noé en mi existencia (un hombre bueno al que, paradójicamente, fue al que más daño hice) removió todas las fibras de mi existencia, convirtiéndome en la mujer que más lo amó.

Y la que más lo destruyó.

A donde me remito ahora es a la época en la cual todavía no conocía al que se convirtió en el amor de mi vida.

En aquél entonces era más joven, y por lo mismo la mujer más inmadura y cínica del mundo. No tenía del todo las cosas claras. Actuaba por impulso, sin pensar. Dañaba involuntariamente, y dudaba que hubiera algo más importante que el sexo (claro, claro, después de la universidad).

El problema es que siempre me supe bonita, sensual y atractiva (los hombres solían recordármelo cada vez que me tragaba uno de sus falos) y, en función de ello, me dejé arrastrar en un mundo de rebeldía con el fin de cumplir mis más frívolos propósitos. Como digo. Antes de Noé yo era tan inmadura que no logro entender cómo fue que se enamoró de mí.

Aquella fue una época en que yo no tenía reacciones realistas. No me tomaba las cosas tan en serio y para mí la vida era un mundo en el cual disfrutar, sin más.

Lo que ahora voy a describir no fue la noche en que conocí a Noé, pero sí una experiencia brutal que propició conocerlo meses después gracias a uno de sus amigos.

—Esta noche me follaré a un tipo mayor que yo como una guarra de quinta categoría —decreté a Vange y a Tamara (dos de mis mejores amigas) cuando llegamos a Strana , la discoteca más famosa de San Pedro Garza García (la ciudad más rica de toda América Latina)—. Y cuando el tipo en turno me esté penetrando, juro por Dios, niñas, que marcaré al teléfono de Javi para que escuche cómo bramo de placer con una polla que no es la suya.

Javi era mi novio… pero justo en ese momento lo despreciaba tanto que habría dado mi culo al diablo con tal de que un rayo le cayera en la cabeza.

Vange y Tamara primero me observaron con escepticismo y luego soltaron en risotadas cuando nos sentamos en la única mesa redonda vacía que encontramos en la abarrotada discoteca. No sé si se carajeaban porque me creían una loca despechada o porque desconfiaban de que pudiera ser capaz de cumplir mi frívolo propósito.

—¿No es más fácil mandarlo al diablo y ya, Lorna? —me preguntó Vange, la amiga guarra nivel dos de la pandilla. (Tamara era nivel uno y yo nivel tres, por ser la más tranquila entre el trío de amigas)—. ¿Es necesario tanto drama? Mejor dicho, ¿es para tanto enfadarte con Javi, poniéndole los cuernos, solamente porque no te invitó a la fiesta de su graduación?

—¿Y te parece poco, Vange? —estallé indignada, sacando los cosméticos de mi bolso para terminar de maquillarme—. ¡Yo le hice la tesis de la facultad, yo soporté este último año su amargo carácter, así como todos sus arranques de histeria. ¡Follamos poco, discutimos mucho, me entregué completamente a su tesis de titulación! ¡A ustedes mismas las dejé muchos meses relegadas por él, y ahora el muy cabrón me dice que no podía llevarme a su fiesta de graduación, porque su vieja madre prefirió invitar a su ex novia, y como Javi es un hijo de mami, creyó que sería una grosería no cumplir su capricho! ¿Entienden lo que digo?, ¡me ha sustituido por la estúpida de su ex novia! ¡No me ha dado mi lugar! ¿Quieren que le lleve mariachi como agradecimiento? No, no, y no.

—Bueno, bueno, respira —se serenó Vange, de pelo negro a los hombros, ojos oscuros, rostro ovalado y que llevaba un vestido vaporoso con estampados de flores por  arriba de la rodilla—. Viéndolo desde esa perspectiva, pues creo que Javi sí es un poco malagradecido.

