Por culpa del coronavirus- Parte 2

Todavía atrapadas en el piso por la cuarentena, Irene y Maite seguirán con su tensa relación como compañeras y amigas después del inesperado encuentro que tuvieron, yendo por derroteros inesperados y....morbosos.

Habían pasado seis días desde que Maite y yo tuvimos aquel inesperado encuentro en el comedor. Comerle el coño fue una cosa que jamás creí que llegaría a hacerle a mi mejor amiga en la vida. Fue una experiencia inolvidable y pensaba que sería el inicio de algo más. Sin embargo, no estaba siendo así.

Después de todo aquello, Maite se volvió muy esquiva conmigo. Apenas nos veíamos. Se pasaba casi todo el día encerrada en su cuarto, más allá de alguna esporádica salida para comer o ir al baño. Lo más probable era que estuviera hablando con su novio, como si con ello esperara remediar el desliz que protagonizamos. Ni que decir que no me dirigía la palabra cada vez que nos cruzábamos.

Yo me encontraba rabiando. No solo porque estuviera cachonda pérdida, sino porque además, me enfadaba que mi amiga tuviera una actitud así. Podría entender que estuviera de morros conmigo por obligarla, pero en ningún momento lo hice. Tan solo la tenté y ella picó, nada más. Si tanto le molestaba ahora que la hubiera engatusado, era culpa suya. Para colmo, se le notaba que había disfrutado más conmigo que con el inútil de su “churri”, aunque jamás lo reconocería. Maite tenía demasiado orgullo.

Me levanté muy decaída e insatisfecha. Miré el móvil que tenía sobre la mesita de noche. Eran casi la una de la tarde. Joder, sí que me encantaba dormir. Todavía muy perezosa, fui tambaleándome hasta el baño y, tras lavarme la cara, me dirigí a la cocina, aunque más que tomarme el vasito de leche, me prepararía para el almuerzo. Lo que no me esperaba, era encontrarme con ella. Que buena manera de empezar el día.

—Buenas, Maite —la saludé sin mucho ánimo al tiempo que me dirigía al frigorífico.

Ella estaba de espaldas a mí, fregando los platos. Me sorprendió verla de esa manera, pues se había pasado los últimos días encerrada en su habitación. Resultaba extraño que ahora estuviera fuera, con el consiguiente peligro de cruzarse conmigo, algo que parecía desear evitar a toda costa. Como fuera, yo seguí a lo mío.

Abrí la puerta del frigorífico para ver que podríamos preparar de almuerzo. Fijándome bien, me di cuenta de que ya había poca comida.

—Vaya, parece que esta tarde tendrá que ir una de las dos al súper a comprar —comenté sin más— ¿Vas tu o voy yo?

Ninguna respuesta. La tía seguía fregando los platos y no me hacía ni puñetero caso. Me estaba empezando a cabrear de verdad. Una cosa era que ya no quisiera tener otro rollo conmigo, pero, pasar olímpicamente de mi como si no existiera, era ya demasiado. Viendo que seguía sin ver reacción por su parte, decidí acercarme a ver que hacía.

Di solo un par de pasos y ya dejó de fregar el plato. Se quedó inmóvil, como si alguien le hubiera dado al botón de pausa del mando de la tele. Sonreí picara ante esto. Continué acercándome y más tensa notaba a Maite. Ay, joder, la que se podía liar.

—¿Qué te pasa? —pregunté provocativa— ¿No te gusta que esté cerca de ti?

Me coloqué justo detrás de ella, casi rozando su cuerpo. Noté como temblaba. Seguro que estaba llena de miedo. Entonces, sin dudarlo, la rodeé con mis brazos por la cintura, pegándola más a mí.

—Irene, ¿que coño haces? —me espetó molesta.

Se revolvió un poco, pero yo la tenía bien enganchada. No pensaba dejar que escapase de mí.

—Vaya, ¡pero si resulta que la chavala sabe hablar! —exclamé divertida con un fingido tono de sorpresa.

—Suéltame —dijo aireada—. Esto no tiene gracia.

La apreté con mayor fuerza. Mis tetas se aplastaron contra su espalda, cosa que me causó cierto placer, algo que aumentó al sentir su culito bien pegado contra mi entrepierna. Um, si empezaba a frotarme no tardaría demasiado en correrme.

—Tú de aquí no te vas, bonita —le susurré al oído—. Tenemos que hablar.

—¿De qué?

—De tu actitud gilipollas.

Le hice girar su cabeza hacia mí y la miré con intensidad. Ella se notaba muy nerviosa, sin saber que era lo que iba a ocurrir y eso me encantaba. No lo dudé y le di un fuerte beso en la boca.

