Por insistir....

“Miedo. Miedo y ganas de salir a escape. De verdad no sé por qué no lo hice, que pasaba por mi cabeza. ¿Qué haces aquí? me preguntaba. Pero todo se borró cuando me abrazó desde atrás y comenzó a besarme el cuello”.

No sé por qué insististe tanto.

No lo sé, la verdad.

A mí no me cosieron para perpetrar estas cosas….o al menos eso creía.

Pero tú empeñaste toda la buena gana en convencerme y ahora estoy con la cuerda hecha un lío.

  • Mujer, es solo una fantasía.

Lo confesaste hace ya once años.

Y, por supuesto, tardé dos segundos en responder con un tajante y burlesco no.

  • ¿Cómo puedes pedirme algo así?.

Aquello no era normal, aquello no me fue enseñado, no lo leí en ninguna parte, no lo aceptarían ni amigos, ni compañeros ni familiares.

Aquello era inmoral, intensamente inmoral y era eso precisamente, mi moral, la que peligraba si consentía, si resulta que la cosa tiraba hacia delante por callarte, por satisfacerte, por salvar el declinante sexo de nuestro matrimonio.

Pero once años atrás, nuestro matrimonio, por escasos que fueran nuestros momentos de placer carnal, funcionaba.

Nuestro proyecto estaba del todo atinado, los hijos crecían bajo nuestro amparo, nuestros problemas los solventábamos a una, como un equipo compenetrado, una maquinaria absolutamente simétrica a la que tan solo le chirriaba, por dejadez u óxido, el tema de frotarnos el uno contra el otro.

  • Mira Juan, esto marcha viento en popa – respondía echándole una de esas miradas que, por incisiva, no iban a admitir ninguna réplica - Nos llevamos bien, eres un buen marido, una gran amigo, un apoyo y el sexo, bueno no nos lo montamos como cuando novios pero te doy un aprobado alto. Mi cabeza, no es como la tuya cariño. Yo ignoro cómo reaccionaría si me acostara con otro. Aunque solo fuera compartir fluidos y punto. Igual perdía los pies, igual no era capaz de soportarlo de mirarte otra vez a la cara y se venía todo abajo….a la mierda – recalqué - Y no quiero perderte. Ni a ti, ni a los niños.
  • Bueno – Juan era un amor, siempre respetuoso a la hora de aceptar mis decisiones – Pero al menos, dejarás que te hable de ello mientras lo hacemos. Sabes que me excita lo suyo.
  • Claro – contesté acercando mis labios a los suyos, los cuales, por la manera de responder,  alargaron más y más la ternura del momento hasta que terminamos arrojados y desnudos sobre el sofá, echando uno rapidito antes de que los niños regresaran de su clase de inglés.

Once años desde entonces.

Once años, superando superficialmente la cincuentena, y olvidando por completo aquella breve desavenencia gracias a la cual, en nuestros arrebatos, cada vez más escasos y certeros, ayudaba a que el alcanzara rápidas erecciones y eyaculaciones de campeonato.

Once años hasta que llegó un inesperado divorcio.

El de una de mis mejores amigas.

Casada seis meses más tarde que yo, con tres hijos y tanta seguridad en que su existencia continuaría para toda la eternidad circulando por la misma vía que era incapaz de superarlo.

Una mejor amiga que acabó convertida en habitual de mis ratos entre casa y el turno de tarde en el trabajo.

Los chicos ya casi veinteañeros, atravesaban una etapa de búsqueda que nos permitía disfrutar de todo el tiempo que en los años del pañal nos habían negado.

Siempre pensaba que, al llegar ese maravilloso instante en que los hijos exigen independencia y nosotros la recuperamos, los pasaría haciendo planes con mi marido, disfrutando con el de más y mejores momentos.

Pero por una debilidad de carácter, acabé acortando la comida junto a él para apoyar, en larguísimos cafés, la decadencia vital de Clara.

  • Si es que no sé porque me ha caído esto. He pensado en un asunto de faldas.

