Por culpa de la oveja negra (15)

Al segundo día ya me encontraba más confiado y pese a algún incidente pude ir conociendo a algunas compañeras pero, todo no era de color rosa y un buen susto me abrió otro horizonte.

Al llegar a la puerta del almacén por la mañana las chicas estaban hablando en corros, al verme callaron y todas me invitaron a que me acercara, querían conocerme, parece ser que la broma de la caja pesada era más un motivo de prueba de carácter y yo lo había superado.  Lidia estaba callada oyendo hablar a las otras que me miraban y reían con disimulo.

En otro grupo estaba la morena del pescado, me miró de soslayo y sonrió con superioridad, me fijé más en ella, parecía una chica muy segura de sí misma, la verdad era que tenía motivos, era todo un tipazo de mujer, además ella lo sabía, el uniforme de todas las demás era igual, las faldas a la misma altura pero la de ella era diez centímetros más corta lo que le hacía lucir las piernas más allá de la rodilla que eran el punto de mira de todos los hombres y la envidia de muchas mujeres.

Cuando las puertas se abrieron nos tragaron como un remolino de agua, cada uno se fue a su destino, yo en el almacén esperé órdenes y pronto se oyó una voz que me requería.

  • Abel, haz el favor de ayudar a Lidia con la escalera grande, hay que bajar unas cajas de tomate en conserva de la estantería alta.
  • Voy volando, ¿Lidia adónde estás?

Al fondo del almacén vi a la chica cargada con una escalera larguísima, quería demostrar que podía hacerlo sola pero no lo conseguía, la rodeé y cogí del otro extremo y entre los dos llegamos al centro del almacén, al girar la escalera mi parte tocó sin querer a una pila de paquetes de papel higiénico que llegaba al techo, el grito llegó tarde.

  • ¡Cuidadoooo!

Una nube de golpes cayó sobre mí, los que me hicieron caer al suelo con la mala fortuna que me golpeé la cabeza con la escalera, quedé atontado, apenas oía los gritos y lamentaciones de las chicas y sólo veía blanco, el blanco de la montaña de papel que tenía sobre el cuerpo.

Enseguida las chicas se pusieron a quitarme peso de encima mientras lloriqueaban asustadas, en mi inconsciencia noté que unas manos me alcanzaban, estaba tumbado boca arriba y una de aquellas manos recorrió mi cuerpo buscando mi cabeza pero antes de encontrarla palparon por entre mis piernas.

Noté cómo se paraban y volvían a insistir, ésta vez apretando la polla que aún desmayada se notaba claramente, esa mano me soltó y otra mano desde el otro lado la sustituyó, ésta parece que quiso asegurarse bien, imaginé que las dos me habían descubierto y querían comprobarlo, no tardaron demasiado y fueron subiendo hasta tocarme la cara.

Cuando se hizo la luz vi un montón de cabezas que me miraban preocupadas, me ayudaron a levantar y todavía mareado me senté en una silla, Lidia que se escapó de la avalancha me trajo un vaso de agua fresca y me fui despejando, por suerte no tenía nada roto, sólo mareado por el golpe.

Vi el panorama, el suelo del almacén lleno de paquetes y rollos sueltos, me levanté con un esfuerzo y le dije a Lidia.

  • Gracias Lidia y gracias a todas también, ya estoy bien vamos a remediar esto, no podemos estar parados.

Cogí la escalera del suelo y la puse derecha, le fui dando paquetes a la chica, recordé cómo debía trabarlos, se lo escuché a Manolo, el albañil que lo explicaba a otro novato, las chicas espectadoras dijeron…

  • Fijaos, Abel el novato sabe cómo montar la pila para que no se caiga, el que lo hizo antes no tenía ni idea, por eso se cayó al menor roce.

Lidia me miró orgullosa y yo le sonreí, según se fue elevando la pila puse la escalera e intenté subir pero me mareé, Lidia lo notó y me dijo…

  • No subas tú, no estás bien todavía, yo lo haré.