Maite trató de apartarse, pero yo no le permití que se separara de mi lado. Continué besándola sin piedad, estrechando mis labios contra los suyos, sintiendo el húmedo roce que había entre ellos. Me encantaba y por la respiración acelerada de mi amiga, sabía que a ella también.

Me aparté y volví a mirarla. Seguía un poco inquieta, pero ya no se movía tanto como antes.

—Te has estado portado mal en estos días conmigo —comencé diciendo con tono inquisitivo—. Eso no me gusta.

—Mira quien fue a hablar —soltó ella molesta—. La que me engatusó para que me dejara lamer el coño.

No pude evitar reprimir una risilla ante lo que acababa de decir. Maite me miró pasmada entre la incredulidad y el enfado.

—¿En serio? ¿Tan mal te lo hice pasar? —pregunté sorprendida— ¡Venga ya! Si has gozado más conmigo que con cualquier otro.

Maite se quedó callada ante mis palabras. Me fijé en el triste gesto de su rostro. Quizás me había pasado un poquito con ella, aunque tampoco lograba entender qué le había hecho de malo. Con todo, me sentía un poco preocupada.

—No es eso, ¿vale? —dijo al fin—. Claro que disfruté contigo. De hecho, diría que ha sido la mejor experiencia sexual de mi vida. —Coño, no esperaba lo reconociera de forma tan abierta. Me sorprendía— Pero es que tengo novio y eso se respeta.

Joder, ya estábamos otra vez con el pesado de Alfredo. En serio, no podía estar ni un solo minuto al día sin pensar en ese ceporro.

—Oye, Alfredo no está aquí ahora mismo, ni nadie más que nos pueda ver —le hablé a las claras—. Y por supuesto, no voy a contárselo a nadie, ni siquiera a él. No soy tan cabrona por mucho que tú pienses lo contrario.

Esa explicación pareció animarla un poco. Ya no estaba tan apagada como antes, aunque todavía la notaba distante.

—Además, si te lamí abajo fue porque quería ayudarte a gozar —le dije otra vez pegada a su oído—. No me gustaba verte tan alterada y creí que te podría ayudar.

La abracé con calidez, intentando tranquilizarla, pero lo único que conseguí con mis palabras fue que se apartase. Me resultó extraño.

—Claro, ahora resulta que estabas preocupada por mí —me cuestionó con desagrado—. No será que quieres hacerme lo mismo como a las otras tías con las que te lías, usarme y listo.

Quedé alucinada cuando me soltó eso. No esperaba para nada que se pusiera así porque creyera que solo la estaba utilizando. Sabía que yo no era de relaciones duraderas y solía enrollarme con una mujer diferente de manera constante. Sin embargo, con ella nunca sería así. Era consciente de lo que había provocado entre las dos, aunque jamás me atrevería a lastimarla de esa manera. No, nunca me lo perdonaría.

Vi como apartaba su mirada de mí. Estaba dolida. Sin pensármelo, le cogí el mentón y la hice volver hacia mi vera.

—Yo nunca te haría eso —le dejé bien claro—. Eres mi amiga, no una tía cualquiera que he conocido en una noche de farra.

—¿En serio? —habló escéptica— ¿No me estarás mintiendo?

Coño, como se lo estaba tomando. Su mayor preocupación al final no era que estuviese engañando a su novio, sino que no deseaba que yo la usara sin más. Me estaba dejando loca.

—Que no, joder —respondí aireada—. Nunca te haría eso. Estamos aquí encerradas, no nos tenemos más que la una a la otra. No provocaría todo eso para simplemente utilizarte y listo. Significas mucho para mí.

Esas palabras parecieron calar en mi amiga, pues de manera automática, una bella sonrisa se dibujó en sus labios.

—Me alegra oír eso —dijo a continuación.

Nos volvimos a besar y, esta vez, Maite no rehuyó mi gesto, sino que lo replicó con ganas. Madre mía, como besaba. Se apretó bien fuerte contra mis labios. Estuvimos así por un pequeño rato, mordisqueándonos y morreándonos placenteras, disfrutando de aquel maravilloso contacto. Cuando se apartó, noté sus azulados ojos brillar mucho. Eso me dejó rota.

—La verdad es que no he dejado de pensar en lo que me hiciste y, si te soy honesta, me gustaría que volvieras a hacerlo —admitió con total tranquilidad.

Me estaba dejando sin palabras la chica esta. De estar cabreada con una por hacerle sexo oral a reconocer que le había encantado y, encima, quería más. Me hallaba perpleja.

—Pues no sé qué decir —comenté—. Me estás sorprendiendo con lo que me cuentas.

—Siempre estuve tentada —confesó sin ningún remordimiento—. Te escuchaba con esas chicas por las noches y me llenaba de curiosidad saber que se sentía. No sé, cuando me lo propusiste, sentí muchas ganas de probarlo, pese a resistirme al inicio. Me picaste mucho y, aunque me fui de allí un poco a disgusto, no te niego que me encantó.

