Por culpa de la oveja negra (16).

Casi me congelo por complacer a una compañera y luego en la Academia tuve un cambio de impresiones con Irene, con el descubrimiento de un secreto aumentaron mis sospechas con Federico y lo consulté con Regina. Lidia se hacía ilusiones y hablé con ella.

La mañana empezó bien, no es que olvidara el susto de la noche sino que pese al sueño y el cansancio que arrastraba estaba contento por las confidencias que me hizo Regina, sugirió que el que me amenazó poniéndome la rodilla sobre el pecho podía ser Federico.  Me tomé en serio su amenaza y me propuse no entrometerme en sus cosas, aunque eso representaba olvidarme de mis compañeras.

Al despertar fui directamente a la ducha, después de la noche pasada sobre, debajo y al lado de Regina olía a tigre, había sudado frío, caliente, tenía rastros de flujo femenino y semen mío pero la ducha borró todo esto y salí como nuevo.

Me sorprendió descubrir sobre mi silla el uniforme nuevo del supermercado, estaba perfectamente planchado y a su lado estaban mis zapatos también limpios y brillantes.

Fui a la cocina siguiendo el olor a café con leche y tostadas que salía de allí, ya lo tenía todo preparado, Regina se me había adelantado y me esperaba con su sonrisa acostumbrada mezcla de madraza y colega, iba perfectamente vestida, lista para empezar el día, incluso levemente pintada, me gustó verla tan dispuesta y comprendí porqué era tan bien valorada en aquella casa.

Antes de salir de casa me miré en el espejo y me gustó lo que vi, la camisa me quedaba perfecta y con el planchado impecable parecía un oficial de Marina de gala y sobre el pantalón… igual, si tenía que poner un defecto sería el que lo notaba un poco… justo de anchura, pensé que en ese momento podía pasar pero al mínimo movimiento entre mis piernas me vería seriamente comprometido.

Cuando llegué al súper, el grupo de empleados en la puerta del almacén me recibió con una oleada de aplausos y silbidos de las chicas, una vez superada la sorpresa levanté los brazos en agradecimiento a todas ellas y acallé los comentarios que hacían sobre mi aspecto.

Magda no fue de las más discretas, salió de entre ellas y se mordió el labio, a la vez que se giraba para mostrarme el trasero que lucía, en cambio a Lidia apenas la vi asomando entre los hombros de sus compañeras.

Entonces fue cuando vi llegar a Federico, venía con una sonrisa de oreja a oreja, llevaba un cigarrillo entre los dedos que apagó antes de llegar echándolo a una papelera, las chicas lo saludaron entre comentarios, tuve que reconocer que tenía muy buena planta, sabía moverse y con su sonrisa cautivaba a todos, vestido con un traje de corte italiano y peinado a la moda parecía un figurín que levantaba pasiones entre todas.

Muchas de ellas se sorprendieron cuando se interesó por mis progresos, delante de todos me palmeó el hombro felicitándome y animándome a seguir.

La mañana fue como todas muy ajetreada y en uno de los viajes que salí a la pescadería me fijé en la dependienta que nos pilló a Magda y a mí en postura claramente sospechosa, era una chica bajita con una cara redonda y unos kilitos de más, tenía unas “cartucheras” como “Billy el Niño” pero el culo lo mantenía alto, tetas no tenía muchas pero miraba con mucha picardía, me señaló con las manos el tamaño de la polla que me vio, me hizo saber con señas que la quería y que si no, hablaría.

Me enfadó y le dije que de ninguna manera, no me gustaba el chantaje que pretendía pero tenía una prueba irrefutable contra mí y cedí, le pregunté adonde prefería, me dijo que la siguiera y lo hice, me extrañó que cogiera una chaqueta de invierno y me diera otra a mí pero cuando vi que abría la cámara de frío temí lo peor.

La gordita se abrigó con su chaqueta cruzándola casi dos veces porque era gigante, se agachó y vi que al momento colgaban las bragas en su mano, me miró impaciente la bragueta y me animó a hacer lo mismo.

Temí que con el frío la polla no respondiera por lo que solamente la saqué debajo de la chaqueta que llevaba yo, le dije que se arrodillara y la cubrí con la prenda polar, la chica se aplicó sin demora, me chupó la polla con prisa, temblándole las piernas y procurando no tocarme con sus manos heladas, yo le sujetaba la cabeza y le imprimía buen ritmo para no quedarme congelado.

Cuando tuve la polla lo suficiente dura tiré de las hombreras de su chaqueta y la puse en pié, le di la vuelta y la pegué a medio cordero congelado que colgaba de un gancho, la chica se abrazó a la pieza de carne y esperó que le metiera la polla.

