Por culpa del coronavirus- Parte 1

Irene y Maite son dos amigas que llevan encerradas desde hace un tiempo en su piso por la cuarentena impuesta para evitar la propagación del coronavirus. En esas circunstancias, cualquier clase de locura puede suceder...

Miré desde el balcón hacia la vacía calle. No había ni una sola alma. Ni coches pasando por la carretera ni gente paseando por las aceras. El único atisbo de vida fue una patrulla de la policía llevando a cabo su ronda. De eso, hacía ya un cuarto de hora. La ciudad en la que vivía era ahora un lugar fantasma. Terminé de apurar el cigarro, lo apagué y decidí meterme de nuevo en el piso. No había mucho más que hacer por allí.

Salí de mi dormitorio y fui por el pasillo hasta el baño. Una vez allí, levanté la tapa del váter y tiré la colilla dentro. Eché la cisterna y luego, puse rumbo al salón. Una vez llegué, encontré a Maite, mi compañera de piso, tirada sobre el sofá mientras veía la tele.

—¿Qué tal, Irene? ¿Has visto a algo interesante desde el balcón? —me preguntó.

Negué con la cabeza, lo cual hizo reír a Maite. Llevábamos encerradas en el piso desde hacía una semana por la cuarentena establecida por el gobierno para evitar la propagación del coronavirus. El tedio empezaba a hacer mella en las dos, aunque yo estaba consiguiendo sobrellevarlo un poco mejor que mi amiga. Sin embargo, no podía negar que la situación empezaba a ser ya un poco insoportable. En fin, por lo menos, ¡podía llevar el pijama puesto todo el día!

—¿Hay algo interesante en la tele? —pregunté mientras me sentaba a su lado.

Ella también negó con la cabeza.

—Solo reposiciones e informes especiales sobre la propagación de la pandemia. —La última parte la dijo con voz aterradora, como si quisiera asustarme.

Me revolví un poco al sentarme. Apenas tenía sitio. Maite se había recostado a todo lo largo del sofá. Como odiaba que hiciera eso.

—Oye, ¿te importaría dejarme un poco más de sitio? —le pedí con toda la paciencia que me quedaba.

—¿Por qué no te vas mejor a uno de los sillones? —me propuso con toda su cara dura— Allí estarás más cómoda.

—¡Me sentaré donde me dé la gana! —le dejé bien claro— Ahora, échate a un lado.

La empujé y, al final, no tuvo más remedio que ponerse sentada. Me miró enfadada y emitió un bufido a disgusto.

—¡Que coñazo, en serio! —se quejó.

No pude evitar reírme. Maite y yo éramos compañeras de piso desde hacía dos años. Al empezar la universidad, me agencié este pequeño apartamento gracias a un conocido de mis padres. Decidí buscar a alguien con quien compartirlo, no solo por los gastos, sino porque no me gustaba vivir sola. Ella fue la escogida, no solo por ser discreta y buena compañía, sino porque, además, no le importó que fuera lesbiana. Nuestra relación siempre fue buena, e incluso, nos considerábamos buenas amigas, pero, a veces, había que reconocer que la chica era un tanto peculiar.

Seguimos mirando la tele sin demasiado ánimo. El aburrimiento comenzaba a matarnos, aunque la que más lo acusaba era Maite.

—Joder, ¡qué asco! —Parecía una niña pequeña— Yo no aguanto más aquí encerrada.

—Pues vete preparando, el gobierno ha dicho que van a ampliar la cuarentena por otras dos semanas.

Al oírme, se volvió totalmente horrorizada. Sus ojos azules claros se abrieron de par en par.

—¿Debes estar de broma? —dijo perpleja.

De nuevo, negué con la cabeza.

—Lo anunciaron ayer.

—¡Vaya mierda! —espetó—. Yo no puedo, te lo juro, ¡no puedo!

La que me faltaba. Maite podía ser todo lo ordenada y responsable que quisiera, pero también era una caprichosa incapaz de aguantar algo como esto. Tan mal no estábamos. Había agua, electricidad, comida de sobra y el Wi-fi funcionaba de maravilla. Al menos, así lo veía yo.

—En serio, ¡quiero salir de aquí! —Ya se estaba poniendo histérica— ¡Quiero ir de compras, tomar un café, ver una peli en el cine! ¡Me voy a volver loca!

—No, si loquita ya estás —le dije—. ¿Te quieres calmar?

La enfurecida mirada que me lanzó indicaba que estaba muy desesperada. Con todo, me hizo un poco de caso y se calmó.

