POR LA UNION DE LA FAMILIA.- Capítulo 1º

Emilio y Julia están a punto de separarse, pues llevan tiempo campando por sus respetos, liados con sucesivos amantes. Así,Carla, su hija, concibe un plan para mantenerlos, juntos, en casa: Constituirse ella en amante de su padre y su hermano, Álvaro, en el de su madre.

POR LA UNION DE LA FAMILIA

CAPÍTULO 1º

Julia y Emilio eran un matrimonio de c uarenta y un años ambos, con escasa diferencia en meses a favor de ella. A pesar de su edad, más bien moderada, su matrimonio tenía ya una veteranía de decenas de años, dos más entre tres y cuatro años, lo que significa que se casaron entre veintitrés y veinticuatro años atrás, cuando por no demasiados meses pasaban de los diecisiete, aunque ella andaba ya más cerca de los dieciocho que de los diecisiete, y a él le faltaban para la docena y media de “tacos de almanaque” unos tres meses más que a ella.

Fue hacia 1974, con Franco, el Caudillo de España por la Gracia de Dios, todavía en el poder. Julia y Emilio eran dos jóvenes “novietes” que cursaban, todavía en el instituto, el Preuniversitario, curso que daba acceso directo a la Universidad.

Como la pareja de jóvenes eran de lo más “progresista y avanzado” de la época, algo más abierta que las anteriores, aunque sin pasarse, practicaban lo que por entonces se decía “relaciones prematrimoniales”. Es decir, que cuando bien les parecía, se lo “montaban” en plan mayormente sexual que era una vida mía. O, mejor dicho, una vida suya.,

Pero por entonces había un tremendo inconveniente para practicar tales libertades. Tal era, que los “profilácticos” anti-baby sólo se expendían en la farmacias, y cuando cualquier joven o, en general, persona que no oliera a casado según el rito de la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana, pedía un envase de preservativos, vulgo condones, el farmacéutico solía soltarle aquello de “La receta, por favor”, con lo que el plan de “trabaja, pero seguro” se iba a hacer “puñetas”, o gárgaras; lo que el amable lector prefiera.

En fin, que un día en que no usaron el afamado anti-riesgos y, además, Julia se equivocó, de medio a medio, de fechas, sucedió que al poco tiempo la cigüeña les avisó que su “pedido” estaba en camino. Y claro, según las todavía más que tradicionales normas de la sociedad, la pareja se casó; en buena o mala hora, según se mire

Así, unos seis-siete meses después del “susto” y a unos cuantos desde que ambos estrenaran sus dieciocho años, Julia dio a luz a una hermosa niña; hermosa porque pesó cerca de cuatro kilos, y hermosa también porque la “baby” resultó ser un cromo de criatura. Dos años más tarde, la flamante familia engrosó con otro retoño, un no menos hermoso niño, lo mismo por su peso como por lo precioso que también fue

De notar será que ninguno de los dos “rorros” ostentó el nombre de la madre ni el del padre, pues, como ambos progenitores eran muy “modelnos”, por lo que también refractarios a la ancestral tradición familiar de que los niños lleven el nombre paterno, si son varones y el primero de su sexo, o el materno si es niña y la primera fémina que la pareja engendra, pues les pusieron nombres distintos.

A la niña su madre se empeñó en darle un nombre algo exótico, algo que no sonara demasiado a español, y la llamó Carla, en tanto que al infanzón su padre le puso un nombre que, si bien era muy español, también lo era rimbombante y sonoro: Álvaro. Y no porque el bueno de Emilio fuera un impenitente lector del “Don Álvaro, o La Fuerza del Sino”, del duque de Rivas, que en absoluto lo era, pues, a la sazón, sus desvelos literarios más bien iban por las obras completas de unos señores llamados Carl Marx y Friedrich Engels, o las también obras completas de un tal Vladimir Ilich Uliánov, más conocido por Lenin.

Pero dejémonos de preliminares y vayamos a los tiempos presentes, por decir al momento en que esta historia, en verdad, comienza, cuando Emilio y Julia ya han celebrado su cuarenta y un cumpleaños, su hija Carla el vigésimo tercero y su hijo Álvaro, Alvarito en familia, sus dos décadas superadas en un año.

Para entonces la relación conyugal de ambos progenitores no es que fuera mal, sino que, más bien, no existía. Y es que comer el mismo plato cada día, “Aún a los azacanes(1) empalaga”, como dice D. Francisco, el de Quevedo y Villegas, en uno de sus poemas; o aquello de que “Mujer que dura un mes, se vuelve plaga” que dice el autor en otro pasaje del mismo poema. Y claro, quien dice mujer, también puede decir hombre, no seamos machistas a estas alturas, que también las mujeres tienen su corazoncito; y sus “caprichitos”, si al caso viene.