—Malagradecido es poco, Lorna —intervino Tamara, la guarra número 1 (no había fin de semana que no terminara en la cama con un ligue nuevo. Su última aventura había sido con un profesor de la universidad, a quien, a cambio, le había exigido aprobarla en el curso aún si había sido una mala estudiante durante todo el semestre)—. Yo no sé qué carajos le viste a esa ladilla púbica llamada Javier, con lo buena que tú estás, Lorna. Tú eres una mujer muy sexy que merece a un hombre que de tan musculoso te truene la espalda al abrazarte. Tienes buenas piernas, buen culo, eres rubia, de ojos azules y, por si fuera poco, con las tetas más grandes que Pamela Andersón. La verdad, mujer, que si yo fuera lesbiana hace mucho que te habría violado. —Las tres rompimos en carcajadas—. Lo malo es que soy fiel devota de las pollas. Pero te decía, Lorna, que tú estás más tonta que una mujer idiota cuando regresa con su marido golpeador. Javi es más feo que el arrepentimiento, ¿qué diablos le viste?

—Coge rico —admití con tristeza, cuando terminé de pintarme los labios de rojo—, y tiene una buena polla.

—Los hombres pierden la cabeza por unas buenas tetas o un buen culo —aseveró Vange meneando la cabeza, en tanto se colocaba en las orejas unas argollas plateadas—, y las mujeres perdemos la dignidad por una buena polla, vaya lío estamos hechos.

Tamara, de piel morena y cabellos cobrizos, era la más nalgona y caderona de las tres, por eso se restiró su falda color negra, por enésima vez, a fin de que se no se le subiera más de lo debido gracias al vuelo que le provocaban sus voluptuosidades. Tamara tenía rizos naturales, que le llegaban más arriba del hombro, y sus ojos chocolates, tan grandes como un anime japonés, se abrieron más de lo debido cuando cayó en la realidad de lo que estábamos hablando.

—De hombres cogelones y trancas buenas está lleno el paraíso, chicas —aseveró ella mientras elegía con sus ojazos al prospecto de chico que se llevaría a la cama esa noche—. Mira a tu alrededor, Lorna, estoy segura que cualquier hombre pagaría millones por echarte un polvo.

—Tampoco seas exagerada —me reí, concluyendo mi retoque de maquillaje con un rubor en las mejillas. Vaya si me faltaba tostarme la piel para no parecer tan blanca como Morticia, la de los locos Adams—. Lo que me queda claro es que follarme a otro es una buena forma de terminar una relación por conveniencia como la mía. Digamos que hasta es original.

Vange torció un gesto y añadió:

—¿En serio eso es lo que quieres, Lorna?, ¿terminar con Javi tras un año de relación, poniéndole los cuernos?

—Déjala, mujer —intervino Tamara, que ya le había echado el ojo a un morenazo tipo fuego, alto y de buenos bíceps (a juzgar por el volumen de su camisa blanca, que estaba bailando con la que parecía ser su pareja sentimental)—. Lorna tiene que espabilar. ¿Te imaginas lo horrible que debe ser follar con el mismo hombre durante un año entero? ¡Por Dios, las escucho hablar y se me secan los ovarios! Yo por eso soy libre como el viento. Nada de exclusividades ni ataduras por el momento. Los pies se hicieron para caminar, los ojos para mirar, y el chocho para follar.

Me eché a reír por sus ocurrencias. Con esas amigas, tampoco es que tuviera mucho de dónde poder madurar.

—Y haciendo caso a la filosofía de Tamara —murmuré—, es exactamente lo que pretendo hacer esta noche. Siempre he sido una mujer fiel, chicas, y lo saben, pero las niñerías de Javi merecen un final dramático como el que he ideado. Ya me imagino contando mis peripecias a mis hijas cuando sean adolescentes.

—Es de zorras ponerse a fornicar con otro hombre solamente para vengarse del novio —me reprochó Vange—. La verdad es que me parece de muy mal gusto, ya está.

Tamara y yo nos intercambiamos miradas cómplices y terminamos soltando una carcajada. Y es que a Vange, al ser la golfa dos, no le quedaba su papel de chica con ínfulas de moralidad, sobre todo sabiendo que se estaba tirando a su nuevo padrastro a espaldas de la borracha de su madre.

