Por culpa del coronavirus- Parte Final
Se acerca el fin del confinamiento. Irene y Maite tendrán que afrontar lo que podría suponer la conclusión de su relación, pero un inesperado giro de los acontecimientos, las hará replanterse todo.
Para muchos, la cuarentena estaba resultando muy dura. No podía culpar a quien se sintiera así. Estar encerrado en casa por semanas, sin poder salir fuera y sin tener contacto con otras personas, resultaba muy duro. Si, para colmo, tenías niños, la cosa podía llegar a ser peor, teniendo que aguantar a unos pequeñajos que no paran de quejarse y liarla. Comprendía la situación penosa de mucha gente y por eso, me resultaba tan difícil reconocer una cosa: a mí este confinamiento me estaba encantando.
Siete días pasaron desde que Maite y yo nos liáramos por segunda vez y, joder, había sido la mejor semana de mi vida. Libres de la tensa carga que llevábamos por esa prohibida atracción, desatamos toda la pasión que habíamos acumulado durante todo el periodo de confinamiento, gozando de un placer indescriptible. Cualquier rincón de la casa era el lugar ideal para tener una sesión salvaje de sexo, porque todo había que decirlo, nos dejamos llevar como locas. En la cocina, en el salón y, como no, en nuestros dormitorios. Aquellas habitaciones fueron testigos de ese irrefrenable deseo que nos habíamos guardado por tanto tiempo. La ducha fue otro lugar cideal para nuestros apasionados encuentros. Bajo el chorro de agua caliente, nos comíamos a besos y nos acariciábamos como animales. Siempre dormíamos juntas y abrazadas, como si ahora, fuésemos propiedad una de la otra y no quisiéramos separarnos.
Para colmo, Maite me sorprendió. Pese a su inexperiencia en el sexo lésbico, la chica le ponía ganas y no tardó en aprender como tenía que dar placer a una mujer. Lamía mi coño como toda una experta y me hacía gritar de una manera increíble, como ninguna de mis amantes previas habría conseguido. Lo hacíamos en toda clase de posturas: yo sentada sobre su cabeza, de lado, bocarriba, en cuatro patas, inclinada hacia atrás, aunque lo que de verdad le encantaba era el sesenta y nueve y la tijera. De esas maneras, ambas acabábamos teniendo unos orgasmos increíbles. Sin embargo, toda aquella maravillosa experiencia iba a tocar a su fin.
El gobierno ya había dado inicio a la desescalada del confinamiento y muy pronto, tendríamos que regresar a la normalidad. Nosotras ya no podríamos seguir con la universidad hasta septiembre, pero eso no quitaba que habría que hacer otras cosas. En el caso de Maite, una de ellas era reunirse con su novio, el capullo de Alfredo.
Me llenaba de una enorme pena que lo nuestro se fuera a acabar y en cierto modo, me di cuenta de que mi amiga me gustaba más de lo que creía. Claro que no tenía más remedio que hacerme a la idea y eso me hacía sentir muy triste. De hecho, los últimos días estuvimos un poco más decaídas, pensando en lo que pasaría después. Desde luego, ninguna deseaba que aquello acabara, pero no había otra posibilidad.
Ya era por la tarde y me encontraba limpiando el salón mientras no dejaba de pensar en lo que íbamos a dejar atrás. Todavía no habíamos hablado de manera clara sobre ello. El miedo nos impedía lanzarnos, pero ya estaba más que asumido. Pasé un trapo por una de las lejas de la estantería para quitar el polvo y no pude evitar sollozar un poco. Madre mía, esto no era lo que esperaba que me fuera a pasar.
Mi amiga se encontraba en su cuarto. Le pedí que me ayudara y lo haría, pero primero decidió hablar con el insoportable de su novio por el móvil. Yo no sé por qué diantres tenía que dedicarle tanto tiempo a ese cabrón y me exasperaba, porque sabía que ya ni le emocionaba verlo, pero estaba claro que había compromisos que tenía que mantener.
Seguí limpiando tranquila todos los muebles del comedor. El rato fue pasando con total tranquilidad y ya tenía casi todo listo. Me sorprendió lo rápida que había sido y que Maite no hubiera aparecido para ayudarme. Al final, a esta se le había ido el santo al cielo. Comencé a pensar en ir a verla para reprocharle su ausencia cuando, de repente, escuché un fuerte grito.
—¡Que te den!
Mi cuerpo entero tembló al oír semejante chillido. Parecía como si hubiera un monstruo allí mismo. Después de eso, comencé a escuchar llantos muy dolidos. Sabiendo quien los producía, decidí ir a ver qué demonios pasaba.
Entré sin más, pues sabía que de nada serviría llamar a la puerta. Mi amiga se encontraba bocabajo, llorando con la cabeza pegada contra la almohada. El móvil estaba tirado sobre el suelo. Ver semejante estampa me dejó perpleja.
—Maite, ¿se puede saber qué te pasa? —pregunté un poco asustada.