De manera que para aquellos entonces, tanto Emilio como la más que “buenorra” de Julia andaban por ahí, despendolados, a la caza y captura del ligue nuestro de cada día; o de cada mes, que las relaciones extramatrimoniales a corto-medio plazo tampoco eran tan extrañas en los dos, marido y mujer; de manera que apenas si aparecían por casa ninguno de ellos, de tan ocupados que andaban. En fin, que si el barco del matrimonio tiempo ha que hacía agua, últimamente amenazaba, muy seriamente, con total y funesto naufragio.

Y hasta ahí podían llegar las cosas, pensaba Carla. De manera que una tarde en que, para variar, estaban solos en casa ella y su hermano, se presentó en la habitación de éste. Alvarito estaba entonces estudiando concienzudamente, pues preparaba oposiciones a Juzgados, Agente Judicial y Oficial de Juzgados, para quedarse con lo que saliera. Así que cuando su hermana se coló de rondón en sus dominios, no es que la pusiera cara de pocos amigos, sino que la recibió a cara de perro, cosa por otra parte no demasiado inusual en él.

  • ¡Lárgate!.. ¿Quieres? Estoy muy ocupado para escuchar tus sandeces
  • Alvarito; tenemos que hablar…
  • ¡Y un cuerno! ¡Te he dicho que te largues!... Me estás descentrando…
  • Sólo será unos minutos… ¡Y es importante que hablemos!

Álvaro, Alvarito para la familia, vio la batalla perdida. Si su hermana se empeñaba en algo, mejor jorobarse y esperar que la cosa durara poco, pues de otra forma sólo se lograba alargar lo que, sin duda alguna, acabaría por pasar, pues a pesada y terca no había quien la ganara. Vamos, que aceptó, resignado, lo inevitable, con lo que con ademán casi somnoliento se giró hacia ella esperando que las ocurrencias de su hermana fueran cortas.

  • Vamos Carla, desembucha y, deprisa, que no tengo tanto tiempo que perder…

Carla se sentó en la cama de su hermano, arrellanándose un tanto, y le espetó a bocajarro

  • ¿Te das cuenta de lo que está pasando en casa? Papá y mamá están a punto de separase, de acabar cada cual por su lado. O papá se va de casa, o lo hará mamá. Como sea, y si Dios no lo remedia, que por tal labor no lo veo, nos vemos sin uno de los dos en casa, pero bien con una tía, bien con un “maromo” aquí, con nosotros
  • Pues qué quieres que te diga tía… Yo no lo veo tan mal… Si a papá y mamá se les “rompió el amor”, pues qué quieres… Derecho tienen a ser felices, cada uno por su lado…
  • ¡Hombres!... ¡Todos sois iguales!... ¡Menos sensibilidad que un cerdo revolcándose en su cochiquera!... ¡Yo quiero a mi padre y a mi madre en casa!...
  • Ya, ya… Si te entiendo; yo también lo prefiero así… Pero… ¿Qué le vamos a hacer? Son ellos los que mandan en sus vidas…
  • ¿Sabes Alvarito? Habría una solución… Que tuvieran aquí, en casa, a su pareja…
  • Ya… ¿Y dónde se meterían los cuatro?... ¿Haciendo cama redonda en la habitación de los papis?... ¿Te has vuelto loca acaso?... Chica, lo tuyo es grave… ¡Tú estás p’allá!…
  • Y tu un majadero al ocurrírsete que eso es lo que quería decir… ¡Gilipuertas, más que gilipuertas!... Me refería a que tengan, encuentren aquí la pareja, en casa; en el seno del hogar vamos…

Alvarito se quedó de una pieza al escuchar a su hermana. Como alelado… Al fin salió del trance en que por instantes se sumió…

  • Carla, cariño; quédate aquí, no te muevas de esta habitación… Y relájate, tranquilízate… Enseguida vuelvo… En un suspiro… Llamo al loquero de guardia y enseguida estarán aquí… ¡Para encerrarte, porque estás loca de atar!... ¡Pero cómo se te ha podido ocurrir tamaña locura!... ¡Ligarme yo a mamá y tú a papá!... ¿Es que no sabes que eso es incesto?... Y, ¿es que no sabes que el incesto está la mar de mal visto... ¡Dios mío! ¡Tú estás mal hermanita; muy, pero que muy mal del coco…
  • Y tú eres un chimpancé que ni ves, ni oyes, ni entiendes… Pero, ¿es que no te has fijado nunca en mamá? ¡Porque es una mujer de bandera! O, ¿es que no tienes ojos en la cara para haber visto el “piazo” cuerpo que tiene? Su culito, prieto y firme; sus piernas, sus muslos, que sin necesidad de ir al desnudo se “ven” a través de las faldas y pantalones, algo más que ceñidos, que usa; o sus caderas, por no mencionar las tetas que se gasta… Alvarito, tú no te habrás dado cuenta del pedazo de tía que es mamá, pero tus amigos ya lo creo que sí… ¡Hasta babean cuando la ven, hermanito, hasta babean!

