POR LA UNIÓN DE LA FAMILIA.- Capítulo 2.-B

Aquí os preseno la seunda versión de estesegundo capítulo del Relato. Espero os guste. ¡¡¡HASTA LA PRÓXIMA, AMIGOS-AMIGAS/AMIGAS-AMIGOS!!! UN ABRAZO A TODAS-TODOS/TODOS-TODAS

POR LA UNIÓN DE LA FAMILIA

Capítulo 2.- Versión B

Julia dijo “Vamos a bailar” y, sin esperar respuesta, arrastró al muchacho a la parte lateral izquierda de la sala. La opuesta a aquella donde su marido y su hija se perdieran. Tan pronto llegaron allá, Julia se enlazó con su hijo, pegándose a él como lapa a las rocas, y echó sus brazos al cuello de Álvaro, rodeándolo entre ellos. Empezaron a moverse, cadenciosos, con Álvaro rodeando el cuerpo de su madre entre los brazos, al tiempo que ambas pelvis se adelantaban para fundirse más que unirse la una a la otra. La mano derecha de la mujer abandonó el cuello de su hijo para ascender hasta su nuca, que las uñas femeninas, largas, afiladas, cuidadas, acariciaron rascándola con suma suavidad cargada de erotismo.

El muchacho respondió a tales caricias besando y mordisqueando el cuello materno, lo que hizo que Julia se estrechara aún más contra el filial cuerpo, estrellando con renovados bríos su pelvis a la masculina, aplastando así la más que dura protuberancia que de la entrepierna de Álvaro gloriosamente emergía, restregándose a fondo en ella con los bajos de pelvis, para lo cual se había levantado ligeramente sobre la punta de ambos pies, al tiempo que empezaba a lanzar quedos quejidos y algún que otro jadeo contenido.

Se miraron madre e hijo, y sus bocas se lanzaron al encuentro la una de la otra; el morreo fue impresionante. No eran ya seres humanos, sino fieras semi carnívoras que mutuamente se devoraban. La sangre brotó de los labios de los dos, rasgados, hendidos por los dientes del oponente que mordieron como si en ello les fuera la vida. Eso. El saborear la sangre de su hijo, pues no era poco lo que sangraba, tanto o más que ella misma, enervó todavía más a Julia, que cayó en una especie de delirio ninfómano, que la llevó a clavar denodadamente sus dientes en el cuello de su hijo, mientras lanzaba apagados grititos, gemidos a media voz y algún que otro jadeo.

Deseaba fervientemente esa barra de carne que emergía de la entrepierna de su hijo, tornada ya en casi barra de acero, gruesa, larga, apabullante… La deseaba dentro de ella, clavada hasta lo más hondo de su más genuinamente femenina intimidad, de forma enloquecida, desenfrenada… Como nunca antes deseara tal cosa de hombre alguno… Pero es que Álvaro tampoco se quedaba atrás en el fogoso deseo por la carne de su madre, a la que ahora veía no como a tal, sino como a la hembra más endiabladamente deseable que darse fuera.

La fogosidad del hijo se convirtió en pura locura lujuriosa, hasta tal punto que allí mismo, sin parar mientes en que estaban en lugar público, a la vista de parejas que, atraídas por los quejidos, los jadeos, las expresiones puramente sexuales de madre e hijo, habían centrado su atención en ellos desde algún tiempo atrás, alzó totalmente la falda del vestido materno hasta dejar al aire la cintura de Julia con las bragas enteramente a la vista de cualquiera; se sacó de sus profundidades la “barra de acero”, hizo hacia un lado la, más que braguita, brevísima tanga dejando libre la entrada a aquella íntima oquedad materna, hacia la que enfiló, con absoluta decisión, la “barra de acero” y, tomando a aquella hembra placentera por las nalgas, la elevó hacia sí mismo, presto a consumar la penetración de aquella gruta del más inmenso placer.

Julia, poseída de no menor lujuriosa locura que su hijo, se sumó a los filiales esfuerzos, colgándose del cuello de Álvaro para, apoyándose en él y en la espalda firme contra la pared, ayudarle a alzarla, con las piernas bien abiertas, hasta la altura ideal para que su cuevecita quedara al alcance de la “pértiga” del “mocer". La penetración se consumó mediante los esfuerzos de ambos, combinados al alimón, y entonces Julia profirió un hondo y sonoro suspiro que bien podría traducirse en un “Al fin; al fin te tengo dentro de mí, Alvarito, cachondo, incestuoso, niñito mío…”

Al momento de sentirse “empalada”, Julia alzó ambas piernas, rodeando con ellas las nalgas y el comienzo de los muslos de su hijo, y empezó a empujar ella también, lanzando sus caderas hacia adelante para enseguida replegarlas hacia atrás, en consumado acorde con los empujones, las bravas embestidas de Álvaro, su hijo

  • ¡Así, golfo cabrón!... ¡Así, cerdo, bastardo!... ¡Así, maldito hijo incestuoso! ¡Fóllate a tu madre, cerdo, cerdo, cerdo!... Lo deseabas desde hace tiempo, ¿verdad hijito?... ¿Verdad golfo bastardo?... Dime, dime, ¿desde cuándo deseas a la puta de tu madre?... Desde cuándo, hijito mío… Desde cuándo cerdito hijito mío… ¿Cuánto, cuánto deseas a tu madre? Dímelo, cabrón, que me inflama saberlo, que me pierde pensar en ello, en que mi hijo me desea… Desea follarme; follarme a mí, a su madre; a su más que puta madre… Me pone Alvarito, me pone… Me vuelve loca pensar que deseas follarme maldito hijo mío… Maldito hijo de puta… Maldito hijo de la puta de tu madre
  • Sí mamá; te deseo; te deseo más que a nadie, más que a nada… Y con toda mi alma… Como nunca he deseado follarme a nadie… A ti mamá; a ti, madre y puta… ¡Puta, puta, puta madre mía!...
  • Sí hijo, sí… Así; llámame puta, puta, puta… Esta noche seré tu puta… Tu madre puta… Te haré lo que ni imaginas que pueda hacerse… Lo que la puta más puta; la puta más experimentada sabría nunca hacerte… Te deseo hijo… Alvarito, maldito hijo mío, te deseo casi más que tú a mí… ¡Fóllame hijo, fóllame!... Aggg… Aggg… Así cabrón… Así, cerdo… Fuerte; más, más fuerte… Cerdo, cabrón… ¡“Joputa”!

