Por dormirme en el Micro, sufrí lo peor.
Una serie de malas decisiones me hizo sufrir las peores vejaciones y humillaciones de mi vida dentro de un microbús.
Ese viernes había sido el último examen del período; yo tenía 19 años; delgada, de cintura pequeña, pero tetona y de buena nalga y buena pierna (torneaditas decía mi novio); usaba el cabello largo a media espalda y me lo había teñido de rubio cenizo, que quedaba muy bien con mi piel blanca.
Como decía, ese viernes había sido el último examen y estaba muy agotada. En casa había avisado que iba a llegar tarde porque mis amigas y yo habíamos decidido irnos a celebrar la terminación de los exámenes y del ciclo escolar. Le había avisado también a mi novio que esa noche no lo vería. Terminando el examen nos fuimos a cambiar al baño, me cambié mis jeans por una faldita negra de piel, mi suéter holgado por una blusa blanca de botones al frente, muy escotada, me puse medias y mis tenis cambiaron por unas zapatillas; me maquillé y arreglé muy bien al igual que mis amigas; la idea era ir a divertirse y tal vez ligar algo. Salimos a eso de las 9:10 p.m. Yo no sabía cómo decirle a mis amigas que me sentía cansada y que no tenía mucho ánimo para salir; pero al final ellas me dijeron que también se sintieron muy cansadas, por lo que lo que iba a ser una gran noche de antro y parranda terminó en un simple café y pastel en un restaurante de tipo familiar que abre las 24 horas.
Estuvimos platicando durante dos horas aproximadamente y al salir vimos que solo Andrea era la que traía carro (un matiz) y en total éramos nueve, por lo que era imposible que cupiéramos en el carrito. Yo le marqué a mi novio para que fuera por mí, pero tenía el celular apagado y en su casa no contestó nadie; entonces mi amiga Jimena me dijo que su Papá iba a ir por ella, por lo que me darían un aventón a donde yo quisiera, pues también llevarían a nuestra amiga Sara.
Nos despedimos de los demás y nos quedamos en la calle esperando al Papá de mi amiga; varios autos se detuvieron al pensar que éramos prostitutas, pues Jimena y yo traíamos unas pequeñas falditas que más que minis, parecían cinturones anchos y Sara traía unos mallones ajustadísimos y una blusa corta; ropa propia del caluroso verano. Nosotras solo nos reíamos y rechazábamos a los que nos invitaban. La mayoría eran señores de más de 35 años que andaban de parranda.
Poco antes de las once y media de la noche llegó el Papá de mi amiga y nos subimos al auto las tres. Jimena y Sara vivían hacia el sur-poniente y yo hacia el norte, por lo que el Papá de mi amiga no estaba como muy contento de tenerme que llevar, sobre todo porque Jimena no le había dicho nada antes. Yo me di cuenta de la molestia del Señor y entonces le dije que me dejara en un paradero de camiones y microbuses o en un sitio de taxis, y aunque Jimena insistió que me llevaran hasta mi casa, al señor le pareció mejor mi idea y me llevaron a una terminal de microbuses, camiones y taxis.
Me bajé y nos despedimos muy contentas quedando muy formales que el siguiente viernes sí nos iríamos de farra. El auto del Papá de mi amiga arrancó cuando todavía no terminábamos ni de hablar, se notaba que el señor ya tenía prisa por irse.
