Por detrás, por mi culpa (2)

La fantasía de violación anal en un tren por fin se convierte en realidad

POR DETRÁS, POR MI CULPA (2)

Tengo un amigo, aquí en mi ciudad, que roza los 70 años. Es muy culto y también tremendamente morboso. Le aprecio mucho, le respeto a más no poder. Es un hombre de los que ya no nacen más. Le conozco porque me hizo una entrevista para un trabajo que no pudo adjudicarme. Y ahí, o sea en una cena que compartimos unos días después, empezó nuestro vínculo escabroso.

El caso es que le encantó mi relato “Por detrás, por mi culpa”. Me había comentado que le excitó mucho, que se masturbó con él las varias veces que lo leyó. Y que desde entonces tuvo una idea fija: hacer realidad esa fantasía mía. Por supuesto, conmigo de protagonista. Empezaba a obsesionarse incluso, tocándose al pensar en ello, al organizarlo.

Ya he aceptado alguna ideíta suya antes, conque no le costó mucho trabajo convencerme de nuevo. Ya no tiene potencia para follar como es debido, pero todavía se empalma y se corre. Y quería hacerlo con mi fantasía del tren, en que un desconocido me follaba por el culito, al captar la provocación de mi lenguaje corporal.

Me pidió que eligiera un día en que por mi calendario íntimo podía estar especialmente caliente. Lo hice. Y me citó en cierto hotel, a las seis de la tarde. Debía venir vestida informalmente, porque ya me arreglaría para la ocasión en la alcoba, pero mis zapatos debían ser de tacón alto, tipo stileto. Él me esperaría dentro.

Le hice caso, emocionada. ¡Mi fantasía iba a hacerse realidad, gracias a la iniciativa de un viejo depravado! ¿Cómo lo habría organizado?

El hotel era de cierto nivel, además no quedaba tan lejos de mi casa. Y yo llegué unos cinco minutos antes de la hora, de tan impaciente, y un poco nerviosa, que estaba. El empleado de la recepción me miró de arriba abajo, por cierto. ¿Qué pensaría de mí? Jajaja.

Al entrar en la alcoba, mi amigo me miró con una expresión de deseo e impaciencia que me descolocó un poco. ¡Ya estaba excitado! A continuación me saludó susurrando:

  • Mi putita…

Y me señaló la cama, donde había un paquetito.

Yo respondí a su saludo con una sonrisa, simplemente. Tras lo cual, me dirigí a la cama, mientras él me explicaba:

  • Ponte lo que encuentres ahí, no llevarás nada más. Te lo pondrás solo hoy, así que disfrútalo bien. Y luego retócate el peinado y el maquillaje. Tienes que estar maravillosa.

Asentí, tomé el paquetito y pasé al baño. Me había fijado antes que la habitación tenía un ventanal enorme, de los que abarcan desde el techo hasta el suelo. Y mi amigo había descorrido las cortinas.

Me quité la ropa que llevaba, interior y exterior, y me vestí con lo que mi amigo había comprado para mí. Un juego precioso de bragas y sujetador transparentes, de tono encarnado y con encajitos super femeninos, con un liguero y medias de rejilla haciendo juego. Nada más. Me vestí así, me atusé, me perfumé y salí de nuevo.

  • Perfecta – me dijo mi amigo, desde el sillón donde se había acomodado, situado fuera del área de visión del gran ventanal. Estaba temblando, como si le fuera a dar un ataque.

Yo mientras me exhibía ante él, estilo modelo en la pasarela, para sentir en mi feminidad la preciosa lencería que estrenaba, para captar sus efectos en los ojos de un macho lujurioso. Y al hacerlo, me fui excitando también yo…

  • Explícame – le pedí.

  • Sitúate ante el ventanal, bien abierta y con las manos apoyadas en los marcos. Mirando hacia afuera y con el culo en pompa.

  • ¿Qué?

  • Lo has entendido perfectamente. Quiero que con suerte haya gente que lo vea todo.

  • Comprendo…

  • Que te vean mientras te dan por detrás, tus expresiones… Seguro que en las ventanas de enfrente habrá gente a estas horas. Algún jubilado, algún viejo verde como yo, por lo menos.

Obedecí y vestida así, me planté ante el ventanal, bien abierta. Claro que lo vería alguien, una persona por lo menos. Y quizá hasta lo grabase con su móvil…

  • Ahora, a las seis y media, alguien entrará. Jamás te diré quien es. Yo le conozco, claro. Y le encantó mi plan.

Asentí, relamiéndome. Y él siguió:

  • Debes imaginar que estás en el tren nocturno, como en tu fantasía. Y yo, aquí en el rincón, soy un pasajero que lo ve todo.

  • Entonces…

  • Entonces, dentro de muy poco tiempo te van a follar por el culo. Alguien que no verás ni oirás. Y que nunca sabrás quien es. Y yo lo veré. Y quien sabe qué más gente…

Empecé a temblar. De nervios, de emoción, de deseo… Y de admiración por mi amigo. ¡Qué genio!

  • Menea. Está a punto de llegar. He dejado la puerta entreabierta.

Entorné los ojos, y lo hice. En las ventanas de enfrente seguro que había gente. ¡Seguro!.

Pensando en eso, y captando movimiento tras los visillos de una de las ventanas, oí que la puerta se abría a mi espalda. Y que el recién llegado la cerraba de un taconazo.

  • Desde ahora, yo no puedo hablar. Estoy espiando en secreto, viendo cómo te hacen lo que estabas buscando. Y vosotros tampoco debéis decir nada.

