Por fin un trio

Se cumplió mi deseo.

Por fin un trio

Se cumplio mi deseo.....

El viernes por la noche estuve esperando que llegara Ricardo. Él me había avisado que se encargaría de encontrar a la mujer que se ajustara a lo que pensaba que me podía gustar a mí, que él se encargaría de todo, y que yo le esperara en casa. Estuve dando vueltas por la casa como una tonta, preparando, no sé, algunos sandwiches, bebidas, algo frío por si queríamos picar algo. Excuso decir que no tenía la cabeza donde debería tenerla: el coño estaba empapado toda la tarde. La braguita que me puse, al final de la tarde estaba para tirarla. Intenté no masturbarme para mantener todo mi sexo dispuesto para la noche, pero no me fue posible: en parte por la excitación, en parte por los nervios (cuando estoy muy tensa o no puedo dormir, me hago una paja). El caso es que a eso de las ocho (Ricardo me había avisado que llegaría sobre las nueve y media), llené la bañera de agua caliente, gasté media botella de gel y sales, y me metí dentro (no suelo bañarme nunca, siempre me ducho). Estuve dentro quince o veinte minutos, con los ojos cerrados, medio adormilada, acariciándome el clítoris: tuve dos orgasmos, y podría haber tenido otros catorce. Pero decidí parar. Algo me calmó, pero tampoco demasiado. Me lavé la cabeza, y me arreglé. Estuve dándole vueltas media hora a la ropa interior que ponerme, y al final me decidí por un conjunto de sujetador y braguita color rojo oscuro, casi caldero, muy sencillito, con poco encaje. Así que me fui al salón, me senté en el sofá, y empecé a fumar como una tonta: lo había dejado hace unos meses, pero no pude resistirlo. Diez minutos más tarde oí cómo se abría la puerta, y voces: una, la conocía (Ricardo), la otra, no. Me puse en pie (al oír que la puerta se abría, sentí que me daba un vuelco el corazón, y eso que llevaba diez minutos esperándolo), y les vi pasar por la puerta. "Marta, te presento a Nuria". Me quedé como petrificada, supongo que no se me debía ni entender lo que hablaba. Ella empezó a reirse, muy simpática: supongo que notó lo nerviosa que estaba. Me acerqué y le pedí su abrigo para colgarlo. Nuria era todo lo que podía haber deseado, al menos físicamente. Cuando se quitó el abrigo, la vi entera. Apenas debía medir 1,55 (si es que llegaba); pelo muy cortito, con flequillo, negro (teñido). Ojos verdes, y piel muy blanquita. Delgadita, pero con formas. Llevaba un vestidito negro, algo cerrado a la altura del cuello, y más bien corto por abajo, no le llegaba a las rodillas. Medias negras de fantasía, con calados, y zapato no muy alto. Y tenía las manos heladas (es curioso de lo que se acuerda una, de las cosas más tontas). Cuando fui a besarla, se produjo un instante curioso: le sacaba como veintitantos centímetros, parecía que iba a comérmela. Las dos nos dimos cuenta, y nos reímos como tontas. Pasó al salón, mientras Ricardo me llevaba aparte. Me dijo que no me preocupara por el tiempo, que la había contratado toda la noche. Viéndola, me imaginé que debía haber costado un dineral (no parecía una puta barata), pero decidí no pensar en ello. Cuando pasé al salón, ella ya se había sentado en el sofá. Nos sentamos todos, puse bebidas (ella pidió una coca cola, y yo me tomé un ron con hielo), y hablamos de tonterías. Un poco más calmada, me fijé en su cara. Nada más verla entrar, la impresión que me dió fue la de una niña, por su tamaño y sus facciones. Ahora, por las marquitas junto a los ojos, las pequeñas arruguitas cerca de la boca, me daba cuenta que, si bien era joven, no tenía los apenas veinte años que le había echado a primer golpe de vista: debía andar cerca de los treinta. Al cabo de unos instantes de hablar de tonterías, Nuria tomó mi vaso de ron, le echó un pequeño sorbito, y cortó por lo