Había solo un taxi en el sitio, en el cual estaban recargados dos señores y me dirigí hacia ellos, pero en ese momento recordé que no traía suficiente dinero, pues me lo gasté en el restaurante y yo había pensado pagar con tarjeta de crédito en el antro, pero supuse que los taxistas no aceptarían el pago de esa manera y me daba miedo que me llevaran a un cajero automático a esas horas. Me quedé unos segundos pensando que hacer y decidí marcarle a Jimena para ver si era posible que me prestara algo de dinero, si aún no iban lejos y podía regresar; saqué mi celular, me extrañó que estuviera apagado, pues siempre lo tengo prendido. Al querer encenderlo me marcó que no tenía batería, por lo que ya no pude hacer ninguna llamada ni mandar mensajes. Al no saber qué hacer, decidí preguntarle al taxista si aceptaría pago con tarjeta de crédito; me acerqué a los dos tipos y les pregunté si aceptaban esa forma de pago; uno de ellos me dijo sarcásticamente: “Pues con tarjeta no, pero aceptamos cuerpomático, jajaja”. Su broma me hizo enojar y además sentí miedo porque noté como ellos me miraban morbosamente desde que me acerqué; así que me alejé lo más rápido que pude aun escuchando sus risas y burlas. Estaba a punto de desesperarme, entonces vi que aún había dos microbuses en la parada de la ruta que me deja a cuatro cuadras de mi casa. Afortunadamente si traía suficiente para el pasaje, así que me subí y vi que estaban el conductor y su ayudante; le pagué al conductor indicándole en donde me bajaría; no pude evitar molestarme al ver la mirada morbosa de los dos puercos hacia mis piernas y hacia mi escote pronunciado, pero no dije nada para que no me fueran a bajar de su unidad. El conductor era un tipo viejo, gordo y muy feo, con la nariz llena de agujeros y los dientes amarillos, se veía de unos cincuenta años. El ayudante era un muchacho como de 20 años, delgado y muy moreno, con los cabellos sucios y grasosos y los dientes muy grandes.
Había tres pasajeros en el micro, una pareja de unos 25 años él y unos 22 ella; ambos me barrieron con la mirada cuando pasé hacia atrás, pero de diferente forma, ella con desprecio y él con morbo; incluso ella se molestó con él; el otro pasajero era un señor casi pelón y con unas cuantas canas, panzón y de anteojos con pinta de mecánico, que vestía una camiseta sucia y unos jeans muy viejos; el marrano me barrió de arriba a abajo cuando pasé cerca de él sin ninguna discreción, pero no hice caso. Me fui hasta la parte de atrás y me senté hasta el fondo, en el asiento más largo del micro, que es como para cinco personas, pegada a la ventanilla y cerca de la puerta trasera, al sentarme pude ver que tres de los tipos no habían dejado de verme todo el camino; ellos se voltearon como tratando de disimular, pero si me di cuenta, solo el chico que iba con su pareja tuvo que aguantarse las ganas de voltear. Me sentí aliviada de ver que iba esa pareja; pero no dejaba de tener un poco de temor, por lo que busqué el pequeño atomizador con gas pimienta que siempre traigo en mi mochila.
Miré el reloj, ya eran las doce y cinco de la madrugada. Empezó a pasar el tiempo y el chofer no prendía el micro; a esas horas a veces esperan que llegue más pasaje, pero ya todo estaba desierto. Una familia con dos hijos pequeños prefirió irse en taxi.
El sueño empezaba a vencerme, por lo que saqué un chicle y me puse a masticarlo, eso me ayudó a aguantar un poco para no dormirme.
Otro tipo, un flaco desgarbado y narigón como de 38 años se subió al micro, saludó al chofer y a su ayudante y le dijo: “¡pues ya vámonos, ya no hay gente!” Por fin el conductor encendió el micro, cerró las puertas y arrancó con una lentitud desesperante.
Al parecer era la última o penúltima corrida de la noche y por eso iba despacio; prendió su radio y puso música de banda, lo que realmente odio; pero tuve que aguantarme porque no podía ponerme a escuchar mi celular con los audífonos que siempre traigo.
Fuimos avanzando lentamente, yo me había puesto la mochila en las piernas y veía hacia la calle, pero tenía el gas pimienta bien agarrado y oculto por si alguien se quería sobrepasar; sentía la mirada de dos o tres de ellos cuando volteaban, pero evité voltear a verlos para que no creyeran que les estaba dando “entrada”. Lo que sí lamenté fue traer esa faldita y esa blusa blanca con un escote tan pronunciado y no haberme vuelto a cambiar por mis “fachas”.