Mi compañera subió y yo seguí dándole paquetes que ella apilaba, al poco rato ya estaba tan alta que desde abajo podía verle las piernas y las otras chicas se dieron cuenta.

  • Mira el pillín, deja subir a Lidia y así él le mira las piernas, no es tonto el niño.

Me dio coraje el comentario, lo cierto es que Lidia para asegurarse el equilibrio tenía una pierna en cada lado del escalón con lo que dejaba un espacio entre ellas que dejaba ver los muslos hasta las bragas rosa pero yo no le había dado importancia, cogí un paquete de pinzas para tender la ropa, lo rompí y le di una a Lidia.

  • Toma Lidia, ponte la pinza pellizcando la falda entre las piernas, no quiero que piensen mal estas arpías.

La muchacha sonrió y lo hizo, todas las chicas que había alrededor aplaudieron la idea y las que hicieron el comentario pidieron perdón.

Cuando terminamos bajamos el tomate y me senté un momento pero apenas unos minutos después llegó la furgoneta de los congelados, enseguida vino la morena del pescado y separó lo que necesitaba en su sección y lo que se quedaba para la cámara frigorífica.  Al volver a su sitio me miró y me ordenó…

  • Venga Abel, a ver si esto lo haces bien a la primera, coge la tras paleta y me traes los congelados.
  • Enseguida eeeh, perdón ¿cómo te llamas?
  • ¿Aún no lo sabes?  Serás el único, me llamo Magda, no lo olvides.
  • No lo olvidaré, te lo aseguro.

Crucé con todo el cuidado la tienda esquivando a los clientes y las estanterías hasta llegar al fondo adonde estaba la Pescadería, detrás de unos cristales opacos estaba los arcones congeladores, allí me esperaba Magda con cara de impaciencia, dejé a un lado las cajas pero ella me dijo…

  • ¿Adónde vas?  Tienes que meterlos en los arcones pero, deja ya lo hago yo, porque si lo haces como todo… ve dándome las cajas.

Magda abrió las tapas de cristal y se inclinó sobre los arcones, primero ordenó lo que ya había y luego giró la mano y me dijo…

  • Dame los langostinos, los grandes primero.

Estuve buscando y no los encontré, para mí todos eran iguales y ella se impacientó, con el cuerpo casi dentro del congelador me urgió.

  • No seas tan lento y ve dándome a tajo, ya me apañaré yo, aquí no se está muy cómoda.

Fui abriendo cajas y dándole en la mano, fui más rápido que ella y la tuve que esperar, entonces me di cuenta de que la falda se le subía por detrás hasta el comienzo de las nalgas, admiré el contorno de los muslos torneados, la polla se empezó a despertar y me dio la idea, con los dedos fui levantado la falda hasta dejarla en la cintura, las nalgas redondas y morenas eran preciosa, estaban a la vista pues llevaba un tanga como hilo dental que se le incrustaba entre los cachetes, desde la cintura ya se le notaba la raya del sol del bikini del mismo tamaño de las bragas. La chica me volvió a urgir.

  • Venga, eres más lento que el caballo del malo, inútil.

Ya no pude más, me saqué la polla y la acerqué a sus nalgas, en el último momento pensé en las consecuencias, además del escándalo podía perder el trabajo pero la cabeza de la polla pudo más que la mía, tiré del hilo y lo colgué a un lado y apoyando el capullo entre sus nalgas lo dejé deslizar hasta los labios apretados del coño.

  • ¿Qué haces desgraciado?  No ves que estoy cayéndome.
  • Sólo te mostraba mi nuevo modelo de máquina para el pescado y para otras cosas.
  • No seas loco, te echarán del trabajo… si nos ven…
  • Puede ser pero tu coño ya estará lleno de mi polla.
  • Joder con el niño, a ver si aprendes a amenazar menos y a actuar más.
  • Eso es lo que tú quisieras pero la probarás cuando yo quiera.
  • ¿Y cuándo será eso?, ya estoy mojada.
  • Eso depende de ti, tendrás que ganártela.
  • Está bien pero métela sólo un poco.
  • ¿Así?, de momento no te mereces más.

