Por favor señora. Capitulo 6
Miguel Ángel se empezaba a interesar en Regina, pero se toparía con la fría y calculadora mujer que parecía ser? o se daría cuenta de que detrás de esa careta se escondía un alma sola deseosa de ser amada?
CAPÍTULO 6 “La soledad de esa mujer”
“Hoy no alcanzan las riquezas, posiciones, ni promesas pa’ curar la soledad de esa mujer.”
Amaury Gutiérrez.
Era de noche, pero el parque estaba bien alumbrado; había gente caminando en familia, otros corriendo, paseando a sus mascotas, niños jugando en los columpios, parejas de la mano…era un sábado lleno de vida, dónde las personas disfrutaban de la compañía de sus seres queridos. Miguel había comprado dos expresos para compartir con su nueva amiga. Estaba empezando a refrescar.
-Espero que le guste el café común –le dijo cuando llegó a sentarse junto a ella en una banca.
-Claro, cualquier café me gusta, muchas gracias. –respondió Regina tomando el vaso que le entregaba.
Ambos se quedaron viendo el panorama por un buen rato.
-Por lo que veo le gustan los lugares tranquilos. –le comentó ella.
-Me encantan, siempre vengo a este parque, a tomarme un café, un helado, comer palomitas, alimentar a las palomas…me relaja bastante.
-Ya veo. –Regina dio un sorbo a su café- este sitio es agradable, como para venir a encontrarse y hablar con uno mismo.
Miguel Ángel volteó a verla repentinamente.
-¿Le gusta hablar consigo misma?
Ella sonrió llevándose el vaso de café a los labios.
-Siempre, hablo conmigo en mi mente, hablo a veces en voz alta.
-Jajaja yo también hago eso, es una maña que tengo.
-¿Pensar en voz alta?
-Sí jaja
-Ya somos dos…
Ambos sonrieron.
Se pusieron de pie y decidieron caminar un poco, platicando de esto, de lo otro, proyectos de trabajo, Regina le contaba sobre su apasionante labor, su papel como madre, como profesionista, los sueños que tuvo de joven y Miguel se dio cuenta que no era tan superficial que aparentaba ser, pero en sus palabras podía notar que era una mujer que se sentía muy sola. Siempre hablaba de sus aportes a la empresa, a su hijo, a las personas que la rodeaban, pero nunca cosas para sí misma…aportes que no fueran un traje de marca o unos zapatos finos.
-¿Ha pensado en rehacer su vida? –le preguntó finalmente.
-¿Rehacer mi vida? ¿A qué se refiere con “rehacer mi vida?
-Pues, tener una nueva pareja, volver a casarse…
Ella lo miró de forma extraña.
-Bueno pues…sí, últimamente lo he pensado pero no he encontrado a la persona indicada.
-¿Indicada? Es como si pensara que una pareja fuera un puesto más de su empresa.
Esos ojos azules se clavaron en él.
-Es decir…no me malinterprete. –se retractó Miguel Ángel
-Tranquilo, no pasa nada. –le respondió sonriendo
-Quise decir que…
-Mire, quizá la palabra correcta no es “el indicado”, sino la persona que logre llenarme en todos los sentidos. Alguien a quien amar y…que me ame.
Esas últimas palabras fueron como una bomba para Miguel, descubrió a una mujer sola, que se cubría con un manto de pedantería para ocultar sus debilidades, sus penas, sus necesidades y sin querer, sintió compasión por ella.
-Señora, con todo el respeto que usted me merece, déjeme decirle que es una mujer encantadora, inteligente, bella. Más temprano que tarde alguien será capaz de apreciar eso.
A ella por un instante se le iluminó la mirada.
-Le agradezco mucho sus lindas palabras.
-No hay nada que agradecer.
Ambos siguieron caminando, ya había oscurecido más y había frío. Hasta que pasaron cerca de un puesto callejero de hot-dogs. Miguel Ángel se detuvo ante el aroma que era irresistible.
-Mmm…Que rico huele
Regina sólo sonrió.
-Ya me dio hambre y casualmente tenía antojo de unos hot-dogs ¿Quiere uno?
-Ahh...no se moleste. –contestó ella.
-No es ninguna molestia, con confianza, pida los que quiera. Yo invito. –le dijo él con una sonrisa.
-Ahm…disculpe es que yo no…
-Usted no come estas cosas –Miguel trataba de contener la risa.
-La verdad no –dijo ella, riendo apenada- A mi hijo le encantan pero a mí los embutidos no se me dan.
Según la opinión del propio Miguel Ángel, uno de los motivos por los cuales aquella mujer estaba tan sola era que no se atrevía a hacer y probar cosas nuevas. Pero el la ayudaría a que comenzara.
-Pero su majestad podría permitirse por una sola vez en su vida, rebajarse a comer un hot-dog con este plebeyo… ¿Podría?
-¿Se está burlando de mí? –preguntó ella sonriendo.