sano. - Bueno, chicos, yo no sé vosotros, pero yo he venido aquí a divertirme, así que habrá que ponerse manos a la obra -nos quedamos sonriendo, como tontos- ¿No tenéis ningún vídeo? En ese momento no teníamos ninguno. Ricardo hizo un amago de bajar al club a por uno, pero ella lo paró y dijo que tenía uno en su bolso. Se levantó a por él y se lo pasó a Ricardo, que lo puso. Al poco de empezar, nos dimos cuenta que era un vídeo porno sólo de chicas: alguna vez había visto en casa uno de esa serie, lo protagoniza una chica que se llama Bonita, una morena preciosa. Bueno, el caso es que el vídeo seguía su marcha, y todos estábamos parados como pasmarotes. Al cabo de unos minutos, Nuria me preguntó dónde estaba el servicio. Salió, y Ricardo y yo nos miramos. se nos notaba a la legua la excitación, pero también que no sabíamos cómo empezar. Nuria volvió enseguida, y se sentó en el sofá, donde estaba (junto a Ricardo, yo estaba en un sillón al lado), pero se quitó los zapatos y subió los pies al sofá, recogiéndose las piernas en un ovillito. Seguimos viendo el vídeo. Yo creo que los latidos de mi corazón debían de oírse en todo el cuarto. - Marta -me dijo Nuria de repente- ¿Te importa si te cojo un poco más de tu ron? La miré para decirle que no, que no me importaba, pero mientras le contestaba, ella, cuando supo seguro que la estaba mirando, abrió las piernas frente a mí, apenas unos segundos, y las volvió a cerrar. En ese preciso instante me di cuenta que había ido al baño a quitarse las braguitas: bajo las medias no llevaba absolutamente nada. Y creí ver algo que más tarde confirmé. Me quedé con la palabra en la boca, como una idiota, mientras ella me miraba a los ojos, me sonreía, y se bebía mi ron. Acto seguido, se giró un poco, para ponerse frente a la televisión y, como quien no quiere la cosa, dejó caer su mano sobre Ricardo, sobre su cremallera. Empezó a acariciarle el bulto por encima del pantalón, mientras él me miraba a mí, como disculpándose. Antes de que nadie dijera nada, Nuria, sin dejar de mirar la tele, bajó la cremallera del pantalón, con una sola mano, la metió dentro, y extrajo la polla de Ricardo. Estaba totalmente empalmado, así que tuvo que desabrocharle también el botón del pantalón para poder sacarla. Estaba empapada de su líquido preseminal, y este se quedaba pringando entre su polla y sus calzoncillos. Nuria, sin dejar de mirar la tele, empezó a masajearle suavemente la polla, haciéndole una paja muy lenta, muy lenta, subiendo y bajando su piel y descabezando su capullo (Ricardo no está circuncidado). Supongo que eso suponía ya el inicio de las hostilidades. Pero no sabía muy bien cómo actuar. Eso sí: tenía la sensación de que iba a calar hasta el sillón con mis flujos. Nuria siguió pajeándole, con extremo cuidado de no acelerar el ritmo para que no se corriera. Me miró un instante y dio una palmada en el sofá. - Ven aquí -me dijo. Como una autómata, me levanté y me senté a su lado (ella en el centro, Ricardo a la derecha, y yo a la izquierda). Me pasó el brazo por el cuello, y me hizo recostar la cabeza sobre su pequeño hombro. Tenía la mano derecha ya pringosa del líquido de mi chico. Se la acercó a la boca y se la lamió: me miró, me la enseñó, y me preguntó si quería. Dije que sí, con la cabeza, y le lamí la palma de la mano. Me miró, besó su palma, humedecida por el flujo, me tomó la cabeza por la nuca y me depositó un pequeño beso en los labios, dejándome todo el sabor de la polla de Ricardo. La miré a los ojos, sin poder reaccionar, pero Nuria (que, la verdad, me estaba demostrando ser muy, pero que muy puta) empezó a sonreír. - Bueno, chico -dijo mirando a mi marido- Tu mujer y yo tenemos que hablar. Tú quédate aquí acabando de ver la película, y luego nos la cuentas. Se reclinó sobre la polla