Y luego malgastabas una eterna hora convenciéndola que ahora ya no era tiempo de darle vueltas, que se animara contemplándose al espejo, atractiva y capaz para encontrarte con que, cuando pensabas haberla convencido…..

  • Me ha sido infiel seguro….- descubrir que tendrías que pedir otro café y volver a empezar.

Así durante casi ocho inacabables meses, en los que mi paciencia, tan solo se desbocaba ante la presencia de mi marido, confesándole mi hartazgo, mi agotamiento mental ante el muro vital que Clara se imponía, ante su egoísmo sentimental….y el, pedazo de pan como siempre lo ha sido, sonsacaba todo el veneno recordándome, cuando yo estaba desahogada, que una amiga es amiga, más en los peores que en los mejores momentos.

Me lo hubiera comido a arrumacos, por buenazas.

Y porque siempre conseguía convencerme de que dentro de mi mala leche, subyacía una buena persona.

Así hasta que una tarde gélida en la que cambiamos el café por chocolate con churros…

  • Si es que el siempre andaba salido, muy suelto, soltando comentarios picantes de todas vosotras – confesaba con los dedos crispados – Sobre todo de ti Fina.
  • ¿De mi? – respondí sorprendida – Clara que yo nunca le he dado pie a nada.
  • Si ya lo sé – replicó apaciguándome – Pero como has llegado físicamente tan bien a los cincuenta, con ese cuerpo tuyo tan poco desparramado pues a Damián, a veces, se le notaba que, bueno, que se excitaba cuando pensaba en tus caderas.
  • Clara esto no es serio cielo – me sentía profundamente incómoda - Cambia de tema.
  • Vale, perdona cariño – cogió mi mano – Pero es que a veces, hasta te tuve celos.
  • Insisto…cambia de tema.

Perdona, perdona, pero los siguientes tres días, ignoraba la razón, di excusas muy ligeras a Clara para evitar el acostumbrado café mientras, tampoco sabía por qué, algo bajo la piel, bajo las bragas, se reactivaba de manera incomprensible, buscando con mayor intensidad a mi agradecido marido, cerrando los ojos con firmeza mientras me sentía profundamente penetraba, sintiéndome femenina, intensa, pero sobre todo culpable.

Culpable al correrme retomando la costumbre de los gritos para luego, abrir los ojos para descubrir, que era mi maravilloso marido quien me había regalado aquel placer sensual y bordado….¿ o había sido el pensamiento en el ex de Clara?.

Damián no era gran cosa.

En realidad, era imposible que llamara la atención.

Lo único destacable en aquel físico era su barriguita, no excesiva para que mentir, pero si omnipresente.

Su barriga y aquel elástico sentido del humor.

Un humor afilado, inteligente y avispado, capaz de relajar las situaciones más insoportables, inyectando aire fresco allí donde faltara oxígeno.

Una cualidad magnifica cuando tocaban cenas protocolarias o convenciones familiares repletas de hirientes cuñados.

Damián conservaba una espesa melena, completamente canosa y unos brazos largos y velludos que, al no alcanzar precisamente el metro noventa, le otorgaba cierto aire simiesco.

No era precisamente un adonis, un modelo de portada revistera.

Mi marido, sin duda, era un ser mucho mejor proporcionado.

Entonces….¿que era lo que ocurría dentro de mi cabeza?.

¿Qué me llevó a visitar aquella mañana ese sector de la ciudad que apenas pisaba y entrar en la cristalería que desde hacía treinta años Damián regentaba?.

  • Perdona Fina, es que últimamente esta algo pesada.

Justifiqué aquella inesperada visita, con la excusa de que Clara estaba demasiado locuaz y monotemática.