Lo dije a la vez que presionaba la polla entre los labios hundiéndolos un poco.

  • No seas salvaje te arrepentirás de esto, ¿no ves que no puedo defenderme?

En ese momento entró una dependienta de la pescadería, me vio de perfil, vio la polla apuntando al culo de Magda y se tapó la boca para no gritar.

  • ¿Pero qué hacéis?  Se os oye desde la tienda.

Y salió corriendo, yo apenas metí un centímetro de polla pero paré y me incliné sobre su espalda.

  • ¡Oh sí! pero ¿por qué te paras, pasmado?  No me extraña, te quedas siempre a medias.
  • No lo creas te tendrás que ganar el resto, sólo era la presentación, hasta luego… Magda.

Guardé la polla con dificultad y me marché, ya de vuelta subí a la tras paleta y como si fuera un patinete entré como un vendaval en el almacén, al llegar al medio giré y di un trompo.  Las chicas se quedaron asombradas de la habilidad que demostraba y Lidia las miró orgullosa.

Al terminar mi turno me llamó Elsa, quería que me probara otra vez el pantalón después de acortarlo, lo hice ya delante de ella sin tapujos, la mujer se arrodilló frente a mí y observó cómo subía el pantalón por mis piernas a la vez que la polla quedaba vertical apuntando al norte, tuve que meter tripa para abotonar la prenda porque el capullo lo impedía, ella tensó de los camales para que se estiraran bien y fue pasando la mano de aquí y de allá para quitar arrugas, al llegar a mi polla insistió queriendo quitar la “arruga” y le dije…

  • Elsa, sólo hay un modo de quitar esa arruga y usted lo sabe.
  • Y tanto que lo sé, no me importaría quitarla o por lo menos intentarlo.

Para levantarse se cogió apretando la polla como punto de apoyo, yo sostuve la postura cogiéndola por los brazos a la altura de las axilas con los dedos rozando el comienzo de sus tetas, los fui acompañando palpando el sujetador y subiéndolo haciendo que las tetas se tensaran y salieran los pezones a relucir debajo de la camisa.  Ella me miró y se acercó más sin soltar la verga.  En ese momento Justino apareció y la apremió.

  • ¡Todos los días igual, eres una adicta al trabajo, vamos a comer!

Elsa soltó la polla lentamente y la acarició antes de dejarla como estaba, me miró con una mirada intensa y encogió los hombros mirándose las tetas, entonces me di cuenta de que todavía tenía las manos tirando del sujetador y lo solté apresuradamente pero le mantuve la mirada.

Con el uniforme debajo del brazo fui hasta el bar de Rita, Manolo nada más verme empujó al que tenía al lado y me hizo hueco, me gustaba aquel hombre, era rudo y mal hablado pero era noble y amigo de los amigos, cuando me senté me dio una palmada en la espalda que me hizo toser.

  • ¿Qué tal chaval?  Estaba esperando que vinieras, Rita no deja de preguntar por ti, me parece que le interesas.
  • ¿Yo?, por qué, ¿qué he hecho?
  • Shhht, no es lo que has hecho sino lo que puedes hacer, ¿me entiendes?
  • No lo entiendo.
  • Joder con el chico, te creí más despierto, como ves, la mujer está muy bien, te provocó moviendo el culo y hoy no deja de preguntar, ¿qué más quieres?
  • A ver, dejad sitio para los platos, Abel hoy te he hecho una comida especial, estoy segura que la saborearás, tú tienes más paladar que estos paletos.

