Por favor señora. Capitulo 11

La historia ha dado un giro de 180°, nuestros protagonistas se adentran en una aventura que puede salirse de todo control.

CAPÍTULO 11 “ENTREGA”

“Desnúdame de apoco y bésame a lo loco, invéntame un momento que no tenga final.”

Amanda Miguel.

Regina entró e iba cargando el cuadro que semanas antes le había regalado.

-¿Cómo supiste dónde encontrarme?

-Tengo mis contactos, realmente necesitaba verte y hablar contigo. –le dijo entregándole el cuadro, envuelto.

-Gracias, eres muy amable. Ponte cómoda.

Regina tomó asiento en uno de los sofás de diseño minimalista que Miguel Ángel tenía en su sala.

-¿Quieres tomar algo? Tengo vino, café, agua, coca-cola…

-Bueno yo, traje vino, de hecho…-le respondió ella ofreciéndole una botella.

  • Un Concha y Toro del 65…fue el que sirvieron el día que te conocí…

-Así es, una de tus reservas preferidas, lo recuerdo perfectamente.

-¿Lo trajiste de Arandel?

-Claro, creí que te gustaría.

-Pues acertaste…

Regina bajó la mirada mientras sonreía.

-Sólo quería pedirte perdón por mi estúpido comportamiento, tienes razón en pensar todo eso de mí, pero si algo te puedo decir es que no supe reaccionar, más bien, no supe expresar lo que siento por ti…

-Yo tampoco supe expresarme. –le respondió mientras servía el vino en unas elegantes copas.

-No, tu estuviste bien en decirme lo que merecía…no sabes cuánto lo lamento y haberte dejado ahí, eras mi invitado…nada justifica mi comportamiento.

-Tranquila, hiciste lo que consideraste mejor para ti…-le dijo Miguel ofreciéndole una copa, para después sentarse a su lado.

-Ese es el problema, sólo estaba pensando en mí…soy una egoísta.

Miguel Ángel no esperaba tener a aquella hermosa mujer en su casa, no imaginaba como había conseguido su dirección y a pesar de todo lo que había pasado, estaba contento de que ella estuviera ahí con él. El detalle del vino lo había ablandado completamente, pero esa noche Regina estaba realmente hermosa, con un sensual pero discreto vestido negro de encaje, manga larga, que resaltaba las curvas de su cuerpo y contrastaba con su pálida piel, el cabello suelto, lacio, rubio y brillante, parecía una reina.

-Quizá sólo estemos confundidos. –dijo Miguel Ángel.

-¿Confundidos?

-Sí, acerca de lo que sentimos.

-Yo no estoy confundida, se lo que siento.

-¿Y que sientes?

-Te quiero…en verdad te quiero.

Miguel Ángel soltó un suspiro.

-Yo también te quiero, Regina.

Ella tomó su mano, él tomó la suya y la besó.

-¿Entonces cuál confusión?

-Siento que te quiero, pero no de la forma en la que tú quieres.

Ella acarició el rostro de Miguel Ángel.

-No te pido que seas mi novio, ni que te cases conmigo…no estoy enamorada de ti.

-¿Entonces?

-Entonces…

Regina se acercó y le dio un suave beso en la comisura de los labios, en la mejilla y de repente Miguel Ángel atrapó los labios de ella con sus suyos, sus manos bajaban para acariciar una de sus piernas y tal como había imaginado tantas veces, eran firmes y suaves, como un regalo de Dios en la tierra. La boca de Regina se abrió para recibir la humedad de Miguel Ángel, quien no había perdido por completo el control pero sabía que lo perdería en cualquier momento.

-Esto no puede ser…-le dijo a Regina entre suspiros.

-¿Por qué no? Somos adultos, somos libres, lo deseamos…

-Pero Sebas…

Regina lo calló con un beso, no quería detenerse a pensar en nada, en nadie, quería olvidar su vida, su pasado, disfrutar el presente en esa habitación a media luz, quería sentir las caricias de ese hombre y entregarle todo de una vez.