  • A mí, no para de llamarme. Lo hace al menos cuatro o cinco veces al día, siempre por lo mismo. Que si volvemos, que si por que no volvemos, que si vamos a volver.
  • Está convencida de que te estas tirando a otra.
  • ¿Otra? – su mirada se afiló como un gato detectando al ratoncillo que iba a ser su cena y todavía no lo ha descubierto. Afilando garras, relamiéndose los colmillos – No, otra no….de momento – dicho lo cual su mano se posó, nada casualmente, sobre mi espalda, acariciándola de arriba abajo.

Ese gesto de confianza siempre me pareció banal, ya practicado otras veces incluso con el mismo Damián.

La diferencia era la situación, la predisposición y sobre todo su actitud, decidida y aviesa, suya, mía, acompasada por un latido vibrante y el dichoso temblor las piernas.

  • Yo  - yo no pude objetar nada pues sus labios me besaron sin muchas delicadezas por cierto, obligando a entreabrir los propios para dejarse conquistar por su lengua mientras aproximaba el cuerpos sin mucho preámbulo.

Instintivamente, eché un paso atrás.

Solo fueron dos segundos, sí, pero recuperé el sentido común, salí de la cristalería y caminé por la acera la hora larga que había hasta casa dejando escapar uno tras otros todos los urbanos, sintiendo un hormigueo de entrepierna, antesala del puro placer que, con cada paso, crecía entre mis hinchados labios vaginales, los cuales, tenían la peculiar costumbre de doblar su presencia cuando sentían auténtica excitación en aquella que era su dueña.

  • ¡Qué me dices!.

Un marido normal hubiera desempolvado la espada del armario…

  • ¿Te beso?.

Un marido normal lo hubiera buscado hasta encontrarlo en el cuchitril donde se escondiera…

  • ¿Y te gustó?.

Pero mi marido en cuestiones de sexo, no era un tipo precisamente normal.

  • Cariño me pilló de improviso – sí, me había gustado – No supe cómo reaccionar – mi humedad interior lo desmentía – salí corriendo sin ninguna gana de regresar – mentira, mentira, mentira, deseaba volver, volver y continuar hasta descubrir donde nos llevaba aquello.
  • Bueno cielo, ya sabes lo que opino….si quieres….puedes.
  • ¡No digas tontería!. ¡Ya te lo dije hace once años y punto! - Y estallé….para desgracia de mi marido estallé- ¡Además estoy hartita de este tema!. Hartita ¿entiendes?. ¿Tu que quieres que me tire al primero que pille para poder hacer lo mismo listillo?. ¿Estás loco?. ¿Es que no te humilla el que otro hombre me la meta?. ¿Es que no te daría asco?. ¡Pues a mí sí! ¡Y yo soy el cuerpo mamarracho!. ¡Soy tu mujer!. ¡Reacciona hombre!¿Es que no me respetas?. ¿Pero qué locura es esta que llevas encima desde hace tanto tiempo? Eres un poco flojo amor, por mucho que te quiera me tienes hasta las narices. Estás casado, tienes hijos y vas por allí como un perro en celo queriendo, no se, cosas muy raras. Tu serás muy abierto sí, pero yo no. A mí me gusta acostarme solo con un hombre y contento deberías estar en ser tú. ¡Alelado!.

Dicho lo cual marché de casa dando un soberano portazo, bajando las escaleras de tres en tres, resentida, humillada, profundamente confusa.

Volví cuatro horas más tarde.

Entré y allí estaba el, preparando una cena a base de caldo y croquetas de jamón, mis favoritas y encima caseras, mientras los chicos andaban con sus deberes o haciendo como que los hacían mientras en realidad chateaban o veían porno.

Entré, llegué a mi habitación, me desnudé, me di una eterna y calentita ducha, salí…”cariño la cena esta lista”….”voy amor”.

Me puse el pijama, encima la bata rosa y hortera, las pantuflas desgastadas regalo de un lejano cumpleaños, me senté en el sitio acostumbrado, disfruté del caldo calentito, de la presencia confiable de los míos, rodeándome, amparándome.

