¿Por el culo?

Una pequeña historia incestuosa

—¿Por el culo?

—Si… Venga, hazlo.

—Va.

No me lo pensé ni un instante. Apoyé el glande en su maravilloso asterisco y comencé a empujar. Mi rabo, perfectamente lubricado (acababa de follarle el coñito y estaba empapada) la penetró sin demasiada resistencia. Se le escapó un gemido de placer y acto seguido, forzó un pequeño grito de dolor. ¿Y decía qué yo iba a ser el primero en entrar por ahí? Una mierda. Ese ojete ya tenía kilómetros encima, pero como nunca he sido de esos gilipollas que hacen ascos a un culo en pompa, no le di importancia.

Antes de seguir con la profanación del trasero de mi hermana, debería poneros en contexto y ordenar la historia. Ya sabéis: presentaciones, explicar cómo surgió la chispa del juego prohibido, la forma en la que nos dejemos llevar, todas las pajas furtivas que nos dediquemos en la soledad de nuestras habitaciones, los sentimientos encontrados que aparecieron a lo largo de los años…  pero mejor voy al grano y me dejo de chorradas. Si habéis entrado buscando inspiración para un solo de guitarra o un cinco contra uno (lo que proceda), no voy a saturaros con párrafos ya contados y trillados en cientos de historias. Resumiendo: mi hermana es una guarra, yo nunca digo que no a un polvo y nos tenemos ganas desde que a ella empezaron a crecerle las tetas. Era la primera vez que follábamos y estaba siendo sucio, pasional y extremadamente morboso.

Vale ¿y dónde ha quedado la búsqueda de la tensión sexual que se mantiene y prolonga hasta que llega el clímax y los protagonistas se dejan llevar? Antes de que te saques la mano de la entrepierna, déjame decirte que lo interesante de esta historia, empieza justo en ese punto: En el momento exacto en el que le estoy reventando el ojete a mi hermana.

Estábamos empezando a acompasar movimientos cuando la puerta de su habitación se abrió de par en par. La cara de mi (nuestra) hermana pequeña al descubrir la fiesta incestuosa, fue todo un poema.

—Joder Mireia, la puta puerta. Te he dicho mil veces que toques antes de entrar —vociferó Natalia, la dueña del culo. Lejos de intentar taparse o disimular la postura, se quedó a cuatro sin hacer ademán de sacarme de su interior.

Yo también permanecí inmóvil. No tenía claro si esa situación me excitaba o me estaba cortando el rollo, pero no pronuncié palabra. Del mismo modo, Mireia se limitaba a mirarnos con la misma cara que pondría un niño al encontrar a su gato atropellado.

Mireia era la antítesis de Natalia. Una tan guarra y otra tan puritana… Físicamente eran muy similares: morenas, pelo largo, curvas generosas, y unos kilillos extras que ayudaban a conseguir la talla 100 de pecho y un culo de infarto. A la hora de vestir, Natalia era de ropa ceñida y escote generoso, mientras que Mireia, era mucho más pudorosa. Ellas tienen 22 y 20. Yo, hermano primogénito, ando en las 24 primaveras. No soy ningún dios griego cincelado en mármol, pero digamos que no estoy del todo mal y si quieres fantasear, tengo un rabo de escándalo… o pequeñito, lo que mejor le venga a tu imaginación.

Pero no nos desviemos más de la historia. Yo sabía que estábamos en serios apuros. Mireia era la típica persona que no podría guardarse algo así. Natalia y yo éramos conscientes de ello y en lo que a mí respectaba, no tenía ni idea de cómo íbamos a solucionar la situación.

—Yo solo venía a preguntaros si queríais ver una peli. No sabía nada de esto —dijo Mireia. —¿Cuanto hace que vosotros dos…?

—No te hagas pajas mentales —interrumpió Natalia. —Hoy nos ha pillado el calentón y punto. —En ese momento, lejos de intentar sacársela del culo, comenzó a contonearse lentamente. —Y sinceramente, aunque nos hayas jodido el polvo, sigo caliente. Lárgate y ya hablaremos de esto con calma.

—Pero esto no puede ser. Está mal, sois hermanos y…

—Exacto. Tengo la polla de mi hermano en el culo, así que lárgate de una puta vez.

