¡Por ir de copas!

Carlos no sabe lo que su mujer es capaz de hacer cuando el se olvida de ella por completo. Una noche de desenfreno le pasara factura con su cabreada mujer.

Antes de dar paso al relato, he recibido varias peticiones para que también publique alguno en el que sean mujeres las que reciban un merecido castigo. Hoy les traigo un relato que tenía en la recamara, como tantos otros que tengo, y a los que quizás tenga que darles algún repaso antes de ser publicados, pero ya escribire alguno en el que sea alguna mujer la que reciba su merecido castigo, o incluso alguno solo de sexo como también me han pedido. Muchas gracias por sus mensajes y criticcas, buenas y malas. Un saludo

¿POR IR DE COPAS?

Cristina se levanto temprano y comenzó a hacer las cosas de la casa. Lavo los platos de su cena, puso la lavadora como cualquier sábado, barrio la casa, la fregó e incluso hizo la comida. Eran casi las doce de la mañana cuando considero que ya era hora de despertar a su marido y darle un merecido castigo. Para ello pensó en aquello que podría utilizar, quería que fuera ejemplar, tanto que no se volviera a repetir lo de la noche anterior. Cogió de la cocina una cuchara de madera que acababa en forma circular, y luego busco en el cuarto de baño un cepillo del pelo con base y empuñadura de madera. Durante unos segundos se miro en el espejo enfundada aun con su pijama de franela de color rosa, y su media melena rubia suelta. No es que estuviera muy atractiva con él, pero tampoco es que quisiera estarlo para lo que pensaba hacer con el trasero de su marido. Alternando el cepillo y la cuchara se golpeo varias veces sobre la palma de su mano izquierda, intentando averiguar cuál de ambas produciría más dolor, así como la intensidad de estos. Luego dirigió sus pasos hasta el salón donde los dispuso de forma ordenada sobre la mesa de cristal que tenían justo delante del sofá, y de forma instintiva añadió el cinturón de su marido que estaba en los pantalones que dejo sobre una silla al desnudarle la noche anterior. Finalmente se contemplo los pies, y las zapatillas de cuña abiertas de color azul clarito cuya suela de goma también serviría para su propósito.

Con total decisión entro en el dormitorio levantando la persiana por completo haciendo todo el ruido que pudiera hacer. Bordeo la cama y sin sutileza alguna tiro de las sabanas y de la manta hacia atrás, destapando a su marido que se despertó de sopetón. No le dio tiempo ni a decir que estaba pasando, ya que Cristina cogiéndole de una oreja tiro de él con tanta fuerza que le obligo a levantarse de golpe, para conducirle sin demora alguna hasta el centro del salón donde le dejo totalmente desnudo ante ella.

-¡Vamos májate que tu y yo tenemos una conversación pendiente y algo más! – le dijo Cristina a su marido mientras tiraba de él.

-¿Pero que haces cariño? ¿Te has vuelto loca, o qué? – le contesto incrédulo Carlos.

-¿Que hago?, ¿por qué no me cuentas mejor que es lo que hiciste tu anoche? – le replico Cristina.

-Tan solo me estuve tomando algo con los amigos como ya te dije, y luego volví a casa y tú ya estabas dormida. – contesto Carlos haciendo un intento por dirigirse al dormitorio para vestirse. Intento que intercepto Cristina poniéndose delante de él para hacerle retroceder nuevamente hasta el centro del salón.

-¿Ni siquiera te acuerdas de la hora a la que llegaste? ¿Ni siquiera te acuerdas de que es lo que paso? – el cabreo de Cristina iba incrementándose, algo que no paso desapercibido para su marido

-¿Te desperté?, ¿puede ser eso? ¿te enfadaste y por eso ni te moviste de la cama, ni te giraste siquiera? Puede que hiciera un poco de ruido al abrir la puerta. Lo siento cariño.

-¿Al abrir la puerta? Si tuve que levantarme y al ver que eras tú por la mirilla abrirte porque eras incapaz de meter la llave en la cerradura. – dijo Cristina comenzando a alzar el tono de su voz cada vez mas.

Carlos comenzó a pensar y viendo que no recordaba nada del final de la noche anterior desvió su mirada por el salón intentando ganar tiempo, y así recordar algo de lo que había sucedido. Su mujer estaba cabreada con él y esto no iba en broma. ¿Qué había pasado? Ni siquiera recordaba donde había aparcado el coche. Vio sus pantalones sobre una silla, no recordaba habérselos quitado, ni dejarlos ahí. También estaba su camisa blanca e incluso sus zapatos con los calcetines dentro. Miro hacia el otro lado del salón y vio como estaban dispuestos sobre la mesa de cristal ordenadamente la cuchara de madera, el cepillo del pelo y su cinturón de cuero.

