Por culpa de mi trabajo

Nunca sabes cuando vas a encontrar a un amante ni lo que te puede provocar su olor.

Bueno, pues allá vamos. Me presento, me llamo Mónica y tengo 31 años, hace tiempo que de vez en cuando entro en todorelatos pero nunca me había animado a relatar uno, hasta que hace un par de días... pasó lo que pasó... y necesito contarlo. Nunca he escrito un relato así que os agradecería que me escribieseis contando vuestra opinión o si os ha gustado.

Como ya os he dicho, me llamo Mónica y tengo 31 años, mido 1’64 y peso 57 kgs. Soy rubia, pelo liso, melena larga y ojos pardos. Uso gafas, llevo unas gafitas pequeñas que me dan un aire muy intelectual y mis amigos me dicen que me hacen muy interesante, pero cuando quiero estar guapa o si he de salir a bailar, me pongo unas lentillas que tengo de color verde que levantan pasiones.

Trabajo para el Ayuntamiento de mi ciudad, soy notificadora y precisamente este hecho fue el que me llevó a cometer mi primera infidelidad (porque estoy casada, ah, que... ¿no os lo había dicho?). Pues mi trabajo, para los que no lo sepan, consiste en llevar toda clase documentación administrativa al domicilio del ciudadano y asegurarme de que lo recibe el interesado.

El verano pasado, en el mes de Septiembre, llevé a una zona residencial alejada del casco urbano, la documentación de una vivienda nueva. Al ser una zona recién habitada, me costó localizar la vivienda pero por fin, unos vecinos, me indicaron el sitio exacto. Era una casa fabulosa, preciosa, enorme y con un jardín muy cuidado. Había un Audi azul marino aparcado en el porche según pude entrever por la verja del jardín y pensé que me abrirían la puerta al llamar pero no respondió nadie. Volveré mañana - pensé.

Me quedé impresionada con la casa, y quizá por eso, sentía gran curiosidad por saber quién vivía allí. Sabía su nombre, por la documentación que le llevaba, pero no me sonaba y su anterior domicilio era en un pueblo algo alejado al que yo trabajo con lo cual, lo más probable, era que no le conociese de nada. Incluso le comenté a mi marido lo mucho que me gustó y que de tocarnos la lotería me haría una igual.

Al día siguiente hacía un poniente horroroso, un calor tremendo y me puse fresquita para ir al trabajo. Un vestido de tirantes cortito con un estampado verde y azul y unas sandalias con un dedito de tacón blancas que con lo morenita que me había puesto ese verano y lo que se me había aclarado el pelo me sentaba el conjunto genial. Además la natación, deporte que practico, ya me había definido músculos y estaba muy guapa. Aunque no tenía ganas de desplazarme tan lejos para visitar de nuevo la casa de mis sueños pensé en salir del calor de la cuidad y buscar el frescor de aquel jardín.

Llegué, llamé a la puerta, y una voz de hombre muy firme contestó. Me identifiqué y me abrió la verja. Aquí es donde empiezan a amontonarse en mi los sentimientos, los nervios, el trastorno... no sé cómo deciros, pero en cuanto vi al hombre que me abrió la puerta... ufff, ¡¡¡Dios mío!!! ¡Que hombre! Atravesé el pasillo del jardín con temblores de piernas y llegué frente a él en la puerta. Apenas acerté a darle los buenos días y saludarlo cuando ya me temblaba la voz y casi no podía explicarle lo que le llevaba. Así, con los nervios y sudadita, encendida más bien, solté una sonrisa y un ¡Uff, este calor!

Enseguida, y muy amable, me devolvió la sonrisa y me ofreció un baso de agua. Apenas acerté a decir un "sí, gracias", y acepté.

Pedro, que así se llamaba, tenía unos 38 o 39 años, moreno, dorado por el sol, con los ojos azules y el pelo recortadito y mojado, debía salir de la ducha porque su piel se notaba fresca y llevaba los antebrazos todavía mojados. Olía muy dulce, era un olor mezcla de roble y hiedra que me sedujo totalmente. Llevaba un pantalón deportivo largo, unas deportivas destalonadas y una camiseta blanca algo ceñida que le marcaba unos pectorales musculosos. Era alto y ancho de espalda y pensé "¡Madre mía, este debería nadar conmigo!" Dejé volar mi imaginación y me sorprendí con él en la piscina sin nada de ropa, bien fresquitos...

De pronto, salió con un baso de agua que bebí y sinceramente, me refrescó lo suficiente como para sacar el valor de levantar la mirada y verle sonreírme.