Permanecimos en silencio por un rato, tan solo limitándonos a ver la tele, pero Maite parecía más que dispuesta a seguir quejándose.

—Hay muchas cosas que echo de menos, Irene, pero, ¿sabes cuál es la que más?

Dios, solo llevábamos una semana encerradas y para ella era como si hubiera pasado una eternidad.

—¿El qué? —pregunté resignada.

—El sexo.

Su respuesta no pudo ser más cochambrosa. ¿Y quién coño no lo echaba en falta? Ni que fuera la única. Yo llevaba sin revolcarme con una buena hembra desde hacía varias semanas y estar encerrada aquí también me suponía un gran inconveniente, pero no lo iba a convertir en un puto drama como estaba haciendo ella.

—Es que te lo digo en serio, como me gustaría que Alfredo estuviera aquí.

Maravilloso. Que mencionara a su querido novio Alfredo era la guinda del pastel. Como me caía de mal ese imbécil. Ese tío no era más que un pijo de mierda que, lo más seguro, estaría encerrado en su bonito chalet en la sierra, creyéndose superior al resto. No entendía que le veía Miranda a ese capullo, en serio. Incluso yo, siendo lesbiana, pensaba en mejores opciones que ese relamido gilipollas.

—¿Y que haría Alfredo de especial para que estuviera en este piso?

Mi cuestión tan socarrona no le gustó ni un pelo a mi amiga. Volvió a mirarme con una cara llena de incredulidad que a mí me parecía divertidísima. Estaba por echarme a reír ante su reacción, pero preferí moderarme.

—Pues tú que crees, follar.

Las ganas de reventar a carcajadas eran intensas, pero me contuve. No era plan de burlarme de esa manera de ella, aunque daba lugar, la pobre. De todos modos, una pequeña risilla se me escapó.

—Yo no le veo tanta gracia, ¿sabes?

Se notaba que Maite estaba molesta con mi actitud. Podía notar como fruncía el ceño y endurecía la expresión de su rostro. No me agradaba demasiado ponerla tan rabiosa, me daba pena, aunque se la veía muy mona así y era tan divertido.

—Lo que digo es que tampoco hace falta una polla para darte placer, tía.

Aquello no le sentó muy bien. Estaba claro que se iba a tomar esto como un ultraje para ella.

—¿Cómo puedes decir algo así? —Su pregunta sonaba ridícula.

—¡Te parece poco que soy lesbiana! —respondí indignada—. Yo nunca he necesitado de una polla para correrme.

—Pues no sabes lo que te pierdes —me soltó sin más la muy puñetera.

Me quedé a cuadros. Lo último que esperaba era que mi amiga me dijera algo así. ¿Qué coño le pasaba a esta en la cabeza para decir una cosa tan ridícula como esa?

—Maite, eso que acabas de decir es una gilipollez como un templo —le hablé con seriedad—. Sabes que nunca me han gustado los tíos y esperaba que fueras un poco más comprensiva.

Al verme tan enfadada, cambió su actitud.

—Vale, lo siento —se disculpó—, pero, ¿no me negarás que una polla puede dar igual placer?

—No he dicho eso —me expliqué—. A lo que me refería es que hay otras formas aparte de dejarte taladrar por un tío.

Maite me miró intrigada. Por lo visto, le estaba llamando la atención de lo que le hablaba.

—¿Te refieres a usar los dedos y la lengua?

Estaba por romper a reír. No me podía creer lo mojigata que resultaba a veces esta chica.

—Tía, no me seas tan tonta —le comenté divertida—. ¿Es que no te has hecho nunca un dedo o qué?

En su rostro, noté un gesto de incomodidad. Me acercaba a un tema bastante peliagudo para ella.

—Bueno, a veces, lo he intentado —dijo un poco tímida.

Me quedé algo impactada ante sus palabras. Me sentía tentada de preguntar más y, aunque sabía que no era lo mejor, decidí hacerlo.

—¿Y tu novio no te ha lamido nunca ahí abajo?

Negó con la cabeza, dejándome totalmente alucinada. No podía ir en serio.

—Chica, no es por mal pensar, pero me estás dando la idea de que nunca has tenido un orgasmo —comenté perpleja.

—Sí que tengo, es solo que no siempre suele ser satisfactorio, ¿vale? —habló incomoda.

—Cuando folláis, ¿te corres? —No podía creer que le estuviera haciendo esa pregunta.

—A veces, no siempre, pero es que es la única forma en la que lo he hecho.