Lo que no pensó es que su culo era mucho más tentador que su coño y mi polla lo eligió,  con mis pies separé los suyos y me abracé a sus caderas, me temblaban las rodillas y a ella todo el cuerpo pero me aferré a su culo y no dejé de presionar hasta que la polla entró, sólo fue el glande pero no pude más.

  • ¡No, por ahí no!, no seas salvaje, por el culo no me entra y por el coño casi tampoco, perdóname, lo de chivarme era de broma, sólo quería un polvo para presumir con Magda, ella siempre nos está haciendo los dientes largos, quítame eso de ahí.
  • Lo siento bonita, haberlo pensado antes, conmigo no se juega, si quieres se lo dices a Magda para que no presuma tanto.

La chica lloraba gritando que no siguiera, desde el exterior no podían oír nada, daba puñetazos al cordero congelado intentando zafarse de mi barra pero era inútil, agotada dejó de moverse y terminé de entrar, ella sollozaba cuando empezó a temblar de verdad, se quitó la chaqueta y me cogió las manos, las puso sobre las pequeñas tetas, los pezones le dolían en mis manos de fríos y duros pero se corrió gimiendo abrazada al cadáver del animal.

El culo lo tenía helado igual que el mío pero mi polla estaba tan caliente dentro de ella que no tardé en correrme, ella dejó su apoyo y puso las manos en el frío suelo con el culo elevado, la espalda estaba perlada de gotas de sudor helado pero las nalgas se abrían para mi hasta que me vacié por completo.

  • Me has matado, eres un animal, yo quería sólo follar pero me has empalado con eso que tienes, cuando lo vi me encantó pero ahora me espanta, tengo el culo partido.
  • Tú lo quisiste, no me gustan las amenazas, si algún día me apetece te daré una buena ración en el coño, imagino que no lo debes tener despreciable.
  • ¡Dime que tengo que hacer! snif, ha sido increíble, snif, ¡qué corrida!
  • ¡Callarte y esperar, lo bueno se hace esperar! y vámonos de aquí que se me hielan los huevos.
  • No te olvides de mí. -rogó- no se lo diré a nadie y a Magda menos.

Por suerte no había nadie al salir pero fui al servicio, me calenté las manos con agua caliente y de paso me lavé la polla pues no estaba en las mejores condiciones higiénicas.

Cuando casi era la hora de salir Elsa me llamó, como era su costumbre, yo también quería enseñarle el uniforme y entré en su despacho sonriente girando con los brazos abiertos para que me viera de cuerpo entero.

Su mirada se dirigió directamente a mi bragueta, hizo una cara de disgusto y me sorprendió, cuando salí de casa estaba orgulloso de mi pantalón, incluso se notaba un poco el paquete porque me tiraba un poco de la sisa pero la cara de Elsa no era lo que esperaba.

  • Veo que para ser el primer día de estreno del uniforme ya lo has manchado, debes de tener cuidado, no es propio de ti.

Miré hacia abajo y vi el cerco oscuro que marcaba las nalgas de la pescadera, por suerte a Elsa no le pareció tan grave y se acercó, no se arrodilló como otras veces para comprobar las arrugas, directamente puso la mano en mi polla y no la soltó.

  • Creo que tienes una arruga rebelde, muy rebelde diría yo, me gustaría domarla.
  • No es tarea fácil Elsa, se rebela otra vez al momento.
  • Eso me gustaría verlo, ¿tienes planes para la comida?
  • Bueno, voy a un bar, soy cliente asiduo.
  • ¿Crees que hoy te echarán en falta si no vas?
  • Creo que sí.
  • Lo lamento por ellos, me gustaría invitarte a comer en mi casa.
  • ¿Y Justino?
  • Se va a la ciudad a por unas piezas para una Caja que se estropeó.
  • ¡Qué oportuno!, ¿celebra algo?
  • Sí, los estrenos de uniforme, yo también estreno algo.
  • No me di cuenta.
  • Porque no te has fijado bien y es por tu culpa.
  • ¿Por mi culpa, que he hecho yo?
  • ¿Ya no te acuerdas? El otro día me rompiste el sujetador al tirar de él, hoy estreno otro más bonito ¿lo quieres ver?
  • Imagino que será precioso.
  • Aciertas, me hace unas tetas divinas, te gustarían.
  • No lo dudo, tiene un cuerpo muy atractivo.
  • Y eso que todavía no lo viste…
  • ¡Vaya, por fin te encuentro! Abel, tienes que venir conmigo, ¡órdenes del jefe!
  • ¿Adónde quiere que vaya yo, Justino?
  • A acompañarme, cuando me jubile alguien tendrá que saber los entresijos del oficio o… ¿no te gustaría seguir mis pasos? ¿verdad Elsa?  Ah, lo siento hoy no podré comer contigo.
  • Ya, creo que podré superarlo, marido.

