Por favor señora. Capitulo 5

La fuerte personalidad de Regina intrigaba a Miguel Ángel de sobremanera. Sabía que no todo era un imperio de hielo ataviado en las más grandes marcas. Finalmente la viuda de Ignacio Marroquín era un ser humano, la pregunta era ¿Qué clase de ser humano?

CAPÍTULO 5 “Curiosidad”

“La descubrí bajo un balcón, con más anillos que Saturno, mejor pintada que un Van Gogh”

Víctor Víctor.

Regina lo miró como queriendo comprobar que no estaba soñando, que era real que él estaba ahí, que había salido a buscarla.

-¿Regina?

Ella reaccionó.

Ah...-dijo dejando escapar una risita nerviosa- es que yo…tenía ganas de… ¡fumar! –y le mostró el cigarrillo.

Miguel Ángel sonrió.

-Y bueno, tengo entendido que está prohibido fumar dentro de espacios cerrados.

-Ya veo, pero ¿No va a encenderlo?

Regina lo miró con desilusión.

-Olvidé mi encendedor…

Él soltó una risa amable.

-Permítame –le dijo acercándose a ella y del bolsillo de su pantalón sacó un sofisticado encendedor.

Regina se colocó el cigarrillo sensualmente en los labios, sosteniéndolo con sus finos dedos pero al alzar la vista se percató de que Miguel Ángel la miraba. Sus mejillas se colorearon y él abrió el encendedor dándole vida a su cigarro.

Regina inhaló  para después exhalar el humo de una manera que a Miguel le pareció poética. Ella desvió la mirada hacia las luces de la ciudad y él la observaba sigilosamente, y al parecer eso la ponía nerviosa porque notaba como lo miraba de reojo.

-¿Pasa algo, Miguel?

El bajó la mirada mientras sonreía.

-Nada, Regina. Es sólo que me preguntaba por qué no me permitió saludarla esta mañana en el club y aquí sí estuvo dispuesta. ¿Es por qué no tenía escapatoria?

Ella lo miró con los ojos bien abiertos por la sorpresa.

-No sé de qué habla, señor –le dijo con simpatía nerviosa.

-Ahora soy señor…-respondió Miguel riendo.

-Bueno yo…

-Nos habíamos visto antes…

-Es decir…bueno.

-¿Mmmm?

-Sí pero yo no sabía que se trataba de usted.

-¿Y si no se hubiera tratado de “mi”?

-¿Qué pretende, Miguel Ángel? –preguntó Regina en tono retador.

“Vaya que es una mujer de armas tomar” pensó el galán. Esa mujer lo había intrigado, quizá por su misterio, por su belleza, su forma de actuar, porque desde que la primera vez que la vio no sólo se sintió atraído, sino también curioso. Miguel Ángel percibía la personalidad de ella como fuerte, enigmática, pero también acompasada como una danza, cual olas de un mar bravío y sereno.

-Conocerla –le dijo finalmente- me parece usted una mujer muy interesante.

-¿De verdad lo piensa? –le preguntó con incredulidad.

-Claro. Me gusta hacer nuevas amistades, pasar el tiempo con personas exitosas, que me enseñen, a quienes pueda enseñar, compartir…

-¿Qué podría enseñarle yo a Miguel Ángel Aranda? –le preguntó con determinación después de exhalar el humo con delicadeza.

Él la miró como quien mira una obra de arte.

-Más de lo que piensa, Regina. Lo iremos descubriendo con el tiempo, si usted me lo permite.

Regina lo miró fijamente; ¿Había sido una indirecta? ¿Una proposición? Se acercó a él, hasta que quedaron muy cerca, frente a frente, tanto que podían sentir su aliento fusionándose.

-Yo a usted le permito, todo…-le dijo al mismo tiempo que recorría con su mirada los labios de aquel hombre, hasta llegar a sus ojos.

Miguel Ángel quedó impactado, algo apenado y no pudo hacer más que dar un paso atrás y mirar hacia la ciudad.

-Es una noche hermosa, pero fría. –dijo intentando no parecer nervioso- ¿No tiene frío, Regina?