Estaba claro que me lo estaba notando, andaba como sonámbula, embaucada por su olor y su frescura y me habría lanzado en sus brazos en ese mismo momento. ¿No quieres pasar?- me dijo. "No", contesté rápidamente. Y sí quería, vaya que sí quería, pero mejor no, no sabía lo que me podía pasar y ya estaba bastante nerviosa, nunca había estado con ningún nombre que no fuese mi marido, y con este... este me lo habría comido entero. Me imaginé enseguida con él allí mismo, en la entrada. Si lo que veía era así de rico, ¡¿cómo debía ser su polla?! Se la comería entera. Le arañaría la espalda suavemente mientras él me empujara contra la pared, ummm, que rico..., más...

¿Bueno, y dónde he de firmar?, dijo mirándome fijamente a los ojos y adivinando mis pensamientos, me trajo de nuevo al día caluroso sacándome de mi trance de tal modo que al bajar la vista para mirar la carpeta que llevaba en las manos (esa en la que llevaba la documentación y que a estas alturas ya no recordaba entregar), observé con pavor que mis pezones se habían puesto duros como piedras y que mi respiración era tan intensa que elevaba mi pecho al hacerlo.

¿Pero cómo podía yo delatarme de aquel modo? ¿Qué comportamiento era ese? Perdí los papeles de una forma tremenda, y casi sin poder calmar mi respiración saqué la documentación y se la ofrecí y le indiqué el lugar de la firma.

Para mi sorpresa, no la cogió para apoyarse en el mueble de la entrada sino que se puso a mi lado, piel con piel, tocándose nuestros brazos y se recostó un poco agachando la cabeza al firmar de un modo que pensé "¡¡Me está mirando las tetas, me las está mirando!!". Efectivamente, así lo hizo, y yo me estremecí más aún, una gota de sudor frío rodó por mi espalda y acerqué mi cuerpo unos centímetros, apenas uno o dos, pero suficientes para que con aquel jadeo pudiera ver mi precioso escote talla 95 de duros pezones.

Me sorprendí deseando que lamiera con su lengua mi cuello cuando en aquella extraña posición se incorporó y mirándome a los ojos y sin decir una palabra me devolvió el bolígrafo sin separarse apenas de mi lado. Frente a frente, las miradas clavadas, como a un palmo de distancia, perdida, desencajada, pidiéndole con todo mi cuerpo que me tocase, me levantase el vestido y recorriera con su mano mi sexo que ya estaba empapado, palpitando bajo mi tanga, pero en vez de eso, me dio un suave beso en los labios, lo que se dice un pico y susurró "¿Ya está todo?".

¿¿¿¿¿¿¿Todo?????? No sé por qué me contuve, me maldije cuarenta veces una vez que salí de esa casa por haber dicho que sí. Di las gracias muy educadamente, recogí los documentos firmados, los guardé en la carpeta y me fui con mi coñito aún palpitante y chorroso a continuar con mi trabajo.

Anduve todo el día abrumada, sin percatarme apenas del calor ni de lo que me decían, sobrecogida por aquel HOMBRE con mayúsculas del que obtuve un dulce beso quizás agradecido por mi reacción o quizás no, según me indicó el abultado paquete que observé al despedirme. Desde la puerta, justo antes de mi salida me llamó preguntándome mi nombre, pero me hice la tonta y no le respondí.

A los dos días de esto, cuando yo había follado con mi marido como loca siete u ocho veces intentando calmarme y sofocar mi fuego, me dijeron en el Ayuntamiento que un señor había llamado preguntando por una notificadora que respondía a mi físico, decía vivir en esa dirección que tanto me había costado localizar y que yo ya no olvidaría y dijo que yo había dejado olvidado allí un documento, para que pasara a recogerlo. Yo sabía que no era verdad y decidí hacer como que ya lo había recogido y olvidarme del tema. ¡Y menudo tema!

Eso hice hasta hace unos días.

El día 2 de Enero de este año nuevo trabajé. Hacía un frío que pelaba y soplaba un viento fortísimo, de los que tienes que ponerte piedras en los bolsillos para no salir volando. En estas condiciones, no os quiero contar lo difícil que es y lo mal que se pasa trabajando en la calle. La documentación sale volando al menor descuido y los dedos se entumecen por el frío al no poder llevar guantes (gato con guantes no caza ratones, ¿no os lo han dicho nunca?, así es complicado manipular el papel).

