Por culpabilidad

Cristóbal está muy deprimido tras su divorcio, se refugia en cantidades ingentes de trabajo para no pensar, y eso preocupa a los que le rodean, que le ayudarán aunque no quiera

-Viola, ¿tienes para mucho rato aún?

-Ya te lo he dicho, pasa si quieres, no me molestas.

Cristóbal dudó unos momentos, incluso llegó a acercar la mano al tirador de la puerta del baño, pero finalmente se rajó.

-No, deja. Es igual, esperaré. – y apoyó la espalda en la pared del pasillo, mirándose los pies descalzos. Hacía ya casi un mes que vivía con Viola, pero aquello no tenía las connotaciones agradables que incluso sus compañeros habían supuesto. Margarita, su esposa, había descubierto su infidelidad… o sus infidelidades, y lo había echado de casa. Ni siquiera se habían visto, ella seguía con su nuevo amor, el médico que había tratado a su padre mientras se moría y con quien le había hecho capricornio a él, al descubrir el suyo. Rápidamente había llamado al abogado de la familia para dejar a Cristóbal en la calle, y aquél había supervisado que las escasas pertenencias que metía éste en la maleta fueran solamente suyas, de modo que pudo llevarse su ropa, libros… y poco más. Cristóbal alegó que en la maleta, no le entraban todos los libros ni efectos personales (fotos de cuando era niño, viejos discos de vinilo que coleccionaba, el tocadiscos que era suyo…). El abogado le dijo que se lo mandarían a casa, porque la cerradura iba a ser cambiada, no podría volver a entrar en la casa.

Y así había sido. Margarita le había mandado las fotos, teniendo cuidado de romper o arrugar aquéllas que sabía que más le gustaban o por las que tenía más cariño. Había "olvidado" algunos de los libros que le eran útiles (afortunadamente, él había sido lo bastante prudente para llevarse los imprescindibles en su única visita), había rayado un par de sus discos favoritos y había partido el cabezal del brazo del tocadiscos. Cristóbal se quejó de aquélla salvajada y exigió hablar con su ex esposa, pero el abogado le dijo que aquello habían sido accidentes de transporte y embalaje, nada más… y que su representada no hablaría con él, le era perjudicial para su salud mental, estaba muy afectada por su traición.

Cristóbal se sentía lleno de rabia, pero también deprimido. Nunca había pensado en la posibilidad de que su esposa le pescara, él la quería… "¿Y si la querías, porqué le eras infiel?" preguntó una vocecita dentro de él, una vocecita que se parecía mucho a la de Viola. "Porque no soportaba el frígido sexo que ella hacía. Intenté ayudarla, lo intenté una y otra vez… pero me tomaba por un pervertido que quisiera usarla y no me lo permitía. No soportaba estar con ella y sentir que mi cuerpo le daba asco. Me sentía sucio, me hacía sentir sucio y culpable… pero yo quería darle placer, y tener placer con ella, y no había manera, siempre se ponía a la defensiva. Yo quería hacerle el amor, y ella sólo era capaz de entender que me estaba haciendo un favor al permitir que me desahogara. Aguanté todo lo que pude, palabra de honor… pero llegó un momento en que ya no aguanté más. No podía soportarlo, no quería sentirme humillado por querer gozar, quería estar con alguien que me lo permitiese sin hacerme sentir como un miserable o una especie de animal incapaz de controlarse… o como alguien incapaz de amar por querer unirme a ella".