-No me perdonaría que algo saliera mal y lastimarte…

-No me vas a lastimar…

-Es lo que menos quiero, de verdad…

-Entonces no lo hagas…

Él la miró a los ojos y fue recorriéndola hasta llegar a su cuello.

-Eres perfecta…

-Tú sabes que eso no es cierto.

-Sí lo es…

-No…

-Déjame mostrarte.

-¿Qué vas a mostrarme?

-Lo que eres, lo que vales…

Miguel Ángel la tomó de nuevo entre sus brazos y comenzó a besarla lentamente, construyendo un sendero desde sus labios hasta llegar a su cuello. Mil pensamientos atravesaban por sus mentes, pero estaba decidido, esa noche se entregarían uno al otro, porque era inevitable, porque lo deseaban, porque lo sentían.

Ella perdió la cuenta de las veces que los labios del caballero acariciaron su piel y aún en su delirio le parecía increíble estar en esa situación con él, lo había imaginado tantas veces que en ese momento dio por sentado que la realidad era mucho mejor que la fantasía. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había entregado a un hombre, pero sentía de alguna forma, que era como la primera vez y Miguel Ángel pudo notarlo.

-¿Quieres que me detenga? –le preguntó a pocos centímetros de sus labios.

Ella negó débilmente con la cabeza.

-Estás temblando…

-Es que no puedo evitar los nervios.

-No tienes por qué sentirte así, quiero que estés cómoda y segura, de cualquier forma podemos detenernos cuando tú lo decidas.

Ella desvió la mirada al vacío.

-Hace tiempo que no estaba así con alguien…

-Lo sé, lo sé y no sabes lo afortunado que me siento de que me tengas la confianza para llegar a este punto, lo aprecio, lo valoro como no tienes idea y por eso quiero que te sientas cómoda en todo momento.

Regina sonrió cansinamente.

-Confío en ti…-dijo a toda respuesta mientras sus intensos ojos azules se clavaban en los de Miguel.

-No voy a defraudar esa confianza…

Regina sin pensarlo se lanzó a sus brazos, mientras se fundían en acalorados besos y caricias que parecían no tener fin, el caballero creyó buena idea prescindir del elegante vestido y mientras acariciaba su espalda buscando la cremallera, ella hacía lo propio con la camisa de su pijama y al sentir el contacto de su piel su lívido se disparó a niveles insospechados.

-¿Puedo? –le preguntó antes de bajar la cremallera.

-Puedes…-respondió Regina con un hilo de voz.

La ágil mano de Miguel Ángel bajó delicadamente el cierre del vestido, dejando al descubierto la blanca y tersa espalda de Regina, recorriéndola con ambas manos al mismo tiempo que sus labios se juntaban para estallar en besos lentos y suaves, subiendo la intensidad.

Sabían que tenían toda la noche por delante, pero el deseo y las ansias pudieron más que su paciencia, ya habían esperado demasiado para poder estar juntos y sin pensarlo dos veces, Miguel Ángel dejo caer el vestido de la dama dejando al descubierto un par de turgentes pechos que parecían apuntar al cielo.

-Decirte que eres hermosa sería una falta de respeto, porque eres mucho más que eso.

Ella bajó la mirada, sonrojada pero contenta de haberle dejado sin palabras, pero un fuerte escalofrío recorrió todo su cuerpo al sentir el contacto de los labios de Miguel Ángel en ese par de maravillas, haciendo que miles de sensaciones que yacían dormidas en su interior, volvieran a la vida y reclamaran ser saciadas. La pasión aumentaba y los amantes se dejaron llevar por sus sentimientos, iniciando la entrega que podría un punto y aparte en sus vidas.

Fue cuestión de minutos para que ambos terminaran por despojarse de la ropa y acariciándose mutuamente, fueron explorando sus cuerpos, despertando la pasión aletargada y cuando se dieron cuenta se encontraban sobre la alfombra de aquel salón; la liga que sostenía el cabello de Regina se desató, dejando caer su melena sobre el rostro de Miguel Ángel, quien la besaba en los labios con pasión.