Estuvimos hasta tarde viendo una película argentina llena de buen argumento y acentos raros…Ricardo Darín y su hipnítico efecto…cubiertos por la mantita por donde mi marido trataba de buscar el perdón acariciándome la mano….”que dulce puedes ser cacho cabrón”.

Los hijos dieron excusa…”tengo sueño”….“mañana hay un examen complicado” y nos dejaron solos.

La película terminó, nos levantamos como siempre, nos limpiamos los dientes como siempre, nos acomodamos para meternos en la cama como siempre, apagamos la luz como siempre…el se giró tras darme un tierno beso, dispuesto a dormirse, pegado, como siempre, a mi cuerpo.

Yo abracé a mi compañero de vida por la espalda, él se acurrucó, respiró hondo.

  • Me follé a Damián.
  • ¿Cómo? – el hechizo se echó atrás, deshaciendo la cama, encendiendo la luz de su mesilla.
  • Perdóname, perdóname por favor. No sé que pasó, no sé que pensaba no se…
  • Cuéntamelo por favor, cuéntamelo todo, no me pidas disculpas y cuéntamelo.
  • Me da mucha vergüenza,  me siento tan frágil, tan desnuda.
  • Desnuda te voy a dejar – sus manos se aferraron a mis caderas atrayéndome hacia el sin darme tiempo para excusas - Mira, toca – su polla estaba ya erecta como cuando a los dieciocho nos tocábamos y solo había que respirarnos para conseguir en nosotros aquel apasionante estado.

“Estaba agotada. Entiéndeme. Me agotas cuando avasallas con estas fantasías tan tuyas. Caminé por caminar. Ya a me conoces. Caminé para desfogarme, para deshacer los nervios como hice tantas veces cuando nos peleamos por los niños, por las facturas, por los malos ratos. Caminé sin rumbo, te lo juro. Pero para mi sorpresa, cuando comencé a percibir donde estaba, resulta que me encontré frente a la Cristalería de Damián que a esas horas atendía a unos clientes con pintas de pesados. Lo veía desde la calle, distrayéndome con el escaparate. El me vio, sonrió, guiñó un ojo. Llevamos años de amistad cielo y nunca percibí en el un trato tan descarado. Los clientes se marcharon. Damián los acompañó hasta la puerta y tras despedirse con gesto hipócrita, se quedó allí, mirándome”.

  • ¿Qué te dijo? – preguntaba con aire avieso mientras sus manos buscaban cada centímetro de piel que pudiera palpar bajo la ropa.

“Sé que habló cielo….alguna frase hecha, no sé, de conquistador discotequero, de tiarrón sobrado. Esas sandeces que en una película quedan bien pero que mil veces te lo dije, a esta no la activan. Lo que sí recuerdo es que cogió mi mano, me metió ansioso dentro de la tienda y, mientras caminaba hacia dentro, escuché como echaba el pestillo”.

  • ¿Qué sentiste?.

“Miedo. Miedo y ganas de salir a escape. De verdad no sé por qué no lo hice, que pasaba por mi cabeza. ¿Qué haces aquí? me preguntaba. Pero todo se borró cuando me abrazó desde atrás y comenzó a besarme el cuello”.

  • ¿Cómo lo hizo? ¿Se abalanzó? ¿Lo hizo así? – inició unos excitantes besuqueos justo bajo el lóbulo derecho.

“Echando sobre mi todo su cuerpo. Bien pegado, con sus labios semiabiertos, suspirando sobre la piel, besando muy lentamente de arriba abajo, llegando hasta la oreja para redondearla, como si hubiera triunfado”.

  • Eso siempre te encantó ¿verdad? – que bien lo sabía, que bien me estaba poniendo a tono.

“Me vuelve loca lo sabes bien diablo. Sentí un cosquilleo intrigante desde las cejas hasta la punta de los dedos. Un calambre eléctrico, ecléctico, apasionante. No sé, hace tanto que no sabía lo que era un hombre que no fueras tu”.

  • Desde aquel novio torpón que te desvirgó a los dieciséis….¿Le correspondiste?.