Viola por fin salió del baño, aún tenía el cabello húmedo y la toalla con la que se envolvía sólo le cubría el pubis, y apenas, porque la llevaba tan baja que dejaba al descubierto la curva de las caderas. Le sonrió y se dirigió a saltitos a su cuarto, mientras sus pechos se bamboleaban a cada paso que daba…. Pero Cristóbal apartó los ojos, negándose a mirar. Viola había sido muy amable con él, pero él no estaba para fiestas. Con la culpabilidad que arrastraba, no estaba para pensar en golferías. De hecho… de hecho, temía que si se lanzara, su cuerpo dijera que no. Mientras se duchaba con rapidez, pensó en la noche que había llegado a casa de ella. Cuando llenó la maleta y el abogado le dijo que tenía que marcharse ya, se encontró en la calle, bajo la nieve de Enero, con una maleta y sin sitio a donde ir. Su hermana pequeña era el único pariente con el que tenía confianza, pero no vivía en la misma ciudad y él no podía permitirse dejar el trabajo. Podría buscarse una pensión, una habitación baratita, porque Margarita había solicitado una pensión alimenticia, y con su abogado, era más que probable que la consiguiera, pese a que se quedaba con el piso pagado, era económicamente independiente por su trabajo y no tenían hijos… pensando en aquello andaba sin rumbo. Ni siquiera notaba el frío de la nieve que se le colaba por el cuello del abrigo, ni el peso de la maleta.

Las campanadas de una iglesia le sacaron de sí mismo, y vio donde estaba. Por casualidad o no, sus pasos erráticos le habían llevado cerca de la casa de Viola, y sin saber muy bien porqué, se dirigió allí. Sólo quería dormir allí esa noche, al día siguiente ya se buscaría algo más estable, una habitación o cosa así… pero esa noche sólo quería descansar, tumbarse y dormir unas horas, se sentía más cansado que en toda su vida. Se sentía como si le hubieran literalmente, robado todas las fuerzas.

Cuando sonó el timbre, Cristóbal temió que Viola estuviera acompañada o no le dejara quedarse, a fin de cuentas, su relación había sido de "sólo diversión" y apenas llevaban tres semanas con ella… Pero cuando la joven abrió la puerta, le dedicó una gran sonrisa. Creía que había venido a verla… pero apenas vio la cara que traía y la maleta, su expresión cambió. No llegó a decirlo, pero en sus ojos había un "lo siento". En lugar de eso, se hizo a un lado para dejarle pasar, le ayudó a quitarse el abrigo y cuando se sentó en el sofá, le echó la manta por los hombros, porque Tóbal tiritaba y él ni siquiera se daba cuenta de ello. Él sólo recordaba que había intentado explicarse, pero no pudo. La voz se le moría cada vez que lo intentaba. Viola se pegó más a él y le abrazó, y Cristóbal rompió a llorar sin poder contenerse. Una parte de él se sentía miserable y ridículo, pero la tristeza fue más fuerte.

Desde entonces, habían vivido juntos. Lo que en un principio había sido "sólo por una noche", Viola se lo había quitado de la cabeza. "De momento, y hasta que sepas cuál va a ser tu situación económica y te centres un poco, te quedas aquí. No quiero que vayas a intentar ninguna tontería". No es que Viola pensara que Tóbal iba a tirarse por una ventana, pero sabía que no le convenía estar solo… y en parte, no podía evitar sentirse un poco responsable de su ruptura matrimonial. Él se había ofrecido a pagarle por compartir su casa, pero Viola tampoco se lo permitió. "Con que pagues a medias la compra, ya hay más que suficiente", y le había ofrecido aquello sólo porque sabía que Cristóbal se lastimaría si le hacía sentir un mantenido. Viola le dejó sitio en el armario y le ofreció la mitad de la única cama, porque su casa era muy pequeñita, para ella sola… pero Tóbal se negó. No quería dormir con ella. No es que le guardase rencor ni nada así, es que… no tenía ganas de propiciar nada. Había sido un adúltero y por ello lo había perdido todo. Viola, no era ningún premio porque su mujer le hubiera echado de casa, era sólo su compañera y su casera, nada más. Dormía en el sofá.

Tóbal salió de la ducha y se lavó los dientes, y al coger la toalla de mano, se le escapó un gruñido: Viola dejaba las bragas colgando del toallero todas las mañanas, ¿tanto le costaba meterlas en la cesta? En un principio, pensó si no lo hacía para provocarle, pero no. Era una manía que tenía, dejaba allí las bragas y se metía en la ducha, y al salir de ella, cogía la toalla y tiraba la prenda en la cesta… pero ahora que había dos toallas, se le olvidaba la mayor parte de las veces. En su casa… perdón, en casa de su ex mujer, aquello no pasaba, porque no solían compartir el baño, y era la asistenta quien se encargaba de todo.