-Pues ahora que lo menciona…

-Hay que entrar ¿Le parece? –le dijo amablemente.

-Claro. –le respondió ella apagando el cigarrillo en el borde de una jardinera.

-Yo me encargo de eso. –le dijo Miguel pidiéndole lo que quedaba del cigarro.

La condujo al interior del lugar y entregó la colilla de cigarro al primer empleado que vio. Cuando llegaron a la mesa, encontraron a Sebastián, Patricia y a Alina, quienes se pusieron de pie al ver llegar a Regina. Sebastián fue junto a su madre para presentarle a su cuñada.

-Mamá, permíteme presentarte a…

-Alina Salas –lo interrumpió Regina- Esta hermosa mujer no necesita presentación –dijo al mismo tiempo que le ofrecía su mano para saludarla.

Alina sonrió abiertamente y estrechó su mano para después darle un fugaz beso.

-Mucho gusto en conocerla Señora Marroquín, déjeme decirle que soy una fiel admiradora de su trabajo.

-Gracias, querida. Es un gusto para mi recibir hermosos comentarios de parte de una bella dama –le dijo sonriendo la gran señora.

Miguel Ángel observaba la escena y no lograba tragarse las palabras de Regina, porque aún siendo halagadoras él lograba percibir una pequeña pizca de hipocresía.

-Más gusto para nosotros es que usted esté aquí acompañándonos esta noche ¿Les parece si tomamos asiento?

Todos tomaron asiento y la noche prosiguió entre canciones, vino, champán, pláticas, chistes, miradas. Miguel Ángel estudiaba los gestos de Regina y pudo darse cuenta que era una mujer a la que le gustaba sentirse admirada, pero ciertamente, cuando ella se dirigía a Patricia lo hacía con mucha sinceridad, pero al hablar con Alina era todo lo contrario.

Él tenía un talento especial, para analizar a las personas a través de su voz, de sus gestos, sus palabras y sabía que Regina Marroquín era una mujer intensa y arrogante; pero también era romántica, comprensiva, detallista y sus ojos…en sus ojos había una profunda tristeza. Sus ojos como un mar revuelto, de naturaleza gris que en cualquier momento podía embravecer y ¿Por qué no? Destruirlo todo a su paso. Pero había algo curioso, cada vez que esos ojos se posaban en él, se tornaban azules y cargados de ternura, cómo un lago calmo y cristalino ¿Por qué sería? Quizá la ternura de una madre…de una amiga.

Eran las 3 de la mañana y la velada estaba culminando, la hermosa Regina se excusó con los presentes diciendo que tenía que irse a descansar; su hijo propuso llevarla a casa pero ella se negó ya que prefería que él disfrutara la compañía de su novia y sus amables amigos, que ella podía irse sola o en su defecto solicitar un servicio de Uber.

-Permítame llevarla –propuso Miguel Ángel ante la mirada atónita de sus amigos, en especial de Sebastián.

-Cómo cree, Miguel. No se moleste, puedo irme sola, afortunadamente no he bebido tanto –respondió ella riendo.

-No es ninguna molestia, Regina. Por mi encantado.

Sebastián quiso opinar pero la mirada modo barrera de su madre lo invitó a callar.

-¿Me hará suplicar, Regina?

-No..no, de ninguna forma. Agradezco el gesto.

Miguel Ángel sonrió.

-Espero que no te importe, Sebas –le dijo a su amigo.

-No, no, para nada. Sólo con cuidado ¿Vale? Ella es mi adoración.

Regina sonrió cariñosamente y dio un abrazo a su hijo.

-Te amo cariño, diviértete mucho, nos veremos por la mañana.

Su hijo asintió.

-Hermosa, espero que no sea la última vez que nos veamos. –dijo dirigiéndose a Patricia.

-Espero volver a verla pronto señora. –respondió la chica dándole un abrazos.

Regina se despidió cordialmente de Alina, no sin antes alabar su talento como cantante. Miguel Ángel le ofreció su brazo y ella lo tomó delicadamente para después dirigirse a la salida.

Alina los miró alejarse, con una expresión triste en la mirada.