Julia estaba desatada, loca perdida… Frenéticamente “salida”, sin sentido alguno mínimamente racional, estaba reducida a estado puramente animal, bestializada por entero en tales momentos… Entregada en cuerpo y alma al único y duro objetivo de lograr el máximo placer sexual. Un placer sexual que la consciencia de estar transgrediendo el tabú por excelencia de la Historia de la Humanidad, el incesto… Y más aún, el tabú por excelencia dentro del tabú incesto, el incesto madre-hijo… Mayor, casi, que el de padre-hija, por aquello tan tradicional de la virtud en la materfamilias

Pero por entonces, Julia tuvo un instante de semi lucidez dentro de su estado, convulsivamente lujurioso, y abrió ligeramente los ojos, mirando a su alrededor entre aquella especie de humo adormecedor que la envolvía sin dejarla ver las cosas en su entera nitidez, pero lo suficiente para medio vislumbrar algo que al punto la devolvió, por entero, a la vida real.

La cosa era que las parejas que a su alrededor venían bailando, estaban paradas, sin bailar, rodeándoles absortos, mirándoles sin perder comba de lo que sus ojos, abiertos de par en par, como platos, estaban viendo en aquellos mismísimos instantes: Una pareja, madre e hijo por más señas, ya que todas las “lindezas” que Julia dedicara a Álvaro, lo de madre e hijo incestuosos incluído, ella lo había proferido no en voz alta, sino a grito pelado, con lo que la pareja madre-hijo había concentrado, en ellos dos, la general atención.

Entonces Julia vió, impertérrita, cómo los ojos del corrillo hecho a su alrededor brillaban casi enfebrecidos ante el “espectáculo” que estaban disfrutando… Tampoco se le ocultó a la experimentada mujer, las miradas de pura lascivia que ella misma atraía y concentraba.

Hasta apreció, en toda su crudeza, cómo más de una mano masculina, más de dos, de tres y de casi infinitas, se perdían por dentro de los, más bien, desabrochados pantalones, formando rítmicos movimientos sumamente sospechosos. Hasta alguna fémina que otra mantenía su manita escondida bajo la falda exhibiendo movimientos no menos sospechosos que los de los varones.

De todo eso fue consciente Julia en un momento, en una simple ojeada… Entonces, separando de sí a su hijo con un brusco empujón, ella quedó enteramente tapada al caer por su peso falda y vestido en general, mientras Álvaro, sorprendido y desorientado, sin saber por dónde y, aún menos, por qué venían tales “tiros”, tal desaire de su madre, con sus vergüenzas al aire, briosamente enhiestas a los cuatro vientos, y la “cabecita” de aquella especie de espindarga árabe, desnuda, más amoratada que roja y brillando cual brasa encendida gracias al generoso derroche de los maternales flujos vaginales manados desde lo más profundo de las entrañas de su candente, su viciosa madre

Entonces, cuando Álvaro estaba más confundido que nunca, su madre lanzó una sarcástica carcajada y, dirigiéndose a la improvisada “parroquia”, les soltó

  • Mis muy babosos mirones y mironas. Se acabó el espectáculo… ¡E Finito!

Seguidamente, Julia se dio la vuelta, tomó de la mano a Álvaro y, tirando de él tras ella, emprendió el camino hacia la salida, corriendo más que andando y casi volando más que corriendo, mientras decía

  • Vámonos de aquí, mi niño

Así, entre corriendo y volando, llevando a su hijo siempre a rastras tras ella, Julia ganó el vestíbulo de la “boîte”, donde se precipitó al mostrador de la “Consigna” requiriendo su bolso. Cuando lo tuvo en su poder, con manos temblonas por los nervios y, sobre todo, la gran sobreexcitación sexual que en tales momentos la dominaba, buscó en su interior con empeño más febril que otra cosa, hasta que, triunfante, sacó la mano empuñando un manojo de llaves, un señor llavero alternativo al que, con las llaves del coche, llevara su marido encima. Devolvió el bolso a la “Consigna” y, con su hijo siempre a rastras tras de ella, Julia se encaminó, presta, rauda, al garaje, en querencia del interior del coche.

Llegaron por fin al garaje y en un pis pas estuvieron junto al coche. Con el mando a distancia incurso en el llavero liberó sus puertas y, abriendo una de las de las traseras, le volvió la espalda a Álvaro diciéndole que le bajara la cremallera del vestido. Al punto se desprendió de tal prenda, sacándosela por la cabeza, al tiempo que decía a su hijo

  • ¡No te quedes ahí, quieto como un pasmarote!... Quítatelo todo; hasta el calzoncillo… Y métete dentro; siéntate, con la “cosa” bien “empinada”… ¡”Joputa”, “joputa”!... ¡Hijo de tu más que putísima madre!...

Álvaro se empezó a desnudar, tal y como Julia le impusiera, pero lentamente, casi, casi, diríase que con desgana. Se acabó de desnudar, pero no del todo, pues quedó con calzoncillos y calcetines puestos. Se metió en el coche y se sentó. Julia estuvo mirándole todo el rato y, cuando él se metió y sentó en el coche, ella hizo lo propio, sentándose junto al muchacho.

Llevó su mano al calzoncillo y, lo que esperaba encontrar “en forma”, lo notó estéril.

  • ¡Jobar tío!... ¿Esto qué es? ¡”La” tienes casi flácida!... ¿Qué pasó con la maravilla de hace un rato?

Álvaro no respondió, poniéndose colorado cual pimiento morrón, en tanto Julia se aprestaba a salvar la “situación”, tomando aquella “cosa” semi flácida y empezando a “manipularla”, en busca de la “resurrección de los muertos”. La “resurrección” se quedó a medias, pues de morcillona la “cosa” no pasó al cabo de unos cuantos minutos de “cuidados intensivos”, pero Julia consideró que con un poco de suerte, suerte que confiaba al probado buen hacer de su íntima “prenda dorada”, la anhelada “resurrección” podía llegar a buen fin, por lo que, ni corta ni perezosa, se encaramó sobre aquella má que otra cosa, promesa de erección y con sabia acción se la introdujo en su “Sancta Sanctorum” del femenino placer sexual, iniciando así el ancestral baile del sexo humano.

  • Venga cabrón… Muévete… Empuja, hijo de puta… ¡Empuja, cerdo, empuja!...