Álvaro casi se abalanzó sobre su hermana cuando se fue hasta ella y, tomándola de un brazo, casi a empellones la echó de su habitación

  • ¡Largo; largo de aquí!... ¡No sólo estás loca de atar, también eres una enferma!... ¡Una enferma mental!
  • ¡Vale, vale, tío!... Ya me largo… Tampoco hace falta que me empujes… Pero piénsatelo Alvarito; piénsatelo, porfa…

Porque anduvo lista, no le acertó en plena “cocota” el encendedor que le lanzó su hermano cuando casi abandonaba la habitación

Y sí, Alvarito siguió el consejo de su hermana, y se pensó aquello del incesto progenitores-progenie. O mejor dicho, desde entonces empezó a mirar a su madre, las pocas veces que paraba en casa, como nunca antes la mirara: Con ojos no de hijo, sino de hombre.

Y tuvo que admitir que lo que Carla le dijera era cierto; todo cierto: Su madre era un monumento de mujer, la mar de deseable, y que sus amigos se morían por ella. Entonces empezó a entender por qué sus amigos, a poco de estar en casa, y si su madre andaba por allí, sentían una incontenible necesidad de ir al baño. “Si serán “cabritos”, se decía para sus adentros; ¡Se la están “pelando” a la salud de mamá y en mis narices además!”…

También entonces reparó que lo mismo pasaba con los amigos de su padre, que se la comían con los ojos. Sin saber por qué, ni a cuenta de qué, no podía soportar las miradas de lobos hambrientos que tanto sus propios amigos como los de su padre lanzaban sobre su madre… Y no, precisamente, para devorarla; al menos, como un lobo, una fiera lo haría, sino de forma muy distinta; muy, pero que muy distinta…

Pero lo peor para él fue darse cuenta de que su madre era una “calienta braguetas” de tomo y lomo… Vamos, que le encantaba poner “en forma” a todo individuo masculino que se le pusiera a tiro. Su natural forma de vestir era de lo más sexi y provocativa, luciendo, mayormente, blusas, camisas y vestidos algo más que ceñidos, rematados en escotes más que generoso, pues poco era lo que dejaban para la imaginación, ya que ocultos apenas quedaban los pezones que, de todas  formas, se adivinaban en toda su esplendidez a través del tenue tejido, ya que era alérgica a todo tipo de sostén, sujetador o “brasier”, como por América se suele llamar a tal prenda. Y de suponer es cómo se podría el “personal” con sólo verla, sin necesitar más aditamentos

Pero es que las artes seductoras de Julia iban más allá de, simplemente, lucir su palmito, ya que la exhibición iba reforzada por sinuosos contoneos de cuerpo y caderas, “poses” de lo más insinuante y más que eróticos cruzar y descruzar piernas, mostrando así un primer plano impresionante de la excelsa perfección de sus muslos. Bueno, de sus muslos y, alguna vez que otra, un fugaz “visto y no visto” de sus braguitas; léase mini, y más que mini tanguitas

Esto era el pan nuestro de cada día siempre que hubiera público masculino en su entorno; pero cuando tal público incluía chavales jóvenes, tales como los amigos de Álvaro, la señora Julia digamos que se desmelenaba, pues al general “repertorio” unía, como álgido colofón, una excepcional apertura de piernas, tan abiertas, que nítidamente dejaban a la vista sus mínimas, ínfimas, braguitas-tanga.

De todo eso, hasta que su hermana le fuera con su “brillante” idea, Alvarito estaba en Babia, como allí mismo también estaba del porqué tan pronto sus amigos arribaban a casa y con él se encerraban en su habitación para ver la “tele”, el video o, en fin, jugar con la consola, mamá entraba en  el cuarto para en pocos minutos marcharse diciendo que se iba al salón a ponerse “cómoda” mientras tomaba un café, copa o refresco, y veía un rato la “tele”. Y entonces, el sempiterno pretexto para entrar, invitarles a un refresco.