de Ricardo, le dio un lametón con la lengua, rodeándole todo el capullo (menos mal que sé que Ricardo tiene bastante aguante), y se puso en pie. Me cogió de la mano y me dijo que la siguiera, preguntándome por el pasillo dónde estaba mi habitación. Llegamos a ella cogidas de la mano. Nuria me dijo que me veía tensa, que me calmara, que no pasaba nada, y la verdad es que ella mismo me lo dijo como no dándole importancia. Como si fuera yo la muñequita, y no ella, me dio la vuelta mientras me hablaba, y me desabrochó la falda y la blusa, tirándolas al suelo. Me quedé en sujetador y braguitas, y debía de tener la cara del mismo color rojo que ambas prendas. Ella siguió como jugando: se subió de pie a la cama y me miró con expresión divertida. - ¡Mira, ahora soy más alta! Me rodeó el cuello desde la espalda con sus brazos y empezó a chuparme el lóbulo de la oreja, y a darme pequeños mordisquitos y besitos, y a hablarme bajito al oído. Me decía que no me preocupara, que ahora íbamos a jugar, que ella se encargaba de todo, pero que no fuera tan tonta como para bloquearme y no divertirme. Mientras me hablaba, me desabrochó el sostén, que cayó al suelo, y sus manos pasaron de mi cuello a mis tetas. Las tenía calientes, con los pezones como un dedal de tiesos: el contraste entre sus manitas pequeñas y pálidas y mis pechos, oscuros, con una areola más marrón todavía, y grandes... daba la impresión de que estaba abusando de una menor, o acostándome con una alumna del colegio. Pero si alguna de las dos sabía lo que estaba haciendo, sin duda esa era Nuria. Me pidió que me diera la vuelta. Ella bajó de la cama, y se sacó el vestido delante mío, quedándose completamente desnuda: las braguitas se las había quitado antes, cuando fue al baño, y no llevaba sujetador (no tenía un pecho grande, pero para lo pequeñita que era, estaba muy bien formada, y aunque tenía formitas podía no llevar sostén). Pero ahora me di cuenta de lo que me había parecido ver antes: estaba completamente depilada. Mis ojos se quedaron clavados en esa rajita limpia, aparentemente tersa, una brocheta como la de una niña pequeña. Yo tengo mi pubis arregladito, pero soy una mujer con tendencia a ser velluda, y se me acaba quedando una zona compacta de vello negro, tupido, que suelo peinar para desenredármelo. Pero nunca había visto un coño así. Nuria se dio cuenta de mi sorpresa, sonrió, me tomó la mano y se la llevó a su entrepierna. Estaba calentita, tibia, y el tacto fue algo que me sorprendió casi tanto o más como el aspecto. - Te dejo yo a ti si me dejas tú a mi -me dijo, como sacándome de la hipnosis. Acercó el cuenco de la palma de su mano a mi coño, lo tomó sobre la braguita y se pudo dar perfecta cuenta de mi humedad, por encima de la tela. - ¡Uf, reina! Estás como un pato... Se sentó en la cama, frente a mi, y me bajó las bragas, deslizándomelas por las piernas hasta los pies. Me deshice de ellas, y Nuria reculó sobre la cama, sin soltarme de la mano, arrastrándome tras ella. Se arrodilló frente a mi, y yo hice lo mismo. Me abrazó, frotándose contra mis pechos, besándome en el escote y en el cuello, y luego sacando la punta de su lengua y lamiéndome brevemente las mejillas. - Ven -dijo, y me hizo tumbarme boca arriba. Ella se tumbó sobre mi, y hundió su cabeza entre mis tetas. Se rió al ver cómo casi nadaba entre ellas. - Es como estar con mamá... -bromeó. Se irguió, y me dijo que me relajara y me tranquilizara, que la dejara a ella. Empezó a depositar besitos en mi cuello, en mis tetas, en mi estómago, bajando, bajando, hasta que llegó donde me temía que iba a llegar, donde esperaba que llegara. Primero depositó otro besito en mi raja. Fue como una descarga eléctrica. Me agarró las caderas, como pidiéndome que no me moviera y me tranquilizara, y volvió a