Estaba petrificada. Pues vaya con mi amiga. No esperaba esto de su parte y, lo mejor, era que me encantaba.

—¿Ahora quieres? —pregunté con renovada esperanza.

Una dulce sonrisa formada en sus sensuales labios fue la respuesta que necesitaba.

Nos besamos de nuevo con una ansiedad apremiante. Seguía sin creerme que Maite, mi compañera de piso y mejor amiga, quisiera rollo con servidora. Era algo imposible, pero ahí estábamos, liándonos sin más. Cuando noté su lengua explorando el interior de mi lengua, algo en mí se movió. Necesitaba hacerla mía.

Sin perder más tiempo, me coloqué justo detrás de ella y comencé a acariciarla.

—Irene, ¿qué estás haciendo? —habló llena de sorpresa.

No contesté. Tan solo me limité a pasar mis manos por ese bendito cuerpo. Que curvas tenía. Estaba delgada, pero mostraba una voluptuosidad irresistible. Llevaba un vestido azulado de fina tela que enmarcaba muy bien su figura y yo me recreaba en él, degustando aquella rotundidad que mi amiga poseía. Besé su cuello como única respuesta.

—Oye, para… —decía emocionada.

—¿En serio quieres que pare? —le comenté yo con tono incitante.

Me miró desconcertada. Pese a mostrarme su deseo, estaba aún un poco indecisa. Lo entendía, no era fácil dar el paso, más cuando se trataba de algo nuevo a lo que nunca se había planteado hacer. Me recordaba a mí en la primera experiencia lésbica que tuve.

—Cálmate, déjamelo todo a mí —le dije para calmarla.

Maite dejó escapar un suave suspiro. Con eso, supe que ya la tenía a mi entera disposición.

Con suavidad, llevé mis manos a los tirantes del vestido y los deslicé por sus hombros. Luego, fue tirando de la prenda hacia abajo, revelando su desnudo cuerpo. Seguí hasta que acabó en el suelo, enrollada entre sus pies. Luego, me separé un poco para poder admirar su espléndido físico.

Su piel era tan pálida en contraste con la mía, mucho más morena. Si figura era preciosa. Descendí por su espalda hasta el turgente trasero y de ahí, hasta esas largas y estilizadas piernas que tenía. Joder, pero que buena que estaba Maite.

Sin dudarlo, me pegué a ella de nuevo y la abracé por la cintura. Mis manos acariciaron su vientre plano y subieron hasta llegar a esas medianas tetas que tantas ganas tenía de poseer. No me lo pensé. Las amasé con unas ganas inconcebibles. Tan duritas y suaves, con esos pezoncitos rosados tan puntiagudos. Se las apreté un poco e hice que gimiera.

—Irene… —habló entre suspiros.

Seguí así hasta que volví a pegarme a su oreja para contarle lo siguiente que íbamos a hacer.

—Inclínate sobre la encimera.

Eso hizo. Colocó medio cuerpo sobre esta, elevando un poco su trasero. Yo continuaba observando ese increíble cuerpazo y acariciaba su piel como una posesa. Estaba disfrutando tanto. Mi lengua descendió por su espalda y llegó a su par de redondas nalgas, las cuales comencé a lamer. Al inicio, lo hacía de forma lenta, dejando que Maite fuera degustando las sensaciones que le dejaba con cada lamida dada. Poco a poco, aumenté la intensidad al darle besitos y algún que otro mordisco, cosa que la alteró una pizca. Estaba ida por completo e, incluso, le di un pequeño tortazo en uno de sus cachetes.

—¡Oye! —dijo Maite llena de sorpresa.

—Eso por portarte tan mal —solté divertida.

—¿He sido una niñita muy mala? —me preguntó con bastante provocación.

—Me temo que sí y, por eso, te voy a dar el castigo que mereces —le respondí malévola.

Maite soltó un suspiro inesperado y yo le di otro flojo mordisco en su nalga derecha. Estábamos encantadas con lo que sucedía y queríamos más.

Me agaché un poco y abrí las nalgas de Maite, permitiéndome admirar su hermoso coñito. La rajita rosada se veía bien húmeda, dejando caer algunas gotas de flujo vaginal por entre sus pliegues y los labios mayores, lo cual indicaba que la chica estaba bien excitada. Me relamí ansiosa, con muchas ganas de probarla.

—Maite, ¿llevas así desde hace rato? —cuestioné a mi amiga.

Ella se volvió al instante, mostrándose un poco afligida.

—Llevo así desde hace días —respondió con algo de vergüenza.

Cuando oí eso, me molestó un poco. Tanto negarse y tenía la entrepierna chorreando desde lo que hicimos. Se iba a enterar.