Cuando se supo que Cristóbal se había separado (y se supo mucho más deprisa de lo que al interesado le habría gustado, pero en fin…), en el instituto donde trabajaba no faltó quien le animase, y quien dijese a sus espaldas el típico "se veía venir", porque era un secreto a voces que había engañado a su esposa otras veces. Amador le ofreció dormir en su casa, tenía un cuarto libre, y ni su esposa ni su hijo que aún vivía con ellos iban a poner pegas. Cristóbal se lo agradeció infinitamente, pero ya tenía casa… con Viola.

-¿Estás viviendo con Viola…? – preguntó Amador e, intentando que su compañero y amigo se animara, le dio una palmada en el hombro y sonrió con picardía – Así se hace, macho. A rey muerto, rey puesto, ¡a vivir!

Cristóbal intentó sonreír y se marchó rápidamente, sin sacar a Amador de su equivocación. No le apetecía. Que pensase lo que quisiera, ¿qué más daba ya? Si el instituto entero quería pensar que Viola y él se entendían, que lo pensaran… a fin de cuentas, mejor que te tengan envidia que lástima.

Pero Viola sabía la verdad y estaba preocupada. Cristóbal había sido su amante, pero antes de eso, era un compañero y un buen amigo, y ella mejor que nadie sabía que lo estaba pasando mal. No lo demostraba, en las clases seguía siendo el profesor tranquilo y exigente, duro pero no malvado que los alumnos conocían y respetaban y en su mayoría, querían. Quizá ahora se había hecho algo más exigente, sonreía menos, permitía menos desviaciones del tema, pero en el fondo, seguía siendo el mismo… hacia fuera. Pero hacia dentro, ella sabía lo mal que estaba. En casa, apenas hablaba, siempre parecía cansado y deprimido, y realmente lo estaba. Había cogido más clases de recuperación e incluso tareas administrativas que no le correspondían realmente y vigilaba un par de grupos de prácticas de laboratorio para proyectos de fin de curso, además de los dos cursos de los que era tutor… Viola sabía bien porqué. Su trabajo era lo único que le quedaba y mientras trabajaba, todo lo demás desaparecía. No podía permitirse pensar en su separación mientras estaba dando clases o vigilando a los alumnos, o escuchando a los padres o aconsejando por aquí, ordenando por allá, archivando esto, corrigiendo aquello… Cuando por fin llegaba a casa, nunca antes de las ocho y media o las nueve, estaba tan agotado que Viola no se extrañaba que no quisiera ni conversar, aún de cosas intrascendentes. La joven profesora le dejaba cena preparada, pero la mayor parte de los días no probaba bocado. Se dejaba caer en el sofá, mirando la televisión sin verla, hasta que el sueño le rendía, lo que sucedía muy deprisa… y hasta el día siguiente. No pasó mucho tiempo sin que Nazario, el jefe de estudios, le notase las ojeras que tenía.

-Cristóbal, entiendo perfectamente que te vuelques en el trabajo para no pensar, y te agradezco todo lo que estás haciendo… pero tienes que parar. No voy a permitirte que caigas enfermo, y eso es lo que te va a pasar si sigues así. – Tóbal había intentado objetar algo, pero contra Nazario, el profesor más rígido del instituto, no cabían excusas, o abandonaba parte de sus tareas o se las quitaba todas, de modo que Cristóbal se vio obligado a prometer que al menos, a las cinco, se marcharía a casa aunque el instituto ardiera. Cristóbal cambió entonces de modo de actuar, y dijo a sus alumnos que iban a hacer un experimento de evaluación continuada, esto es, que la nota no dependería sólo del examen, sino también de los ejercicios diarios, y se valoraría por igual la corrección en los mismos, la limpieza, la presentación, la constancia, comportamiento en clase… esto es, que todos los días, el profesor se llevaba a casa unos doscientos ejercicios para corregir para el día siguiente.