—A ver, mi vida —le recriminó Tamara, que no tenía pelos en la lengua—, tú eres la menos indicada para hablar de moralidad. Primero límpiate los espermas que te echó en la boca el guarro de tu padrastro anoche, y después vienes y nos das clasecitas de virtud e integridad.

—¡Tamara! —exclamó Vange abriendo los ojos como plato—. ¡Si les cuento mis oscuros secretos es para que me aconsejen y, al mismo tiempo, liberarme de la conciencia, no es para que después se conviertan en armas con las cuales atacarme! Es como si yo te reclamara que te hayas tirado al marido de tu hermana.

—¡Marido que antes fue mi novio y ella me quitó! —se defendió Tamara inflando las mejillas como una rana de charco—. En cambio tú, Vange, te estás tirando a tu nuevo papito sólo porque tu madre te internó cinco años en un colegio de monjas, y nunca se lo pudiste perdonar.

—¡Lo hago porque Rafa es un vividor, y quiero que mi madre abra los ojos sabiendo la mierda de hombre que tiene por marido!

—¡Claro que la cornuda de tu madre abrirá los ojos como sapo aplastado el día que los encuentre a los dos revolcándose en su cama!

—¡Lo mismo podría suceder, Tamarita, cuando tu querida hermanita te encuentre montada a dos nalgas sobre la tranca de su marido!

Vaya club de amiguitas me cargaba. Pero en el fondo eran buenas niñas, la verdad.

—¡Bueno, ya, chicas! —intervine en tono conciliador—. Tampoco quiero que se agarren de los pelos por mi culpa. La conclusión es que por algo somos la pandilla de las tres guarras, y no por eso somos mejores o peores personas que el resto del mundo. A muchos les gusta robar, a otros matar. A nosotras nos gusta el sexo, y mientras no hagamos daño a nadie no tenemos por qué avergonzarnos. Ejercer nuestra sexualidad sin límites (pero responsablemente) no ha implicado que tú, Evangelina, hayas dejado de ser la mejor jugadora de pádel del club, ni que tú, Tarara, dejaras de ser la número uno en ballet clásico. Y mírenme a mí, soy la mejor de la carrera en Educación preescolar, sin quitar de lado mis habilidades para las artes plásticas. El caso es que esta noche me follaré al mejor macarra que me encuentre en esta discoteca, y se lo echaré en cara a Javi por teléfono y ustedes dos no podrán hacer nada para que lo puedan evitar.

—¡Arriba las guarras! —gritó Tamara tomándose el primer chupito que nos trajo el camarero, palmeando el hombro a Vange de forma reconciliadora—. ¡Y que viva la putería!

—¡Viva! —secundé dando un par de palmadas.

—Hablen por ustedes —exclamó Vange rompiendo en carcajadas, resignada, aunque yo sabía que muy en el fondo ella seguía sin aprobar mi decisión.

Vange era como la madre guarra del trío, Tamara la hija guarra rebelde, y yo la hija guarra término medio, la más inteligente de las tres, pero la más estúpida para las artes amatorias. A la que nunca, ningún hombre, por más bonita que fuera, la había tomado en serio de verdad.

—Pues manos a la obra, Lorna —me animó Tamara—. Ve a la barra y activa tu modo seductor antes de que te ganen a los mejores machos.

—¡Salud! —dije, levantándome del banco.

—¡Usa condón! —gritó Tamara de nuevo—, ¡que las píldoras engordan!

Apenas había dado algunos pasos hacia la barra cuando noté que algunos chicos me silbaban a mi paso. Giré hacia atrás y vi que Tamara y Vange ya se habían ido a bailar a la pista.

«Ay, chicas, qué sería de mí sin ustedes, que siempre me acompañan en mis locuras.»

—Ufff, pero mira nada más que ricas ubres tienes, mami… —oí decir a un chico delgado que se reía con sus amigos mientras me veían pasar.