Empezaba a cabecear, me pellizcaba y me mordía, pero por más que intenté mantenerme despierta, fue imposible, no me di cuenta a qué hora me dormí.
Me desperté cuando sentí que alguien me jalaba de las axilas; abrí los ojos y vi a contraluz a tres de los tipos mirándome con sonrisas malévolas en sus rostros; el cuarto me jalaba tratando de acostarme en el asiento largo del micro; entonces reaccioné tratando de zafarme y buscando mi gas pimienta, pero mi mochila no estaba en su lugar, la vi tirada muy lejos de mí; perdí el control y empecé a gritar: “¡Hey, suéltenme! ¿Qué les pasa?”; traté de manotear y tirar patadas hacia todos lados, creo que alcancé a darle a alguno de ellos; pero les fue muy fácil someterme y me hicieron acostarme sobre el asiento. Mientras yo trataba de defenderme ellos me decían: “¡Quieta mamacita, quieta, no te resistas, la vas a pasar bien!” “¡Cálmate perra!”, “¡Mira la putita se defiende, vamos a enseñarle!”.
En el alboroto mi faldita se subió, dejando ver mis piernas completas y mis pequeñas bragas; me parece que eso excitó más a mis atacantes, porque no dejaban de ver hacia esa zona; incluso alguno comentó: “mira que rico calzoncito trae la putita, ya está lista”. Mientras me defendía, yo trataba de ver dónde estaba la otra chica, la de la pareja de novios y al chico, pero ya no los vi, supuse que se habían bajado antes.
Ellos lograron acostarme en el asiento del micro y uno me sostuvo las manos por encima de mi cabeza; otro me detuvo las piernas impidiéndome seguir pataleando, mientras los otros dos jaloneaban mi ropa tratando de quitármela. La falda ya estaba arriba, así que me sacaron mis bragas por debajo, la blusa la jalaron y todos los botones del frente salieron volando; para mi mala suerte, mi sostén se abrochaba del frente, así que les fue muy fácil desabrocharlo y dejar mis tetas redondas y suculentas libres y a su merced.
Ellos me miraron con morbo por unos milisegundos y luego de inmediato se dispusieron a violarme. Yo estuve gritando todo el tiempo y cuando vi lo que pretendían grité con más fuerza: “¡NO, ¿QUÉ HACEN?, DETÉNGANSE MALDITOS, SUÉLTENME DESGRACIADOS MARRANOS, NO, INFELICES, QUE NO, NOOOOOO!”, luego empecé a pedir ayuda: “¡AUXILIO, ME QUIEREN VIOLAR, AUXILIO, AYUDA POR FAVORRRR!”
Ellos parecían sordos a mis gritos, parecían animales en brama, lo siguiente que hicieron fue ponerse de acuerdo: el que me sostenía las piernas me hizo abrirlas y dijo: “¡ahí te voy!”, pero otro lo detuvo y le dijo: “¡no mames guey, yo voy primero, fue mi idea!”; el anterior todavía se atrevió a decir: “pero es que voy a llegar tarde y se va a preocupar mi vieja, me apuro”. Los otros tres se burlaron de él: “¡uuuuyyyy lo regaña su vieja, mejor llégale ya maricón!”, él, herido en su orgullo reviró: “nel, ni madres, esta puta está mejor que mi vieja, me espero, pero voy segundo, ¿eh?”. Me di cuenta que este era el señor pelón que parecía mecánico; él se quitó y el que me detuvo las piernas fue el chofer, con toda su gordura se acomodó poniendo una rodilla sobre el asiento del micro y la otra pierna apoyada en el suelo, me hizo levantar una pierna sobre su hombro y la otra me hizo bajarla del asiento, deteniéndola con su gorda mano. Mientras yo me agitaba y gritaba desesperada tratando de evitar la violación, él con la mano libre agarró su miembro y sin ningún miramiento lo metió con fuerza en mi vagina sin lubricación alguna; el dolor al sentirme ultrajada de esa manera fue tan fuerte que grité sin control: “¡¡¡AAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGHHHHHH NOOOOOOOOOOOO, AAAAAYYYYYY ME DUELE INFELIZ, SÁCALO, SÁCALO POR FAVOOOOORRRR, AAAAYYYYY!!!”, pero él no hizo ningún caso, metió hasta el fondo su gordo pene y se detuvo un segundo, luego empezó a meterlo y sacarlo con fuerza brutal, sin reparar en mis quejidos y mi dolor; al contrario, mientras me violaba me dijo: “¡Así, puta, así, grita más fuerte, al fin que nadie te oye y me excita cuando se resisten!”. Los otros dos tipos que yo alcanzaba a ver ya se habían quitado los pantalones y se masturbaban viendo como el infeliz gordo me violaba.