-Creo que a tu amor platónico le gustó mi suegra…-le susurró su hermana al oído.

Alina la miró con cara de fastidio.


-¿Cómo nos iremos? –le preguntó Regina.

-En mi automóvil, claro está. –respondió Miguel Ángel.

-¿Y qué va a pasar con el mío? –

-Aquí estará a salvo, no se preocupe. Mañana puede venir a buscarlo, yo estaré aquí.

Ella sonrió como asintiendo.

El encargado del valet parking ya tenía listo el automóvil de Miguel Ángel, que no era un automóvil cualquiera, más bien una camioneta; una Escalade negra, imponente y arrolladora que contrastaba con la sencillez del caballero.

Regina había tenido muchos lujos en su vida, pero no perdía la capacidad de asombro y esta vez no pudo disimularlo.

-Probablemente no sea lo más sutil que la señora haya visto pero...

Regina sonrió.

-No diga eso, es verdaderamente hermosa y va con su personalidad.

Miguel Ángel le abrió la puerta para que pudiera subir a la camioneta, pero por un instante quedaron frente a frente.

-Y según usted… ¿Cuál es mi personalidad?

Ella parpadeó ligeramente y él sonrió para sus adentros. ¿Quién era esa bella mujer que lo provocaba pero después se cohibía?

-Pues, grande, intensa, arrolladora…

-Pareciera que se está describiendo a sí misma.

Ella lo miró como queriendo replicar pero sin lograr obtener las palabras exactas.

-¿Puedo? –le dijo refiriéndose a subir a la camioneta.

-Claro, claro…por favor. –respondió el y cerró la puerta.

Durante un buen tramo del camino ambos guardaron silencio, ni siquiera se miraban pero él podía ver de reojo las manos de Regina, aferradas a su bolso como un náufrago a la orilla. ¿Qué pasaría por la mente de aquella señora? Pero de repente ella cambió de postura y cruzó las piernas delicadamente, lo que hizo que el entallado vestido que llevaba se le recogiera un poco hacia arriba, dejando al descubierto un par de hermosas piernas firmes y torneadas.

Por más que Miguel Ángel intentó ser un caballero era imposible desviar la mirada para apreciar ese par de maravillosas creaciones de Dios. “¿La Señora Marroquín estaba intentando seducirme?” pensó por un momento, pero una voz en su interior le dijo que no debía dar por sentado nada por el momento. Había notado que la señora era de naturaleza sensual, probablemente él estaba malinterpretando las cosas y se disculpó en silencio por el atrevimiento; pero no podía dejar de mirar esas piernas y por un instante se preguntó cómo sería el tacto de sus manos en ellas.

Regina parecía no inmutarse, iba con la vista fija en la carretera, sin expresión en el rostro, mucho menos en la mirada y fue ahí cuando finalmente desechó la idea de una posible provocación de parte de la dama. Por primera vez en toda la noche, Miguel Ángel no tenía idea de que decir para entablar conversación ya que la hermosa vista que la señora Marroquín le ofrecía lo había dejado verdaderamente sin palabras.

-¿Es usted comunicólogo? –soltó Regina, finalmente.

El tardó un poco en contestar, tratando de recomponerse. Carraspeó para aclarar su voz y sus sentimientos.

-Sí, Licenciado en Ciencias de La Comunicación y Máster en Producción de Medios de Comunicación.

Ella lo volteó a mirar como si le hubiera dicho que había descubierto el fuego.

-¿Qué pasa? –le preguntó

-¿Por qué siendo un máster está de locutor de radio? –su pregunta fue más bien un reclamo.

Él sonrió como diciendo “Si usted supiera”

-Soy el dueño de Radio Efusiva.

Regina lo miró ahora como si se tratara del primer hombre que viajó a la Luna.

-No…tenía la más mínima idea.

-Yo tampoco tenía idea de que usted fuera la líder del emporio joyero.

La vio sonreír de una manera natural, no como quien alguien que disfruta que la admiren, sino como alguien que agradece el reconocimiento a su trabajo.

-El líder es mi hijo.

-Sí, pero usted es la Reina Madre ¿Right?