Entonces sus amigos se apuntaban a lo del refresco y, para disgusto de Alvarito, salían despendolados tras su madre, sentándose, al llegar al salón, justito enfrente de su madre… Claro, que también entonces se explicó el porqué, al poco de estar mirando, embobados, las “vistas panorámicas” que su señora madre, Dª Julia, tan generosamente les brindaba, a más de uno y a más de dos de sus amigos les entraban unas imperiosas necesidades de ir al baño “No te joroba”, pensaba ahora él, “¡A “machacársela” a modo en honor a la golfa de mi madre!”

Así empezaron a discurrir las cosas, tal y como hasta entonces, con su señora mamá irrumpiendo inopinadamente en el cuarto de su “retoño”, invitando a los amigos del susodicho a un refresco, sólo que ahora había un elemento nuevo, que ya no eran sólo los amigotes del susodicho quienes salían despendolados tras la “buenorra” de la mamá, sino que, casi en cabeza, salía el crecidito “rorro” a fin de no perderse ripio del “espectáculo” materno.

En fin, que con tal rutina pasaban los días, hasta alguna que otra semana, cuando llegó el día que significó un antes y un después en dicha rutina. Fue una tarde en la que, como casi todas en que la madre Dª Julia estaba en casa cuando los amigos de Alvarito llegaban a estar con él, ella entró en la habitación de su hijo para invitarles a todos al consabido refresco. Como siempre, la tropa en pleno, con Alvarito a la cabeza, se precipitó hacia el salón en pos de la opípara “dama”, sentándose de inmediato en los más que estratégicos asientos o sillones.

La “dama”, como acostumbraba, se sentó ante sus espectadores y, generosa ella, despatarró su “muslamen”, a fin de obsequiar debidamente la vista de tan rendidos admiradores, que al punto quedaron absortos ante la panorámica ofrecida. Alvarito, su amantísimo hijo, también fijó su atención en las “vistas” que su madre en ese momento ofrecía y, más que absorto, quedó como alelado ante lo que veía. Los ojos, abiertos como platos; la cara , teñida de “rojo pasión”, que eras de verse, y la boca abierta de par en par, con los labios temblequeando que era una vida suya … Y es que… ¡Su madre había olvidado embutirse sus mini braguitas/mini tangas!...

La señora madre de Alvarito, enteramente consciente de la impresión que causaba entre la presente concurrencia, incluido su propio hijo, lucía una maliciosa sonrisa que le cubría, casi, que de oreja a oreja. Desde luego, la buena señora se lo estaba pasando en grande con el descarado babeo de la juvenil asistencia.

Al momento, como si un muelle los moviera, dos de los salidos amigos de Alvarito invocaron urgente necesidad de ir al servicio, momento en que la buena de Dª Julia, empezó a reír a carcajadas, al tiempo que, dirigiéndose al tercer amigo de su hijo entonces presente, decía

  • ¿Y tú qué macho?... ¿No precisas de un “alivio” de urgencia?

Mientras la buena señora seguía riendo a carcajadas, el tercero en discordia quedó más corrido que un campeón olímpico, pues se puso aún más rojo que antes Alvarito se pusiera. En ese preciso momento el hijo de tan “digna dama”, que apenas si todavía había salido del trance en que le dejó la visión de la más preciada prenda de su señora madre, saltó de su asiento, y no como si le hubiera impulsado un muelle, sino como si un cohete espacial le levantara de su sitio, y se lanzó a la carrera tras los ínclitos dos amigos que, a buen paso, se dirigían al socorrido servicio o WC, prestos a “cascársela” como monos, aunque fuera los dos juntos, al alimón; eso sí, cada cual con su propia “manita tonta”. Pero con lo que no contaban era con que su amigo Álvaro se les echara encima en plan tigre de Bengala. Porque Alvarito los atenazó a los dos por el cuello de la camisa o, más bien, camiseta, por su parte posterior, esa que queda justo tras la nuca. Con briosa sacudida tiró de los dos hacia atrás, para seguidamente maniobrar de forma que las dos “cocoteras” chocaran entre sí con sordo sonido a hueco, que talmente debían de tener el cerebelo ambos mancebos. A continuación, y hecho toda una furia, les rugió

  • ¡Largo de aquí! ¡Largo de esta casa, degenerados! ¡Si volvéis por aquí os echo a patadas! Ah… ¡Y no quiero volveros a ver en la vida! ¡Golfos, sinvergüenzas!...