—¡Culazo de primer nivel, rubita! —dijo alguien más.

—Mira el grosor de sus labios mamadores —atajó otro—, se nota que le encanta chuparla.

Si en aquél tiempo el movimiento #metoo hubiese estado activo, a más de alguno de esos le habría podido cerrar la boca con una denuncia.

Tragué saliva y apreté el paso, simulando entereza. Decretar que esa noche sería la mayor guarra de la discoteca no era lo mismo cuando tenías que entrar oficialmente en acción.

—¡Se te van a salir esas tetazas, mi reina!

—¿Cuánto cobras por unas cubanas, preciosa tetona?

—¿Me das a probar de tus tetotas, mi amor?, que mi madre no me acabó de amamantar.

Suspiré, sintiéndome roja de la vergüenza y cachonda a la vez, y continué desplazándome entre el gentío hasta la barra (allí es el mejor sitio para ligar), concentrándome en que mis tacones no fueran a dar un paso en falso y terminara estampada contra el suelo. Era verdad que me sentía intimidada, y que el 10% de mí quería continuar con mi locura y el 90% me exigía salir corriendo de la discoteca; no obstante, me bastaba con recordar la humillación que me había hecho pasar Javi y mis hormonas vengadoras me volvían a estimular mis ansias de desquite.

Y pues sí. Sinceramente yo no estaba enamorada de Javi, (y era evidente que él tampoco de mí) aunque lo había llegado a querer mucho y tenerle cierto cariño.

De hecho, creo que, a mis veinte tres años, no había estado enamorada nunca de nadie. Sin embargo, en una relación siempre tienen que haber acuerdos, y deben respetarse. Y algo me decía que Javi no estaba siendo del todo sincero conmigo. ¿Me había pedido ser su novia solo para demostrar a sus amiguetes que, con su estúpida cara, era capaz de tener a la chica más sensual de la universidad, tras haber terminado con aquella furcia con cuello de avestruz?

Él era mayor que yo por dos años, y en esos instantes estaba celebrando en un salón la fiesta de su graduación, gracias a una tesis que yo le había elaborado.

«Ya lo verás lo que te espera, pedazo de ruina prehispánica.»

Y continuaron los vulgares piropos a mi paso. Me sorprendía que en un lugar tan fino y pudiente como ese, dejaran entrar a tipos tan ordinarios como esos.

Aunque entendí que yo tenía mucha culpa: y es que tenía puesto un vestido muy corto, entallado, de color rojo, a juego con mis zapatos altos de tacón de 15 centímetros (para verme más alta de lo que en verdad era). Mi vestido llamaba la atención porque estaba muy escotado, de modo que casi la mitad de mis redondos y erguidos pechos se asomaban por los bordes del escote como si se estuvieran asomando desde un balcón. Mi cabello rubio estaba recogido en un moño en la nuca de mi cabeza, y mis párpados, y labios estaban maquillados al son del color de mi ajuar.

Apenas me detuve frente al camarero, al que tenía pensado pedir una piña colada, cuando giré a mi costado y vi al hombre con el que de inmediato elegí para acostarme con él esa noche.

—Buenas noches —le dije sin mediar otra palabra, y al instante sentí que mis bragas se humedecían. Sería por la adrenalina de saber que me estaba comportando como una cualquiera, o el morbo de que acababa de saludar al tipo con el que probablemente terminaría revolcándome como una chica sin moral esa noche—. Me preguntaba si me podrías invitar una bebida.

Vaya forma de seducir a un tipo. Sin sonar pretenciosa, la realidad es que nunca había tenido la necesidad de ser yo la que propiciase una conversación, así que no estaba acostumbrada a ello. Mi prospecto de ligue, todavía dudando si le hablaba a él, me sonrió seductoramente cuando confirmó que yo lo estaba mirando fijamente a los ojos, respondiendo:

—A una hembra como tú soy capaz de invitarle la botella entera.