Me sentí un poco apenada por mi amiga. Ese capullo de su novio era un inútil de cuidado y no sabía satisfacerla como debía. Se pensaría que con metérsela y bombear un poco ya tendría suficiente. Ni puta idea, vamos.

—Hay otras formas y Alfredo debería aprender un poquito más de ellas.

Con la tontería, me estaba empezando a calentar con la puñetera conversación. Me fijé en Maite y no pude evitar darme cuenta de lo bonita que estaba en esos momentos. No lo iba a negar, ella me gustaba. Era mi amiga, eso resultaba obvio, pero también, una chica muy guapa y, joder, como me ponía. Más de una ocasión, la había pillado desnuda en el baño o solo vistiendo con ropa interior en su cuarto. No lo hacía de manera intencionada, aunque, no niego que esas imágenes luego me acompañaban en mis sesiones masturbatorias. Con la cuarentena, estas habían aumentado bastante y era su cuerpazo en lo que siempre pensaba mientras frotaba mi inflamado clítoris.

—Lo sé, aunque no creo que vaya a querer cambiar ahora —se lamentó.

Mis ojos recorrían su hermoso cuerpo. Llevaba una falda de tela rosa, así que sus largas piernas blancas estaban al descubierto. Me fijé en lo bien formadas que estaban. Fui subiendo por su delgada constitución hasta llegar a su busto. Sus dos pechos estaban enfundados en una ceñida camiseta blanca. Eran medianos y redondos, manteniéndose bien erguidos sin necesidad de sujetador. Porque sabía que no llevaba. Nunca lo usaba cuando andaba por casa.

—Sé que le podría insistir en ciertas cosas, pero es mi primer novio y no quiero perderlo —continuaba sin que la prestase demasiada atención.

Llegué a su bonito rostro. Sus labios eran gruesos y carnosos, su nariz pequeña y puntiaguda, sus ojos emanaban un intenso resplandor azulado y su largo pelo marrón claro lo llevaba recogido en un peculiar moño. Qué maravilla de chica con la que vivía.

—Resulta frustrante, pero, ¿qué puedo hacer?

Esa cuestión que acababa de lanzar Maite me dejó pensativa. La notaba triste, cosa que me dio pena, no solo por el inútil con el que salía, sino porque yo estaba fantaseando con ella en esos momentos. Sin embargo, eso no tenía por qué estar tan mal.

—¿Y por qué no pruebas algo diferente? —le sugerí con sibilino interés.

—Ya te he dicho que a Alfredo no le gusta probar cosas nuevas —respondió ella disgustada.

—No me refería a tu novio, tonta.

Una de mis manos se posó sobre su pierna izquierda. Acaricié su suave y tibia piel mientras nuestros ojos se encontraban. Maite se quedó confusa ante mi acción.

—¿A…a que te refieres entonces? —preguntó temerosa.

Sonreí divertida. No podía creer lo que estaba haciendo. Sé que era una muy mala idea, pero la tentación era demasiado fuerte. Debía parar, pero una nunca puede controlar lo que desea, por más que lo intente.

—Pues con otra persona. La que tengas más cerca, por ejemplo —dejé caer con malévola intención.

En ese punto, la reacción de mi amiga era de estupefacción total. Me estaba lanzando de forma demasiado descarada y eso que nunca me habría propuesto hacer algo así con Maite, pero el llevar tanto tiempo sin tener sexo junto con lo guapa que era, me estaban impulsando a tantear el terreno.

—No…no sé a qué te refieres… —dijo la pobre llena de dudas.

Oh, yo sí que lo sabía.

Subí y bajé mi mano a lo largo de su pierna, sintiendo la tersura de su piel. Maite me miraba nerviosa, sin saber lo que pasaba. Me moría por dentro del disfrute. De repente, fui colando la mano por debajo de su falda. Ella tragó un poco de saliva y antes de darse cuenta, la interné por completo. Acabé sobre uno de sus prietos muslos, el cual apreté con ganas.

—Yo creo que si lo sabes —hablé mirándola fijamente a sus ojos.

—Irene… —pronunció cada vez más tensa.

Ninguna apartaba la mirada de la otra. El ambiente se enrareció, como si estuviera posándose una sensación extraña y, a la vez, anhelante. Notaba una intensa emoción recorriendo todo mi cuerpo. Jamás en mi vida me había sentido igual con otra chica. Debía ser la tentación de romper la barrera de la amistad que nos unía, además del hecho de seducir a una heterosexual. Me decía que había que frenarse, pero yo nunca he sido muy buena controlando mis impulsos.