Cuando subí a la Mercedes vi a Elsa que disimuladamente se apretaba las tetas pinzándose los pezones, quería mostrar lo que me perdía pero tuve que mirar hacia adelante para que Justino no notara él hinchazón que tenía mi polla.  El hombre sacó un cigarrillo y me ofreció.

  • ¿Qué chaval, te hace uno de estos?
  • No gracias, no fumo.
  • Tú te lo pierdes, yo fumo demasiado, aunque a lo mejor tú lo haces para cuidarte ¿no?
  • No, simplemente es que nunca me gustó.
  • Pues cuando quieras probarlo me lo dices y…  ¿Qué tal el trabajo?
  • Bien, muy bien, me voy adaptando.
  • Sí, ya he oído los comentarios…
  • ¿De quién?  Buenos o malos.
  • Según quien los oiga, a unos les pueden gustar y a otros no.
  • Pues yo no hago nada para ofender a nadie.
  • Eso… nunca se sabe, a las chicas parece que sí le gustas…
  • No sé, procuro ser simpático con todos.
  • Pero a veces la simpatía… es peligrosa…

Me quedé helado y miré la carretera sin pestañear, estaba seguro que sospechaba de la actitud de Elsa, su mujer parecía que no le tenía mucho aprecio y no lo disimulaba demasiado, ya no hablé en todo el trayecto.  Justino me miraba de reojo con cara de pocos amigos fumando un pitillo tras otro, abrí la ventanilla para que saliera el humo pero él me dijo que la volviera a subir y noté que echaba el humo hacia mí, estaba convencido de que me tenía manía.  El trámite fue breve en la ciudad, de vuelta no tuvimos más conversación que monosílabos y sobre el hambre que tenía, aunque lo entretenía a base de cigarrillos.

Llegué tarde a la comida, Rita ya había cerrado y pasé de largo, me fui hacia casa con la esperanza de que Regina me diera algo de comer, por el camino pasé por la obra en que estaba trabajando Manolo, estaba subido en un andamio y al verme de lejos me gritó, todos se volvieron hacia mí y me sentí cohibido pero la risotada del albañil me animó, él en un momento bajó y me dio una palmada en la espalda.

  • ¿Adónde vas con esa cara de desmayado?  Me quedé esperándote, Rita preguntó por ti varias veces, parecía preocupada, la tienes a tus pies.
  • No te burles de mí, Rita es una mujer muy mayor para mí y parece estar muy corrida.
  • ¿Pero qué dices gilipollas?, no entiendes nada, ¡delante de mi no hables así de Rita!, es una mujer muuuy decente y lo digo porque yo también me equivoqué, una vez al principio me insinué y me dio un corte que me tuvo a pan y agua quince días, lo que ocurre es que no conoces a las mujeres, les gusta provocar un poco pero de eso a… nada de nada, así que aprende de los mayores.
  • Es verdad, tengo mucho que aprender.
  • ¿Por qué lo dices?  Parece que no estás contento con el trabajo.
  • Con el trabajo si pero… estoy un poco… asustado.
  • ¿Asustado un chico como tú?  No me hagas reír, jajaja, ¡si serás el gallito del súper!
  • De gallito nada, me han amenazado, eso de gallito… ya me lo han dicho pero en otro tono.

No le di muchos datos pero le conté por encima la visita que tuve, él me miraba preocupado y asentía a cada detalle que le contaba.

  • Abel escucha, tú eres como un hijo para mí, ¿qué digo hijo? un hermano, no, hermano no, un amigo, eso es, un amigo de verdad, esto no puede quedar así, déjame a mí, yo te echaré una mano, ¿sabes quién te amenazó así?
  • ¿Qué dices Manolo?  No hagas nada, no quiero complicar a nadie, no tengo idea, sólo sé que olía a tabaco y a alcohol y que entró por casa de Federico el Gerente, pero no estoy seguro, procuraré hacer caso y no meterme en líos.
  • ¡Ah!, ya lo conozco, es un tipo muy elegante que va siempre con el pitillo en la boca pero no te preocupes de nada, no vas a estar acojonado siempre, tienes que vivir libre y si hay gallinas en el gallinero son para que ellas elijan su gallo, no al revés ¿entiendes?
  • Sí pero…
  • No hay peros, perdona pero tengo que trabajar.

Manolo me dejó con la palabra en la boca y desapareció en la casa para aparecer al momento sobre el andamio allá arriba.

Ya no me quedó ganas de comer y compré unas chucherías en un quiosco, de allí fui a la Academia, me senté en clase con los nuevos compañeros, estaban haciendo un examen y tuve que esperar, al rato vino Irene y me saludó desde la puerta.

  • Menos mal, Abel, ahí llega mi mujer, siento no atenderte, no podía distraer a los demás pero ahora te daré unos ejercicios, yo me tengo que ir, mi mujer te explicará cualquier duda, tengo una reunión en el Ayuntamiento.
  • Como quiera Julio.
  • ¡Irene me voy, ya sabes, quedé con el Alcalde, no sé lo que tardaré, ya nos veremos en casa, cierra bien!
  • ¡No te preocupes cariño, hasta luego!