Con los ojos entornados y abierta a más no poder, en verdad me sentí en el tren de mis fantasías, a la espera de un desconocido, detrás de mí, que se pegaba a mi espalda y comenzaba a sobarme, mientras yo miraba por la ventana unos paisajes que no veía.

Y ese desconocido enseguida se pegó a mí. Y comenzó, vaya que sí comenzó. Por fin, de verdad. ¡Estaba sucediendo!

Las tetas, las caderas, el culo… Tocaba todo lo que atrae a un macho. Pero recreándose en mi lencería, en ese precioso estilismo íntimo comprado adrede para la ocasión. O sea que también era fetichista, como todo hombre interesante.

Yo gemía, invitándole a seguir. Su estatura era justo la mía con los tacones, y su respiración pesada y anhelante. El perfume era cutre, pero muy masculino. Y sus manos, sin duda grandes, eran un poco torpes, pero sabían tocar a una mujer.

Poco tardó en sobar mi tesorito, de arriba abajo. Jugoso de verdad, y bien dispuesto, bien abierto. Curiosamente, apenas tocó mi clítoris. Pasó varios dedos por mi boca, y yo los lamí con sumisión de hembra anhelante. Después, empezó a penetrarme el chochito con ellos. Primero uno, después dos, finalmente tres. Para empaparlos bien, y a continuación lubricar mi culito con ellos, usando dos de sus dedazos. Yo lo sabía.

Todo estaba siendo justo como en mi fantasía. Obviamente, mi amigo le había instruido para que no se saltara ni un paso.

Yo meneaba y suspiraba, reprimiendo mi deseo de hablar, de decirle cosas… ¿Quién sería? ¿Qué relación tendría con mi Señor? ¿Serían amigos, parientes?

Después de que mi culito estuviera bien lubricado con mi juguito íntimo, el desconocido metió la punta de su rabo. Con decisión, pero despacio. Y nada de gomitas. Y cuando la encontró bien acomodada la hundió hasta el fondo, sin contemplaciones.

Me resultó casi imposible reprimir un grito de dolor. Pero lo conseguí. Teníamos que evitar despertar a los demás pasajeros…

Con su polla bien acoplada ya en mi culito, mi compañero de vagón comenzó a sodomizarme. Con energía, sin piedad, imponiendo su ritmo con la polla. Como debe ser. Y a mi Señor se le escaparon algunas palabritas por lo bajo. Ya me supongo cuáles eran.

Sinceramente, pocas pollas así he sentido en mi interior. La notaba tan dura que podría ser de hierro, de acero, ¡¡qué sé yo!! ¿Y si el hombre fuera uno de esos negrazos impresionantes?

Abrí los ojos por completo. Y capté figuras enfrente, en más de una ventana. Gente mirando, cómo me daban por el culo. Era de esperar. Lo sabíamos los dos.

Entonces, sucedió algo que no pasó en mi fantasía. El macho, sin perder ritmo sodomizándome, con el rabo bien hundido en mi cuerpo, despegó sus manos de mis caderas y me arrancó el sujetador con violencia. Acto seguido, me destrozó las bragas con un par de desgarrones, a lo bestia, y los restos cayeron al suelo. De este modo, me quedé solo con el liguero, las medias y los zapatos.

Cerré los ojos por completo, y perdí la noción del tiempo y del espacio. En serio, me sucedió.

Con los brazos abiertos y las manos apoyadas sobre el cristal, manteniendo el equilibrio sobre mis tacones, sintiendo tanto placer como dolor. Sin oír nada, más que esa polla enorme trabajándome por detrás, a base de embestidas secas y enérgicas, y unas manos grandes y peludas sobándome las tetas.

¿Dónde estaba? ¿En un tren nocturno de larga distancia, o en un hotel de mi ciudad? ¿nos espiaba un pasajero morboso, o los vecinos de enfrente? ¿Yo había provocado aquello, o un canalla me estaba violando analmente?

De un modo u otro, gozaba como nunca. Y estaba tan empapada, que sentía mi juguito íntimo resbalando por los muslos, pringando mis medias nuevas…

Y así hasta que el desconocido se corrió dentro de ese culito que yo sentía desgarrado, como si me lo hubieran abierto en dos. Después, sacó su enorme verga, bien dura todavía, se dio la vuelta y se fue.

Yo me quedé temblando, empapada, con los ojos cerrados. Y poco a poco, pero sin abrirlos, fui recuperando la percepción de la realidad. Sintiendo un gran vacío por detrás…

Cuando ya me sentía lúcida, abrí los ojos y me di la vuelta. Con el semen del desconocido goteando desde mi culito, con mi almejita y mis muslos pringados, con el sujetador y las bragas hechos pedacitos en el suelo.

Entonces, advertí que mi amigo ya no estaba allí. Se había marchado junto con el intruso, en silencio, aprovechando que me había quedado unos minutos atontada. Y tras correrse, porque el sillón donde se sentó estaba todo pringoso.

Corrí los visillos de la ventana, exhausta. El espectáculo había terminado. Y yo me había quedado sin tener el orgasmo que me merecía, pero caliente a más no poder. Y especialmente emocionada.

Caminando temblorosa sobre mis tacones, advertí que sobre la mesita del centro de la habitación mi amigo había dejado un sobre a mi nombre.

Lo abrí. Dentro había cuatro billetes de cien.

¡Me había dado un dineral para satisfacer una fantasía mía! Encima que consiguió que mi sueño se hiciera realidad, ¡me pagaba! ¿No es un hombre maravilloso?

¿Hace falta añadir que ha sido una de las mejores experiencias de mi vida? Pero sí añado que me encanta que lo sepáis, compartirlo con gente a la que no conozco.