Por fin me atreví
Después de tanto desearlo, por fin me atrevía a experimentar la zoofilia.
Es la primera vez que me atrevo a escribir sobre algo tan íntimo, pero siento el deseo de hacerlo y compartir con ustedes lo que tanto quería experimentar. Y es que desde que descubrí el tema de la zoofilia, la idea de practicarla se apoderó de mi mente; se hizo algo casi obsesivo. Los relatos que leía me resultaban tan excitantes como increíbles: imaginarme montada por mi propio perro, abotonada y arrastrada por él me extasiaba a morir, tanto que hasta en el trabajo terminaba con los calzones mojados pensando en esas cosas; pero en realidad no creía que fuera posible. Por más que veía fotos y vídeos por Internet, o me comunicaba con personas que decían saber del tema, la verdad que todo me resultaba poco creíble (¿cómo una mujer podría dejarse penetrar por un animal?, me preguntaba) pero estaba decidida a intentarlo con mi pastor alemán; el morbo y un ardiente deseo me dominaban, no quería esperar más.
Si algo dificultaba mi accionar era el hecho de vivir en una casa familiar con mis padres y hermanos. No tenía la libertad que necesitaba para hacer algo tan atrevido como tener sexo con nuestra mascota. Por eso lo primero que hice fue convertir el depósito que tenemos en nuestra azotea en mi estudio y trasladarme allí con el pretexto de tener que trabajar hasta altas horas de la noche. Fue así que logré aislarme de todos y quedar sola con nuestro perro, que allí también tenía su casa. Entonces pude dar rienda suelta a mis más bajos deseos.
Por lo que había averiguado, las cosas no se iban a dar de buenas a primeras, por eso me propuse hacerlo paso a paso, y lo primero que quise lograr, valgan verdades, era perder el asco que aun tenía por el animal. Como cualquier mascota de familia, nuestro perro estaba bien cuidado pero aun así ... bueno, era un animal y vaya uno a saber qué cosas podría tener en su cuerpo. Por otra parte tenía que ganarme su confianza para evitar que pudiera hacerme daño en algún momento. Felizmente, mi sola excitación me hacía superar cualquier obstáculo. Noche a noche, después de ver algún video zoo y jugar con mis hábiles dedos en mis dos preciosos orificios hasta mojarme, a la vez que le acercaba sus alimentos a mi mascota iba acariciando su cuerpo cada vez con más atrevimiento. Hasta que llegó el momento en el que, con la mayor naturalidad del mundo, ya lo estaba masturbando. Sus fuertes gruñidos de un principio se fueron transformando en placenteros jadeos, mientras suavemente frotaba su colorado pene. En poco tiempo me atreví a dar el siguiente gran paso, engullirme su provocativo miembro. Cuando lo hacía mi perro temblequeaba de placer mientras lo lamía con fruición y luego me lo tragaba bestialmente hasta hacerlo eyacular en mi garganta. ¡Qué asquerosa pero a la vez extraordinaria sensación la de ser inundada por el semen de este animal! ¡Me enloquecía! Debido a esto, literalmente después del trabajo corría a casa para repetir esta experiencia una y otra vez, hasta el hartazgo.
Pronto me di cuenta que si quería seguir adelante tendría que controlar mis gemidos de alguna manera; por eso me compré una pequeña almohada para morderla mientras disfrutara de lo que espera tendría que suceder. Y me sirvió de mucho, vaya que sí.
Pues bien, pasados algunos días decidí que era hora de acercarlo más a mi cuerpo para que se fuera acostumbrando a mis olores y a mis sabores. Así, durante las noches ya no solo lo masturbaba con mis manos y mi boca, me desnudaba completamente y jugueteaba con mi perro, a veces correteando a cuatro patas por el estudio cual si fuera una perrita en celo, invitándolo a seguirme, o acercándole mi vagina y mi ano a su hocico para que los lamiera; me masturbaba a su lado para que sintiera el olor de mis jugos e incluso llegué a orinarme en su encima. Fue una noche en que tan solo leyendo un relato por Internet llegué a un orgasmo tal que no pude contener la orina. Pero creo que sirvió de algo pues desde entonces sentí que el perro buscaba más mi sexo, y claro aproveché el momento para por fin lograr probar sus lamidas. Esto llegó a suceder una vez que me eché de espaldas sobre el piso del estudio y abriéndome de piernas y apartando con mis dedos las paredes de mi vulva para verter leche en ella, invité a mi perro a que la tomara. Y lo hizo de maravilla. Entonces las siguientes noches me bañaba en leche para que mi afortunado can me lamiera todo el cuerpo . ¡Qué placer¡ ¡Como disfrutaba sus lamidas a mi chuchita y a mi anito. Era simplemente maravilloso y noche a noche lo hacía mejor. Qué les puedo decir.
