Por favor...

Michelle ha aguardado por más de dos años a que Brian se decida a darle el gran gusto... ¿habrá hecho bien al esperar?

BRIAN LAVEEL

Dejen que me presente, me llamo Brian LaVeel y soy el director de un hogar de huérfanos. Algunos niños llegan aquí por voluntad propia, muy pocos debo decir, y otros por fallo judicial: por motivos varios se les quita la tenencia a sus padres y acaban aquí, en el orfanato Blue Bell. Fue fundado por mis abuelos, filántropos hasta la muerte, mantenido por mis padres y ahora dirigido por mí. Soy el menor de tres hermanos varones -tengo veintisiete años- y gracias a ello he podido tener más libertad en lo que se refiere al dedicarse a las empresas de la familia. A pesar de todo, debo admitir que mis padres siempre han estado orgullosos de mí: soy médico pediatra y también me gustaría especializarme en neonatología.

Aquí, en el hogar Blue Bell, tenemos a cargo tres bebés. Dos niñas y un varón. A veces yo mismo dejo mis libros para ir a alimentarlos o simplemente verles dormir. A las niñas las llamamos Rocío y Paula, y al varón, Agustín. Y podría seguir hablando de ellos hasta el cansancio, pero seguiré con mi relato.

Los chicos del hogar a veces se insultan y se pelean. Son niños de la calle, sin educación, sin modales y aquí intentamos lograr que abandonen ese iluso afecto que le tienen a pedir limosna, dormir en las calles e incluso a robar. Pese a todo, a veces, cuando caigo en la melancolía, pienso que algunos de ellos no tienen remedio. Tal es el caso de Michelle -léase Miyél- a quien yo mismo conocí cuando era un bebé, tal como Agustín. Claro, que yo en ese entonces tenía once años y ni me imaginaba que acabaría dirigiendo Blue Bell y con el título de médico. Sólo visitaba el hogar con mi abuela y admito que no me gustaba para nada.

Michelle tiene ahora dieciséis años y ambos mantenemos una relación un tanto extraña. Él sabe bien que es mi favorito y saca completo provecho de ello. Siempre me han gustado las personas inteligentes y él es infinitamente capaz. Lo demuestra en la escuela, que funciona aquí mismo, en Blue Bell, donde soy el profesor de Química y Biología. Obviamente, hay muchos más profesores a cargo, algunos voluntarios, que también admiten que Michelle es uno de los mejores estudiantes.

El hecho de que lo haya conocido cuando era un bebé empeora más la situación. Aún mantengo intacto el recuerdo de aquellos enormes ojos azules, que miraban atentos, aquel cabello oscuro y suave, y el tacto de aquella piel blanca sonrosada. Y él no lo sabe, pero yo fui quien lo llamó Michelle sin estar al tanto en ese entonces que era un nombre de mujer. No sé si le gusta su nombre, porque jamás se lo he preguntado.

Lo que me molesta de Michelle no es que sea rebelde -cualquier adolescente de su edad tiene esos arranques-, el problema surge cuando cruza la raya de la rebeldía para llegar a rozar el libertinaje. Y es que el jovencito se toma sus pequeñas libertades. A veces se va del lugar sin pedirme permiso -o sin comunicarlo a los encargados- y vuelve bien entrada la noche trayendo bolsas de caramelos o chocolates que comparte con los demás chicos. Perfecto, sí, pero cuando le pregunto de dónde ha sacado las golosinas, me responde que se los regala el baboso dueño de una dulcería que se contenta con mirarle el culo y verlo comer chupetines. Y se calla, luego ríe, me guiña un ojo y se va corriendo. No sé si lo hace para provocarme, para darme celos o qué carajo. El hecho es que, en primer lugar, me preocupa y en segundo lugar... sí, me da celos.

Desde que empecé la universidad estoy viviendo en este lugar y está claro que no puedo saber absolutamente todo lo que ocurre aquí. Pero sé lo que me cuentan los maestros, los encargados, los voluntarios... el otro día la profesora de música me dijo que había visto a Michelle besándose con un chico que concurre a la escuela aquí, pero que no es del hogar. Supongo que no me sorprendió demasiado.