-Ahora también gringo…

-3 veranos de idiomas en Canadá a la edad de 13 años.

-¿Quién es usted?

-Alguien que no se está quieto ni un solo instante.

Ambos se miraron. Pero ella desvió la mirada y se dio cuenta de que el lugar donde estaban le era remotamente conocido.

-¿Pero cómo supo…?

-He traído muchas veces a Sebastián.

-En estado inconveniente, supongo.

-No jajaja, él es el más prudente del grupo.

Ella lo miró, como intentando decirle algo que no se atrevía.

-Miguel Ángel, yo le agradezco por esta velada tan maravillosa, realmente la pasé muy bien y no está de más decirle que ha sido un verdadero placer conocerle…

Él recibió esas palabras y le resultaron sinceras, el mar salvaje de los ojos de Regina se había vuelto un limpio lago cristalino.

-No hay nada que agradecer, Regina, para mí también ha sido una noche fantástica y el honor todo mío.

Ella sonrió y acto seguido le ofreció su mano, él la tomó para llevarla delicadamente a sus labios, sintió perfectamente el estremecimiento de la piel de Regina al contacto con la suya. Ella le sonrió a modo de agradecimiento y bajó de la camioneta.

-La veo mañana en Arandel. –le dijo.

Ella lo miró extrañada.

-¿Mañana?

-Sí, claro. Va a ir por su carro ¿O enviará a alguien?

Ella pareció recordar.

-Ah es verdad, disculpe. Es decir…mañana estaré ahí.

-La esperaré entonces. –le respondió sonriendo.

Cuando Regina entró a su casa, cerrando la puerta a sus espaldas se puso una mano en el corazón y se dio cuenta de que faltaba poco para que éste se le saliera del pecho.


Los tenues rayos del sol se colaron por la ventana de la habitación de Miguel Ángel, mientras él estaba tendido boca abajo sobre la cama. Su expresión era apacible como si estuviera satisfecho consigo mismo, tranquilo, sin miedos, sin inseguridades…sólo al dormir sus más grandes temores se disipaban hasta desaparecer completamente. El sonido de una llamada entrante interrumpió su paz.

-¿Quién osa perturbar mi sueño? –respondió con una voz de ultratumba

-Soy yo…Aladdin…-respondió su amigo Claudio del otro lado de la línea.

-Jajajaja…eres un idiota.

-¡Ya ábreme jajaja!

Miguel Ángel se levantó de la cama a como pudo y tras bajar el escalón se dirigió a la puerta principal de su casa. Cuando abrió su amigo lo esperaba.

-¿Estabas muerto? Te estoy tocando, marcando, ¡¡¡casi tiro la puerta!!!!

-Yaaa, está bien, cálmate. Estaba en coma, pásale, está haciendo frío.

Claudio pasó de largo y puso unas bolsas sobre la mesa del comedor, se dirigió a la chimenea para tratar de encender el fuego.

-¿Y esto? –le preguntó Miguel, señalando las bolsas.

-Te traje el desayuno, ya que me dejaste plantado…

-¿Qué?

-Sí…

-Dios santo…esgrima...

-De nada…

Miguel Ángel se llevó las manos a la cabeza.

-Amigo lo siento…es que no sé a qué hora llegué anoche y sólo me dejé caer en la cama.

Claudio lo miró entronando los ojos, como si no le creyera ni una sola palabra.

-¿Por qué me miras así?

-No…por nada. Parece que alguien se divirtió anoche con la mamá de Sebastián. –le dijo con una sonrisa pícara.

Miguel lo miró pasmado.

-¿Qué? ¡Te volviste loco!

-¡Y todavía lo niegas! –Claudio soltó una sonora carcajada que retumbaba por toda la habitación.

-Estas mal, entre la señora Regina y yo no pasó absolutamente nada. Únicamente la llevé a su casa y eso fue todo.

Claudio lo miró intentando contener la risa.

-¿De qué te ríes imbécil? –le preguntó conteniendo una carcajada que se hallaba atorada en su garganta.

-¿Me estás diciendo que te llevaste a ese mujerón y que no le hiciste nada?