Sin dudarlo un segundo más, interné mi rostro en ese maravilloso culo y comencé a lamerle ese manantial que tenía allí.

—¡Ireneeeee! —volvió a gritar como la loba en celo que era.

Mi lengua recorrió todo el perímetro de su inflamado y caliente sexo. Recorrió los labios mayores y luego pasó por encima de los pliegues. Mi paladar se volvió a deleitar con el sabor fresco y amargo a sexo remojado que exudaba de allí. Para mí, volver a estar en ese preciado lugar era algo único. Me encantaba devorar el coño de mi amiga, era el mejor que había probado y tenerlo para mi entera disposición era simplemente maravilloso.

—¡Oh, Irene! ¡Como deseaba que hiciéramos esto de nuevo! —se lamentó histriónica Maite— ¡Me encanta ¡Me encantaaa!!!

Se descontroló y, antes de que pudiera darme cuenta, la tía se corrió como si no hubiera un mañana. Joder, solo la había lamido un par de veces y ya estaba orgasmando. Sí que me tenía ganas.

Cuando terminó de correrse, quedó derrengada sobre la encimera, aunque su culito seguía en pompa. Mientras dejaba que se recuperase, relamí cada centímetro de su coño para quitarle hasta el último rastro de flujo que había expulsado, aunque no tardó en humedecerse de nuevo. Madre mía, esta pedía guerra y de la buena encima.

—Um, si, sigue —me habló incitante.

Que cabrona, como lo estaba gozando. Pues se iba a enterar.

Descendí hasta su inflamado clítoris y lo golpetee con la punta de mi lengua. Eso hizo que Maite volviera a jadear.

—¡Oh, Dios! ¡Que gustazo! —soltó entre gemidos.

Le apliqué un trato especial a su clítoris. Lo lamí, chupé y describí círculos a su alrededor con la lengua, dejándolo bien lleno de saliva. Mi amiga temblaba agónica, disfrutando como nunca en su vida había hecho. Continué así por un rato más hasta que decidí dejar de atacar ese sitio Había otro lugar donde quería internar mi lengua.

Al tiempo que escuchaba su fuerte respiración y esos continuos jadeos que soltaba, guie mi lengua por todo su mojado sexo y llegué hasta el sitio al que tanto deseaba alcanzar: su ojete.

—Irene, ¡espera! —soltó de repente mi amiga.

Dio un leve respingo cuando comencé a pasar la sin hueso por su agujerito anal. El clítoris no había sido más que un mero precalentamiento. Ahora venía lo bueno. A la vez que Maite se deshacía en fuertes gritos, mi lengua exploró esa cavidad, bordeando su interior, deslizando pegajosa saliva para humedecerlo mucho más, internando la punta con intención de penetrarla. Cuando fluctuó un poco, me pude adentrar en ella, no demasiado, pero si lo suficiente para saber que había vía libre.

—¡¡¡Joder!!! —gritaba entre estertores mi querida compañera.

No podía dejar de succionar ese culito, me tenía loca. Pasaba mi lengua de arriba a abajo, la metía lo más que podía, aunque no avanzaba demasiado. Mi amiga se retorcía desesperada. Por lo que veía, nunca en su vida había disfrutado de algo igual. Seguramente, jamás pensó que su cavidad anal podía ser otro punto de placer, pero bueno, ya estaba yo para descubrírselo.

Viendo que estaba a punto de correrse, llevé los dedos índice y corazón de mi mano derecha hacia su clítoris y comencé a frotárselos.

—Ummm, ¡¡¡Irene!!! —habló mientras era incapaz de contener su respiración.

Se corrió, como nunca había visto hacerlo a una mujer antes. Todo su cuerpo entero tembló como si lo provocara un terremoto que superara todos los niveles de la escala Richter. Sus caderas se contonearon varias veces y noté como su coño estallaba otra vez. No estaba un gran chorro de fluidos, como hacían muchas en las pelis porno, pero que estaba dejando mojado el suelo y la encimera era algo evidente. Desde luego, jamás la había visto igual a mi amiga.

De nuevo, dejé que se recompusiera mientras me dedicaba a recoger con mi boca los restos de placer que había soltado. Escuchaba su intensa respiración. La había dejado destrozada, lo cual me desalentaba un poco. Yo quería seguir explorando su culito, adentrar mi lengua más en su ojete para ver hasta donde llegaba y meterle los dedos en el coño hasta llegar a su punto G para hacerla estallar en mil pedazos. Sin embargo, la iba a tener que dejar descansar un poco. Habiendo tenido tan pocos orgasmos, no era plan de meterle una paliza. Además, ahora era mi turno.