besarme, pero esta vez recreándose más, casi chupándome. Fue como un beso de boca, pero en mi coño. Empezó a pasear su lengua por mi raja, sin apenas abrirla, hasta que deslizó su mano entre mis piernas, separó los labios de mi vulva y empezó a lamer más adentro. Notaba que estaba empezando a formarse un orgasmo dentro de mí, que quería correrme, pero también notaba una especie de bloqueo que me lo impedía. Ella se aplicó, a más velocidad, pero por mis gemidos nerviosos creo que se daba cuenta de que no conseguía llegar. Bajé la vista, y vi cómo ella levantaba la mirada, para ver cómo reaccionaba. Creo que se dio cuenta de mi bloqueo, porque cambió el ritmo. Y porque con sus dedos abrió la capuchita que cubre mi clítoris, pasando primero su pulgar por mi pepita húmeda, y luego lamiéndomela. Esto supuso otro acelerón en mí, pero seguía sin poder correrme, y empezaba a desesperarme, a gemir como si fuera a empezar a llorar. Entonces Nuria, acelerando aún más el ritmo, introdujo dos de sus dedos en mi coño, empezó a hurgar por la pared frontal de mi interior, y empezó a imprimir un ritmo de mete y saca que acompañaba sus lametones y sus succiones en mi clítoris. Y ahí empezó todo, o acabó todo, no lo sé... Me corrí. Me corrí a espuertas, perdí durante unas décimas de segundo la noción de dónde estaba, de lo que estaba haciendo, de quién me lo estaba haciendo. Cuando volví, me doblé, sentándome, tomé a Nuria de la cabeza y la besé, en la boca, profundamente. Al instante me di cuenta de lo que estaba haciendo (Ricardo me ha dicho varias veces que a las putas no les suele gustar que las besen en la boca: en los labios, sí, pero no en la boca), y me separé, cortada. Nuria se dio cuenta de lo que pensaba, sonrió, me tomó ella también de la cabeza y ahora fue ella la que me besó: en la boca, con lengua, más brevemente, pero con lengua. - Lo... lo siento... -balbuceé. - No me pidas perdón... -dijo mientras se ponía donde yo había estado y se tumbaba- No me pidas perdón y cómeme el coño". Se tumbó, despatarrada, con las piernas abiertas. Me quedé mirándola, y ella me hizo una señal con el dedo en dirección a su sexo. Torpemente, metí mi cabeza entre sus piernas. Empecé a besar sus muslos, a ir acercándome a su coño beso a beso, lametón a lametón. A ella parecía gustarle. Cuando llegué al momento cumbre, pensé: 'Qué demonios, soy una mujer, y sé lo que me gusta que me hagan. No debería resultarme tan difícil hacerlo yo'. Así que empecé a lamerla, a separar sus labios con mis pulgares y a intentar introducir mi lengua lo más hondo que me fuera posible. Nuria estaba húmeda, y eso me agradó, me excitó, y me dio ánimos para seguir. Estaba por el buen camino y ella, puta o no puta, profesional o no, estaba excitada. Bien. Creo que a partir de ese momento ya fui yo misma. Era cuestión de coger ritmo, y lo cogí rápido: le lamí la raja mientras le masturbaba el clítoris con el pulgar, le metía los dedos (tres) a ritmo mientras le chupaba el clítoris, y al final le hice algo que a mí me encanta: tamborileé mi pulgar sobre su clítoris, dándole pequeños golpecitos. A ella también le gustaba. Me puso la mano en la cabeza y me obligó a que siguiera chupándole: pude ver que estaba a punto de correrse y que quería hacerlo con mi lengua en su raja. Aumenté el ritmo hasta que empezó a agitar el culo, así que apoyé mi peso, mi cabeza sobre ella para impedir que se moviera, e incluso (ya envalentonada) me atrevía a darle unos pequeños cachetitos en las nalgas. Su gemidito al recibir el primero me hizo ver que iba por buen camino... y que en el fondo, las mujeres sabemos cómo nos comportamos las mujeres. Exhaló un gemido de placer, y relajó su cuerpo. Se había corrido. Seguí lamiéndola, ahora más lentamente y sacándole los dedos de dentro, y ella ronroneó como