-No digas estupideces, Claudio…

-Amigo, sinceramente, estoy empezando a dudar de tu sexualidad.

-¿Qué? ¡Lo último que me faltaba!

-Jajajaja ósea…Desde que terminaste tu última relación no has querido estar con nadie. Alina lleva siglos detrás de tus huesitos y siempre la has ignorado y anoche ese monumento de mujer se te pone en bandeja de plata y tú solo la “llevas a su casa” ¿De qué vas?

-Claudio no te voy a permitir que hables así de la señora y de Alina tampoco, ella es sólo una buena amiga.

-¿Me estás diciendo que no te diste cuenta?

-¿Darme cuenta de qué? –le respondió Miguel abriendo el refrigerador para sacar una botella de zumo.

-De que la mamá de Sebastián te estaba prácticamente devorando con la mirada. Con un poco de suerte vas a terminar siendo el padrastro de tu concuño…

-¡Deja de decir idioteces! –respondió Miguel Ángel arrojándole la tapa de la botella.

Claudio estalló en carcajadas realmente incontrolables.

-La señora es muy altiva, pero tiene su lado bueno.

-¿Su lado bueno? Yo la veo buena por todos lados jaja…

Miguel lo miró con desaprobación.

-Ni porque estás casado con una maravilla de mujer te comportas…

-Casado pero no capado, mijo…jajaja.

-No tienes remedio, ya mejor dime que me trajiste y hazme el favor de no emitir comentarios de esa índole.

Los amigos se dispusieron a desayunar, mientras platicaban de los planes por venir y de lo mucho que había cambiado sus vidas desde el principio de año hasta la fecha. Miguel se preocupaba de que al igual que el indiscreto de Claudio, Sebastián hubiera malinterpretado sus atenciones hacia Regina, rogaba a Dios porque eso no ocurriera, pero tenía una pequeña espina de culpabilidad por haber mirado de más la noche anterior, si quieren saberlo…él aún no se quitaba de la cabeza ese par de hermosas piernas.

-¿De verdad no hiciste nada con esa señora?

-Ahhhhhh otra vez la burra al trigo… ¡Ya te dije que no!

-Vaya…es que yo en tu lugar si…

-Gracias al cielo, que no estuviste en mi lugar.

-¿En serio no te atrae? A ella le encantas, se nota a leguas.

Miguel Ángel lo miró como entre sorprendido y ansioso de conocer su opinión.

-Soy mucho menor que ella, podría ser mi madre…estás loco.

-Jajaja ¿De verdad? ¿De verdad te detiene su edad?

-Idiota ¡es la mamá de Sebastián! Jamás le haría eso a un amigo.

-¿Hacerle qué? Si la señora también quiere no veo porque no hacerlo…

-No, por ahí no va.

-Siento que te estas resistiendo, no puedo creer que no te sientas atraído por esa mujer…está como quiere.

Miguel Ángel se quedó pensando por unos cuantos segundos ¿Debería sentirse atraído por ella? No podía ignorar el hecho de que era una mujer realmente bella pero…para él eso no era suficiente.

-No la conozco bien –dijo mientras devoraba su consomé.

-¿Es todo lo que dirás? Creo que podrías irla conociendo poco a poco, sin ropa claro jajaja

Miguel lo miró frunciendo el ceño.

-Creo que no es mi tipo de mujer.

-¿Qué? Noo…pues ahora si estoy súper convencido de que eres gay.

Miguel lo ignoró a causa de su suculento desayuno.

-¿Te gustan las feas? –preguntó Claudio.

-A ver Claudio, no se trata del físico. Sí, Regina se me hace una mujer hermosa, inteligente, interesante, pero no se…todo ese aire de altivez, de presunción…no me convence. Además ¿Te fijaste como miraba a Alina?

-Claro, estaba celosa jajaja Alina le hace competencia.

-¡Animal! Estoy tratando de tener una conversación civilizada…

-Yo sólo digo lo que vi, la señora se ve que tiene la sangre pesada, eso que ni qué. Y estaba allí, derrochando sensualidad, tratando de llamar tu atención pero Alina tiene lo suyo y claro que se nota bastante que está enamorada de ti, ya me imagino lo que ha de haber sentido la mamá de Sebas…

-Ella no sintió nada y Alina no está enamorada de mí.

