Por el tiempo perdido
Me tumbe sobre ti, tus dedos índice y anular volvían a buscar mi punto g mientras el pulgar jugaba con el clítoris. Los de la otra mano, sin embargo, habían decidido jugar con mis pezones, mientras que tu boca me besaba, lamia y mordía el cuello.
Recuerdo aquel día que apareciste en mi casa sin avisar, parecías nervioso, pero era normal, al día siguiente te ibas a trabajar al extranjero y seguramente no volveríamos a vernos. Entraste en mi casa sin decirme nada. Te ofrecí una cerveza, pero no me contestaste. Me estabas mirando con una de esas miradas que, aun que tú no lo sabes, me matan. Te acercaste a mí, pusiste una de tus manos en mi cintura y la otra en mi cuello y me besaste. Por fin, después de 5 años de tensión sexual entre nosotros, sin atrevernos a hacer nada, me estabas besando con pasión. Se me puso la piel de gallina durante todo el beso.
-Siento el tiempo perdido - me dijiste, y volviste a besarme, esta vez más ardiente, con menos cuidado.
Tus manos empezaron a recorrer todo mi cuerpo, con miedo, por encima de la ropa. Las mías estaban posadas en tu pecho sin saber qué hacer. Te desabroché un botón de la camisa, mi camisa favorita, seguro que lo sabías y por eso te la pusiste. El segundo botón. Tercero. Otro más. Y así hasta seis. Te la quitaste. Tus manos ya no tenían miedo y estaban debajo de mi camiseta, recorriendo mi espalda hasta llegar al sujetador, que no tardaste en desatar y me lo quitaste, junto con la camiseta. Me apartaste un poco de ti y me miraste los pechos. Sonreíste. Me besaste y volví a morir entre tus brazos. Tus manos de nuevo recorrían mi cuerpo, esta vez por debajo de mi pantalón, y las mías estaban quitándote en cinturón. Te desabroche el pantalón y lo dejé caer. Hiciste lo mismo con el mío. En tus calzoncillos se adivinaba un gran bulto, que deseaba salir de allí.
Dejaste de besarme la boca y cambiaste a mi cuello, mientras una de tus manos estaba en uno de mis pechos y la otra recorría mi espalda. Me cogiste en brazos sin dejar de besarme y me sentaste en el sillón. Tú te arrodillaste en el suelo, con infinita dulzura me quitaste el tanga y me abriste las piernas. Tu boca se posó en mi rodilla, pero fue subiendo tímidamente por el interior de mis muslos, hasta llegar a mi entrepierna, la cual no tocaste. Seguiste con mis muslos, esta vez me lamías, cada vez más cerca, por fuera de mis labios. Los abriste con tu lengua, pasándola suavemente hasta mi clítoris, con el cual empezaste a jugar muy rápido. Mis gemidos se oían por toda la casa. Tu lengua, cada vez más ardiente, se metía un poco en mi agujero y volvía a salir, sabiendo que estaba a punto de correrme. Volviste a mi clítoris mientras dos de tus dedos se metían dentro de mí, buscando mi punto g, y encontrándolo sin problemas. Te agarre la cabeza y empecé a mover la cadera, mientras mi espalda se curvaba anunciando mi primer orgasmo. Al verme así cambiaste los dedos por la lengua, provocándome un placer infinito que acabo descargándose en tu boca. Tragaste todo lo que te di, y tus besos fueron subiendo despacito hasta mis pechos, que los esperaban con ansia. Volviste a cogerme en brazos y te sentaste tú, poniéndome encima de ti, sentándome en tus piernas. Mire tus calzoncillos, era evidente que estabas muy caliente, así que te los quité, dejando al descubierto tu polla tiesa.
