¿Por el culo? (2ª parte)

Continuación de la historia.

¿Por dónde íbamos? Acababa de correrme “sin querer” en la cara de mi hermana. Natalia, mi otra hermana, desnuda y con el ojete aun dilatado, lamía los restos de semen de su mejilla. Yo,  seguía empalmado y sin creerme lo que estaba pasando.

¿Qué haría vuestro personaje de acción favorito en esta situación? El mío, el sargento de artillería Thomas Highway  (personaje principal de la película “El sargento de hierro”) ya estaría rabo en mano presto para tapar cualquier agujero, pero yo no era tan machote. De momento, me limitaba a contemplar el espectáculo.

Natalia terminó de limpiarle los restos de la cara a Mireia, pero no se detuvo ahí. Continuó lamiendo, esta vez, bajando por su cuello y recreándose en erizarle la piel con la lengua y el calor de su respiración. Le susurraba jadeos al oído y la animaba a que se tocase más rápido. La menor de las dos, además de entregarse al placer, comenzaba a acomodarse. Los pantalones le sobraban y no tardó en hacer un gesto que Natalia interpretó a la perfección. Ni siquiera tuvo que dejar de masturbarse para que la mayor le ayudase a despojarse de ellos. Para mi sorpresa, no llevaba nada debajo.

Y entonces, le vi el potorro.

No. Eso no era un potorro. Era algo jodidamente delicado y hermoso. Una maldita oda a la feminidad en forma de vagina. Si la perfección se materializase en algo tangible, sin duda sería el coño de mi hermana. Un pequeño tesoro rosita, resplandeciente, rasurado y perfectamente lubricado. El tipo de vagina que podría desencadenar una guerra civil.

No esperé a que me invitasen.

Lo bueno de haberme corrido hacía unos instantes, era que necesitaba unos minutos para recuperar y podía dedicarle tiempo a los preliminares. Eso lo descubrí a los 18. Si me hacía una paja antes de follar, no iba tan cardiaco y podía centrarme en lograr que a la chica le apeteciese volver a acostarse conmigo en un futuro.

Natalia seguía trabajándole el cuello a Mireia. Al tiempo, palpaba sus pechos. No sé que me pasó, pero dejé que el salvaje que llevaba dentro tomase las riendas. Agarré el cuello de la camiseta del pijama y con un tirón brusco, la partí en dos.

Bueno. En realidad fueron tres tirones. En el primero solo di de si la prenda. En el segundo logré una pequeña rotura, pero ya en el tercero, alcancé mi objetivo. Mireia me miró con incredulidad. Incluso dejó de tocarse por un instante. ¿Sería su pijama favorito? Ni idea, pero ella se lo había buscado.

Natalia no pudo evitar reírse, pero en cuanto vio esa talla cien liberada de la prisión de tela, se lanzó a chupar sus delicados pezones. Concretamente, el de la teta izquierda. Gracias a eso, Mireia pareció olvidarse de la camiseta. A mí me dejó la derecha (que era la más grande. Jódete Natalia), protuberancia a la que no tardaría nada en agarrarme como un koala lo hace al cuello de su madre. Justo iba a echarle la boca, cuando mi hermana me lo dijo todo con una simple mirada: ese pussy no iba a chuparse solo.

Y hablando de chupar: si te vas a comer un coño, hazlo bien. Como si fueras un mastín bebiendo de un caldero de agua una tarde de Agosto. Me bajé al pilón. Lo hice de forma decidida, como un espartano marchando al combate. Estaba todo en orden. Me hubiera sorprendido encontrarme un piercing o alguna otra cosa, pero visto lo visto, todo podía pasar. Comencé a lamer sus ingles, bordeando el perfil de sus labios. Despacio… tal vez demasiado lento para ella. Parecía impaciente. Mejor.

Poco a poco, mi boca se fue colocando en la posición adecuada. El coño le olía a fantasía, pero sabía mejor aun. Sin duda, sus fluidos podrían convertirse en mi nueva bebida energética favorita. Prueba de ello, que mi rabo había adquirido de nuevo todo su vigor. Estaba tan duro, que ni un gato podría arañarla.

Lamí, retocé, chupé y mordisquee con pasión, horadando su intimidad cual cerdo buscando trufa. Mi cara estaba empapada por sus fluidos. La notaba temblar y contraerse y  eso solo me daba pie a querer seguir. Entonces, metí el dedo. Empleé una técnica que me había enseñado una vieja amiga. Giré la mano y coloqué el dedo en forma de garfio, buscando una pequeña pared rugosa de un centímetro aproximadamente. Ese era “el punto”. El truco era insistir como si quisiera tocarle el clítoris, pero por dentro. Añadiéndole un poco de movimiento, mi hermana estallaría en cuestión de segundos.