Lo que sí voy a contarles es cómo llegué a mantener con Michelle la relación que califiqué anteriormente como extraña, particular, o rara. Supongo que los que me conocen creen que lo trato como si fuera mi hijo, ya que lo conozco desde que era un bebé. Pero ese hijo mío tendría que haber nacido cuando yo tenía once y eso habría sido biológicamente absurdo.

Cuando llegué a Blue Bell, la señora que trabajaba como directora estaba esperando su cuarto hijo y ya no podía seguir a cargo del hogar. Yo tomé el puesto, la suplencia. Y esa suplencia ya ha durado nueve años. Al principio mis padres estaban sorprendidos, pero emocionados y un tanto entristecidos. Pese a eso, ni se les ocurrió intentar que me arrepintiera, les parecía patéticamente inmoral. Me besaron en ambas mejillas y me desearon la mejor de las suertes.

Cuando llegué, los chicos salieron a la calle y me preguntaron «¿ese es tu auto?»; yo, un tanto cohibido, les respondí que sí.

Mi llegada al lugar conllevó un cambio colosal. Nunca les había faltado nada, pero su condición mejoró bastante. Ahora todos tienen dos pares de zapatillas para cambiarse y ya no necesitan compartir las toallas.

Ese día, cuando lo recordé, le pregunté a la encargada qué había sido de ese bebé de ojos azules y pelo negro que yo mismo había bautizado como Michelle. La señorita me señaló a un chico de diez años que apartado del resto leía un libro de animales. Conmovido, me acerqué a él. Le toqué el hombro y se sobresaltó. El libro, algo desgastado, se le cayó de las manos y mostró una suricata caminando en dos patas.

-¿Te gustan las suricatas? -le pregunté, devolviéndole el libro.

-¿Las qué? -preguntó, confundido. Yo me sorprendí. ¿Acaso Michelle no sabía leer?

-Ese animal de la foto -le dije- es una suricata.

-Ahhh...-comprendió-. Es que le faltan algunas páginas, ya sabe... es muy viejo...

Me sentí triste y desde ese momento no dejé de regalarle libros de animales para complacerle y verle contento. Obviamente, compraba cosas para todos para que no se sintiesen menos, siempre he tenido cuidado de ello. Y por las noches, Michelle tocaba a mi puerta para mostrarme la foto del oso panda, la del koala, la del yacaré. Y yo era feliz, aunque me interrumpiera mientras estudiaba Embrionología o Genética. Siempre tenía tiempo para él. Y eso me preocupaba un poco.

El primer tropiezo ocurrió cuando yo tenía veintitrés años y él, catorce, ya un adolescente. Él a menudo dormía conmigo -era normal: a veces tenía cinco niños a mi alrededor rogando que les contara cuentos- y me hablaba de los animales que había estudiado en los libros.

Esa noche, cuando le pregunté acerca de un canino blanco con orejas grandísimas, me respondió:

-Es un zorro del desierto. Tiene el tamaño de un gato y las orejas enormes. Les sirve para detectar a sus presas en la noche. También así puede enfriarse, eliminando el calor de su cuerpo.

Michelle dejó el libro a un lado y me miró.

-¿Tienes novia, Brian? -quiso saber.

-No -respondí.

-¿Es normal... -comenzó- sentir calor cuando estamos junto a la persona que nos gusta?

No supe qué responder. No quería decir cosas subidas de tono, aunque él ya tenía la edad suficiente y resultaba patéticamente evidente que estaba intentando provocarme.

  • Sí -le dije-. Es lo más normal del mundo. Bueno, estamos en verano, todos tenemos calor -agregué, riendo suavemente. Él no compartió mi risa. Me preocupé más.

Michelle se inclinó sobre mí hasta recostar la cabeza en mi pecho. Mirándome, susurró en mi cuello:

-Yo siempre tengo calor cuando estoy contigo, Brian. Ya sea verano o invierno. Siento calor y otras cosas más, me da vergüenza decirlo. Quiero hacer cosas contigo. Hace mucho que duermo aquí porque me gustas. Sé que igual es raro, pero... me parece que a ti no te interesan mucho las chicas... ¿me das un beso, Brian?