El primer día Viola casi se horrorizó viéndole transportar tal fajo de papeles, cuadernos, carpetitas de plástico… le ofreció ayudarle a corregirlos, pero él se negó, era preciso que los corrigiera él, no podía traspasar a nadie ni su trabajo, ni permitir que los alumnos tuviesen dos evaluadores distintos, no sería justo… de modo que en lugar de que el sueño lo rindiera a eso de las diez, se quedó despierto hasta casi la una, corrigiendo ejercicios. Se sentía agotado, cada vez más cansado… pero extrañamente satisfecho. En tanto, Viola se sentía cada día más frustrada. No es que ella hubiese esperado que él se lanzase en sus brazos al segundo día… pero tampoco esperaba un muro tan espeso como el que él había creado a su alrededor. Cuando hablaba o intentaba hablar con él, apenas respondía más que con monosílabos; si intentaba prestarle ayuda, se negaba; si trataba de hacerle entender que se estaba sobrecargando demasiado, la esquivaba… no se enfadaba, nunca perdía la calma. Pero Viola casi hubiera preferido un grito, un "déjame en paz" dicho a las claras o incluso un estallido de cólera, antes que aquélla fría cortesía falsa, aquélla tranquilidad engañosa con la que Cristóbal se protegía como si fuera una armadura.

"Él piensa que nuestra relación era de sólo diversión… y quizá lo fuera, pero yo le quiero. Sé que él a mí, no. Es posible que le guste, que me tenga simpatía, tal vez hasta cariño, pero no creo que esté enamorado de mí. Y en el fondo, no me importaba, porque estaba conmigo. Estaba casado con otra, dormía con otra, pero era a mí a quien deseaba. Pero ahora, no. Ahora vive conmigo y es como si viviera sola, igual que antes. Apenas me habla, muchas veces creo que ni se da cuenta de que estoy aquí… Y sé que no lo hace porque esté resentido conmigo, sino que trata igual a todo el mundo. Antes, algunas tardes salía con los demás profesores, con Amador, con Luis… a tomar algo después del trabajo y charlar un rato. Ahora, ya no lo hace nunca, siempre está buscando excusas, escudándose en el trabajo que tiene, y que se ha buscado sólo para ocultarse tras él. Está adelgazando, y cada día está un poco más pálido, y tiene ojeras… pero si se lo digo, no lo toma en cuenta, igual que no hace caso a Nazario, ni a nadie… Se está castigando. Puedo entenderlo, hasta cierto punto es comprensible que se sienta culpable y lo haga, pero… va a acabar enfermo si continúa así. Y yo no puedo hacérselo ver". Viola se torturaba, y aunque quizá su preocupación era más intensa que la de otras personas, no era la única que miraba por Cristóbal.

-Cristóbal, ¿tú has dormido…? – le preguntó Amador una mañana, al ver las ojeras que traía. Incluso estuvo a punto de hacer un chistecito sobre si el motivo de la falta de sueño de su compañero no sería su casera, pero se contuvo… su colega no tenía precisamente cara de haberla pasado en vela por motivos tan agradables como una noche de pasión.

-Eeeh, sí, lo… lo suficiente. – Tóbal se volvió para que no le mirara a los ojos y recogió su carpeta con manos algo torpes, bebiéndose el segundo café a grandes tragos. Viola le miraba algo apartada de ambos, con ojos muy tristes y le siguió con la mirada hasta que salió del despacho, Amador la interrogó con la mirada, y ella suspiró, negando con la cabeza. Y desde su rincón, Nazario lo observaba todo, y no le hacía ninguna gracia.

-Tienes que hablar con él seriamente. – dijo a Viola por la tarde, cuando fue a verla a su aula, la de Música, aprovechando que ella tenía una hora sin clases.

-Ya lo he intentado… es como tirar miguitas de pan a un muro de cemento y esperar que ceda, es imposible.

