Por fin ha comprendido
Por fin ha comprendido
Estás cómodamente en tu sofá leyendo otro capítulo de 50 sombras de Grey.
Solo un camisón negro sin nada debajo, como seguramente le hubiera gustado al protagonista de la historia. Estás excitada. Vas cerrando poco a poco los ojos mientras empiezas a imaginar una situación parecida a la que has leído, pero contigo de protagonista. El libro resbala de tus dedos y estos recorren tu vientre en busca de la vulva que ya empiezas a notar hinchada y dura.
Ayer discutiste con tu marido. Poco sexo y aburrido. Demasiado convencional. Tú no trabajas en la calle y él lo hace demasiado. Vuestros ritmos no coinciden. Tú te quedas con las ganas incluso cuando él está dispuesto a follar. Llega tenso, estresado. Colgado del móvil, que solo suelta para meterse en la ducha. Si hay suerte, sexo apresurado, con ganas de descargar tensiones. Apenas un flash de placer y se acabó. Muy mecánico, muy alejado de la pasión de novios y de los primeros años de casados, antes de tener los críos, antes de que todo se convirtiera en una rutina.
Tienes mucho tiempo así que te montas tus propias fantasías. Elaboradas, largas y morbosas. Tomándote tu tiempo para ponerte a tono, controlando los ritmos para ir aumentando las ganas y acabar en una explosión de placer.
Has intentado hacerle comprender que necesitas que él participe de tus fantasías, de tus juegos. No se trata de follar mucho, de echarte un polvo todas las noches antes de dormir o al llegar del trabajo. Se trata de que sea un buen polvo. Este fin de semana pasado te llevo a cenar y te preparó una cita romántica. Cita que acabo para tu desesperación con un polvo igual que todos los demás. No ha sabido comprender que tú no necesitas romanticismo. Los sentimientos están bien, estáis unidos y vuestra relación es muy estable
Joder, lo que tú quieres es follar distinto, que te hagan cosas nuevas, que te den duro. Que te hagan “rabiar” como dicen los mexicanos. Sabes que eres muy guapa y hermosa. Que todos te miran a pesar ya no eres una jovencita. Lees la lujuria en la mirada de los hombres y te pones muy cachonda, pensando en lo que haría cualquiera de ellos contigo si tú te ofrecieras de repente.
Situaciones novedosas. Eso es lo que te pone como una perra. Te sorprendes a ti misma usando ese lenguaje, pero es que de eso se trata. Ya tienes el amor ahora lo que quieres es sexo duro.
Ayer, nuevo intento. Le explicaste que el libro te estaba gustando mucho y que te ponía muy excitada.
El respondió que ese libró era una tontería y una colección de auténticas chorradas.
Y no le falta en parte razón. Lo que no entiende es que esas chorradas son las que te dan pie a montarte tu propia fantasía. No es que sea creíble el relato, ni ninguna obra maestra, pero te hace imaginar.
Trataste de explicárselo pero no parece que entendiera nada. Se sintió atacado, como si pensara que tú le reprochabas que él tenía la culpa de que últimamente no funcionarais bien en la cama.
Piensas que la falta es tuya por no ser más explícita. A un marido estresado y con la cabeza en otro sitio, no se le puede andar con indirectas a ver si adivina. Hay que decirle lo que quieres y cómo lo quieres. Hoy buscaras el momento. Después de la cena quizá. Y le pedirás que te monte el numerito, que te ate, que te compre unas esposas, que te amordace, que te desgarre la ropa, que te tire la cama o al suelo y qué te folle como si fueras una desconocida. Que eso es lo que te pone. Algo distinto, un poco de variedad, emoción...
Seguro que a él le gusta también. Si se lo dices así de claro, seguro que se empalma.
Te has puesto aún más caliente solo de pensarlo. Tú vulva está mojada. Metes la mano debajo del camisón y tocas tu clítoris duro como una piedra. Te humedeces más todavía.
Tus dedos empiezan la masturbación frutando lo poco a poco. Luego, con más intensidad, mientras tu dedo corazón se desliza sin dificultad hasta el fondo de tu vagina. Lo mueves dentro y empiezas a meterlo ya sacarlo rápido. Oyes el chapoteo que provocan tus flujos y tu calentura llega al grado máximo...
Y De repente... Escuchas cómo se abre la puerta.
Alguien pronuncia tu nombre. Es tu marido. Ha vuelto antes de tiempo. ¿Qué habrá sucedido?
Antes de que tengas tiempo de recomponerte entra en la habitación. Te sorprende tumbada en el sofá con las manos aún entre las piernas. Una de tus tetas asomando fuera del camisón. La mirada turbia, mirándolo, sin acabar de ver su expresión, qué adivinas de sorpresa, quizá de enfado.
Bueno, quizá esta escenita te ahorre palabras y no sean necesarias más explicaciones.