-¿Acaso piensas en darme una tunda como si fuera un niño pequeño? – la dijo medio riéndose  a su mujer al ver todos aquellos instrumentos de castigo sobre la mesa.

La respuesta de Cristina no se hizo esperar, cruzándole la cara al darle una sonora bofetada en la mejilla derecha.

-¿Pero que haces loca? – dijo Carlos acariciándose la parte lastimada de su cara con su mano derecha.

-¡Ni una palabra malnacido! – le dijo Cristina señalándole con el dedo de forma amenazadora. Luego desplazándose unos pasos a su izquierda cogió entre sus manos la cuchara de madera.

-No me llamas cuando sabes que se alarga la velada, y estaré preocupada por ti.

-¡Ay, ay! – grito Carlos al sentir dos azotes con la cuchara de madera seguidos, uno en cada nalga, mientras su mujer le leía la cartilla dando vueltas en círculos alrededor de él.

-No contestas mis mensajes de wassap, ni mis llamadas por teléfono. Supongo que te lo estarías pasando bomba con tus amígueles.

-¡Ay, ay! ¡Eso duele joder¡ - se quejo Carlos frotándose el culo con ambas manos tras recibir dos nuevos azotes en el trasero, al pasar su mujer por detrás de él.

  • Llegas tan borracho a casa que no eres capaz ni de abrir la puerta. Y después de desnudarte y meterte en la cama, tengo que bajar a la calle para aparcar bien el coche porque el señorito lo dejo aparcado en la acera de mala manera y bloqueando una salida de emergencia.

-¡Ay, ay!  ¡Ostias! – se quejo nuevamente Carlos que ya esperaba los dos nuevos azotes con la cuchara de madera al pasar su mujer por detrás de él que continuaba dando vueltas en círculos sin parar de relatarle lo que había pasado la noche anterior.

-¿Sabes que podría haberse llevado el coche la grúa esta mañana si no llego a mirar por la ventana anoche? Aunque lógicamente peor hubiera sido que por tu irresponsabilidad te hubieras matado, ¡gilipollas!

El tono de Cristina fue elevándose cada vez mas hasta el final de la frase, acabando esta justo detrás de su marido, lo que aprovecho para asestarle no dos nuevos azotes con la cuchara de madera, sino media docena de ellos en cada nalga, alternando los mismos. Carlos los recibió con resignación como rindiéndose ante el cabreo de su mujer, levantando una pierna y luego otra como si caminase aun sin moverse del sitio, tras recibir cada uno de los azotes. Como picaba la condenada de la cuchara.

-Lo siento cariño ¡Joder eso duele¡

Cristina dejo sobre la mesa de cristal la cuchara de madera para cambiarla por el cepillo del pelo. Carlos al intuir la jugada suplico insistentemente.

-No, no, por favor con el cepillo no. ¡Ya no soy un niño, joder!.

Cristina rehusó de su intento de coger el cepillo del pelo, y ante la atenta mirada de su marido, doblo su pierna derecha y se quito la zapatilla sin quitarle un ojo de encima. Cogió una de las sillas del salón y sentándose pegada a la mesa de cristal, la basto una mirada para que su marido supiera que es lo que venía ahora.

-Entonces método tradicional, el que han utilizado nuestras madres durante toda la vida.

-¡Ya está bien Cristina! Ya lo entendí, reconozco el error. – imploro Carlos

-¿Vienes o tengo que ir a por ti? – dijo Cristina clavando sus verdes ojos inyectados de rabia sobre los de su marido

-¿Lo dices en serio? – Cristina afirmo con la cabeza mientras con el dedo índice de su mano izquierda le hacía señales para que se acercase y se tumbara sobre su regazo.

Carlos nuevamente resignado se acomodo sobre el regazo de su mujer sabiendo que iba a ser azotado con la zapatilla, recordando viejos tiempos cuando su madre lo hacía tras haber hecho alguna gamberrada. ¿Podría su comportamiento de anoche ser considerado como alguna de aquellas que hizo cuando era adolescente? En su fuero interno se dijo que si, y que aquella azotaina se la había ganado a pulso.

Cristina acaricio el trasero de su marido, no estaba segura ahora de que aquello estuviese bien. Estaba muy cabreada con él, cierto. No había podido dormir en toda la noche, primero esperando a que llegara, y luego pensando en que podría haberle pasado conduciendo en ese estado. Y si, se la tenida más que merecida, pero era su marido y darle una buena tunda no sabía que repercusiones tendría en su relación. Tras uno o dos minutos en silencio acariciándole el trasero con la palma de su mano izquierda, Cristina tomo la decisión de que si que le iba a calentar el culo, y a base de bien.