Ridículo, pensé, pero interesante. Y guapo.

—¿Tan poco te inspiro? —intenté bromear, apretando mis muslos, pues me sentía tan brutalmente cachonda que quería evitar que un chorro de fluidos escapara por mi vagina—. ¿Sólo una botella?

El hombre me enseñó una sonrisa moja bragas y contestó:

—Si te digo lo que me inspiras, preciosa, probablemente saldrías corriendo directo a la policía, acusándome de pervertido.

Sonreí sintiendo un terrible cosquilleo en mi entrepierna.

—Gustavo Leal —se presentó con chulería, extendiéndome una de sus largas manos—, pero tú me puedes llamar Tavo.

—Pues mucho gusto, Tavo. Yo me llamo Lorna Beckmann.

—¿Beckmann, dices que apellidas? —me preguntó sorprendido—. ¿Eres de ascendencia Alemana?

—Para nada —respondí con una sonrisa—. Mi padre es gringo, de Laredo Texas, para ser más precisa, y mi madre es de aquí, mexicana. Ya sabes que la cercanía entre Laredo Texas y San Pedro, aquí en Nuevo León, hace posible que mexicanos y estadounidenses viajemos de una ciudad a otra gracias a los pocos kilómetros que nos separan.

—Con razón eres tan rubia —afirmó, relamiéndose los labios—. Tu madre debe de ser tan hermosa como tú para que un texano la haya elegido por esposa.

—Pues ya ves, Tavo. Te sorprendería saber la cantidad de estadounidenses que terminan viviendo en San Pedro, seducidos por la cantidad de mujeres hermosas. Ya ves lo que dicen por ahí, que las mujeres del norte de México son de las más bellas del mundo.

No tenía por qué decirle que en la actualidad mis padres se habían separado.

—Y que lo digas, rubita. Eres fascinante.

Me sentí atraía por él de forma casi inmediata por la simple razón de que el tipo lucía algunos diez años más grande que yo (al final descubrí que tenía más de treinta años en contra de mis apenas veintitrés) y la verdad es que siempre preferí a los hombres mayores por encima de los aburridos y sosos niñatos de mi edad, pues estos últimos solo sabían dar problemas, enrollarse en caprichos infantiles, y no tomar nada en serio (para ejemplo el bobo de Javi).

Lo cierto es que yo (estúpidamente) asociaba la madurez de los hombres con la experiencia, la caballerosidad, la inteligencia y, sobre todo, con su destreza en el desempeño sexual. O al menos esa impresión tenía a causa de que perdí la virginidad a los catorce años a manos de un primo llamado Víctor que tenía veintiuno cuando me desvirgó, y desde entonces no había vuelto a sentir el mismo placer con chicos de mi camada a no ser que me llevaran unos años por delante. La única excepción a la regla era Javi, que follaba como un Dios. Pero su estúpida actitud de niño de cinco años lo arruinaba todo.

El porte elegante de Tavo, sus ojos marrones, su mirada seductora, y sonrisa desafiante me obligaron a sentarme en un banco de respaldo rasposo que estaba delante de esa barra, cruzando mis piernas para que mi víctima disfrutara de las eróticas vistas que le dejaban ver mis blancos muslos, brillantes por la crema hidratante que me había untado una hora antes, esperando que en algún movimiento descubriera el color de mis diminutas (y mojadas) bragas de encajes.

—Inténtalo —le dije—, a lo mejor no salgo corriendo a la policía, sino a un sitio más apartado, contigo, para que me digas en práctica eso que te inspiro.

«Menuda puta estás hecha, Lorna, qué pena me das»  me acusó mi conciencia. Repasar los diálogos baratos de las películas eróticas que solía ver me hicieron sentir ridícula.

—Pues en ese caso, rubita, deberíamos de ir agarrando ventaja, ¿no crees?