Los minutos iban pasando y, a pesar de la consumada sapiencia sexual de Julia, que se tomaba indecible interés en la “resurrección del muerto”, y los ímprobos esfuerzos que Alvarito ponía en tal empeño, los resultados eran de estrepitoso fracaso, ya que el “muerto”, antes que “resucitar”, lo que hacía era quedar, por segundos, más y más exangüe hasta incluso llegar a perder la mínima consistencia necesaria para cumplir su demandado objetivo, de modo que el “pajarito”, exhausto, acabó por abandonar, “motu proprio”, la “jaula”.

El cabreo de mamá Julia fue impresionante, llegándole a soltar a su hijo.

  • ¿Qué te pasa, cabronazo? ¿Acaso eres “maricón”?... Sí, eso debe ser, que sólo eres un maldito “marica”, al que no le “ponen” más que los tíos… Porque ya me dirás… Que hasta a un muerto se “la” levanto… ¡No me lo puedo creer!... ¡La primera vez en mi puta vida que me pasa!... ¡La primera vez que no puedo solucionar un “gatillazo”!

Julia, con rabia incontenida, se bajó del coche; rebuscó entre su ropa, desperdigada por el suelo del garaje, hasta dar con un paquete de tabaco y con él, manteniendo su integral desnudez, volvió al coche. Se sentó donde antes estuviera y, sacando dos cigarrillos del paquete, ofreció uno a Álvaro y se dispuso a encender ambos pitillos

  • ¡Maldita sea!... ¡Me olvidé del encendedor!...

Hizo intención de bajarse otra vez del coche, pero el muchacho la retuvo por un brazo

  • No hace falta que te bajes; tenemos el del coche

Diciendo esto, Álvaro alargó cuerpo y brazos sobre el asiento delantero hasta accionar el encendedor del vehículo, que pronto estuvo en condiciones de dar fuego a sus cigarrillos.

Julia, tras encender su pitillo, se repantingó a modo en el asiento, buscando la posición más cómoda posible. Cerró un tanto los ojos, mientras con toda parsimonia daba chupadas al cigarrillo, exhalando el humo en finas volutas que se perdían hacia el techo. Los minutos fueron pasando, monótonos y en silencio, hasta que los dos cigarros, consumidos, acabaron en el cenicero que ubicaba cada portezuela.

Para entonces, Julia parecía algo más calmada. Por lo menos, el casi asesino brillo de sus ojos había desaparecido. Se volvió hacia su hijo y, con gesto que hasta parecía tener una cierta dosis de cariño, dijo

  • Perdóname hijo… Perdona las barbaridades que te he dicho… De verdad que siento haberte dicho todo eso
  • No pasa nada mamá… No te preocupes… Está olvidado. Ni siquiera te lo tomé en cuenta; ni siquiera me he sentido ofendido por tus palabras… Era la rabia al sentirte defraudada en tan íntimo deseo… Soy yo quien debe pedirte perdón por no complacerte
  • ¿Qué te pasa Álvaro? Te viniste abajo del tirón; en casi menos de media hora… ¿Qué te ha sucedido?... ¿Por qué ese cambio?
  • No lo sé mamá

Álvaro quedó mudo, ensimismado. Su vista se perdió en un horizonte que acababa en la no tan lejana pared del garaje. Suspiró hondamente y, sin apartar la vista del lugar que miraba pero no veía, prosiguió

  • No pude hacerlo. Sencillamente, no pude… Yo quería complacerte… Con toda mi alma, Julia, quería hacerte dichosa, hacerte gozar como mujer… Pero no pude; me fue imposible “hacértelo”. Mi voluntad quería, pero todo lo demás de mí se negaba en redondo… A mi sensibilidad, sobre todo, le repelía… Le asqueaba

Julia guardaba silencio desde que Álvaro empezó a hablar, muy, muy pendiente de cuanto su hijo decía. Aunque para entonces, cuando oyó que a su “ninio” “le repelía”, “le asqueaba”, sus ojos adquirieron un brillo bastante peculiar entre irascible y letalmente peligroso respecto a su “retoño”, crecidito ya él, que todo hay que decirlo. Pero cuando Álvaro siguió hablando, Julia quedó en cuadro

  • No podía hacerlo, me asqueaba, porque tú lo único que buscabas era sexo. Sexo y sólo eso, sexo. Y yo, mis sentidos, mis sentimientos, sin saber por qué, en forma por entero inexplicable, eso no lo quería; lo detestaba. No deseaba, no podía follar contigo, sino amarte… Como hombre, sí, pero amarte como el hombre enamorado ama, físicamente, a la mujer que le enamorara.

Sí, Julia quedó boquiabierta al escuchar eso de labios de su hijo. Descolocada, desconcertada… Sin poder hablar; ni siquiera pensar o razonar. Sólo un pensamiento venía a su mente: “No es posible; no es posible”… “Esto no puede estar sucediendo”… “Álvaro, mi hijo, no puede estar diciéndome eso… ¡Que me ama, que me ama como mujer!... ¡Que está enamorado de mí!”. Pero al instante se decía que sí; que eso, exactamente, era lo que acababa de oír… Que la quería como mujer… A ella, a su madre… Que, como simple hembra humana, ni la deseó entonces… Que le asqueó que ella se comportara como tal

Sus pensamientos, los de Julia, vagaban sin rumbo, hechos un verdadero maremágnum. Pero, lo grande era que la rabia sorda de segundos antes, había desaparecido por completo… Que, por el contrario, se sentía tranquila, relajada. Casi podría decirse que feliz; hasta dichosa

  • Pero Álvaro, cariño… ¡Eso no es posible!… No. ¡No puedes estar enamorado de tu propia madre, cariño mío!... ¡Es antinatural!... ¡Casi!… ¡Casi monstruoso!
  • Sí madre… Sí, Julia… Así es, desde luego… Pero, yo esto no lo he querido… Ni sé cómo ha pasado… Te lo juro Julia… Ni lo sé… No sé cómo ni cuándo pasó. Sólo sé que ahora, hace nada, mis sentimientos hacia ti variaron… Dieron un giro de 180º… ¿Sabes? Yo, hasta esta noche te odiaba…Con toda mi alma... Quería seducirte; hacerte “adicta” a mi virilidad para dominarte… Para humillarte hasta lo indecible

Álvaro contó todo a su madre el descabellado plan de Carla, motivo de que él la empezara a mirar no, precisamente, como un hijo suele mirar a su madre… El odio que, la manera de  despreciarle la famosa tarde del “olvido” de bragas, ella encendió en él… Sus ansias de venganza… Todo en fin. Pero mientras le hablaba la acariciaba. Acariciaba su pelo, sus mejillas, su cuello, sus orejas… Y la besaba; besaba todo cuanto acariciaba y al tiempo de prodigarle sus caricias… Pelo, mejillas, ojos, cuello, orejas