Apoye una rodilla a cada lado de tu cadera y subí el culo hacia arriba para dejar de estar sentada sobre ti. Acaricié tu pecho, tu tripa... Hasta llegar a tu pene. Lo cogí entre mis manos y te empecé a masturbar muy suave. Apoye una de mis manos en tu pecho mientras con la otra rozaba tu capullo con mi rajita. Tus manos me recorrían todo el cuerpo. Mis pechos. Mi espalda. Mi culo, mis piernas, todo. Dejé de mover tu polla contra mí y me fui sentando poco a poco sobre ella, dejándola entrar en mí, disfrutando de cada roce, de cada caricia de tus manos. Simplemente el saber que eras tú el que me acariciaba hacia que mi cuerpo se estremeciera a cada segundo. Me senté del todo sobre ti, me sentía llena, en todos los sentidos. Empecé a moverme poco a poco arriba y abajo y a mover mis caderas en círculos para sentirte más. No quería desperdiciar ni un solo segundo de aquel momento, ese momento que no se volvería a repetir. Empecé a moverme más rápido. Tu mano, la derecha, esta vez estaba jugando con mi clítoris, mientras la izquierda estaba posada en mi cadera, marcando el ritmo que tu querías tener. Tu mano derecha me pellizcó. Mi gemido se debió oír desde la calle y el segundo orgasmo se acercó. Empecé a cabalgarte más rápido y tú jadeabas. Estábamos los dos a punto de llegar. Me hiciste parar y darme la vuelta. Poco a poco me metí tu polla por el culo, haciéndote gemir de placer. Me tumbe sobre ti, tus dedos índice y anular volvían a buscar mi punto g mientras el pulgar jugaba con el clítoris. Los de la otra mano, sin embargo, habían decidido jugar con mis pezones, mientras que tu boca me besaba, lamia y mordía el cuello. Volví a correrme, esta vez en tu mano mientras tú no parabas de follarme con tus dedos y yo seguía subiendo y bajando, cada vez más rápido.
- Me corro, princesa - me levantaste y la volviste a meter en mi coño.
Otro escalofrió recorrió mi cuerpo, y no pude evitar correrme otra vez al sentir tu semen llenándome por dentro.
Los dos hiperventilábamos, pero ninguno quería parar.
Esta vez fui yo la que me arrodillé entre tus piernas. Lamí tus huevos con cariño, haciendo que tu polla se volviese a poner completamente dura. Seguí haciéndolo, pajeándote suavemente con la mano. Paré de lamerte los huevos para subir lentamente a tu capullo, lamiendo y besando todo lo que había de camino hasta llegar a él. Te lo lamí, te lo bese y me lo metí en la boca, sin dejar de pajearte cada vez un poco mas rápido. Tú jadeabas y me pedías más, así que te di más. Fui metiéndomela poco a poco hasta mi garganta y seguí hasta tenerla entera dentro. Gemiste. Empecé a subir y bajar la cabeza cada vez más rápido sin parar de acariciarte los huevos con una mano, mientras que con la otra te agarraba para hacer fuerza contra mí. La tuya, sin embargo, estaba en mi cabeza, simplemente dejándose llevar. Me empujaste un poco hacia atrás y te levantaste sin sacármela de la boca, volviste a posar tu mano en mi cabeza, pero esta vez si marcabas el ritmo al compas de tus caderas que movías adelante y atrás, follando mi boca, fuerte pero, aun que parezca imposible, con dulzura. Notaba como a cada embestida tu polla crecía en mi boca, anunciando tu corrida. Jadeabas y yo gemía a pesar de tener la boca llena de ti. Me di cuenta que, en el momento en que tú te corrieses en mi boca, yo también me iba a correr, a pesar de no estar tocándome. Soltaste mi cabeza y me dijiste que te ibas a correr, esperando que yo dejase de chupártela. Al ver que seguía un escalofrió recorrió tu espalda y descargaste en mi boca. Como yo suponía al sentir tu leche caliente en mi boca, escalofríos recorrieron mi cuerpo y empecé a gemir y, mientras saboreaba lo que me habías dado, me corrí por cuarta vez.
Te sentaste mi lado y a mí me sentaste sobre ti, abrazándome como tantas veces habías hecho, pero con algo de diferencia, por fin habíamos hecho eso que tanto ansiábamos.
Nos quedamos dormidos mientras me susurrabas cosas al oído.
Me despertaste sobre las 7 de la mañana, diciéndome que tenías que irte, me besaste y me pediste perdón por no haberlo hecho antes. Volviste a abrazarme, me susurraste que ojala nos volviéramos a ver y que me querías. Volviste a besarme y desapareciste detrás de la puerta.
Cada vez que llamaban al timbre deseaba que fueses tú y no se ha cumplido. Hasta hoy.