-No, jaja sólo se lo estoy pidiendo atentamente…
-No puedo comer eso, lo siento. –su sonrisa no desvanecía.
-Sólo uno…por favor.
Ella negó con la cabeza sin dejar de sonreír.
-¿Me hará suplicarle? Porque debe saber que lo haré…-he hizo ademán de ponerse de rodillas.
-¡Noooo! ¿Qué le pasaa? –Regina se desternillaba de risa.
-Si no acepta tendré que arrodillarme y gritar…
-¡Está bieeen! Bien, lo haré, comeré uno. –su risa continuaba.
Ambos rieron y pidieron al encargado del puesto un par de hot-dogs.
Caminaron un poco más para después sentarse en una banca.
-No puedo creer que me haya obligado a comer hot-dogs con coca-cola –dijo Regina con la boca llena.
-¿Qué tiene de malo? No se la puede vivir entre dieta y dieta…tiene que disfrutar de los placeres de la vida.
-¿La comida chatarra es un placer?
-¡Claro!
Regina dio una enorme mordida a su perrito caliente y cerrando los ojos disfrutaba el sabor.
-Creo que tiene razón.
Y rieron.
-Y no hay mejor maridaje que una coca-cola en bolsita. –exclamó Miguel Ángel mostrándole la original bebida.
-Pues brindemos por eso…-dijo ella.
Y brindaron, chocando las bolsas de gaseosa.
-Por Dios, te estas congelando. –dijo Miguel al mismo tiempo que se quitaba la chamarra para ofrecérsela a ella.
Regina se la puso y parecía aún más cómoda. Pero Miguel Ángel la miró como si algo malo hubiera pasado.
-¿Ocurre algo? –le preguntó ella.
-Claro, por un instante le hablé de tú…discúlpeme por favor.
Ella soltó una risita tímida.
-No hay de que, es más creo que ya entramos un poco más en confianza, no me molestaría que me hablaras de tú…yo lo acabo de hacer. –y volvió a reír.
Él también sonreía.
-Está bien Regina, no somos más unos desconocidos.
La noche había caído, era realmente muy tarde y ambos debían regresar a casa. Caminaron juntos hasta el aparcamiento y Miguel Ángel acompañó a Regina hasta su auto.
-Me la pasé muy bien…de verdad. –dijo ella.
-Yo también la pasé maravillosamente. Y creo que deberíamos repetir, es bueno pasar tiempo con usted…digo, contigo. –respondió él mirándola a los ojos.
La mirada de Regina brilló, estaban demasiado cerca uno del otro, respirando el mismo aliento, ella trató de acercarse pero el retrocedió de inmediato.
-Es tarde.
-Sí, lo es. –respondió ella subiéndose al Mercedes- te veré después…-y cerró la puerta.
Miguel se quedó confundido y dio media vuelta para dirigirse a su camioneta pero se lo pensó mejor y regresó en dirección al carro de ella, quien todavía se encontraba ahí, aparentemente enviando mensajes desde su celular.
Miguel Ángel tocó el vidrio de la ventana para llamar su atención. Ella volteó a verlo y bajó el vidrio.
-¿Sí?
-Ah me preguntaba sí, podrías darme tu número. Para estar en contacto.
Ella le sonrió, desvaneciendo el duro gesto que tenía minutos antes.
-Claro, es el 5532092657
-Perfecto, entonces te hablaré después…-y se inclinó para darle un beso en la mejilla.
Sentado frente a la chimenea, Miguel Ángel acariciaba el borde de una copa de brandy, tratando de recapitular, de analizar cada detalle de la agradable tarde que había pasado con Regina, ciertamente era una mujer encantadora, bella, inteligente pero había algo que no le acababa de convencer. ¿Qué buscaba ella en él? Un amigo, un confidente, algo más… ¿Por qué tenía la impresión de que ella le coqueteaba? Pero después adoptara otra postura, estaba confundido así que decidió estudiarla más.
Miró el fuego con nostalgia, y recordó que hacía 8 meses atrás era un hombre feliz, pleno, enamorado…Sí, era un hombre enamorado de una mujer que creyó era con quien pasaría el resto de su vida. Sus ojos entristecían y se ensombrecían al recordar a Laura, su ex novia, con quien había tenido una larga relación de 8 años, con quien ya compartía una casa, una cama y una próxima llegada al altar. Había pasado muchas noches dando vueltas en su cama, tratando de entender ¿Por qué ella se había ido?
Había llegado el momento de aceptar que Laura lo había abandonado porque pensaba que era un fracasado, de nada habían servido esos 8 años, en los que se fingió preocupada por él, por su dolor al ver a su madre a merced del monstruo que tenía por padre, preocupada por su impotencia si al final de todo ella se fue cuando él más la necesitaba, cuando se quedó sin trabajo, sin prestigio, sin amigos, con las manos vacías. Después de la tempestad siempre viene la calma y ahora estaba más reconfortado, había resurgido de las cenizas y emprendido el vuelo con rumbo nuevo.