una gata. Al cabo de un par de segundos, llamó a Ricardo. Giré la cabeza, y le vi llegar, con el pantalón a media asta, la polla enorme, como no recordaba habérsela visto nunca de hermosa y brillante. - Quítatelo todo y siéntate ahí -le dijo- Mira cómo me come tu mujer. Le sonreí, haciéndole ver que todo iba bien, y seguí lamiéndole. Ella empezó a contornearse, supongo que para aumentar el espectáculo a ojos de Ricardo, hasta que al cabo de unos instantes oí que le susurraba. - Ven. Él se acercó por detrás de mí, y supongo que ver mi grupa levantada mientras me comía a otra chica debió de resultar una tentación demasiado fuerte, o que ella le hizo señas para que lo hiciera, porque metió su mano en mi entrepierna, abrió mis labios y, sin mayores preámbulos, pero sin violencia ni obstáculos (estábamos los dos totalmente lubricados), me penetró. La sentí entrar hasta el fondo: mi posición -a cuatro patas- y su excitación hicieron que pareciera penetrar más allá de lo habitual. Empezó a bombearme, y después de tantos años follando juntos, supe entender por la manera de hacerlo que no tenía intención de acabarme rápido, que estaba recreándose en la suerte, como se dice en los toros. Le gustaba verme así, seguramente le gustaba verla también a ella, y disfrutaba. Yo también estaba tranquila, hasta que empecé a sufrir otra pequeña crisis, y notaba que me iba a correr. Lo dije, y Ricardo pasó sus dedos a mi clítoris, masturbándome al tiempo que me follaba. Pero Nuria le paró. - ¡No! ¡Déjame a mí! En un instante, se volteó, cambió su posición, reptó boca arriba hasta debajo de mi coño y empezó a lamerme mientras me volvía a encajar el suyo en mi boca. Estábamos haciendo un sesenta y nueve a la mayor gloria de mi marido, que seguía empujándome. Así que sentí los dedos de él, los de ella y, santo dios, la boca de ella como una ventosa en mi clítoris, exploté. Fue tan lánguida toda la preparación, y tan fuerte el estallido final, que hube de hacer esfuerzos para no derrumbarme sobre la cama, para que mis manos pudieran aguantar mi peso. Pero la descarga fue enorme, tanto, que tuve la sensación de haberme meado, no de haberme corrido. Empecé a gemir, casi a llorar, de felicidad, a encadenar un orgasmo con otro, a desearle a todo el mundo que fuera feliz. Casi llorando, le pedí a Nuria que le estrujara los testículos a Ricardo. - Cuando se vaya a correr, cuando se vaya a correr, apriétaselos un poquito... le encanta... por favor. - Vale, pero que cuando vaya a correrse, lo diga, que lo quiero en mi boca... ¿Me vas a dejar, Almudena? ¿Me vas a dejar que me tome la leche de tu marido, para mí? Era una auténtica puta: sabía tocar la fibra especial de cada uno para sentirse aún más excitado. - De acuerdo. Pero avísame. Quiero verlo. Esta conversación, los manejos de las manos y la boca de Nuria en sus cojones (luego me dijo Ricardo que, mientras él me follaba, Nuria con una mano estrujaba sus huevos y con la otra rodeó su polla, haciéndole una paja a cada embestida que me daba), todo, debió resultar excesivo para mi marido. Avisó que no podía más, y todas cambiamos posiciones. Nuria se puso frente a él, le tomó la polla en la boca y empezó a chupársela a un ritmo fuerte, mientras le pajeaba, para acabarle. Yo me senté a su lado, le pasé un brazo alrededor a Nuria, abrazándola y pellizcándola un pezón, mientras con la otra mano apretaba los huevos de Ricardo. Ella sería muy puta, pero yo era su mujer, se lo había hecho miles de veces y sabía exactamente dónde y cómo apretárselos, y Ricardo suspiró cuando lo hice. Sabía que ya le quedaba poco tiempo. Al oído le murmuré a Nuria que no se lo tragara. Ella me miró, con la polla de Ricardo en su boca, y por sus ojos supe que sonreía, y que entendía lo que le pedía. Aceleró su ritmo, Ricardo