Por detrás, por mi culpa

Violación anal de una casada en un tren nocturno

POR DETRÁS, POR MI CULPA

Ocultaré mi nombre, y donde vivo.

Basta saber que soy andaluza, mujer ejecutiva, de cierto nivel social y cultural. Me gusta mi trabajo, pero no me absorbe. Hay otras cosas en la vida y me gusta disfrutarlas.

Contaré también que tengo 30 y tantos años, guapa y con buen tipo, modestia aparte, gracias a no pasarme con la bebida ni con la bebida, y a tomar clases de bailes diversos, en especial flamenco. Añado que estoy felizmente casada, pero sin hijos, porque la maternidad nunca me ha interesado. Bueno, creo que digo ya lo suficiente acerca de mí.

El caso es que desde hace un año viajo sola a París por asuntos del trabajo dos veces al mes. A veces sola una.

Siempre lo hago de noche en tren. ¿Y por qué esa preferencia? Pues porque desde hace un par de años tengo la ilusión de que un desconocido me folla por el culito en el pasillo del vagón. A lo bestia. No sé muy bien de dónde sale esta aspiración, pero no me la puedo quitar de la cabeza.

Para propiciar que se haga realidad, hacia las dos de la noche, cuando supongo que todos duermen, yo salgo al pasillo y me pongo a mirar por la ventanilla.

Y así estoy un buen rato. Con el culito en pompas, por supuesto, o meneando despacito. Eso seguro que atrae a cualquier macho, al desconocido que espero ansiosamente. Como un semental que huele a una yegua cercana.

Dejo las bragas y el sujetador en el compartimento, y voy elegante, maquillada y peinada, con perfume seductor, muy femenino. Falda corta y medias de rejilla autoadhesivas, con costuras laterales.

Abro un poco la ventanilla y deseo que mientras aspiro la brisita nocturna suenen pasos de hombre, a derecha o izquierda. Pasos firmes y decididos, cada vez más cerca. Pasos de hombre que sabe lo que quiere y puede conseguirlo apenas se lo proponga.

Y ese hombre, al verme así, capta lo que estoy deseando. Con los ojos, con el olfato, con los sentidos, con su virilidad. Y se coloca detrás de mí y empieza a sobarme las tetas y el morrito, el culo… recreándose en las redecillas de mis medias.

Lo deseo ardientemente, con gran intensidad.

A ese hombre me lo imagino entre los 50 y 55 años, elegante y con nivel, ni alto ni bajo, robusto y un poco canoso. Pero, sobre todo, muy masculino y muy dotado.

No dice nada mientras me soba. Yo tampoco, meneo y gimo, sin más. Animándole a seguir.

Me toca toda, y todo, por detrás, humedeciéndose los dedos, mientras yo suspiro, impúdica. Después, me lubrica el culito con mi jugo íntimo, sin prisa, sabiendo lo que hace, como el gran experto que es.

Huelo su perfume, con notas de madera y tabaco. ¿Cómo será su cara? ¿Estará casado?

Corta mis pensamientos al clavarme el rabo en el culito. De un golpe seco y duro, sin delicadezas. Lo ha hundido enseguida, con toda facilidad y con violencia. Seguramente está acostumbrado, seguro que ha sodomizado a muchas. ¿Desconocidas también, como yo?

Pienso en eso mientras el desconocido me trabaja el culito con su rabo enorme y exigente, con sus manos apretando fuerte mis caderas. Y yo me sostengo sobre mis tacones altos, que están a la altura perfecta para lo que está sucediendo.

Cuánto me cuesta aguantar los gritos de dolor, mientras respiro agitada y forzadamente. En cambio, él ni gime ni habla. Sólo embiste, una y otra vez. La hunde casi hasta el fondo, luego la saca casi del todo… Y otra vez a hundirla. Pierdo la noción del tiempo, de tantas embestidas.

Capto una erección durísima, consistente, como si ese rabo fuera de hierro. El desconocido me trabaja el culito de maravilla. Justo como yo quería cuando yo quería. Tiene un ritmo perfecto, sabe acelerar y lentificar según conviene.

El cristal se emborrona con el vaho de mi boca, mis ojos están entornados, siento la brisa nocturna en mi rostro congestionado por el dolor y por el placer.

El macho desconocido se corre aparatosamente dentro de mi culito, por fin. Moviéndose mucho dentro, agitado. Le sale mucho semen, lo noto. Pero lo hace sin pronunciar palabra.

Luego la saca de golpe, supongo que se la guarda y sigue su camino hasta su vagón. Como si nada. Sin que yo llegue a verle ni oírle. Ni se enteren en mi vagón.

Yo me vuelvo a mi compartimento, sin prisa, goteando semen de mi culito recién trabajado y me tumbo, de lado. En éxtasis, todavía.

Como me dejó al borde del orgasmo, me masturbo recordando lo que ha pasado, sin lavarme, suspirando. Con varios dedos dentro, pensando quien será ese gran macho… Pienso también si se lo contará a sus amigos. Y si lo habrá visto alguien, de principio a fin, mirando en secreto, insultándome en voz baja. Y así alcanzo un orgasmo brutal, con unos gritos que seguramente despiertan a todo el vagón-

La próxima vez que viaje en tren sucederá, estoy segura.

Ya solo quedan unos días para el viaje… Tengo que ir eligiendo las medias.