El desgraciado sudaba como puerco y seguía con su mete-saca sin compasión, yo seguía gritando y de repente me vi con un pene que entraba en mi boca abierta, sentí su asquerosos sabor amargo; era del tipejo que me sostenía las manos con una sola mano; en ese momento pude ver que era el ayudante del chofer; de inmediato volteé mi cara hacia al lado contrario y cerré los labios con fuerza para evitar que pudiera volver a meterlo, pero él me tomó con una mano de las mejillas, apretándolas y obligándome a abrir la boca; me hizo voltear de nuevo y al mismo tiempo que me decía: “¡abre la boca y chúpame la verga puta!”, volvió a meter su pene en ella.
De nuevo quise voltearme, pero él no me dejaba y empezó a meter y sacar su asqueroso miembro obligándome a mamárselo mientras el otro infeliz me seguía violando por la vagina. Sentí un tremendo coraje por ser humillada de esa forma y sin pensarlo apreté los dientes mordiendo al desgraciado que me obligaba a chupárselo.
El infeliz soltó un tremendo grito de dolor, me soltó las manos y me jaló el cabello mientras gritaba: “¡¡¡AAAAAAYYYYYY DESGRACIADA, AAAAAAYYYYY SUÉLTAME PERRA!!!”; aflojé la mandíbula y él sacó su pene; me soltó y se fue por el pasillo del micro gritando y agarrándose la entrepierna; el gordo me sacó su pene y fue a ver que le pasaba a su amigo; los otros dos también fueron tras él a ver que sucedía.
Aprovechando que me soltaron y que estaban distraídos, me levanté, tomé mi mochila del suelo e intenté salir por la puerta de atrás del micro; pero estaba cerrada, escuchaba los gritos de dolor del desgraciado mientras yo trataba desesperadamente de abrir la puerta con una mano, pues con la otra sostenía mi mochila y agarraba mi blusa abierta; en eso estaba cuando de repente sentí que me jalaban del cabello y me tiraron al piso; solté mis cosas para agarrarme el pelo y tratar de que me soltaran. El flaco que se había subido al micro al último me arrastró del cabello por el pasillo hasta la mitad del micro; me dijo: “¡Pinche puta, con que te vas a poner difícil, ¿eh?, ahora vas a ver pendeja!”; entonces de un salto pasó encima de mí, se hincó y me jaló la falda; yo quería levantarme, pero él jalaba tan fuerte la falda que casi me tenía de cabeza; sosteniéndome de los tubos que fijan los asientos al piso, pataleé y me revolví tratando de que me dejara, pero él logró su objetivo y me quitó la falda; de nuevo intenté levantarme, pero dos manazas me sujetaron los brazos contra el piso; era el gordo chofer que me impidió moverme; al ver su mirada sentí mucho miedo, tenía los ojos inyectados en sangre y su rostro era de verdadera molestia; me dijo: “¡Maldita puta, ya desgraciaste a mi compadre, pero vas a ver cabrona, no te la vas a acabar!” y luego le dijo al flaco: “¡Órale cabrón, chíngatela!”.