No hizo falta que lo repitiera, pues el “trío de la bencina” salió de la casa más que escopeteados, como si el mismísimo diablo les persiguiera. A todo esto, y a la vista de la fiera reacción de su “ninio”, las carcajadas de mamá Julia arreciaron y de qué manera

  • ¿Qué te pasa Alvarito?... ¿Acaso quieres acaparar para ti solo las “cositas” de tu mami? ¿Hasta tal punto te gustan y… las deseas?…. Alvarito, me parece que eres un chico malo… Muy, muy malo… ¡Ambicioso!... Que también tus amiguitos son hijos de Dios…

Doña Julia, riendo a mandíbula batiente, se espatarró todavía más al tiempo que se levantaba la falda hasta la cintura, ofreciendo a su hijo una visión super panorámica de su “cosita tierna”, esa inigualable “gruta de los mil y un placeres” mientras entre carcajadas decía al “tierno infante”

  • ¿Te gusta lo que tu madre te enseña, cariñito mío? Pues… ¡Lo verás, pero no lo catarás!... Entiéndelo, corazoncito mío… No es por nada, cariñito, que a mí bien que me gustaría… Pero eres mi hijito querido… Y no estaría bien, cielo mío…

Mamá Julia cada vez reía más, de manera que Alvarito veía que su señora madre se estaba burlando de él a más y mejor; y en la más cruel de las formas, pues con aquella actitud, esas palabras, cariñosas en la forma pero más falsas que el beso de Judas en el fondo, aquella manera de exhibirse ante él con esa total y absoluta desvergüenza, le humillaban hasta lo más genuino de la humillación. Sí; Julia se burlaba con toda acritud de su hijo…

Y es que, uno de sus, de verdad, pasatiempos favoritos era eso, humillar al máximo, con toda crueldad, a los hombres que babeaban por ella. Era una forma de dominarlos, de experimentar el placer del poder sobre esos hombres, humillándoles en la forma más despiadada. Y ni ante su propio hijo se detuvo: Al final, lo trató como uno más de esos “pigmeos” que la deseaban, que babeaban por ella, pero a los que nunca permitiría más que eso, que la desearan y babearan por ella. Así, mostrándose todopoderosa a la par que inaccesible ante ellos, Julia encontraba el “sumum” del placer; con ello, disfrutaba aún más que con el más sibarita de los orgasmos.

En fin, que remató la “faena” cuando, sin dejar de reírse, se levantó del sofá que ocupaba llegándose hasta Alvarito, fundiendo casi físicamente sus, entonces, más que enhiestos pezones contra el pecho de su “niño”. Alcanzado el contacto más que íntimo, le pasó los dedos por el pelo al muchacho, alborotándoselo y le besó. Le besó largamente, casi con pasión, en la misma comisura de los labios. Seguidamente, extendió su lengua hacia adelante, lamiendo no solo esa comisura, sino que también el mismo y franco inicio de los labios de su hijo, lamiendo casi, casi, que hasta la mitad de esos labios. Luego se  separó de él al tiempo que, casi en un susurro de decía

  • Cariño, ¿te gusta el sabor de la saliva de mamá?

Tras eso, y no solo sin dejar de reír, sino aún más si tal cosa fuera realizable, que más bien no, le dio olímpicamente la espalda, alejándose de él rumbo a su habitación, la de matrimonio. Entonces, Álvaro estalló en exaltado ataque de furia, gritando con verdadero odio a su madre

  • ¡Golfa! ¡Guarra! ¡Furcia!... ¡Hija de siete padres!... ¡Ramera de baja estofa!
  • Pero cariño, ¿cómo puedes hablar así a tu madre, que tanto te quiere? A tu madre que tú tanto quieres… Y tanto, tantísimo deseas… No pierdas la esperanza, queridito mío, que a lo mejor cualquier día te suena la flauta… Cualquier día vengo tan borracha o tan “colocada” que me lo “haga” contigo, mi muy querido y muy degenerado hijo, que babea por su mamá igual que los babosos de sus impresentables amigos… Porque él es no tan baboso como ellos, sino más, mucho, mucho más que todos ellos juntos

Burlona, humillante hasta la más cruel saciedad, le lanzó un beso con la punta de los dedos y por fin desapareció pasillo adelante, hasta perderse tras la puerta de la habitación de matrimonio.

Entonces Álvaro quedó allí solo, de pie en casi el centro del salón. Masculló mil y una maldiciones y denuestos contra su madre, lleno de odio infinito hacia ella. Se dijo, casi en voz alta

  • Me las pagarás, puta indecente. Te follaré; te juro que te follaré… Te humillaré hasta la extenuación… Sí, te humillaré; te golpearé donde más pueda dolerte, violándote con toda la violencia de que sea capaz.