-Pues o dinamitas ese muro, o abrimos una colecta para llevarle bombones cuando lo ingresen, porque ese hombre, lo queramos o no, acaba en un sanatorio. Mira, Viola, la historia que podáis llevar o que hayáis llevado, a mí no me interesa – la joven intentó objetar, pero Nazario no la dejó hablar – Pero ahora mismo está viviendo contigo, y tú le conoces mejor que ninguno de los que trabajamos con él… y se supone que te importa también un poco más que a nosotros, así que o haces algo tú para que se vaya recobrando, o voy a tener que hacerlo yo. Y hacerlo yo, implica forzarle a firmar una baja por depresión.

Viola se sobresaltó, ¡eso no! ¡Lo único que le quedaba a Tóbal era su trabajo…! Si le obligaban a dejarlo, se hundiría sin remedio.

-¡No puedes hacer eso! Nazario… tú sabes que eso, es lo único que le sostiene ahora mismo… ¡y no tienes ninguna razón para ello, él cumple con su trabajo, la media de todos sus alumnos ha aumentado!

-Ha aumentado porque les aprieta demasiado las tuercas, ha aumentado a costa de hacer que bajen en otras asignaturas para poder dedicarse a hacer los deberes de las suyas.

-¿¡Y eso, me lo dice el único profesor que por narices termina todos los años el temario entero y que no aprueba a nadie con una nota inferior a siete?!

-Viola, el día que yo ponga a mis alumnos a aprenderse las biografías y listas de obras completas de dos autores, seis comentarios de texto de dos páginas cada uno, y un análisis contrastado de una época literaria concreta junto con los usos y costumbres de la sociedad de la época, la economía y la política, y el que no me lo traiga pierde un punto en la nota final, y eso, TODOS LOS DÍAS… entonces, hablamos. Porque el equivalente a eso, es lo que está haciendo él. Y lo sabes. Una cosa es exigir a los alumnos, hacerles trabajar y esforzarse, y otra muy distinta explotarles para cargarse uno mismo de trabajo. No me sirve de nada que todo el mundo termine Física y Matemáticas con Matrícula de honor, si a cambio suspenden hasta el recreo porque no tienen horas suficientes en el día para estudiar nada más.

La joven profesora tenía que reconocer que el jefe de estudios tenía razón… aquéllos alumnos suyos que eran también de Cristóbal siempre parecían cansados de lo tarde que se acostaban intentando rendir en todas las tareas, le pedían por favor que no mandara demasiados deberes o que les dejara entregarlos después del fin de semana para tener más tiempo para ello, y en clase, aquéllos que se distraían, no era por mirar revistas o hacer dibujitos, ni nada así… era haciendo las tareas que les mandaba Tóbal. Nazario le colocó una mano en el hombro por un instante.

-Me duele decírtelo a ti, pero es contigo con quien más confianza tiene, y a mí no me va a hacer caso, se pondrá a la defensiva y tendré que hacerlo por la brava… no quiero forzarle a coger la baja, por lo mismo que tú dices. Antes de tomar medidas drásticas, quememos todos los cartuchos, ¿de acuerdo? – Viola asintió. Aunque no tenía la menor idea de cómo iba a conseguirlo.

Era viernes por la tarde, más de las seis. Del turno de mañana, todo el mundo se había ido, y de las clases de tarde para adultos quedaba poca gente, los viernes faltaban muchas personas y el lunes era fiesta, comenzaba la Semana Blanca, la práctica totalidad de alumnos y buen número de profesores se marchaban a esquiar y el centro funcionaría sólo por las tardes. Cristóbal había mandado una buena cantidad de deberes a sus alumnos para que no perdieran ritmo durante la excursión… no les había hecho ninguna gracia, pero eso no le importaba. Ahora, él estaba corrigiendo los del día presente. Llevaba más de dos horas solo en la sala de profesores, todos los compañeros se habían ido, el que más tarde, a las tres y media. Que él supiera, hasta Viola se había marchado, y le había pedido que no llegara muy tarde, que esa noche haría quiche para cenar… Tóbal ni sabía qué era, y ella le había explicado que se trataba de un pastel de huevo… su voz se había ido extinguiendo cuando notó que él tenía la cabeza inclinada sobre los ejercicios y no la estaba escuchando. La joven cogió su abrigo y se marchó sin decir adiós.