Me retorcí y les grité: “¡SUÉLTENME, DESGRACIADOS INFELICES, ASÍ SERÁN BUENOS, BOLA DE PUTOS!”; pero no tuve resultado alguno, al contrario, se enojaron más y el gordo me dijo: “¿Ah con que somos putos?, ¡ahorita vas a ver lo que son verdaderos machos, puta estúpida!”. Vi que ponerme difícil no dio resultado, por lo que pensé que tal vez suplicando se apiadarían de mí y me dejarían ir, así que comencé a hacerlo: “¡No, por favor, por lo que más quieran, por favor ya déjenme, no diré nada, por su madrecita santa!…. ¡AAAAAAAAYYYYYY!” Mis súplicas no sirvieron de nada, el flaco ya me clavaba su pene hasta el fondo de mi panochita seca causándome mucho dolor y de inmediato empezó un mete-saca salvaje con una malévola sonrisa en el rostro.
Mientras, el gordo chofer me dijo: “¡Mira pinche puta, me vas a mamar la verga y ni te atrevas a morderme porque yo si te rompo la jeta y te saco los ojos, ¿entendiste cabrona?!” Lo vi tan enojado y decidido que no tuve más remedio que decir que si moviendo la cabeza; entonces él levantó su enorme cuerpo y me colocó su miembro en la boca, poniendo sus brazos a los lados de mi pecho sosteniéndose del piso con ellos y comenzó a meterlo y sacarlo de mi boca sin que yo pudiera hacer nada, tuve que chuparlo con todo el asco que sentía. Otro me sostenía los brazos, pero el enorme cuerpo que tenía frente a mi cara me impedía verlo.
Durante varios minutos fui violada por la vagina y por la boca sin poder evitarlo; de nuevo sentí el impulso de morder, pero recordé las amenazas del chofer y me aguanté; gritaba, pero mis gritos de nada servían y no encontraba manera de zafarme de esa situación; ellos me decían: “¡aaaahhhh que sabrosa estas puta, trágate toda mi verga!, ¡Ay cabrona, que sabrosa panocha tienes, aún estás cerradita, que rico me lo aprietas!” y seguían entrando y saliendo salvajemente de mí sin compasión. De repente el gordo se vino en mi boca y metiéndome su pene hasta la garganta me dijo: “¡aaaaahhhh que rico, trágate toda mi lecha perra, aaaaahhhhhh ssssiiiii!”. Tuve que tragarme su asqueroso y viscoso líquido aunque sentía ganas de vomitar.
El infeliz chofer se levantó aún con su pene escurriendo sobre mi cara y mi cuello; entonces pude ver que el que me sostenía los brazos era el pasajero gordo que me veía con cara de loco, me dio miedo y cerré los ojos; supuse que él metería su pene en mi boca también y apreté los labios, pero nada pasó. El que me cogía por la vagina seguía entrando y saliendo con fuerza salvaje, él estaba hincado, mis nalgas estaban sobre sus muslos y mis piernas alrededor de su cintura, facilitando la entrada de su miembro en mi panocha hasta el fondo. Aunque me dolía demasiado, decidí ya no gritar ni suplicar, no quería darles el gusto de verme humillada, por lo que me mordí el labio inferior para aguantar. Solo empecé a desear que acabaran pronto para que me dejaran ir.
Pero el maldito flaco no terminaba, seguía entrando y saliendo de mi vagina adolorida sin compasión y el pasajero gordo lo apuraba, pero él le contestó: “Espérate güey, esta vieja es para disfrutarla, si no te gusta ya te puedes ir largando” y siguió cogiéndome sin parar. El gordo se quedó callado esperando su turno sin soltarme los brazos.
Estaba asqueada, jamás me hubiera imaginado estar tirada en el piso lleno de aceite y mugre de un microbús, semidesnuda y siendo violada por unos infelices cerdos. Lamenté no haber sido más exigente con el Papá de mi amiga y también al haberme dormido en el viaje.
Fueron largos los minutos, me pareció que tardó más de una hora en terminar, pero al fin el maldito flaco terminó dentro de mí gritando: “¡AAAAAAAHHHHHH YAAAAAAA, YAAAAAAA, AHHHHHH!”.