Luego pegó un tremendo patadón a la mesita de centro, que se tambaleó cosa mala y a punto estuvo de descuajeringarse, yendo los vasos que sobre la mesa estaban a hacer puñetas, unos sobre la propia mesa, otros al santo suelo donde quedaron hechos añicos los más ahora. Luego, las monumentales patadas fueron contra los sillones, contra las sillas… Aquellos, digamos que se quedaron “impertérritos”, tal vez por lo de “¡Pataditas a mí!”, pero las sillas cayeron al suelo, casi descuajeringadas. Tomó por fin uno de los vasos que, volcados, permanecían sobre la mesa, vacíos ya de su original contenido, y se llegó hasta el mueble-bar, requiriendo allí una botella de coñac, o brandy, como ahora se suele decir. Se escanció algo más de medio vaso, dos-tres copas, y se lo bebió casi que de un solo trago. Luego, algo ya a media asta por el licor trasegado, salió de casa como un ciclón

Pocos días después Carla y Alvarito ponían en marcha el plan “Por la Unión Familiar”, lo que significó, en principio, ciertas variantes llamémoslas “escénicas”, pues ambos jóvenes dieron en subrayar, sutil pero eficazmente, sus respectivos dones físicos; así, si Carla optó por los conjuntitos más provocadores que encontró tanto en su guardarropa como en los comercios que al efecto visitó, Alvarito llegó a caer en la más burda y hortera ordinariez de lo directo que se mostró.

Aquel año el verano casi se adelantó un tanto, pues para fines de Mayo las temperaturas excedían algo la general tónica de esas fechas, llegando Junio con un ambiente que, si bien en nada resultaba agobiante, pues desde la atardecida refrescaba, durante las horas punta de sol hasta podía apetecer darse un baño en la privada piscina de la casa, más bien un chalet por Puerta de Hierro. Así que el muchacho por lo que optó fue por no vestir, permanentemente, más que un bañador que no era otra cosa que un ceñidísimo slip, que delataba bien a la claras su “carnet” de masculina identidad.

Si papá Emilio ni se coscó de las intenciones de su hija, mamá Julia al vuelo captó las de Alvarito. Le hizo gracia que aquél mocoso aprendiz de macho ibérico, como para sí le llamaba desde que fue consciente de que “ponía” a su hijo, intentara interesarla en su masculinidad. Y optó por seguirle el juego, pero jugando ella a degüello con el “mocoso”; y a ver cuál de los dos “cantaba” antes “la gallina”; si él o ella.

Así, Julia acudió a las viejas tácticas de seducción que antes empleara con él y sus amigos: Repetido cruzar y descruzar de piernas, abrir estas desmesuradamente para que Alvarito tuviera panorámica visión de sus braguitas, con la variante de que ahora, sistemáticamente, se “olvidaba” de ponérselas… Pero todo resultaba inútil, pues el “aprendiz de macho” comúnmente se mantenía impertérrito ante sus encantos más íntimos, por entero interesado en la “tele”, la música del equipo o cualquier otra cosa, sin dirigir ni una sola mirada a lo que ella se esforzaba en mostrarle en la más generosa de las maneras. Eso sí, siempre con las piernas también él bien abiertas, en franca ostentación de sus masculinos atributos

Aquello empezó a picar o, más bien, incomodar a aquella mujer, hecha a que todo macho humano se rindiera casi de inmediato a sus encantos, mostrados en forma inmensamente menos generosa que a su hijo se los mostraba. Así fue pasando el tiempo y con el tiempo el verano, pues el mes de Junio pasó y el de Julio iba ya en casi franca vencida, hasta que un día Julia decidió emplear la “artillería” superpesada y, si al caso venía, incluso el “bombardeo aéreo” contra la resistencia de su hijo. Por tanto, una tarde, a eso de las cinco, tal vez algo más tarde, dijo a su hijo que estaba, como en él era ya más que habitual, la mar de interesado con un programa vespertino de la “tele” que, en verdad, dormiría al más pintado de los incondicionales de tal medio de comunicación masiva.

  • Álvaro, hijo, me apetece darme un baño en la piscina… ¿Me acompañas?
  • Hombre mami, la verdad es que a mí eso, ahora, me apetece poco
  • Anda muermo… ¡Si la “tele” a estas horas es un rollo! Programas de cotilleos… Venga hombre, vente conmigo, que ya sabes que no me gusta bañarme sola… ¡Es peligroso!...
  • ¡Vale pesada, vale!