No le gustaba tratarla así, pero sabía que no debía darle confianzas. No estaba dispuesto a liarse con ella, no podía ni quería. Había hecho daño a su esposa, una mujer a la que quería, ¿y así, de golpe y porrazo, nada más separarse, se encamaba con otra…? Vaya amor que demostraría tenerla entonces… "¿y no te parece que esa fidelidad, debiste habérsela guardado cuando aún era tu esposa…?" de nuevo, la vocecita maliciosa que tanto se parecía a la de Viola, resonaba en su cerebro "¿Qué más da ya? ¿Te piensas acaso que ella se va a enterar de que vives con una chica y no te acuestas con ella porque aún la quieres? ¿Te figuras que si eres muy bueno, ella se lo va a repensar y volverá, y todo será como antes? Tu mujercita, está la mar de contenta revolcándose con ese médico por quien sí se dejó convencer para tener buen sexo, no volverá contigo ni aunque te arrastres de rodillas… Tú siempre piensas que si la hubieras querido de verdad, hubieras aguantado no tener sexo con ella, pero, ¿no se te ha ocurrido pensar que si ELLA te hubiera querido de verdad a ti, hubiera aceptado que la enseñaras? ¡Mira qué rapidito se dejó convencer por el otro! Claro, el otro es más joven, más alto, más guapo… tiene más pelo y menos barriga, y la hizo pensar que por ser médico, ya sabía más que nadie, pero también ella se dejó convencer para darte a ti en las narices"

Cristóbal sacudió la cabeza, fastidiado. Se frotó los ojos y resopló, estaba agotado. Por regla general, el trabajo le servía para no pensar, pero ahora estaba tan cansado que su cerebro prefería torturarle en lugar de seguir trabajando… Sería mejor llevarse a casa los ejercicios que le quedaban, podía terminarlos allí. Este fin de semana podría preparar el nuevo tema… maldita sea, la semana que viene no habría clases. Tenía sólo un par de horas de recuperación a las que sólo acudirían los del turno de tarde. Bueno, quería revisar los textos de otras editoriales para discutir en el seminario si al año que viene los cambiaban o no y cuáles escogían y nunca tenía un momento para ello, ¿no? Podría usar la semana que viene para esa revisión, eran bastantes editoriales y los textos de todos los cursos, le llevaría tiempo… Se levantó de la silla y miró hacia el pasillo. Sólo quedaba una de las secretarias, que estaba medio de espaldas, con la mano apoyada en la cara y mirando hacia el ordenador. Aprovechando pues, que nadie le veía, se estiró perezosamente y las vértebras le crujieron.

Recogió todos sus papeles y los ejercicios en la gruesa carpeta que tenía para ello, los metió en su cartera y se dirigió al cuartito para recoger su abrigo. No se molestó en encender la luz, con la que entraba de la sala de profesores, tenía de sobra…

Clic.

Tóbal se volvió, alzando los brazos, estaba a oscuras, alguien había apagado la luz. Intentó tomar el tirador de la puerta, pero una mano se lo impidió y la cerró. El profesor intentó preguntar, pero quiso gritar cuando oyó el chasquido de una cinta americana despegándose rápidamente. No llegó a tiempo, la tira le tapó la boca. De inmediato se llevó las manos a ella, pero su atacante se las agarró, tiró sin piedad para llevarle los brazos a la espalda y le esposó. Tóbal gritó bajo la cinta pegajosa, pero el sonido apenas un fue un gemido, notó que le cogían de los hombros y le ponían la zancadilla, trastabilló y cayó de rodillas, y alguien, de respiración agitada y muy ágil, se le echaba encima hasta tumbarle. De nuevo el profesor intentó defenderse, pero su atacante se frotaba contra él y le lamía la cara.