Su boca recorrió todo el cuerpo de aquella hermosa mujer, que era la viva imagen de la perfección femenina, una mujer que además de ser bella, era sensible, sensual y en ese momento entregada. Ella gemía débilmente con los ojos cerrados, disfrutando de las caricias en su humedad, como tantas veces lo había imaginado, pero él no quería poseerla, quería hacerla disfrutar, hacerle ver que podía volver a sentirse viva, plena, complacida.

Fueron tantas veces las que recorrieron mutuamente sus cuerpos, con sus manos, labios, piel, que el momento de consumar el acto estaba cada vez más cercano, ella se colgó de su cuello, mientras sentía como él iba invadiendo lentamente su intimidad, su cuerpo se tensó por un momento, su espalda comenzó a arquearse cuando su amante comenzó cadenciosos movimientos, haciendo vibrar su interior como nunca antes lo habían hecho.

Él no perdía el tiempo y se dispuso a satisfacer a su compañera de todas las maneras posibles, convirtiendo el suelo del salón en un santuario de entrega y pasión, donde las horas pasaron sin que ellos se dieran cuenta, donde todo lo que había fuera de ese espacio dejó de existir para ellos, como si todas sus penas, sus congojas, sus placeres y sus demonios fuera de ese universo hubieran muerto al fundirse haciendo el amor.

El cielo comenzaba a tornarse gris y los amantes seguían con la llama encendida, entregándose sin reservas, empapándose solidariamente uno del otro, él continuaba dentro de la intimidad de Regina mientras llenaba de besos su espalda y cuello, ella se dejaba querer, queriendo que ese momento se hiciera eterno, pero todo tiene su final y el de ese encuentro inevitablemente había llegado.

La pareja intensificó el ritmo de su entrega y antes de darse cuenta estallaron en un estrepitoso orgasmo que por un momento les hizo creer que sus almas abandonaban sus cuerpos. El rostro de Regina estaba ardiendo y cuando estaba por recuperar el aliento, Miguel Ángel atrapó sus labios con los de él, agradeciendo aquel regalo con el beso más profundo y cálido de la noche.

La dama se aferró a su amante, acomodándose en su pecho, no era capaz de articular palabra porque su quijada temblaba levemente al igual que todo su cuerpo. Ambos se abrazaron con la intensión de unirse, estaban tan necesitados de ese afecto, de ese calor, que no perderían ni un solo minuto de ahora en adelante. Los párpados les pesaban, sus cuerpos reclamaban descanso y así entrelazados cayeron rendidos en el más profundo sueño, al mismo tiempo que la tenue luz del astro rey se colaba débilmente por la habitación.

El fuego de la chimenea emitió un chasquido extinguiéndose por completo.


La puerta principal de Miguel Ángel estaba siendo golpeada de una forma obscenamente salvaje, lo que provocó que la pareja se despertara abruptamente. El caballero se incorporó de inmediato y cuando volteó a su lado pudo ver a una Regina con los ojos como platos.

-¡Miguel Ángel! Ábrenos, ¡Sabemos que estás ahí! –se oyó una voz del otro lado de la puerta.

Regina Marroquín podía reconocer esa voz en cualquier lugar del mundo, incluso si hablaba otro idioma, esa voz le había acompañador por 27 años siendo la luz de su vida, pero en ese momento se revelaba ante ella como la peor de sus pesadillas.

-Oh por Dios…-dijo casi inaudiblemente.

-Tranquila…-respondió Miguel con un susurro.

-¿Ahora qué hago? Esto no puede estar pasando…-masculló ella llevándose las manos al rostro.

-Calma… ¿Tu auto está afuera?

-No…vine en taxi.

Miguel Ángel soltó un suspiro de alivio, al menos, Sebastián no podía saber que su madre estaba ahí.

-Tengo que salir de aquí, mi hijo no puede verme…así.

-Debes ocultarte…

-¡MIGUEEEEEEEL! –se oyó del otro lado de la puerta.

Regina arrugó el rostro completamente aterrada.

-Ocúltate.

-¿Dónde?

-Ve a la alcoba al final del pasillo.

-Él no va a irse pronto…

-Lo distraeré…corre.