Ella alzó la cabeza al escucharme y puede ver sus ojitos azules enrojecidos y cuajados de lágrimas. Tenía una expresión rota en la cara, como si le hubiesen destrozado el corazón de una manera horrible. Me miró muy afligida y contestó:
—Alfredo y yo hemos roto.
Rompió a llorar de manera desoladora y yo fui a su lado, sentándome sobre la cama. Ella también lo hizo y dejó que la abrazara, pegando su cuerpo contra el mío. Dejé que desahogara su pena mientras acariciaba su largo pelo marrón claro, el cual llevaba esta vez suelto.
—Lo siento tanto, cariño.
La verdad era que llevaba esperando que lo dejaran desde hacía mucho tiempo, pero tampoco podía negar que nunca desearía que mi amiga pasara por algo tan malo. Ahora, estaba totalmente destrozada y, por más que me alegrase de que ya no volvería a ver jamás a ese imbécil de Alfredo, no era este el estado en el que quería ver a Maite. Dejé que llorara cuanto necesitase y, cuando ya estaba más calmada, decidí hablar con ella.
—Cuéntame, ¿qué es lo que ha ocurrido?
Maite tenía el rostro aún demacrado. Sus facciones estaban muy endurecidas, las mejillas húmedas por las lágrimas derramadas, los labios contraídos en un triste mohín, el pelo revuelto cubriendo su rostro y hasta de la nariz se derramaba un poco de moquillo. Tenía unas pintas terribles.
—Pues nada, que Alfredo me ha dicho que ya no quiere seguir conmigo —comentó con voz afónica.
—¿Y por qué?
—Que dice que está aburrido de nuestra relación —me explicó dolida—. Que pasa de esperar a que pase la cuarentena para verme y se ha liado con otra.
Que el andoba ese terminaría engañando a Maite era algo que yo sabía que acabaría pasando, como si no lo tuviera bien calado, pero que tuviera los santos cojones de hacerlo por aburrimiento y por culpa de la cuarentena resultaba surrealista. En fin, a mí lo que ese capullo hiciera me daba igual. Lo único que me importaba era mi compañera.
—Primero me ha mandado un mensaje y luego, cuando he llamado para pedirle explicaciones, se ha puesto en plan pasota y hasta me ha echado la culpa… —continuó muy desconsolada.
—Venga, déjalo —le dije con calma—. Todo eso ya es el pasado. No te comas la cabeza.
Se arrebujó más contra mí y posó su cabeza en mi pecho. La acuné con mis brazos y seguí acariciando su cabello. Miré su rostro y pude ver como derramaba alguna que otra lagrima. La besé en la frente, tratando de quitarle esa enorme pena de encima.
—Ese tío no era más que un cabrón —murmuré—. Sabía que no te convenía.
Nos miramos. En sus ojos, podía notar como sus pupilas temblaban inquietas. Se encontraba hecha polvo. No podía creer que estuviera tan colada por Alfredo. Desde luego, iba a llevar su tiempo que lo olvidase.
—Yo tampoco he sido muy buena —comentó sin más.
—¿Por?
—Ya sabes, nos liamos entre nosotras sin que él lo supiera.
Lo que faltaba, que ahora cargara la responsabilidad de su ruptura en las dos. No pude evitar sentirme un poco molesta por su comentario, aunque tampoco quería enfadarme con ella, viendo el estado en el que se hallaba. Sin embargo, no iba a dejar que las culpas recayesen en mi o en ella.
—No sabe nada y dudo mucho que lo sospeche —me pronuncié con claridad.
—Sabe que eres lesbiana y últimamente, él y yo hemos estado un poco distantes. —Sus palabras no podrían sonar más irritantes—. Si le hubiera dado, aunque fuera sexo virtual, pero ya no estaba interesada en él y, para colmo, le estaba engañando. Seguro que algo sospechaba.
Joder, que Maite ser muy paranoica y se estaba comiendo ella sola la cabeza, cosa que no podía enojarme más. Lo último que deseaba era verla sufrir de esa manera.
—Y qué más da si sospecha, ¿eh? —hablé, intentando hacerla entrar en razón—. Tu misma sabes cómo te ha tratado desde que empezasteis a salir. Que si había días que no podías quedar con otras personas, que si no te satisfacía como tu deseabas, que si solo podías vestir como él quería… —Tomé un poco de aire, porque me estaba cansando de enumerar tantas cosas— Coño, si hasta te insistió en que te fueras del piso, ¡porque no le gustaba que estuvieras conmigo!
Lo escuchó todo con paciencia y, pese a no ver su rostro cambiar, estaba claro que me había entendido.
—Eso es verdad —convino conmigo—, pero le engañé y eso no está bien.
Respiré frustrada. Señor, que cruz con esta chavala.
—Y él te habrá estado engañando. —Mi voz sonaba cansada, me estaba hartando de tanto hacerle ver las cosas como eran—. Quien sabe, puede que incluso lleve más tiempo que tú. Lo que está claro es que te ha dejado y tienes que pasar página.