Cuando en el trabajo recogí la documentación del día... sorpresa!! ¿Adivináis? Exacto, mi querido Pedro. Pensé que con un poco de suerte, con las fiestas, tendría a sus hijos en casa o bien, que quien me abriría la puerta sería su mujer. A pesar de esto la sola idea de volver a verlo disparó mi imaginación y algo dentro de mí me decía que esta vez no dejaría pasar la oportunidad, si es que surgía, ... o no, no debía hacerlo, me invadían las dudas, quiero a mi marido, yo eso no lo hago...

Bueno, pensé, seguro que no pasa nada.

Como aquel día, llegué, llamé a la puerta, y una voz de hombre muy firme contestó. ¡¡Dios mío!! Tranquila, está en casa, ¿y qué?, buenos días..., le das los papeles..., con suerte no te recordará o no te reconocerá (en el verano yo llevaba el pelo recogido y ahora iba suelto).

Yo llevaba puesta una falda camel de pana, sin llegar a ser mini pero sin alcanzar la rodilla, unas medias y unas botas altas de terciopelo color chocolate sin tacón. Una camisa blanca y un plumas corto y ceñido. Como hacía tanto frío llevaba una bufanda a juego con las botas y suavina con sabor a frambuesa en los labios para que no se me cortasen del aire.

Y se abrió la puerta. Concentrada como estaba en controlar mis instintos, todo se vino abajo cuando por efecto del aire y al abrir la puerta un remolino tiró mi melena rubia sobre mi cara que apenas se veía tras tanto pelo y un portazo enorme resonó en el interior. Fue todo lo que vi, o no vi, mejor dicho, pero escuché la voz de mi ansiado hombre riéndose por lo ocurrido y diciendo "me temo que tendrás que pasar o saldremos volando".

La verdad, me pareció de lo más normal y oportuno dadas las circunstancias. Entré y mientras me despejaba el pelo de la cara Pedro cerraba la puerta y se dio la vuelta. ¡Vaya!, exclamó con una sonrisa que me derritió, y mirándome a los ojos se acercó y dijo bajito: ¡La chica más bonita del ayuntamiento!

¡Pasa!, estoy haciendo café. Pareces tener frío, ¿quieres uno calentito?

No me dejó ni contestar, entró hacia la cocina mostrándome su espalda ancha y su culete apretado, olía igual de bien que entonces y su aroma se esparcía por la estancia y se mezclaba con el del café.

En realidad no tengo mucho tiempo,- dije yo.

¿En serio?, contestó, ¿pero cómo es que trabajas hoy? ¿No descansáis en vacaciones? Dijo haciéndome un gesto para que le siguiera, para que entrara. Me sorprendió tanta familiaridad, después de todo no me conocía de nada, nuestro encuentro fue intenso pero ya hacía de eso un tiempo, y sin embargo, parecía gratamente sorprendido. Yo, aunque más tranquila, sin tantos calores, decidí tomarme un café con aquel hombre y averiguar más. Le seguí.

Al entrar en la cocina confirmé mi teoría de que esa era la casa de mis sueños, al fondo una cafetera eléctrica de las de café expresso humeaba y Pedro debió notar en mi cara lo sorprendida de mi expresión y cómo recorría aquel lugar con los ojos. ¿Te gusta?-, preguntó. "Todo lo que hay en esta casa me gusta mucho" – respondí casi sin pensar.

No me di cuenta pero Pedro se había situado justo delante de mí y bajando la cremallera de mi plumas respondió de nuevo muy bajito: A mí me gustas tu. Sin apartar la mirada de mis ojos me quitó la chaqueta, la bufanda, y acercándose a mi oído susurró un "ponte cómoda" tan cercano que pude notar el calor de su cuerpo y el encendido del mío. Se me aceleró la respiración, se encendieron mis mejillas, un escalofrío me hizo estremecer. Noté al instante cómo mis pezones empujaban la camisa blanca y no los oculté.

Me senté en uno de los silloncitos de la mesa del office y le dije a Pedro que me gustaba el café cortado. "Vale, un cortado para Mónica"- respondió.

De un salto me levanté. "¿Cómo sabe mi nombre?" Pedro me recriminó por hablarle de usted y tras decirle que en realidad estaba allí tomándome un café con él sin conocerle de nada empezó a soltar datos suyos:

Estoy separado, tengo una hija de 3 años, me gusta la natación y la practico, (lo sabía, lo sabía, esa espalda y ese culo...) trabajo en Valencia, vivo sólo en esta casa que tanto te gusta y lo único bueno que me ha pasado esta navidad es tu visita de hoy, llevo meses desayunando solo y hoy no lo haré. Apuesto a que en realidad no tienes mucho trabajo en un día como hoy... – y acercándose a la mesa a dejar los cafés, de pié como estaba yo aún, me abrazó por la cintura y...- qué mas desea la dama saber...