Abrí los ojos y vi la cara de satisfacción del flaco desgraciado con los ojos en blanco y también vi que el gordo infeliz ya sonreía malévolamente; supe que él sería el siguiente en violarme. Él le dijo al flaco: “¡pásate para acá y ayúdame a detenerla!”; el flaco se subió pro los asientos del micro y se pasó a donde estaba el gordo que se levantó y caminó poniendo sus pies a los lados míos, cuidando de no pisarme. Fue un espectáculo asqueroso ver al gordo desnudo pasando por encima de mí, su miembro y sus huevos colgando y su enorme trasero gordo, arrugado y seboso pasando por ahí. Cerré de nuevo los ojos tratando de no verlo, pues de solo imaginar que en unos instantes estaría dentro de mí, sentí asco.
Sentí como el gordo se hincó y me tomó de los tobillos; tragué saliva esperando la inminente penetración, pero entonces sucedió algo peor: el maldito infeliz le dijo al flaco que me sostenía las manos: “ayúdame a voltearla”. Abrí inmediatamente los ojos, pues supe que eso solo significaba una cosa: el cerdo quería violarme por el ano. De inmediato empecé a retorcerme, patalear y gritar: “¡NO, NO, ESO NO, NOOOO MALDITO, NOOO POR FAVOOOR!”, pero fue inútil, por más que me resistí, pataleé, manoteé y grité, no pude evitar que me pusieran boca abajo; el flaco me tomó de las axilas y el gordo de las piernas y me voltearon con relativa facilidad. Entonces me jalonearon la blusa, la rompieron totalmente al igual que mi sostén, dejándome completamente desnuda.
Una vez que me tuvieron boca abajo, indefensa y desnuda, el flaco me tomó de un brazo y procedió a amarrarlo al tubo de debajo de los asientos, la otra mano me la pisó para que no pudiera moverla, de nuevo grité, pero eso no les importaba.
El tipo flaco me estaba amarrando cuando sentí que el infeliz gordo me abría las nalgas, escupió en mi ano y colocó su pene erecto en él; empezó a empujar con fuerza y yo a gritar y a retorcerme: “¡NOOOOO, NOOOO QUE NOOOO INFELIZ NOOOO, AAAAAYYYYYGGGGHHH, NO POR FAVOOOOR ESO NOOOOO, AAAAAAYYYYGGGHHH, SÁCALO, SÁCALO, DESGRACIADOOOO, AAAAAAAHHHHHGGGGGG!”. El gordo maldito no tuvo misericordia alguna, empujó y empujó hasta que metió todo su miembro en mi pobre ano virgen; luego me aplastó con su enorme cuerpo y empezó a entrar y salir de mi pobre culo, masacrándolo al mismo tiempo que bufaba y me decía al oído: “no sabes cómo me gusta coger por el ano mamacita y mi pinche vieja nunca me deja, así que voy a disfrutar tu culito apretado todo lo que pueda, jajajaja”. Luego se enderezó y siguió violándome inmisericorde.
Ya mis muñecas estaban atadas a los tubos que sostienen los asientos, yo movía las piernas y apretaba el culo tratando de evitar el inmenso dolor que me estaba causando el infeliz con su miembro, sentía que me ardía el culo, lloré, grité y pataleé, pero nada pude hacer, él seguía violándome salvajemente y riéndose de mí. Incluso me dijo: “a ver muérdeme como mordiste al chavo, ándale, muérdeme con el culo perra”.
Levanté la cara y aunque tenía el cabello delante, alcancé a ver que se acercaba el ayudante del chofer al que le había mordido el pene; me miró primero con odio, luego de hincó delante de mí y tomándome del cabello me levantó la cara y dijo: “no me hubieras hecho eso puta, verás cómo me voy a vengar, no te la vas a acabar vieja pendeja”; luego me escupió en la cara, se levantó y me dio una tremenda patada en la boca; haciéndome sangrar; de inmediato sentí como se me empezaba a hinchar la mejilla izquierda. Él se sentó en uno de los asientos del micro y se puso a disfrutar como me violaba el gordo.