empezó a decir barbaridades, y soltó su leche mientras yo le atenazaba los testículos, y se los soltaba poco a poco. El primer chorro debió de sorprender a Nuria (Ricardo suele acumular mucho semen, no sé por qué), pero ya después pudo ir "gestionándolo" en su boca... hasta que empezó a escurrírsele por la comisura de los labios. Me acerqué a su cara, y empecé a lamer la leche de mi marido en sus mejillas. Nuria, automáticamente, liberó la polla y acercó su boca a la mía: me tomó con su mano libre la cabeza, me la inclinó un poco, aplicó sus labios a los míos, y empezó a trasvasarme la leche de su boca a la mía, ayudándose con su lengua, que de vez en vez se enlazaba con la mía. Yo me tragaba la leche, mientras respondía a sus besos, y le daba las últimas sacudidas al miembro de Ricardo para que se vaciara del todo. Ricardo, cuando está muy excitado (y esta vez lo estaba) suele poder llegar dos veces seguidas. La segunda, sólo con la mano, sólo sabiendo el ritmo preciso, y soltando mucho menos leche y mucho más líquida, menos densa. Pero lo suelta. Le dije a Nuria que mirara, y le masturbé a todo ritmo. Ella le toqueteaba con las yemas de sus dedos en la base de su escroto, y a los diez segundos él soltó esos dos o tres chorros que se fueron a parar directamente contras las tetitas de Nuria. Nos miramos todos, Nuria empezó a sonreír. - Sois una pareja curiosa. Se tumbó boca arriba, y nos hizo señas para que nos acostáramos a su lado, uno a cada lado. Nos relajamos un rato, hablando de cosas, de lo que nos gustaba hacernos en la cama, de las ganas que teníamos de meter a otra chica en la cama, y de lo contentos que estábamos de que fuera ella. Los dos parecían estar muy pendientes de mí, de mis reacciones: supongo que lo habrían hablado antes de venir. Al cabo de un rato, reparé en que, mientras que con una mano Nuria estaba acariciando mi cuello, el lateral de mi pecho, trazando círculos alrededor de mi pezón, con la otra estaba reanimando la polla de Ricardo. Cuando ésta alcanzó un tamaño respetable (le costó casi una media hora), Nuria dijo que había que aprovechar la noche, y que si teníamos alguna idea en particular. Miré a Ricardo y le pregunté que si estaba lo suficientemente excitado. - Lo suficientemente excitado, ¿para qué? -preguntó Nuria, pero Ricardo ya sabía a lo que me refería. Le vi un poco cortado, así que le expliqué yo misma a Nuria que a Ricardo, sólo si está muy, muy excitado, le gusta que le penetren por detrás, que le taladren su culo. Esto le hizo mucha gracia a la chica. - ¿Con qué? ¿Tenéis consoladores? - No, usamos los dedos... el mango de un cepillo para el pelo... - ¡Arriba! -dijo Nuria, y se levantó. Nos quedamos mirándola, sin saber qué iba a hacer. Pero no tardó en explicarlo- A cuatro patas los dos, uno al lado del otro, que me queden vuestros culos a mano. Nos pusimos los dos como ella nos había dicho, casi hombro con hombro, sobre la cama, levantando las grupas lo más posible. Yo estaba tan empapada como al principio, y veía por el rabillo del ojo cómo el miembro de Ricardo estaba ya en condiciones de empezar a jugar. Levanté más el culo. Nuria se acercó a por su bolso. Creí que iba a sacar un consolador, pero no: lo que sacó fueron dos guantes, color rojo vivo, que me parecieron de látex. Se los puso (su imagen era muy curiosa: desnudita del todo, pero con los dos guantes rojos, que le llegaban casi al codo). Sacó también del bolso un tubo que me sonaba conocido: un lubricante, algo más líquido que la vaselina, que Ricardo y yo utilizábamos cuando queríamos trabajarnos los culos. Soltó un chorro más que generoso de la crema en sus manos enguantadas, y se las frotó, concentrándose sobre todo en los dedos. Cuando lo hizo, se acercó a nosotros por detrás, aplicó una mano a cada uno de nuestros