Me quedé completamente anonadado. Como no respondí nada, fue él quien me besó. Y yo lo besé. Realmente me gustaba, no podía negarlo, ¡pero era algo tan pervertido! ¡Un hombre adulto, de veintitrés años, con un chico de catorce! ¡Por Dios!

Lo aparté bruscamente y se lo dije: cuando fuera mayor, cuando cumpliera los dieciocho, si aún sentía lo mismo, podríamos hablarlo. Era egoísta, pero, por el momento, que intentara poner en orden sus sentimientos, que se dedicara a estudiar y a cuidar de los más chicos. Nada más.

Abrió la puerta de mi dormitorio, intentó salir corriendo. Lo tomé del brazo, y le expliqué: por el bien de todos, por el suyo y quizás el mío, por el de los bebés que dormitaban en las cunas, por el de los niños que jugaban a quién podía mantenerse despierto por más tiempo; por el bien de todos ellos, que aguardara. Incapaz de soportarlo, lo abracé. Acaricié su cabello negro, sedoso. Y besé su frente y su nariz, que era mi saludo con los niños y niñas. Y luego besé su boca, que sería mi saludo secreto de despedida con él, sólo por aquella noche.

Después de ese evento, como deben imaginarse, su mecanismo de defensa consistió en fingir que no había sucedido nada. Sin embargo, un par de voluntarias me comentaron que se lo notaba entristecido, distante y sombrío. Incluso su rendimiento en la escuela bajó un poco. Intentaba olvidarse de mí, yo lo sabía. Sin embargo, me daba cuenta de que no podía. El problema era que hacía las cosas mal. Demasiado mal. Buscaba refugio en relaciones superficiales, tuvo un par de novias en la escuela, pero con ambas cortó al poco tiempo. Lo comprendía a la perfección. No quería involucrarse, salir herido otra vez, por eso actuaba de esa forma. Y si no se involucraba, si no lograba conocer lo suficientemente bien a alguien como para llegar a quererlo, jamás podría olvidarme. Ese era su error.

Secretamente, yo rogaba para que no lo lograra. No quería que me olvidara, pero tampoco quería verlo sufrir. Sólo podía aguardar, en silencio, callando, ahogando el deseo en cuerpos anónimos. Pero yo también sufría. Y esperaba el día en que fuese un hombre. El día en que me dijese «Brian, aún te quiero».

-Brian ¿qué sucede? Te ves preocupado -me dijo Betty, la maestra nueva de primer grado, una señora que a veces se queda en el hogar cuando hay algún niño enfermo.

-No es nada, sólo... lo de siempre.

-Michelle ha faltado a clases. Me dijo que me ayudaría a enseñarles a los niños a leer, pero no ha venido.

-Lo sé. Se fue ayer por la noche.

-¿No llegó a dormir?

-No. Dijo que se quedaría en la casa de un tal Lucas Lain, ¿quién es?

  • Ah, es un chico del último año de secundaria. Son amigos... o eso quiero creer.

-¿A qué te refieres? -pregunté.

-Vamos, Brian... -dijo, algo incómoda- ya sabes como es Michelle. No me extrañaría que el dinero que usa para comprar todas esas golosinas se lo diera ese tal Lucas.

-¿Cómo?! -insistí, poniéndome de pie.

-¿Qué pasa, Brian? Por favor... son raros, ¿qué esperas de ellos? Quién sabe dónde estaba Michelle antes de llegar aquí... Era un chico de la calle...

Por supuesto, ella no sabe nada acerca de Michelle, mi Michelle. No sabe que él ha crecido en este lugar, que vive aquí desde que tiene memoria, desde que era un bebé. Y no me gustaría creer que lo ha dicho es verdad, porque me molestaría demasiado. ¿Michelle acostándose por dinero? ¡Ridículo!