Regina se levantó cogiendo lo poco que encontró de su ropa y se dirigió a la habitación que estaba al final del pasillo, la última imagen que pudo ver fue a Miguel Ángel poniéndose el pantalón del pijama y de inmediato cerró la puerta echando el pestillo.

Miguel Ángel se asomó por la mirilla y pudo ver que efectivamente se trataba de Sebastián y peor aún, no venía solo; así que decidió armarse de valor y abrir la puerta.

-¡Vayaaaa! Hasta que el señor se digna a abrir…-exclamó Sebastián.

-Disculpa, estaba demasiado dormido, no podía ni despegar los ojos.

Sebastián echó una ojeada al interior de la vivienda y aunque aparentemente estaba todo en orden, podía sentir que el ambiente estaba demasiado pesado.

-¿Podemos pasar? –preguntó.

-Claro, claro.

Miguel dio un abrazo a su amigo y le permitió el acceso; detrás de él venía Patricia quien le dio un beso en la mejilla, que estaba más fría que un témpano de hielo.

-Hola feo, trajimos desayuno. –dijo Patricia, mirándolo fijamente.

-¡Y pan dulce! –anunció Sebastián.

-Wow, no se hubieran molestado chicos, de verdad. –respondió Miguel tratando de ocultar su nerviosismo.

Los enamorados colocaron las bolsas en la mesa, mientras que el anfitrión cruzaba en dirección hacia la sala de estar, había olvidado deshacerse de las copas.

-Se ve que anoche estuviste ocupado…-dijo Sebastián al ver dos cojines y una cobija sobre la alfombra.

-Ah…sí, es que me pareció buena idea leer un poco cerca del fuego, ¡Anoche hizo un friazo!

-¿En serio? Pues pareciera que estuviste acompañado…-respondió su amigo señalando las dos copas que descansaban en una mesita de esquina.

-Jaja para nada hermano, primero empecé con una copa leve de vino blanco y después el concha y toro.

-Vaya, tuviste tus momentos de meditación entonces…

-Desde luego. –respondió forzosamente mientras desviaba su mirada a un punto en el suelo y pudo ver las bragas de Regina burlándose de él. Su rostro palideció.

Por fortuna desde donde su amigo estaba no podía ver la prenda íntima.

-Amor ¿me ayudas a poner la mesa?

-Claro, princesa. Con tu permiso Migue.

-Adelante por favor…

Sebastián se dirigió a la cocina, mientras Patricia sacaba los empaques de comida, Miguel Ángel observaba sus movimientos cuidadosamente, esperando no ser detectado. Con mucho cuidado se inclinó ante la chimenea, con una de las varillas simuló mover la leña.

-Deberías encenderla, está haciendo un frio del carajo. –le pidió su amiga sin despegar los ojos de su actividad.

-Sí, desde luego. –respondió nerviosamente, mientras que con la varilla levantaba el borde de la alfombra y de una ligera patada introdujo la diminuta prenda por debajo de ella.

La tranquilidad estaba por volver a él cuando se dio cuenta de que el bolso de Regina se encontraba en el sofá. Sebastián salio de la cocina con algunos platos que se dispuso a colocar sobre la mesa.

-Trajimos los chilaquiles verdes que tanto amamos…

-¿Los de la fonda de Doña Clara? –preguntó Miguel tratando de crear distracción mientras sigilosamente echaba el bolso detrás del sofá.

-¡Esos mismos! –le respondió Patricia.

-Son muy buenos, pero ninguno como los que hace mi Manuela.

En el interior de la habitación Regina apenas escuchaba lo que ellos decían, estaba muriéndose de miedo ante la idea de que su hijo la descubriese ahí. Se había puesto la ropa pero, para aumentar aún más su terror y nerviosismo le hacían falta las bragas. Imploraba al cielo que Miguel Ángel pudiera encontrarlas antes que su hijo y su nuera.

-Maldita sea tengo que salir de aquí, tengo que salir de aquí. –Se decía para sus adentros.- ¿Pero cómo? Esto va para largo, no puedo quedarme aquí…

Daba vueltas en la amplia habitación hasta que reparó en el ventanal, se acercó con cuidado y pudo darse cuenta de que se trataba de una puerta corrediza, su rostro se iluminó.