La sonrisa que traía Irene cuando entró en la clase era enigmática, ya se habían ido todos y cerró la puerta, se sentó sobre la mesa delante de mí.

  • Bueno Abel, vamos a empezar… ¿qué tal en el trabajo, tienes muchas ganas de estudiar hoy?
  • Ssss sí, claro.
  • Es que pensé que podíamos hablar…
  • ¿De qué?
  • Pues… de muchas cosas, de lo humano y lo divino… ¿has leído algún libro de los que te dije?
  • No, todavía no pude.
  • Es igual, te los puedo contar, me los sé de memoria ¿sabes qué es esto?
  • Sí claro, una regla.
  • ¿Y para qué sirve?
  • Para medir, para dibujar rectas…
  • Y para más cosas, mira.

Irene bajó de la mesa poniendo un pie en el suelo después del otro lentamente, de paso subió la falda para bajar y me enseñó los muslos esqueléticos, se inclinó sobre la mesa y con la regla se dio un golpe en el culo que resonó en la clase.

  • ¿Has visto?  Para esto también sirve.
  • No tenía idea, no lo habría adivinado nunca.
  • Ya lo imagino, ¿no quieres probar?
  • N… no, no me atrevo.
  • ¡Venga, no seas tímido!, a mi no me importa, es más me gusta mucho, ¡vamos atrévete!

Irene fue subiendo su falda poco a poco hasta que me enseñó las nalgas, por un momento me acordé de las de la pescadera, las dos de Irene no eran ni la mitad de las de la chica pero ella se dio una palmada que se le marcaron los cinco dedos.

  • ¿Ves?, me encanta, ahora hazlo tú.
  • No me atrevo, no me gusta la violencia.
  • Si no es violencia, es… otra clase de amor, de sexo si quieres, ¿no te gusta el sexo?
  • Sí pero no así.

No sé que me pasó pero me acordé de la zapatilla de mi madre, de las veces que la había probado en mi culo, se me nubló la vista y me bajé los pantalones y me quedé con la camisa del súper, la polla se puso “peleona” y fui cara a ella, Irene se dio la vuelta cara a mí, la falda se quedó por su cintura y el tanga minúsculo se le perdía por el puente que le hacían los muslos.

  • ¿Qué haces Abel, porqué me miras así?
  • Te voy a demostrar cómo me gusta a mí el sexo.
  • No, el sexo que me gusta a mi es así, con dolor, ¡me gusta mucho el dolor!
  • ¡Pues que te lo de tu marido!
  • Mi marido no me da… nada.
  • ¿No me dijiste que follabas mucho para tener hijos?
  • Te mentí, sólo me gusta que me peguen.
  • Pues mira que “palo” tengo yo entre las piernas.
  • No Abel, así no, me entendiste mal, si quieres pégame, insúltame, escúpeme, lo que quieras pero no quiero tu enorme tu polla, me da miedo.
  • Pues eso es lo que vas a tener.
  • Me asustas Abel, no te creía violento.
  • No soy violento, al revés soy muuuy cariñoso, ¡quítate la falda!
  • ¿Qué vas a hacer?, ¡no te acerque a mí con eso!  Lo de la regla lo decía en broma.
  • Te voy a follar como nunca lo hizo nadie, te voy a demostrar lo que es dolor.
  • No Abel, no me toques, así no, se lo diré a mi marido.
  • Abre las piernas o te las abro yo, cuando te haya partido el culo vas y se lo cuentas a tu maridito.
  • Por favor Abel, no me hagas daño.
  • ¿Ahora no quieres “daño”?, ¡chúpamela primero!
  • Bueno, si quieres te la chupo pero nada más.
  • Eso crees.

Mientras se arrodillaba se la metió en la boca, le cabía holgadamente y la paseaba por el paladar apareciendo los bultos por las mejillas, yo intenté tocarle las tetas pero fracasé, en su lugar encontré dos botones que a fuerza de pellizcarlos haciéndole daño salieron hasta poder cogerlos bien.

Irene aunque le dolía no dijo nada, procuraba chupar deprisa para que me corriera y no la acosara más pero no me conocía y cuando le cogí la blusa y se la saqué por la cabeza se miró, estaba desnuda excepto el tanga, no tuve dificultad en separarlo, lo dejé en la ingle estrecha y apunté al centro, me miraba horrorizada cuando le puse la polla entre los finos labios del coño, no tenía pelos ni parecía haberlos tenido nunca.

El capullo presionó los delgados labios arrastrándolos hacia adentro, la vagina apenas se abría, estaba tan estrecha como una niña pero tuvo que ceder, mi polla empujaba con una fuerza que no podía resistir, ella estaba apoyada en la mesa de su marido y me miraba sin poder hablar, yo sabía que no le dolía y eso era lo que más odiaba ella.