Por más que lo intentase, no lograba ni animarla ni convencerla. Maite parecía haber caído en un bucle de pesimismo que se repetía hasta el infinito. Siempre había sido así, pero me preocupaba que fuera a afectarle de verdad esta vez.
—¿Y que voy a hacer? —se preguntó frustrada— ¿Cómo voy a seguir mi vida sin él?
Me dejó alucinada. Como uno era capaz de hundirse en la miseria de una manera tan sencilla.
—Maite, tienes una carrera que terminar de estudiar, tu familia, amigos… —Mis ojos se cruzaron con los de ella—… a mí.
Cuando mencioné eso último, algo en su rostro cambió. La expresión tan contraída se relajó un poco y algo de brillo iluminó su apagada mirada.
—Irene…
La besé. No podía aguantar más. Tenía que dejar de pensar tanto en cosas pesimistas y recordar lo bueno que tenía. La cosa fue que respondió a mi beso y pegó más los labios para, acto seguido, abrirlos, dejando que nuestras lenguas invadieran nuestras bocas. Nos dimos un húmedo morreo que se fue haciendo más intenso conforme el tiempo pasaba. Para cuando nos separamos, estábamos tan calientes que parecíamos a punto de derretir la habitación.
—Te quiero —le solté, porque ya que más daba todo—. No sé si estoy enamorada o no, pero el caso es que te quiero y no voy a permitir que sufras más ni te vayas de mi lado…
Ahora la que iba a llorar era yo, genial. Maite, por in, sonrió. Entre el beso y mi torpe declaración, había conseguido alegrarla.
—Irene, yo también te quiero mucho.
Nos volvimos a comer la boca y terminamos tumbadas en la cama.
Puestas de lado, una frente a la otra, nos abrazamos mientras no dejábamos de besarnos. Nuestras lenguas horadaban el interior húmedo de nuestras bocas y nuestras respiraciones se hicieron más intensas. Rodamos de un lado a otro mientras nos acariciábamos, gimiendo y disfrutando del calor y el roce de nuestros cuerpos. Al final, terminé encima de ella.
Estuve dándole besitos por toda la cara hasta que me pidió que me quitara de encima. Me acosté bocarriba a su lado y ella se pegó a mi vera. La rodeé con uno de mis brazos. Nos quedamos mirando el techo en silencio, tan solo disfrutando del maravilloso ambiente que acabábamos de crear, tan sereno como maravilloso.
—Entonces, ¿ya somos novias?
Su pregunta me hizo reír y ella tampoco pudo reprimirse. Estuvimos carcajeando por un ratito hasta que decidí hablar.
—Tampoco hay que ir tan rápido —contesté.
—¿Como que no? —repuso ella contrariada—. Te recuerdo que llevamos una semana follando sin parar.
—¿Y eso ya es motivo para que seamos pareja?
—¿Acaso no quieres que lo seamos?
La mirada que me lanzó estaba llena de preocupación. Eso me hizo alarmarme un poco, así que me acerqué y le di un pico en la boca. Ella respondió con un besito corto que me encantó.
—Claro que quiero estar contigo —dije—, pero vamos a ir poco a poco. No quiero precipitar las cosas, ¿vale?
—Vale.
Su respuesta más convencida me agradó y nos besamos de nuevo. Estuvimos así por un ratito más hasta que volvió a hablar.
—Irene, quiero hacerlo.
Su petición sonaba muy tentadora, pero ahí, tuve que detenerla.
—Me encantaría, pero vamos a terminar de limpiar el piso, que era lo que teníamos pensado hacer desde un inicio.
Maite se mostró muy contrariada con mi idea.
—Pero necesito que me consueles —expresó muy provocativa—. Necesito que me lamas mi mojado coñito y que me ensartes con tus dedos.
¡Coño con la tía! Sí que podía ser tan guarrilla. La verdad era que me estaba excitando más de lo imaginable, pero tenía que resistirme, por mucho que me disgustara.
—Lo siento. Hay que ponerse a limpiar, que lo llevamos posponiendo desde hace demasiado tiempo.
Descorazonada, mi amiga no tuvo más remedio que ceder. Me dio un suave besito como afirmativa respuesta, aunque seguía viéndola un poco decepcionada.
—Está bien, pero esta noche, quiero que me pegues un buen viaje.
Sonreí divertida ante sus palabras pues, justo en ese momento, me vino una idea a la mente.
—Tú espérate. Se me acaba de ocurrir algo que te encantará.
Arqueó una ceja sorprendida. Desde luego, no esperaba que le dijese algo así.
—Pues lo esperaré con ganas.
Nos dimos otro piquito y luego, nos levantamos para seguir limpiando.
Pasamos lo que quedó de tarde limpiando el piso. Acabamos destrozadas. Tiradas sobre el sofá, nos estiramos todo cuanto pudimos, tratando de relajar nuestros agotados cuerpos.