Manolo me dio un codazo en las costillas que casi suelto el tenedor, quería confirmar sus sospechas y gritó…

  • ¡Muchachos, al loro, Rita le ha hecho una comida especial para el nene!, ¿por qué será?
  • Jajajajajajajaja.
  • ¡Callad palurdos, este chico se lo merece todo, lo mejor para él!
  • ¡Uuuuh, yo ya sé que es lo mejor de Rita!, jajaja.
  • ¡Y yo!, jajaja.
  • ¡Atajo de cochinos, dejadle en paz!

Todos se rieron volviéndose hacia mí, en ese momento Rita me hacia una exhibición dándose la vuelta al marcharse, pude verla al completo pues hinchó el pecho y levantó el culo.

Fui directamente a la Academia, don Julio quería hacerme un examen para ver el nivel que tenía, estaba nervioso de que me mandara con los “cagones” .  Al entrar vi a Irene en el despacho, desde allí me llamó…

  • Hola Abel, pasa un momento que te tome los datos.

Me senté frente a ella y le di todos los datos que pidió, estaba muy interesada en mi edad y cuando se la dije se extrañó pero no le dio mayor importancia.

  • ¿Qué, pasa algo?
  • No, nada es que me parecía que eras mayor, así de pronto al verte llegar… estás muy desarrollado.
  • No crea, lo justo.
  • ¡Qué modesto eres!, pasa a la clase que enseguida va mi marido, te prevengo porque es muy duro, jajaja.
  • Espero no equivocarme mucho.

Me senté en una silla con pupitre y esperé, el profe no tardó mucho y me entregó unas hojas con las preguntas.  Se sentó frente a mí un poco alejado y se puso a leer el periódico.

  • Julio, te llaman por teléfono, yo me quedaré vigilando a Abel para que no se copie, jajaja, -expresó Irene- .
  • No sé de dónde puedo copiar, si no tengo ni un libro.
  • Lo dije de broma, si no sabes algo dímelo y te lo chivo.
  • No gracias, no quiero hacer trampas el primer día, jajaja.
  • Eso está muy bien y… ¿antes, en tu colegio, te enseñaban mucho?
  • Bastante, sobre todo la señorita Silvia, se preocupaba mucho por mí y la directora también, en fin todas me enseñaban mucho.
  • Yo también tuve buenos profesores pero a mí me gustaba mucho leer.
  • Y a mí, siempre que puedo cojo una revista o un diccionario, soy muy curioso.
  • Eso me pasaba a mí, desde muy joven empecé a leer libros, ¿qué lectura te interesa?
  • No sé, de viajes, aventuras, todo eso.
  • ¡Aaaah!, a mi me gustaban los libros gruesos, leí el Decamerón, la vida de Giacomo Casanova y sobre todo me encantan los libros del Marqués de Sade, ¿los conoces?
  • No, ¿son novelas de acción?
  • Sí, de mucha acción jejeje, a mi me encantaba, me gusta esa acción fuerte.

Irene se entusiasmaba hablando de sus preferencias y se iba subiendo la falda, al estar sentada frente a mí, movía mucho las piernas y pude ver lo largas y delgadas que las tenía porque los muslos no le ocultaron las bragas blancas.

  • Ya estoy aquí, ¿qué tal Abel?  ¿es fácil el examen?
  • No está mal pero como hace una temporada que no acudo a clase voy un poco perdido.
  • No te preocupes, si te ves perdido mi mujer te dará repaso, aunque no es maestra tiene mucha cultura, lee mucho.
  • Sí ya me lo contó.
  • Hasta luego Abel, si quieres leer algo de lo que te conté, en casa de mi madre los encontrarás en la biblioteca.
  • Gracias señora Irene.
  • Por favor Abel, Irene, Irene a secas.

Al salir pasé por el bar de Rita, no quería molestar pues ya sabía que no servía cenas pero el bocadillo que me hizo estaba tan rico que probé suerte.

