Por la cuenca del ojo

Pequeña historia de lo que hice con un cráneo de plástico humano.

Por la cuenca del ojo

Ya sé que pensaréis que soy un pervertido, un depravado, un enfermo o alguna cosa mucho peor. Pero lo tenía que probar. ¡Era una necesidad superior a mí! Cada vez que pasaba por su lado y la veía, no podía evitar que vinieran a mi cabeza los pensamientos más degenerados que jamás he tenido. Quieta en la estantería, blanca como el mármol, mirándome con los ojos tan abiertos como le era posible y sonriéndome de aquella manera tan cruel y macabra. Parecía que se reía de mí, que se descojonaba de mi cara llena de carne, piel y sangre. Y yo ya no podía evitar imaginarme dándole su merecido

Así que, ayer mismo, me decidí a llevar a cabo mi sacrílega venganza. Me acerqué hasta la calavera de plástico que me compré hace más de diez años e intenté sonreírle de la misma manera como ella hacía. No pude mirarme en un espejo, pero creo que me debió quedar una mueca algo extraña. "Te vas a enterar" fue lo que le dije e, inmediatamente, me desnudé por completo delante de ella. La agarré con mucho cuidado para que la mandíbula no se le desprendiese y la levanté hasta que quedó a la altura de mi cara. Frente a frente, nos miramos los dos y nos sonreímos. Su risa no vaciló ante la certeza de lo que le iba a ocurrir.

Bajé la calavera hasta mi cintura y le presenté a mi guadaña. "¿A qué es bonita?" . Las restregué a ambas, la una con la otra, por toda su superficie dejando que se conocieran y se impregnasen mutuamente Tomé medidas y, por una vez en mi vida, me alegré de tenerla pequeña. ¡Por dos o tres milímetros, casi me quedo con las ganas de hacerle aquello!

Tras comprobar que cabía, todavía me faltaba el relleno. Quería que la experiencia fuera placentera para mí y el cráneo humano de plástico no me lo permitía por sí solo. Así que, me fui a la cocina, posé la calavera en la mesa donde me iba a poner a trabajar para que no se perdiese ningún detalle, y mezclé agua y harina hasta tener una masa lo bastante maleable como para cumplir con mi propósito. Ya tenía todo lo que necesitaba.

Le di la vuelta a mi sonriente amiga y rellené todo su interior con la masa. Ahora pesaba mucho más y lo complicaba todo un poco pero, con un poco de maña, no fue ningún problema. La dejé sobre una mesita tan alta como mi cintura y me puse delante de ella. "¿Últimas palabras?". La misma sonrisa descarada que tenía siempre fue su respuesta. "Pues entonces, toma"

Con algo de cuidado, por que no había espacio suficiente como para ir a lo bestia, le metí mi polla por la cuenca del ojo, la izquierda para ser exacto. Poco a poco, la masa de agua y harina se fue deformando y abriendo un hueco muy suave por el que mi pene erecto se deslizó. Al mismo tiempo, la masa se escapaba por la otra cuenca y por el agujero nasal. Todo estaba muy frío pero, aún así, daba mucho gusto. La saqué y la volví a meter. No iba a terminar con ella de un tajo, quería torturarla, así que la volví a sacar y repetí el gesto de meterla. Una vez tras otra, llevaba a cabo la misma operación, sintiendo como la masa iba deshaciéndose alrededor de mi piel por culpa de mis fluidos. Se empezó a escuchar un chapoteo que superaba con creces al que se escucha cuando se hace lo mismo con una mujer. Todo era una delicia muy morbosa. "¡Toma, toma, toma!"

Poco rato después, me corrí dentro de la calavera. No puedo decir que fue uno de los mejores orgasmos de mi vida, pero quedé encantado con la experiencia. Cuando saqué mi polla flácida, llena de harina mojada, y me retiré para contemplar mi obra, pude ver el aspecto de la calavera. La masa colgaba de una de las cuencas y del agujero de la nariz como dos enormes gusanos blancos que intentaban escapar de su interior y, de la otra cuenca, escurría mi semen como si alguien le hubiese escupido en el ojo. Mis añadidos le daban un aspecto más patético. Sin embargo, su sonrisa seguía ahí, igual de descarada e igual de cruel, como si supiera que no puedo hacer nada para cambiarla.