—Madre mía, sí que había mucho por limpiar —afirmó mi amiga con disgusto.
—Ya te digo, y eso que pasamos todos los días aquí dentro.
Nos reímos divertidas mientras nos pegábamos una al lado de la otra. Dios, como de a gusto estaba con Maite y poco importaba que ahora fuésemos novias. Me encantaba tenerla a mi lado y lo que más deseaba era liarme con ella allí mismo. Sin embargo, pensé que eso no era lo mejor. Habiendo concretado nuestra relación, tenía que entregarle algo más especial. De hecho, llevaba toda la tarde maquinando que podría ser.
—Oye, ¿por qué no te das una ducha mientras yo preparo la cena? —le propuse.
Maite me miró con sorpresa.
—¿Ese era tu gran plan para esta noche?
Me hizo gracia la manera en la que hablaba, como si se sintiera decepcionada.
—No, eso no es lo que tengo preparado —le respondí—. Vamos, vete que yo voy a hacer la comida.
Asintió como respuesta y se levantó para dirigirse al baño. Al mismo tiempo, yo también me incorporé y fui para la cocina. Pese a estar un poco cansada, preparé algo para comer ligero, pues no quería empacharnos. Maite no tardó en aparecer con un cómodo pijama y cuando vio lo que había en la mesa, quedó encantada.
—Vaya, creo que hecho la mejor elección al elegirte a ti —dijo muy encantadora—. Eres muy buena cocinera.
—No es eso lo único en lo que soy buena —comenté yo sonriente.
Me abrazó, rodeando con sus brazos mi cuello, y me plantó un dulce beso en la boca. Que maravillosa podía llegar a ser. Nos sentamos y comimos todo lo que había hecho, unos filetes de pollo con una rica ensalada bañada en aceite. Una vez terminamos, pusimos los platos en el fregadero. Entonces, fue cuando Maite me miró ansiosa. Estaba claro que ya quería saber que tramaba para esta noche.
—Y dime, ¿qué tienes pensado ofrecerme? —La pregunta sonaba tan apremiante. Se notaba que quería saber ya que me traía entre manos.
—Todavía no —contesté para su malestar—. Primero voy a ducharme, pero, eso sí, vete a tu cuarto, ponte la lencería más sexi que tengas y espérame allí.
Abrió los ojos como platos al escuchar lo que acababa de decir, pero me entendió a la perfección. Sin más, me di la vuelta para dirigirme al baño y pegarme una buena ducha.
Ya con el agua caliente recorriendo mi piel, comencé a pensar en lo que tenía planeado para mi novia (pues ya lo era, aunque todavía no estuviera confirmado por ambas). Sabía que le iba a resultar muy impactante y aparatoso, llegando a preguntarme si no me estaría pasando. No tenía claro si estaría preparada para algo así, pero bueno, de eso iba el tema, de probar y ver que le agradaba y que no. Tras terminar de ducharme, envolví mi desnudo cuerpo en una toalla y puse rumbo al dormitorio.
Una vez en mi cuarto, fui al armario para sacar la sorpresa que le tenía preparada a Maite. Lo sostuve con una mano y lo observé con atención. Sonreí deleitada. Dios, como se iba a poner cuando lo viera. Envuelta en la toalla aún, decidí ir a su habitación. Ya era hora de empezar. Toqué un par de veces y contestó.
—Puedes entrar.
Cuando abrí y me metí en la habitación, me quedé de piedra. Allí delante tenía a Maite, recostada sobre su cama y bien estirada. Llevaba un sujetador y unas finas bragas rojas, dejando al descubierto su preciosa figura y realzando tanto sus hermosos pechos como su respingón culito. Además, se había soltado el pelo y puesto maquillaje. Un poco de colorete en las mejillas, los labios pintados de carmesí y algo de línea de ojos. Se veía esplendida y me dejó alucinada.
—¿Qué llevas ahí? —preguntó mientras me miraba llena de curiosidad.
Sostenía algo en mi mano derecha y lo mantenía oculto tras de mí, pero decidí que ya era hora de resolver el misterio. Caminé un par de pasos y lancé el enigmático objeto sobre la cama, justo al lado de mi chica. Cuando averiguó de qué se trataba, acabó sin respiración.
—Pe…pero, ¿qué demonios? —habló perpleja mientras lo sostenía entre sus manos— ¿No decías que las pollas no daban placer?
Me quedé estupefacta ante su reacción.
—Yo nunca dije eso —respondí contrariada—. Solo te dejé claro que el sexo oral podía ser igual de placentero. Bueno, ¿te gusta o no?
No sabía que decir. La había dejado muy impresionada con mi sorpresa. Se trataba de un strap-on, o como se le suele llamar, consolador con correa. Te lo ponías atado alrededor de la cintura y por delante tenía un largo pene de plástico negro. El mío no era más que un simple cilindro de punta redondeada. Carecía de los detalles que poseían otros del mismo estilo.
—Es interesante —contestó con temblorosa voz.