  • Hola Abel, no me digas que quieres cenar, ¿a que sí?
  • Bueno si usted lo dice, jajaja, el bocadillo del otro día estaba de muerte.
  • ¿A que sí?, tengo buen ojo para adivinar los gustos de cada uno.  ¿Qué prefieres que te haga?
  • Me da igual, me gusta todo lo suyo, bueno… ya me entiende…
  • Jajaja, hummm por un momento pensé otra cosa, ¡qué mala soy!  Me hice ilusiones, jajaja.

Al momento sacó un plato con patatas fritas, dos huevos y un chorizo.

  • ¿Te parece bien? o te hago otra cosa.
  • Nooo, me encantan las patatas y los huevos pero el chorizo me chifla.
  • Mmm a mi también, no sabes cuánto.

No quise seguir por ese camino porque se estaba embalando mucho, Rita era una mujer con las que todo el mundo querría follar, se notaba que era ardiente y sabía tratar a los hombres, sabía lo que querían y cómo sortearlos sin molestarlos.

Al llegar a casa, Regina me ofreció un vaso de leche, le conté lo que me había pasado con la escalera y se asustó, quiso examinarme por si tenía algún hematoma pero no le dejé, ella insistió en cuidarme.

  • Te voy a preparar un ponche, le pondré leche entera, una yema de huevo y un chorro generoso de vino dulce, tómatelo y verás cómo mañana estarás como nunca.

Nunca había probado esta mezcla pero estaba buenísima, dulce y sobre todo fuerte, el vino era añejo y dulce, cuando le vi el culo al vaso ancho me fui a la cama.

No tardé en dormirme  pero en plena noche sentí un ahogo en el pecho, notaba un peso que no me dejaba respirar y lo malo es que tampoco podía moverme, me asusté y más cuando abrí los ojos y vi una sombra sobre mí, no sabía qué o quién era y me eché a temblar, en la oscuridad noté el aliento de tabaco y alcohol que me envolvía y más cuando me dijo.

  • Niñato, escucha bien porque no te lo voy a repetir dos veces, en el gallinero las gallinas son para el gallo y el gallo del gallinero soy yo, ¿me has entendido?
  • Ssss, sí claro, usted es el gallo.
  • Pues eso, no lo olvides.

Me había puesto la rodilla en el pecho y con una mano me sujetaba el brazo y con la otra la barbilla obligándome a mirarlo, no supe quien era ni lo que decía de los gallos y gallinas, yo a lo sumo que sabía algo era de ovejas pero de gallos…  Luego se fue.

Al poco rato me levanté y salí de la habitación, estaba mojado de un sudor frio cuando fui buscando entre las puertas a oscuras, estaba aterrado y en una de la que salía luz entré, era la de Regina que estaba leyendo, al verme se asustó.

  • ¿Qué te pasa Abel?  Estás lívido, pareces un muerto en vida.
  • Eso debe ser, he visto a un muerto.
  • ¿Qué dices criatura?  No hay muertos vivientes.

Le conté lo que me había pasado, estaba temblando sentado en su cama cuando me dijo.

  • Espera, cuéntamelo desde el principio pero no estés ahí, te vas a helar, métete en mi cama y me lo cuentas despacio.

Me hizo un hueco y me tapé hasta los ojos, temblaba de miedo, me había asustado aquello como nunca y tenía frío, mucho frío.

  • ¡Por mi madre!, estás temblando de frío, ven aquí, te voy a dar calor.

Me acurruqué a su lado pero seguía temblando, ella hacía lo imposible para darme calor y me abrazaba.

  • Un momento, date la vuelta, yo me pondré a tu espalda haciendo la cucharita.

Hice lo que me decía, me abrazó y ni aún con su cuerpo pegado entraba en calor, notaba la blandura de su carne y el olor de su perfume pero nada me calmaba.

  • Estás peor de lo que creía, vamos a ver, quítate ese pijama sudado, yo me quitaré el camisón, así estaremos más en contacto.