Álvaro se levantó y salió tras de su madre al jardín posterior del chalet donde se encontraba la piscina, toda ella rodeada de mullido y verde césped. Nada más acercarse a la piscina, cuando sus desnudos pies pisaban la verde alfombra de hierba, Julia procedió a desprenderse de la pieza superior del minúsculo biquini, para seguidamente hacer lo propio con la inferior, con lo que ante su hijo quedó en absoluta “pelota picada”

  • No te importa, ¿verdad Álvaro?
  • ¡Ya me dirás!... Si a ti no te importa, a mí…

Y, sin dignarse dirigir ni una sola mirada a su despelotada madre, se fue directo a la piscina, zambulléndose. Julia tuvo entonces el primer ramalazo de rabia de aquella tarde. “¡Si será cretino!… Se dijo para sus adentros. Pero se lo tragó y, a su vez, fue hacia la piscina. Ya en la orilla, llamó a su hijo

  • ¿Me ayudas a saltar al agua Álvaro?

El muchacho se la quedó mirando un momento y nadó hasta quedar a los pies de la mujer. Manteniéndose a flote con ligeros movimientos de piernas, tendió los brazos a su madre que, de inmediato, tomó las manos que se le tendían y, apoyándose en las manos de él, se dejó deslizar al agua. Cuando entró en el líquido elemento, hizo un movimiento extraño, como si de repente se hundiera, tendiendo entonces los brazos al cuello de Álvaro hasta abrazarse firmemente a él al tiempo que las femeninas piernas rodeaban muslos y glúteos del muchacho atenazándolos.

De inmediato, la desnuda más femenina intimidad materna entró en prieto contacto con la más genuina masculinidad del hijo, a través del bañador de éste. Por unos segundos, la femineidad de ella, con todo descaro, restregó la parte de la anatomía del hijo que la madre deseaba restregar; y a modo que lo hizo. Al momento, Julia notó perfectamente cómo aquello crecía en magnitud; pero también, casi en automático, Álvaro se soltó de su madre, separándola, más o menos, de un empujón

  • Pero… ¿Se puede saber qué haces?
  • Nada Alvarito; nada… Que perdí por un momento el equilibrio…
  • ¡Ya!... Perdiste el equilibrio… ¡Lo que has perdido, y desde hace tiempo, es la vergüenza.

Tras decir esto, Álvaro ganó la orilla de la piscina y salió de la piscina, dirigiéndose al interior de la casa a poco menos que “paso de carga”. Julia, enfurecida, le vio alejarse. Y desde esa tarde, el seducir a su hijo se convirtió, primero, en cuestión de honor para ella, una bien probada domadora, por no decir eminente depredadora, de hombres.

Pero con el paso de los días, las semanas y hasta algún que otro mes, a la vista del nulo fruto que sus artimañas de seducción o, a mejor decir, sublimada “succión” de las voluntades masculinas ante su hijo, la cuestión de honor pasó a convertirse más bien en auténtica obsesión de furor “puterino”; es decir, que decidió “tirarse” a su propio hijo, costara lo que costase; si era necesario acudiría a emborracharle para, incluso, violarle así.

Por su parte, la niña Carla, ante el poco efecto que, al parecer, en su padre causaba su denodada exhibición de palmito, refrendado por la escasez de ropa que, comúnmente, lucía, incluyó alguna que otra variante en su estrategia de seducción paterna: Arrimársele con inusitado entusiasmo a la menor oportunidad, por lo que el tener el “tetamen” de su hija en la boca rato sí, rato también, se convirtió en tortura más bien china para el pobre papá Emilio, que, a decir verdad, precisamente de palo el hombre no era, y ya tenía bastante con las casi permanentes “alegrías de la vista” con que su hijita de su alma le obsequiaba casi que siete días por semana y a ocho o diez horas diarias, para que ahora le diera por pasarle sus “manzanas” del Jardín de las Hespérides por narices y cara, por no mentar los sobos de “bajos” que su “inocente” niñita le arreaba cuando, sin la menos justificación, se le encaramaba a las piernas, lo mismo de cara que de espaldas, hasta que la dulce “cosita” de la “niña” coincidía, antes más que menos, con su propia “prenda más preciada”.

Pero lo grande era que papá Emilio no podía concebir que su “niñita”, su dulce hijita de su alma, pretendiera con todo eso convencerle para que papá la tomara como yagua de silla y “montalla” bien montada, al estilo de D. Federico, el García Lorca; es decir, “sin bridas y sin estribos”

Así iban las cosas, con innumerables torturas para los dos hombres de la casa, papá Emilio y Álvaro, a manos de la pizpireta niña Carla y esa especie de “Leona de Castilla” que venía a ser mamá Julia, cuando llegaron las Navidades de aquél año, y con las Navidades, el día cuya noche sería la última del año. Y en esa noche tan especial la noche más loca del año en todo lugar del mundo mundial, a la “niña” Carla se le ocurrió que los cuatro, la familia en pleno, salieran a cenar y bailar a uno de esos locales que ofrecen cena de gala y baile.