Cuando quise darme cuenta, unas manos me acariciaban los muslos. Natalia. La había perdido de vista y había empezado a moverse por su cuenta. Yo estaba en una posición delicada. Básicamente en la misma en la que yo la había puesto a ella anteriormente. Mentiría si dijese que no sentí miedo cuando noté que empezaba a acariciar mis huevos y a deslizar un dedo por mis nalgas… Mireia me tenía relativamente inmovilizado y en ese instante yo era “especialmente vulnerable”.

Cuando Natalia se metió mis huevos (los dos. De golpe) en la boca, hundí las fauces con más ansia en el coño de Mireia. ¿Cómo lo había hecho? Seguro que en ese momento, parecía un puto hámster. Empezó a pajearme con energía y no habían pasado unos segundos cuando de repente, escupió mis cojones y pegó un lametón muy cerca de mi sacro agujero. Se me erizó la piel.

Joder ¿qué había sido eso y por qué me había puesto tan cachondo? Natalia lo había notado y sin dejar de masturbarme, empezó a jugar con su lengua en la zona. Trazaba el contorno de mi ojete y de forma rápida y precisa, introducía la punta de su lengua en el orificio. Era algo nuevo y perversamente extraño, pero sumamente morboso. Yo aceleré el ritmo, transmitiéndole las pequeñas oleadas de placer que estaba recibiendo al coñito de Mireia, que justo en ese momento, tuvo un potente orgasmo. Entre espasmos, se desintegró en un sonoro gemido. Natalia aprovechó el momento y…

—¿Por el culo, hermanito?

La muy puta actuó a traición. Menos mal que tenía los dedos finos.

—Si te gusta podemos usar uno de mis juguetes.

No. No me gustaba. Puede que el punto G masculino se encontrase por esa zona, pero no era el momento de explorar. Apreté las nalgas para intentar inmovilizar ese dedo que intentaba escurrirse en busca de mi próstata, pero solo conseguía hacerme más daño.

—La primera vez duele. No te preocupes, le pillarás el gusto.

Gruñí. Blasfemé. Supliqué… Cuando intenté levantarme, Mireia se escabulló y se colocó al lado de Natalia. Agarró su mano con delicadeza sacando ese dedo de mi culo y comenzó a besarla. Yo me incorporé. Humillado, cachondo y con el rabo mas tieso que el asta de una bandera. Le debía una a Mireia, pero Natalia sufriría la peor de mis venganzas.

—¿Seguro que no quieres que juguemos con tu culito? No vas a ser menos hombre —sentenció Natalia con cierto recochineo. —Además, fíjate: tienes a dos chicas para ti solo. Podemos hacerte varias cosas al mismo tiempo.

—En otro momento… quiero centrarme en vosotras  —dije mientras ellas se reían de forma maliciosa.

Y eso haría. Había visto suficiente porno como para hacer de comentarista deportivo en una orgía. Lo suficiente como para saber darle lo suyo a dos mujeres con un solo rabo… pero lo haría a mi estilo. Al estilo de un hombre al que acababan de profanarle el culo.

Me acerqué a mis hermanas. Mireia estaba sentada a horcajadas sobre la pierna de Natalia, moviéndose lentamente y frotándose contra su muslo. Por muy tierna que resultase la escena, era el momento de terminar lo que había empezado. Agarré a ambas de forma repentina por el pelo y sin aviso, le metí la polla en la boca a Mireia. Se sorprendió, pero no opuso resistencia.

—Sujétale la cabeza.

Natalia jadeó y obedeció. Agarró la nuca de Mireia y acto seguido, comencé a follarme  su boca. Ella tragaba como podía. Se le saltaban las lágrimas, salivaba, tosía…  pero contra todo pronóstico, no hacía ademán de detenerme. Yo me venía arriba. Cada vez bombeaba con más fuerza, pero la pequeña puritana aguantaba estoicamente. Estaba dispuesta a darlo todo y a demostrar que no era la mosquita muerta que siempre había aparentado. Natalia miraba y me rogaba sin palabras que le hiciera lo mismo a ella, pero no lo hice. Era parte de mi venganza, la haría suplicar.

La solté del pelo y me centré exclusivamente en Mireia. Ella, con lágrimas en los ojos y expresión de deseo, me miraba con la boca abierta pidiendo más.

—Túmbate en la cama. Boca abajo.

Obedeció.

—Natalia ¿dónde tienes esos juguetes de los que hablabas?

Rauda y veloz, se levantó. Fue directa al cajón donde guardaba sus secretos y mostró dos consoladores. Uno de un tamaño con el que no podía competir y otro más modesto.

—Bien, vete ensalivándolos porque es lo único que vas a catar. Voy a follarme a Mireia.

Mi nombre es Judas. Gracias por haber llegado hasta aquí. Espero que os haya gustado esta segunda entrega. En breve, subiré la tercera y última parte con el desenlace de esta pequeña historia incestuosa.