Laura aún le causaba un pequeño dolor, ciertamente había pasado poco tiempo, él había aprendido a aceptarlo, a agradecer a la vida el que ella hubiera decidido abandonarlo antes de jurar amor eterno, no habría podido soportar unir su vida a la de alguien que era una completa falsedad. No sabía si era momento de abrirle la puerta de su corazón a alguien nuevo, pero estaba convencido de que no existía el “momento” ni el espacio, ni tiempo, cuando el amor llega es exacto, potente, arrollador. El amor no conoce de fechas, de lugares, de experiencias, solo llega y se instala dentro de ti.
Tomó su móvil y consultó el número de Regina, dudando si llamar o no, no quería darle falsas expectativas a esa dama tan encantadora, pero realmente quería ayudarla, a volver a quererse, a volver a creer en el amor, a despojarse de esa capa de mujer fatal, sabía que podía prescindir de todo eso y ser ella misma, porque la mujer con la que había estado esa tarde, era la verdadera Regina Lizárraga, sin apellidos de casada, sin depender de nadie, simplemente ella.
Abrió el navegador de su celular y en el search de Google escribió “Regina Marroquín”. Miles de fotografías saltaron sobre esa búsqueda, ahí estaba la dama en cuestión, las primeras eran de entrevistas hechas por alguna revista reconocida, ella enfundada en hermosos trajes de marca, labios rojos con actitud arrogante y retadora; como diciendo “El mundo es mío”. Otras tomadas por paparazzis donde se le veía saliendo de algún lugar, siempre impecable en su manera de vestir, imágenes de ella en compañía de su esposo y en especial hubo una que llamó su atención. Estaban Ignacio y Regina sentados en un sofá, mirándose a los ojos, sonriendo, maravillados el uno del otro.
-Realmente se amaban. –dijo Miguel Ángel en voz baja.
Otras fotografías en su papel de empresaria, diseñando, compartiendo sus logros, la Regina que todos conocían, hasta que llegó a un apartado donde encontró unas imágenes del sepelio de Ignacio Marroquín, pudo ver a un Sebastián triste, con dolor en la mirada y lágrimas lentas pero tratando de parecer fuerte; por lo contrario su madre estaba destrozada. Dio zoom a la imagen para poder ver mejor a Regina, quien se desgarraba de dolor, sostenida por su hijo y otra dama a quien no conocía. Miguel Ángel jamás había visto tanto dolor en una fotografía y esta lo hizo estremecer.
Apartó la vista de la foto, realmente estaba en shock y sin atreverse a volver a mirar cerró el navegador. Se quedó pensando un largo rato, Regina le parecía una mujer maravillosa, pero aún incapaz de saber cuan hermosa era, no por fuera sino por dentro, le faltaba sentirse capaz de hacer trascender sus sentimientos de persona a persona, ser más transparente, menos fría.
Cogió nuevamente el móvil y revisó el contacto de Regina, que tenía una foto suya mirando por una ventana; estaba sentada al borde de la misma con las piernas cruzadas en mariposa, con una camiseta de tirantes, los intensos rayos del sol impactaban contra su rostro y pecho iluminándola hasta hacerla parecer un ángel divino. Su mirada perdida en el horizonte, en la nada, como buscando encontrar una respuesta que nunca llegaba.
Miguel echó la cabeza hacia atrás para relajarse más, sin darse cuenta se estaba empezando a preocupar demasiado por aquella dama, quería involucrarse, quería tenderle la mano que a él le fue negada cuando pasó por una mala situación. Como si una voz interior se lo ordenara, se levantó del sofá y fue directamente a su estudio; abrió el armario y sacó una polvorienta caja de cartón y dirigiéndose a la sala la colocó sobre la mesita de centro.
Dentro de la caja descansaban los restos de lo que había sido su historia de amor junto a Laura, fotografías, cartas, tarjetas, canciones, boletos de cine, de avión, rosas muertas, 8 años de su vida en el interior de una mugrienta y abollada caja de cartón. Fue sacando uno a uno todos los recuerdos de esa historia que había sido la más importante de su vida y tras darle un corto vistazo, los fue arrojando al fuego, viendo como las llamas los consumían al igual que lo que quedaba de sus sentimientos por Laura.
Mientras las llamas destruían esa parte de su historia, una lágrima blanca y pura rodaba por su mejilla. Este sería el adiós definitivo, tras dejar ir los recuerdos ya nada lo atormentaría más. No habría dudas, ni sentimientos de culpa porque tenía muy claro que cuando se pierde también se gana. Inhaló y exhaló profundamente y tallándose la cara con las manos se dispuso a sentarse nuevamente en el sofá, buscó el contacto de Regina y presionó en “Llamar”
El tono de la línea le cortaba la respiración y conteniendo el aliento estaba cuando del otro lado una apacible voz le respondió. La voz sonreía.
-Buenas noches, Miguel Ángel.