Maite se volvió hacia mí y me lanzó una sensual mirada. Acaricié su pelo marrón claro, el cual llevaba recogido en una simple coleta. Ella me sonreía tan feliz, parecía encantada de todo lo que estaba pasando y yo la verdad era que estaba muy contenta por ello. Nos volvimos a besar, dejando que degustase el sabor de su propio coño.

Estuvimos así por un ratito, jugando con nuestras lenguas e intercambiando saliva. Tras eso, nos separamos y Maite habló:

—Joder, no me puedo creer que haya hecho algo así…de nuevo.

Sonreí ante sus palabras.

—¿Sigues incomoda? —pregunté divertida.

Ella se mostró un poco reservada ante la cuestión, pero no dudó en responderme.

—Un poco, aunque ya no es lo mismo que antes. —La noté mucho más calmada que antes— Ahora, quiero más.

Se acercó y me dio un suave piquito. Yo la rodee con mis brazos y mis manos no tardaron en viajar por ese esplendido cuerpo que tan loca me tenía. Palpé cada centímetro de su tersa piel y me recreé en sus redondeadas formas, sus pechos y culo. Era increíble.

—Ahora me toca a mí —dije de forma repentina.

Mi amiga me miró un poco extrañada. Era evidente que no sabía a qué me refería.

—¿Y eso? —inquirió con timidez.

Una burlona sonrisa se dibujó en mis labios. Dios, como me encantaba esta chica.

—Bueno, tú has disfrutado un montón, pero creo que yo también merezco un poquito de atención, ¿no?

Su cara de pánfila lo decía todo. Era incapaz de asimilar lo que le decía.

—¿Y quieres que yo lo haga? —Casi me daba la risa al escuchar su pregunta, pero me contuve por educación.

—Podría hacerlo yo solita, aunque en compañía las cosas siempre son mejor.

La notaba muy incómoda. Toda la relajación que hubiera en mi amiga se había esfumado ante lo que acababa de decir.

—No…no sé si sabré —comentó un poco asustada.

Acaricié su mejilla con ternura y pasé el pulgar por sus carnosos labios. Que bonitos eran.

—Tranquila, yo te enseño.

Sin más preámbulos, me quité la camiseta y luego el pantalón. Maite abrió sus ojos de par en par al ver cómo me desnudaba.

—¿Lo vamos a hacer aquí? —preguntó escandalizada.

—Bueno, siempre me ha apetecido tener sexo en una cocina—le contesté mientras me sacaba los pantalones del pijama por los pies.

Ya sin ropa, me senté sobre la mesa. Mi amiga, enfrente, me miraba hojalatica. Era incapaz de apartar su vista de mi desnudo cuerpo.

—¿Te gusta lo que ves? —interpelé casquivana.

Maite tragó saliva. Notaba como sus ojos recorrían toda mi anatomía. Nunca he sido una creída acerca de mi físico, pero tampoco voy a negar que esté buena. Soy de constitución algo rellena, pero al ir mucho al gimnasio, he sabido mantenerme en mi peso recomendable y tengo un cuerpo en forma. Además, tengo la piel morena y brillante, lo cual me da un toque exótico. Eso, mi pelo largo negro y una bien puestas tetas más grandes que las de mi amiga, es lo que consiguen llamar la atención de las tías que me quiero ligar. Bueno, y de muchos tíos a los que tengo que espantar.

—Si —respondió seca mi amiga.

Ay, señor. A esta se le caía la baba. No me podía creer que Maite se sintiera atraída por mí. Me empecé a preguntar si no sería un poco bollera. En fin, solo había una forma de averiguarlo.

—Maite, ven aquí —la llamé.

A la velocidad del rayo, la chica se colocó frente a mí, aunque se mantuvo allí estática, sin saber muy bien que hacer. Notaba la enrome incomodidad en ella y la indecisión que tendría en su cabeza. Pues más le valía que se aclarase, porque yo tenía ganas de que me tocara de una puñetera vez.

—Oye, dame tus manos —le pedí.

Ella, aunque algo confusa, me las tendió. Yo se las cogí y, sin dudarlo, las llevé a sus tetas. Maite dio un pequeño salto al notar como las agarraba, pero yo estaba encantada.

—Tócamelas —hablé con ofrecimiento—. No te van a morder.

Así lo hizo. Me las palpó con suavidad, apretando un poquito. Sus dedos por la piel y, contra sus palmas, se frotaban mis oscuros pezones, bien duros que ya estaban. Yo me moría por dentro. Aquello era increíble.

—¿Te gustan?

Al inicio, no respondió. Seguía ensimismada toqueteándomelas, pero en cuanto notó mi apremiante mirada, no tardó en responder.

—Si…si, son muy bonitas.

—¿Me las quieres chupar?

Los colores se le subieron a la cara en cuanto escuchó eso. Como me encantaba ponerla tan incómoda. Me miró con ojillos asustados. Se la veía tan adorable.

