Por descuido, me vacié sobre mi profesora.
Nuevo relato, más corto y espontáneo que los anteriores. Espero que sea de su agrado. Espero ansioso sus comentarios y sugerencias aquí o en mi mail si lo creen más conveniente. Cada aporte ayuda a mejorar el próximo relato, y por ende, la producción escrita misma. Gracias!
“¿Quieres que te alcance con mi auto?”
“No gracias profe, se lo agradezco, pero tomaré el autobús”, le respondí.
“¿Estás seguro? Mira que me han comentado que han decretado paro. ¿Te volverás caminando? No lo creo. Súbete, te llevo, enserio no hay problema.
“Ok”, dije con un poco de vergüenza. Y subí a su coche.
“Sabes” me dijo, “te noté algo raro en mi clase. Siempre te ha interesado y lo noto. Pero hoy estabas como ido. ¿Te ha sucedido algo?”
“Nada”, dije algo cortante.
“¿Tienes vergüenza de que te lleve en mi auto? No estamos más en la escuela Cristian. No hay de que preocuparse.”
“No es eso…tan solo es que me he peleado con la zorra de mi novia…”
Luego de decir esto me ruborice: “Lo siento”, dije, “no entiendo porque he dicho eso.”
“No te preocupes, te entiendo. Hace pocos días me divorcié de mi marido”, me dijo.
“¿Por qué lo hizo?” Luego de decir esto volví a ruborizarme. “¿En qué demonios estaba pensando?, me dije. “No debí preguntar eso”, le repliqué. “Déjeme aquí y no se preocupe, estaré bien.”
“No te aflijas”, me respondió. “He aprendido a asumirlo. Emmm, digamos que lo he descubierto engañándome, el muy bastardo, con otra…en mi propia casa!...Ahora Discúlpame tu ahora por decir eso, ja”
“No entiendo cómo alguien puede engañarla”, dije impulsivamente y con una sinceridad que la extrañó... “Usted es muy bella, interesante y muy inteligente. Si…el mundo está repleto de tontos”, dije furioso.
“¿Crees qué soy bella?”, me dijo… “¿A mi edad, y con las marcas de los años perdidos en bibliotecas y ahora llorando por mi marido…digo, ex marido?”
“Por supuesto si lo creo”, le respondí… “¿O cree que en su clase me fijo en algunas de mis compañeras?...Cuando usted me pregunta cualquier cosa porque estoy distraído, es porque pienso en usted…” “No debí decir eso”, pensé otra vez…
“¿Encerio?, me dijo…¿O es de esas bromas que hacen los jóvenes o más bien intentas sacarme de esta depresión que tengo últimamente?” “Si es una broma, te digo que haces mal en ilusionar o darle esperanzas a una mujer como yo en mi situación…”
La contemple unos segundos: cabellera castaña, con algunos mechones rubios, que se fundía con el pardo de sus ojos. Una nariz convencional diría yo, y una boca sin el encanto de una actriz de Cannes, pero así y todo me atraía. Observé sus pechos: sus pezones empezaban a marcarse por debajo del sujetador, que se dejaba entrever por el escote que formaban los botones sin prender de su camisa. Estaba sin maquillar, delinear, con ojeras, con una mirada triste pero sincera. De su frente comenzaba a vertirse pequeñas gotas de sudor. El interior del auto ya de por sí estaba que ardía, detenidos cómo estábamos por un corte en la autopista. Y la situación ayudaba mucho al respecto. Pensé que nuestros labios se unirían, pero un coche aparcó justo al lado nuestro.
“Diablos”, dijo, “es el decano…justo al lado nuestro, maldito imbécil…Agáchate, que no te vea…y justo que creí queee…”, y la frase se perdió entre bocinazos e insulto de los peatones.
En ese momento sentí un espasmo muy grande en mi abdomen. “Diablos”, me dije también, “es mi vejiga, me estaba orinando y la situación hizo que lo olvidara”
“¿Qué te sucede?, me dijo ¿Estás bien?”
“No profe…es que me he olvidado de orinar cuando salí de su clase…y ahora hay tantos autos que no puedo salir…maldición…” “¿Qué hago?”, pensé.
Su mirada se perdió a lo lejos. Pensaba. “¿Sabes?”, me dijo, “esa siempre fue una fantasía del idiota de mi ex marido…siempre me negué. Creía que era demasiado humillante ¿sabes? Pues bien, ya que el machista del decano me impidió besarte, a riesgo de que me pongan de patas en la calle, ¿sabes qué? Trata de llegar al asiento de atrás y recuéstate.”
Yo no entendía nada…”¿Qué quieres que haga?”, dije escéptico.