Una tanda de seis azotes alternos y con una breve pausa entre cada uno de ellos cayó sobre el desprotegido culo de Carlos que los estaba esperando.

-Esto te pasa por irresponsable, por hacerme sufrir esperándote sin saber si estás bien o no, mientras te emborrachas con tus amigotes.

Los zapatillazos iban cayendo al tiempo que Cristina una vez más le leía la cartilla. Carlos gemía y movía el culo dependiendo del lugar donde recibía la caricia de aquella zapatilla.

-Y no quiero pensar ni siquiera donde estuvisteis, ni con quien. Porque lo mismo soy una cornuda y todo sin saberlo. – continuo diciendo Cristina mientras su mano subía y bajaba repartiendo cera sobre el trasero de su marido.

Aquella suposición le hizo a Cristina parar a meditar unos segundos sobre lo que había dicho. ¿Podría su marido haberla puesto los cuernos anoche? ¿Podría haber estado en algún puticlub, o incluso follandose a una prostituta en el coche, y fue por eso que ni siquiera la contesto a sus mensajes y llamadas? Eso la cabreo aun más, si es que eso fuera posible. Sin pensárselo dos veces tiro su zapatilla al suelo cayendo esta justo delante de los ojos de Carlos, que clavo su mirada en ella pensando una vez mas lo que picaban aquellas jodidas zapatillas. Ya no recordaba lo que dolía en el trasero una buena azotaina.

Cristina estiro su brazo derecho y cogió el cepillo del pelo de madera. Se lo había pensado mejor y aunque al principio se lo había perdonado a su marido, el simple hecho de pensar que podrían haberla puesto los cuernos, la hizo cambiar de idea. El primer cepillazo llego sin previo aviso haciendo aullar de dolor a Carlos, que supo perfectamente con que le estaba castigando ahora su mujer. Si la zapatilla dolía, aquel cepillo era demoledor. Le bastaron seis azotes para sentir como sus nalgas escupían fuego.

-No, no, para por favor. – rogo Carlos llevando su mano derecha en dirección a su trasero para protegérselo.

-Ni hablar cabrón, de esta aprendes si, o si. – le contesto Cristina sujetándole el brazo por la muñeca y retorciéndoselo de forma que quedase inutilizado.

El cepillo sonaba seco, contundente. El color del culo de Carlos comenzaba a ser de un rojo intenso, muy intenso. Cristina pegaba duro, muy duro, estaba muy cabreada. Su melena rubia no paraba de bailar de un lado a otro, de igual forma que bailaba el culo de su marido al son de sus cepillazos. Tras no menos de veinticinco azotes repartidos por las nalgas de Carlos, dándole en todos los lados, arriba, abajo, incluso alguno en los muslos, Cristina paro escuchando los sollozos de Carlos por primera vez, que lloraba desconsolado tras recibir una autentica paliza en su trasero.

Cristina le soltó el brazo y dejo el cepillo sobre la mesita de cristal, dejando caer al suelo a su marido que se llevo ambas manos a su culo para frotárselo como nunca lo había hecho antes, sin dejar de llorar y pedir perdón.

-Lo siento mi amor, lo siento de verdad. No quería preocuparte, no pensé en el daño que te estaba haciendo. – la dijo Carlos entre lagrimas.

-Que no vuelva a pasar o ya sabes cómo me las gasto, ¿eh? – dijo Cristina aun pensando que se había pasado tres pueblos y estaba totalmente arrepentida, no de la azotaina que le había dado a su marido, que bien merecida la tenía, sino de las proporciones de esta que eran desmesuradas, pero no quería dar a entender ningún tipo de fragilidad, remordimiento, piedad. Aunque sus ojos verdes dieran a entender todo lo contrario, por lo que agradeció que su marido con la mirada puesta en el suelo, o como mucho en la zapatilla que aun estaba tirada por el suelo, ni siquiera la mirase.

-Te perdono el cinturón, quiero pensar que estas arrepentido de verdad. – le dijo Cristina mientras se levantaba, se calzaba la zapatilla y se iba en dirección al baño para darse una ducha.

-Gracias corazón, te juro que no volverá a pasar. – le contesto Carlos al tiempo que pensaba para sí mismo. “Joder la que me ha dado, y eso que no sabe que anoche la puse los cuernos con su amiga Maca, antes de irme de juerga con mis amigos”.