«Rubita», con lo que odiaba que me llamaran así. Pero bueno. No se podía tener todo en la vida, y de momento el tal Tavo me estaba entreteniendo. A decir verdad me ponían cachonda los hombres varoniles, altos, de mirada profunda, esos que exudan testosterona con solo sonreír, hablar o suspirar. No me importaba mucho si no eran tan atractivos (como Javi) siempre que mostrasen seguridad, tuviesen músculos, fuesen velludos, de piernas grandes y un bulto que, por lo menos, se marcara sobre la bragueta cuando mi vista se dirigiera a la entrepierna.

Tavo era más alto que yo, y aunque no era tan musculoso, alto ni velludo como me hubiera gustado, un punto a su favor fue que era pelirrojo, un ejemplar sumamente interesante suponiendo que no estábamos en Escocia. A mi corta edad había follado con un par de morenos, rubios, amarillos, incluso con un negro, pero nunca con un pelirrojo. Y esto último era un plus.

Tavo tenía una sonrisa muy radiante, una pizca de pecas poco visibles (matizando su fina nariz), y una barba cerrada rojiza que terminaba por darle un perfil parecido al de Michael Fassbender. Y bueno, tampoco es como si hubiera pasado desapercibido aquél generoso bulto que parecía palpitar debajo de su bragueta, la cual tuve inquietud por acariciar.

Tavo conversó conmigo con la seguridad que sólo los hombres con experiencia pueden permitirse. Me dijo que estaba en San Pedro por unos asuntos de trabajo. Me comentó que él en realidad vivía en una localidad llamada Linares, a casi dos horas de distancia, y que ese fin de semana la pasaría en mi ciudad, esperando que yo pudiera servirle de guía turística.

Acepté su oferta sobre todo porque no tenía nada mejor que hacer ese fin de semana (además de comenzar a revisar mi propia tesis, pues en seis meses más me titulaba como profesora de preescolar). Tavo no se cansó de mirarme las tetas todo el tiempo que estuvimos conversando. Estoy segura que miró más tiempo mis grandes senos de lo que miró mis ojos color celeste.

—Son naturales, ¿eh? —le dije cuando ya estábamos entrados en copas. Me mordí el labio y me aplasté yo misma mis senos uno con el otro para que mi víctima advirtiera lo grandes que eran (una excelente herencia de mi madre)—. Por si tenías pena preguntármelo. Es que no has parado de mirármelas desde que nos saludamos. Pero tranquilo, que tampoco es que me incomode. Solo quería comentarlo.

Tavo se echó a reír tras oír mi comentario y en ningún momento se le vio avergonzado por haberlo sorprendido mirando a mis nenas, aunque sí se había puesto caliente.

—Pues wooow, rubita —comentó con voz alta para ganarle al volumen de la música—. Perdona si he sido un poco… ojos sueltos, y un tanto descarado, pero tampoco me puedes culpar. Si traes ese escote tan pronunciado es porque te gusta que los mortales admiremos esos preciosos melones de carne, cosa que te hace generosa y de lo cual te estaré eternamente agradecido.  Pero es que esas tetas que te cargas son tan… monumentales y apetecibles que incluso cada cual parece que es más grande que mi cabeza.

La primera reacción que tuvo mi cuerpo al escuchar su comentario fue apretar mis muslos. Desde luego él no se iba andar con rodeos. Tavo, como Tamara, era un hombre directo, que tenía las cosas claras. Además concluí en que el tipo me tenía por una mujer madura que era capaz de mantener una conversación ardiente con un hombre de su edad, sin prejuicios ni niñerías (muy lejos de la realidad). Y era lógico que pensara tal cosa si yo estaba vestida prácticamente como una zorra (a escondidas de mi madre, pues yo era de las que salía con ropa decente de casa y en un bolso llevaba un vestido más sexy para ponérselo en la casa de su amiga).

Apelando a mi «cero prejuicios», y simulando ser más cortita de moral de lo que realmente era, le respondí en un intento por sentirme interesante:

—¿Mis senos son más grandes que tu cabeza, dices? —Tavo asintió, mordiéndose el labio inferior—. ¿La de arriba o la de abajo? —me atreví a alburearlo, mirando su entrepierna con descaro.