Mi novia lo miró por todos los lados posibles, analizándolo en profundidad. Se notaba que nunca en su vida había visto nada igual. Pasó una mano por el consolador, quedando impresionada por su tacto y longitud. No era enorme, pero si lo bastante largo como para dejarla bien ensartada.
—¿Lo has llegado a utilizar?
—Alguna que otra vez.
—¿Y…te las has metido alguna vez?
—Por supuesto y no sabes el placer que da.
Mis palabras parecieron encenderla. Dejé caer la toalla al suelo y fui hacia la cama. Ya encima, me coloqué de rodillas y le pedí a Maite que me diera el strap-on para ponérmelo. Ella así hizo y me ayudó a atarlo. Mientras terminaba de prepararlo, no dejé de admirar el cuerpazo que tenía. Poseía una figura de infarto y eso, unido a su pálida piel, la hacían irresistible. Cuando ya tenía los amarres bien apretados, me lancé a por ella.
—Que ganas tenía de hacer esto —murmuré mientras le daba un fuerte beso.
Caímos juntas sobre la cama. Me puse de lado y ella me imitó, quedando una frente a la otra. Continuamos besándonos como posesas y no cesamos de acariciarnos. Mis manos se deslizaban por su piel, tan suave y tersa. Mi boca descendió por su cuello y la lamió sin cesar, como si quisiera grabar su sabor en mi paladar de forma permanente. Maite ya gemía bien excitada.
—Dios, que buenas estas —volví a decir entre murmullos.
—Tu sí que estás bien buena —me dijo ella mientras me acariciaba las tetas.
Sus manos apretaron mis pechos con ansiedad y no tardó en pellizcarme los pezones, cosa que me hizo chillar. Luego, su boca descendió para devorarlos. Se notaba que la chica tenía muchas ganas de mí.
—No soy para tanto —comenté al tiempo que veía a Maite chuparme una de las tetas.
Al escucharme, me miró de forma desconcertada con sus ojitos azules.
—No te menosprecies, anda —me replicó—. Con el cuerpazo que tienes, volverías locos a muchos tíos.
Tras decir eso, se puso a chuparme el otro pezón. Me mordisqueó un poco, haciendo que me estremeciera tanto que le aplasté la cara contra mi teta.
—Agh, hay muchos maromos que me han tirado los trastos, pero jamás me tendrán —hablaba ya bien cachonda—. Lo mío son las mujeres y así seguirá siendo…
—Y yo que me alegro —Su voz no podría sonar más satisfecha y eso me encantaba.
Me besó y ahora, llegó mi turno de explorar su espléndido cuerpo. Primero, mis manos atraparon su prieto culo, el cual amasé con ganas a la vez que mi lengua chocaba con la de ella. Acto seguido, subí por su curva espalda y le agarré por el broche del sujetador, lista para quitárselo.
—Qué bonita te has puesto —Sonaba muy cursi, pero deseaba decírselo.
Maite sonrió risueña.
—Este conjunto lo tenía preparado para Alfredo, porque quería demostrarle que estaba dispuesta a dárselo todo, pero ahora, sé que no era para él —admitió con una sinceridad impresionante—, sino para ti.
Quedé sin palabras. No sabía ni que decir. Tras mirarnos por lo que bien podría haber sido una eternidad, mi única reacción fue besarla con todo el deseo que podía albergar. Si había alguna duda de que amaba a Maite y ella a mí, ya no podría quedar más claro.
La desnudé poco a poco. Quería apurar el máximo tiempo posible y que el deseo nos consumiera a ambas. Podría lanzarme sin más a por ella, pero entonces, no sería lo mismo. La despojé de su sujetador y de sus braguitas, quedando desnuda por completo. Hice que se acostara sobre la cama, bien estirada y bocarriba. Así, pude admirarla en todo su esplendor.
—Te lo juro, Maite, eres la chica más sexi que he tenido en mi cama —confesé sin ningún remordimiento.
—Me halagas.
Volví a besarla y, tras eso, mi boca comenzó a descender. De su mentón, bajé dándole besitos hasta llegar a su pecho, donde me dediqué a colmar de atención aquellas redondeces medianas que tenía. Las lamí, chupé y mordisqueé sin piedad. Mi bella novia se retorcía al tiempo que atrapaba sus pezones y amasaba esos maravillosos senos. Dejándolos bien llenos de brillante saliva, continué mi bajada, directa a su lugar sagrado.
—Irene… —dejó escapar en un suspiro.
Besé su vientre plano y no tardé en horadar su gracioso ombligo, introduciendo la lengua en él. Eso hizo que mi compañera se estremeciera y respirase de manera entrecortada. Sin ninguna duda, la estaba llevando al límite. Continué bajando hasta llegar a su sexo. Maite se abrió de piernas sin pensarlo y yo decidí no perder más tiempo. Había mucho que hacer.
—¡Joder, si! —gritó nada más entrar mi lengua en contacto con su coño.