“Estaba de espaldas. Solo pude echar un brazo hacia atrás y enredar los dedos en su pelo. Lo tiene tan espeso, tan hombruno. El bajó sus manos para ponerlos sobre mis pechos y los apretó algo bruscamente pero no sé porque, en ese momento era lo que mi cuerpo pedía…ago de dureza. Luego bajo hasta el ombligo, apretándome contra su cintura. Estaba dura”.

  • Damián está gordo cielo – sus deditos comenzaron a juguetear bajo mi braguita blanca, de Sabeco y de diario.

“No, su tripa no. Su polla estaba tiesa, muy tiesa. La sentí en el culo como una barra de hierro. La cabeza se me deshacía. Ya no me acordaba de nada de lo aprendido, de todas las normas con las que me adoctrinaban en el colegio, en casa, siendo tan niña. Sentía una curiosidad inmensa. Me giré”.

  • ¿Le besaste? ¿Así? – ufff que beso me regaló el muy sátiro.

“!Claro que si!. ¡No seas tonto!”.

  • ¿Con lengua?.

“Desde el primer segundo. No fuimos tontos. Abrimos la boca, nos devoramos, jugamos con nuestras lenguas hasta agotarlas. Damián besa bien, su aliento huele a vino caro, su acople es casi perfecto. Mientras me devoraba los labios, me acariciaba la espalda primero por encima de la camisa. Luego la deshizo y metió la mano por debajo. Tiene las manos algo callosas, supongo que cosa de llevar tantos años cortando cristales”.

  • ¿Te desnudó allí? – cariño, cariño ese masaje de pechos, que delicia, como lo estás haciendo.

“No. Estábamos en mitad de la tienda. Nadie nos veía porque se encargó de echar la persiana pero no era un sitio que inspirara a la discreción”.

  • ¿Entonces?.

“Me levantó de un solo empentón. El hijo puta esta fuerte aunque obeso. Me obligó a abrir las piernas y abrazar sus caderas. No esperaba que tan habilidoso la verdad. Aparentemente esta en baja forma y sin embargo, lo hizo con maestría, con vigor, como si no le costara nada. Me aferré a su cuerpo mientras avanzaba con increíble facilidad hacia su despacho, colocándome sobre la mesa. Estaba con alguna que otra carpeta. Las tiró al suelo de un solo manotazo. Así a lo peliculero. Aquello, no me preguntes porque, me puso como una perra. Mucho. Los papeles anduvieron volando de un lado a otro de la estancia hasta posarse en el suelo. Yo los veía recibiendo los besos de Damián y me abría más y más como por instinto. Lo sentía tan salvaje, tan indómito”.

  • ¿Te desnudó entonces allí? – besaba mis pezones que no necesitaban ya más saliva para estar como mármol de fríos, como ascuas de cachondos.

“!Que deprisa vas cariño!. Antes me hizo disfrutar con sus ansias, su manera de devorarme el cuello, de descender hasta los pechos, de acariciar mi espalda, de desabotonar lentamente la camisa, de estirar el pelo para obligarme a echar atrás la cabeza y lamer desde mi traquea hasta la barbilla, descendiendo a paso de tortuga, sin dejar nunca de gemir, de hacerme gemir, de suspirar, de hacerme suspirar hasta besarme las lorzas y de allí, bajar la cremallera de la falda, bajar la misma falda y dejarme con todo al aire y la vergüenza por el suelo”.

  • ¿Qué te decía? – preguntaba mientras sus dos deditos se colaron en una vagina lubricada del todo.

“Me dijo tanto. Me hablaba de la de años que llevaba deseándome, de la de veces que se folló a Clara imaginando que era yo, de lo bien que sabían los jugos de mi coño”.

  • ¿Se lo dejaste comer? ¿A la primera? – aceleró el juego de sus digitales traicionando a mis caderas que mostraron la avidez de sus deseos.