—¿En el culo? —Preguntó escandalizada y mirándome como si me estuviera pidiendo responsabilidades.

Me encogí de hombros a modo de disculpa. Ya, ya sé que debería ser más responsable. Reconocer que no había sido buena idea, arrepentirme y apelar a la complicidad fraternal para que eso se convirtiese en un secreto, y con el tiempo, en un recuerdo borroso… pero a mí lo de ejercer el rol de hermano mayor y esas mierdas, nunca se me ha dado bien. Llevo machacándomela a escondidas mientras espío a mis hermanas desde que me empezaron a salir pelos en los huevos. Las he grabado en la ducha, he recolectado su ropa interior y he fantaseado con las escenas porno más bizarras que una mente al límite de la demencia podría imaginarse. Ahora que por fin estaba cumpliendo un sueño, obviamente no iba a actuar de forma coherente.

Mireia ladeó la cabeza y observó que, efectivamente, estábamos ensamblados de esa forma.  Natalia pareció activarse en ese momento y comenzó a mover las caderas, esta vez, buscando el compás de la penetración. Parecía que con visita o sin ella, iba a terminar lo que había empezado. Y yo, pues me limité a agarrarme de sus caderas y a metérsela hasta el fondo.

—¿No vais a parar? Te recuerdo que sigo aquí.

—A mí no me molestas, Chiqui —sentenció Natalia, ahogando un jadeo.

—¿Tú no vas a decir nada? —Me preguntó Mireía

¿Qué iba a decir? ¿Siéntate y apunta las veces que se corre? En ese instante, cualquier cosa sobraba. Me estaba follando a mi hermana, a la que le tenía ganas y le había dedicado pajas desde que tenía uso de razón, mientras mi otra hermana, la puritana que lloraba con las películas de Disney, nos miraba escandalizada… o tal vez no tanto. Ahora se limitaba a observar.

Su semblante cambió. Parecía que no quería abandonar la fiesta. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas a una distancia excesivamente corta, y simplemente nos observó. Natalia sonrió de lado y siguió moviéndose, esta vez aumentando el ritmo e imitando un movimiento de una popular ex actriz porno conocido como “la batidora”… que hija de puta. Si seguía así iba a correrme en segundos.

Y así fue. No voy a contaros que aguanté como un campeón, porque os mentiría. Si tuviera que compararme con algo, lo haría con un conejo. Unos segundos con el traqueteo adecuado y ¡zas¡. Justo cuando noté que iba a estallar, saqué la polla y sin preocuparme por controlar mi corrida, dejé que el chorro estallase… Salió descontrolado y directo a la cara de Mireia. En lugar de quejarse, lo recibió en pleno éxtasis.

Cuando echas el veneno fuera, aparecen los remordimientos. Las hormonas empiezan a relajarse y el cerebro, empieza a calibrar la magnitud de los hechos. Me quedé inmóvil evaluando la situación. Natalia jadeaba y Mireia simplemente permanecía con los ojos cerrados, el rostro apuntando al techo y con la respiración acelerada.

—Hazlo, Chiqui —dijo Natalia. —Te toca disfrutar.

Mireia llevó su mano debajo del pantalón del pijama y comenzó a tocarse lentamente. Yo estaba un tanto desconcertado, pero esa escena fue más que suficiente para alejar de mi cualquier pensamiento de preocupación o remordimiento. En ese momento, ya no tenía frente a mí a dos familiares; Eran dos mujeres excitadas con ganas de recibir placer.

Natalia se acercó a ella y comenzó a lamer los restos de semen que le caían por las mejillas. Mireia, aumentaba el ritmo de su mano y temblaba ligeramente a cada pasada de la lengua de su hermana. Yo, seguía empalmado y aunque acabase de correrme y yo no fuera de esos que echan cinco seguidos sin sacarla, iba a volver a la carga.

Lo que yo no sabría hasta pasados unos días, era que Natalia le había enviado un mensaje a Mireia instantes antes de empezar a montárnoslo: “voy a follármelo, pásate por la habitación cuando me escuches gemir”. Al parecer, la cara y la cruz de la moneda tenían más cosas en común de lo que yo pensaba. Tampoco era de extrañar, al fin y al cabo, eran hermanas.

Mi nombre es Judas. Lo que pasó a continuación, lo contaré en otro relato. Gracias por llegar hasta aquí.