Todo el cuerpo de la chica se retorcía ante el húmedo roce. Recorrí el perímetro de su sexo en círculos para luego, subir y bajar por toda la rajita. Del interior, no paraba de manar humedad.
—Cariño, estás mojadísima.
—¡No puedo, no puedo más!
Antes de que pudiera darme cuenta, Maite tuvo un buen orgasmo. Su cuerpo entero se puso tenso y abrió su boca para emitir fuertes gemidos hasta que se contrajo por el placer desatado. Mi boca se inundó de los fluidos que su sexo expulsaba y me encantaba degustarlos mientras se derramaban por mi paladar. Era la magia de comerle el coño a una mujer. Cuando terminó, dejé que se recuperase, aunque continué lamiendo para dejarla limpia. Acabada, me incorporé y le di de probar sus propios jugos vaginales al besarla.
—Creo que ya estás lista para que te penetre —anuncié de manera repentina.
Ella me miró un poquito nerviosa. Se suponía que tenía experiencia siendo penetrada, pero claro, no era lo mismo que te lo hiciese un pene real que uno de plástico. Sus ojos mostraban cierta preocupación, así que tuve que calmarla con suaves caricias y pequeños besos.
—Tranquila, con lo lubricado que tienes el coño, entrará fácilmente.
Eso pareció calmarla un poco y me sonrió confiada. Sin perder más tiempo, me coloqué sobre ella y guie el miembro artificial hasta la entrada de su sexo. En ese instante, nos miramos.
—¿Estás preparada? —pregunté con claridad.
—Si —contestó ella con decisión.
A continuación, empujé y el consolador comenzó a adentrarse en esa húmeda cueva. Fui poco a poco, sin desear alterar a mi chica, quien permanecía entelerida ante la penetración. Mi chica… Ya me había acostumbrado al hecho de que éramos pareja.
—¿Va todo bien? —fue mi siguiente cuestión al verla tan callada.
—Sí, no te preocupes. No me está doliendo.
Escuchar esa frase me calmó bastante. Tumbada sobre ella, le di otro beso y comencé a mover mis caderas, iniciando un movimiento bamboleante. El miembro de plástico recorría el interior de su sexo e hizo que no tardara en gemir, producto del emergente placer que sentía.
—¿Te gusta cómo voy?
—Sí, no pares.
Su entrega era total. La besé de nuevo y moví mis caderas un poco más rápido. De esa manera, el consolador se clavaba más y más en ella, penetrándola hasta lo más profundo de su interior. Cada estocada hacía que gimiera con mayor fuerza y yo no cesaba en empujar con mayor ritmo, intentando llegar más dentro.
—Agh, Irene —decía mientras sentía las estocadas— ¡Esto es maravilloso!
La besé como una desesperada mientras arreciaba con las embestidas. Estaba desbocada, sin cesar de penetrar a la preciosa chica a la que tanto quería. Deseaba con todas mis fuerzas hacerla gozar. Controlaba mis movimientos para no lastimarla, pero iba con celeridad para mantener el ritmo y que lograra llegar al orgasmo. La colmaba de besos y caricias. Mi boca descendió hasta sus pechos y engullí los pezones con lujuria. Todos aquellos estímulos fueron más que suficientes para que Maite terminara corriéndose.
—¡Oh, Irene! —aulló desesperada— ¡¡¡Me corro!!!
Pude ver como su cuerpo se estremecía por el orgasmo, al igual que como cerraba sus ojos y dejaba escapar todo el aire por la boca, pero lo que me apenó un poco, fue no poder sentir las contracciones que su coño tendría. En verdad, no poder disfrutar del interior tibio, húmedo y apretado de Maite resultaba frustrante. Por momentos, desearía tener una polla de verdad. Con todo, tampoco tenía que sentirme tan a disgusto. Había hecho gozar a la chica más hermosa del mundo, a la cual tenía ahora mismo entre mis brazos. Eso era más que suficientes.
Poco a poco. Maite se fue tranquilizando. Le di suaves besitos por toda su cara y eso la hizo reír como si fuera una niña pequeña. Ella me respondió comiéndome la boca con un ímpetu salvaje.
—¿Te lo has pasado bien? —pregunté tras despegarnos.
—Sí, ha sido mucho mejor que con Alfredo.
Su respuesta me sorprendió bastante y quise saber por qué.
—Tú le pones mucho más cuidado y pasión, te preocupas por darme placer —me explicó con tranquilidad—. Mi ex se dedicaba a bombear hasta que se corría y una vez acabado, se retiraba.
Lo último lo dijo con un disgusto tremendo. No pude evitar compadecerme de ella.
—Pues no te preocupes, que conmigo nunca tendrás ese problema.
Mis palabras la animaron mucho, ya que, enseguida, una preciosa sonrisa se le dibujó en la cara.
—¿Quieres que lo volvamos a hacer? —le dije, pues seguro que tendría más ganas.
—No, estoy cansada. —Su respuesta me sorprendió— Esos dos orgasmos que me has dado han sido suficientes.