Empecé a llorar y a gritar desesperada, esperaba un poco de compasión: “¡NO, YA NO POR FAVOR, YA NO, YA BASTA, POR FAVOR, DÉJENME, AAAAUUUUCCCCHHH, BASTA, ME DUELE MUCHO, POR FAVOOOORRR, YAAAA!”. El ayudante del chofer se inclinó, me tomó del cabello y me jaló muy fuerte, haciéndome arquear la espalda; puso su cara frente a la mía y me dijo: “¡Cállate puta, esto no es nada, espera a ver lo que te falta!, ¿te duele cabrona?, también a mí me duele lo que me hiciste desgraciada, espera a sentir lo que es el verdadero dolor”. Sus palabras me horrorizaron, ¿Qué tenía en mente este desgraciado para hacerme? Me tiré a llorar en el suelo, soportando la salvaje violación que el maldito gordo me hacía por mi adolorido ano. El muchacho puso su pié encima de mi cabeza, impidiéndome moverme.
El infeliz metía su miembro hasta el fondo de un golpe y luego lo sacaba totalmente; esperaba un momentito y de nuevo volvía a meterlo hasta el fondo con salvajismo; con cada arremetida yo sentía más dolor y me quejaba, pero ya sin gritar: “¡MMMPFFFHHH!”. El tipo realmente estaba disfrutando lo que me hacía; en un momento me tomó de las caderas y me hizo levantar el culo, con las rodillas en el piso; entonces él se colocó en cuclillas y volvió a meterlo y sacarlo muchas veces en esa posición, solo me decía: “¡Ah que culo pinche güerita, que rico culo, se me antojó desde que te subiste con esa faldita de prostituta y me coqueteaste!”. Iba a contestarle que yo jamás le coquetearía a un cerdo como él, pero el ayudante me pisó con más fuerza y me gritó: “¡no hables puta, no tienes permiso!”.
Por fin, después de un tiempo que se me hizo eterno, el maldito cerdo terminó llenándome las entrañas con su asqueroso semen. Me soltó y quedé tendida en el suelo; trataba de soltarme las amarras, pero no podía y aún tenía el zapato del infeliz muchacho encima de mí. Él les dijo a sus amigos: “¿Alguien va a querer algo más con esta puta? Porque después de que acabe con ella no la van a reconocer ni se la van a querer coger de lo pinche fea que va a quedar”.
El chofer fue el que dijo: “espérate cabrón, esta vieja está como para cogérsela varias veces, no mames, deja yo también le doy por el culo”, a lo que el flaco terció: “yo también me la voy a coger por detrás, no chingues cabrón, ¿Qué tu no le vas a dar?”. Entonces el chico dijo algo que me hizo estremecer de miedo: “no, yo me la voy a acabar; no solo me la voy a coger, la voy a hacer que suplique y que desee no haber nacido a la hija de la chingada”.
Entonces el chofer y el flaco se pasaron atrás de mí y el gordo chofer se hincó; colocó su miembro en mi ano y empujó con fuerza metiéndolo con salvajismo hasta adentro; de nuevo me hizo gritar: “¡AAAAYYYYYGGGGGHHHHH!” a lo que el muchacho de nuevo me dijo: “¡Ya cállate pinche puta, si bien que te gusta cabrona, al rato vas a ver y entonces si vas a chillar!”
El chofer no dijo nada, solo gemía metiendo y sacando su miembro con fuerza salvaje, masacrando mi pobre ano; fueron varios minutos hasta que se vino también dentro de mí.
El pasajero gordo al parecer ya se había ido, pues no lo veía por ningún lado.