-Entonces estas ciego.

-Deja de decir tonterías.

-Te propongo algo…

Miguel Ángel apartó la vista de sus tacos de barbacoa para posarla sobre su amigo.

-Tómate la oportunidad de conocer bien a Doña Regina, claro como amigos y tú que eres un caballero la tratarás como una reina y podrás darte cuenta que lo que te digo es verdad.

-No tiene sentido.

-Lo tiene y mucho. Otra cosa, deberías prestar más atención en Alina…

-¿Qué?

-No sé, tal vez puedas ser capaz de adivinar en su mirada lo que yo veo cada vez que ella te mira.

Miguel parpadeó.


Miguel Ángel había pasado la mayor parte de la tarde en el Restaurante, cantando melodías más vivarachas, se había abierto la pista de baile, había un lleno total. El encargado de la recepción tenía la clara orden de que si la señora Marroquín llegaba, la hiciera pasar de inmediato; pero ella no aparecía por ningún lugar y él se reprochaba a si mismo porque sentía la necesidad de volver a verla.

Su turno había terminado y el reloj marcaban las 7 en punto, estaba convencido de que la señora no llegaría. Se despidió del público y dejó el show a cargo de Claudio y las chicas.

-¿Te vas tan rápido? –le preguntó Alina.

-Sí preciosa, me siento un poco cansado. Además tengo que ir al súper.

Ella lo miró a los ojos, pero el desvió la mirada. Recordó lo que Claudio le había dicho sobre Alina en la mañana, pero se negaba a darse cuenta de que probablemente era verdad.

-Te veré después. –le dijo Alina dándole un beso para después regresar al escenario donde el público ya la esperaba.

Miguel la vio apoderarse de la estancia con su hermosa voz; ciertamente Alina era una mujer muy bella, sencilla, bondadosa, tenían muchos años de conocerse pero siempre la había visto como la hermana pequeña que nunca tuvo. Sin darle mayor importancia salió del Restaurante, dónde un empleado ya tenía lista su camioneta, pero cuando cruzó la puerta pudo verla…

Una mujer de espaldas, rubia, con jeans holgados y un ligero suéter color azul celeste. La mujer se dio la vuelta y Miguel Ángel pudo ver que se trataba de Regina Marroquín. No tenía ni una sola gota de maquillaje y llevaba el cabello recogido en una cola de caballo, lo cual hacía que su belleza natural resaltara muchísimo. Realmente estaba irreconocible.

-Señora Marroquín…-le dijo caminando hacia ella.

-Señor Aranda. –respondió ella sonriendo.

-Creí que me había dejado plantado. –le dijo acercándose para darle un beso en la mejilla.

Ella le devolvió el beso y ambos se miraron por unos instantes, hasta que él llamó a un empleado para que trajera el automóvil de Regina. Mientras esperaban, Miguel no dejaba de mirarla, ciertamente la mujer que tenía en frente no era a quien había conocido la noche anterior, por lo tanto su curiosidad por saber a qué estaba jugando aumentó.

-¿Tengo algo en la cara? –preguntó ella en tono desenfadado.

Miguel Ángel sonrió.

-Tiene unos bellos ojos, y una sonrisa…especial.

Pudo darse cuenta que sus mejillas se coloreaban. Esa mujer no necesitaba maquillaje, ropa cara ni nada de esas trivialidades para verse hermosa, tan sólo con ser ella misma al natural podía hacer que cualquier hombre se arrodillara. La pregunta del millón ¿Él lo haría?

Ella lo miraba cruzada de brazos, como esperando que él tomara la iniciativa. El detalle era que realmente no sabía qué hacer, no sabía si realmente le gustaba esa mujer, o sólo era una curiosidad por conocer lo desconocido. No se detuvo a pensar mucho.

-¿Tiene planes?

-¿Planes?

-Sí.

-No entiendo.

-Bueno, me estaba preguntado si me concedería el privilegio de ir a caminar conmigo.

Ella sonrió.

-Nada me gustaría más.