—Yo…es que…

—Tu tranquila —la calmé—. Yo te enseño.

Cogí su cabeza y la atraje hacia mi pecho. Ella tembló un poco. No se veía segura de lo que haría, pero la calmé dándole un beso en la frente. Le acerqué la boca hasta una de las tetas. Entonces, Maite me miró. Tenía un brillo especial en sus ojos azules claros, uno de emoción. No hacía falta ser adivina para saber que se moría por hacerme esto. Yo también ansiaba con todas mis fuerzas que lo hicieron. Tras estar así un poco, no lo dudó. Se metió el pezón en la boca y lo comenzó a chupar como si la vida le fuera en ello.

—Sí, Maite —gemí al fin.

Mi amiga engulló el pezón como si le estuviera dando de mamar. Lo atrapó entre sus labios y lo succiono. Mi respiración se entrecortaba. Joder, cuanto hacía que no sentía algo así. Lo peor era que se trataba de mi mejor amiga. Acaricié su pelo y noté como ella me miraba a los ojos. Lo hacía desafiante y sensual a la vez. Me dejó helada.

—¿Te gusta? —preguntó tras sacarse el pezón de la boca.

—Sí, no pares —contesté desinhibida—. Hazle lo que veas conveniente para excitarme más.

Me chupó el duro botoncito un poco más y luego lo lamió con la lengua. Lo repasó varias vece en círculos  lo dejó bien lleno de saliva. Acto seguido, lo mordisqueó suavemente con los dientes. Joder, para ser su primera vez chupando una teta no se le estaba dando tan mal a la condenada.

—Maite… —suspiré.

Su boca dejó el pezón que había torturado y se dirigió a por el otro. No dejaba de mirarme. Yo no le decía nada, pero notando las exaltadas reacciones de mi rostro, iba adivinando la forma de proceder. Le dio el mismo tratamiento al otro botoncito carnoso, dejándolo bien durito y sensible. Una de sus manos atrapó la solitaria teta que había dejado y la apretó con cuidado, añadiendo más placer. Yo me estaba derritiendo en esos momentos.

Al final, colmó mis pechos de besos y lametones. Quedaron brillantes por la saliva que había extendido por ellos. Me dejó muy excitada, con la entrepierna ardiendo como el cráter del Krakatoa y derramando líquidos como si fueran las cataratas del Niagara. Sin embargo, lo que más me dejaba alucinada era ver cómo había perdido su timidez. Empezó succionando insegura una teta y ahora me devoraba las dos con completa inseguridad. Increíble.

La cogí por las mejillas y la atraje a mi rostro para darnos un buen beso. Sus manos no se quedaron quietas y atraparon mis pechos, poniendo especial atención en los endurecidos pezones. Quería seguir trabajándoselos cuanto más pudiera mejor.

—¿Lo…lo he hecho bien? —preguntó, buscando mi aprobación.

Sonreí encantada. No me podía creer aún que estuviera haciendo algo así con ella, pero era real y los estaba gozando como nunca.

—Pues sí, se te ha dado mejor de lo que esperaba.

Mi respuesta la puso muy contenta, lo cual llevó a que me besara con bastante euforia. No obstante, la detuve. Todavía quedaban muchas cosas por hacer.

—Ahora, es turno de que…

A continuación, me abrí de piernas. Maite bajó su mirada y agrandó sus ojos ante lo que contemplaba.

—Quieres que yo…

—Quiero que me comas el coño —dije sin dudarlo.

De nuevo, la inseguridad volvió a florecer en mi amiga. Acaricié su rostro con ternura para ayudar a darle confianza.

—Para esto si necesitaré indicaciones —habló nerviosa.

—Tranquila, te las daré.

Conforme con mis palabras, se agachó y puso su cara entre mis piernas. Notaba el miedo que la carcomía. Seguro que no deseaba pifiarla con esto. Le acaricié el pelo con suavidad.

—Lo vas a hacer muy bien —le aseguré con claridad.

Llevé la mano derecha hasta mi coño y abrí mis labios mayores, los cuales eran más finos que los de Maite. El interior era de un rosado más fuerte que el de ella. Lo notaba caliente y húmedo por el tacto. Mi amiga se encontraba boquiabierta.

—¿Qué te parece? —pregunté.

—Wow, es impresionante —respondió impresionada.

Maite ya me había visto alguna que otra vez desnuda y se había fijado en mi entrepierna, aunque lo máximo que llegó a ver era mi recortado vello púbico en forma de triángulo y el contorno de la vulva. Ahora, sin embargo, estaba contemplando mi sexo en todo su esplendor.

—¿Empezamos? —hablé ya ansiosa.

Sus ojos me miraron con enorme inseguridad. De nuevo, acaricié su pelo para calmarla. Me sonrió con ternura y yo no pude evitar hacerlo. Estábamos listas.