ojetes y empezó a deslizar un dedo en cada trasero. Entraban fácil, así que empezó a jugar con ellos, los sacó, y metió uno más. Teníamos el cuerpo muy relajado, y ella estaba muy lubricada, así que no le costó ningún trabajo meter y sacar los dedos. En un empujón, casi me metió la mano entera dentro del ano. Me giré y vi a Ricardo. Nunca podía meterle más de dos dedos, pero pude ver cómo a Nuria le entraba el cuarto. Ricardo estaba rojo, resoplaba y metía su cabeza entre sus brazos: yo ya sabía que esa era la excitación que mostraba cuando yo le daba por culo. Nuria, mientras, empezó a hablar conmigo. Que cómo se lo hacía, que si a mí me gustaba, que si me gustaría follármelo con un consolador de arneses, como si yo fuera un hombre... Yo le contestaba que se los metía con él a cuatro patas, mientras le ordeñaba la polla... o con él de espaldas, recogiéndose las piernas y empinando el culo, para verle la cara a la vez... o que cuando le metía el mango se la chupaba a la vez, y parecía tenerla más grande todavía... Mi conversación se iba entrecortando por mi excitación. Nuria sacó sus dedos de mi culo, y empezó a repartirlos entre mi culo y mi coño, metiéndolos y sacándolos, o acariciando mi clítoris. Sentía que me iba a correr, pero intentaba aguantar la conversación, seguir hablando. Ricardo, de repente, empezó a soltar un "oohh" que le salió de dentro. Vi cómo de su polla caía a la cama un hilillo de líquido preseminal, transparente... Me encanta ese líquido, así que alargué la mano, tomé algo de ese líquido y me lo llevé a la boca. - ¡Quieta...! -me avisó Nuria. Empezó a explicarme (como si Ricardo no estuviera oyéndola) que a él le excitaba tanto eso porque le estaba masajeando la próstata, y que aunque a muchos hombres el hecho de ser penetrados les repelía, ese toque era uno de los más exquisitos que se les podía proporcionar. Yo empecé a derrotarme, y se lo hice saber: me venía. Nuria dejó a un lado a Ricardo, se quitó los guantes, se puso sobre mí, como si fuera un toro follándose a una vaca, y apoyó su cuerpo, sus tetas, sobre mi espalda. Bajó sus manos a mi coño, y con una empezó a masturbarme mientras con la otra siguió trabajándome el culo. Me besaba la nuca, me magreaba las tetas... hasta que me corrí. Me desplomé sobre la cama. Ella bajó a mi pilón y me chupó, concediéndome un orgasmo más. Mientras me recuperaba, vi que Ricardo seguía a cuatro patas. Nuria también lo vio. - Ricardo... hasta ahora te he tenido muy abandonado... ¿quieres follarme? Ricardo me miró, como pidiéndome permiso, y dijo que sí. - Espera -dijo Nuria, y se levantó. Fue a por su bolso (el bolso mágico) y sacó un par de cosas. Una era una cajita de preservativos. La otra, una especie de peonza pequeñita, mucho más delgada y más larga. - No te muevas todavía -le dijo. Yo estaba de espectadora. Le puso un preservativo al aparato ese (era una especie de consolador anal), le echó por encima algo más de lubricante, y empezó a introducírselo a Ricardo. Le entró con facilidad, aunque ella se tomó su tiempo, y le estuvo follando un poco por el culo, metiéndolo y sacándolo. Vi cómo su polla daba pequeños saltitos, rebosando aún más líquido. Parecía como si estuviera preparándola. Se dio la vuelta y lamió un poco su verga: Ricardo estaba excitadísimo, pero yo sabía por experiencia (y así se lo hice saber a Nuria) que iba a tardar mucho todavía en correrse. - Mejor -dijo ella. Le colocó otro preservativo en la polla, se lo ajustó, y le empujó un poco más el consolador. - Que no se te salga -le dijo y se tumbo boca arriba, abriéndose de piernas, al modo tradicional- Ven a mí. - Espera -le dije. Se me había ocurrido algo. - ¿No puedes quedarte mirando un ratito, reina? -me dijo. - No -le dije. Me acerqué a ella, le dije que se levantara, y ocupé su