La verdad es que el papel de nalgas prontas me estaba resultando un poco más fácil de lo pensado, sobre todo porque, después de todo, Tavo me parecía un hombre más educado que el ramillete de nacos, rústicos y vulgares que me habían halagado minutos antes. Me sentía segura con él. Me inspiraba confianza.

Tavo volvió a reír y se acercó un poco más a mí al descubrirme más salida que cualquier otra veinteañera que hubiera podido conocer. Con mi respuesta le había dado pie a que continuara cachondeando conmigo.

—La de arriba —contestó echándose otro trago—. Aunque, si me continúas coqueteando como ahora (y me enseñas un poco más de tus cosotas que guardas debajo de tu escote), estoy seguro que también la de abajo me crecerá tanto como una de tus lolas.

De reojo miré a su entrepierna y, en efecto, algo monstruoso se estaba despertando con ferocidad.

—Vaya. Me gustaría comprobarlo —dije, estirando mi temblorosa manita para agarrarle el bulto.

En efecto, su hinchazón se sacudió por dentro, mi mano la acarició y mi vulva se empapó nada más sentirla en mis palmas.

La sonrisa diabólica de mi ligue fue determinante cuando acarició mi cuello con sus fríos dedos, deslizándolos con sensualidad hasta la raya que separaba un seno del otro. Recogí mi mano, me estremecí, e intenté mostrarme receptiva, aunque también es cierto que estaba nerviosa y un poco asustada.

—Me encantan las nenas como tú que no se andan a medias tintas —murmuró, dibujando círculos sobre la superficie de cada uno de mis pechos—. ¿Quieres ir a bailar? Me gustaría restregarte mi rabo en tu culo.

Sonreí, y sopesé su propuesta por unos segundos, antes de animarme a contestar:

—Preferiría que me la restregaras no sólo en mi culo, sino también en mis senos y boquita. Pero no aquí, sino en un lugar más privado.

¿Gustavo estaría pensando que yo era la peor zorra de San Pedro Garza García? No lo sé. El caso es que sus ojos brillaron con tal ardor, que si no hubiese parpadeado estoy segura que me habría lanzado llamas a mis senos.

—Como la dama lo prefiera —contestó con el libido desbordándose en su boca. ¿Cuántas veces se habría tirado a una chica rubia de mi edad?, aquella era una oportunidad gloriosa que Tavo no podría desaprovechar—. Caballero, la cuenta por favor.

Pese a todo, yo siempre me desenvolví en mi vida diaria como una chica seria, respetable, educada y, repito, con las mejores notas de la facultad. Por eso, estar a punto de irme a follar con un tipo mayor que yo, que no conocía de nada, vistiendo como una auténtica guarra, y, peor aún, siendo todavía oficialmente novia de Javier… me puso un poco entre cachonda y culposa.

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Esta es una extención del universo de #PorMisPutasFantasías

Si es tu priemera vez en esta historia, puedes leerla buscándola en mis relatos.

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NOTA: Como anuncié en mis redes sociales (que pueden hallar en mi perfil), según mi cuaderno de trabajo (un archivo muy elaborado de Excel) donde formulé los perfiles de cada uno de mis personajes, este martes 17 de noviembre cumple años nuestra protagonista #LornaBeckmann de #pormisputasfantasías

Para muchos odiada, para otros amada; la realidad es que es un personaje cuya complejidad me produjo bastantes desvelos mientras escribía. Y sí, pese a todo, la quiero.

Por tal motivo, voy a compartir esta semana los únicos cuatro capítulos que escribí desde la perspectiva de Lorna para la edición especial de Por mis putas fantasías II Redención (en amazon), donde se narra un poco sobre cómo era su vida previo a conocer a Noé (agradecería evitar spoilers para quienes ya lo leyeron :))

Son cuatro capítulos nada más (sí, lo lamento) que espero les entretengan bastante.