-Brian -dice la voz que toca a mi puerta-. ¿Querías hablar conmigo?-

Obviamente, se trata de Michelle. Lo he estado aguardando hace media hora.

-Te esperaba a las diez y media; son las once y diez -digo, abriendo, con el ceño fruncido.

-Lo sé, disculpa. Me estaba bañando, tuvimos preparación física en el club. No quería venir aquí todo sudado... perdóname.

Aquí está el muchacho, con el cabello negro húmedo, pegado a la frente, vistiendo la remera roja y blanca de un equipo de fútbol, unos shorts negros y zapatillas deportivas. Es increíble lo atractivo que se volvió en tan sólo dos años. Se parece a uno de esos jovencitos checos que aparecen en las películas de BelAmi. Michelle siempre fue bello, ahora además, es seductor. Dios mío... Cómo me gustaría...

-Estás disculpado, pasa -él entra al dormitorio. Y yo cierro la puerta.

-¿De qué quieres hablar conmigo, Brian? -pregunta, y me doy cuenta de que está masticando chicle-. ¿Quieres? -me ofrece, y saca una bolsita llena de caramelos, chupetines.

-¿De dónde sacaste todo eso?

-Oh, es que le gusto al tipo de Delicatessen, Brian, ya te lo dije -explica con una sonrisa provocativa, pasándose la lengua por los labios-. Ya le he preguntado en varias ocasiones si necesita un empleado, pero él se ríe y me dice que los chicos lindos como yo debemos estar posando en las revistas de moda... y me regala bolsas de caramelos y bombones con licor. De todas formas, creo que terminará contratándome. Se muere de ganas de... -y se soba el culo con descaro.

-Deja de ir a ese lugar.

-¿Qué?

-Lo que te dije, Michelle. Si quieres dinero puedes trabajar aquí, conmigo. Puedes encargarte de hacer las compras e ir a pagar los servicios, puedes ayudarme en la administración del hogar.

Él se sienta a mi lado, sobre la cama. Me contempla, atentamente.

-¿Puede ser posible... que estés celoso, Brian?

-Me molesta tu actitud. Me dices que te paseas en frente de un viejo baboso para que te regale golosinas, pasas la noche con un estudiante de la escuela...

-¿Que qué?

-Lo que dije, Michelle...

-¿A qué te refieres con eso de ''pasar la noche''? ¿A que me acosté con Lucas? Él sólo quería que lo ayudara a estudiar química, ya sabes. Muchos tienen problemas con tu materia... Y el año que viene quiere entrar en la universidad.

Me callo. Me encuentro incómodo.

-¿Y necesitabas quedarte a dormir para explicarle sólo la ley de Boyle y la de Gayloussac?

Michelle ríe bajito; se pone de pie. Camina hacia la puerta y yo me alarmo frente a la posibilidad de que se vaya. Sin embargo no lo hace, se detiene y le pasa el cerrojo a la puerta. Se da vuelta, gira, y queda frente a mí. Y me observa de la misma manera en que lo hizo hace más de dos años, con nerviosismo, con el anhelo inundando sus ojos azules. Sin previo aviso, se quita la remera del equipo de fútbol, exhibiendo su torso moreno, bien formado. Se acerca al lecho, se sube.

-Acuéstate conmigo, Brian -susurra. Él lo sabe, sí. Sabe que lo quiero, que lo deseo. Si no, no haría esto-. ¡No tienes porqué estar celoso de nadie, lo sabes! ¡Sabes que te quiero, que me muero por estar en tu cama y que me beses y que...!

Interrumpo su berrinche, sus palabras desesperadas; lo empujo violentamente sobre la cama y queda recostado boca arriba. Él sonríe, sorprendido y complacido. Yo, horrorizado, me aparto.

-Hey... ¿Qué haces? -pregunta, tironeándome de la camisa-. ¿¡Por qué te arrepientes, maldita sea?!

Yo me doy vuelta, consternado. Lo observo, tentador y furioso, con la respiración agitada y las mejillas ardiendo.