Antes de que pudiera darme cuenta, la besé en la boca. Para mí fue algo electrizante sentir esos tibios labios contra los míos. Fue algo increíble. Claro que ese maravilloso momento no tardó en esfumarse, pues bien rápido, mi amiga se apartó horrorizada al ver lo que había hecho.

—¿Qué…qué coño ha sido eso? —preguntó con voz temblorosa.

La notaba muy nerviosa y asustada. Dios, me da que me había pasado de la raya.

—Maite, yo…te deseo —le confesé sin más, porque ya daba igual lo que hiciera—. Toda esta conversación y, bueno, que estás tremenda… —Joder, no tenía que haberle dicho eso— El caso es que estoy cachonda y creo que tú también debes estarlo, más si no paras de quejarte por eso de no tener sexo.

—¿¡Y esa es razón para que me comas el morro?! —Madre mía, que cabreada estaba.

La verdad era que no sabía qué hacer. Estaba claro que Maite se encontraba muy enojada conmigo y yo tampoco tenía excusa. Ella era mi amiga y la había besado sin ningún miramiento. Había complicado las cosas sin más, solo por mi egoísta placer.

—Vale, lo siento —me disculpé—. Sé que no tengo excusa, pero tú no eres la única con ganas de follar y pensé que, bueno, a lo mejor podríamos…, no sé, ¿liarnos?

La cara que puso mi compañera era digna de ser inmortalizada en un retrato. Una expresión de pasmo hilarante se enmarcó en ella, dejando bien claro lo impactada que acababa de dejarla con mis palabras. Sin ninguna duda, estaba claro que las cosas no iban a terminar bien.

—Pe…pero, ¿tu estas mal de la cabeza? —dijo perpleja— ¡Tengo novio!

Pegó un grito que a mí me resultó muy molesto. Desde luego, no estaba arreglando las cosas.

—¿Quieres dejar de chillar? —le pedí con enorme paciencia— No hace falta que te pongas de esa manera.

—¿¡Que no me ponga?! —No, desde luego que no lo estaba arreglando— Somos amigas desde hace tiempo, nunca te he mostrado interés mas allá y tienes la cara de ahora besarme como quien no quiere la cosa.

—Y te he dicho que lo siento –expresé frustrada, aunque veía que esto no tenía salida—. En fin, olvidemos lo que ha pasado y punto.

No pareció quedar muy convencida, pero viendo que lo único que deseaba era terminar con todo esto, pareció ceder.

—Sí, mejor —replicó contrariada—. Por cierto, que sepas que es mejor que te folle una polla a que te coman el coño.

Me quedé a cuadros tras escucharla. ¡Tendrá cara! Como se notaba que buscaba fastidiarme. Todo por un puto beso. ¡Si debería de estar agradecida de que se lo hubiera dado! Seguro que era mucho mejor que los que le pudiera dar el idiota de Alfredo.

No podía negarlo, estaba muy molesta con lo que acababa de soltar, aunque eso, de manera oportuna, me acababa de dar una excelente y malévola idea. El deseo de lanzarme era muy grande y pensé que, por probar, no perdía nada.

—Lo que tú digas, guapa —dije burlona—, pero no tienes ni puta idea.

Se volvió al instante. Sabía que picaría.

—Tu sí que no la tienes —Se notaba que estaba muy molesta—. Y si no, demuéstramelo.

Ay, joder. Había mordido el anzuelo con mayor facilidad de lo que esperaba.

—Claro, estamos en condiciones de ir en busca de un tío para que me folle —hablé con sorna—. Además, no me gustan los hombres.

—Entonces, no hay nada que probar. Tengo razón —me espetó.

Sonreí, sabedora de que el siguiente movimiento que hiciera sería el determinante. Esto estaba yendo por el camino que me gustaba.

—Bueno, tal vez yo no, pero tú sí.

Sus azulados ojos temblequearon de puro nervio al escucharme.

—¿A qué coño te refieres? —preguntó confusa.

—Fácil, tú ya has follado con un tío, así que solo tengo que comerte el coño y, de esa manera, podremos hacer la comparación.

La propuesta la dejó contrariada, pero enseguida, pude ver como la tentación comenzó a hacer mella en mi amiga. No era solo la curiosidad, sino el hecho de no haber disfrutado de un buen orgasmo en bastante tiempo lo que la tenía indecisa. Sabía que conmigo iba a gozar como nunca y lo sabía muy bien. Ella escuchó muchas noches desde su cuarto como hacía correr a mis ligues de turno. No estaba segura, pero tenía fuertes sospechas. Por lo incomoda que me miraba, lo tenía cada vez más claro.