-Tal vez esta pueda ser una salida…

Regina desconocía la geografía de la casa, pero no tenía de otra, si quería salir librada de ese aprieto tendría que jugársela. Antes de que pudiera decidirlo reparó en el buró de Miguel Ángel, y jamás se había alegrado tanto de ver un teléfono. Rápidamente lo cogió y marcó al número de Dalila, dio tono varias veces pero ella jamás contestó.

-Dios mío, Dali no me hagas esto, por favor contesta, contesta…

Lo intentó varias veces pero su amiga no respondía el móvil ni el teléfono de su casa, Regina comenzó a desesperarse aún más hasta que dentro de toda aquella faramalla recordó que su sobrina Génesis era la única que sabía en dónde estaba. Marcó el número rogándole a todos los santos que respondiera.

Dio tono un par de veces hasta que ella finalmente respondió.

-Diga…-dijo una soñolienta voz del otro lado de la línea.

-Génesis, por favor ayúdame estoy en problemas.

-¿Quién diablos es? –respondió su sobrina con voz áspera, poco amigable.

-Soy tu tía Regina, tienes que ayudarme.

-¿Reggie? ¿Qué pasa?

-No puedo explicarte, pero estoy en casa de Miguel Ángel y Sebastián se apareció por aquí, no puedo dejar que me vea, tengo que salir de aquí eres la única que puede ayudarme, por favor ven a buscarme.

-Maldición…

-Te lo suplico. –dijo Regina con la voz quebrándosele.

-Dime dónde estás.

-No puedes venir a la casa, pero podemos encontrarnos en el Superama de la colonia del Valle, trataré de llegar.

-Demonios Regina eso queda muy lejos.

-Por favor, eres mi única esperanza.

-Pffff está bien, ¡Pero me debes una!

-Te la voy a deber siempre, por favor no me marques al celular, mi bolso está perdido.

-Está bien…espérame en el súper, tienes tiempo para llegar.

-De acuerdo.

Después de colgar el teléfono, Regina le quitó el pestillo a la puerta de la alcoba, se calzó las zapatillas y se dirigió a la puerta corrediza, que afortunadamente solo tenía puesto el seguro manual, la abrió lentamente y salió de la habitación. Frente a ella se encontraba el jardín del patio trasero, era una auténtica belleza y también contaba con una alberca que simulaba ser un estanque, Regina giró a su derecha y dio la vuelta rodeando la casa, rogándole a Dios que hubiera una salida y afortunadamente el creador estaba de buenas y ella pudo hallar la manera de huir de ahí. El portón de la casa estaba ligeramente abierto y sin mirar atrás, abandonó el lugar.

Tuvo que caminar muchísimo para poder llegar al dichoso supermercado, tenía ampollas en los pies causadas por el calzado, en ese momento estaba odiando a su elegante par Versace y deseando estar descalza pero aún en esos momentos de zozobra no podía permitirse perder el glamour. Le parecía mentira que estaba ahí, en público, sin ropa interior, sin ni un solo peso y totalmente expuesta, qué pequeña e insignificante se sentía.

Su nerviosismo la hacía mirar en todas direcciones, esperando ver a su sobrina llegar o a algún conocido y evitar que la vieran, pero en lugar de eso, pudo ver un teléfono de monedas que estaba a un costado del estacionamiento, sin pensárselo mucho, se dirigió a él.

-Es increíble, no tengo ni 3 miserables pesos para hacer una llamada, como da vueltas la vida. –farfulló mientras seguía las instrucciones que un pequeño aviso dictaba para realizar llamadas por cobrar.

Después de todo el protocolo, Génesis respondió.

-¿Tía?

-Pasé de ser la dueña del emporio joyero a una miserable cuarentona que tiene que realizar llamadas por cobrar desde un teléfono público.

-Cálmate hermosa, estoy cerca, muy cerca, espérame.

-No soporto estos malditos zapatos, tengo que quitármelos y ponerme una pomada o algo así.