-¿Por qué no lo aceptas de una buena vez, Brian? He aguardado por ti casi tres años... Ya no soy un niño, sé muy bien lo que hago. ¿Por qué me pediste que viniera aquí, entonces? ¿Por qué no nos encontramos en tu oficina...?

-¿De verdad sigues queriendo...? -le pregunto, sentándome a su lado sobre la cama. Él se pasa los dedos por el cabello húmedo, pensando.

-Por supuesto que sí -me dice-. Aunque no era un niño, sólo tenía catorce años... Supongo que habría sido problemático que se hubiese descubierto que tú y yo manteníamos una relación íntima. Pero ahora ya soy grande. Siempre me dicen que parezco de dieciocho o diecinueve -comenta, con una sonrisa, orgulloso de sí mismo. Yo me río, algo animado-. Sé bien lo que hago, y sé bien lo que quiero.

-¿De verdad crees eso? ¿Crees que podríamos estar juntos sin tener que escondernos?- pregunto. Yo lo encuentro poco probable.

-Parece que te he convencido... -susurra él, suavemente. Yo sonrío, cabizbajo; me muerdo los labios-. No me ha costado nada -ríe, recorriendo su pecho con las manos-. Bueno, sólo tuve que venir bien bañadito y sacarme la remera. ¿Te gusto, Brian? ¿No quieres acostarte conmigo?

-Cállate -ordeno y él obedece. Me toma del mentón y levanta mi rostro. Me contempla, sonrojado. Dios, me vuelve loco...

-Vamos, déjame pasar la noche contigo -se acerca más hasta que su nariz roza la mía. Desliza una mano por mi camisa y llega hasta la cremallera de mis jeans-. ¿Me dejas?

Yo asiento, incapaz de negarle nada a ese niño de ojos azules, a ese bebé que miraba, sorprendido. ¿Lo hago por él? No, también por mí. Yo también lo deseo, él me desea. ¿Qué nos impide disfrutar este momento? Es nuestro y de nadie más. No se oyen voces lejanas. Sí, Michelle, te permito que te quedes esta noche.

Acerca su boca entreabierta y cierra los ojos. Lo beso, como siempre he querido hacerlo, lentamente al principio, abrazando sus labios con los míos repetidamente, jugando. Él, entonces, abre sus ojos, molesto.

-No soy un niño... bésame como se debe.

Y abre la boca con hambre, besándome con pasión, mordiéndome. Se separa y saca la lengua y yo la saboreo chupándola con avidez, acariciándola con la mía.

-¿Dónde has aprendido a besar así, eh?- le pregunto, entrecerrando mis ojos. Michelle emite una risita divertida.

-Por ahí -responde, apretándome la verga por encima de la tela. Baja el cierre y desliza mis pantalones hasta el final, me los quita, caen al suelo.

Me desabrocha la camisa, botón por botón, besa mi pecho y siento su cabello húmedo hacerme cosquillas en el mentón. Le acaricio el pelo suavemente y deslizo mis manos por su espalda desnuda, bien formada. Es delgado y puedo delinear con los dedos cada vértebra de su espina dorsal. Se estremece sobre mí cuando paso las manos bajo sus shorts y su ropa interior.

-¿Por ahí? ¿Qué más has aprendido «por ahí»? -pregunto, bajándole ambas prendas con las dos manos.

Michelle levanta la cabeza y me mira, con los ojos inundados y la húmeda boca entreabierta, para poder respirar.

-Nada más -susurra-. No quería que te pusieras celoso al saber que no serías el primero en probar este culito...: lo vas a estrenar tú. Así que.. por ahora trátalo bien -siento mi miembro pulsar ante sus palabras, crecer ante sus caricias. La verdad es que me sorprende gratamente que Michelle aún sea virgen. Me enternece perversamente, ¿soy claro? Es que me hace desearlo más y más-. Aunque me encantaría que me cogieras bien fuerte... tengo tantas ganas...

-Eres terrible...

-Sabía que debía esperar -susurra-. Cuando besaba a otros chicos, siempre pensaba en ti. Me imaginaba que era tu boca, tu lengua. Me imaginaba tus manos en mis manos, imaginaba que me tocabas, que me follabas... y me corría infinitas veces...