—No sé, me sigue pareciendo una inmensa gilipollez por tu parte lo que me has propuesto —comentó llena de dudas—. Es una completa locura.

Reí para mis adentros. No me podía creer lo mala que era Maite tratando de aparentar negación ante lo que le proponía. Se le notaba lo nerviosa que estaba en su forma de hablar y en cómo le temblaba el cuerpo. La tenía en la palma de mi mano en esos momentos. Solo faltaba un último empujón.

—Como quieras, a mí la verdad es que me da igual —le dije con total indiferencia—. Ya me las apañaré yo sola. Tú, en cambio, seguro que terminas subiéndote por las paredes.

Me fui a levantar, pero me agarró del brazo y me hizo sentarme de nuevo. Cuando noté la mirada ansiosa de Maite sobre mí, sabía que había triunfado.

—E…espera —me habló con su temblorosa voz—. Por…porque no discutimos esto un poco más.

Me encantaba verla en esta situación. Tan indecisa y asustada. Sabía que no era justa con ella, pero poner en entredicho el placer oral, el santo cunnilingus, fue algo que me tocó mucho la moral. Aunque, la verdad, lo único que deseaba era liarme con ella. Dios, como me ponía y más en esos momentos.

—Bueno, si tanto te interesa —dije con tono distendido, para dar a entender que aún estaba abierta a la propuesta.

Podía notar su cara muy tensa. No le resultaba fácil hacer esto, claro que no le quedaba ninguna opción. Sus ojitos azules no paraban de tintinear como pequeños cristales.

—Alfredo no se puede enterar de esto nunca —habló deprisa, como si quisiera soltarlo de una vez por todas.

Dios, con que fuerzas ansiaba que ese idiota se enterase de que le había comido el coño a su novia. Sería maravilloso poder ver como se le descomponía la cara al escuchar algo así y lo mejor sería cuando encima descubriera que había gozado más con mi lengua que con sus pollazos. Sin embargo, decidí que todo esto quedara entre nosotras por respeto a mi amiga. Bastante tenía con que me ofreciese su sexo.

—Vale, ¿empezamos? —pregunté ansiosa.

Maite asintió no muy convencida. Miró hacia a un lado y a otro, como si estuviera  cerciorándose de que nadie nos viese. Casi me partía de risa allí mismo. Yo, por mi parte, puse un cojín en el suelo y me puse de rodillas, frente a ella.

Me observó muy inquieta. Lo mismo servidora. No me podía creer que estuviéramos a punto de llevar a cabo esta locura. Resultaba imposible de concebir, pero allí estábamos, a punto de pecar como locas. Sentía un leve cosquilleo en el estómago y un incipiente calor en mi entrepierna. Me estaba excitando a gran velocidad.

—Levántate la falda —le pedí.

Ella asintió con timidez y se cogió el filo de la prenda. Tiró de ella hacia arriba revelando sus prietos y blancos muslos, aquellos que ya había tocado antes. Siguió subiendo poco a poco hasta que, al fin, pude entrever sus bragas rojas de encaje.

—Um, que bonitas —comenté animada—. Ábrete de piernas. Quiero verlas.

La expresión de su cara evidenciaba la enorme vergüenza que mi amiga estaba viviendo. Yo, en cambio, gozaba del momento.

—Irene… —murmuró un poco triste.

—Vamos —le supliqué con dulzura.

La cosa pareció dar resultado. Sus muslos se apartaron y pude ver las rojas bragas en todo su esplendor. Me quedé boquiabierta al descubrir en la tela una clara mancha de humedad.

—Vaya, vaya. Así que estás mojadita —Mi voz no podía sonar más casquivana.

—Irene… —repitió, como si quisiera llamar mi atención, aunque yo, ahora mismo, lo tenía todo centrado en su entrepierna.

Mis manos ascendieron por sus largas piernas, acariciando esa suave piel que tenía. Las pasé por los muslos varias veces, llegando a arañarlos levemente con mis uñas. Maite estaba entelerida, contemplando lo que hacía mientras emitía leves suspiros. Me estaba recreando en ella y lo único que podía hacer era ver como lo hacía. Estaba a mi completa merced, tal como había deseado en decenas de ocasiones.

Seguí el ascenso hasta que mis dedos rozaron la fina piel de sus ingles. Entonces, Maite dio un pequeño respingo.

—Tranquila, no va a pasar nada malo —la calmé—. Tan solo vamos a disfrutar.