Fue el turno del flaco, de igual forma me metió su falo en el ano sin ninguna compasión; me aguanté los gritos porque ya no quería amenazas del muchacho, que en ese momento se levantó y fue hacia el asiento del chofer; se agachó y de debajo del asiento sacó una caja de herramientas metálica de color rojo y luego se fue a sentar de nuevo cerca de donde el flaco infeliz me violaba por el ano.
El flaco si gemía de placer y me decía: “¡aaaahhh que rica cola apretada tienes putita, estás para disfrutarte varias veces, sssshhhhh, que rico aprietas, se ve que te gusta que te cojan por ahí ¿verdad puta?!”. No aguanté más estar callada y solo pude decir llorando: “¡Ya, ya por favor, ya no, no sean malos, déjenme ir por favor, se los suplico!” y de nuevo el muchacho al que le había mordido el pene me dijo: “¡Que te calles puta estúpida, espera a lo que te tengo preparado para que llores y supliques de verdad!” y diciendo eso abrió la caja de herramientas y sacó unas pinzas con punta y mango rojo y empezó a juguetear con ellas. No quise ni imaginarme lo que quería hacerme con eso. Luego dejó las pinzas a un lado y sacó de la caja también cinta de la que se usa para empaquetar en cajas de cartón; se acercó a mí, se inclinó y mientras me colocaba la cinta alrededor de la boca me dijo: “¡Ya me tienes harto con tus pinches gritos y quejidos, ahora te vas a callar pinche puta escandalosa!”.
Seguí gritando, pero de nada sirvió; la cinta en mi boca no dejó que mis gritos de dolor se escucharan; de ahí en adelante solo se escuchaba algo así como quejidos: “¡MMMMGGGHHHH, NNNGGGGGHHH, FFFFFHHHH!”.
El que me violaba desde atrás seguía entrando y saliendo salvajemente e insistiendo en que a mí me gustaba lo que me hacía; de repente se inclinó recostándose sobre de mí y aplastándome con su peso y metió sus manos debajo de mi cuerpo para apretarme las tetas con fuerza.
Fueron minutos interminables, él seguía y seguía violándome y burlándose de mí, mientras yo seguía llorando, suplicando y sufriendo y muy preocupada por las amenazas del otro infeliz, tenía muchísimo miedo; creo que hasta sentí ganas de morirme.
Por fin, después de una eternidad, el maldito flaco se vino dentro de mi culo adolorido, al hacerlo me apretó sin piedad las tetas, clavándome sus mugrosas uñas en ellas, volví a gritar de dolor y mis gritos de nuevo se apagaron por la cinta en mi boca.
El desgraciado sacó su pene chorreante de mi ano y dejó escurrir semen en mis nalgas y espalda, dijo: “¡ah que buen culo güerita, que buen palo nos aventamos puta, si me recupero rápido nos echamos otro!” y se alejó. El muchacho habló dirigiéndose a los otros dos: “Ni madres, esta puta ya fue suya, ahora es mía; si quieren ver lo que le va a pasar quédense y ayúdenme, sino, lléguenle a la chingada”. El flaco, supongo que llevado por la curiosidad le dijo al muchacho: “órale, te ayudo, pero me das chance de chingármela de nuevo, ¿va?”; el chofer dijo: “Sale, yo también le entro, pero no la vayas a madrear mucho, está bien bonita”; a lo que el muchacho respondió: “Ya te dije que se van a aguantar lo que vean, si no, ya lléguenle; si después de ver cómo queda se la quieren coger todavía, pues ya es pedo de ustedes”. El chofer se me quedó viendo con cara de lástima y me dijo: “ni pedo muñequita, tú te lo ganaste y no sabes cómo es de cabrón este güey; no quiero ni ver lo que te va a pasar; ahí los dejo” y se bajó del micro.
El terror que sentía en ese momento era demasiado, temblaba incontrolablemente; quería suplicar, hincarme de rodillas, mamarle lo que quisiera, pero que no siguiera con su plan.
Lo que vino después es demasiado duro y doloroso, no sé si pueda contarlo o tal vez sea mejor que me lo guarde en mis peores recuerdos.