El embolo entró despacio hasta que los huevos quedaron entre sus muslos y ella huyendo se sentó en la mesa.  Las largas piernas colgaban casi hasta el suelo y las cogí de los muslos como si fueran los tobillos, los separé y cayó de espaldas, puse las piernas contra mi pecho y me cogí a los huesos de sus caderas, tiré y me hundí en ella.

Sollozaba  desconsoladamente y sólo se calló cuando le volví a pellizcar los pezones todo lo fuerte que pude, con la regla le di unos azotes en el culo y se corrió, se movía como una anguila sobre la mesa atravesada por mi polla pero no quise que descansara y antes de que el orgasmo le terminara saqué la polla y la apoyé en su culo.

Los temblores se le cortaron de golpe, abrió los ojos y los cerró apretados, creí que la había fulminado pero no, ella sintió cómo le entraba la polla a la fuerza, una sonrisa le dibujó los labios cuando los mordía de dolor pero se relajó.  De repente me hundí en su culo, el esfínter dolorido le dio todo el placer que quería.

  • Mmm, me matas pero esto sí Abel, esto sí que es placer, me duele horriblemente pero me encanta, dame más dolor, fóllame.
  • ¿Esto no te lo hace tu marido?
  • No, dice que le da “cosa”, eres el primero que me la mete, bueno el primero…
  • ¿Hubo alguien más antes que yo?
  • Metérmela como tú no pero casi y eso que se lo pedí de todas las formas pero… no.
  • Ahora que la tienes adentro, córrete con ella.
  • Sí, me voy a correr otra vez, antes no quería pero me obligaste, te odié pero ahora me arrepiento, fue irresistible y me corrí como una perra pero ahora quiero que lo hagas muchas más veces, quiero que seas mi amo.
  • No, tú amo no pero te follaré cuando yo quiera, de eso puedes estar segura.
  • Sí, seré tu esclava.

Cuando iba a llenarla de leche quise hacerlo en sus tetas pero pensé que sería malgastarla, di la vuelta a la mesa y le giré la cara poniéndole la polla en la boca, con la mano en su nuca me vacié a la vez que ella tosía, los ojos le lloraban cuando la saqué y por la comisura de los labios le cayó hasta la mejilla. Todavía estaba tumbada sobre la mesa como un saco de huesos mal atado cuando me fui cerrando la puerta de la Academia tras de mí.

La cena que me preparó Regina era digna de un rey, se sentó frente a  mi disfrutando de verme comer, cuando recogió la mesa me despedí de ella remarcándole un muy claro “hasta mañana”, quería estar sólo y descansar, me habían pasado demasiadas cosas raras en el día.

Pero no pude conciliar el sueño y cuando ya no se oían ruidos en la casa salí descalzo, miré la puerta de Regina y me acerqué, no había luz y puse la oreja en la puerta, se oía el respirar de la mujer y volví a mi habitación, al fondo del pasillo vi el mueble que guardaba los libros que le gustaban a Irene, me picó la curiosidad y fui hasta ellos y los ojeé.

Me llamó la atención uno que tenía el lomo muy desgastado, se titulaba “Los 120 días de Sodoma” del Marqués de Sade, me acordé del escritor por el título nobiliario,  tiré de él y no pude cogerlo pero oí un chasquido en el mueble, volví a tirar del libro y el mueble entero se vino hacia mí girando sobre un lado, detrás de él pude ver el hueco de una puerta, al otro lado se oía una voz de hombre, hablaba despacio y no pude entenderlo pero por la rendija de debajo de la puerta veía luz y se colaba el olor a tabaco de la otra parte.

Me dio un escalofrío, me imaginé al “gallo” en su guarida perpetrando alguna fechoría y cerré el falso mueble otra vez, tenía curiosidad qué  o quién estaba en casa de Federico y pensé que Regina podía darme algo de luz, quise llamar pero en el último momento abrí con cuidado y entré, en la oscuridad sólo se oía su respiración y de puntillas me acerqué a la cama y me colé adentro.

Era muy agradable el calor que desprendía Regina, estuve quieto varios minutos, la mujer estaba de lado mirando hacia la otra parte y me puse detrás de ella sin tocarla, no la había visto desnuda completamente todavía, la noche anterior me recibió debajo de la sábana y apagó la luz enseguida, ahora intuía su perfil y pasé la mano sin apoyarla sobre su contorno, noté los hombros, la cintura, las caderas y los muslos, al llegar ahí llevé una grata sorpresa, el camisón que llevaba puesto era corto y le llegaba apenas por debajo de las nalgas.