Sus ojos expresaban un enorme desasosiego. Estaría repleta de miedo, pero, en esos momentos, se denotaba una ansiedad enorme de ella. Sin ninguna duda, quería saber hasta dónde estaría dispuesta a llegar. Si supiera. Yo la quería toda para mí.

El dedo índice viajó hasta llegar a la tela de su braga, la cual comenzó a acariciar. Enseguida, todo el cuerpo de mi amiga se tensó. La yema notó enseguida la cálida humedad que emanaba de allí y no tardó en adivinar las formas de la vulva. Sus labios mayores, los pliegues que había en su interior, el capuchón del clítoris asomando. Cuando moví el dedo de un lado a otro golpeteando ahí, Maite comenzó a gemir. Era la señal que necesitaba.

Con mis manos agarré la colorada ropa interior y comencé a tirar de ella. Enseguida, mi amiga se retrajo un poco al ver la acción que llevaba a cabo.

—No, espera —dijo temerosa.

Notaba cierto miedo en rostro, cosa que me apenó. Estaba a punto de atravesar una barrera importante en su vida. No solo iba a tener sexo con una mujer, encima, lo haría con su mejor amiga. Entendía por completo las reticencias, pero no había marcha atrás.

—Tu confía en mi —le hablé con suavidad—. Todo irá bien.

La noté algo mas tranquila tras decirle esto. Viendo vía libre, tiré de sus bragas para abajo. Ella estiró un poco las piernas para que se las quitara mejor. Notar que parecía dispuesta me dio mayores ánimos. Cuando ya tenía su prenda interior entre mis manos, Maite ocultó su intimidad de nuevo entre sus muslos. Denotaba una timidez inmensa que a mí me enternecía.

—Por favor, enséñamelo —le pedí con amabilidad.

Mi amiga así hizo y cuando vi su coño, me quedé sin habla. Era precioso. Una rajita rosada y húmeda, oculta entre sus gruesos labios mayores, toda libre de pelo. Me dejó impresionada.

—¿Qué pasa? —preguntó nerviosa Maite al verme inactiva.

—Tienes un coño muy bonito —suspiré emocionada.

Maite quedó petrificada ante lo que acababa de soltar

Acerqué mi rostro a su entrepierna y comencé a darle besitos por los lados. Seguí por una de las ingles para, luego, continuar por la otra. Deslicé mi lengua por la tersa piel, rozando un poquito los labios mayores, pero sin llegar a tocar la vulva. Maite me miraba muy tensa, emitiendo pequeños suspiros. Sonreí encantada.

Acto seguido, abrí con mis dedos su sexo, apartando los labios mayores para revelar su interior rosado. Con el índice, comencé a acariciar todo el perímetro, perdiéndose entre sus rosados pliegues. Mi amiga jadeó al tiempo que entrecerraba sus ojos.

—Irene...no me hagas eso —habló lastimosa.

Era maravilloso tenerla así.

Con malicia, soplé encima de su coñito, lo cual la hizo temblar de pies a cabeza. Resultaba delicioso ver como se descomponía ante cada estimulo. Aquella lenta tortura la consumía poco a poco y yo lo gozaba muchísimo. Tanto como había hecho en mi imaginación en incontables ocasiones, solo que ahora, todo era real.

—¿Te gusta lo que hago? —pregunté mientras seguía repasando el contorno de su sexo con mi dedo.

Mi amiga no pudo más que suspirar como única respuesta. Se aguantaba las ganas sellando sus finos labios en una expresión de agonía que me encantaba.

Mi lengua continuó pasando por el filo de los labios mayores, recogiendo las gotas de flujo que se derramaban desde ahí. La situación ya no daba más de sí y se puso más intensa al hacerle la pregunta.

—¿Quieres que te coma el coño, Maite?

Clavé mis ojos marrones en los suyos azules. La pobre estaba desesperada, deseando con todas sus fuerzas que acabara de una vez por todas con esa tortura.

—Por favor… —suplicó lastimera.

Sonreí divertida, pero todavía podía hacerla sufrir un poquito.

—Pídemelo —le solté encantada—. Pídeme que te coma el coño.

Maite se mordió el labio mientras seguía deslizando mi dedo entre los pliegues de su coñito. La respiración se intensificaba cuando, sin querer queriendo, rozaba su clítoris. Estaba a mi completa merced.

—Por favor… —repitió de nuevo—, cómeme el coño.

Eso fue suficiente.