Julia, mientras tanto, estaba quieta, con los ojos cerrados, dejando hacer a su hijo. ¿Qué le pasaba? ¿Qué sentía entonces? Podría decirse que ni lo sabía… Ni quería saberlo… Sólo que se sentía bien; tranquila, relajada… Dichosa; muy, muy dichosa… No podía explicarse aquello, a qué se debía esa paz, esa dulce dicha que la embargaba… Ni le importaba explicárselo, saberlo… Lo único que le importaba, lo único que en esos momentos deseaba, era sentir, sentir… Porque, tal vez por vez primera en muchos años, en Julia primaban los sentimientos sobre el instinto; sobre el puro deseo animal

En un momento, cuando Álvaro calló, él la besó en los labios. Un beso cálido, suave, dulce, tierno… Julia se sintió transportada al séptimo cielo con ese beso, pues lo que más sintió, por lo que más lo disfrutó, fue que esa caricia lo que le transmitía era amor; en ese beso se sintió amada, querida… Amada y querida por un hombre, su propio hijo, Álvaro… Pero es que también sucedía que por esos momentos, Álvaro, como por arte de magia, había dejado de ser su hijo para sólo ser, exclusivamente ser, un hombre

Un hombre que la quería, la amaba, no simplemente la deseaba… Y si la deseaba, que bien intuía que sí, era por eso precisamente, porque la amaba, con lo que no era follarla lo que ese hombre deseaba, sino algo mucho más profundo, hermoso y bello: Amarla; hacerle el amor… ¿Cuánto tiempo hacía que no se sentía así, amada, querida por un hombre? Ni se acordaba, pues de su mente se habían borrado los recuerdos de cuando fue novia y esposa recién desposada

Lo cierto es que Julia no quiso aquello; ni su mente lo ordenó ni su voluntad obedeció cosa alguna… Fueron ellos, sus labios, su boca, su lengua, que cobraron vida propia, voluntad propia y ajena por entero a la suya, la que su cerebro gobernaba, que decidieron hacerlo… Responder a la caricia del hombre que su hijo era, con lo que sus labios besaron con la misma ternura y cariño que eran besados; su boca se abrió a aquella boca que demandaba paso libre y su lengua le salió al encuentro a aquella otra lengua que la buscaba, enlazándose ambas al encontrarse… Acariciándose mutuamente al lamerse la una a la otra, para luego, alternativamente, primero la una, luego la otra, abandonarse acariciando, lamiendo los dientes, el paladar, la ajena boca en toda su extensión, buscado repasar hasta el último e ignoto rincón de aquella otra boca, tan querida, tan deseada

Al fin, Álvaro bajó sus manos, una exactamente, acariciando los femeninos senos. Las yemas de los masculinos dedos se deslizaron con inmensa suavidad, inigualable ternura, por la tersa piel de aquella ambrosía, aquél placer de dioses. El placer, la dicha inmensa que tales caricias le hacían sentir, era para ella inenarrable, divino, maravilloso

Pero, eso no obstante, también reconoció que aquello, ser ella mujer para su hijo y éste hombre para ella, era una verdadera locura. Algo que ni debía ni podía ser

  • Para; para hijo… Por favor… No sigas… No sigas Álvaro… No sigas, por Dios, hijo… Por Dios
  • ¿De verdad quieres que pare?... ¿De verdad quieres que no siga?...

Julia no respondió a su hijo. No podía. No podía porque, en verdad, no quería que él parara. Quería que siguiera… Que siguiera, siguiera y siguiera… Sin parar ni un solo segundo… Sin parar durante toda la noche… Durante toda la vida… Sin duda él, Álvaro, su hijo, la amaba… No podía ser de otra forma pues su amor y cariño de hombre enamorado, lo sentía vivo, latiendo con fuerza en cada una de las caricias que la embriagaban

Julia se mantuvo en silencio porque no era capaz de decir o hacer nada; absolutamente nada… Enfrentada a dos opciones encontradas entre sí, cortar aquello por lo sano, como la razón le pedía, o entregarse a ello a tumba abierta como todo su ser de mujer demandaba, acabó por anular su propia voluntad entregándose sin reservas a lo que él, su hijo… ¿su hombre?... decidiera hacer...

La solución al dilema se la dio Álvaro más segundos que minutos después, cuando le susurró al oído

  • Julia, querida mía, amor mío… Quiero entrar en ti… Voy a entrar en ti mi amor, mi vida, mi cielo… Para hacerte dichosa, feliz… Plena como mujer… Como mujer amada hasta lo indecible… Ábreme tu “tesorito” vida mía… Tus muslitos, mi bien

Julia siguió sin responder, muda, sin habla y con los ojos cerrados… Pero se abrió a su hijo. Se retrepó para atrás en el asiento, al tiempo que se hacía hacia delante, hasta que el coxis, ese punto al final de la espina dorsal donde se dice que la espalda “pierde su digno nombre”, quedó firmemente apoyado en el borde mismo del asiento, con lo que quedó bastante más tumbada que sentadas en dicho asiento, boca arriba. Seguidamente, elevó ambas piernas, abriéndolas cuanto podían dar de sí, con los pies asentados en el respaldo del asiento delantero

Cuando sintió que la virilidad de su hijo la invadía, llenaba por entero su más genuina intimidad de mujer, exhaló un más bien tenue suspiro de dicha, algo que podía tener más de mucho que de poco, respecto a lo que la persona sedienta siente cuando un alma caritativa le acerca un vaso de agua a los labios.

Se abrazó como una lapa al cuello de su hijo, cuyas caderas al instante entraron en acción lanzando ora adelante, ora atrás, la masculina pelvis. Y Julia, de nuevo, correspondió a su hijo. Apoyándose firmemente en sus pies, sus caderas impelieron la pelvis, que se disparó hacia adelante y hacia arriba fundiéndose más y más con la de su hijo, de manera que facilitó que el masculino miembro de Álvaro penetrara aún más profundamente en sus entrañas; al propio tiempo el movimiento de la femenina pelvis se acompasó por entero al de la pelvis de Álvaro, haciendo un todo único entre ambos movimientos.