“!Por Dios amor que ya no somos niños!. No me pude resistir. Lo siento. Lo siento de veras cielo pero estaba absorta, deseaba con locura que lo devorara. Que se lo comiera todito, todito, todo. Y lo hizo. Vaya si lo hizo. Primero con besitos tan sutiles pero que sentía como si los diera con toda su energía. Luego abriéndolos muy delicadamente con sus dedos, dejando la carne rosácea de mi coñito al aire y lamiéndola…creo que entonces grite. Si grite porque insistió en el gesto, aumento el ritmo. Es muy pero que muy diablo. Así hasta que dio un lamentón tan ensalivado y extenso que note como mis jugos se multiplicaban hasta ahogar su boca”.

  • Sigue, sigue contándome – se echó sobre mí liberándose de los calzoncillos.

“Se levantó. Me lo quedé mirando con cara de ¿vas a parar aquí?. Se echó atrás y fue desnudándose. La verdad es que no está muy bien conservado. Pero no sé qué sacudía mi testosterona. Deseaba que aquel cuerpo con sus chichas, con su vello, con el músculo bajo la grasilla me follara. Cuando se bajó los pantalones…”.

  • ¿Cómo la tiene?. ¿Cómo está? – comenzó a juguetear a la entrada del paraíso.

“Tranquilo fiera. Vas muy deprisa. Normal. Supongo que en tus fantasías soñaste con enormes pollas. Pues olvídalo. Esta es normalita. De larga a medias, unos catorce o quince centímetros”.

  • Yo la tengo más grande.

“Si pero no más gorda. Es muy gorda amor. Algo así – lo representé con los dedos – Y hay algo muy llamativo. Sus venas. Tiene tres o cuatro que la rodean como la hiedra, muy….azuladas, palpitantes. Me atrapó ver como latía su polla. Le pedí que dejara de hacer eso y me aseguró que no lo hacía queriendo. Que aquello era cosa de estar muy excitado”.

  • Uffff – la cara de mi marido era un poema puro de excitación y felicidad - ¿Te arrodillaste?.

“Me faltó tiempo. Llevaba mis zapatos de tacón bajo, esos horteras que no te gustan nada pero son tan cómodos. Me arrodillé y la cogí entre las manos….primero la masajeé con la derecha, lentamente, luego cambié a la izquierda. Damián no pudo más y le entraron las prisas. Cogió mi cabeza con vigor, sin contemplaciones, obligándome a metérmela dentro de una sola tacada”.

  • ¿Te gustó comérsela a otro? ¿Qué sentías?.

“Curiosidad. Siempre me has dicho que soy una gran mamadora. Quise comprobarlo. Me entregué. La relamí, la ensalivé, le di leves mordisquitos, incluso me comí sus huevos. ¡Sabes que el muy cuco está totalmente depilado?”.

  • No le pega.

“No pero lo agradecía. Pude chuparlo todo sin pelos ni ascos. Cada vez que la sacaba de mi boca y la miraba, sus venas parecían estar más intensas y el no paraba de gemir, de gritar. Pensé que se corría cielo”.

  • ¿No lo hizo? – inquirió mientras finalmente me penetraba, cosa que agradecí con un intenso suspiro – Eres la mejor feladora que conozco.

“Ummmm gracias amor pero no lo hizo. En su lugar me alzó, me dio la vuelta, beso otra vez mi espalda, mi cuello mientras los brazos sujetaban dirigían, ordenaban. Es algo mandón. Me puso con la mitad del cuerpo sobre la mesa pero con los pies en el suelo. La verdad, hubiera preferido mirarlo la primera vez que…”

  • ¿Qué? – hay que ver con que ansia de quinceañero me follaba – La primera vez de que?

“La primera que me penetró. Primero sentí que se acoplaba con enorme sutileza. Parecía querer tener mucho cuidado y lo hacía. Su capullo jugueteaba con mi vagina, como si pidiera un innecesario permiso. Ese momento casi me derrite. Suplique que me la metiera, de verdad amor se lo supliqué. Pero se hizo derogar. Y eso que estaba completamente poseído…y yo. En su lugar rozaba con su pene sin meter más que uno o dos centímetros. Y se paró”:

  • ¿Se paró? ¿Es que se acojonó?- agarré el culo de mi marido para obligarle a hincar más deprisa, más adentro.