Sin más preámbulos, me lancé a devorar aquel manjar que tanto deseaba, ya desbocada, pues yo tampoco podía controlar más mis impulsos.

—¡Irene! —exclamó alterada la chica.

Mi lengua recorrió todo el perímetro de la vulva de arriba a abajo. Lamía con desesperación, como si necesitara sus fluidos, como si fueran vitales para mi existencia. Su sabor amargo y fresco endulzó mi paladar. Estaba en la gloria.

—¡Agh, joder! —gimió mi amiga allí arriba.

Estaba disfrutando con lo que le hacía por más que lo negase. Su cuerpo entero temblaba y entrecerraba sus ojos mientras contemplaba como le devoraba su sexo de forma implacable.

No dejaba de mover mi lengua, recorriendo cada uno de sus mojados pliegues. Estaba gozando como nunca de este momento. Nunca imaginé que algo así me fuera a suceder. Con mis dedos, abrí de nuevo los labios mayores e interné mi lengua dentro de su vagina.

—¡No, Irene, no! —gritaba entre estertores Maite.

Fue incapaz de resistirse por más tiempo. Mi amiga llegó al orgasmo de una manera sobrecogedora. Con mis ojos, contemplé como su cuerpo se tensaba a la vez que abría la boca para dejar escapar un fuerte grito mientras alzaba su cabeza. Fue algo espectacular. Ella terminó destrozada sobre el sofá al tiempo

Dejé que descansara mientras me centré en limpiar su sexo, bien mojado por los fluidos que acababa de soltar tras correrse. Podía sentir su intensa respiración al tomar fuertes bocanadas de aire. Para cuando dejé el coño limpio, ella estaba más tranquila.

—¿Qué? —pregunté con tono incitante— ¿Te ha gustado?

Maite dejó escapar un sonoro suspiro, pero no tardó en asentir para dejar bien claro que sí.

—Ha…ha estado bien —respondió con timidez.

Me encantaba verla tan recatada en esos momentos, aunque también la notaba alegre, como si le hubiera gustado que hiciéramos esto. De hecho, por el gesto ansioso que veía en su rostro, estaba claro que ansiaba más.

—¿Puedo seguir? —fue la siguiente cuestión que le hice.

—Vale —contestó inquieta.

Esta vez, decidí ir más lenta. Quería que disfrutara de manera más calmada y por mayor tiempo. Antes me había descontrolado y no era plan de lamerla como una posesa, así que me lo tomé con calma.

Primero recorrí el contorno de su sexo por fuera y, acto seguido, fui adentrándome en ella, recorriendo cada pliegue con suma paciencia. Maite gemía ahora de manera más calmada, emitiendo pequeños grititos que la hacían parecer más tierna que antes. Poco a poco, fui acelerando el ritmo, más cuando decidí concentrarme en su clítoris.

—Joder, Irene, ¡no pares! —exclamó muy excitada.

Que dijera eso me volvía loca porque significaba que le estaba gustando lo que le hacía.

Golpeteé su dura pepitilla con la punta de la lengua y luego la lamí, primero de arriba a abajo y, después, a los lados, terminando luego no varios círculos en su alrededor. Toda aquella acción hizo que mi amiga aumentara el sonido de sus gemidos y que su respiración se volviera más profunda.

—Um, sigue, sigue… —decía con voz agónica.

Su cuerpo se agitó varias veces al tiempo que no cesaba de atacar su clítoris. Sabía que su orgasmo estaba cercano, pero no quería que se corriera tan rápido.

Dejé de lamer el clítoris y me adentré en su conducto vaginal. Mi lengua se abrió camino por aquella húmeda caverna, notando lo apretada que estaba. Vaya, para haber entrado una polla por ahí, estaba bien estrecha. Sacaba y metía la lengua varias veces, lo cual causaba mayor placer a Maite. Notaba como sus caderas temblar con cada estocada recibida. Era como si me la estuviera follando yo misma.

Maite se retorcía desesperada. Podía ver como se relamía los labios y apretaba los pechos. Po debajo de la camiseta, notaba como se le marcaban los pezones. La muy perra lo estaba gozando de lo lindo.

—¡Por favor… —gritaba ya descontrolada mi amiga—, no puedo más…!

Me apiadé de la pobre. Podría seguir así por un poco más de tiempo, pero aquello ya estaba siendo insoportable incluso hasta para mí.

Mientras seguía en su interior, con uno de mis pulgares comencé a frotar su clítoris. Solo hicieron falta un par de roces para hacer que Maite se terminara corriendo como una loca.