—Bien, pasa tu lengua por mi coño —fue lo que le dije.

Me miró llena de dudas.

—Vamos, imagínate que es un helado.

—Va…vale.

Haciendo caso de mis palabras, sacó su lengua y comenzó a lamer.

Cuando comencé a sentir ese húmedo y pulsante musculo pasar por mi coño, me estremecí de pies a cabeza. Mordí mi labio inferior en clara señal del gran placer que degustaba. Cuanto hacía que no sentía algo así. Se notaba que lo echaba mucho en falta y eso hizo que me excitara un montón. Miré a mi amiga, quien parecía lamer con cierta lentitud.

—Eso es, sigue así —le hablé con ronca voz.

—¿Lo hago bien? —preguntó antes de dar otra pasada.

—Sí, no pares —ronroneé clamorosa.

La lengua recorrió el contorno de mis labios mayores antes de adentrarse en el interior, donde le esperaban pliegues mojados y calientes. Cuando pasó a estos, los lamió despacio, repasándolos con cuidado y despegándolos un poquito. A cada pasada, notaba un fuerte pinchazo de placer en mi interior. Mi Dios, esto era mejor de lo que esperaba.

—¿Qué tal sabe? —pregunté yo mientras contenía mis inevitables gritos.

Maite puso un gesto de perplejidad ante mi cuestión.

—Raro —fue su respuesta—. Nunca había probado nada igual, aunque…me gusta.

Me agradó que dijera eso.

—Pues sigue, que lo estás haciendo muy bien.

Animada por mis palabras, continuó.

Siguió pasando su lengua por todo mi sexo. De vez en cuando, tocaba el clítoris, lo cual añadía una electrizante sensación a lo ya vivido. Cada roce era suficiente para alterarme más. Entonces, le volví a hablar.

—Maite, lámeme el clítoris, por favor.

Sonaba a orden, pero ella la acató como un buen soldado.

Mi clítoris no era tan grande como el suyo, pero lo tenía bien hinchado por el calentón que llevaba encima. Mi amiga llevó su lengua hasta allí y la empezó a pasar en un movimiento de ascenso y descenso. Con eso, ya terminó de volverme loca.

—¡Agh, si! —grité con todas mis fuerzas—. No pares, ¡por lo que más quieras!

Bajé mi cabeza y con mi entrecerrada vista, contemplé como ella destrozaba mi clítoris a base de lengüetazos. Sus ojitos azules claros los clavó en mí y esa mirada me hizo perderme por completo.

—¡Joder, no aguanto más! —aullé sin piedad.

Mi cuerpo tembló ante el glorioso orgasmo que tuve. Era como si me estuvieran electrocutando directamente en mi propio sexo. Fue impresionante y maravilloso. Noté las fuertes contracciones de mi vagina y la humedad que se derramaba de dentro. Hacía tanto que no me venía de esa manera. Terminé destrozada y no tuve más remedio que dejarme caer hacia atrás para poder descansar después de lo vivido.

Respiré un poquito para ir recuperándome y noté como Maite seguía lamiendo allí abajo, seguramente para dejarme limpia. Al fin, me incorporé, quedando otra vez sentada y miré a mi amiga, quien seguía pasando su lengua. Me enterneció verla así.

—Ven, anda —la llamé.

Se levantó quedando a mi altura y le di un buen beso en la boca, permitiéndome degustar el sabor de mi propio sexo. No era la primera chica con quien hacía algo así, pero me emocionó que fuera Maite. Le daba un toque más especial y lujurioso.

—Entonces, ¿te ha gustado? —me preguntó tras darnos el beso.

—¿Tú has visto como me has dejado? —repliqué con cierto resquemor.

Mi reacción la dejó un poco confusa. Me miró extrañada y casi me entró la risa. En vez de eso, le di un fuerte abrazo y volví a besarla.

—Claro que me ha gustado —le hablé encantada—. Lo has hecho muy bien. Para ser tu primera vez, has estado fantástica.

Sonrió satisfecha ante lo que le decía.

—Gracias —dijo un poco tímida.

Tras eso, me eché hacia atrás, cosa que le pareció un poco rara.

—Venga, siéntate delante de mí.

Maite arqueó una ceja. No entendía que estaba haciendo.

—Va…vale.

Se subió y le dije que se pusiera de espaldas a mí. Así lo llevó a cabo y yo la atraje hasta quedar pegadas las dos.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó.

—Darte tu premio —le respondí.

Se terminó de acomodar. Ella se recostó sobre mí y yo la rodeé con mis piernas por las caderas. De esa forma, su culito acabó sobre mi entrepierna y su espalda acabó chocando con mis pechos. Apoyé mi cabeza en uno de sus hombros y le di un besito en el cuello.

—¿Qué me vas a hacer?