Yo ya estaba empapada, deseosa de besarle, abrazándole ese pecho fuerte y lamiéndole la oreja, volvió a susurrarme al oído "me encanta el olor de tu perfume, desde este verano no lo he podido olvidar", y fue entonces cuando yo perdí los papeles recordando la excitación de aquel instante y como una posesa recorrí su cuello, lamiéndolo mientras le desabrochaba la camisa, bajé por su pecho chupándolo más abajo a cada botón que desabrochaba. Estaba depilado y era realmente fuerte, cosa que me excitaba aún más. Yo sentía sus pequeños pezones brotar y respiraba y gemía de placer con cada lametazo. Desabroché mi camisa y le dejé chupar mis tetas mientras las apretaba como queriéndoles sacar jugo, ...cómo me estaba poniendo.

Le quité el cinturón de cuero y le bajé la cremallera del pantalón y allí brotó su enorme paquete, todo para mí, me decía cómeme y le veía cómo lo hacía saltar él con sus movimientos. Me lancé a por esa enorme y gruesa polla, estaba realmente deliciosa, no podía parar de chupar, le acaricié los huevos y la recorrí con la lengua de abajo a arriba hasta que estuvo bien empapada y comencé a chupársela entera, metiéndola y sacándola de mi boca. Me pidió que parara o le iba a hacer estallar de placer. Me puso de pié, me cogió por la cintura y como si de una pluma se tratara me sentó en la mesa. Levantó mi falda, bajó las medias, el tanga, y allí quedé con las piernas muy abiertas enseñándole mi monte recortadito y le llevé la mano a jugar con sus dedos en mi raja. Le indicaba cada movimiento y le decía cómo me gustaba mientras me despojé de mi camisa y mi sostén para mostrarle bien las tetas.

Esto debíó excitarle tanto como a mí porque empezó a comerme el coño de un modo que me enloquecía, metiendo bien adentro su lengua y sacándola poco a poco hacia mi clítoris, y luego más deprisa y jugueteando al mismo tiempo en mi interior con sus dedos mientras me decía "que coño más rico" una y otra vez. No pude aguantar más y un fuerte ardor subió desde mi sexo por mi espalda y recorriendo todo mi cuerpo le sujeté la cabeza pidiéndole que no parase y rodeándole con las piernas alcancé un orgasmo indescriptible y tan intenso que me hizo palpitar durante largo rato mientras mi amante no dejó de comer en todo momento mientras que me miraba por encima de mi pubis picaronamente. Estaba muy excitado con la escena y en cuanto notó que me relajaba dejó de lamerme y subió a acariciar de nuevo mis tetas, mojó los dedos en su café y me untó primero una y luego la otra alrededor de los pezones. El contraste del calor del café con el frescor de mi desnudez hizo que mi pecho se hinchase más aún y estremeciéndome de nuevo, comenzó a lamerme las tetas, el cuello, los labios, su lengua sabía a café y a su perfume que se había mezclado ya en mi piel.

No podía más, le pedí que entrara dentro de mí. La noté entrar muy despacio, como a mí me gusta, resbalando jugosamente, bien adentro, bien hondo, y le vi mantenerse así unos segundos mientras dejó caer su cabeza hacia atrás de placer, siguió entrando y saliendo despacio un par de veces más y yo creí que iba a enloquecer pero ya no pudo aguantar más y aceleró las sacudidas mientras yo le chupaba el dedo índice de su mano derecha y con la izquierda me sobaba las tetas. Me relamía con su dedo como si de su polla se tratase cuando mirándole a los ojos le anuncié mi inminente orgasmo. Él me hizo un gesto de complicidad que yo interpreté como un "sigue..., no te pares". En ese instante, los dos nos corrimos juntos, noté estallar su semen caliente en mi interior lo que me dio un placer tremendo, me relamía de gusto y entonces acercó su boca a la mía y sin sacar su polla de mi interior siguió besándome un rato con frenesí. Clavó sus preciosos ojos azules en mi y sin dejar de abrazarme sonrió y me dijo que iba a hacer de nuevo los cafés.

Salí de aquella casa a las dos horas, dispuesta a acabar mi trabajo y me despedí de mi amante del modo más natural, sin hacer más preguntas y sabiendo que algún día, mi trabajo, me llevaría de nuevo a él.

Por la tarde acudí a una visita ginecológica que tenía programada hacía tiempo, al entrar al reconocimiento, un hombre moreno, de ojos azules, de unos 38 o 39 años, con una bonita sonrisa, me recibió, era Pedro.