Consigues enfocar la vista, aún jadeante, y ves que efectivamente te mira sorprendido. Te quedas quieta y no mueves ni un musculo. Pero sigues en la misma postura, cómo desafiándolo a que por fin diga algo, o haga algo. Toca resolver de una vez este asunto. Sin confusiones, sin equívocos, sin aplazamientos, sin retiradas…
Su cara se relaja y te sonríe… bueno no es mal comienzo.
Ves brillar sus ojos con deseo. Cómo hacía tiempo que no te miraba. Se acerca a ti y de pie mirándote desde arriba te dice: he pensado lo que me dijiste ayer y te he comprado un regalo, es sólo una tontería pero no he podido esperar para venir a traértelo.
Saca del bolsillo de su chaqueta un paquetito. Te lo da. Estás nerviosa, no sabes que pensar. Te sientas y lo abres. Es algo de tela. ¡¡¡Una venda negra!!!
¡Póntela!
No te lo pide, te lo ordena, lo cual hace que te vuelvas a mojar.
¿Será posible?
Cuando te la estás poniendo, la última imagen antes de que caiga la oscuridad, es la verga de tu marido asomando por el pantalón. Está guapo con su traje pero nunca lo habías visto con él puesto y con la polla fuera. Otro motivo más para que tu coño se encharque. De repente la notas en tus labios. Te la está restregando. Por tu cara, por tu barbilla, por tus ojos encima de la tela.
No puedes ver, pero a cambio, otras sensaciones se multiplican. Sientes el tacto duro de su falo, el olor que ya conoces, te oyes a ti misma respirar de forma entrecortada…
Te decides a chupar la punta. Sabe un poco a semen. La saboreas. Es una verga de conoces bien pero al no ver te la imaginas diferente. Eso te excita. La introduces casi entera, acomodándola en tu carrillo izquierdo como si fuera un caramelo. Sigues chupándola. Evitas meterla hasta el fondo por tu garganta, para no provocarte arcadas.
Él empieza a mover la cadera, dándote suaves empujones. Sin que tú tengas que hacer nada, la verga, ahora increíblemente dura, entra y sale de tu boca húmeda. Tu marido cambia la trayectoria y la dirige a tu garganta para poder metértela hasta el fondo. Cómo temías, sientes un acceso de tos que puede terminar en vómito. Tratas de cogerla para marcar tú el ritmo. Pero él te aparta la mano agarrándote por la muñeca, de forma firme y casi violenta.
Ahora es una de sus manos la que se cierra sobre la base del falo dirigiéndola a lo más profundo de tu boca, mientras la otra mano te agarra del pelo y empuja la cabeza en sentido contrario. Sientes sus dedos cerrados sobre tu boca. Si no fuera por ellos te la metería hasta los huevos.
Consigues aguantar y la sensación de agobio se pasa, siendo sustituida por un placentero mareo y un calor que estalla en tu entrepierna. Llevas allí tu mano, te levantas el camisón y comienzas a acariciarte el clítoris.
Ahora tu marido te folla la boca sin compasión pero no te importa. Te sientes muy perra
Perra, metértela hasta los huevos, follarte la boca… piensas expresiones que hasta entonces te habían parecido vulgares, pero que ahora te ponen muy muy caliente. Sí esto sale bien, más adelante las compartirás con tu hombre, a ver qué efecto provocan en él.
La saliva te desborda los labios, incapaz de controlarla y riega tu barbilla. Los chupetones mezclados con tus jadeos intentando respirar, conforman una sintonía bestial, casi animal. Sientes una punzada de placer. Entonces aumentas de manera frenética la masturbación.
Sientes que tu marido se va a ir dentro de ti. Notas palpitaciones en su falo y oyes como aumenta su jadeos.
En el último segundo la saca, y masturbándose, te echa el semen caliente sobre la venda qué cubre tus ojos, sobre tu mejilla, sobre tu boca. ¡Dios mío! ¡Cuánto tiempo hace que no se corre de esa manera! Te ha puesto perdida y ahora restriega el semen usando su polla por toda tu cara.
Tú también te vas a correr. Ya no puedes más. Te la metes en la boca y vuelves a chuparla ahora más lentamente, a tu ritmo, degustándola como si fuera una piruleta. Succionando para extraer hasta la última gota de su leche y tragándote todo el semen que vas recogiendo con tu lengua.
Te corres. Gritas. Tienes que escupir la verga fuera de tu boca aunque no quieres. Sueltas un grito desgarrador mientras tienes el mejor orgasmo de tu vida. Una especie de alarido, sin importarte quién pudiera escucharte. Con la mano libre estás agarrada a la pierna de tu esposo y sientes como se estremece al oírte.
Le clavas las uñas todo lo fuerte que puedes en su muslo, mientras sigues jadeando entrecortadamente, con las piernas cerradas, atrapando el clítoris con tus dedos en forma de pinza. Casi perdiendo el conocimiento. No puedes verte pero él sí. Te imaginas a ti misma con la cara pringosa y la venda negra manchada de grumos blancos de esperma.
Tu marido sigue de pie con la verga aún tiesa.
Cuando te recuperas solo puedes decir:
¡Qué bueno! ¡Qué bueno! Gracias cariño…
Por fin ha comprendido…