Ahora estaba pegado a ella, notaba sus tetas calientes en mi espalda, mi culo se hundía en su regazo y ella me abrazaba por detrás atrayéndome contra su cuerpo, sus manos pasaban por debajo de mis brazos y el calor de su aliento en mi cuello fue muuuy reconfortante.

  • ¿Te encuentras mejor?, parece que ya no tiemblas tanto, ¿verdad?

Le contesté con la cabeza, no podía hablar porque notaba que la polla me estaba creciendo muy cerca de sus manos, las tenía abrazándome por la cintura y la verga subía hacia ella.

  • Espera ahora lo haremos al revés, yo me vuelvo y tú te pegas a mí.

Eso era lo peor que podía pasar, ahora era yo el que pasaba las manos por entre sus brazos y me pegaba a ella, pero la polla no sabía adónde ponerla.

  • No te preocupes de nada Abel, es un caso de necesidad.
  • No si no me preocupo, es por usted.
  • ¿Por mí, por qué?, oooh, ya entiendo…  ¡Madre del amor hermoso, que verga! ¡Y cómo la tienes!

Pasó la mano hacia atrás y me cogió la polla por el capullo, levantó una pierna y se la puso entre los muslos, luego la cerró cogiéndome prisionero, no sabía qué hacer, me crecía por momentos y ella cogió mis manos y las llevó a sus tetas, ya no había excusa y me dejé llevar.

Cuando la polla se le asomaba por delante entre las piernas la cogió con dos dedos y los movió, tuvo que separar las piernas pera seguir cogiendo más trozo y yo le amasé las tetas con descaro, me hice hacia atrás y ella sacó el culo hacia mí, volví hacia delante y la verga se abrió paso entre sus labios, el gemido fue sonoro.

Regina sostuvo por debajo mi polla apretándola entre sus labios, yo notaba la suavidad de éstos y la dureza del clítoris, al pasar por él parecía que se enganchaba y se soltaba de golpe, esto la hacía gemir, la presión que ejercía sobre mi polla cada vez era mayor hasta que en uno de mis empujones el glande se deslizó en la vagina, lo noté porque se envaró, parecía que la había empalado y esperó.

Lentamente seguí entrando, podía contar cada pliegue, cada arruga de su vagina y ahora era ella la que temblaba, apenas llegué al final cuando se corrió, Regina fue la primera sorprendida pero se encogió en postura fetal y entonces yo la fui clavando cada vez más deprisa.

Estuvo aguantando gimiendo hasta que volvió a correrse de una forma brutal, se cogía las tetas y las estiraba, balbuceaba y lloraba, no podía estarse quieta, se estiraba con peligro de romperme la polla hasta que quedó desmadejada.

  • Abel, no puedo describir lo feliz que me has hecho, no me he corrido jamás como contigo, no sé cómo lo has conseguido pero gracias, creo que nunca volveré a sentir tanto placer.
  • Eso no lo digas Regina, recuerda que todavía no me corrí así que…
  • ¿Qué quieres decir Abel?
  • Que ahora me toca a mí y aprovecho para darte las gracias por el ponche reconstituyente que me diste.
  • Dios mío me das miedo.
  • No, mujer, miedo no, al contrario pero te aconsejo que te relajes y disfrutes…
  • Lo que quieras Abel, hazme lo que quieras, soy tuya, tuya para siempre, fóllame.

El cuerpo desnudo de Regina estaba de lado y lo hice rodar boca abajo, le puse las manos debajo de la almohada y le saqué las tetas por los costados, le pellizqué los pezones hasta ponerlos como dátiles y le separé las piernas, cuando me tumbé sobre ella noté cómo recogía aire, la polla le entró directa en el coño, se hundió con su lubricación, se oía chapotear al salir y entrar hasta que la saqué y la paseé entre las nalgas.

  • ¿Qué vas a hacer Abel?, ¡te has equivocado Abel, por ahí noooo!
  • Shhhht,  silencio Regina, vas a disfrutar de verdad, tú relájate y colabora.
  • Sí Abel, confío en ti pero por favor, no me hagas sufrir.
  • No te preocupes, te voy a follar el culo como nadie te lo hizo hasta ahora.
  • Seguro, tú eres el primero, a mi novio no lo dejé.