Álvaro la trataba con tal ternura, tal mimo que Julia no sabía ya si estaba en este mundo o si había entrado en el Paraíso. Su hijo la besaba y acariciaba por todo el cuerpo con dulzura indecible, mientras repetía una vez y otra

  • Te quiero Julia, amor mío… Te adoro, te adoro, vida mía

Y Julia era feliz; indescriptiblemente feliz y dichosa. Sí, estaba, se sentía en el Paraíso, en la Gloria… No hablaba y los ojos los mantenía enteramente cerrados… Tampoco pensaba… Sólo, sólo, sentía… Vivía plenamente el divino momento… Sentía y vivía la dicha de que estaba gozando… Sentía y vivía la dulzura de sentirse amada por aquél hombre que era su propio hijo… Y como no pensaba, tampoco la asaltaban las reconcomias de tabúes no sólo sociales, sino eminentemente morales… Item más, en aquellos momentos era una mujer por completo realizada, como ahora suele decirse

Álvaro se aplicaba en su cometido con inusitado empeño, deseando ser él dichoso, desde luego que sí, pero más aún que su madre lo fuera. Y lo lograba, lo conseguía, pues ella, Julia, disfrutaba como una loca, como puede que nunca antes lo hiciera

¿De verdad como nunca disfrutara?... ¡Maldita manía de pensar! ¡Maldita la hora en que le dio por recordar!... ¡Malditos recuerdos!... Porque eso no era cierto… Claro que disfrutó y fue tan feliz como ahora, si es que no lo fue más todavía. Pero hacía tanto, tanto tiempo

Sí, al pensar así, al sentirse tan tremendamente feliz, no pudo evitar rememorar tiempos pasados… Lejanos, muy lejanos. Aquellas tardes en aquél minúsculo estudio donde Emilio moraba, allá, por Lavapiés, cuando ellos dos eran novios. Cuando practicaban lo que por entonces se llamaba “Relaciones Prematrimoniales”… Aquella tarde en que su novio la desfloró… Y las que le siguieron. Y su noche de bodas con su flamante marido… Y las noches que siguieron, de recién casados y de no tan recién casados… Sí, malditos recuerdos

El tiempo, los minutos fueron pasando y la dicha de Julia, el entusiasmo e ínclita felicidad de Álvaro, devinieron en glorioso “crescendo”, hasta llegar a un momento en que Julia, inopinadamente, se “amorró” a la boca de su hijo, con más desesperación que otra cosa. Y el “morreo” que a continuación siguió fue de los que hacen historia. La mujer entonces sí que parecía haberse vuelto loca, pues más parecía mujer ninfómana que “recalentona”. La cosa fue que en ese mismo momento le sobrevino el primer orgasmo con que su hijo aquella inolvidable noche la regalara y, no queriendo ponerse a aullar cual loba en celo, recurrió a aquél subterfugio para sellarse a sí misma la boca.

Pero sucedió que desde ese mismo instante el mutismo de la mujer entró en crisis pues los gemidos, los jadeos, las voces guturales, hasta las locuciones fueron la moneda de curso legal imperante dentro del coche, pues Julia por momentos se despendolaba más y más, en una orgía de sonidos.

Al poco Julia empezó a darse cuenta de que su hijo estaba a punto de eyacular, pues su vagina notó cómo la masculinidad de su hijo crecía en su íntimo interior, más que en tamaño, en longitud, en grosor, y cómo ese cuerpo invasor se hundía más y más en sus entrañas, llenándola por completo; más, bastante más que hasta entonces la llenara, aunque eso casi pareciera un imposible

Por fin, Álvaro hizo patente su necesidad de explotar de una vez por todas

  • Lo siento Julia; de verdad que lo siento, pero no puedo aguantar más. Te lo juro cariño mío no puedo… Me voy a venir… Ya mamá; ya, ya… ¡¡¡AAAGGG!!!... ¡¡¡AAAAGGGG!!!... ¡¡¡AAAAGGGG!!!... ¡Ya mamá!... ¡Ya, ya!... ¡Ya estoy aquí mi amor!... ¡¡¡YA EEESTOOOY AAAQUÍÍÍ!!!... ¡¡¡Me corrooo Juliaaaa!!!... ¡¡¡MEEE COOORROOOO!!!...
  • Sí mi niño, eyacula dentro de la “cosita” de mamá… ¡Sí, cariño mío!... ¡Así!... ¡Así, mi cielo!... ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Me vengo!... ¡Me vengo, hijito mío!... ¡Sí cariño; sí!... ¡Aaaggg!... ¡Aaaggg!... ¡Me corro Álvaro, hijito mío!... ¡Ay!... ¡Ay, amor!... ¡Dame!... ¡Dame más, cariñito mío!... ¡Más!... ¡Mas!... ¡Más fuerte; más rápido!...
  • ¡¡¡Toma Julia!!!... ¡¡¡Toma mi amor!!!... ¿Quieres más?
  • ¡¡¡Sí Álvaro, sí!!!... ¡¡¡Sigue, sigue, bien mío!!!... ¡¡¡Así Alvarito; así hijo mío, cariño mío!!!... ¡¡¡Dale, dale a mami!!!... ¡¡¡Mee coorrooo!!!... ¡¡¡Meee cooorroooo, hijito!!!... ¡¡¡Aaayyy!!!... Aaayyy!... ¡¡¡Qué gustito que me estás dando!!!... ¡¡¡Qué gustito le estás dando a tu mami, mi niño, mi bebé!!!...

El tiempo pasaba y los aullidos, los alaridos de Julia, alternados con suspiros, gemidos y jadeos ostensibles diríase que nunca iban a sofocarse. Pero tampoco Álvaro cejaba en sus propios alardes de la dicha, el excelso placer que en su madre estaba encontrando, por lo que sus bufidos, berridos y demás, sin omitir no ya los alaridos, sino los verdaderos rugidos de león macho en enervado celo, hacían coro al escandalazo de sonidos que su madre protagonizaba.

Al poco rato los dos, Álvaro y Julia yacían derrumbados sobre el posterior asiento del coche, casi exangües los dos. Tras alcanzar el cénit del placer que el amor sublimado en el sexo otorga, sobrevino, de golpe en los dos, la consecuente plácida relajación que les inundó de dicha y felicidad pero también de cálido amor que les hizo buscarse mutuamente para besarse y acariciarse en esa unión rebosante de delicada ternura, pero por entero privada de sentido, deseo sexual, tal vez porque sus organismos, tras la volcánica erupción, no estaban para semejantes virguerías, siendo eso lo que más precisaban, amarse con toda la ternura del mundo, al tiempo que se procuraban el necesario descanso y reponer el normal ritmo tanto de su respiración como de los latidos de sus desbocados corazones.

