Por esta vez
Después de este pecado no no habrá santo que me dé la absolución ni oración que me devuelva la paz.
Si le hubiera pasado a otro, ese otro hubiera entendido. Si le hubiera pasado a ella seguro que me perdona. Pero me paso a mí. De todas las mujeres, hombres y en fin, criaturas del universo, la tentación hecha carne se puso en mi camino.
Aprendí por ahí que Dios nos da pruebas para que aprendamos de la vida, a mí, sin embargo, me ha se
ñalado con el dedo índice para llenarme de dudas y desaciertos. Hace frío afuera y está lloviendo, si miro por el amplio ventanal de la cafetería pareciera otro mundo, un concierto de sombrillas en todos los colores del arco iris, impermeables, gente corriendo... pero aquí, con ella, con mi amiga todo parece un luminoso circulo de calor y sensación.
No hay espacio para después, todo lo que puedo sentir desde ella es ahora, un cúmulo de sensaciones que me eleva del piso sin darme cuenta y, como un tornado, me arranca desde el suelo lanzándome hacia ella ¿Se dará cuenta? ¿Sabrá? ¿Intuirá lo que su sola presencia desata en mí? Tiene que, nadie puede ser tan inocente, ingenuo o hijo de la gran puta. Si alguna humanidad tiene esta diablilla provocadora, entonces sabrá que mis huesos cerca de ella parecen de espuma.
Afuera el viento, adentro la calidez. Afuera el ruido, la prisa, dentro sólo el envolvente egoísmo de su presencia. Afuera la sin razón, adentro ella. Ella habla, yo la escucho, la escucho como si fuera mi único sentido activo, el único al que mi sangre alimenta, pero en realidad todos sabemos que estoy hablando mentiras porque la única y absoluta realidad es que todos y cada uno de mis sentidos (sí, hasta aquellos que no tenía la gracia de conocer) se encuentran borrachos de ella. Mis ojos la recorren como una pintura exquisita, una pintura que además se mueve, que despide el olor almizclero del pecado, que tiene la brillante cualidad del arte preservado y que además tiene voz de sirena traicionera.
Si fuera un buen marino mirara mi brújula y buscaría el norte, no importaría para donde estuviera, seguro quedaría lejos de ella ¿Lo sabe? ¿Lo presiente? ¿Acaso lo ansía? Tiene que saberlo, debe de saberlo, nadie con suficiente sangre caliente en las venas puede permanecer indiferente al torbellino que a mi me roba la cordura. Me gustaría alejarme, dejarla atrás pero ese tacto sedoso, ese olor a sal me confunde y me hace querer comprobar aquello que mis sentidos presienten.
Hoy lleva puesta una blusa dorada, con finos tirantes y encaje en el escote. La dulce piel de melocotón luce arrebatadora en ella, las formas de su cuerpo indecisas y es así como en un suspiro de su cuerpo núbil te roba la respiración. Todo parece una escena tan elaborada que de haber sido creada hubiera parecido mentira, pero aquí está, más real que el pan y tan sutil como un pensamiento.
- Voy al baño- me dice sonrojada, debe haber notado mi intensa mirada en su escote y el hecho de que hace media hora no digo palabra la ha de tener incómoda. No lo pude evitar, después de todo soy sólo un ser humano.
La veo ponerse de pie, con esa gracia inherente a sus movimientos, la observo moverse entre las mesas, pedir excusas con esa voz aniñada, dejándome allí con sólo pensamientos que llenen su espacio vacío.
Si peco, pienso, nada pasara ¿Se va al infierno por sólo un pecado? La terrible diferencia aquí es que no tendría intención de redimirme. No, después de que hinque los dientes en esa manzana mortal no habrá santo que me dé la absolución ni oración que me devuelva la paz. Ella sigue avanzando, se ordena los mechones fugitivos del peinado y antes de perderse en el pasillo que conduce a los baños da la vuelta y me mira, la noto jadear, estremecerse al encontrar mis ojos negros de deseo clavados en los suyos y al final huye (siempre lo hace) de ella, de mí, de lo que quiere y siente. Sólo que esta vez no la dejaré marchar, sólo que esta vez iré por lo que a fuerza mirarla me he ganado. Después me arrepentiré y maldeciré, después desearé que me trague la tierra, después querré no haberlo hecho, después... pero ahora que se abra el infierno y Cerbero me lleve.
La encuentro en el pasillo y cuando los dorados ojos encuentran los míos sé que sabe que yo sé, queda contra la pared y mis labios buscan la frontera de su escote con ansiedad, mis manos desnudan su seno, mi lengua se enreda, se deleita y la pervierte. Sólo entonces me da la música que siempre he querido oír, aquella que ella siempre me ha querido regalar pero que nunca lo había hecho ¡zorra egoísta! Sus jadeos en mis oídos, sus dedos aferrados a mis rizos como si en ello se le fuera la vida.
-¡No!- susurra. Hipócrita, lo quieres, siempre lo has querido.
Pienso que si ya pequé una vez porque no hacerlo dos veces, me separo de la ambrosía de sus pechos y la miro a la cara, en sus ojos un millón de dudas, en sus labios temblorosos un millón de derrotas.
-Disculpen- dice un camarero apurado, interrumpiendo el segundo round, sus ojos nos recorren curiosos y divertidos.
Ella corre, se va, sale por la puerta a aquel mundo tan ajeno al que vivíamos y yo la veo alejarse pensando que puesto que eché todo a perder no merezco más el mundo mágico que sólo su conmovedora presencia puede crear.
A media noche, en la casa, la soledad llena todos los átomos de impaciencia, me mancha las paredes y disiente con todo lo que creo lógico. El teléfono suena como en una ensoñación una, dos, tres veces... levanto el auricular y al otro lado de la línea escucho una respiración agitada que se muere por decirme algo, lo que sea. Una respiración que afirma todo lo que antes negó. Tu respiración.