Demostró que era voluntariosa, colaboró levantando el culo lo necesario para que la polla entrara directa por el recto, apenas tuve que presionar cuando el esfínter me permitió entrar y lo hice sin descanso, la llené de carne ardiente, los temblores ahora eran de ella al sentirme sobre su espalda.

  • Abel, no te corras en el culo, déjame tu leche como recuerdo, ¿te acuerdas?  En el pañuelo.
  • Tranquila eso será a mi tercera corrida.
  • ¿Tres?  Dios mío ¿por adonde me la vas a meter después?
  • No te preocupes, esta noche te voy a follar hasta el amanecer, estoy dispuesto a no dormir en toda la noche dentro de ti.
  • Esto es un sueño, no puede ser, sigue, sigue cariño, sigue y no pares aunque te lo pida por todos los santos del cielo.
  • Jajaja, creo que me pedirás que no salga de ti.
  • Amén.

Cuando me quedé rígido ella movió las caderas y el masaje en la polla me vació de leche, la besaba en la nuca y ella me ofrecía sus tetas por los lados poniéndolas en mis manos.

  • Ponte de rodillas Regina.
  • ¿Ahora, ya?
  • Claro, no querrás que se me baje.
  • No, por nada del mundo, ¿así?
  • Así mismo me vale.

La hundí toda de un golpe en el coño, ella casi cayó hacia adelante pero la sostuve cogiéndole las tetas colgantes, cuando apoyó la cabeza en la almohada por las piernas le corría la leche del culo y el flujo del coño y entonces ocurrió, nos corrimos los dos a la vez, ella mojó la cama, se meó pierna abajo y yo la llené de leche, era una sensación muy relajante sentir como se meaba en mis huevos a la vez que me corría sin freno en su coño.

  • ¡Súbete encima de mí!
  • ¿Quieres decir que…?
  • Sí, que me montes, a ver cómo me follas tú a mí.

Hizo una verdadera exhibición, se ahorcajó encima y mirándome a los ojos, cogió la polla blanda y la puso entre sus labios, se movió de atrás a delante hasta que la tuvo dispuesta para metérsela, lo hizo ceremoniosamente, con calma, disfrutando del placer de meterse una polla como la mía.  Se dejó caer mirando cómo desaparecía y me ofreció las tetas para que las chupara, lo hice y cuando volvió hacia atrás se irguió y gimió al sentarse de golpe.

No se veía nada en su coño, mi polla era suya por completo y sus caderas empezaron a moverse en círculos, era como un baile tahitiano, las tetas le oscilaban al ritmo de sus caderas y mis manos las atraparon, cuando empezó a saltar, mis dedos cogieron el clítoris, tuvo un espasmo pero pudo controlarlo y siguió.

  • ¡Me voy a correr Abel, vas hacer que me corra otra vez, qué locura!
  • No, no te corras, date la vuelta y cómeme la polla, ¡ahora!

Al saltar por última vez hizo un plop pero giró y se aplicó en buscar mi palo que la esperaba vertical, al momento desapareció en su boca, la mamada fue todavía mejor que la primera con la novedad que le acaricié la pierna y la pasó sobre mí, cuando pasé la lengua todavía goteaba y absorbí haciendo vacio en el clítoris, entró todo entero y con la lengua lo pulsé, Regina aspiró y acabó de tragarme.

Mi dedo pulgar buscó el agujero que todavía no se había cerrado del todo y hurgó en su interior, ella quiso agasajarme y me imitó, al sentir el dedo de Regina en mi culo la polla todavía creció más en su garganta y tosió.

  • Si tienes el capricho de coleccionar mi leche éste es el momento, saca un pañuelo.
  • No, Abel primero quiero saborear tu leche otra vez, incluso me tragaré un poco, el resto lo guardaré con el otro pañuelo.
  • Me gusta que te guste mi leche, traga pues.