-Yo... tenía tanto miedo de que me olvidaras...

Se estremece, lo siento temblar, aún sobre mi cuerpo.

-Shhh..., cállate, Brian... ¡que no soporto más!

Le acaricio el rostro y los hombros.

-Si nunca lo has hecho antes no debemos ser bruscos...

-Pero yo quiero hacerlo todo. Vamos... por favor...- dice, apoyando las manos en el elástico de mi slip. Me mira, pidiendo permiso, y yo asiento, incapaz de negarme. Ahoga un prolongado suspiro al mi verga, despierta y deseosa. Lo toma con su mano y la acaricia, casi con temor. En ese momento, me alarmo de repente. Es que me he dejado llevar. Pero si contemplasen a este niño como yo lo observo ahora, con el rostro blanco ardiendo y sus ojos húmedos, su boca deliciosa. Y ese cuerpo de dios griego... Ay, si pudiesen verlo no me culparían...

-Michelle... no tengo preservativos- digo, con la voz ahogada. Él lanza una carcajada. Maldito mocoso...

-Soy un hombre precavido -responde, sacando un condón del bolsillo de sus olvidados shorts. Se me acerca serpenteando y dice, con voz melosa-: supuse que usted no querría hacerlo sin protección, doctor -y sonríe-. Quise comprar esos con sabor a frutilla... pero no me alcanzó el dinero.

-Eres un demonio -digo, entre dientes-. Preservativos saborizados...

-¿Qué sucede con ellos?

-Que los texturados son mejores.

Lo miro a los ojos, observa curioso. Yo le sonrío, y ambos estallamos en carcajadas. Le acaricio el cabello, aún húmedo en la zona de la nuca.

-¿Estás nervioso? -le pregunto, suavemente.

-Sí... es normal, ¿no?

-¿No tienes miedo?

-¿Miedo de qué? Mientras más grande la tengas, mejor. Me muero por ver cómo la usas.

-Es tu primera vez con un hombre, es muy diferente.

-Ya te dije que soy virgen y... lo soy en todos los aspectos. Por delante y por detrás.

-¿Cómo? ¿Nunca has estado con una chica?

-No. No me calientan las chicas, Brian. Tuve dos novias, pero no hice con ellas más que besos y un poco de manoseo. Fueron relaciones cortas, ya sabes. Además... creo que ninguna me habría dejado que les cogiera el culo...

No me lo puedo creer... ¿En sus casi diecisiete años Michelle nunca se ha tirado a una chica?

-¿Brian? -murmura, al verme un tanto ido.

-¿Qu...?

-Vaya, no sabía que te decepcionarías -dice, con tristeza, tímido, acariciándome el pecho con la yema de los dedos-. Seguramente pensabas que tenía algo de experiencia... lo siento...

-Eres muy puro, Michelle -le digo al oído, lamiéndole el lóbulo de la oreja. Él, que ha comenzado a agitarse otra vez, cierra los ojos y se muerde los labios.

-Pensé que ibas a decir «eres muy puto» -ríe, pero no le hago caso.

-El que seas virgen me excita mucho más.

Le contemplo sonreír, aún con sus ojos cerrados, esos ojos azules que conozco desde antes de que pudiesen distinguir la diferencia entre un perro y un gato.

-Mnghh... ¿tienes fetiche con los niños inocentes y vírgenes? Qué feo, doctor...

-Cierra la boca...

-¿Que la cierre!? Ay, Brian... no me pidas eso, no sabes todas las cosas que me he imaginado que hacíamos juntos...

-Mgh, la realidad será mucho mejor, créeme.

-Lo sé, para eso he venido.

Me coloco sobre su cuerpo, ya completamente desnudo, él descansa ambas manos en mi espalda.

-Muy bien... entonces sólo relájate y disfrútalo.