Y así, en esa plácida y amorosa unión, permanecieron minuto tras minuto. Álvaro abandonado en parte sobre su madre pues, aunque asentado sobre el asiento, su torso descansaba sobre la materna desnudez, con el rostro recostado entre el seno y el hombro de Julia, sus labios besando la faz de la hacedora de sus días al tiempo que las manos acariciaban aquella faz, aquél pelo y, cómo no, el otro seno, el vientre… El cuerpo todo de Julia podría decirse, mientras sonreía enteramente feliz susurrando enternecidas frases de  inmenso amor al oído de aquél esplendoroso cuerpo que tanto le enloquecía.

Por su parte, su madre también le acariciaba a él el pelo, las mejillas, el desnudo velloso pecho, al tiempo que de vez en cuando los maternos labios besaban bien esas mismas mejillas, ese mismo pelo que las manos acariciaban, bien los labios que también, casi de contínuo. La besaban a ella. Pero si Álvaro sonreía exultante de dicha, Julia permanecía más bien seria, ensimismada… Como si la cabeza le hirviera con la presión de sus pensamientos, mientras su mirada permanecía fija al frente, a través del parabrisas; mirando, sí, pero sin ver nada, sin fijar la atención en nada

Por fin, Julia habló

  • Álvaro, ¿qué pasara ahora con nosotros?... ¿Qué será de nosotros, después de hoy?

El muchacho se quedó un tanto perplejo, pues esa pregunta para él no tenía sentido

  • Que nos iremos Julia... Nos marcharemos juntos, para vivir nuestro amor en paz

Julia de nuevo guardó silencio, manteniendo la misma postura que antes… Seria, callada y mirando, sin ver, al frente… Permaneció algún minuto así para al cabo de poco rato proseguir

  • ¿Estás seguro de que quieres hacer eso?
  • Desde luego. Creo que nunca he estado tan seguro de algo como de lo que ahora quiero hacer

Julia volvió a guardar silencio unos minutos, prendida aún la mirada en ese horizonte que no veía. Luego exhaló un hondo suspiro y volvió los ojos hacia su hijo

  • Feliz tú que tienes las cosas claras… Yo no las tengo… Creo que esto nuestro ha sido un error
  • ¿Por qué Julia? ¿Es que no has sido feliz conmigo?
  • Sí cariño. Claro que lo he sido… Y mucho… Muchísimo… Pero me da miedo que esto de ahora vaya más allá
  • ¿Por qué Julia? ¿Por qué te da miedo?
  • No lo sé Álvaro… Tengo dudas… Temores… Temo al mañana contigo… Si dijera que no lo deseo mentiría, pero no me atrevo… Álvaro, cariño, dejemos esto por ahora; por esta noche… Volvamos a casa… Quiero volver a casa y descansar… Tratar de dormir

Llegaron a casa y cada uno se fue a su cuarto, intentando dormir, como dijera Julia. Pero ninguno de los dos tuvo éxito en su presupuesto. Álvaro, porque veía todo el castillo de naipes que levantara y en principio llegara a parecerle coronado con éxito, derrumbarse ante él estrepitosamente y aquello le laceraba en lo más hondo de su ser. Sin podérselo explicar, sin saber cómo ni cuándo, al fin resultaba que se había enamorado como un loco de su propia madre a la que de antes ya no le gustaba nombrar sino por su nombre, Julia, y ese fracaso le dolía fieramente, le quitaba el sueño y casi que la vida.

Julia, porque una serie de sensaciones y emociones, encontradas las más, zarandeaban su cerebro amenazando hacérselo añicos. El cariz claramente romántico que la relación con su hijo tomara la atraía como el imán al metal, pero también la asustaba. Sus filias y fobias al respecto resultaban de lo más kafkiano, pues ahora, cuando la atracción que hacia Álvaro sentía derivaba por entero hacia derroteros de eminente sentimiento amoroso, su matiz incestuoso la preocupaba mientras que antes, aquél inicial sentido, puro y duro sexo, le “resbalaba canti dubi”.

Explicar tal incongruencia no era fácil sin considerar que entonces, cuando todo aquello empezó, no era más que una vulgar hembra de primate vulgar que únicamente respondía al más primario instinto de la bestial condición de todo ser orgánico, la libido procreativa fuera de todo control. Pero que ahora, cuando esa misma libido estaba condicionada al humano sentimiento del amor, seguía siendo una hembra, pero humana; racional y no irracional. Una mujer, en definitiva. Y por tanto, una mujer condicionada por milenios y milenios de civilización humana anti-incestuosa, que generó un instintivo rechazo a tal hecho de forma generalizada entre todos los seres humanos. (1)

Mas no era sólo eso lo que así la mantenía, en continua zozobra, sino que también el miedo; el miedo a la diferencia generacional entre ella y su hijo Álvaro, a los veinte años en que su edad superaba la de su hijo. Miedo, temor, a que al cabo de los años él la abandonara, viéndose sola cuando, tal vez, más necesitara del apoyo de su pareja.

Curiosamente, aquella fue la primera vez en su vida que se miró y se vió a sí misma tal y como era; la primera vez que era consciente de que para joven precisamente iba, sino que desde esos momentos el futuro sería ir cumpliendo años y más años, hasta así llegar a perder no ya la juventud, que casi, casi, se iba para no volver, sino también esa deslumbrante belleza, esa escultural figura que, indudablemente, tan espléndidamente todavía la adornaba.

Sí, por primera vez en su vida Julia no estaba segura de sí misma… Por vez primera, no era la mujer dominante, absorbente y despiadadamente egoísta a quien el sentimiento ajeno importaba bien poco, por no decir nada, sino que se veía débil… ¡Débil ella, Julia, a cuyos pies siempre se arrastrara cuanto hombre que a ella se le antojara!... Pero es que también era aquella la primera vez, al menos desde, más-menos, diez años atrás, que se enamorara de un hombre… Puede que incluso la primera vez que en su vida, de veras, lo hiciera, pues lo que ahora sentía por ese hombre que era, ni más ni menos, que su propio hijo, no recordaba haberlo nunca sentido hacia Emilio, su novio primero y luego marido… El padre de su hijo

Así fue pasando la noche, sin casi minuto alguno de descanso, de sosiego reparador, en perpetua zozobra, perpetuo enervamiento nervioso hasta causarle el mayor agotamiento. A veces dormitó, para más al momento que después despertarse con casi más ansiedad que antes se adormilara. Así siguieron pasando los minutos y tras los minutos las horas. En su momento, sobre las ocho de la mañana, el día clareó merced a los rayos solares que lograron filtrarse a través del tachonado de nubarrones que oscurecían aquella mañana sin permitir que del todo acabara de imperar nuestro astro rey.