Se volvió a meter la polla y no la sacó hasta tener los carrillos llenos, me enseñó su boca, estaba blanca de orilla a orilla, levantó la cabeza y tragó, creí que toda por la expresión de placer pero aún le quedaba un poco que envolvió en el pañuelo.

Quedamos exhaustos, Regina rodó sobre mí hasta quedar a mi lado, ya no teníamos frío ninguno de los dos, estuvimos hablando cogidos de la mano, se pegaban los dedos de flujos y semen pero nos sentíamos satisfechos.

  • Regina, ¿quién crees que me asustó?
  • No sé si debo contarlo, le prometí a doña María que no lo haría.
  • Entonces prefiero que no lo hagas.
  • Las promesas son para romperlas Abel, te lo voy a contar.
  • Como quieras.
  • Hace muchos años la casa estaba toda unida pero una noche se oyeron unos gritos desgarradores, la señora se levantó asustada, yo también salí de mi habitación a medio vestir, fuimos a la habitación de Irene, la encontramos atada en cruz a la cama, estaba desnuda, como la parieron, no te imaginas el efecto, con lo delgada que está parecía un Cristo, tenía hasta sangre, nos horrorizó verla pero lo peor fue que su hermano Federico tenía un látigo en la mano.
  • Joder que mierda.
  • Sí, la madre le dio una bofetada al hijo, éste se echó a llorar diciendo que ella se lo había pedido pero él no quiso, ella insistía y le dijo que era poco hombre, él que siempre se ha creído un macho Alfa le pegó con todas sus fuerzas, no se controló y casi la mata, la madre lo echó de casa aunque al tiempo se apiadó de él, dividió la casa y le dejó la otra mitad.
  • Entonces… ¿De adonde salió?
  • Bueno… ese es otro secreto, esto no lo sabe ni doña María… cuando separaron la casa

Federico sobornó a los albañiles y le hicieron una puerta secreta.

  • ¿Y adonde está?
  • Mmm eres muy curioso, no debería decírtelo pero después de la follada que me diste no me puedo negar, al fondo del pasillo hay un mueble, detrás está la puerta secreta.
  • ¿Y no se puede abrir desde aquí?
  • Eso no lo sé, sólo lo sabrá él, Federico fue tu visitante.
  • Entonces ¿qué quiso decir con eso del gallo y las gallinas?
  • Jajaja, que niño que eres, su “gallinero” es el supermercado y las chicas son las gallinas y él lógicamente es el gallo, él quiere ser el que las folle por lo menos a las que se dejen y no son pocas.
  • Bueno es saberlo.
  • ¿Por qué lo dices?
  • Bueno… como te dije ésta (señalé la polla caída) a veces le gusta salir a tomar el fresco…
  • Jajaja, que sinvergüenza eres chiquillo, jajaja, a ver si el agotamiento fue por follar a alguna en el súper, jajaja
  • Nooo, te lo prometo, aunque a una se la puse en buen lugar.
  • ¿Ah sí?  Cuéntame y con detalle.
  • Lo siento Regina, no acostumbro a contar éstas cosas con nadie.
  • ¿Ni siquiera conmigo?
  • No, lo siento.
  • Me alegro, espero que no cuentes lo nuestro.
  • Puedes estar segura.
  • Ale, vete a tu habitación, ya está clareando y si tienes miedo vuelve cuando quieras, jajaja.
  • No lo dudes, muuuack.

Por la mañana temía encontrarme con Federico pero cuando me lo  encontré cara a cara vino y me saludó como si no me hubiera visto en mucho tiempo, me preguntó cómo me iba y me felicitó, se interesó por mí y me dijo que tenía muy buenos informes de mí, yo alucinaba por la simpatía del Gerente y quedé perplejo, de todas formas no olvidé la historia de Irene.

Continuará.

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Gracias.