“Te garantizó que no. Apenas giré el cuello para verlo y pedir explicaciones, más que meterla, la incrustó de una sola tacada. Entró que no veas. Pude escuchar como chapoteaba dentro de mi coñito”.

  • ¿Gritabas? ¿Gritaba el? Oggg.

“Me llamó zorrita, me llamó puta. Me aseguró que desde entonces me follaría así cuando quisiera. Y te juro que le decía a todo que sí. Te juro que grité hasta reventarme la garganta. Daba caña a lo bestia. Sabe bien cuando acelerar y enloquecerte para luego parar las embestidas y dulcificarlas dándote un breve segundo, para recuperarte y cuando empiezas a confiar, va y vuelve a acelerar para obligarte a suplicar más”.

  • Mi amor esto es demasiado para mí polla – y para mi coño cielo.

“Salió y me dio la vuelta. El de pie, puso mis piernas sobre sus hombros y volvió a meterla esta vez sin tantos tapujos ni teatros. Lo hizo con fiereza. Pude ver como chorreaba de sudor, como bufaba de puro gusto. Estuvo un cuarto de hora así, besando mis pies mientras me hacía sentir loca perdida, con su polla tan metida, tan bruto que los pechos rebotaban de arriba abajo y la mesa temblaba. Era muy….muy salvaje, muy imprevisto”.

  • Eso ya lo hemos hecho tu y yo – aceleraba su ritmo provocando que apretara mis piernas hasta hacerle sobre su culo un hábil nudo.

“Lo se amor pero era tan novedoso….su cuerpo tan normal, sentí su barriga pero también una habilidad que desconocía para rozarme el clítoris cada vez que ensartaba”.

  • ¿Te corriste?.

“Cuando me daba desde tras no. Estaba demasiado tensa, demasiado atenta. Pero allí, de frente, viendo su cara de puro placer, como apretaba los dientes tratando de aguantar... Como las perlitas de sudor caían desde su frente por el rostro, sus pectorales tan fofos y brillantes por el esfuerzo….bufff me puse tan cachonda, empecé a mecerme como una posesa a gritar a desahogarme, a poner mis pies de punta, reventando justo cuando sentí que su leche me inundaba”.

  • ¿Pero…te follo apelo?.

“No, no caí en la cuenta amor. Perdona. Pensé que era de fiar que….”

  • Aaaaaaggggg amor te voy a llenar – que excitado estaba el muy cabrón.

“No, el me lleno antes. Su semen aún está dentro de este coño. Córrete cielo, mezcla tu jugo con el de Damián”.

Y lo hizo. Gritó tanto que sin duda nuestros hijos, descubrieron que sus padres aún se daban gusto.

  • Te amo cielo – aseguró, aun jadeante y sin salir de mí.
  • Y yo. Siempre… no lo olvides. Esto lo hice por ti, solo por ti.

Fue la última mentira.

Por qué al dia siguiente, subida en el treinta y uno, suspire, sabiendo que en realidad, lo había hecho por mí.

Hubo beso inesperado.

Pero nunca se echó polvo alguno.

No rompimos a gritos todos los vidrios de la cristalería con aquel sexo brutal sobre la mesa del despacho.

No hubo cunnilingus salvaje, no felé polla alguna, nadie me penetró con fuerza.

Aquel día, no me follo otra polla que la de mi marido, y solo sus jugos inundaron mis adentros.

No.

Todo me lo inventé para certificarlo, para tenerlo todo atado y bien atado.

Y ahora, sabiendo que podía tocar sin quemarme las puertas del cielo, bajaba las escaleras de aquel treinta y uno, justo frente a la cristalería de Damián, con las certezas

firmes y las bragas en la mano.