Él abre los ojos, sonriendo, y asiente desde la almohada, separando ambas piernas para hacerme algo de espacio entre ellas. Es infinitamente sensual y no puedo hacer más que preguntarme cómo ha sido que ese bebé o que ese niño pequeño se ha convertido en el delicioso macho que ahora está en mi cama. Me inclino hacia su vientre, más moreno y recorro con la lengua su abdomen, duro gracias al ejercicio físico. Su piel huele a ropa limpia, a jabón cremoso y a desodorante masculino. Me fascina esa fragancia y la hallo concentrada en la concavidad de su axila. Inhalo profundamente ese perfume agresivo y seductor, que me dice que ese cuerpo no es más de un niño, sino de alguien igual que yo, un cuerpo igual al mío, un hombre hambriento de hombre. Beso su axila. El niño se estremece... ¿Niño? Chico, muchacho, hombre... lo que sea... Michelle, el que lleva el nombre que yo elegí. Sí, lo acepto: me fascina que sea tan joven y tan inexperto. No sé el porqué, pero no me importa...

Acaricio su pecho, explorando, descubriendo un par de lunares sobre su tetilla. También las beso, ambas tetillas, y las noto tibias... o tal vez mis labios están tibios, o todo, mi boca y sus tetillas, su pecho, mis mejillas. Mojadas. Michelle transpira. Transpira, se agita, significa que le gusta. Le gusta y no lo oculta, cierra los ojos para concentrarse sólo en sentir el placer que le otorgo tan complacido. Ronronea gustoso, sólo a causa de mis besos y mis caricias...

Quiero sacudirlo, hacerlo gritar...

-Dios... creo que estoy más nervioso yo que tú -le digo masturbando su dura verga, ya orgullosamente erguida cual estatua de bronce, observando el triangulito de crespos vellos oscuros.

-No seas exagerado -dice, mientras yo juego a llevarme ese falo, sólo tocándolo con la lengua suavemente. No haciendo nada más que eso. Él se estremece y me mira, suplicante. Me derrite. Sin pensarlo dos veces, me humedezco los labios con saliva y lo devoro completamente, para comenzar a chuparlo con deleite. Saboreo su salada humedad, ha comenzado a mojarse desde que lo metí en mi boca. No es excesivamente grande, pero tiene su buen tamaño y con un poco de esfuerzo puedo desafiar la profundidad de mi garganta, relajando los músculos.

-Mnghh -revuelve mi cabello, jadea... -Dios, Brian... qué bien la chupas...

Sí, al parecer sabe que las palabras excitan y provocan... ¿lo habrá aprendido solo?

MICHELLE SUAR

-Mnghhh -revuelvo su cabello, jadeo. Sopla sobre mi glande y me estremezco-. Qué bien la chupas... -le apreto los hombros, me mira, sonríe. Se inclina y me besa y saboreo mis propios fluidos preseminales dentro mezclados con su saliva, buceando en su boca, paseándose por su lengua.

-Fóllame -le suplico, lamiéndole el lóbulo y aferrándome a su espalda-. Méteme todo lo que tengas que meterme antes, pero por favor fóllame...

-No tienes que pedirlo así -ríe, mordiéndome el cuello-. ¿Nunca has jugado por aquí antes? -me pregunta, acariciando mi entrada con su enhiesta arma, lista para la batalla.

-Sí, obvio que sí... Dedos... y uno de esos tubos de ensayo que me regalaste para jugar al veterinario.

-¡El tubo de ensayo! ¡Serás...!

-Mnngh -Brian acerca la mano a mi boca y me ofrece su dedo medio y su índice-. Chúpalos -obedezco, por supuesto. Los recorro con la lengua y los mojo, Brian los mueve, simulando una penetración y a mi me fascinaría que esos dedos no fueran sus dedos y que mi boca no fuera mi boca... y poder sentirlo dentro de mí, follándome duro... Dios... jamás he estado tan caliente. Me siento como una gata en celo, suplicando un alivio mágico y a la vez brutal. Brian tiene las uñas muy cortas y los dedos largos y delgados. Esos dedos ahora se divierten dilatando la entrada de mi ano, mientras la mano izquierda sigue masturbándome. Creo que la próxima vez le pediré de follar en la enfermería... digo, por la vaselina. Debí haberla traído yo, como al condón. Qué tonto fui, pero... ¡es que estaba tan nervioso!