"No… ¡no!" pensó Cristóbal, debatiéndose, intentando ocultar la cara, luchando ferozmente contra las esposas que le atenazaban las manos, pero sin ningún resultado. Sudaba y estaba asustado, estaba claro que quien fuera quería abusar de él, pero no podía saber si se trataba de un hombre, una mujer, alguien que después quisiese atracarle, matarle o lastimarle de cualquier modo. De un soberbio tirón, los botones de su camisa saltaron y el aire frío del cuartito le puso duros los pezones. Su atacante se los retorció y de nuevo Tóbal intentó gritar, esta vez de dolor, pero de su boca amordazada sólo salían bufidos. Hubiera querido suplicar, decir que tenía dinero en su cartera, que se llevase lo que quisiera pero que le dejara en paz, pero era inútil. Ni siquiera podía pedir piedad con los ojos, porque la oscuridad era completa.

Un insólito calor en el pecho le hizo vaciarse de aire, mezclada la ansiedad y un cierto agrado, cuando notó un pecho sobre el suyo y unas manos acariciándole, frotándole hasta el bajo vientre, coqueteando con la cinturilla del pantalón. La caricia de una lengua en su cuello le hizo sentir humillado y asqueado… pero su vergüenza fue mayor cuando notó que su cuerpo le traicionaba, que a pesar del miedo y la vejación, su pene empezaba a agitarse sin que él pudiera contenerlo. Se maldijo a sí mismo por ello, ¡no quería tener una erección, aquello no era agradable, ni placentero! Pero no podía evitarlo, y su atacante debió notarlo, porque una mano bajó a su pantalón y lo frotó fuertemente, produciendo que Cristóbal, muy a su pesar, se excitase más aún y se retorciese, pero esta vez, no enteramente por defenderse.

El profesor oyó el tintineo de su cinturón al desabrocharse y el siseo de la cremallera, e intentó resistirse pateando, pero de nada le sirvió, y su virilidad quedó expuesta. Hubiera querido llorar de humillación e impotencia, pero cuando una mano cálida se cerró en torno a su miembro y lo acarició, apretando en la punta para hacerle soltar líquido preseminal con el que lubricarle y que las caricias fueran húmedas y dulces, su cerebro se vio colmado por el placer que llevaba tantas semanas sin sentir, y no fue capaz más que de temblar estúpidamente por el gusto que le invadió de pies a cabeza. Se sintió como un pelele, pero una parte de su cabeza sólo podía pensar "más… por favor, continúa".

Un olor agradable y sabroso, como a hojaldre caliente y pimientos fritos le inundó la nariz cuando una mano le acarició la cara, las mejillas y la nuca, mientras la otra seguía su trabajo en su miembro, acelerando sin parar, centrada en la punta… Tóbal daba caderazos y jadeaba sin poderse contener, era tan bueno y hacía tanto tiempo que no gozaba, no iba a aguantar mucho así, el ardor delicioso que anunciaba su orgasmo estaba empezando a hacerse maravillosamente insoportable, unas caricias más y acabaría, sí, sí… y entonces, su atacante se detuvo.

Un sonido de interrogación frustrada salió de debajo de la cinta aislante que le cubría la boca. Cristóbal se movió, intentando encontrar de nuevo aquélla suave mano que le acariciaba, pero no lo logró. Unos segundos más tarde la notó, pero en su muslo, haciendo dulcemente cosquillas que le hicieron estremecer, y mal que le pesase, sonreír ligeramente. Un roce muy ligero en la punta de su miembro le produjo una dulce convulsión, pero no era una mano… era tela. Una tela muy suave, una prenda con agujeros… ¿Se había quitado la ropa interior su atacante? El miedo de nuevo quiso dominarle, ¿y si era un tío y pretendía…? Pero enseguida se despejó la duda cuando sintió que alguien le cogía el pene y lo frotaba contra piel húmeda y caliente, dispuesta en dos mitades con una agradable rajita en medio, que desprendía calor, un calor maravilloso. "Déjame acabar…." Pensó confusamente Cristóbal, sintiendo cómo la humedad de su agresora le humedecía el sensible glande a punto de explotar "Termíname… termíname, por Dios, termíname".