Tal propuesta fue de inmediato apoyada con todo entusiasmo por mamá Julia, de forma que a los sufridos papá Emilio y Alvarito no les quedó otra que someterse a la voluntad de las féminas, con lo que a eso de las nueve de la noche y en el coche de papá Emilio, salían los cuatro rumbo al establecimiento donde reservaran mesa.

La cena transcurrió bien, hasta con alegría, salpicada de brindis, primero con las copas del vino que acompañó los platos, el más a propósito para cada uno, primero con los entrantes, fríos y calientes, y luego con los primeros y segundos, pescado y carne, cordero asado exactamente que los cuatro prefirieron, para acabar con el dulce de los postres. Llegó el momento de las doce campanadas que señalarían el comienzo del nuevo año, y los cuatro miembros de la familia se aprestaron a descorchar las botellas de champán que, al efecto de los incuestionables brindis, los camareros dispusieron en cada mesa. Por fin, las campanadas empezaron a sonar en todo el gran salón, emitidas por la televisión y amplificadas por la megafonía del local. En el momento cumbre, cuando la dozava campanada acababa de sonar y el inevitable alboroto se adueñaba del ambiente, las luces se apagaron, sustituidas por las velas previamente dispuestas entre las mesas.

Entonces, los dos hombres de la familia, papá Emilio y Alvarito, se vieron sorprendidos por sendas e invisibles, manos femeninas que manipularon su entrepierna hasta abrirse paso por las abiertas braguetas hasta las más estimadas intimidades de su masculina condición, que esas manos tomaron entre ellas, agasajándolas primero con suaves caricias para en pocos minutos pasar al masaje manual, deslizando sus palmas a lo largo de su presa, arriba abajo, con inusitada suavidad y destreza, que en pocos minutos llevaron a ambos hombres a la gloriosa cima del placer sexual.

Álvaro miró a los ojos de su madre y papá Emilio a los de su dulce nenita, y los dos vieron lo mismo en los ojos en que se miraban: Un intenso brillo de deseo, de pasión incontenida… Y una muda invitación a llegar más allá, mucho más allá, entre Carla y su padre, entre Julia y su hijo…

En aquellos momentos, Carla y su madre Julia no eran hembras humanas, sino simples hembras de primate en celo y, por eso, una especie de ninfómanas insaciables que sola y únicamente deseaban los goces sexuales, y en forma casi independiente de cual fuera el macho primate que las cubriera…

Pero es que para entonces papá Emilio y Álvaro tampoco eran otra cosa que machos de primate vulgar, con idénticos deseos que ellas, la simple y dura posesión de una hembra de su especie… Cualquiera en verdad, y si la que más a mano tenían era su madre, era su hija, qué más daba… ¿Es que, acaso, no eran también otras dos hembras más de su propia especie, ansiosas, como ellos, de sexo; puro y duro sexo?… Pues eso

Tan pronto como la música invitó a bailar a la concurrencia, Carla tomó a su padre de la mano y lo arrastró a la pista; su madre les observó y vio cómo los dos, padre e hija, se perdían por el extremo lateral derecho del amplio salón. Cuando la música atacó los primeros compases, las luces volvieron a iluminar la sala, aunque matizada en la zona de la pista de baile, y aún más por los extremos laterales y el fondo, que quedaron en una penumbra que en ciertos recónditos rincones, más era oscuridad que penumbra.

Por fin Julia tomó de la mano a Álvaro mientras decía

  • Vamos a bailar

NOTAS AL TEXTO:

1.- Según el Diccionario de la RAE, “Azacán” significa hombre que se dedica a trabajos duros y humildes. Por extensión, también se aplica a la persona que es muy trabajadora; que trabaja mucho y muy duramente. En este significado es como D. Francisco de Quevedo y Villegas usa el término en su poema “Hastío de un casado a los tres días”. Este poema, completo, es como sigue

Antiyer nos casamos. Hoy querría

Doña Pérez, saber ciertas verdades

Decidme. ¿Cuánto número de edades

Enfunda el matrimonio en sólo un día?

Un antiyer soltero ser solía

Y hoy, casado, un sinfín de navidades

Han puesto dos marchitas voluntades

Y más de mil antaños en la mía

Esto de ser marido un año arreo        (Año seguido)

Aún a los azacanes empalaga

Todo lo cotidiano es mucho y feo

Mujer que dura un mes se vuelve plaga

Aún con los diablos fue feliz Orfeo

Pues perdió la mujer que tuvo en paga

2.- Típica expresión aragonesa, para referirse a un chico joven; lo que en Castilla decimos un mozo