Tengo los ojos cerrados y me muerdo los labios cuando siento que Brian comienza a penetrarme. Duele al principio, duele cuando mete la cabeza, para empezar a introducirse lentamente. Me quejo, más de la sorpresa que del dolor, cuando noto que ya ha entrado. Abro los ojos y él me mira, sonriente. Veo las aletas de su nariz dilatarse y oigo el susurrante sonido la respiración que se le escabulle entre los dientes.

-¿Vas bien? -pregunta, relamiéndose.

-Mnghh... súper... -y le devuelvo la sonrisa. Cierro los ojos de nuevo al sentir que retoma la intrusión, más por reflejo que por así desearlo-. Ahhh, Brian... -por entre el aleteo de mis pestañas le veo morderse los labios, lascivamente, y jadeo cuando de un pequeño golpe se inmiscuye más en mi interior. Ya debe estar adentro por lo menos la mitad... y me llena tan jodidamente bien, siento la presión en mi interior, el empuje y la deliciosa fuerza que hace para entrar más. Me duele el labio de tanto mordérmelo y dejo escapar un jadeo ronco cuando Brian levanta mi pierna izquierda en el aire y se aferra a ella, para comenzar a embestirme-. Métela toda... -gimoteo, sintiéndolo resbalar-. Vamos... la quiero toda... adentro...

-Mocoso malcriado... aquí las cosas se piden por favor.

-Mnghh... ahh, por favor, doctor, se lo suplico... -sollozo, con voz de puta-. Métamela hasta el fondo... ahhh...

Oh, Dios... no puedo creer que al fin me haya dado lo que deseaba, ¡no puedo creer que al fin Brian me esté follando! Me siento como en un sueño del que no quiero despertar jamás... Y pensar que he esperado tanto para que fuese él quien le pusiera el cartel de «abierto» a este culito virgen que le ha estado aguardando por años, hambriento de carne y sediento de leche... Mmnnn, he soñado tanto con verle completamente desnudo y mojado y desbocado... Lo he soñado arriba mío, adentro mío, abajo mío... mamándome la verga, deslechándomela a más no poder... Y he fantaseado con chupársela yo mismo, con metérmela hasta el esófago y dejar que el semen se deslice como vino o como vodka, mezclado con la saliva... Quiero emborracharme de Brian. Quiero terminar tirado en la cama, con todo el cuerpo sudoroso, agarrotado, somnoliento, pegajoso... Quiero dormirme en esta cama, entre estas sábanas que apestan a sudor, arriba de Brian o abajo, no importa. Quiero despertar y verlo dormir al lado mío... y entonces me gustaría hacerle yo mismo lo que él me está haciendo en estos momentos y que...

-¡Ahhhh! -gruñe y su portentoso animal se escabulle por entre mis piernas abiertas y mojadas. Desesperado, se saca el condón y lo tira vaya a saberse a dónde. Se masturba con ganas y prisas y la leche sale en varias perladas descargas y se deposita sobre mi pecho. Exquisito. Una idea un tanto delirante se me cruza por la cabeza al volver a pensar en el vino...: pienso que me encantaría mezclar el semen de Brian con algunas de las bebidas que escondemos los chicos bajo las camas... fabricaría un inusitado cóctel sexual y haría el fondo blanco más satisfactorio: me bebería a Brian. Lo tendría bien adentro, mucho más adentro de lo que podría llegar su verga. Se mezclaría con mi sangre, fluiría por mis venas como espermáticas y calientes oleadas alcohólicas...

Brian se derrumba sobre mí y se frota contra mi pene y mis huevos. Se inclina y los lame golosamente, tal como yo lamería los caramelos de Delicatessen. Aferra mi verga con la mano y comienza sacudirla con brío...

-Mámala de nuevo -le exijo. Él me mira y alza una ceja, graciosamente-. Ohh... por favor, doctor... chúpemela...