posición- Ahora, túmbate sobre mí, como si yo fuera el colchón. Pareció gustarle. La acoplé, con su cabeza sobre mis pechos, de espaldas a mí. Yo misma ayudé a abrir sus piernas, se las mantuve separadas con las palmas de mis manos en sus muslos. Ricardo la insertó. Notaba cómo apretaba sus glúteos para que no se le saliera el consolador, y eso debía proporcionarle un placer extra. Nuria me dijo que, de todos modos, si se le salía ahí estaba yo para volver a metérselo, pero no parecía haber problemas. Ricardo estaba cómodo, follándose al estilo tradicional, a lo misionero. Ahora parecía controlar la situación, y prometía bastantes minutos de follada. Empezó a imprimir su ritmo, alternando movimientos lentos con rápidos. Yo, mientras, subí mis manos por el cuerpo de Nuria, sujetándole las tetas, pellizcando y frotando su clítoris cuando la notaba próxima a correrse. En un par de ocasiones, aprovechando la proximidad de ambos coños, Ricardo me la metió un poco, follándome un poquito. Una de ellas fue a poco del final, para darme una corrida final, y lo consiguió. Ya follada y relajada, me limité a servir de colchón masturbador para Nuria, hasta que Ricardo aceleró su ritmo, se olvidó de nosotras dos, se concentró en si mismo y se corrió dentro de nuestra amiga. Nos quedamos un rato así, con Nuria como el relleno de un sándwich. Al cabo de unos minutos, deshicimos el paquete, y nos tumbamos todos uno al lado del otro. Creo que nos adormilamos un rato. Al final, los sandwiches (los de comer) sirvieron casi de desayuno, cuando ya quedaba poco para amanecer. Hicimos café, hablamos juntos un rato... El ambiente había quedado mucho más relajado de lo que yo me había temido en un principio, y o mucho me equivoco o, más allá de sus obligaciones profesionales, Nuria había pasado un buen rato con nosotros. Hablamos de ella, de su trabajo, y nos confirmó que, aunque básicamente era heterosexual, había mantenido varias relaciones "no profesionales" con mujeres, viviendo con una durante un tiempo incluso. Ricardo se ofreció a llevarla en su coche, lo que ella declinó, agradeciéndonoslo, así que al final llamamos un taxi y nos despedimos, prometiéndonos volver a vernos. Incluso le dije que, si un día le apetecía, la invitábamos a cenar. Creo que le sorprendió la invitación, pero no la rechazó. - Tenéis mi número... Vosotros llamadme... pero no me dejéis sin dos clientes tan estupendos... Me dio un beso en los labios (ahora fui yo la sorprendida), y me dijo que había sido un placer. - Es un poco como si te hubiera desvirgado... y eso siempre es bonito. Cuando se fue, Ricardo y yo nos quedamos tomando otro café, más que relajados, felices. Sé que en los días que Ricardo y yo hemos tenido mucha actividad, al cabo de unas dos o tres horas a Ricardo le gustaba hacerse una paja. Era una especie de hábito. Cuando me lo contó, le pedí que si la paja se la podía hacer yo, y desde entonces, después de una larga noche, tras la ducha paso con él al baño, le siento en la taza y le masturbo. Así que, mientras tomábamos café, le dije a Ricardo que si quería que le hiciera una paja antes de irnos a dormir. Me miró y me dijo que no. - Si no te importa, Almudena, lo que me apetecería mucho sería follarte. Un ratito, con tranquilidad, hasta que nos quedemos dormidos. Le dije que sí. Según me lo iba pidiendo, me iba apeteciendo a mí también. Nos fuimos de la mano hasta la cama, todavía deshecha. Nos desvestimos, nos metimos en la cama, él encima mío, nos besamos y, sin deshacer el beso ni entrar en otros juegos o preámbulos, me la metió. Estuvimos haciendo el amor tranquila, lánguidamente, hasta que él se corrió, a los veinte o veinticinco minutos. Yo ya me había corrido dos veces para entonces, y me corrí otra más junto a él. Luego, nos quedamos dormidos.