El calor de los muslos me hizo pasar la mano entre ellos y giró sin despertar quedando boca arriba con las manos sobre la cabeza, yo estaba nervioso, no quería despertarla, posiblemente era mala idea el entrar en su habitación sin ser invitado pero la curiosidad pudo conmigo, ahora el contorno era diferente, del cuello pasé al pecho, éste subía y bajaba al ritmo pausado de la respiración, la subida por sus tetas fue pronunciada hasta coronarlas, el pezón dormido apenas sobresalía pero la aspereza de la areola lo situó claramente.

Ya de bajada llaneé por el estómago y el vientre, apenas una leve subida y el ombligo, apoyé el dedo y suspiró, al seguir hacia abajo encontré la goma de las bragas, parecían más reducidas que las del otro día y al rozar el monte de Venus separó un poco las piernas.

Me incorporé y fui a gatas debajo de la sábana hasta llegar a sus pies, cogí los talones y los separé y repté entre sus piernas, Regina estaba en el primer sueño, muy profundo y no sentía apenas nada, no opuso resistencia cuando le separé más las piernas y pude tumbarme entre ellas con la cabeza llegando a la ingle, me dio ganas de besar los muslos pero me contuve y preferí oler sobre las bragas.

El olor era suave y tibio y respiré hondo, con la boca sobre las bragas le di un par de besos, apenas se movió pero encogió una pierna, ahora ya tenía espacio para acercarme más y con dos dedos tiré del camal de las bragas y acerque la boca con la lengua fuera y lamí pero… ¡oh sorpresa!, no encontré ni un pelo, Regina se había depilado completamente.

Sin tocar más que con la lengua separé los labios a un lado y a otro hasta descubrir el clítoris, ella gimió como en sueños y volvió a separar las piernas más todavía, mi lengua no se conformó con eso sólo, bajó y separó los labios menores y hurgó hasta entrar un par de centímetros.

Caí como un ratón en la ratonera, Regina cerró las piernas de golpe y me atrapó la cabeza.

  • Mmm, me dormí esperándote, lo siento.
  • No pensaba venir.
  • Pues vete si quieres.
  • Después de comerte el coño depilado, ¿lo has hecho por mí?
  • ¿Tú qué crees?
  • Si es por mí, voy a probarlo.

Me cogí con las dos manos a sus nalgas y lamí el coño de todas las formas que sabía, ella mantenía las bragas a un lado para que no tuviera que distraerme y no tardó en soltarlas para cogerse las tetas y gemir a la vez que se corría, cerró las piernas atrapándome la cabeza y no las aflojó hasta que el orgasmo iba remitiendo, mi castigo fue meter dos dedos por el agujero oscuro y rozar mi lengua por el interior, no llegó a terminar el orgasmo cuando la sacudió el siguiente.

Cuando se relajó me liberó la cabeza y subí sobre ella como un cocodrilo, cuando llegué a sus tetas las mordí y chupé hasta que los pezones aparecieron como monolitos y seguí hasta su boca, Regina me esperaba con la cara ladeada y no tuve más que ladear la mía al otro lado y seguir subiendo.

La polla encontró el camino siguiendo la humedad, siguió directa  al coño y entró sin pedir permiso hasta el final, noté cuando hice tope, aún así ella levantó las caderas pera que entrara más todo lo que pudiera.

  • Me siento llena Abel, bésame.
  • Me gusta tu lengua, sabe bien y busca la mía con ardor.
  • Como te mereces.

Con los codos hincados a sus costados, las tetas en mis manos y la polla dentro de ella me impulsaba con los pies en un vaivén lento pero profundo.

  • Abel, si sigues así me correré otra vez y tú todavía no llegaste.
  • No te preocupes, te avisaré cuando me venga.
  • No, preferiría que lo hiciéramos juntos, me gusta verte concentrado en tus huevos.
  • Cuando me vacío lo hago a conciencia y contigo más.
  • Me gusta que me lo digas, aunque no te acabo de creer.
  • ¿Quieres verlo?
  • Sííí,  córrete cuando quieras, yo ya estoy a punto.
  • Allá voy Regina.
  • Ven a mí, amor.

El orgasmo mutuo fue de lo más sentido, nos vaciamos los dos, sentimos la mezcla de nuestros líquidos fluir y mezclarse y caí sobre ella sin fuerzas.  Ella me sostuvo acariciando mi pelo hasta que la polla salió desmayada, seguida de una riada de semen y jugos.

  • No te vayas aún Abel, quédate conmigo, duerme conmigo, me gusta sentir tu piel con la mía.
  • Lo siento Regina te confieso que no tenía intención de venir, eres una tentación continua pero no debo venir todas las noches.
  • Por mi no quedará, siempre tendrás un sitio a mi lado.
  • Gracias, sólo te quería contar un descubrimiento que hice esta noche.
  • Cuéntame, estoy en ascuas.

Le puse al corriente de la puerta disimulada y de la siguiente que daba a la otra casa.