—Ahora veras.

Mi mano izquierda comenzó a acariciar sus pechos, pellizcándoles los pezones para ponerlos duritos. Maite ya gimió inquieta, alzando su cabeza mientras contraía su pecho. La mano derecha descendió por su cuerpo hasta llegar a la entrepierna.

—Ábrelas —dije.

Ella lo hizo sin rechistar.

Mi mano llegó hasta su coño. Abrí los labios mayores y mis dedos comenzaron a explorar la humedad cavidad.

—Oh, Dios, Irene —habló en un súbito suspiro.

Miré su rostro, demacrado por el placer. Sus ojitos entrecerrados, su tez colorada, sus labios entreabiertos… Madre mía, que visión más erótica. No lo dudé y le di un fuerte beso. A la vez, mis dedos masturbaban su coñito, ofreciéndole más goce.

—Um, si —decía entre gemidos entrecortados.

Mis dedos índice y corazón atraparon su clítoris y lo frotaron con ganas. Notaba su respiración acelerada, retumbando contra mi cuerpo. El suyo temblaba ya por el placer proporcionado. Mi mano izquierda aferraba uno de sus pechos y le pellizco el pezón, haciendo que gimiera más. Sin embargo, aquello no era más que el principio.

Mi dedo corazón recorrió la húmeda rajita en un movimiento de descenso y ascenso. Entreabrió un poco sus húmedos pliegues. Estuvo horadando ese lugar un poquito hasta que decidí internarlo dentro de ella. Cuando metí la punta, Maite se estremeció.

—Irene… —dijo con seca voz, pero yo no la dejé hablar más, pues la besé.

El dedo fue adentrándose dentro de su coño y enseguida lo estrechita que estaba. Me sorprendió. Maite no era virgen, pero las vaginas podían ser diferentes de unas mujeres a otras. Yo la tenía un poquito más ancha, pero no demasiado. Continué penetrándola, aunque me detuve al notar un poco tensa a mi amiga.

—Relájate —le susurré al oído.

Más calmada, metí el dedo por completo dentro de su coño. Maite gimió cuando comencé a describir círculos en su interior. Al inicio, solo eran pequeños suspiros, pero no tardaron en dar paso a fuertes gritos que me preocuparon. No quería molestar a los vecinos. Yo iba sin prisas, haciendo que gozase con tranquilidad, que degustara lo que le ofrecía. Besé su cuello varias veces y seguí acariciando sus pechos con la mano izquierda. Era maravilloso.

—Ves, esto nunca lo tendrás con tu novio —le solté para añadir más morbo.

—Desde luego que no —repuso ella.

Seguimos así un rato más hasta que Maite no pudo aguantarlo. Todo su cuerpo entero se tensó y, por un instante, su respiración se cortó. Llegaba el momento del orgasmo.

Esta vez, no hubo palabras. Maite emitió un fuerte alarido mientras sufría fuertes contracciones en su cono, algo que noté de forma perfecta con mi dedo. Su cuerpo se estremeció varias veces. La sostuve para que no se cayese, pues había quedado un poco débil. Le di varios besos por su rostro mientras dejaba que se recuperase y saqué mi dedo de su interior. Embadurnado en sus fluidos, se lo ofrecí y ella lo chupó.

—¿Está rico? —pregunté divertida.

—Pues si —respondió mi amiga y nos volvimos a besar.

Abrazadas, seguimos sentadas sobre la mesa un rato más. Yo estaba muy feliz. No solo había tenido un gran encuentro sexual con mi amiga y compañera de piso, sino que además, había conseguido arreglar las cosas con ella.

—Te quiero mucho, Irene —dijo Maite de repente.

Nos miramos. Cierta inquietud se removió dentro de mí al escucharla decir eso, pues planteaba un preocupante dilema entre las dos. ¿Me quería como amiga o como algo más? Eso me hizo sentir un poco mal. No sabía si iba en serio o solo era cosa de las circunstancias.

—Yo también —comenté, aunque me sentía desanimada—, pero está claro que tu seguirás con Alfredo.

—¿Y te rompe el corazón que siga con él?

Que buena pregunta. La verdad era que sí, me jodía más de lo que pudiera imaginar. No estaba enamorada de ella, pero comenzaba a estarlo.

—Da lo mismo —contesté derrotada—. No voy a entremeterme en vuestra relación.

—Como tú me dijiste la otra vez, mientras no se entere de lo que pase en este piso, bien podemos seguir.

La miré llena de sorpresa. Si ella lo tenía claro, poco más podía añadir yo. Nos dimos un buen beso y nos acariciamos juguetonas, llegando incluso a hacernos cosquillas. Aún quedaban dos semanas más de confinamiento, pero viendo las perspectivas de futura, iban a ser las mejores que podríamos vivir.