-¿Hay alguna farmacia cerca?

-Supongo que dentro del súper hay.

-Ok estoy muy cerca, entra al súper, consigue unas sandalias y la pomada, espérame en el área de farmacia ahí te veré.

-De acuerdo.

Con los nervios a flor de piel, Regina siguió al pie de la letra las indicaciones de Génesis y entró al centro comercial, no tardó mucho en conseguir las sandalias y dirigirse a la farmacia. No dejaba de sentirse miserable por el hecho de no tener ni un solo peso y con la idea de sentirse perseguida; buscó la distracción buscando alguna pomada en los estantes, pero sólo podía ver cremas para las arrugas y cicatrices, tomó una de ellas y leyó el contenido.

-No la necesitas. –le dijo una voz grave y varonil.

El cerebro de Regina se disparó, tratando de reconocer esa voz pero le fue imposible, poco a poco levantó la mirada y pudo ver a un caballero de fina estampa, ya entrado en sus 50’s, cabello cano y barba de candado con una complexión y rasgos que le recordaban mucho a George Clooney.

-¿Perdón? –le preguntó Regina con la voz un poco temblorosa.

-He dicho que no la necesitas. –respondió el hombre señalando el producto que ella sostenía en la mano.

-¿Es un fraude acaso? –volvió a preguntarle, un poco cohibida.

-No lo sé, pero no la necesitas, sigue tal como estás, que así estás estupenda.

Regina Marroquín no daba crédito a lo que oía, ese sujeto, que era un completo desconocido estaba coqueteándole, eso no era de extrañarse ya que siempre sucedía, pero lo más raro del asunto es que lejos de incomodarle el comentario consiguió arrancarle una sonrisa.

El caballero quedó maravillado con la belleza de Regina y devolvió la sonrisa de una forma bondadosa.

-Que tengas buen día. –le dijo a la dama.

-Gracias, tú también. –respondió ella aún sonriente

Y antes de hacer nada, Génesis la tomó del hombro.

-Ya estoy aquí…-susurró la chica.

-Oh por Dios –dijo Regina volviéndose hacia ella y abrazándola.

-Tranquila preciosa, todo está bien.

-Gracias, por venir, de verdad.

-No tienes que agradecer, ¿Conseguiste la pomada?

-Ah…eso estaba pero…

Cuando Regina se dio la vuelta, aquel misterioso hombre había desaparecido, no estaba segura de si realmente lo había visto, o si sus nervios y miedo le habían jugado una mala pasada.

-¿Pero?

-Ah...no sé, no encontré nada.

Génesis la miró y vio que su piel estaba más blanca que un papel.

-Vamos tía, compremos esa cosa y larguémonos de aquí…


Dentro de la casa se encontraba Miguel Ángel, a punto de explotar en un ataque de nervios, pero sabía que debía mantener la compostura para que sus amigos no sospecharan, habían pasado dos horas, que se le habían hecho eternas y durante todo ese tiempo no había hecho más que mirar hacia el pasillo.

-Mickey ¿Te importa si tomo una de tus chamarras de piel? Me estoy congelando y este jersey no me calienta nada…-dijo Patricia de repente.

-Ahh…claro Patty, en un momento te la traigo.

-¡No te moleses! Ya sé dónde las guardas…

-Ahhh no, de verdad, yo te la traigo.

Pero Patricia no le hizo caso y poniéndose de pie se dirigió a la habitación que se encontraba al final del pasillo, Miguel Ángel sintió que el corazón iba a salirse de su pecho y a como pudo se fue detrás de ella mientras que Sebastián los miraba extrañados.

-Por favor no entres Patt…-le suplicó Miguel Ángel.

-Por Dios Mickey, has estado rarísimo desde que llegamos, solo quiero una chamarra…

-Patt…

Y la obstinada Patricia abrió la puerta de golpe, como si esperara encontrar algo ahí dentro, pero solo se topó de frente con la soledad de esa habitación.

-¿Estas escondiendo un cuerpo o algo así? –le preguntó mirándolo a los ojos.

Miguel Ángel suspiró aliviado.