Luego, en un indeterminado momento que a Julia le pareció entre las once y doce de aquella mañana, la mujer escuchó cómo la puerta de la calle se abría para, momentos después, oír cómo se cerraba. Minutos más tarde, desde el pasillo le llegó un apagado ruido de pasos amalgamado con murmullo de voces quedas y risitas de mujer, nerviosas, sensuales.

El rumor de pasos se prolongó por un par de minutos, tal vez tres, hasta que se detuvo. Se oyó el ruido de una puerta abriéndose y cómo, al instante, se cerraba, tras lo cual volvió a instalarse el silencio. Un silencio absoluto, espeso… Ominoso para ella, Julia.

Esperó oír, por fin, algún que otro ruido, pero esperó en vano, pues ningún otro le llegó. Sí, no cabía la menor duda: Su marido y su hija habían pasado la noche juntos y, al parecer, los “festejos” se prolongarían durante, al menos, aquella mañana. Entonces se dijo que estaba haciendo la mayor tontería de su vida. ¿Qué importancia tenía una perspectiva de futuro que no pasaba de hipotético, frente a un presente de dicha y felicidad con un hombre que, de verdad, sabía que la quería?... ¡¡¡NINGUNA!!!... ¡¡¡ABSOLUTAMENTE NINGUNA!!! Sí, lo importante era el presente… Lo real, lo tangible, pues el futuro es, “per se”, hipotético.

Se lanzó fuera de la cama y, descalza y con el más que tenue camisoncito que apenas le llegaba al inicio de los muslos, salió al pasillo para en casi segundos ganar la puerta del aposento de su hijo. Abrió la puerta que, cuidadosamente, cerró tras ella llegándose a continuación hasta la cama desde donde Álvaro, enteramente despierto, la miraba y esperaba.

Entonces, mientras el hombre que su hijo era le abría, amoroso y delicado, las sábanas, ella se sacó el sucinto camisón por la cabeza, lo arrojó despreocupada al suelo y se metió en la cama, fundiendo su cuerpo al de su hijo trocado en su hombre “per in sécula seculorum”… Y “amén”

Era pasado el medio día cuando Julia y Álvaro se encontraron con Emilio y Carla en la cocina, al pasar madre e hijo a tomar una taza de café con leche, cosa que padre e hija para ese entonces ya hacían, sentados en la mesa de la culinaria dependencia. En principio no se habló absolutamente nada entre los cuatro, si se exceptúa el instante en que ambas parejas se desearon los buenos días. Pero luego, cuando consumidos sus cafés Julia y Álvaro se levantaban de la mesa, Emilio, que hasta entonces y desde que su mujer y su hijo entraran había permanecido con la cabeza más bien gacha que otra cosa y en obstinado silencio, aunque bajo la inquisitiva mirada de Carla, su hija, se destapó diciendo

  • Julia un momento, por favor. Siéntate, ¿quieres?

La mujer, un tanto extrañada, a la par que bastante más “mosca” ante lo que su marido deseara decirle, sin pronunciar palabra hizo lo que se le pedía. Entonces él prosiguió

  • Desde hace tiempo cada uno de nosotros dos vive por su cuenta, sin contar para nada con el otro. A qué pues seguir con esta farsa de matrimonio. Ni tú no me quieres ya, ni tampoco yo a ti. Como marido y mujer quiero decir, pues creo que afecto de amigos, casi hermanos, sí que nos une. Yo al menos así sí que te quiero y mucho además

No pudo seguir hablando, Julia no le dejó al cortarle

  • ¿Quieres decirme que hay otra mujer en tu vida, a la que, además de desearla, también la quieres?... ¿Que te has enamorado de tu propia hija, y quieres desde ya vivir con ella?

Julia se echó a reír a carcajadas ante el atónito rostro de Emilio y la casi igual de atónita cara de Carla

  • ¡A buenas horas, “mangas verdes”! (2) Querido Emilio, no te molestes en explicarme nada, y así yo no tendré que perder el tiempo explicándote que también encontré el amor en otro hombre; en Álvaro, tu hijo… Nuestro hijo

Entonces las carcajadas fueron casi algo más que generales, acabando el subsiguiente bullicio en el común acuerdo de celebrar la nueva e idílica situación saliendo los cuatro a comer juntos en un excelente y nada barato restaurante. La sobremesa prefirieron pasarla en casa, Emilio y Carla compartiendo tálamo en el cuarto de la chica, mientras Julia y Álvaro hacían lo propio en el cuarto de él. Y podría decirse que la media tarde prácticamente se ensambló con la noche, pues la cena más de circunstancias no pudo ser, al compartir los cuatro dos “pizzas” de esas, digamos, que gigantes, propias de las tan americanizadas “pizzerías” que ya por entonces abundaban por doquier.

En fin, que la música de fondo que tanto en la tarde como en la noche dominó en el familiar chalet fue, por una parte, los gemidos y jadeos de ambas parejas, medio apagados algunos y alguna que otra vez, y por otra parte, los alaridos, los aullidos con que madre e hija se regalaran a sí mismas pero también el masculino ego de sus “partenaires”, mezclados con los bufidos, bramidos, rugidos y hasta barritados de elefante en celo que padre e hijo lanzaron en el fastuoso éxtasis de la cima de todos los placeres de este mundo, habidos y por haber.

Los años han pasado, y nos encontramos en este ya más decrépito que otra cosa 2012.  La pareja Emilio-Carla se diluyó como azucarillo en café caliente, pues casi al mismo tiempo en él reverdeció su condición de macho depredador de hembras de su especie, y ella, Carla, se empezó a interesar más y más en un nuevo y apuesto compañero de trabajo.

Pero no sucede lo mismo con la pareja Julia-Álvaro, que siguen juntos y, si cabe, cada día que pasa más enamorados aún que el anterior. Y no es tal cosa palabrería, pues bien que se lo demuestran de manera bastante más cotidiana que alterna en los nocturnos homenajes que Álvaro ofrece a la excelsa y escultural belleza de su madre transmutada en amantísima y sensual esposa.