—Vale —comenté un poco decepcionada.
De repente, Maite me atrajo hasta quedar cara a cara y, entonces, me susurró:
—Sabes, me gustaría probar a mí ahora.
Se me pusieron los pelos como escarpias al oírla. No hacía falta ser un detective de gran capacidad deductiva para saber lo que quería. Pretendía atarse ella ahora el strap-on y follarme con él. Me dejó impactada, pero, a la vez, me encantó. Que Maite estuviera dispuesta a algo así, demostraba que era la chica de mis sueños.
—Pues vamos a ello.
Me salí de su interior y pudimos ver el pene de plástico brillando por los flujos de mi compañera.
—Jodo, habrá que limpiarlo —comentó.
—Déjate, así me entrará mejor —le dije yo.
No creía que fuera muy higiénico, pero el morbo de sentir ese consolador embadurnado en sus jugos penetrándome era tremendo. Le ayudé a ponerse el strap-on y cuando la vi portando el objeto, me quedé alucinada.
—Madre mía, nunca creí que te vería con algo así en la vida —expresé muy impresionada.
—¿Cómo vamos a hacer esto? —preguntó Maite— ¿De qué manera para que no te moleste?
Verla tan atenta demostraba lo maravillosa que podía llegar a ser. La abracé y le comí la boquita durante un rato. Que estuviera conmigo era lo mejor del mundo. No podía ser más feliz.
—¿Qué te parece si tú te acuestas y yo me coloco encima de ti? –propuse.
Ella me miró un poco reticente.
—¿Segura? No querría que se hicieras daño.
Su preocupación me enterneció mucho más. Le acaricié el pelo y la volví a besar.
—Ya he hecho esto muchas otras veces —le aseguré—. Siendo tu primera, vez, esta posición será la mejor para ambas.
Hice que se recostara bocarriba sobre la cama, con el consolador apuntando hacia el techo. Me puse encima de ella. Notaba lo nerviosa que estaba, pero yo le sonreí. No tenía nada de que asustarse. Ahora la penetrada iba a ser yo y no me encontraba mal para nada. Rodeé sus caderas con mis piernas. Enseguida, la punta del miembro rozó mi sexo y un leve escalofrío recorrió mi cuerpo. Maite no dejaba de mirarme.
—¿Va todo bien?
—Sí, claro.
Me abrí los labios de mi coño y coloqué el consolador justo en la entrada. Entonces, me dejé caer y no pude evitar reprimir un gemido.
—¡Joer, si! —grité.
Sentí como el pene de plástico se iba adentrando en mi vagina, abriéndose paso por el conducto de manera inexorable. Seguí descendiendo hasta que, al fin, lo tuve bien encajado. Mantuve mis ojos cerrados en todo momento, conteniendo también la respiración. Cuando ya entró todo, dejé salir el aire.
—¿Ya está?
—Eso parece.
A continuación, comencé a moverme. Conforme la dura barra comenzó a rozar mi interior, suaves gemidos comenzaron a salir de mi boca. Poco a poco, fui aumentando la intensidad de mis movimientos, haciendo que mi respiración se acelerase. Cuando quise darme cuenta, me estaba clavando el consolador lo más adentro posible que podía, arrancándome fuertes olas de placer.
—Dios, ¡qué maravilla! —chillaba incontenible.
Hacía tanto que algo tan duro y grande no entraba en mí. Uf, lo estaba gozando como nunca.
Me movía como una desbocada y el condenado consolador me abría el coño de una manera increible. Y decía Maite que no sabía lo que era sentir una polla dentro de mí. Demasiado me había subestimado. Seguí moviéndome sin cesar y para cuando quise darme cuenta, llegué al orgasmo.
—¡¡¡Ahhh, si!!! —emití entre fuertes alaridos.
Acabé con la mente nublada por completo. Me meneé varias veces y casi estuve a punto de perder el equilibrio. Al final, terminé desplomándome sobre mi novia, a quien parecía haber olvidado por completo. Ella, por su parte, tuvo a bien de acariciarme mientras yo me deshacía por el orgasmo. Cuando terminé de correrme, me dio varios besos en la frente.
Tenía mi cabeza hundida contra su pecho. Respiraba abotargada y me costó desperezarme. Mierda, sí que me había corrido. Alcé mi cabeza y miré a Maite, quien me atusaba el pelo como si fuera su mascota. Aproximé mi rostro hacia el suyo y nos besamos. Nos estuvimos dando unos cuantos piquitos y luego, nos rozamos con las narices, llegando a aplastárnoslas en un momento dado.
—Veo que te has quedado bien a gusto —indicó ella mientras guiñaba un poco su nariz.
—Es que hacía tanto que no me metía un consolador —me excusé, pero lo único que conseguí fue que nos partiésemos de risa.
Tras carcajear un poco, Maite me volvió a mirar con cierta aprensión. Se notaba que todo esto le resultaba aun un poco extraño.
—¿Quieres follar otra vez?