Un potente sonido gutural salió de la garganta de ambos cuando ella se dejó caer de golpe en su pene. Tóbal se estremeció de arriba abajo, sus pies se elevaron ligeramente y sus hombros se acalambraron de placer. Si su agresora se movía, aunque sólo fuese un poquito, se corría sin remedio… temía que aquello provocase su cólera y decidiese pegarle o herirle, pero, ¿qué podía hacer él? Oía gemiditos que ella intentaba contener, pero no podía, y entonces, empezó a brincar, y Cristóbal se convulsionó, el placer le subió de las corvas a la nuca como un latigazo eléctrico, sus nalgas se tensaron y una potente descarga inundó el sexo de su atacante, que rompió a reír al notar cómo salía disparado hacia su interior, caliente y espeso, y se dejó caer plenamente, intentando que nada se escurriera fuera.

Tóbal jadeaba ruidosamente, sólo la nariz le era insuficiente para tomar todo el aire que necesitaba después del feroz orgasmo, qué dulce había sido, después de varias semanas sin ni siquiera tocarse… pero apenas los fuegos artificiales del placer empezaron a apagarse, regresó el temor y la vergüenza. Unas manos se dirigieron a su rostro y le acariciaron, pero de nuevo él intento volverse.

-¿Te lo pasas pipa y ahora pretendes hacerte el puritano…? – la voz era un susurro, pero Cristóbal desencajó los ojos y el nombre que emitió pudo entenderse aún bajo la cinta aislante. - ¿Quién creías que era si no….? ¿Tu ex mujer, o me tomaste realmente por una violadora….? – Viola dio un tirón a la cinta y la arrancó de golpe, Tóbal emitió un gemido y le hubiera gustado llevarse las manos a la piel que le ardía, pero aún seguía preso. Hubiera querido gritar su indignación, pero estaba demasiado sorprendido. – Es cierto, esto que he hecho ha estado mal… pero es lo mismo que tú hiciste para sacarme de una relación muerta que no iba a ninguna parte, y que creo que nunca fue a ninguna parte. Lo que he intentado, es hacer lo mismo. Tóbal, tu matrimonio está muerto, y tampoco iba ya a ninguna parte, y nada de lo que hagas va a conseguir que ella vuelva o te perdone. Y no tiene sentido que te culpabilices, ni que te castigues. No va a servir de nada, no te hará sentir mejor, no te lo mereces… y aunque lo merecieras, no servirá para nada, no cambiará lo que has hecho.

Un silencio dubitativo y Cristóbal sólo fue capaz de decir:

-….Estás loca.

-Sí. Siempre he sido un poco loca, arriesgada, me gusta probar de todo y experimentar… por eso te gusta tener sexo conmigo, o te gustaba hasta que empezaste a castigarte. Ya no tiene sentido que lo hagas, Tóbal… es posible que nuestra relación fuese sólo para divertirnos, pero no es divertido estar con una persona que persiste es morirse en vida. Y no voy a dejar que lo hagas… porque me importas. Y quiero volverme a divertir contigo, y que tú vuelvas a ser el tipo serio en apariencia, pero cachondo en el fondo que supo interesarme. Todos te echamos de menos, Tóbal, todos queremos que nuestro amigo y compañero no se castigue más. Tú piensas que no te mereces volver a ser feliz por lo que hiciste, pero, ¿qué hay de lo que ella te hizo a ti? ¿No fue ya bastante penitencia? Tu mujer ha hecho lo mismo que tú, te ha sido infiel, y sin embargo, está siendo feliz con su nuevo amigo… - Cristóbal intentó protestar, pero Viola no podía verlo y siguió hablando – No importan las "circunstancias atenuantes", ni el "ella lo hizo por despecho". Lo hizo porque quiso y punto, y es tan culpable como tú. Y no tiene remordimientos ni piensa que haya hecho mal. No se castiga. ¿Por qué deberías hacerlo tú?

El profesor suspiró. En realidad, no lo sabía. Sólo pensaba que… era lo que debía hacer, lo que se merecía, había sido un adúltero y tenía que pagar por ello. No es que ahora se sintiera bien, pero… al menos, no se sentía peor.

-¿Y en qué dices que consiste la quiche?

Viola se rio con ganas y le besó.