  • ¿Y dices que se oía a un hombre?
  • Sí, sin duda era la voz de un hombre pero hablaba muy bajo y no pude distinguirle, hasta diría que era una voz diferente, eso también me extrañó mucho.
  • Debía ser Federico con alguna de sus conquistas, imagino que las traerá a su cubil.
  • Seguramente tienes razón, a lo mejor ella no podía hablar porque tenía la boca llena,  y él estaba a punto de correrse jajaja.
  • Es cierto jajaja, me imagino a él gimiendo y a ella… chupa que te chupa, jajaja.
  • Debe estar muy solicitado, allí tiene adonde elegir.
  • Con las del súper y las que pilla fuera no parará.
  • Sí, tendrá la polla quemando siempre.
  • Pero no como tú, la tuya abrasa pero cauteriza a la vez, jajaja.
  • Hazme el favor, estate atenta por si ves algo raro.
  • No te preocupes y tú ven para que te lo cuente.

Con todo el pesar del mundo me levanté, me fui a mi cama y dormí como un bebé hasta que el despertador me hizo saltar al suelo.

Ahora me fijaba más en Federico, tenía mucho éxito entre las chicas y los chicos también procuraban estar a bien con él, lo cierto era que tenía don de gentes y con todo el mundo hablaba, yo procuraba fijarme por si descubría algo, esperaba que la chica que estuviera con él por la noche se delataría pero eran tantas las que se dejaban adular e insinuar que perdí el rastro.

Al salir pasé por la puerta del despacho de Elsa, se levantó al verme pero no salió, me hizo una seña con disimulo que yo capté, cruzó los brazos sobre su pecho y sus manos sopesaron sus tetas a la vez, ya me disponía a devolverle el saludo cuando vi detrás de mí a Justino que iba a reclamar su comida.  Ya en la calle…

  • Hola Lidia, parece mentira, estamos todos los días juntos y no hablamos.
  • Ya lo sé pero te veo tan ocupado…
  • La verdad es que no paro, me gusta trabajar y cuando termino algo ya tengo más cosas para hacer.
  • Sí pero yo me refería …
  • ¿A qué, Lidia?
  • Tú sabrás, hay muchos rumores entre las chicas de ti.
  • ¿De mí?  No sé porque será, yo procuro tratar bien a todas.
  • Sí y a algunas más que bien.

Me alarmé, Lidia estaba insinuando que sabía algo y lo peor era que todo el mundo parecía saberlo pero después de hacerle algunas preguntas veladas resultó ser que se figuraba más que sabía con certeza, lo cierto era que en la pescadería me trataban mejor que en otras secciones, Magda parecía malhumorada conmigo, debió ser porque le había sonsacado a la culona algo de la visita al congelador pero me dio la impresión de que no le había dicho la verdad.

  • Si quieres te acompaño a casa, pero me despediré antes de llegar para que no me vean.
  • Cómo quieras, aunque hoy no hay problema porque mi padre se fue a casa de su hermana, está enferma ¿sabes?
  • Lo siento, me tranquiliza saber que no te espían.
  • No, hoy no, si quieres puedes llegar hasta la puerta… incluso entrar en casa.
  • No sé si debo, no quisiera comprometerte.
  • No creo que te vea nadie, en mi calle sólo hay corrales y a estas horas…

Al llegar a su casa dudé, sentía un afecto especial por Lidia y no quería perjudicarla, el control paterno parecía ser muy estricto y la chica estaba acomplejada. Por otra parte me sabía mal despreciar su invitación, imaginaba las pocas ocasiones que podría llevar a nadie a su casa y al llegar entré después de ella.

Me ofreció tomar algo y acepté una cola, sacó unas almendras saladas y se sentó a mi lado.