Creo que me estaba volviendo una enferma con estos encuentros zoofílicos. Hasta ahora me pregunto cuán malo, inmoral o aberrante ha sido tener estas relaciones con un animal. No sé la respuesta, pero creo que sobre todo no estoy haciendo mal a nadie. Ni siquiera estoy maltratando a mi mascota, por el contrario, pienso que lo disfruta tanto como yo y eso es lo que cuenta, no creen amigos de la Internet?
Pero continuando con mi experiencia, faltaba lo mejor, teníamos que llegar a la penetración. Lo deseaba, por supuesto, pero temía que el perro pudiera morderme o que el dolor que pudiera causarme al introducirme su pene fuera insoportable, sobre todo si también me encajaba su bola. Por eso, inicialmente me quitaba la ropa pero no el calzón pues pensaba, creo que inocentemente, que de alguna manera con esta prenda puesta evitaría que me metiera todo su miembro de un solo envión. Así vestida, o desvestida más bien, andaba en cuatro patas tentando al animal. En un principio el perro no atinaba a nada, daba vueltas conmigo pero no intentaba montarme, en absoluto; tan solo me olfateaba o me lamía, que era lo que hasta entonces sabía hacer bien. Yo trataba de subirlo sobre mi espalda, pero se bajaba inmediatamente. Sin embargo, a la tercera o cuarta noche de intentarlo por fin empezó a empujar en el aire después de haberle estado jaloneando el pene. Poco a poco fue apuntando mejor, y mi excitación creciendo. Mordí la almohada que había comprado preparándome para una frenética actividad sexual y cuando sentí que su miembro empezaba a tocarme la chucha con más certeza opté por quitarme el calzón de un solo jalón no importándome ya lo que pudiera pasar- y a ayudarlo a meterme de una vez por todas su pito, ya erguido y preparado, en mi interior. A pesar de mi ayuda tuvo que intentarlo varias veces más hasta que por fin sentí cómo me entraba todo su miembro. Inmediatamente bajé un poco más mi trasero para darle un mejor ángulo al perro que se acomodó mejor sobre mi espalda y me empezó a embestirme frenéticamente. ¡Que salvajismo desató el perro! Me daba duramente, me taladraba sin contemplación y yo, a pesar del dolor que inicialmente me causó, luego empecé a disfrutar de la mejor penetración que me estaban dando en mi vida. Me lo metió todo, todo, provocándome tantos orgasmos seguidos como no los había tenido antes. Cuando terminó de eyacular en mí sentí que tocaba el cielo. ¡Por fin lo había hecho, lo había logrado! Disfruté la experiencia más maravillosa de mi vida.
Cuando sacó su bola de mi hinchada vagina sólo sentí una leve sensación de vacío. Terminé esa primera noche sucia por el sudor, mis fluidos vaginales y el semen perruno esparcido sobre mí y mi hasta entonces impoluto estudio . Pero sobre todo llena de una mezcla de sensaciones que son indescriptibles y pertenecen a una sola, a mí.
Pues lo hice y me siento feliz y dichosa. Pienso disfrutar al máximo la compañía de mi hermoso perro y experimentar nuevas emociones con él. Cómo será el sexo anal con semejante pito? No sé. Sexo con dos perros a la vez? Quien sabe. El tiempo lo dirá. Espero atreverme a probarlo.
Quienes deseen comunicarse conmigo lo pueden hacer. Quisiera tener más amigas y amigos para compartir experiencias. Y si tienen fotos o videos para intercambiar mejor, eso sí que me excita a morir, me humedece la conchita y me causa sensaciones ricas.