—¡Aaagh, Ireneeee! —gritó muy fuerte.

Todo su cuerpo entero se tensó de golpe. Vi como arqueaba la espalda y elevaba su abdomen. Cerró sus ojos y abrió la boca para dejar salir todo el aire. Sus caderas se contonearon varias veces y sentí un fuerte estallido de humedad contra mi boca. Con la lengua aún metida en su coño, pude notar las fuertes contracciones del conducto vaginal a la vez que degustaba el amargo líquido que se derramaba de allí. Fue algo increíble.

Cuando todo terminó, ella acabó destrozada sobre el sofá. Emitió varios bufidos al tiempo que aspiraba el máximo aire posible, como si no quisiera quedarse sin él. Yo, mientras tanto, me dediqué a limpiar su sexo de todo lo que había soltado. Había sido mucho, ya que me había toda la boca bien empapada. Una vez terminada, me levanté y me coloqué a su lado.

—¿Y bien? —pregunté con ganas— ¿Te parece buena mi lengua?

Miranda se quedó bastante dudosa ante mi cuestión. Se bajó la falda, como si se sintiera avergonzada de lo que había ocurrido, y guardó silencio. Por mi parte, no dudé en esperar la respuesta. Mientras, observé el aspecto en el que se hallaba. La piel colorada y un poco sudada, una relajada expresión en su rostro, el pelo un poco revuelto… Se veía adorable.

—Sí, no ha estado mal.

No era la respuesta que esperaba. De hecho, noté lo indecisa que se encontraba, aunque no pensaba que eso tuviera por qué ser malo. La había descolocado al hacerla vivir una situación que nunca creyó posible. Ahora, se debatía entre si reconocer que le había encantado o callarse por vergüenza.

—En fin, si todavía tienes dudas, siempre te puedo ayudar a quitártelas.

Fue decir eso y se me quedó mirando de manera un poco hostil. Me sorprendió esa repentina reacción y me pregunté si no habría metido la pata. Sin embargo, lo único que hizo mi amiga fue levantarse con intención de irse del comedor. No entendía nada.

—¿Dónde vas? —pregunté extrañada.

—A mi cuarto —contestó de forma escueta Maite—. Voy a hablar un rato con Alfredo por Skype.

La miré alejarse hacia el pasillo, pero antes de salir, se volvió un último momento.

—Una cosa, de lo que ha pasado en este comedor no quiero ni un sola palabra, ¿entendido?

La entereza con la que lo dijo me dejó perpleja. Asentí un poco incomoda y tras eso, Maite se fue a su habitación. Dio un sonoro portazo al cerrar, lo cual me dejó temblando sobre el sofá.

Vaya con la chica. Le hago tener dos ricos orgasmos y aun así, se muestra muy molesta conmigo. No había quien la entendiera. Lo peor de todo era que yo me encontraba ahora mismo con un calentón tremendo. Esperaba que ella me devolviera el favor, pero estaba claro que no iba a ser así. Menuda mierda.

Me recosté sobre el sofá y suspiré insatisfecha. Sentía un intenso cosquilleo en mi entrepierna, así que metí mi mano por debajo del pantalón de tela del pijama y comencé a acariciar mi sexo. Estaba mojadísimo. No tardé en gemir al comenzar a masturbarme.

Rememoré todo lo que habíamos hecho en aquel lugar no demasiado tiempo atrás. Aquellos excitantes recuerdos, junto con los dos dedos que usaba para frotar con rabia mi clítoris, hicieron que me corriera rápido. Tuve que tapar mi boca con la otra mano para no alertar a Maite con mis gritos. Cuando todo acabó, me quedé destrozada y jadeando. Me sentí aliviada, aunque no demasiado satisfecha.

Fue un buen orgasmo, no lo podía negar, pero no era lo mismo que tener sexo con otra chica. Tenía razón Maite, follar era algo magnifico y lo echaba mucho de menos.  Lo peor era que tendría que estar encerrada en este piso por casi otro mes. Seguro que lo aguantaría, pero no iba a ser muy gratificante. Claro que, pensándolo bien, tampoco tenía por qué ser algo tan malo.

Lo que había pasado con Maite dejaba las cosas en un punto muy interesante. Ahora estaba molesta conmigo y era evidente que no me hablaría en unos días. Sin embargo, la conocía demasiado bien. Ella era muy indecisa y, cuando la tentación llamara a la puerta de nuevo, el deseo la invadiría de nuevo.

Una malévola sonrisa se dibujó en mi rostro. Aquello no había hecho más que empezar.