  • ¿Cómo te va en el trabajo?  Después del bochorno del papel higiénico…
  • ¡Ah, no te preocupes!  No fue para tanto.
  • Sí pero por mi culpa te hiciste daño.
  • No fue nada, yo lo sentí más por ti, las chicas se burlaron y luego con lo de la escalera y tus piernas…
  • No tiene importancia, en el río se ve más.
  • Sí pero no es lo mismo, reconozco que no miré, aunque tengo que admitir que las tienes muy bonitas.
  • ¿A sí o sea que sí miraste, pillín?
  • Bueno, la verdad es que no te vi las bragas blancas que llevabas.
  • ¡No eran blancas, eran rosa!
  • Jajaja, ya lo sabía, era una broma para ver qué decías.
  • Tonto, me has engañado.
  • Pero ha valido la pena, te he visto sonreír y… las bragas del color que fueran te sentaban muy bien.
  • Eso se lo dirás a todas.
  • No creas, la mayoría no llevan, jajaja.
  • ¡Qué sinvergüenza eres!, ¿te estás quedando conmigo?
  • Jajaja, es que eres tan linda y tan inocente.
  • Di que soy tonta, ya lo sé.
  • No, eso no es verdad pero me gusta hacerte rabiar, eres una chica bonita, me gustas.
  • No me lo digas por quedar bien y tú a mí también me gustas, eres el único que me hace caso.
  • Los demás porque no te conocen pero es imposible no fijarse en ti, eres muy buena amiga, si quieres puedo ser tu amigo ¿vale?
  • Mmm, vale… sólo amiga… -lo dijo desengañada-.
  • Una buena amiga es muy importante.
  • Ya… no sé, no conozco lo que es ser más que una buena amiga y ni eso siquiera.
  • No te preocupes, yo seré tu amigo del alma, ¿te parece bien?
  • Me parece pero…  mmm, nada.
  • ¿Qué quieres decir?
  • Nada, soy tonta de remate de siempre y no cambiaré.
  • ¿No tienes amigas o amigos o… novio?
  • No, nunca tuve amigas ni amigos, aunque novio si tuve pero…
  • ¿Lo dejaste?
  • No, me dejó él.
  • ¿Por qué?  Eres una chica preciosa, muy inteligente y muy dulce y discreta.
  • Por eso, soy demasiado “discreta”, él sólo quería…
  • ¿Te refieres a que quería sexo?
  • Sí, eso es, siempre quería follar, no dejaba de tocarme por todos sitios y en cualquier lugar, me agobiaba mucho.
  • En parte lo entiendo, no hay más que verte para imaginarse cosas.
  • Eso es lo malo, yo quiero que me quieran, me gustaría encontrar un chico como tú, sensible, que sepa hablar a las mujeres, que no sea todo sexo, ¿sabes una cosa? Me gustó mucho cuando me diste la pinza para hacerme el “pantalón”, demostraste que no eras como los demás.
  • Es cierto, a mi me gustan mucho las chicas pero sé diferenciar las situaciones, para mí en ese momento eras una persona en apuros, no miraba hacia arriba para verte nada, aunque no hubieras llevado bragas habría sido lo mismo.
  • ¡Abel!  Qué cosas dices, siempre llevo bragas.
  • Jajaja, era un decir mujer, quiero decir que cuando hay amistad el sexo es secundario.
  • ¿Piensas que un chico y una chica pueden ser amigos íntimos?
  • Claro, yo no tengo amigos, bueno sí uno pero ya hace mucho que no lo veo pero amigas no y si tuviera las trataría con toda la naturalidad, como si fuera un chico.
  • A mí me gustaría también, tú me das mucha confianza, cuando te conocí ya me gustaste, hasta las compañeras se dieron cuenta.
  • Mmm, ya lo oí, a mí me gustas como amiga, también me das confianza, quisiera tener a alguien para contarle mis cosas.
  • Me tendré que conformar, había pensado…
  • Escucha Lidia, quiero que entiendas una cosa, soy muy joven, más joven que tú y te tengo cariño, mucho cariño, también me caíste bien cuando viniste a recibirme pero ahora no puedo comprometerme a nada, tengo que trabajar y muy duro, estudiar, hacerme un porvenir, no sé si me entiendes.
  • Claro que te entiendo, tú no tienes la culpa que me hiciera ilusiones, soy una tonta.
  • No digas eso Lidia que me partes el corazón, déjame abrazarte.

La chica tenía los ojos húmedos cuando me miró y se dejó abrazar, con los brazos caídos me dejó que la rodeara y le besara las lágrimas, le besé las mejillas todo lo que tenía mojado pero tuve cuidado en no acercarme a sus labios, ella lo esperaba y los tenía entreabiertos pero me resistí porque sabía que si rozaba aquellos labios carnosos y tibios acabaría follándola y no la creía merecedora del trato que les daba a las demás.  Lidia era una buena persona y me encantaba como amiga por eso no quería llegar más allá de la amistad por íntima que fuera.

El abrazo fue estrecho y emotivo, la joven liberó sobre mi hombro todas las emociones acumuladas, las tensiones del trabajo y llena de hipo me besó en el cuello, la polla se alborotó y mis manos fueron hacia sus tetas calientes que me presionaban el pecho pero a milímetros las retiré, no se dio cuenta de la erección que me había provocado porque siguió abrazada a mí.

Al separarnos nos miramos a los ojos y nuestras caras se acercaron y en el último momento le besé en la frente, Lidia se acurrucó en mi pecho y suspiró emocionada pero se repuso y se levantó sonriendo sin ganas.

  • Bueno, está claro, somos “amigos del alma nada más” espero ser lo que tú esperas de mí.
  • No te enfades Lidia, sabes que te quiero… como amiga.
  • Tienes razón yo también necesito un amigo de verdad y tú lo eres, ya también te quiero… como amiga, snif.

Continuará.

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