Porque de decir es que Julia sigue siendo una mujer de bandera, de belleza inigualable y cuerpo de puro infarto, que no creáis conserva merced a diabólico pacto, cual hiciera el famoso doctor Fausto, sino en base a los concienzudos y más que diarios cuidados que a su cuerpecito serrano dedica, matándose en el gimnasio mínimo dos días semanales, cuidando al máximo su alimentación y asistiendo, cada lunes y cada martes como quien dice, al centro de belleza

Así es porque aquella memorable mañana de Año Nuevo de catorce años atrás, cuando por fin decidiera constituirse en conyugal pareja de su hijo, también se empeñó mantenerse excelsamente bella y deseable para aquél nuevo marido al que sin reservas se entregó, y ello a costa de cuanto pudiera costarle, de cualquier sacrificio, de cualquier renuncia

Ni que decir tiene que también quiso ofrendar a ese marido al que más que querer, adoraba, el encanto de unos hijos, de modo que ahora la vida de la pareja también la alegran dos preciosas flores, un hermoso clavel y una maravillosa rosa, vamos, un nuevo Alvarito y una nueva Julia o Julieta como más a menudo la suelen llamar, de trece años él y doce ella

Y, colorín colorado, esta historia ha terminado, y de una vez por todas. ¿Me queda algo por añadir?... Pues, aparte de encomiarte que, si a bien lo tienes, mi muy estimado lector y amigo, me concedas el honor de valorar el relato; y si además te dignaras comentarlo pues qué quieres que te diga, que me trasladarías al Parnaso de la Literatura, por más que en esta ocasión resulte más ratonera que otra cosa

FIN DEL RELATO

NOTAS AL TEXTO

  1. Sé que me vais a poner de “Hoja de Perejil” para arriba por este comentario, pero sólo haré que constatar algo fundamentado en análisis que tienen bastante más de científicos que las múltiples teorías que lo rebaten: La natural aversión del ser humano al hecho incestuoso en primer grado; es decir, en el que se involucran progenitores-progenie/hermanos entre sí. Esto no obstante, sé y admito que estos hechos incestuosos se han dado desde que el Hombre es Hombre y que se seguirán produciendo mientras el Hombre exista. Y que puede, perfectamente, generarse por la atracción amorosa y no por la simplemente sexual, y ahí tenemos, cuando menos, el famoso caso de los hermanos alemanes que llevan años reclamando de su Estado se legisle la validez del matrimonio incestuoso libremente aceptado y acordado por ambos hermanos. Yo, personalmente, apoyo esa pretensión, que estimo debería ser asumida por toda legislación civilizada. Si me decís que hoy día los casos de incesto, sobre todo entre hermanos, abundan, os lo acepto plenamente. Pero eso no significa que el deseo incestuoso sea más normal o natural en sí mismo. Eso, simplemente, es consecuencia de una sociedad moderna que, en muchos aspectos, está perdiendo los “papeles”, si no los ha perdido ya. Por ejemplo, el confundir habitualmente el simple sexo con el amor es de lo más común. El sexo por sí mismo, convertido más que en otra cosa, en obsesión, con la mayor facilidad puede devenir en práctica incestuosa, lo mismo que puede degenerar en zoofilia… Ni tan siquiera soy opuesto a ello, lo que tampoco significa que yo, en modo alguno, comparta ni haya compartido jamás, tales “aficiones”. Y si me dedico a escribir este tipo de relatos creo que es buena prueba de mi nula oposición a ello. Pero los hechos son los hechos, y a presentarlos me remito.

a. De PsicoSapiens.-Centro de Estudios

Por:   Antonio Vélez*

Matemático y divulgador científico. Autor, entre otros, de los libros Del Big Bang al  Homo Sapiens y Homo sapiens.

Los sicólogos evolucionistas afirman que entre los humanos, además de la prohibición cultural que inhibe y aun penaliza la relación incestuosa, existe otra que llevamos programada en nuestro material genético, que se manifiesta como desinterés sexual por aquellos individuos de sexo contrario con quienes convivimos en íntima asociación durante la primera infancia, y que es por completo independiente del parentesco genético. Por tal motivo la mayoría de las familias conviven en cierta paz sexual y no terminan los hermanos convertidos en amantes.

b.- La doctora Jane Goodall, bióloga, etóloga (estuosa de la vida salvaje en su medio natural) y antropóloga, lleva cincuenta de sus setenta y seis-setenta y siete años de vida, dedicada en exclusiva al estudio del chimpancé. Logró introducirse en una tribu de chimpancés de la región de Gombe, en Tanzania, que la aceptaron como uno de ellos y asistió al sucesivo devenir de cuatro o cinco generaciones de individuos. Es autora de varios libros divulgativos de sus descubrimientos y experiencias, lo malo es que no son muchos los traducidos al castellano o español, algunos de los cuales he leído. Sus estudios han demostrado que la organización social de estos primates es sumamente compleja, destacando los fuertes lazos familiares que entre ellos existen, lógico, por vía materna exclusivamente, pues la paternidad no la conocen. Así, el ascendiente materno es muy importante, reconociendo los hijos la autoridad de la madre de por vida. Hasta los machos dominantes, incluido el gran dominante, ante el cual todos los demás muestran vasallaje, cuando se cruza con su madre, el que rinde vasallaje es él a la madre. Pues bien, la doctora afirma que los casos de incesto materno-filial son tremendamente raros y que los producidos entre hermanos, si bien no tan raros, sí son bastante escasos. Esto parece demostrar que ya entre nuestros más cercanos parientes primates una cierta tendencia a evitar el incesto en primer grado ya parece apuntarse cuando menos. Y un dato que para más de un lector le parecerá casi increíble: Análisis serológicos, de sangre, evidencian que los humanos compartimos con los chimpancés más del 98% de nuestros genes.

2.- El origen de este popular dicho español es del siglo XV, cuando los Reyes Católicos instituyen la Santa Hermandad, una especie de policía rural para proteger y limpiar los caminos de asaltantes. El vulgo les llamó “Mangas Verdes” por el color de las mangas de sus trajes o uniformes. Y el refrán respondía al hecho de que, si bien acabaron por lograr la seguridad vial de los caminos, en un principio fueron demasiadas veces ineficaces, por llegar demasiado tarde, no llegar, donde se les necesitaba. Ello no fue por falta de celo de aquellos, “policías”, sino por la abundancia de bandoleros que determinó fuera prácticamente imposible llegar a tiempo donde se les precisaba. De forma que si se logró asegurar los caminos, fue porque esta policía centró su actividad en localizar las bandas de bandoleros, aniquilándolas una a una.