Y tomándome de la remera, me hizo agachar y me envió al asiento trasero. Allí me recliné, y sin entender cuál era su plan, me dijo: “Bajate los pantalones!”
Su idea era clara, pero era absolutamente morbosa, e idílica para cualquier joven de mi edad. Y ya la intuía. “Profe”, le dije, “no lo haga, me aguantaré y…”
“Vamos me dijo, te reventará la vejiga. No seas tímido. Sácalo y oríname. Sin escrúpulos Cristian. Hazlo de una buena vez!”
Intenté aguantar, pero no daba más. Mi vejiga estallaba, y mi pene empezaba a gotear. Me desabroché el cinturón y me bajé el boxer. Al unísono, ella reclinó su asiento para atrás, hasta desaparecer de la vista de cualquier conductor cercano. “No mires adonde, sólo hazlo!”, me ordenó como buena profesora. “Si, profe”, alcancé a decirle.
Pero al verla así dispuesta, con sus bellos ojos observándome atentamente, esperando que actuara, la piel delicada de su cuello tensa al máximo, sus generosos pechos maternos colgando; algo dentro de mí sucedió. Mis ganas de orinar dieron paso a mis deseos de masturbarme. El morbo venció cualquier otra necesidad física.
“Disculpe profe”, le advertí, “pero me excita a más no poder.”
Consideré si no sería humillarla a un extremo superior, pero ella tan sólo asintió y me dijo: “haz lo que tengas que hacer, pero hazlo rápido!”
Pensé que estaba resignada a cualquier cosa por su separación. “Diablos”, pensé, “¿qué estoy haciendo?” Pero en ese momento ví cómo una de sus manos había sacado un seno afuera del brasier, y manoseaba con fuerza el pezón, e intentaba colar sus dedos de la otra, por entre el botón de su pantalón, frotando su clítoris: “Hazlo!”, me recriminó. “No doy más”, agregó.
Ya estaba todo dicho. Mientras la observaba, mis arremetidas se incrementaron, pero traté de hacerlo con lentitud, disfrutando al máximo el momento. Ella observaba detenidamente mis movimientos. Yo orgulloso, exhibía mi pene en todo su esplendor, erguido y a punto de explotar. Mientras con una mano me acariciaba los testículos, con la otra me masturbaba. “Profeeee”, dije entre balbuceos… “Siiii”, me respondió entre quejidos… “hazlo!”
Y acto seguido, me vine. Lejos de entrecerrar mis ojos, los abrí al máximo para contemplar un momento único y crucial de mi vida. El primer chorro impactó de lleno en su rostro, que estaba ubicado acostado y mirando hacia a mí, y por lo tanto al revés. Era una escena rara pero al extremo morbosa. Mientras el espeso semen se adhería a su párpado izquierdo, cayendo por su orificio nasal hasta llegar a la comisura de sus labios, otro hilo fue directo a su cuello, cayendo hasta el escote en un fluir por entre sus tetas.
Los restantes, fueron cientos de hilillos que se adhirieron (al ir agotarándose la potencia de expulsión), a su castaña cabellera.
Pero esto no era lo último, la naturaleza pudo más, y mi cuerpo expulsó inconscientemente, toda la orina contenida en mi vejiga. Con el miembro aún duro, no tuve tiempo de redireccionarlo, y terminé cumpliendo con lo que ella me había ordenado. El líquido baño su cara. Ella intentó abrir su boca para contenerlo, pero al segundo la había llenado y le estaba causando arcadas. Me dije a mi mismo que no me quedaba otra que disfrutar lo que estaba sucediendo, y tomando mi pene, lo apunté cual manguera hacia su pelo, al cual empape, y luego me divertí apuntando el chorro hacia su escote, haciendo colapsar el hueco entre ambos senos, para intentar después orinar el hueco que sus manos habían abierto entre sus pantalones. Cuando acabé de orinar, me detuve a observar la escena, mientras ella se reclinaba, y como si nada hubiera ocurrido, se recogía el pelo. Su camisa y pantalón empapados, y de sus cabellos, cual cascada, caían en vertiente el orín, en un río que sólo hallaba fin en sus pantalones y el asiento de conductor. El semen que aun no se había desprendido del cabello, colgaban en decenas de hilillos de su barbilla, hasta su cuello.
“Sabes”, me dijo, “no quiero que este sea nuestro único y último encuentro. Estoy que vuelo Cris. No sabes el morbo que me has causado.”
Esas palabras fueron terriblemente significativas. Cuando me dejo a cuadras de mi casa, venía pensando un plan para volverla a ver sin despertar sospechas. Obvio, a la noche, mis sábanas fueron un reguero de semen. brochene empezaba a gotear. ezaba a gotear. a, e idle, sabes qudel decano me impiditrever por el escote que formaban los bot