Su pregunta me arrancó un conato de alegría espontaneo. No tuve más remedio que volver a besarla.
—Claro que si —contesté encantada—, pero esta vez quiero que tu participes un poquito más.
Nos dimos otro beso (si, andábamos muy besuconas) y empecé a moverme de nuevo, pero esta vez, Maite se unió también. Sus manos bajaron por mi espalda y aferraron mi culo. Atrapó mis nalgas y comenzó a guiar el movimiento que hacía.
—¡Ahhh, Dios! —grité histérica— ¡Esto es la hostia!
Nos comíamos la boca, desesperadas, y pegábamos nuestros cuerpos como posesas. Mis pechos se aplastaban contra los suyos y nuestros pezones, con los movimientos continuos, no paraban de rozarse. Todo aquello me estaba causando un placer, si cabía, mayor que el que pude experimentar antes. Y todo eso, mientras no cesaba de moverme.
—Joder, no creo que tarde en venirme —anuncié ya descontrolada.
—Sí, Irene, ¡córrete! —me animó Maite— Quiero verlo.
Sus alentadoras palabras hicieron mella. Sentía ese trozo de cilindro plástico clavado tan dentro de mi coño, que parecía a punto de partirme en dos. Seguí meneando mi culo ayudada por mi novia, quien no cesaba de guiarme en mi histriónico baile hasta que, sin avisar, llegó el orgasmo.
—Maite, ¡me vengo! —aullé yo ahora como un animal en plena agonía.
Fue como estar en la cresta de la ola. Me hallaba en lo más alto del mundo, sintiéndome pletórica y fuerte. Sentía un sinfín de sensaciones increíbles en mi cuerpo, tanto por dentro como por fuera. Sin embargo, cuando quise darme cuenta, vino la caída. En picado, como si estuviera en una montaña rusa, descendiendo hacia un frio e insondable abismo lleno de fría oscuridad. Todo resultaba tan vertiginoso que, cuando quise darme cuenta, me hallé sobre la cama, todavía recostada encima de Maite y sudando.
—Tranquila, tranquila —me decía mientras acariciaba mi pelo—. Ya ha terminado.
No sabía cómo cojones había tenido un orgasmo tan fuerte. En mi vida había experimentado algo así. ¿A que pudo deberse? Tan solo hizo falta mirar a mi chica para darme cuenta de la razón exacta. Dejé que siguiera arrullándome mientras buscaba recuperarme. Lo necesitaba. Cuando ya estaba mejor, me saqué el consolador de mi interior y me puse a su lado. Nos miramos deleitadas como dos colegialas en celo.
—Menudo polvazo hemos echado —comenté entusiasmada.
—Pues sí, no me extraña que te estuvieras guardando esto para una ocasión especial —habló chistosa mientras señalaba el strap-on.
Nos reímos bastante locuelas y luego, ayudé a Maite a quitarse el aparatito. No era plan de que lo llevara encima toda la noche. Lo tiré al suelo. Ya lo recogería por la mañana.
Volvimos a abrazarnos y nos dimos algunos besitos más hasta que mi querida novia decidió hablar.
—Bueno, parece que este es el comienzo de una nueva vida para las dos —afirmó tan resuelta.
En fin, suponía que ya era hora de asumir que éramos pareja. Bueno, yo ya pensaba en ella como novia, así que tampoco me resultaba tan extraño. De hecho, ¡me encantaba! Fue lo que siempre deseé y, al final, se había cumplido.
—Vale, entonces, ya somos novias —dije sin demasiada ceremonia. La verdad era que estaba muy cansada.
—Me va a ser difícil decirle a mis padres que ahora estoy con una mujer —me comentó preocupada.
—Tu no sufras por eso —la calmé—. Tus padres son buena gente. No se enfadarán si sales del armario.
—Pues sí. No creo que lo hagan.
Nos quedamos mirando por un rato. Sus ojazos azules tenían un brillo muy especial, algo que solo le notaba cuando estaba feliz. Ahora, tenía muchos motivos para estarlo.
—Te quiero —me confesó sin más.
—Yo también —repliqué.
Que sinceras. Pensaba que debíamos vernos ridículas declarándonos nuestro amor, aunque, qué demonios, estábamos bien enamoradas. Nos dimos un buen beso para terminar de dejar bien clara nuestra situación.
—Bueno, creo que ya es hora de dormir —me dijo Maite.
—Pues sí, ha sido un día bastante largo.
Abrazadas, cerramos los ojos y nos dejamos llevar por el sueño.
Pues sí, la cuarentena por culpa del coronavirus estaba siendo muy dura para todo el mundo y desde luego, no pensaba discutírselo a quien pensara así. Sin embargo, en mi caso, no podría decir que la cosa fuera tan mal. No solo por el sexo, sino por haber encontrado en Maite a la persona con quien deseaba pasar el resto de mi vida. Con ella, estos días de confinamiento estaban siendo maravillosos y esperaba que así siguieran siendo por todos los que viniesen.